Encuentros libidinosos con mi tía (3): el invierno

Tercera parte de los encuentros, cada vez más sexuales y repletos de erotismo.

Habían pasado casi cuatro meses desde que me iniciara en el nudismo con mi tía en su terraza. En todo este tiempo no habíamos podido repetir la experiencia, porque desmontaron la piscina y llegó el frío. Tampoco habíamos hablado apenas del tema, ya que normalmente cuando nos veíamos, estábamos con los demás familiares y no queríamos que se supiera. Pero en una ocasión nos quedamos solos en la cocina de su casa después de una comida familiar, y mientras le ayudaba a recoger, me contó algunas de las experiencias que vivió en sus vacaciones.

Me relató que no fue difícil quedarse a solas con mi tío para ir a la playa, porque aunque mi primo también fue con ellos, se quedaba casi siempre con la animación del hotel o jugando al ping pong con amigos que se echó allí. Por eso aprovechaban por las tardes para descubrir algunas playas y calas en las que desnudarse. Los primeros días no se atrevió, y sólo hizo top-less en playas textiles. Pero después, viendo que mi primo estaba más interesado en las actividades para jóvenes del hotel que en ir con ellos, mi tía se lo propuso a mi tío. Aunque receloso al principio, aceptó y preguntaron en información sobre playas nudistas cercanas. Había dos que eran visitadas habitualmente por naturistas, pero además no lejos de la ciudad había muchas calas poco frecuentadas. Visitaron unas cuantas, tanto playas nudistas, como calas solitarias. Estaba claro que no me iba a contar que hizo el amor con mi tío en la arena, bajo los rayos del sol; pero sí me confesó que ella, en cuanto pisó una de las playas en la había gente desnuda, no lo dudó y se despojó de todo el bikini, ante el asombro de mi tío, y fue andando así hasta el lugar donde colocaron la toalla. Dijo que en seguida se le fue la vergüenza, y que sin duda a ello había contribuido el estar conmigo desnuda en la piscina. Mi tío tardó más rato en quitarse el bañador, pero al final imitó a su mujer y se quedó en pelotas también. Para concluir su relato, me recomendó vivamente que visitara playas nudistas, que fuera a ríos, pantanos, a cualquier sitio en el que desnudarte y sentir la naturaleza, la brisa y el sol.

Estas historias me excitaron, pero a la vez me entristeció el pensar que seguramente ya no la vería desnuda a ella hasta el año siguiente, o tal vez nunca. Me equivocaba de medio a medio. Sí que la vi, y además obtuve la mejor recompensa posible y que jamás hubiera imaginado.

La semana antes de Navidad siempre hacemos en mi familia una comida y cena a la que vienen familiares de otras ciudades, y nos juntamos bastante gente. Cada vez la hacemos en una casa (un año en la mía, y al siguiente en la de mis tíos), y este tocaba en la suya. Desde que era pequeño, me quedaba a dormir cuando tocaba allí, y mi primo se quedaba en mi casa cuando tocaba en la nuestra.

La cena transcurrió muy bien, todo el mundo comió y bebió mucho, y se contaron viejas anécdotas familiares. Mi tío se tuvo que ir nada más cenar, porque iba de noche y entraba a las doce. Después de los cafés, los chupitos, y alguna copa, la gente ya se empezaba a recoger. Mis padres se fueron a dormir, con unos tíos que viven fuera, y que pasarían la noche en mi casa. Yo iba a dormir en la habitación de mi primo en una cama supletoria, como siempre, porque además otros familiares ocupaban la habitación de invitados. Total, que la disposición sería la siguiente: mi primo y yo en su habitación, mi tía en su dormitorio, y otros tíos en la de invitados. Los jóvenes nos fuimos ya a la cama, para jugar un rato a la consola mientras los mayores se quedaban echando los últimos tragos.

Después de haber jugado varias partidas a la play, los ojos se nos cerraban por el cansancio y nos echamos a dormir. Pero el problema era el siguiente: yo no conseguía conciliar el sueño, y no por el rumor y murmullo constante de voces que llegaba desde el salón, sino porque a mi primo le estaba empezando a cambiar la voz, y este año había empezado a roncar. Pasó un buen rato, y yo me desesperaba. A pesar de que estaba cansado, no me podía dormir debido a los ronquidos, y no sabía qué hacer. Por fin, me levanté y fui al salón, donde todavía estaban mis tíos los invitados y mi tía la nudista.

  • El primo está roncando y no me puedo dormir, yo ya no puedo más- dije, con la intención de que me llevaran a mi casa y poder echarme a mi cama.

Sin embargo, a esas horas, y después de haber bebido unos cuantos cubalibres después de la copiosa cena, no era muy prudente y ni siquiera se dieron cuenta de que lo que quería era ir a mi casa.

