Encuentros en el rellano
Una espectacular chica decide cambiar su vida y sus hábitos de relación y se imagina ofreciéndose a su poco agraciado vecino.
Eva era espectacular. Combinaba armoniosamente dulzura y sensualidad convirtiéndose en un arma letal capaz de tumbar a cualquier hombre. Ella era consciente de esto y aprendió a despertar exactamente lo que quería en ellos. Bastaba su estatura, casi 1,75 para llamar la atención, que luego quedaba anclada en unas curvas compensadas, rozando la exhuberancia y en unos enormes y redondos ojos verdes apostados bajo un mar dorado de rizos. La guinda perfecta era su encantadora sonrisa, capaz de transmitir confianza o simpatía o complicidad según quisiera. Así, a sus 26 años había conseguido acostarse con todos los chicos que se había propuesto, tenía a sus compañeros de trabajo embelesados (pese a que decidió no tener relaciones sexuales con ninguno de ellos) y a sus compañeras cabreadas por su meteórica carrera en la empresa. Si bien es cierto que jamás usó la cama para ascender, sí que empleó sus encantos para inclinar a su favor la balanza de los ascensos y en tres años alcanzó lo que normalmente precisaba el triple de tiempo y esfuerzo. Precisamente debido al último ascenso tendría que mudarse a otra ciudad para trabajar en una delegación mayor. Eva consideró el cambio de residencia como una oportunidad perfecta para replantear su vida. Las continuas relaciones, placenteras pero superfluas, con atractivos chicos comenzaron a aburrirle y un inquietante vacío amenazaba con crecer en su interior. Un nuevo lugar podía significar nuevas amistades y nuevas costumbres. No tenía muy claro qué haría y se prometió estudiarlo más adelante. De momento sólo sabía lo que no iba a hacer. Alquiló un ático en un edificio de cuatro plantas bastante nuevo y se instaló allí. Las nuevas responsabilidades en la oficina agotaban sus fuerzas y apenas le permitían llegar al rellano del ascensor, donde un día, esperando ansiosamente que el lentísimo aparato bajara de una vez para llegar a su piso, apareció un joven. Era del tipo de chicos del que ni siquiera recordaría haberse cruzado cinco minutos después. Andaría cerca de la treintena, o quizá menos, debido a que su obesidad añadiría algún año a su apariencia. Unas gruesas gafas filtraban la mirada huidiza que nacía de unos ojos demasiado pequeños para su considerable rostro. Apenas se atrevió a decir buenos tardes y Eva le devolvió el saludo con desgana. Entró Eva primero en el ascensor, sintiendo casi físicamente la mirada del vecino en el trasero. El trayecto fue típicamente incómodo, sin palabras. Al llegar al tercer piso, Eva al fin se libró de la presencia del joven que, por lo visto, ocupaba el piso exactamente inferior al suyo. Durante la cena, entre el arroz tres delicias y los tallarines que había encargado a domicilio, apareció la extraña idea. Aparentemente la desechó. Cierto que se planteaba cambiar de vida, pero acercarse siquiera a un chico como ese era demasiado... "¿te imaginas? ¿Qué harías con él?, no tiene sentido". Pero el anzuelo aparecía de nuevo, sonreía... "El alegrón que se iba a llevar el chico, le iba a cambiar la vida." Durante días, semanas, la idea visitaba la cabeza de Eva. Según llegaba, la rechazaba, se convencía de que estudiaría los ajustes de su vida más adelante, cuando tuviera tiempo y después la olvidaba con una curiosa sensación en su vientre y en su pecho que tardaba en abandonarla. En ese tiempo, los encuentros con el vecino fueron frecuentes. Tan frecuentes que comenzó a sospechar que, de alguna manera, el los forzaba para así escanear su silueta y balbucear su estúpido "buenas tardes". Poco a poco el trabajo fue amainando y un viernes se sintió con fuerzas para aprovechar el fin de semana para algo más que descansar. Sin embargo, no había hecho planes. Desde luego podría enfrentarse a la noche y acabar con un nuevo atractivo trofeo durmiendo en su cama, pero eso rompería su voluntad de cambiar de vida. "¿Y tu vecino?" Por una vez, la idea le divirtió en vez de provocar el rechazo acostumbrado. Consideró