Encuentros Húmedos

Continúan las aventuras del caballero Oicán en su lucha contra vampiros y otros seres sobrenaturales.

ENCUENTROS HÚMEDOS

N. del A.: En este relato intervienen los protagonistas de los cuentos " El Príncipe y el Caballero ", " El Duelo ", "Espadas, Traiciones y Vampiros ( I y II )" y " Espejo, Espejito ". Recomiendo leer antes estos relatos para una mejor comprensión de la historia.

I. EL SILFO

El muchacho avanzó a trompicones por la maraña de árboles hasta llegar al claro en la espesura, donde se formaba el pequeño lago, en la ladera de la montaña. Los juncos surgían de su rivera, mecidos por una ligera brisa. La tranquilidad del lugar y la frialdad de la luna reflejada en las aguas del estanque, contrastaban con la locura y el calor del fuego en los ojos del joven.

Gisber, que así se llamaba el muchacho, se asomó a la superficie hasta verse reflejado en sus aguas.

-Déjate ver. ¡Necesito verte! ¡Sé que eres real!

El grito rasgó el silencio de la noche. Por un momento, el joven de mirada demente observó su alrededor, pero nada vio ni escuchó. De nuevo fijó la mirada en la superficie del lago. Casi pudo ver los ojos grises que le habían embrujado desde hacía días, esos ojos que poblaban sus sueños más apasionados. Sus amigos y familiares le habían dicho que estaba loco, que se había obsesionado con una tonta idea y que debía dejar de creer en personas o seres que no existían.

-¡Contéstame! ¡Háblame! Quiero saber si puedo amarte, si eres un hombre o...

-O un demonio... ¿Y si lo fuese?

El muchacho vaciló. Un sudor frío recorrió sus miembros, a pesar del frío reinante. Sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquel ser, y fascinado por su brillo fosforescente, respondió:

-Si lo fueses, te amaría, como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más allá de ella.

Ante Gisber se hallaba una figura completamente desnuda iluminada tenuemente por la luz de la luna. Era menuda y delgada. Su rostro era muy bello, vagamente femenino, y su rubia cabellera lacia descendía hasta casi su cintura. Pero incluso más extraordinario que su pálida piel azulada, eran sus magnéticos ojos rasgados que casi brillaban en la oscuridad como dos fuegos fatuos. Aquel ser extendió los brazos hacia el muchacho, con una expresión de infinita tristeza.

-¿Cuál es tu nombre, hermoso muchacho?

-Gisber.

-Gisber... Es un nombre muy bonito... Ven... Bésame...

El muchacho sollozaba, súbitamente consciente de su sino, mientras daba un paso hacia aquel ser. Luego otro. Sintió unos brazos delgados atenazarle y un beso helado en sus labios ardientes. Gisber vaciló, perdió pie y cayó al agua.

Las aguas se cerraron por encima de él. Unos grandes círculos concéntricos se aproximaron lentamente a la orilla y expiraron en ella.

Al cabo de unos minutos, dos hombres abandonaron su escondite en la espesura y avanzaron hasta el lago. Vestían pesados ropajes que cubrían su figura casi por completo. El extraño ser en la laguna les observó con aprensión mientras se acercaban. Una de las figuras aplaudió con fingido entusiasmo.

-Bravo. Veo que tenemos ante nosotros a un depredador cuya hambre rivaliza con la nuestra.

El ser de la laguna entornó los ojos con desprecio. Vampiros... Podía reconocer su hedor sobrenatural sin dificultad.

-Buscamos al silfo que llaman Hielo. ¿Sois vos?

La voz del ser se tiñó de sarcasmo. –No veo más silfos por aquí. Sería difícil, por otra parte, siendo el último de mi especie. ¿Puedo saber quién me busca?

-Digamos que somos unos amigos que nos preocupamos por vuestra seguridad.

El ser llamado Hielo rió suavemente, sin humor. -¿Desde cuándo unos seres tan egoístas como los vampiros se preocupan por el bienestar de un silfo?

