Enemigas (Capitulo 1)
Dos rivales que se odian a muerte descubren un nuevo modo de lidiar
Mi nombre es Roxana. Tengo diecisiete años. Mido 1.66, tengo cabello enrulado castaño oscuro con tintes rojizos y, si bien soy menuda, tengo todo debidamente proporcionado. Según mi novio soy “manuable” y tengo lo justo.
El verano pasado fui a una colonia de vacaciones. Nos conocíamos casi todos los chicos del barrio. Hacíamos algunas actividades recreativas y tres veces por semana nos llevaban a una pileta de natación. Los chicos del curso eran algo lentos y muy chiquilines, por lo que me aburría bastante. Para peor de mis males, también estaban Carolina y sus amigas. No sólo las había tenido que soportar en el colegio, durante todo el año, sino que también me las tenía que seguir aguantando acá.
Así y todo, nos tocaba alguna actividad conjunta y teníamos que participar sin la menor queja. Podía sentir el odio en su mirada. Y creo que yo también la odiaba. Carolina es apenas más alta que yo, con una delantera un poco grande para una chica de 17 años. Era insoportable y varias veces nos habíamos peleado en el colegio, pero no pasó de un par de bofetadas y empujones.
Una noche, estábamos en el parque donde nos reuníamos con mis amigos del barrio y ella, desde unas escalinatas comenzó a burlarse de mí. Me molestó tanto que quise correrla para ir a pegarle. Así fue como nos alejamos de los demás y le perdí el rastro. Me molestó y volví con mis amigos. Más tarde, cuando volvía a casa me la crucé en medio del parque. Era de noche, no había nadie y sólo funcionaba un farol.
_ Ahora no están tus amiguitos. ¿Te la bancás, trola de mierda? _ Me preguntó mientras colocaba sus manos en la cintura desafiándome.
_ No necesito a nadie para enseñarte educación. Le pegué una cachetada y me la devolvió con una velocidad que no esperaba. Me lancé sobre ella y rodamos por el pasto mientras nos pateábamos y pegábamos con los puños. Ella comenzó a tirarme del cabello y comencé a hacerle lo mismo. Me dolía pero no iba a dejarme vencer por esta puta. Esta vez íbamos a ir más allá del asunto. Seguimos forcejeando y Carolina logró dominarme. Me tenía firmemente agarrada por las muñecas y se sentó a horcajadas sobre mí. Forcejeé para zafarme y no pude. Entonces, Carolina al ver mi desesperación me gritó si aceptaba que ella era más que yo. Por toda respuesta le escupí la cara. Eso la enfureció y me dio una trompada en la boca que me partió el labio. Sentí la sangre en la punta de mi lengua y me di cuenta de que si no reaccionaba iba a pasarlo muy mal. Levanté mi puño y le tiré un par de golpes sin mejores resultados hasta que sentí un quejido de ella. Se quitó de encima mío y se hizo un ovillo a mi lado. Pude ver mi mano. Estaba teñida de rojo. También le había sangrado la boca. Me sentía medio atontada por los golpes que había recibido y cuando quise levantarme, nuevamente Carolina se había sentado a horcajadas sobre mí. Esta vez no le dejé dominar mis muñecas y entrelazamos nuestros dedos mientras forcejeábamos. Nuestras entrepiernas entraron en contacto friccionándose, provocándome una leve humedad. ¿Qué me estaba pasando? ¿Me estaba excitando mientras peleaba con la mujer que más odiaba en el mundo? Dada la situación me solté una mano y le apreté una teta con la esperanza de que el dolor me la quitara de encima. Pero no. Ella hizo lo mismo y nos estrujamos mutuamente en una competencia por ver quién resistía más. Por eso tuve que volver a agarrar su mano y nuevamente entrelazamos los dedos mientras nos debatíamos febrilmente por vencer. Un momento ella estaba encima mío, al siguiente debajo y de vuelta arriba.
No obstante, Carolina era un poco más fuerte que yo y me dominó. _ Siempre fuiste una putita. _ Me dijo entre jadeos. _ Te odio y me gustaría estrangularte.
Tuve mucho miedo. Estaba cansada e indefensa y sabía que podría hacerlo si se lo proponía. Comencé a forcejear con nuevos bríos y se le escaparon unos quejidos. Sentía la humedad en mi bombacha y no podía entender nada. Estaba muy confundida.
_ Te odio. No voy a matarte. Pero sí voy a marcarte con el “Beso de la muert
e” ¿Sabés lo que es eso? Negué con la cabeza.
_ Es mi marca, putita. Mi forma de que sepas que cada vez que nos veamos, vas a tener que obedecerme a menos que quieras que te de una paliza y le vas a decir a tu novio delante de todo el mundo que te gustan las chicas.
