Enemigas (Capítulo 3)
Dos rivales que se odian a muerte descubren un nuevo modo de lidiar
Hola. Soy Roxana nuevamente y voy a contarles como sigue esta historia. Después de habernos descubierto y de saborearnos durante aquella inolvidable noche, nos dormimos abrazadas y acariciándonos.
A la hora de irnos para la colonia, me levanté y sigilosamente inspeccioné los alrededores de la casa. Estaba todo bien. Mis viejos se habían ido a trabajar y mi hermano no había regresado. Estábamos solas. Me sentía radiante. Estaba feliz. Miré el reloj y me di cuenta de que todavía nos quedaba una hora. Todavía teníamos que bañarnos, desayunar y salir para la colonia. Volví a la cama porque tenía ganas de quedarme un poquito más. Necesitaba sentir a Carolina de nuevo. Todavía había un irresistible aroma a sexo en el ambiente. Creo que, tal vez, las sábanas hubieran quedado impregnadas con nuestras descargas o tal vez fuera mi imaginación. No lo sé. Pero era una sensación agradable. Todavía quería echarla a patadas de mi casa, pero no podía olvidarme de la noche salvaje que habíamos tenido. Me acurruqué a su lado y pasé una pierna por sobre las suyas, abrazándola. Como un abrazo de oso. No sé por qué, pero la furia se me había pasado y le besé la mejilla. Me incliné un poco más y besé sus labios. Aún seguía dormida. Su calor y suavidad me embriagaban. Lentamente comencé a rebobinar las imágenes de la noche anterior. Nuestra pelea en el parque. El odio que nos dominaba y la fricción de nuestros cuerpos. El dolor en mi boca, el miedo y mis esfuerzos desesperados por defenderme. Sus senos presionados contra los míos mientras nos revolcábamos buscando dominarnos. Mi humedad. Confusión. El beso. Maravilloso. Liberador. Increíble. Tan suave y cargado de odio, encendiéndonos y preparándonos para lo demás. Su lengua buscando la mía y sus manos bajo mi remera…
Comencé a mojarme nuevamente y llevé mi mano a mi entrepierna. No podía más. Sentía cómo hervía por dentro. Comencé a masturbarme como nunca lo había hecho. Me mordía los labios para no despertar a Carolina mientras con mi otra mano le acariciaba un pezón. La veía chupándome la concha y empecé a acelerar el ritmo. Estaba muy absorta en lo mío cuando sentí sus dedos entrelazarse con los míos. Me sobresalté y abrí los ojos. _ Buenos días, Roxy. _ Me dijo antes de darme un suave beso en los labios. _ ¿Qué estás haciendo? ¿No querés que te de una mano? Por toda respuesta le estrujé el erecto pezón que tenía entre mis dedos y la besé en la comisura de los labios.
_ Podríamos echarnos una mano mutua. _ Propuse.
Sin decir una palabra, Carolina reemplazó mi mano por la suya y guió la mía hacia su vulva. Entrelazamos nuestros dedos y con la mano libre comenzamos a acariciarnos. Nuestras bocas se buscaron ávidas de besos. Necesitaba sentir su lengua jugueteando con la mía. Saborear esos labios tan suaves que tan bien me habían besado. Que me habían hecho sentir como ningún hombre lo había hecho.
La yema de mis dedos exploraba sus pliegues. Carolina gemía en mi boca y nuestros alientos se apareaban de la misma manera en que lo hacía nuestro deseo. Mi dedo mayor se internó en su cavidad haciendo que lo envidiara. Carolina me imitó y me estremecí mientras mis labios eran mordidos por mi odiada amante. Sin dejar de comernos nos internábamos cada vez más una en la cueva de la otra. Carolina estaba totalmente mojada. Mares escapaban de su deliciosa concha y me inundaba la habilidad en sus dedos para acariciarme. Nos chupábamos los labios, las mejillas y me daba pequeños mordiscos en la lengua. Nuestro ritmo se incrementó. Los dedos entrelazados comenzaron una sutil fricción que no hizo más que elevar la temperatura del momento. Jadeábamos como poseídas, ya que estábamos solas en casa y podíamos dar rienda suelta a nuestro deseo sin ningún pudor. Sus dedos en mi raja eran increíbles. Me preguntaba si ese placer duraría por siempre. Me exploraban con total impunidad
mientras intentaba ponerme a la altura de las circunstancias y devolverle el favor. Mi mano estaba totalmente empapada e introduje un dedo en su cueva. Pegó un respingo y comenzó a succionar mi lengua como si fuera un pene. Aumenté la velocidad de mis movimientos y, como si fuéramos coreógrafas nos movimos rítmicamente arriba y abajo, buscando capturar nuestras manos traviesas.
Nuestras manos entrelazadas estaban tan firmemente apretadas que parecíamos siamesas. Sentí que estaba por acabar y me detuve. Sabía que éste era mi momento de gloria.
_ Roxana. ¿Qué te pasa? ¡No te detengas! _ Suplicaba sin dejar de masturbarme.