El encapuchado que llevaba la voz cantante hizo un gesto al otro, quien se retiró la capa, descubriendo un extraño símbolo en su solapa. La expresión indiferente de Hielo no varió un ápice al distinguir el emblema de los odiados Cazadores pero sus ojos grises centellearon y las aguas a su alrededor comenzaron a agitarse sin motivo aparente.

-Paz, amigo mío. Stephan ya no es un Cazador, aunque en vida si lo fue. Pero se decidió por disfrutar de las ventajas de la vida eterna. ¿No es así, mi querido Stephan?

-Así es, maestro.- El vampiro de rubio rostro volvió a cubrir su demacrada faz con la capucha.

Las aguas del lago, bajo los pies de Hielo, se calmaron de nuevo, mientras éste meditaba las palabras. ¡Un Cazador traidor! Las cosas se ponían muy interesantes. El vampiro más alto continuó hablando.

-Los Cazadores nos han perseguido durante siglos. Siempre nos hemos mantenido a la defensiva. Ahora y gracias a este increíble golpe de suerte, disponemos de información muy útil con la que poder contraatacar.

-Es una oferta tentadora... ¿Y qué debería hacer yo?

-Stephan ha tenido la amabilidad de informarnos que un Cazador, Burlane, tiene encomendada una misión muy importante. Ha de reclutar para los Cazadores al caballero Oicán. Debéis acabar con ambos.

-Los Cazadores asesinaron a mis hermanos y hermanas. Será un verdadero placer acabar con uno de ellos, señor...

-Lord Ythil. A vuestro servicio. –El vampiro hizo una burlona reverencia.

II. EL CAZADOR

Burlane observó el desvencijado cartel de la sucia taberna de Tal, capital del reino de Tholia. "El Dragón Volador", un vago nombre para una taberna indefinida, en uno de los barrios más bajos de la capital. Por un momento, pensó que su informador debía haberle engañado. ¿El célebre caballero Oicán frecuentando esta clase de antros? El Cazador se adentró con disgusto en el hediondo interior de la posada. Sus ropas eran caras y lujosas, vestía una negra armadura de anillas y una espada curva colgaba de su cinto, envainada en una lujosa empuñadura. Su rostro era atractivo, pero su nariz aguileña y sus rasgos duros le daban un aspecto amenazador que indicaba a todo aquel que le contemplase que sería un peligroso oponente si buscaban problemas. Todos los parroquianos giraron sus cabezas desde el fondo de sus jarras hasta la puerta y de nuevo al fondo de sus jarras.

Burlane miró despectivamente a los deshechos humanos que bebían hasta caer inconscientes. Se acercó al posadero, un siniestro tipo con cara de malas pulgas. Le hizo una sola pregunta y dejó caer dos monedas de oro sobre el sucio mostrador. El mesonero le indicó con un movimiento de barbilla una de las mesas más alejadas, antes de coger con avaricia las relucientes monedas. Burlane hizo caso omiso de las risas que intercambiaron el posadero con otros dos parroquianos.

El Cazador se sentó en la mesa y escrutó al hombre ante él. Su pelo desmadejado y sucio llegaba hasta sus hombros y una barba hirsuta poblaba su rostro. Vestía ropas sencillas, pero sucias y descuidadas.

-¿Sois el caballero Oicán?

El hombre sólo le miró una vez antes de engullir de un solo trago el resto de la jarra de vino y contemplar el recipiente vacío con fastidio.

-Vaya, hombre. Se han terminado. Bebida y dinero. Invitadme a otra jarra de vino y os contestaré.

Burlane retrocedió fastidiado. Ese hombre arrastraba las palabras por efecto del alcohol y lo que era peor, su aliento hedía a vino barato.

-Debe haber un error. Busco a un gran guerrero.

-Efectivamente, lo hay. La guerra no hace grande a nadie.

