Encuentros furtivos en el internado (2 de 2)

Los tres jóvenes son descubierto mientras practican sexo

La historia hasta ahora: Pepe regresa antes de finalizar las vacaciones de Navidad al Internado. En él, aparte del personal de guardia como Raimundo, uno de los vigilantes de seguridad, solo permanecen algunos alumnos. Su amigo Ignacio,  el atractivo Benito y poco más.

Sin saber por qué, presume delante de sus dos compañeros de todas las cosas nuevas que ha aprendido con sus primos y, tras el almuerzo, acaban  los tres en el sótano un lugar que sirve para el desahogo sexual de los chavales del internado.

En el momento que más emocionado están son interrumpidos por la luz de una linterna.

Tras el halo de luz, apareció Raimundo, el vigilante de seguridad, el cual no parecía extrañado ante la visión de los adolescentes entregados al sexo, al contrario, por la forma de avanzar hacia ellos, era como si lo que acababa de encontrarse, fuera algo que ya tuviera previsto.

Ignacio, en un gesto reflejo e inútil, se tapó los ojos, como si con ello fuera a evitar ser visto por el guardia. Juan José se quedó petrificado, aquel hombre no sólo le caía bien, sino que le imponía muchísimo respeto. Estaba sumamente avergonzado.  Deseó por momentos que se abriera una brecha en el suelo y que se lo tragara; desaparecer y borrar aquel momento de su vida.

Si ya en el gesto de Raimundo, JJ había intuido que no había demasiada sorpresa. Observó que, su forma de avanzar hacia ellos, no era la de alguien que tiene que enfrentarse a la difícil tarea de amonestarlos. Al contrario, sus pasos eran pausados, como si se pretendiera lucirse en todos y cada uno de sus movimientos.

Nuestro protagonista buscó el rostro del guardia de seguridad, intentando discernir en su semblante cuál era su estado de ánimo y, al ver una leve sonrisa asomar por la comisura de sus labios, el joven no supo que pensar. Bueno si, pero no le entraba en la cabeza que pudiera estar sucediendo.

Al llegar a donde estaban ello, el hombre se dirigió directamente a Benito, al cual había abandonado por completo toda su altanería y se mostraba ante él con una sumisión tal, que sorprendió enormemente al joven extremeño.

—Amigo Benito, no sé porque, pero suponía que estarías aquí —Su tono era amigable y distendido —. Lo que no sabía, es que también incluyeras en tus juegos a Pepe, el extremeño.

Nuestro protagonista fue incapaz de asimilar de golpe, lo que Raimundo había revelado con su parrafada. No solo demostraba ser conocedor de lo que sucedía en el “sótano”, sino que parecía verlo como algo normal. Si la información recibida hasta el momento le había superado, tras escuchar a Benito, su mente se quedó sumida en una maraña de pensamientos contradictorios.

—... es que estábamos caliente..— La voz del engreído adolescente sonaba débil y dubitativa —...además... Pepe, nos contó... que había aprendido cosas nuevas…

El robusto treintañero cogió su porra con su mano derecha y empezó a golpear con ella su palma izquierda, a la vez que hacia esto, comenzó a dar vueltas muy despacio alrededor de Benito.

—¿Y se puede saber qué cosas son esas?

El muchacho, el cual parecía que había perdido toda su prepotencia de golpe, miraba hacia el suelo, esperando que fuera JJ quien contestara a la pregunta de Raimundo. Sin embargo, el extremeño no dijo esta boca es mía.

Como el guardia no vio aclarada sus dudas. Volvió a clavar su mirada en Benito y le dijo:

—¡Chaval, no te cortes conmigo! ¿Ya no me tienes confianza? —Las palabras del buen hombre no destilaban ninguna acritud y, a pesar de su pose autoritaria, hablaba al chico como a un igual, de tú a tú.

Cuanto más avanzaba la conversación, más tenía la sensación JJ de que entre aquellos dos había algo más que una relación de amistad. Lo que no terminaba de asimilar, por muy evidente que fuera, era la pose de sumisión que adoptaba el chulo de Benito, ante el campechano guardia.

—Perdona Ray, pero es que no te esperaba —Dijo el muchacho recuperando la compostura —.Además, me da un poco de corte hablar de “nuestras cosas” delante de estos dos pringaos.