Y bajó su rostro hacia el mío y me lamió el labio superior. Lentamente. Degustándome. Yo peleaba por zafarme, pero sin lograrlo y me besó. Intenté correr la cara pero no pude. Sentía sus pechos apoyados sobre los míos y estaba algo excitada y confundida por todo lo que estaba pasando. Abrí mi boca y acepté el beso. Nos comimos ávidamente, como si siempre hubiéramos estado esperando este momento. En unos segundos nuestras lenguas estaban fundiéndose descontroladamente. Sus manos ahora comenzaron a deslizarse por mis brazos para posarse en mis mejillas mientras degustábamos nuestros labios. Sentí el sabor de su sangre y comencé e acariciar su espalda. Sentí sus manos reptando por mi cuerpo hasta posarse en mis senos sin dejar de jugar con su lengua en mi boca. Jadeábamos desenfrenadas dándonos pequeños mordisquitos en los labios mientras nos desabrochábamos los pantalones. Mi mano izquierda bajó el cierre de su jean mientras la derecha recorría la curva de su culo. Ella hacía lo mismo conmigo y estuvimos explorándonos unos minutos. Jadeando y disfrutando de estas nuevas sensaciones. Sentí sus dedos sobre mi ropa interior y tuve un estremecimiento. Introduje mis dedos en su entrepierna y pude comprobar que Carolina estaba tan húmeda como yo.
A estas alturas, nuestros pezones se acariciaban a través de las remeras. Carolina tenía unos botones durísimos que parecían querer reventar el sostén de un momento a otro.
Repentinamente sentimos un ruido y vimos una luz. Era el guarda que se acercaba. Nos quedamos en silencio, abrazadas esperando que pase de largo. Ella aún estaba encima mío. Por suerte, pasó sin notar nuestra presencia. Carolina apoyó su frente contra la mía y susurró que mejor nos fuéramos. Nos reímos cómplicemente y, luego de darnos un leve piquito, nos arreglamos la ropa y nos pusimos de pie.
_ Bueno. Estuvo bueno. Podríamos “pelearnos” más seguido. _ Le dije mientras le acariciaba la entrepierna con mi dedo mayor.
_ No tan rápido. Esto no terminó. No me voy a ir en este estado. Me dejaste recaliente.
_ ¿Y qué pensás hacer al respecto? _ Respondí picarona sin poder evitar morderme el labio inferior.
_ En casa no, porque está mis hermanos, pero vos tenés un dormitorio para vos sola. ¿No? La tomé de la mano y corrimos hacia mi casa. Casi no podía mantenerme en pie. Me temblaban las piernas y sentía mariposas en el estómago. A estas alturas, mi vulva necesitaba urgente un poco de atención.
Cuando entramos en el ascensor abrió una puerta deteniéndolo entre pisos, me tomó de la barbilla y me arrinconó contra una de las paredes, apoyándose íntegramente sobre mí. Sus pechos coincidían con los míos y entreabrí las piernas para que nuestras vulvas se encontraran y disfrutáramos del roce por sobre la tela de los pantalones. Apoyó su nariz sobre la mía y nuestros alientos volvieron a mezclarse.
_ Esto no cambia nada. Todavía te detesto, pero nunca lo había pasado tan bien con alguien. _ Yo también te odio. Me das asco, pero tengo que reconocer que besás muy bien. ¿Es tu primera vez con una mujer? _ Técnicamente no. A veces practicábamos con mi hermana Cecilia. Pero sí es la primera vez que no lo hago con ella. ¿Vos? _ No. No sé qué hacer. _ Dejáte llevar. De la misma manera que hiciste en el parque. _ Me contestó lamiendo mis labios. Saqué mi lengua y nos morreamos como si fuera la última vez que nos fuéramos a ver. Mis manos se posaron en sus nalgas y comencé a recorrerle el surco. La fricción de nuestros vientres se hizo frenética. Alguien protestó porque hacía rato que estábamos demoradas. Cerramos la puerta y terminamos de subir por la escalera. No queríamos que nos vieran los vecinos. Entramos en casa tratando de hacer el menor ruido posible. Podíamos sentir nuestras respiraciones agitadas. Tenía una revolución en el estómago, me temblaban las piernas y estaba mojada. Entramos en mi dormitorio y me volví para cerrar la puerta con llave. No era cosa que mis padres nos vieran. Inmediatamente, Carolina se acercó y se apoyó sobre m&
iacute;. Sentía su vulva pegada a mis nalgas. Su boca se posó en mi cuello y comenzó a darme besos y a morderme suavemente. Su mano izquierda buscó mi entrepierna y con su mano derecha alcanzó mis senos.