-Veréis, pertenezco a una organización secreta, los Cazadores, y buscamos acabar con todos los seres sobrenaturales malignos que acechan a la humanidad. Nos gustaría contar con el apoyo de los más poderosos guerreros. Hace poco hemos oído hablar de vos, de vuestro destierro de Marán hace unos años y de cómo os habíais enrolado como mercenario en el ejército de Tholia.

Oicán le contempló con ojos extraviados antes de eructar ruidosamente.

-Vuestro informador os ha omitido un pequeño detalle. Dejé el ejército hace unas semanas.

Burlane sonrió con desdén.

-No os riáis, amigo mío. Me contrataron como soldado, no como matarife. Sangre... Cierro los ojos y sólo veo sangre. No nos hemos enfrentado a ningún ejército insurrecto. Nuestros enemigos eran sólo... campesinos, pertrechados con palos y piedras. Ya veo... Pensáis que soy un cobarde...

El Cazador miró despreocupadamente a su alrededor, mientras pensaba cómo explicar a sus superiores que la operación de reclutamiento había sido un completo fracaso.

-Disculpadme por molestaros. Creí que Oicán era un valiente soldado que no temía a ningún enemigo y no un... borracho asustadizo y derrotista.

-No, no... Por favor, continuad sentado. ¿Con quien tengo el placer de hablar?

-Mi nombre es Burlane, aunque ya no tiene mayor importancia. Si me perdonáis, ya me iba.

Oicán agarró al Cazador por su muñeca izquierda con su mano diestra, demasiado rápido para que éste pudiese zafarse.

-Vaya. Veo que habéis vuelto a recuperar el uso de vuestra mano. Os felicito.

Oicán contempló su mano ensimismado, pero sin soltar a Burlane.

-Creo que los campesinos que he matado no pensarían lo mismo. ¿Sabéis? Cuando volvía después de cada incursión, pensaba en abandonarlo todo, pero en lugar de ello, callaba y obedecía. Sí, un chico obediente y que no piense. El soldado perfecto... Pero... ¿Queréis saber por qué he dejado el glorioso ejército de Tholia?

-Supongo que tendré que oírlo de todos modos.

Oicán continuó hablando, ajeno al sarcasmo. –En mi unidad había un muchacho llamado Jonás que luchaba a mi lado y que llegó a salvarme la vida en una ocasión. Era tan atractivo... Creo que había comenzado a amarle.

Burlane sonrió con desprecio. –Así que lo que contaban de vuestros gustos sexuales es cierto.

Oicán ni se molestó en contestarle y continuó hablando con voz ronca.

-Hace una semana volví de una misión de exploración en solitario. El cuerpo de Jonás pendía de una soga, a la entrada del campamento. Me dijeron que había sido acusado de abandonar su puesto y condenado a muerte. Después, supe la verdad. Aquel chico, no sé si llegaría a tener veinte años, era de una región del sur de Tholia donde se habla un dialecto muy cerrado, bastante distinto del tholiano. Había entendido mal las órdenes que le habían dado, no las había desobedecido. –El caballero comenzó a reírse con una risa nerviosa. –Ni siquiera... llegó a entender con claridad la sentencia que le leyeron... segundos antes de que le colgasen. –La risa histérica se quebró en la boca de Oicán, transformándose en sollozos e impidiéndole hablar.

Oicán se llevó de nuevo la jarra a los labios, sin advertir que estaba vacía. Se dirigió hacia Burlane con una voz dura. –Y ahora, si lo deseáis, seguiremos hablando de jodidas guerras y de muerte, y de valor. –Con fuerza, Oicán giró la muñeca de Burlane, hasta que la palma de éste quedó boca arriba.

-¡Soltadme! ¡No tengo nada que deciros! ¡Yo soy un gran guerrero! No como vos... patético deshecho humano...

Oicán hizo caso omiso y estudió con interés la palma de la mano del hombre frente a él, mientras Burlane intentaba sin éxito librarse de la férrea garra del caballero.