  • Bueno, pues échate en mi cama, que el tío no vendrá hasta por la mañana, y le dejo una nota para que cuando llegue se eche en la habitación del primo- aquello era totalmente inesperado por mí, pero lo acogí de muy buena gana.

  • Vale, pues me acuesto ya- y me dirigí al dormitorio de matrimonio.

Aunque tenía sueño, el pensamiento de ir a esa cama, donde mis tíos follaban, me excitó mucho, y cuando me metí en ella intenté sentir y respirar su aroma. Empecé a imaginarme a mi tía desnuda, pero no como en verano, cuando era algo en plan naturalista, sino a cuatro patas, siendo penetrada por atrás o chupando la polla de mi tío. No tardó en empinárseme, y me la toqué un poco, pero no me pareció prudente y dejándola en su sitio, intenté dormirme.

El cansancio me vencía y estaba ya medio frito, en ese estado en el que la mente divaga y empiezas a soñar sin llegar a estar dormido del todo, cuando escuché que la puerta se entreabría, y vi una tenue claridad exterior. Era mi tía, que no encendió la luz porque pensaba que ya estaba dormido. Por eso no pude ver con nitidez cómo se cambiaba, pero intuí todos los movimientos de la silueta que se encontraba frente a mí. Primero se quitó la parte de arriba, y luego el sujetador. Estaba con las tetas al aire. Lástima que no las contemplara como hacía unos meses. Después el pantalón, y se sentó para quitarse los calcetines. Deseé que sus costumbres nudistas hubieran llegado hasta el punto de dormir desnuda y se despojase de la única prenda que le quedaba, las bragas. En lugar de eso, lo que hizo fue ponerse lo que me pareció un camisón, y que en efecto posteriormente comprobé que lo era. Todo lo hizo con mucho cuidado, despacio, e intentando ser silenciosa. Sin embargo, sus esfuerzos eran en balde, pues desde el instante en que entró en la habitación yo me despejé completamente y me puse nervioso de compartir alcoba y lecho con mi amante platónica, mi tía.

Como no hice ningún ruido, y no alteré la respiración ni tampoco me moví, a ella no le quedó ninguna duda de que me hallaba en los brazos de Morfeo. Creo recordar que serían sobre las dos de la mañana, según el radio despertador de la mesilla. Me quedé en la misma postura lo que me pareció una eternidad, no sé cuánto tiempo, pero mucho. Alguna extremidad se me entumecía, pero no por ello variaba mi posición. Esperaba cualquier señal que me indicara que ya se había dormido, y así intentar sobarle lo que me fuera posible. Habría pasado una hora aproximadamente, cuando realicé el primer acercamiento. Creí que era un tiempo prudencial, teniendo en cuenta además que había bebido y se dormiría fácilmente.

Así que me la jugué. Ella estaba de lado, dándome la espalda. Le puse la mano en el culo, muy suavemente, como si se tratara de parte de la sábana o del camisón, que le llegaba hasta algo más arriba de la rodilla. La dejé ahí, acostumbrándome al tacto y al calor, intentando que ella no notara ningún cambio. Pero no podía aguantar y tenía que palparle más. Bajé a la pierna, rozando, casi sin tocar; era muy agradable acariciar el fino vello que aparecía por los muslos. Le situé el antebrazo en la parte baja del culo, colocando los dedos en el coño por fuera, tocando las bragas. No me podía creer que tuviera la mano ahí. Me hubiera gustado ir hasta los pies, pero no quería hacer movimientos bruscos, de modo que la empecé a tocar con los míos propios. Me puso muy cachondo entrar en contacto con sus dedos, y notar sus uñas arañando levemente mi empeine, sin apartar mi mano de su entrepierna.

Paré, porque sabía que si seguía me iba a exceder y ella terminaría despertándose. Así que me relajé un poco, me acerqué a su cuerpo lo más posible, y me quedé quieto. Sentía su respiración, y me tranquilizó comprobar que seguía dormida. No pude esperar, mi líbido iba en aumento y tenía la polla completamente empinada. Así que del culo y el chocho pasé a la cadera, y de ahí a la cintura. Tenía los pechos a mi alcance, pero no me decidía. En ese momento se movió un poco, y yo me asusté. Creí que la había despertado. Pero era una falsa alarma, lo único que hizo fue variar su postura, para ofrecerme una mejor posición de cara a tocarle las tetas. Distinguí, en plena oscuridad, muy difusamente el contorno redondeado de su pecho. Lo toqué primero con el dedo índice, como quien toca algo para asegurarse de que es cierto. Luego hice un cuenco con mi mano, y le recogí el seno izquierdo. Noté bajo mi palma su pezón, que se puso erecto cuando lo acaricié con los dedos sobre el camisón de raso.