—Pues no te de corte, pues por lo que se ve, no tienes nada que esconder con ellos. Además, no te preocupes, hoy me apetece tener un poco de público —Al decir esto último, el viril guardia utilizó el mismo tono impersonal de un vecino al hablar del tiempo en el ascensor.

Cada vez, JJ tenía más claro que aquellos dos guardaban esqueletos en el armario. Pero no por ello, la actitud de Raimundo al desvelar su secreto con semejante naturalidad, dejaba de romperle todos los esquemas. ¿Qué pretendía?

Si extrañado estaba nuestro protagonista, no había más que mirar la cara de Benito, para comprender que a éste le pasaba algo parecido.

—¿..público...? —Dijo moviendo la cabeza en señal de incredulidad.

—Sí, porque Pepe nos va a explicar a ti y a mí, lo que ha aprendido en estas vacaciones, para que tú puedas llevarlo a la práctica conmigo.

Al oír aquello, a JJ se le cogió un nudo en el estómago. ¿Raimundo pretendía que le explicara que había aprendido a dar placer con la boca y el culo a la misma vez? Aquel hombre le caía bien, pero su confianza cubría solo lo banal y superficial. Le daba muchísima, pero que muchísima vergüenza, siquiera admitir sus prácticas homosexuales con una persona mayor y mucho menos, dar detalles sobre ello. Todo aquello le parecía una enorme locura, y lo peor, que como en las novelas de Lewis Carrol, las cosas se complicaban más a cada instante.

Intentó buscar la complicidad de Ignacio, en pos de que éste le explicara, que demonios pasaba allí, pero el débil chaval seguía arrodillado en el suelo, cubriéndose los ojos con las manos, cual remedo de los monos de Gibraltar.

—¿Qué te pasa Pepe, se te ha comido la lengua el gato? —Le dijo Raimundo, con una pícara sonrisa que iluminaba todo su rostro.

Como JJ no contestaba, avanzó hacia él, con la misma pose adoptada anteriormente con Benito. El guardia de seguridad se puso ante el muchacho y, de forma solemne, empezó a golpear una de sus manos con la porra. Decir que al joven extremeño, se le acelero el pulso y el corazón le comenzó a latir de forma desmesurada, sería simplificar el cumulo de sensaciones que lo embargaban. «¿Qué habré yo para merecer esto?», pensó mientras tragaba saliva en espera de lo que pudiera acontecer.

—Pepe, hijo no te cortes. Esto es una academia, aquí se viene a aprender y a compartir conocimientos —Dijo el guardia en un tono campechano, a la vez que se paraba a escasos centímetros del avergonzado chico y adoptaba una postura militar.

La cercanía del fornido cuarentón, sosteniendo de manera morbosa la porra frente a su rostro, hizo que el muchacho, pese a sentirse incomodo con la situación, empezará a entusiasmarse observando al atractivo hombre. Consecuentemente, su miembro viril, el cual seguía a la intemperie, volvió a crecer de manera desmedida.  Raimundo se dio cuenta de ello y soltó un comentario jocoso.

—Veo Pepe, que aunque tú estás calladito, tu polla está dando su opinión —Al decir esto último, sonrió ampliamente y señaló a la entrepierna del chaval.

JJ seguía sin contestar, él sabía que las relaciones sexuales en el centro eran tremendos icebergs, cuya parte oculta era inmensamente mayor que la que se mostraba. Sin embargo,    el suceso actual, superaba de largo sus expectativas, aunque lejos de amedrentarse como el bueno de Ignacio, el joven ató los machos y se armó de valor para enfrentar la situación, algo que, por otra parte, no le iba a traer más problemas de los que ya tenía. Además, consideraba que el sexo no era pecado, sino algo que había que disfrutar.

A continuación, levanto la mirada y miró fijamente a Raimundo. El robusto hombre bajó la mirada y clavó sus ojos negros en las enormes pupilas del jovencito.

La tensión entre ellos se podía cortar con un cuchillo. El guardia, sin dejar de mantener el duelo de miradas con JJ, desabotonó su chaqueta, dejando vía libre hacia su entrepierna, la cual, presa de la excitación, evidenciaba un enorme bulto. Comprobado que el adolescente no se decidía a dar rienda suelta a sus instintos, agarró su mano y la llevó hacia la caliente prominencia.