-Lo que imaginaba. No habéis empuñado una espada en vuestra vida. –Oicán acarició con un dedo la palma de la mano de Burlane. –Vuestra mano es tersa y delicada, sin las callosidades que provoca el uso de una espada.

Oicán le soltó la mano, mientras Burlane se frotaba la muñeca furioso, intentando reactivar la circulación.

-Vamos, no tenéis nada de lo que avergonzaros. Ójala yo jamás hubiese empuñado un arma. Así no me despertaría por la noche, gritando, perseguido por las pesadillas. Pero ahora creo que ya no sé hacer otra cosa...

-Maldito maricón... Puto asqueroso... Sois indigno de haberos llamado caballero alguna vez. No sois sino un arrastrado que vendería su cuerpo por unas monedas. Comprobémoslo. –Burlane depositó un pequeño saco repleto de oro encima de la mesa. El tintineo de las monedas provocó que todas las personas de la taberna girasen codiciosamente la cabeza. –Aquí hay más oro del que podríais ganar en mucho tiempo. Podríais conseguir más vino del que podríais beber en varios meses. Y será todo vuestro si me practicáis una felación.

Oicán enarcó una ceja, confundido con la proposición. El Cazador prosiguió:

-Ya sabéis, una mamada. Según tengo entendido, no es necesario hacerse de rogar para que las hagáis a diestro y siniestro, incluso a seres que no son humanos. ¿Es que acaso yo no os parezco atractivo? Pues adelante.

El caballero miró con angustia el dinero. Hacía ya varios meses que apenas comía caliente. Si pudiese tragarse su orgullo... Permaneció un momento en silencio. Súbitamente, suspiró y miró a los ojos de Burlane.

-Lo primero que debéis saber, hago el amor con quien quiero y cuando quiero. Y puede que seáis atractivo, pero no haría el amor con vos ni por todo el oro del mundo, así que ya podéis meteros vuestro oro por donde os quepa. Segundo, os veo bastante desesperado por... aliviaros los bajos. Os puedo recomendar un burdel cercano si tan necesitado estáis, donde unos hermosos mancebos os dejarán como nuevo.

El local estalló en risas. Burlane se puso en pie, iracundo, mientras desenvainaba su espada.

-Debería mataros...

Oicán ni siquiera se levantó. Se rió con voz queda. –Vamos, adelante. Como podéis ver, no estoy armado. Os resultará un duelo muy fácil, gran guerrero.

Burlane miró a su alrededor. Todos los parroquianos le observaban con diversión, cuchicheando entre ellos. Enrojeció sin poder evitarlo. Aquel borracho asqueroso le había humillado delante de unos torpes gañanes. Lo más dignamente que pudo y sin decir una sola palabra, salió de la posada rápidamente.

El posadero se acercó a la mesa de Oicán y depositó una jarra de vino delante suyo.

-La casa invita, amigo. Le habéis dado una buena lección a ese petimetre relamido.

El caballero desterrado no contestó, pero se la llevó rápidamente a los labios.

III. OJOS GRISES

Oicán dio la vuelta a la jarra. De nuevo vacía. La cabeza le daba vueltas. Había bebido demasiado. Bueno, quizás fuese hora de retirarse a descansar.

Una figura encapuchada se sentó en su mesa, frente a él. Una sensación de dejá vu le golpeó. Por un momento pensó que tal vez se tratase de nuevo de Burlane, el Cazador, pero enseguida se dio cuenta de que el recién llegado era algo más bajo.

-Vaya. Parece que todo el mundo quiere hablar conmigo esta noche.

Oicán sintió sin verla, una sonrisa en el rostro de su misterioso interlocutor. La voz del extraño era dulce y átona, y llegaba hasta él como si atravesase una espesa niebla.

-Me gustaría conversar con vos en un lugar menos transitado.