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no vaciarme en ese momento en el que se dedicaba más a mi placer. No sabía a qué atribuir esa sensación. Tal vez fuera la forma en que me besaba, tal vez su suavidad, tal vez cómo nos habíamos cojido o sencillamente fuera saber que estaba en mi poder. Me excitó mucho verla suplicándomelo.
_ Nada. Pero antes de que continuemos, me gustaría aclarar algunas cosas, porque no me gustaría que me señalen por la calle diciéndome “bollera”. Tengo un novio y lo quiero conservar.
_ ¿No podemos hablarlo después? Terminemos. ¡Por favor! _ Intentó besarme, pero le corrí la cara y sus labios sólo encontraron el aire. _ No. Quiero que sepas que el hecho de que hayamos dormido juntas, no cambia nada. No somos amigas, ni nada. Tenélo presente. Y estáte alerta, porque en cuanto me provoques, me vas a conocer. _ Mientras hablaba intentaba hacer que nuestros alientos se mezclen para esquivarla cuando intentara besarme, cosa que hice varias veces.
_ ¿Amigas? ¿Amigas, dijiste? ¡Estás loca! Lo de ayer estuvo bien, pero seguís siendo la misma tarada de siempre. Y no. Nunca vamos a ser amigas. Ayer, ni siquiera fuimos amantes. Cojimos. _ ¿Cojimos? _ Me extrañó y de golpe me dolió escuchar el verbo en pasado. Aunque algo me decía que no sería la última vez.
_ Sí. Nada más. Me gustó pero no significa nada.
Nuestros dedos seguían entrelazados pero se habían aflojado. _ En cuanto lleguemos a la colonia, preparáte porque te voy a reventar a trompadas.
_ Lo mismo digo. _ Sonreí y le acaricié su vientre todavía húmedo. Sentí cómo sus dedos se aferraban a los míos. Su lengua recorrió sus labios, humedeciéndolos.
_ ¿Y? _ Preguntó desafiante y excitada a la vez. Sentía su calor.
_ Aclarado todo, podemos hacer una tregua y terminar lo que empezamos. ¿Qué opinás? _ Le pregunté sonriendo acercando mi rostro hacia el suyo.
_ ¿Nos damos una mano? _ Y me besó apasionadamente, recorriendo cada rincón de mi boca con su lengua, enfrentándose con la mía ardorosamente, de la misma manera que nos habíamos peleado anoche en el parque.
Mientras nos besábamos y masturbábamos mutuamente, nos susurrábamos lo bien que lo habíamos pasado y algunas cosas un poco más calientes. Nos pusimos a mil. Miré sus tetas y tenía los botones durísimos. Sentí ganas de mordérselos, de devorarla, de reclamarlos para mí como trofeo de guerra. Con esta visión y la magia de sus dedos no tardé en llegar al orgasmo. Nos quedamos unos minutos abrazadas acariciándonos suavemente y dándonos tiernos besos. Sus senos se aplastaban con los míos y nuestras piernas estaban entrelazadas. Era un momento único. Unos momentos más tarde, y después de habernos duchado, estábamos bajando por la escalera y nos detuvimos en uno de los pisos para manosearnos un rato antes de ir a la colonia.
Estábamos muy entretenidas, disfrutándonos como si fuéramos una parejita de novios cuando sentimos un ruido de llaves y decidimos bajar rápido para evitar que nos vieran. Antes de llegar al primer piso, se detuvo y me miró fijo. Parecía preocupada.
_ Roxana. Mejor que baje sola y aproveche que el encargado está baldeando. De esta manera, a cualquiera que me vea salir le puedo decir que vine a lo de mi prima. Vos sabés cómo son los chicos.
_ Tenés razón. Mejor conservar las apariencias. Podría haber un bis.
_ ¿Por qué no? _ Me dijo y sus manos se posaron en mis pechos por sobre la remera, masajeándomelos.
_ No me extrañes. _ Bromeé.
_ Ni loca. Nos miramos en silencio y reímos cómplicemente. Nos despedimos con un húmedo beso francés y esperé ci
nco minutos antes de salir.
Cuando llegué, todos nos preguntaban si nos habíamos peleado. Los rasguños y la hinchazón en la boca eran más que evidentes.
_ Sí. La reventé a palos. Terminó pidiendo que la deje ir. ¿No es así, puta de mierda? _ Carolina al máximo. Teníamos un secreto. Continuamos discutiendo el resto del día y nadie sospechó nada. Ni siquiera por el chupón que me dejó en el cuello, el cual dije que fue un golpe para que Diego no se enojara conmigo.
La semana pasó sin novedades, más allá de algún insulto o empujón de Carolina. Nos buscábamos para pelear. Podía sentirlo. Lo sabía. Cuando nuestras miradas se cruzaban en el comedor, o en la pileta, podía sentir el deseo en ella. Sus ojos me desnudaban con la mirada a la vista de todo el mundo y esto, lejos de preocuparme, me excitaba. Diego parecía afectado y después de verme la boca hinchada me acompañó a casa toda la semana. Se quedaba a dormir. No tenía posibilidad de acercarme a Carolina. Tenía que inventar algo.