Al comprobar la dureza del miembro de Raimundo, un escalofrío tremendo recorrió todo el cuerpo de JJ. Consecuentemente, su pene vibró con palpable contundencia. Roto el hielo, la mano del joven extremeño acarició en toda su magnitud el garrote del guardia por encima de la tela,  por lo que podía intuir, era de muy buenas dimensiones.

La escena aunque dantesca, no dejaba de ser excitante. Un joven delgado de dieciocho años manoseando el miembro de un fornido guardia de treinta y largos años, cerca de ellos, un atractivo adolescente se acariciaba su pene, como respuesta ante el caliente cuadro y, por último, de rodillas a pocos metros de ello, un inseguro Ignacio, había pasado de estar aterrorizado a estar sorprendido. Aunque seguía sin estar a gusto, pues siempre que las cosas se desmadraban, a él le tocaba siempre la peor parte.

A cada suave apretón que los dedos del muchacho daban al bulto de Raimundo, de los labios de éste salían unos incontenibles y placenteros quejidos. JJ acarició morbosamente la prominencia que se marcaba sobre la tela del pantalón, buscó la mirada del guardia, cuando la encontró se relamió sensualmente el labio superior. Sin esperar respuesta por parte del hombre, se agachó y comenzó a pasar los labios sobre la tela.

La descarada escena seguía siendo observada por Benito, el cual agitaba su pene en una suave y lenta masturbación,   tras JJ, Ignacio seguía invadido por la perplejidad, su mente era incapaz de asimilar que aquello estuviera pasando en realidad.

Nuestro protagonista había limpiado su mente de cualquier escollo de sentimiento de culpabilidad y daba rienda suelta a sus naturales instintos.  Sentir como su boca paseaba por la delgada tela, despertaba en Raimundo sensaciones desconocidas. Por un lado estaba tentado de pedir al muchachito que se dejara de monsergas y sacara su miembro fuera, pero por otro lado nunca había sentido nada igual. ¡Ni de lejos!

Una vez se cansó de impregnar el pantalón con su caliente saliva, el joven comenzó a juguetear con sus dedos sobre la dura herramienta. Una vez lo consideró oportuno, buscó la cremallera, la bajó, para a continuación dejar frente a su rostro la inmensa porra de carne del guardia de seguridad.

Con ella ante sus ojos y la altura de su boca, gastó unos segundos en observarla detenidamente. Aquel enorme  trozo de carne era una tentación para los sentidos,  su piel oscura estaba cubierta de pequeñas venitas, era gorda y grande, no siendo mucho más ancha en la cabeza, que en el tronco.  JJ echó suavemente su prepucio hacia atrás para contemplar con mayor detenimiento el hermoso glande, impregnando con ello sus dedos de unas espesas gotas de líquido preseminal. Estuvo tentado de lamer sus dedos para comprobar su sabor, pero aún quedaban murallas de pudor en algún sitio de su mente.

De todas maneras, no pudo contener más sus deseos y, sin pensarlo más; introdujo el húmedo glande en su boca. Nada más sintió   el calor de la boca del chaval, el hombre suspiró vaciando de golpe sus pulmones. Una vez asumió el raudal de placer que invadió su cuerpo, hizo un gesto con el dedo a Benito para que se acercara. El engreído chico no puso reparo alguno y fue hacia ellos; una vez allí, sin inmutarse, se agachó junto a JJ y con un gesto silencioso, le pidió compartir el exquisito manjar.

El joven extremeño, al igual que hiciera con Ignacio un rato antes, facilitó el acceso de Benito al maravilloso instrumento. Segundos después, dos bocas y dos lenguas daban cuenta de aquella oscura porra de carne. Por la reacción de Raimundo, parecía que nunca antes había sentido algo parecido. Los dos muchachos, como si compitieran entre ellos, se esmeraron de manera prodigiosa en suministrar placer al guardia. El cual lo recibía, encantado de la vida.

Todo había sucedido tan deprisa que el hombre no se había despojado aún de su pantalón (Permanecía abotonado, pues se había limitado a sacar su pene por la bragueta).Esta circunstancia ocasionaba cierta molestia a los jóvenes, los cuales no podían terminar de tragarse la enorme vara de carne. Para hacerles más fácil su cometido, el guardia pidió a los chavales que se detuvieran un segundo y procedió a quitarse los pantalones.