la idea. Imaginó la ilusión que se llevaría el chaval al quedar con una chica como ella a la que seguramente consideraba, con toda razón, fuera de su alcance. No logró entender por qué comenzó a calentarse pensando en ello, le imaginó besándola, tocándola...Desde luego que acostumbraba a acostarse con chicos por los que no sentía nada, pero, ni siquiera atracción física era demasiado. A cambio, sería bonito y curioso comprobar la reacción de semejante chaval ante un regalo del cielo. Cómo sería cuando tuviera desnudo frente a él un cuerpo como el gastaba Eva. El calor que emanaba de su vientre se iba extendiendo por su cuerpo. Imaginó no poniéndole ninguna traba, dejándole hacer todo lo que quisiera... Hasta imaginó haciendo todo lo que pudiera para complacerle. Se sintió una samaritana en toda regla. "Además -pensó- si llevando más de un mes de abstinencia no quedas con él, no vas a hacerlo nunca". Antes de que le diera tiempo a arrepentirse, salió con los minúsculos shorts y la ceñida camiseta de tirantes que acostumbraba a llevar en casa. Bajó las escaleras y llamó a la puerta. La recibió el joven con una vieja camiseta y un pantalón de chándal que apenas lograba ocultar la erección que tenía. Eva se preguntó el motivo. - Disculpa, esta mañana tuve un pequeño problema con el baño, se desbordó y, aunque traté de recogerlo pronto, me preocupa que te haya provocado alguna humedad en el techo. Había inventado esta pequeña mentira con la excusa de poder entrar en su casa. Cierto que así le ponía en bandeja que le invitara a un café, pero un motivo no menos poderoso era satisfacer su curiosidad por conocer la casa del chico. Éste, confundido y a medio camino entre el nerviosismo y el pavor, contestó. - Ppp...Pues no noté nada. - Me alegro,- continuó Eva - de todas maneras, creo que me quedaría más tranquila si echamos una ojeada y nos aseguramos. Por cierto, me llamo Eva. El rostro del chico mostró en primer lugar una marcada preocupación ante la sugerencia de Eva de pasar, pero después de que esta se presentara y le diera un beso fue incapaz de impedir su paso. - Yo soy Hugo - contestó él mientras le franqueaba la entrada. A Eva le bastó el camino hasta el baño para cuadrar bastantes cosas. Había un ordenador en el salón y la pantalla mostraba en ese momento una escena congelada de una película en la que una señorita exageradamente dotada practicaba una felación un musculoso maromo. Esto explicaba tanto la erección de Hugo, como su contrariedad ante la posibilidad de que Eva entrara en su casa. Aunque esto último también podía ser debido al escaso orden y limpieza que convivían con Hugo. Una vez comprobado que no había humedades (al menos en el techo del baño), Hugo, después de apagar disimuladamente la pantalla del ordenador, reunió el valor de invitarle a una coca-cola. La charla fue como Eva esperada: Hugo trataba de parecer simpático y conversador con escaso éxito, mientras ella ejercía de chica encantadora. Después de varios minutos, Eva supuso que Hugo no daría un paso más. Consideró una vez más su plan, se sintió tentada de abortarlo, pero recordó su decisión de cambiar de vida y su idea de ejercer hoy de "voluntaria" social. El recuerdo de la calentura que había tenido pensando en ello terminó de dilapidar su rechazo y pasó a la acción: - Lo cierto es que, desde que llegué, he tenido tanto trabajo que me pasaba los fines de semana tirada en el sofá viendo la tele. Hoy tengo más fuerzas, pero no conozco la ciudad... ¿Podrías ejercer de Cicerón para una forastera? El color abandonó de inmediato el rostro de Hugo y, con él, pareció llevarse también las cuerdas vocales, pues el chico parecía incapaz de hablar. Finalmente logró arrancar: - ¿Qqq... Quieres decir que yo te saque? ... o sea... que te lleve a dar una vuelta... pero, ¿te refieres a bailar y eso o...? "Tonta de mí -pensó Eva- la última vez que salió de fiesta Hugo debió ser antes de nacer..." Tocaba pues corregir el error. Se recogió el pelo en una coleta, provocando que sus generosos pechos se aprisionaran con la tela y la sombra coloreada de su