De pronto, Oicán apenas pudo respirar, preso como estaba por los dos ojos grises que se clavaban en los suyos. Aquellos ojos parecían hablarle de mares, de vastos océanos, de civilizaciones perdidas de las que nadie oiría hablar ya nunca más. Una ráfaga de calor pareció sacudirle. Debía, tenía que seguir a ese extraño, como si aquello fuese lo más importante. Oicán apenas era consciente de dónde estaba, mientras el extraño le conducía hacia alguna de las habitaciones de la posada.

-Os he estado viendo mientras hablabais con Burlane. Me ha fascinado vuestro aire orgulloso, indomable. Os sentí tan fuerte, casi me asustabais.

El misterioso personaje le susurraba al oído, mientras un extraño aroma indefinido le llegaba, nublándole su entendimiento. Mientras, la lengua del extraño jugueteaba con su oreja entre frase y frase.

-Hubiese querido teneros entonces, haceros mío. Pero ese Burlane puede ser un estorbo. Esos condenados Cazadores... –El extraño hablaba en susurros, recorriendo con la lengua la oreja, bajando a la mejilla, buscando la garganta.

Oicán y el extraño entraron en una de las puertas en un oscuro pasillo. La humedad flotaba en el ambiente, mientras la habitación daba vueltas alrededor de la cabeza de Oicán. Apenas era consciente de cómo la puerta se cerraba detrás suya y se escuchaba el chasquido de una cerradura. El extraño se desvistió de su oscura túnica. Oicán pudo fijarse durante un instante en un curioso detalle: parecía como si la vestimenta estuviese empapada de agua, pero enseguida sólo tuvo ojos para otra cosa.

Oicán se sintió sumido en el deseo. El extraño, desnudo, era tan excitante, su cuerpo tan sensual... Sus hombros fuertes, su pecho sin vello, sus miembros proporcionadas aunque delgados, su suculento pene, pero sobre todo, sus grises ojos... Oicán se sintió sacudido por una brusca descarga. Cada porción de su cuerpo parecía viva. Era como si alguien oprimiese sus pezones. Su propia verga comenzaba a latir. Apenas era consciente del extraño color azulado de la piel del hombre frente a él.

-Mi nombre es Hielo. Sois tan, tan adorable. Me gustaría... Debo teneros... –Hielo se demoró mientras desnudaba a Oicán, despojándole de sus modestas prendas. Se retiró para admirar la belleza de su cuerpo, luego le atraía de vuelta. Hielo besó cada centímetro de su rostro y cuello.

Hielo le condujo hasta la cama y le tendió sobre ella. Se colocó directamente sobre él.

-Sois tan dulce... Es una triste maldición que siempre me aflige, enamorarme de mi presa.

La mente de Oicán daba vueltas, incapaz de centrarse en nada, abandonándose al intenso placer. Aquel ser se agachó hasta encarar el pene del caballero. Lo chupó con codicia mientras cerraba los ojos. A continuación lamió su base y los testículos. La lengua azotaba, adelante y atrás, y pronto Oicán, incapaz de resistir más, se vio arrastrado al clímax. Antes de eyacular observó a Hielo, quien le contemplaba a su vez con su mirada penetrante. El orgasmo se produjo y el semen del caballero inundó la boca del ser, quien lo tragó con avidez. Cuando de nuevo cruzaron sus miradas, un reguero blanco caía desde la comisura de sus sonrientes labios.

Hielo se aproximó lentamente hacia él. Sus movimientos eran felinos, como los de un depredador. Oicán permanecía atontado, pero algo irrumpía en sus abotargados pensamientos. Era un viejo cuento para niños, que recordaba trabajosamente. En él, un muchacho era seducido por los hipnóticos ojos de una criatura maléfica, un vampiro de agua que buscaba beber toda el agua de su cuerpo. Cuentos para asustar niños... ¿O no?