La caliente visión que ofreció el fornido hombre al colocarse los pantalones en los tobillos, dejó a nuestro protagonista sin habla. Las piernas de Raimundo no sólo eran hermosas y fuertes, sino que estaban cubiertas por un abundante vello negro. Si las piernas gustaron a JJ, el enorme tamaño de sus testículos hizo que el pulso se le acelerara, tanto que sin reparo alguno, lamió deliamente   cada pliegue de la peluda bolsa, al tiempo que Benito succionaba la cabeza de la porra.

Tan sumido estaba disfrutando el momento, que el guardia se había olvidado del tercer chico: Ignacio.  Arrodillado sobre en empedrado suelo, no apartaba la mirada de la arrebatadora escena. Una parte de él, le gritaba que se fuera, pues hacerlo con el guardia sólo le podría traer problemas y otra parte de él le susurraba con voz sensual que se uniera a la fiesta, pues donde chupan dos, chupan tres y la porra de Raimundo se prestaba a ello.

Pero el tímido joven hizo caso omiso a ambas voces y permaneció inmóvil sin despegar sus ojos del placentero juego, en el cual se encontraban sumidos los dos muchachos y el guardia.

Hubo un momento en el cual Raimundo pegó un leve respingo hacia atrás, apretó fuertemente su pene, como si intentara con ello contener la erupción que emanaba de su interior.

—¡Cojones, casi me corro!—Musitó con una voz ronca, para continuar diciendo con una sonrisa —. Tú, Benito, ¿no querrás que me corra todavía?  Y menos así... ¿no?

Nuestro protagonista clavó sus ojos en el rostro de su compañero, aguardando su reacción. El muchacho, al sentirse examinado, no supo responder ante el comentario del viril guardia.

La reservada actitud del joven no pasó inadvertida para Raimundo, el cual en vez de echarle una mano y correr un tupido velo sobre el tema. Insistió con la pregunta, como si buscará humillar un poco con ello al prepotente chico.

—¿No me has oído? ¿No me vas a decir como prefieres que me corra? —Su tono aunque amable, estaba cargado de autoritarismo.

El muchacho volvió a mirar a JJ, quien le lanzaba una desafiante e inquisidora mirada. Benito estaba en una horrible tesitura, pues si contestaba al guardia lo que él quería escuchar, el prestigio de tipo duro que se había montado de cara a sus amigos, se desmontaría de un plumazo, pero si callaba, no sabía cómo podía ser la reacción de Raimundo. Como pensó que su reputación estaría a salvo, (pues amedrentar a los dos allí presente, no le supondría ningún problema) contestó al hombre, al cual dicho sea de paso, le tenía más miedo.

—...prefiero que te corras en mi culo... —Casi susurró el muchacho.

Aquello superaba cualquier expectativa que JJ hubiera tenido y es que Benito había resultado ser un espejo donde no mirarse, el típico espécimen de la raza humana que te quita las ganas de pertenecer a ella: despiadado con los débiles y sumiso con los fuertes. ¡Toda una bellísima persona! (¡Por los cojones!)

—Ese es mi niño... Demuéstrale a tus amigos, la facilidad de tu culito para tragarse mi polla.

El desparpajo y naturalidad con la que aquel hombre hablaba del sexo, tenía desconcertado a JJ, primero, porque nunca pensó que a Raimundo le pudieran ir aquellos temas y segundo, porque aquel hombre se suponía que debería estar trabajando. Aquel día, el joven extremeño aprendió una máxima con la que chocaría más de una vez a lo largo de su vida: «Cuando la de abajo se pone tiesa, nadie piensa con la cabeza»

Benito actuaba de manera rutinaria, se bajó los pantalones y los slips hasta los tobillos y se puso de espaldas ante el fornido guardia. Éste pellizcó suavemente su trasero y, en un tono que rozó de cerca lo chabacano, le dijo:

—¡Vaya culo que tienes cabrón! Si mi mujer tuviera un culo como el tuyo, me iba a llevar todo el día haciendo el trenecito. Pero por suerte para ti, ni lo tiene, ni me deja usarlo.

