Enemigas (Capítulo 2)
Dos rivales que se odian a muerte descubren un nuevo modo de lidiar
Entramos en casa tratando de hacer el menor ruido posible. Podíamos sentir nuestras respiraciones agitadas. Tenía una revolución en el estómago, me temblaban las piernas y estaba mojada. Entramos en mi dormitorio y me volví para cerrar la puerta con llave. No era cosa que mis padres nos vieran. Inmediatamente, Carolina se acercó y se apoyó sobre mí. Sentía su vulva pegada a mis nalgas. Su boca se posó en mi cuello y comenzó a darme besos y a morderme suavemente. Su mano izquierda buscó mi entrepierna y con su mano derecha alcanzó mis senos.
Me apreté lo más que pude contra ella. Estábamos hirviendo y muy agitadas. De repente sentí su lengua en mi oreja. Sus dedos aprisionaron mi pezón y comenzaron a juguetear con él, mientras su mano izquierda comprobaba cuán húmeda estaba. Su boca comenzó a reptar por mi cuello y mis dos manos aferraron la de ella y la obligaron a internarse en mi bombachita. Carolina me dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja y se me erizaron los pelos. Si alguien me hubiera dicho que iba a terminar enrollada con la mina que más odio, jamás lo hubiera creído. Pero era así. El odio que nos teníamos era inmenso. Pero por alguna razón, la situación nos gustaba a ambas. Su lengua reemplazó a sus dientes y no pude más y volteé mi cabeza, saqué la lengua y nos enredamos en un húmedo y apasionado beso francés que duró una eternidad. Estaba recaliente y me di vuelta. Quedamos frente a frente y nos volvimos a besar. Parecíamos novias. Un leve piquito, un beso de lengua, me lamía los labios, yo a ella, chupábamos nuestras lenguas como si de penes se tratara. Y todo esto mientras intentaba desabrocharle el pantalón. Con la excitación que tenía, los dedos no me respondían, así que me tuvo que ayudar sin dejar de morrearse conmigo. A estas alturas nuestras bocas estaban hinchadas y sensibilizadas de tanto besarnos. Nos lamimos nuestras heridas como gatas en celo mientras nos íbamos desnudando.
Unos segunditos después estábamos las dos arrodilladas en la cama, solamente vestidas con las tangas y una remera cada una. Carolina me levantó la remera y besó mis senos por sobre el corpiño. Pensé que mis pezones lo iban a reventar. Sentí sus dientes a través de la tela y me dejé caer en la cama. Carolina se quitó la remera y me ayudó a hacer lo mismo. Estábamos vestidas sólo con nuestra ropa íntima y su lengua reptaba arriba y abajo. Cada vez que posaba sus labios sobre alguna parte de mi cuerpo, pensaba que me iba a descargar, pero quería más. Ella siguió bajando y comenzó a besarme la parte interna de los muslos. Comencé a retorcerme de placer. Su aliento se posó sobre mi vulva cubierta por la ropa interior y empecé a pedirle que no se detuviera. La tomé de los cabellos y apreté su cara contra mi concha. Ella mordisqueaba juguetonamente mientras yo me retorcía de placer. Con sus dientes comenzó a tirar de mi ropa íntima. Mis dedos se divertían con sus cabellos lacios. Nos desnudamos por completo y ya sentía la electricidad cada vez que me tocaba.
Su pícara viborita intentó meterse en mi cuevita. Tímida al principio. Para después comenzar a manifestarse como una experta en el tema. No podía dejar de retorcerme y le pedía que no se detuviera. Sus manos llegaron hasta mis senos y me dedicaron las más placenteras caricias que haya tenido alguna vez. Cerré los ojos y bajé mis manos acariciando sus brazos hasta llegar a sus pezones para devolverle un poco de la magia que me estaba dando. No podía dejar de retorcerme. Su lengua, ágil como una saeta logró alcanzar mi delicado botoncito y no pude reprimir unos gemidos. Carolina tomó mi botón entre sus labios y lo acariciaba con la punta de su lengua. Sentía que me iba a correr de un momento a otro. Mis caricias en sus senos comenzaron a hacerse un poco más fuertes a medida que aumentaba mi excitación. Ella hizo lo mismo y me vine como nunca. Fue el mejor orgasmo que había tenido hasta el momento. ¡Era maravillosa! Pero extraña a la vez. No podía estar pasando la mejor cogida de mi vida con una mina que encima, me odiaba de la misma manera que yo a ella. Levantó su rostro lleno de mis flujos y comenzó a reptar por s
obre mi cuerpo hasta quedar tendida por completo encima mío. Nuestros pechos se unieron coincidiendo nuestros pezones y sentía sus vellos sobre los míos completamente mojados. Me besó y sentí mi sabor en su boca. No podíamos quedarnos quietas. Nuestras manos serpenteaban sobre el cuerpo de la otra buscando nuestros puntos más débiles. Me besó muy lascivamente, cosa que respondí y me sorprendió diciéndome.
_ Ahora te toca a vos.
_ ¿Qué? _ Chupáme la concha, Roxana.
_ Estás loca. Yo no soy lesbiana.