Hielo se deslizó hasta sentarse sobre la pelvis del caballero. El contacto del cuerpo volvió a enardecer el mango del caballero, que de nuevo creció. Aquel ser se sentó sobre la estaca del caballero, mordiéndose los labios por el esfuerzo de albergar tamaña verga. Lentamente, el pene fue penetrando por el interior de Hielo. Aunque al principio Hielo fue quien controlaba las subidas y las bajadas, el caballero movió las caderas hasta imponerle un frenético ritmo.

-Por los dioses, nunca había sentido nada igual...

Oicán gimió mientras hacía el amor a aquel delicioso ser, y tras varios minutos descargó su esencia en las entrañas de aquella criatura. Hielo sonrió y moviéndose sinuosamente se tumbó sobre el cuerpo del caballero, besando su sudado pecho y cuello, acercándose muy lentamente hasta los labios. Parecía como si degustase cada gota de salada transpiración de Oicán.

-Delicioso... Vos me queréis, mi amor... ¿No es así?

Oicán agarró al ser sobre él por sus muñecas. Entonces fue consciente por primera vez de que su contacto era frío, casi viscoso.

-¿Quién...? ¿Qué sois?

–Para vos soy la muerte. Besadme...

Oicán hizo acopio de todo su autocontrol. Cada centímetro de su cuerpo parecía avanzar, buscando los sensuales labios de ese ser maligno y encantador, estrecharle en un largo beso. El último. De pronto su cabeza se aclaró, aunque le dolía terriblemente. Fue como si una cortina se corriese, como si el alcohol en su interior desapareciese súbitamente. Se apartó del letal roce.

-¡Eres un silfo!

Hielo gruñó, intentando liberarse de Oicán. -¡Es imposible! ¿Cómo habéis podido resistiros? ¡Nadie lo había hecho jamás!

De pronto, el ser se echó hacia atrás. El caballero se encontró con que sólo sujetaba agua, que pronto cayó sobre su pecho desnudo. El silfo siseaba, mientras su cuerpo parecía fluctuar. Oicán intentó recordar todo lo que había leído en las leyendas. Eran seres compuestos de agua y que se alimentaban de la humedad y la sangre de los seres vivos, a los que hechizaban con sus ojos hipnóticos, convirtiéndoles en peleles sin voluntad, antes de extraerles la última gota de agua de sus cuerpos a través de un mortífero beso. El silfo se sujetó el pecho, como si le doliese.

-Maldito seáis. Estoy débil. He perdido mucho agua.

Oicán se incorporó y avanzó hacia el silfo. Éste era algo más pequeño que él y no tenía ninguna oportunidad de vencerle en combate físico. Hielo observaba a su alrededor, buscando una vía de escape.

-¡Esperad! ¿Cómo sabíais que Burlane se reuniría conmigo?

-No tiene importancia. Dentro de poco beberé hasta la última gota del cuerpo de ese Cazador.

Sonriendo, Hielo se lanzó con fuerza contra la ventana enrejada que había en la habitación. Oicán gritó pero su exclamación quedó helada cuando el silfo atravesó las rejas, como si fuese intangible. Algunas gotas de agua le salpicaron el rostro.

Hielo le contempló desde el exterior, mientras se incorporaba, y le dedicó un irónico gesto de despedida antes de darse la vuelta e internarse en los callejones. Oicán sacudió con fuerza los barrotes pero fue un esfuerzo inútil, por supuesto, eran demasiado firmes. Se volvió con rapidez hacia la puerta, mientras se vestía apresuradamente. La puerta estaba cerrada con llave. El caballero la embistió dos veces hasta que se abrió violentamente. A la carrera, Oicán salió a la calle. En el trayecto casi derriba al posadero. Éste, haciendo equilibrios para no caer al suelo, le gritó:

-Ten más cuidado, idiota. ¿A dónde te crees que vas?

Mientras corría todo lo rápido que sus piernas le permitían, Oicán masculló para sí mismo:

-A salvar a un imbécil.