A JJ no le cuadraba nada en aquel hombre, su carácter amable y su aparente heterosexualidad, parecían dos enormes mascaras. Como si el mundo real donde vivía fuera una farsa teatral y la persona tras el actor se mostrara en la especie de camerino que era aquel sótano. No es que el verdadero yo de Raimundo le desagradará, es que era otra persona distinta a la que acostumbraba a tratar.

Dada la situación, ponerse a hacer análisis psicológico no le pareció lo más idóneo, así que despejó su cabeza de ideas inútiles y se centró en lo que acontecía ante sus ojos, lo cual como podrán suponer, no tenía desperdicio.

Desde donde se hallaba, el precoz adolescente veía como las rudas manos del hombre acariciaban golosamente los glúteos del muchacho. De vez en cuando sus dedos rebuscaban en su hoyo, obteniendo como respuesta, un leve quejido por parte de Benito. Buscó algún resquicio de insatisfacción en el rostro de su compañero y no lo encontró. Por lo que se intuía, aquello le gustaba ¡Y mucho!

Raimundo escupió en la planta de su mano y restregó el caliente líquido por el orificio del muchacho, introdujo un dedo para comprobar su dilatación, para, a continuación, poner su oscura verga en el trayecto y empujarla hacia su interior. No había entrado siquiera la cabeza del colosal miembro, cuando el chaval le pidió que se detuviera.

—¿Te he hecho daño? —Preguntó extrañado el varonil guardia.

—No, es que quiero que te pongas un condón...

—¿Un condón?

Ante la sorpresa del hombre, Benito le soltó toda la retahíla que momentos antes le largó JJ.  El gesto del hombre cambio por completo, la ignorancia le había hecho jugar con fuego y el peligro a las llamas nunca había estado en su mente.

—Pues lo vamos a tener que dejar —Dijo con un semblante triste — Pues no tengo condón.

—¡Yo tengo! —Señaló JJ, quien mostraba alegremente un   profiláctico que acaba de extraer de su bolsillo.

Cuando se acercó al guardia para dárselo, observó que el miembro viril de éste se había agachado. Sin decir palabra y, haciendo uso de un inusual desparpajo, se lo metió en su boca para suministrarle todo el placer que sus labios y lengua le permitían. Al poco, la herramienta sexual recobraba su vigor y vibraba como una bestia salvaje.

—¡Ahora está mejor!—Dijo descaradamente el muchacho, para a continuación proceder a poner el preservativo sobre él.

Una vez terminado los prolegómenos, Raimundo volvió a escupir sobre su miembro y reanudó la interrumpida tarea. La potencia con la que empujó su porra de carne contra el aparentemente estrecho agujero, hizo que entrara casi por completo de la primera embestida. El segundo empujón propició que el mástil sexual terminara de ser engullido por completo.

El espíritu voyeur de JJ disfrutaba de lo lindo con la imagen que tenía ante sí. La escena no solo le era excitante por lo que acontecía en ella, sino que los actores también provocaban en él, el resurgir de sus más bajos instintos. En más de una ocasión, ambos habían protagonizado más de una de sus fantasías sexuales, las cuales habían acabado con él derramando su esencia vital sobre su pelvis. Ver como el fornido guardia introducía su enorme miembro en el interior del dechado de “virtudes” de Benito, no tenía parangón. Aunque todo su cuerpo hervía de emoción, era su erecta polla, la que alcanzaba mayor temperatura.

Por un momento, deseó formar parte de aquella locomotora sexual, imaginó como sería estar delante de Benito, sentir  su tieso y enorme miembro atravesar sus entrañas al ritmo que marcaba el guardia. Tampoco le hubiera importado ser el vagón central y dar placer a Benito a la vez que recibía la enorme porra de carne en su interior. Pero si algo ocasionó que su pene se moviera de manera dolorosa, fue el simple pensamiento de clavar su miembro en el peludo y redondo trasero de Raimundo.

Pero no JJ no formaba parte de los planes de ninguno de los dos, hacerlo participe de su particular combate sexual y la leve sesión de sexo oral, sería lo único que obtendría aquella tarde de ellos. Pensó que algo debía hacer para calmar la ardiente bestia de su entrepierna,  en principio acarició la idea de masturbarse tomando como inspiración el ardiente espectáculo, pero el tentador pensamiento, tal como vino se fue, al contemplar al desolado Ignacio.