Me apreté lo más que pude contra ella. Estábamos hirviendo y muy agitadas. De repente sentí su lengua en mi oreja. Sus dedos aprisionaron mi pezón y comenzaron a juguetear con él, mientras su mano izquierda comprobaba cuán húmeda estaba. Su boca comenzó a reptar por mi cuello y mis dos manos aferraron la de ella y la obligaron a internarse en mi bombachita. Carolina me dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja y se me erizaron los pelos. Si alguien me hubiera dicho que iba a terminar enrollada con la mina que más odio, jamás lo hubiera creído. Pero era así. El odio que nos teníamos era inmenso. Pero por alguna razón, la situación nos gustaba a ambas. Su lengua reemplazó a sus dientes y no pude más y volteé mi cabeza, saqué la lengua y nos enredamos en un húmedo y apasionado beso francés que duró una eternidad. Estaba recaliente y me di vuelta. Quedamos frente a frente y nos volvimos a besar. Parecíamos novias. Un leve piquito, un beso de lengua, me lamía los labios, yo a ella, chupábamos nuestras lenguas como si de penes se tratara. Y todo esto mientras intentaba desabrocharle el pantalón. Con la excitación que tenía, los dedos no me respondían, así que me tuvo que ayudar sin dejar de morrearse conmigo. A estas alturas nuestras bocas estaban hinchadas y sensibilizadas de tanto besarnos. Nos lamimos nuestras heridas como gatas en celo mientras nos íbamos desnudando.
Unos segunditos después estábamos las dos arrodilladas en la cama, solamente vestidas con las tangas y una remera cada una. Carolina me levantó la remera y besó mis senos por sobre el corpiño. Pensé que mis pezones lo iban a reventar. Sentí sus dientes a través de la tela y me dejé caer en la cama. Carolina se quitó la remera y me ayudó a hacer lo mismo. Estábamos vestidas sólo con nuestra ropa íntima y su lengua reptaba arriba y abajo. Cada vez que posaba sus labios sobre alguna parte de mi cuerpo, pensaba que me iba a descargar, pero quería más. Ella siguió bajando y comenzó a besarme la parte interna de los muslos. Comencé a retorcerme de placer. Su aliento se posó sobre mi vulva cubierta por la ropa interior y empecé a pedirle que no se detuviera. La tomé de los cabellos y apreté su cara contra mi concha. Ella mordisqueaba juguetonamente mientras yo me retorcía de placer. Con sus dientes comenzó a tirar de mi ropa íntima. Mis dedos se divertían con sus cabellos lacios. Nos desnudamos por completo y ya sentía la electricidad cada vez que me tocaba.
Su pícara viborita intentó meterse en mi cuevita. Tímida al principio,. Para después comenzar a manifestase como una experta en el tema. No podía dejar de retorcerme y le pedía que no se detuviera. Sus manos llegaron hasta mis senos y me dedicaron las más placenteras caricias que haya tenido alguna vez. Cerré los ojos y bajé mis manos acariciando sus brazos hasta llegar a sus pezones para devolverle un poco de la magia que me estaba dando. No podía dejar de retorcerme. Su lengua, ágil como una saeta logró alcanzar mi delicado botoncito y no pude reprimir unos gemidos. Carolina tomó mi botón entre sus labios y lo acariciaba con la punta de su lengua. Sentía que me iba a correr de un momento a otro. Mis caricias en sus senos comenzaron a hacerse un poco más fuertes a medida que aumentaba mi excitación. Ella hizo lo mismo y me vine como nunca. Fue el mejor orgasmo que había tenido hasta el momento. ¡Era maravillosa! Pero extraña a la vez. No podía estar pasando la mejor cogida de mi vida con una mina que encima, me odiaba de la misma manera que yo a ella. Levantó su rostro lleno de mis flujos y comenzó a reptar por sobre mi cuerpo hasta quedar tendida por completo encima mío. Nuestros pechos se unieron coincidiendo nuestros pezones y sentía sus vellos sobre los míos completamente mojados. Me besó y sentí mi sabor en su boca. No podíamos quedarnos quietas. Nuestras manos serpenteaban sobre el cuerpo de la otra buscando nuestros puntos más débiles. Me besó muy lascivamente, cosa que respondí y me sorprendió diciéndome.
_ Ahora te toca a vos.
_ ¿Qué? _ Chupáme la concha, R
oxana.
_ Estás loca. Yo no soy lesbiana.
_ ¿Ah, no? ¿Y qué estuviste haciendo, recién? _ Vos me besaste primero.
_ Pero bien que te gustó.
_ Vos sos la lesbiana acá. Te morías de ganas por acostarte conmigo.
_ Para nada. Pero para no ser lesbiana, besás muy bien.
_Estás loca.
_ Si no me chupás la concha voy a salir desnuda al pasillo y le voy a decir a tus viejos lo que estuvimos haciendo.