_ ¿Ah, no? ¿Y qué estuviste haciendo, recién? _ Vos me besaste primero.
_ Pero bien que te gustó.
_ Vos sos la lesbiana acá. Te morías de ganas por acostarte conmigo.
_ Para nada. Pero para no ser lesbiana, besas muy bien.
_Estás loca.
_ Si no me chupas la concha voy a salir desnuda al pasillo y le voy a decir a tus viejos lo que estuvimos haciendo.
_ No. Por favor. No lo hagas.
_ Ok. No se lo digo pero…
_ ¿Pero qué? _ Pero hacés lo que yo te diga. ¿De acuerdo? Asentí e inmediatamente sentí sus labios posarse sobre los míos. Me besaba dulcemente mientras se movía frotando su vientre contra el mío. Sus manos buscaron las mías y entrelazó sus dedos con los míos. Me besó toda la cara y me fui aflojando. Me susurraba al oído y sentí su aliento detenerse sobre mi boca.
_ No tengas miedo. Te va a gustar.
Eso, fuera verdad o mentira, terminó de confundirme y por toda respuesta saqué la lengua y la besé. Nos morreamos locamente y algo se encendió en mí.
Comencé a lamer sus senos, eran grandes y firmes. Nunca lo había hecho, pero la sensación era inmensamente placentera. Los dedos de Carolina jugaban con mis rulos mientras me iba diciendo cómo devorarla.
Suavemente fue guiando mi cabeza hacia su entrepierna. No podía dejar de aspirar su aroma y sentir la suavidad de su piel. Era muy suave y me vinieron ganas de quedarme así con ella toda las vida. Que ese instante no se terminara nunca. Eso era lo único que quería en ese momento. Ni siquiera con Diego, mi novio, disfrutaba tanto del sexo. En realidad, con él no disfrutaba en nada pero no quería estar sola y todos me veían como una devoradora de hombres, por lo que nunca se me acercaban más que para conversar. Nunca pasaban de allí. Pero esto, esto era diferente. Mágico. Besé sus muslos, la cara interna subiendo y bajando por ellos hasta llegar a las rodillas. Tenía miedo y quería dilatar el instante, pero también quería descubrir eso nuevo. Estaba confundida. Continué surcando el portal de su monte de Venus hasta que sentí sus vellos púbicos en mi mejilla y, por instinto, me hundí en ella, embriagándome con su aroma, con su sabor. Mi lengua se moría de ganas por disfrutar ese festín, pero mi mente todavía dominada por los prejuicios moralistas de la sociedad, todavía me ataba. Los dedos de Carolina seguían deleitándose con mis rulos y sus labios me susurraban lascivamente. Sus manos comenzaron a masajear mis hombros y a terminé de aflojarme. Pero había algo que no terminaba de cerrarme. Ella me había hecho tener un orgasmo y yo todavía me sentía en inferioridad de condiciones. Me sentí vulnerada y quería igualar las cosas. Así fue como saqué mi lengua milla y media y la devoré como si la vida me fuera en ello que, por otra parte, era lo que estaba ocurriendo en ese momento.
Lamía, besaba y mordía sus labios y Carolina se retorcía como poseída por un ejército de demonios. Se había tapado la cara con la almohada para ahogar sus gemidos y que mis padres no nos escucharan.
Se me había acalambrado la mandíbula y había descubierto nuevas zonas de placer. No iba a dejarla con el trabajo a medio hacer, de manera que le metí dos dedos y le friccioné el clítoris con la uña.
_ Roxana. No pares. Seguí. Sos genial. Si hubiera sabido que eras tan buena, te hubiera cogido antes. _ Jadeaba Carolina en un tono que no hizo otra cosa que calentarme aún más, si es que eso es posible. Saqué fuerzas de no sé donde y con un esfuerzo sobrehumano volví a devorarla. Me dolía la quijada, y sentía la lengua pesada, pero no iba a aflojar ahora.
Carolina se corrió inundándome y casi me ahogo. Su sabor era exquisito. Agridulce y mejor que cualquier semen que haya conocido. Me maldije a mí m
isma por no haberlo descubierto antes.
Carolina me tomó de la barbilla y me condujo directamente a su boca. Me besó dulcemente. Como nunca antes lo habían hecho y me abrazó. Nos quedamos así, en silencio. Abrazadas disfrutando del calor de nuestros cuerpos. Restregándonos suavemente como dos gatas en celo, lamiéndonos nuestras heridas de guerra. El amanecer nos encontró abrazadas y besándonos como enamoradas.
Las cosas no cambiaron entre nosotras. Seguimos siendo enemigas y cada vez que podemos nos agredimos. Pero las cosas cambian cuando nos encontramos solas en el parque o nos hablamos por teléfono.
Unos días después nos peleamos en un cumpleaños y nos hicieron reconciliar con un piquito. Pensé que nos habían descubierto pero no. Igualmente, Carolina aprovechó la ocasión para darme un beso francés como Dios manda, con tocada de culo y todo! Después dijimos que estábamos borrachas y todo eso. La semana pasada me invitó a su casa la noche anterior al campamento de cierre de la colonia. Pero esa, esa es otra historia que les contaré en otro momento.