IV. DESENLACE

Burlane maldecía y blasfemaba, mientras guiaba a su caballo por las silenciosas calles, para salir de la ciudad. Maldito fuese Oicán. Bueno, ya no importaba. Informaría a los Maestros Cazadores de que ese cobarde borracho bujarrón no era digno de entrar en la organización y jamás volvería a verle.

El Cazador se hallaba tan sumido en sus pensamientos que apenas fue consciente de notar cómo una gota caía sobre su mano. Lo que le faltaba. Encima iba a llover. Qué raro... La noche estaba despejada, sin nubes. ¿Cómo era posible...? Desde arriba, algo le golpeó, derribándole de su jamelgo. Burlane rodó por el suelo, intentando incorporarse, pero su oponente se lo impedía. Por fin, su contrincante le retuvo en el suelo y clavó sus ojos en él. Burlane se sintió paralizado. Ante él se hallaba un ser azulado, completamente desnudo y con los ojos grises más magnéticos que había contemplado en su vida. Su cabello rubio caía lánguidamente sobre su rostro.

-Y bien, patético Cazador, ¿estás preparado para encontrarte con tu hacedor?

El Cazador escupió al rostro de Hielo. –No te tengo miedo, monstruo. Has elegido a la presa equivocada.

Hielo limpió con un dedo el escupitajo sobre su rostro y lo chupó con deleite. A continuación, y sin dejar de mirarle a los ojos, el extraño ser liberó la verga del Cazador de sus pantalones y la sostuvo entre sus frías manos. Burlane tembló.

-¿Qu-Qué vas a ha-hacerme...?

Hielo sonrió perversamente. –Voy a dejarte seco.

Burlane gimió mientras aquel ser engulló su mango. Por mucho que lo intentó evitar, su pene crecía ante las expertas lamidas, sintiendo un placer que jamás había gozado. Y de repente estuvo a punto de explotar cuando el ser enterró un dedo en su ano, comenzando un movimiento circular. De pronto, una voz provocó que ambos se volviesen.

-Déjale, Hielo. No tienes escapatoria.

El silfo se levantó de un salto, pero no fue lo suficientemente ágil para evitar ser aprisionado por Oicán.

-¿Pero cómo has podido...?

-¿Encontrarte? Tan sólo he tenido que seguir el reguero de agua que has ido dejando.

Hielo bufó y se debatió, pero estaba demasiado débil. Supo que su fin había llegado. Mientras, Burlane, avergonzado y sin poder disimular su erección, se vestía a toda prisa. En cuanto lo hizo, desenvainó su espada.

-¡Maldito monstruo! ¡Acabaré con él!

-¡Aguarda! Sabía que ibais a reuniros conmigo. Alguien le puso sobre aviso. –Oicán dejó caer al silfo sobre el suelo y le sujetó por las muñecas. –Hielo, prometo perdonar tu vida si nos revelas quién te envió para matarnos.

-¡Ja! Confiar en promesas de humanos... Aunque os lo dijera, acabaréis conmigo de todas formas.

-No tienes opción. Apenas queda agua dentro de ti. Estás casi deshidratado y no dejaré que te alimentes de ninguno de nosotros. No tengo más que hacerte el amor hasta que llegues al orgasmo. Con el sudor y fluidos que perdieses, te derretirías como un bombón al sol. Y entonces, te bebería. Hasta la última gota.

Hielo gimió, visiblemente asustado y excitado a la vez. –Ya veo... Bueno, en el fondo casi me alegra que vayas a ser tú mi verdugo, Oicán. Eres tan hermoso...

Burlane bufó mentalmente. Pero ¿es que todos los que le rodeaban eran invertidos? Hielo les contó cómo Ythil y Stephan le habían requerido para que acabase con los dos y sobre la impía alianza que mantenían en Marán el Rey Leopoldo y Lord Ythil. Oicán meditó en silencio durante unos largos instantes.

-Debo regresar a Marán cuanto antes. Hielo, eres libre para irte.

-¡¿Qué?! –Exclamaron casi al unísono Hielo y Burlane.