_ No. Por favor. No lo hagas.
_ Ok. No se lo digo pero… _ ¿Pero qué? _ Pero hacés lo que yo te diga. ¿De acuerdo? Asentí e inmediatamente sentí sus labios posarse sobre los míos. Me besaba dulcemente mientras se movía frotando su vientre contra el mío. Sus manos buscaron las mías y entrelazó sus dedos con los míos. Me besó toda la cara y me fui aflojando. Me susrraba al oído y sentí su aliento detenerse sobre mi boca.
_ No tengas miedo. Te va a gustar.
Eso, fuera verdad o mentira, terminó de confundirme y por toda respuesta saqué la lengua y la besé. Nos morreamos locamente y algo se encendió en mí.
Comencé a lamer sus senos, eran grandes y firmes. Nunca lo había hecho, pero la sensación era inmensamente placentera. Los dedos de Carolina jugaban con mis rulos mientras me iba diciendo cómo devorarla.
Suavemente fue guiando mi cabeza hacia su entrepierna. No podía dejar de aspirar su aroma y sentir la suavidad de su piel. Era muy suave y me vinieron ganas de quedarme así con ella toda las vida. Que ese instante no se terminara nunca. Eso era lo único que quería en ese momento. Ni siquiera con Diego, mi novio, disfrutaba tanto del sexo. En realidad, con él no disfrutaba en nada pero no quería estar sola y todos me veían como una devoradora de hombres, por lo que nunca se me acercaban más que para conversar. Nunca pasaban de allí. Pero esto, esto era diferente. Mágico. Besé sus muslos, la cara interna subiendo y bajando por ellos hasta llegar a las rodillas. Tenía miedo y quería dilatar el instante, pero también quería descubrir eso nuevo. Estaba confundida. Continué surcando el portal de su monte de Venus hasta que sentí sus vellos púbicos en mi mejilla y, por instinto, me hundí en ella, embriagándome con su aroma, con su sabor. Mi lengua se moría de ganas por disfrutar ese festín, pero mi mente todavía dominada por los prejuicios moralistas de la sociedad, todavía me ataba. Los dedos de Carolina seguían deleitándose con mis rulos y sus labios me susurraban lascivamente. Sus manos comenzaron a masajear mis hombros y a terminé de aflojarme. Pero había algo que no terminaba de cerrarme. Ella me había hecho tener un orgasmo y yo todavía me sentía en inferioridad de condiciones. Me sentí vulnerada y quería igualar las cosas. Así fue como saqué mi lengua milla y media y la devoré como si la vida me fuera en ello que, por otra parte, era lo que estaba ocurriendo en ese momento.
Lamía, besaba y mordía sus labios y Carolina se retorcía como poseída por un ejército de demonios. Se había tapado la cara con la almohada para ahogar sus gemidos y que mis padres no nos escucharan.
Se me había acalambrado la mandíbula y había descubierto nuevas zonas de placer. No iba a dejarla con el trabajo a medio hacer, de manera que le metí dos dedos y le friccioné el clítoris con la uña.
_ Roxana. No pares. Seguí. Sos genial. Si hubiera sabido que eras tan buena, te hubiera cogido antes. _ Jadeaba Carolina en un tono que no hizo otra cosa que calentarme aún más, si es que eso es posible. Saqué fuerzas de no sé donde y con un esfuerzo sobrehumano volví a devorarla. Me dolía la quijada, y sentía la lengua pesada, pero no iba a aflojar ahora.
Carolina se corrió inundándome y casi me ahogo. Su sabor era exquisito. Agridulce y mejor que cualquier semen que haya conocido. Me maldije a mí misma por no haberlo descubierto antes.
Carolina me tomó de la barbilla y me condujo directamente a su boca. Me besó dulcemente. Como nunca antes lo habían hecho y me abrazó. Nos quedamos así, en silencio. Abrazadas disfrutando del calor de nuestros cuerpos. Restregándonos suavemente como dos gatas en celo, lamiéndonos nuestras heridas de guerra. El amanecer nos encontró abrazadas y besándonos como enamoradas.
Las cosas no cambiaron entre nosotras. Seguimos siendo enemigas y cada vez que
podemos nos agredimos. Pero las cosas cambian cuando nos encontramos solas en el parque o nos hablamos por teléfono.
Unos días después nos peleamos en un cumpleaños y nos hicieron reconciliar con un piquito. Pensé que nos habían descubierto pero no. Igualmente, Carolina aprovechó la ocasión para darme un beso francés como Dios manda, con tocada de culo y todo! Después dijimos que estábamos borrachas y todo eso. La semana pasada me invitó a su casa la noche anterior al campamento de cierre de la colonia. Pero esa, esa es otra historia que les contaré en otro momento.