pezón se transparentara visiblemente. Hugo quedó sin habla. Después desplegó su poderosa sonrisa, tiñó su mirada de dulzura y su voz de sensualidad: - Mmmm, bueno, una idea era salir de marcha y bailar un poco, sí, pero no te preocupes, que no es la única... Deja que te mire... Así que te pega más una peli tranquilito en casa mientras come una pizza ¿me equivoco? - ante la imposibilidad del chico de responder, prosiguió, dando la callada por asentimiento -. Pues si no te importa, dame un rato para arreglarme un poco y en una hora más o menos vengo, ¿vale? - Desde luego. - logró articular Hugo al fin- ¿alguna película en particular que quieras o...? - Lo dejo a tu elección- respondió Eva, sonriendo pícaramente- aunque preferiría que no fuera como la que tienes puesta en el portátil. Se levantó y fue hacia la puerta. Hugo, completamente confundido la acompañó y la despidió. Al cerrar la puerta, trató de encajar todo lo sucedido. Llevaba semanas espiando a su vecina. Era una diosa. Jamás había visto semejante mujer. Siempre impecable, con sus elegantes trajes de chaqueta con falda. Aunque él siempre opinaba que las faldas tenían demasiada tela para lo que merecían sus largas y estilizadas piernas y también que su abultado pecho quedaría mejor directamente bajo la chaqueta, sin las camisetas que acostumbraba a llevar. Sólo verla una vez hacía que el día mereciera la pena de ser vivido. Por la mañana, siempre esperaba vestido hasta que los tacones del piso superior indicaban que la chica -se llamaba Eva, que lindo nombre- se disponía a salir. Entonces hacia lo propio para poder encontrarla en el ascensor. Los incómodos silencios no le importaban si, al final, cuando ella salía en la planta baja, el tenía su par de segundos para admirar el precioso trasero que se dibujaba en la falda. De pronto, mientras él aliviaba su escasa vida social, especialmente con el sexo opuesto, masturbándose con la porno de turno, apareció ella en la puerta. En vez de comportarse como la habitual diosa estirada y prepotente, se había disfrazado de chica simpática, encantadora y divertida y, para colmo, además de venir semidesnuda, se queda charlando y se auto invita a ver una película con él. No entendía nada. Su discreto cerebro no era capaz de adivinar el motivo del cambio de actitud, aunque decidió que, lo entendiera o no, era un regalo que tenía que disfrutar. Se ducho rápidamente y trató de vestirse lo más elegantemente posible. Una enorme camisa azul y pantalones chinos azul oscuro. Mientras esperaba, trató de maquillar el estado de su casa: hizo su cama, llenó el lavavajillas con todo lo que encontró en la cocina y adecentó la mesa de centro del salón, retirando alguna lata de cerveza abandonada y vaciando los ceniceros de las cáscaras de frutos secos que vivían allí desde hacía tiempo. Todo esto mientras, nervioso, pensaba qué película sería la adecuada para su vecina. ... Eva oyó como su vecino cerraba la puerta. Ahora tocaba repasar todo lo vivido y decidir qué hacer. Desde luego que era feo, más aún cuanto más le miraba. Y un terrible conversador, pues aunque ella había llevado todo el peso y abordado un amplio repertorio de temáticas, el demostró ser aburrido en todas ellas sin dejar de mostrar su nerviosismo ni un segundo en todo el encuentro. Para colmo era un pajillero depravado, ya que no fue sólo el portátil, sino también las revistas que tenía bajo el sucio cristal de la mesa de centro del salón, las que le delataban como tal. Bastó el ratito para descubrir que su gusto por la decoración estaba enterrado por el criterio único de la funcionalidad de estética nula, bueno, eso en el caso de que le dedicara algo de tiempo a estas sutilezas entre peli porno y peli porno, si ni siquiera tenía tiempo para limpiar un poco. Tampoco era su fuerte la educación. Cierto que sacó valor para invitarle a quedarse un rato, pero Eva notó cómo los ojos del chaval viajaban regularmente a sus piernas desnudas y a su pecho. Eva sabía que se había propuesto estar con Hugo hoy y esto provocaba dos sentimientos totalmente opuestos. Por un