Con la otra mano empecé a tocarme la picha por fuera de la ropa, mientras introducía un dedo dentro del escote para tocar la teta por dentro. No llegué a la aureola, pero percibí toda la redondez de su busto. Tenía que parar o se despertaría; aquello ya era demasiado. Pero no quería detenerme, mi mano estaba en su pecho sin su consentimiento, y la hubiera penetrado también aunque no me lo permitiera. Así que me retiré, pero no porque fuera a contener mi deseo, sino porque la polla se me salía del pantalón. Dejé de meneármela por fuera, me la saqué, y comencé a subir y bajar la piel. Ahora ya no tocaba a mi tía, aunque me arrimé a ella, para masturbarme muy cerca de su cuerpo. Me giré y le rocé con mi miembro; la delicada tela de su camisón causaba escalofríos de placer al contacto con mi glande.

De todas formas, pese a la excitación del momento, no perdí la cabeza y seguí haciendo todo lenta y cuidadosamente. Me puse boca arriba y bajé la manta de mi lado, para tener más libertad y poder cascármela más fácilmente. Seguí con mi paja, a pocas revoluciones para no agitar demasiado el colchón. Pero entonces mi tía se giró hacia mi y me quedé petrificado. Ahora sí estaba despierta. Sabía que lo estaba. Ella no dijo nada ni se alteró, pero me di cuenta de que ya no estaba dormida, y no podía adivinar desde cuándo. Era una situación similar a cuando me pilló en el baño, pero mucho más comprometida, y al igual que entonces, en un instante se me ocurrieron varias cosas: hacerme el dormido, girarme hacia el otro lado, taparme con la manta. Sin embargo, no hizo falta nada de eso, porque esta vez fue mi tía quien se encargó de solucionar el entuerto.

Ante mi sorpresa, en vez de reprocharme la situación, o de sobresaltarse por mi lasciva conducta, me puso la mano en la cadera, y agarrando el pantalón y los calzoncillos, me los bajó y me los quitó. Subió la mano por mis piernas, manoseándome los pies, los tobillos, los gemelos, las rodillas y los muslos, como si quisiera imitar el masaje que le había dado hacía más de un año. Se acercaba a los genitales, pero ni siquiera los rozó, porque siguió hacia arriba para quitarme la camiseta. Una vez más, estaba desnudo al lado de mi, ahora sí, excitada tía. Se recreó un momento en mis pezones, jugueteando y pellizcándomelos; no cabía duda de que quería estimularme más y disfrutaba haciéndolo. Pasó la mano por mi vientre y se dirigió a mi sexo. Yo la quería besar y quitar la ropa, y no hubiera tenido ningún reparo en hacerle el amor pese a ser mi tía; pero no iba a hacer nada que ella no quisiera o que no me ofreciera, estaba a su merced y era ella quien mandaba.

Aunque pareció tener un leve instante de indecisión, por fin acercó la mano y me acarició los huevos. Se puso a toquetearlos, primero uno, luego otro, y después los dos juntos, haciendo que yo me desesperara por las ganas que tenía de que me cogiera la polla. Eso es lo siguiente que hizo, la agarró firmemente, y comenzó a batir. Le daba arriba y abajo, a un ritmo regular, ni muy flojo ni muy rápido. Se notaba que tenía experiencia. Nunca me habría imaginado -pese a haber tenido mil fantasías con ella- que realmente me iba a hacer una paja. Yo no quería hacer ruido, pues la puerta estaba entreabierta y había gente en la casa, pero no pude evitar jadear; además quería que ella sintiera el placer que me daba. A veces frenaba, y luego reanudaba con la misma cadencia que antes. Otras veces paraba del todo, y como mi glande estaba muy lubricado, se ponía a describir círculos en él, por la punta y la parte de abajo. Aquello me volvía loco de gusto, y se me escapaba algún “ahh” a un mayor volumen.

Pero ninguno de los dos había abierto todavía la boca. Yo no me atrevía, y no hubiera sabido qué decir. Ella tampoco había hablado, supongo que o no se atrevía o no quería romper la magia del momento. El caso es que seguía masturbándome, parando para frotarme el capullo, y así darme descanso y estar más tiempo disfrutando de esta nueva experiencia para los dos.

Parecía que supiera cuándo estaba más cerca del orgasmo, porque sin necesidad de avisarle, dejaba de darme. Le quería tocar todo, arrancarle el camisón y follármela. Pero como ya he explicado antes, era ella quien dirigía y no iba a ser yo quien tomara la iniciativa. Además ya me sentía recompensado con creces.

Después de un buen rato masturbándome, simplemente me ordenó:

  • Córrete.