-¿Estáis loco, Oicán? ¡Es un silfo, un vampiro! ¡Debe morir!

-¡Silencio, Burlane! Vete, Hielo.

El silfo se incorporó y contempló asombrado a Oicán durante largo rato. –Debo decirte algo. En privado.

Oicán acompañó al silfo hasta una esquina de la calle, a pesar de que Burlane se quejó insistentemente en que se trataba de una trampa.

Una vez solos y antes de poder reaccionar, Hielo sujetó a Oicán por la nuca y le atrajo hacia sí. Oicán se envaró cuando los helados labios de Hielo se cerraron en torno a los suyos en un húmedo beso. El caballero cerró los ojos, preparándose para sentir cómo el agua de su cuerpo era robada por el silfo. Pero nada de eso ocurrió. En cambio, sintió cómo la lengua de Hielo se entrelazaba con la suya. Oicán respondió al beso, sin pensar en el peligro que corría, como una polilla cegada por la luz de la llama, sin saber si cada segundo no sería el último.

Hielo despegó sus labios de los del humano y le miró directamente a los ojos, mientras se relamía los labios, como si intentase saborear el regusto del caballero.

-Nunca olvidaré tu gesto, Oicán.

Sin esperar respuesta, el silfo se alejó, internándose en los oscuros callejones.

Cuando Oicán regresó donde Burlane se hallaba, la mirada de éste era torva.

-¿Por qué le habéis perdonado la vida? Todas las vidas que asesine a partir de ahora pesarán sobre vuestra conciencia.

-Ese silfo sabe lo que está bien y está mal. Lo que haga a partir de ahora pesará sobre su conciencia. Además, una promesa es una promesa.

Burlane resopló. -¿No será otra la respuesta? ¿No será que os habíais enamorado de él? Desde luego, vuestra lista de amantes es de lo más exótica. Ahora podéis sumar a ella a un vampiro silfo.

-No sois quién para juzg...

-Ya sé, ya sé. Hacéis el amor con quien queréis y cuando queréis. No soy quién para juzgaros. Además... –Burlane bajó el tono de su voz, hablando a regañadientes. –No puedo deciros nada. De hecho, os debo una disculpa. Me habéis salvado la vida. Lo menos que puedo hacer es cederos mi caballo para que lleguéis lo antes posible a Marán.

Burlane contempló de arriba a abajo a Oicán. Lo cierto es que ya no le parecía un desarrapado. De hecho tenía que reconocer que cada vez le parecía más bello. Se preguntó cómo sería hacer el amor con un hombre. Con ese hombre. De pronto, la voz de Oicán le sacó de su ensimismamiento.

-Decidme. ¿Os parezco atractivo?

Burlane enrojeció visiblemente mientras tartamudeaba. –Yo... Bueno... Sí. ¡No! ¡No sé! Maldita sea. ¿Qué pregunta es esa?

Oicán dio un paso hacia él y Burlane gimió, retrocediendo. El caballero comprendió que podía empujarle hacia atrás simplemente avanzando hacia él. Era demasiado divertido. Oicán le acarició la mejilla mientras sostenía los arreos del caballo.

-¿Sabéis? Hubo una época, hace mucho tiempo, que os habría hecho mi esclavo. Sois verdaderamente hermoso. Os mantendría desnudo en todo momento y os obligaría a servirme. Os tomaría cada noche y os haría verdaderamente feliz.

Oicán subió de un salto a la grupa del caballo y se preparó para partir hacia su tierra.

-Pero hace ya mucho tiempo de eso. Ya no soy así. He cambiado. Que los dioses os guarden, Burlane, y gracias por la montura.

El Cazador quedó solo mientras contemplaba cómo partía el caballero. Sólo en ese momento se dio cuenta que estaba reteniendo la respiración. Pensó en las palabras de Oicán y un suspiro escapó de sus labios. Nunca llegaría a saber si era de alivio o de tristeza.