Era tal el mutismo en el que se había sumido el maltratado muchachito, que JJ se había olvidado hasta de él.  Lo miró fijamente, buscando algún atisbo de erotismo en él, pero el pobre de Ignacio, tras la visión de los otros dos, se le antojó carente de atractivo alguno.

El joven extremeño no podía arrancar de su mente el caprichoso deseo de entrar en el cuerpo de otro hombre y estaba claro que ni Benito, ni Raimundo accederían a ello. Dicen que a falta de pan, buenas son tortas. ¡A Ignacio se le estaba poniendo una cara de torta!

Sin pensarlo, avanzó hacia el callado chaval. Este al verlo caminar hacia él, con su pene mirando al cielo, tuvo un poco de pánico. Si Juan José se comportaba como el resto de los demás, no le quedaría nadie en quien refugiarse cuando las cosas fueran a la deriva; no tendría nadie a quien poder llamar amigo.

Lo que sucedió a continuación rompió todos sus esquemas establecidos esquemas. El joven a quien consideraba su amigo, se agachó ante él, le dio un beso en la mejilla y casi con un susurro, le dijo:

—Me gustaría hacerte el amor.

Lo que acababa de decir JJ no se correspondía exactamente con el sentimiento que albergaba en su interior, pero sabía que si la primera vez que penetraba a alguien iba a ser a Ignacio, ambos debían disfrutar plenamente. Sabía que si la cosa quedaba solo en una salvaje cabalgada. El momento seria olvidable y el ansiaba   sentir algo, un sentimiento al cual amarrarse en las noches de soledad.

Ignacio se quedó sin palabras ante la inusual proposición. Su única respuesta fue un movimiento de asentimiento con la cabeza.

Ante la aprobación del muchacho, nuestro protagonista tiró de él hacia arriba y lo envolvió tiernamente entre sus brazos. Miró sus hermosos ojos verdes e instintivamente, buscó los carnosos labios del tímido adolescente. En principio, un beso le pareció algo desagradable e   hizo ademán de rechazarlo, pero la frase de JJ de «hacerle el amor», aún resonaba gratamente en sus oídos y se dijo, « ¿Por qué no? Si me han obligado a hacer cosas peores».

Las sensaciones que invadieron a Ignacio a partir de que unió sus labios con los de JJ, fueron las más maravillosas que había sentido nunca. Aquel apasionado acto, carente de violencia y dominación, logró que, por primera vez, entre las cuatro paredes del sótano, el acomplejado muchacho se relajara, quedando a un paso del placer.

Raimundo, quien seguía desfogando la bestia de su entrepierna en el ano de Benito, al ver como los dos jóvenes se enredaban en un fogoso beso, no pudo reprimir soltar una parida:

—¡Tíos, dejaros de besos y mariconadas!

Benito, el cual estaba levemente encorvado con las palmas de sus manos apoyadas sobre la pared, abrió los ojos y lanzó una pequeña visual a sus dos compañeros. A continuación, devolvió una picara mirada a Raimundo, el cual supo entender rápidamente lo que pedían sus ojos.

El robusto hombre abrazó tiernamente el tórax del muchacho y tras pasear su lengua a lo largo de su cuello, le dijo en un tono que iba de lo cariñoso a lo sarcástico:

—Pero si mi niño quiere que hagamos mariconadas, yo las hago...

A la vez que comenzó a besar a su joven amante, las manos del guardia de seguridad se aferraron fuertemente a su cintura, como si con ello pudiera introducir más porción de su miembro viril en las entrañas del chaval.

Mientras los dos atractivos hombres seguían con su especie de lucha sexual, a pocos metros de ellos JJ acariciaba los glúteos de Ignacio, al tiempo que besaba cariñosamente su cuello. El desafortunado chaval, poco habituado a esas muestras de afecto, se encogía como un gatito, mientras sonreía tímidamente.

Nuestro protagonista estuvo tentado de acariciar el pene de su compañero, pero recordó que mientras Benito lo penetró, su miembro estuvo completamente flácido. Considerando que podía tener un problema de erección, se contuvo de hacerlo, por aquello de no romper la magia del momento. Pero al abrazarse a Ignacio, todas las dudas sobre la virilidad quedaron borradas, pues su entrepierna daba muestras de muy buena salud.