Y acelerando el ritmo, casi sin tiempo de prepararme, le dio fuertemente hasta que alcancé un climax brutal, como muy pocos he tenido después. Así me quedé, boca arriba, exhausto pese a haber permanecido quieto, y sumamente feliz. Mi tía, a quien en mi imaginación le había hecho de todo, al fin se había dado cuenta de cómo la veía en realidad.

Se tumbó en la cama y se acomodó, todavía sin pronunciar palabra. Yo le hubiera querido decir algo, pero no encontré el valor suficiente para entablar conversación, ni siquiera para decirle un simple “gracias”. Pero tampoco me preocupó mucho, de modo que me acurruqué desnudo como estaba, y me tapé con la manta, dispuesto a dormirme, sin importarme el semen que había por las sábanas y que se impregnaba en mi piel y en la de mi adorada tía.

Un rato después, cuando ya me hallaba medio dormido, ella fue la que rompió sorpresivamente el silencio:

  • Es que… este verano, uno de los días que viniste, estabas solo en la piscina. Yo llegué y te vi tocándote. No es algo malo, yo misma lo hacía de joven, y ahora a veces también… Me da mucha vergüenza hablar de esto. Me quedé un poco parada, eso es una cosa de cada cual, y yo no quería salir y decirte nada, ni que te sintieras avergonzado… ya te digo que es algo de cada persona y no quería abochornarte. Pero no me pude ir, te miré desde la ventana sin que me vieras. Lo siento.

Me quedé perplejo. Mi tía me había espiado cuando me hice una paja en su terraza. Me quedé con una sensación extraña, como si me hubieran descubierto una parte que era desconocida por la gente, pero a la vez resultaba excitante.

  • … y ahora, cuando has empezado a tocarme -eso me dejó más desconcertado todavía, se había dado cuenta de que la sobaba, y no había actuado al respecto-, no te he dicho nada. Pero cuando he notado que estabas tocándote tú, primero he pensado en decirte que te vayas a la otra cama. Pero no me parecía bien echarte, y no sé que me ha pasado. Lo siento.

  • Yo…

  • Tranquilo. No hace falta que digas nada. He sido yo.

Pese a sus confusas explicaciones, me quedé a gusto y en paz, y me dormí, sin decir nada más.

Por la mañana me desperté solo en la cama, con una ostentosa erección. Como todavía estaba desnudo, al apartar la manta y cubrirme sólo con la sábana, se formó lo que se llama la “tienda de campaña”. No se me ocurrió nada mejor que hacer que tocármela. Pero oí pasos que subían, de modo que desistí. Era mi tía, que venía a cambiarse.

  • ¿Ya te has despertado? Venga, levántate, que ya están todos abajo.

Me quedé mirando cómo se cambiaba, aunque no pareció que ella estuviera tan cómoda como otras veces. Pero no dijo nada. Después de todo, algo había cambiado.

Primero se quitó la chaqueta de chándal, bajo la que no llevaba nada. Ni camiseta ni sujetador. Se quedó con las tetas colgando. Luego el pantalón, sentándose para quitarse los calcetines tipo media que llevaba hasta la pantorrilla. Sólo le quedaban las bragas. Dudé si se las quitaría, pero sí lo hizo, dejando al descubierto su ahora frondoso coño, cubierto de pelo oscuro por las ingles y buena parte del vientre. Hacía mucho que no se depilaba. Sentí como que me estaba regalando un último desnudo, y esta sensación se acrecentó al comprobar que no se había preparado la ropa antes de desvestirse, sino que se puso a pensar qué se ponía y a buscar las prendas estando ya desnuda, demorando el momento de volver a vestirse. Así pude disfrutar unos minutos más de sus pechos al descubierto, de su hirsuto chocho y de su gran y pálido culo, mientras abría el armario y los cajones, cogiendo y dejando pantalones y blusas. Finalmente se vistió, no muy rápido, sino recreándose y haciendo que yo me recreara. Entendí que era como una especie de despedida, de decirme "disfruta ahora que puede que no lo veas más". Aunque ninguno dijimos nada al respecto, ni mencionamos lo que había sucedido por la noche, de la actitud de ambos se desprendía la idea de que no había ocurrido nada y que no había que hablar del suceso.

  • Vístete, y baja -se limitó a decir, mirando el evidente bulto bajo las sábanas.

Me puse la ropa y acudí a la cocina, a desayunar con los demás familiares invitados. Mi tía y yo hicimos como que no había pasado nada, y nadie pudo sospechar.

Nadie sabe lo que pasó. Por supuesto no lo hemos contado, y entre ella y yo tampoco hemos hablado del tema, al menos refiriéndonos directamente a ello, pero todavía ha habido cierta tensión sexual en algunas situaciones.