lado, característica a característica, le repelía el chaval y no tenía gana alguna de bajar. Sin embargo había una fuerza poderosa que nacía en su vientre, cuando se imaginaba complaciendo a un chico cuya única posibilidad de tener sexo era pagándolo... ¿Por qué le calentaba tanto esa idea? Y peor aún, ¿por qué sentía más excitación cuantas más vueltas le daba? Porque, efectivamente, no paró de darle vueltas mientras se duchaba. Y mientras elegía una ceñidísima minifalda negra... y mientras adornaba sus piernas con unas finísimas medias negras con elástico alto... y mientras olvidaba colocar un sujetador bajo su camiseta de lycra... y mientras se maquillaba discretamente y... Cuando llegó a la puerta, Eva estaba dispuesta a complacer en todo a Hugo. Le abrió un sonriente y -como no- nerviosísimo Hugo. Antes de que pudiera reaccionar, Eva mintió rompiendo con sus valores estéticos más primarios: - Hola Hugo, qué elegante estas. -Le dio dos besos y le enseñó la botella de vino de Lambrusco que había cogido de su nevera - Toma, he traído esto, espero que te guste. - Sí, sí, claro que me gusta. - Respondió- Eva... tú si que estás guapa, adelante, pasa. - ¿Te gusta la falda, entonces? - Desde luego, te queda muy bien, Eva. - ¡Bien! ya me pareció a mí que durante la charla de antes no dejabas de mirar mis piernas.... - Hugo enrojeció al instante, pero Eva estaba desatada. - Esto... perdona, yo, quiero, decir..., que lo siento, no quería incomodarte... - No te preocupes, -le interrumpió Eva-, no me molestó. De hecho, al darme cuenta de que no podías controlar tus ojos decidí ponerme esto y decirte bien clarito que, ya que me la he puesto para ti, te impongo la obligación de que mires mis piernas tanto como puedas. Que sepas que cada segundo que no lo hagas, será considerado como una falta de educación importante. Hugo se atoró. Su rubor se fundió con el resto de sensaciones que emanaban a cada palabra que pronunciaba Eva. Trató de responder: - ¿Me estás diciendo que te mire las piernas? - No, Hugo, te estoy pidiendo que no dejes de hacerlo. A duras penas Hugo comenzó a ejercer de anfitrión. Llamó para pedir la pizza elegida y le contó que la película que había elegido era la última comedia romántica que había encontrado. Prepararon la mesa de centro con los platos y llenaron las copas. Conversaron brevemente mientras esperaban la pizza. Eva, divertida, observaba cómo Hugo trataba de estudiarla cada vez que posaba su mirada en las medias y se sorprendía como una y otra vez, se encontraba con una sonrisa como respuesta. La pizza llegó y comenzaron a ver la película y a bajar el nivel de vino de la botella. Al finalizar la cena, Eva apoyó su espalda entre el brazo del sofá y el respaldo, estiró las piernas y las colocó justo por encima de las rodillas de Hugo mientras decía: - Mmmm, qué bien recostarse un poco. Hugo se vio con las larguísimas y preciosas piernas de Eva sobre sí. Para colmo, al recostarse, se había subido la falda dejando a la vista el elástico de las medias. Fue demasiado para él. Tanto que la pregunta que le había rondado la cabeza y que se había jurado no hacer, brotó de repente de su boca. - Eva, ¿por qué has venido? Quiero decir, hasta ahora, todos estos días, ni me has cruzado una palabra y hoy, de pronto, ... no lo entiendo. La pregunta incomodó a Eva. No esperaba nada similar. Efectivamente, era tan tonto que podía echar a perder el resultado de sus rezos a San Onás por esa pregunta. En cualquier caso, estaba obligada a contestar. - Verás, Hugo, acabo de llegar a la ciudad y, además de los cambios que eso conlleva, para colmo el trabajo me tiene absorbida. Durante estas semanas he estado bastante estresada y, por ello, insoportable. No es agradable percatarse de eso y ahora que en la oficina todo está más tranquilo, lo he visto demasiado claro y me he sentido mal. De hecho, al bajar antes por lo de la gotera, me he dado cuenta de que ni siquiera conocías mi sonrisa, a pesar de que nos vemos todos los días... Esto no me ha hecho sentir bien precisamente. He querido arreglar un poco mi desastrosa actitud contigo