Impulsivamente alargó su mano hacia el erecto miembro, al mismo tiempo lo volvió a besar en los labios, esta vez de manera más apasionada.

Tras el beso, JJ se agachó ante Ignacio. Una vez a la altura de su pene lo observó, era regordete, cortito y cabezón. Introducirlo por completo en su boca, no fue ningún problema para el joven extremeño, quien tardó el mismo tiempo en introducirlo que en sacarlo, pues los exagerados  gemidos de su compañero parecían el vaticinio de un  inoportuno  orgasmo y no había que ser un Socrates, para intuir que era la primera vez  que le practicaban el sexo oral.

Dado que si Ignacio alcanzaba el éxtasis, significaría el fin de partida. Nuestro protagonista abandonó lo que estaba haciendo. Se incorporó, al poco sacó otro preservativo de uno de los bolsillos de su pantalón, sin decir palabra alguna se lo mostró a Ignacio. El tímido muchacho volvió a asentir con la cabeza, aunque esta vez sus ojos brillaban de emoción.

Una vez envuelto su pene para la ocasión, JJ procedió a penetrar a su compañero. El calor que emanaba aquel pequeño agujero hizo que el corazón se le acelerara vertiginosamente. Si su primer impulso fue entrar en el cuerpo de su amigo poco a poco, las circunstancias le impulsaron a empujar vertiginosamente su miembro hacia el interior.

Los dos muchachos estaban muy excitados. Ignacio porque nunca antes alguien lo había tratado tan bien; JJ porque era la primera vez que su miembro viril inspeccionaba los interiores de otro cuerpo. La fogosidad que los impregnaba propició que aquel intenso momento fuera tan profundo como leve. No transcurrieron ni unos segundos y el joven extremeño alcanzaba el orgasmo, a la misma vez que Ignacio se derramaba entre quejidos.

El entusiasmo del primer momento, dio paso a un estado de satisfactorio relax. Nuestro protagonista abrazó desde atrás a su ocasional amante. Lo besó en la mejilla y a continuación le susurró al oído:

—¿Has disfrutado?

—Sí —Musitó con un hilo de voz Ignacio.

Abrazados el uno al otro, los dos muchachos apuraban el placentero momento. A pocos metros de ellos, la garganta de Raimundo lanzaba un quejido seco en clara señal de que había llegado a lo más alto del placer. Delante de él Benito, se convulsionaba, derramando sus jugos sexuales sobre el empedrado suelo.

Sin dejar de acariciar y abrazar a Ignacio, nuestro protagonista clavó sus ojos en el guardia de seguridad, quien permanecía con los brazos sobre el pecho de Benito. Era tal el fuego que desprendía su mirada, que el guardia se percató de ello y respondió burlescamente:

—¡Pepe, no te cortas un pelo! ¡Es que no tienes vergüenza ninguna!

El muchachito lejos de amedrentarse, siguió observando de manera provocadora al guardia, quien dejo de abrazar a Benito y subiéndose los pantalones a media pierna avanzó hacia él.

—¿Te has quedado con ganas de más?—  A la vez que hablaba, se pasaba su mano morbosamente por el paquete.

Juan José, al ver el gesto de Raimundo, se relamió levemente los labios.

—Pepe, la chupas de puta madre y no te creas que me importaría probar ese culito tuyo —Al decir esto el guardia acariciaba la barbilla del joven extremeño —, pero uno no tiene veinte años y hoy no hay más “tutía”.

—No importa, quedan casi seis meses de curso —Dijo Juan José, sin cortarse un pelo —.Además, para el año que viene quiero ir a la universidad y allí no puedo entrar con asignaturas pendientes.

—Lo que yo diga: ¡No tienes vergüenza ninguna! — dijo Raimundo sonriendo ampliamente, a la vez que movía la cabeza en señal de perplejidad.

FIN

El viernes que viene   publicaré “Parásitos sociales”  será en la categoría Microrelatos ¡No me falten!

Estimado lector, si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría  de temática gay. Sirvan mis relatos para apaciguar el aburrimiento en estos días que no podemos hacer todo lo que queremos.

Un abrazo a todos los que me seguís.