y por eso me ha parecido buena idea que nos viéramos hoy. Hugo sonrió triste y respondió. - De modo que la cena de hoy es tu forma de disculparte, ¿no? Ahora lo entiendo, me extrañaba tanto que quisieras una cita conmigo... Eva entendió al instante que el camino hasta el precipicio había concluido. Ahora sólo restaba recular o lanzarse. Trató de valorar su respuesta, pero se dio cuenta de que sus ganas de agradar a Hugo habían aumentado cada vez que se dejaba mirar los muslos, cada vez que respondía con una sonrisa. - Hugo, me siento mal por cómo me he comportado contigo. Se que te parezco muy atractiva y que todos los días me miras en el ascensor. De modo que me pareció buena idea invitarte a que me miraras. ¿Quieres mirar mis piernas? Te lo he pedido, ¿prefieres mirar mis tetas?, adelante. Quiero decir, me apetece complacerte y así me sentiré mejor. De modo que, ¿cómo puedo hacer para complacerte? - No te entiendo bien... - Respondió Hugo. Eva comenzaba a arder por dentro. - Pero, ¿a qué te refieres? - Hugo no asimilaba aún nada. - Hugo, - Eva miró seriamente mientras le hablaba-, ¿acaso te lo puedo decir más claro? Estoy arrepentida por mi comportamiento contigo. Por ello, estaré encantada de complacerte. Si para eso tengo que dejar que me mires, lo haré. Si no es suficiente para ti, tampoco te impediré nada. Te dejaré que hagas lo que quieras. El chico, a modo de respuesta, muy despacio y con miedo, llevó su mano a la rodilla de Eva. Cuando se produjo el contacto, Eva sintió que, efectivamente, explotaba. Cerró los ojos instintivamente y echo la cabeza hacia atrás dando un suspiro. Hugo, viendo que ella no oponía resistencia, subió por su muslo, provocándole una erección que contactó con el cuerpo de Eva. Al llegar al elástico, Eva, ardiendo, abrió sutilmente las piernas franqueándole el paso. Hugo aceptó la invitación, alcanzó la suave piel de la chica que, para emoción de Hugo, lanzó un suave gemido por el contacto y volvió a emitir otro cuando sintió las manos del chico separar aún más sus piernas haciendo que la minifalda escalara casi hasta sus caderas. Hugo casi lloró de emoción al ver el diminuto tanga negro transparente que difuminaba el depilado sexo de su vecina. Posó su mano en el exiguo triángulo de tela y se alegró al volver a oír los gemidos de Eva. Ella abrió los ojos, quería ver la expresión de Hugo mientras alcanzaba su sexo. Se le notaba emocionado y fuera de sí, casi enloquecido. Llevó sus manos a la del chico y la guió por el interior de su ropa interior hasta sus labios. El los acarició y poco tardó en introducir un dedo en ellos experimentando la exagerada lubricación que tenían. Eva nunca podría haber intuido que la respuesta de su cuerpo a la idea loca de estar con su vecino sería semejante. Al sentir las manos de Hugo en sus piernas su excitación superó sus experiencias anteriores y las sensaciones fueron in crescendo al descubrirse a sí misma separando las piernas para Hugo y, finalmente sintió morir cuando el dedo se adentró en su intimidad. Los gemidos no eran fingidos, todo lo contrario. Entregarse a Hugo había reventado cualquier pronóstico y se preguntaba si lo estaba pasando mejor ella que él. La cabeza de Hugo estaba enajenada ante el súbito desbordamiento de la libido. Esta, que había sido confinada a duras penas con masturbaciones varias y eventuales prostitutas desde que vio a Eva por primera vez, ahora se liberaba en una explosión demasiado violenta para lo que él estaba preparado. No era para menos. La zorra engreída que lo había despreciado hacía semanas estaba ahora abierta de patas para él, gimiendo ante la exploración digital y empapada en fluidos. Esa zorra le había dicho que le dejaría hacer hoy lo que quisiera. Fue esa enajenación transitoria la que cambió el tono de voz de Hugo y ocupó su cerebro cuando, de pronto, soltó: - De modo que ¿harás todo lo que te diga? -Eva apenas pudo asentir con la cabeza- ¿Absolutamente todo? - Eva volvió a asentir y el continuó, casi gritando- Levántate, zorra y quítate las bragas ahora mismo delante de mí. Eva acostumbraba a tener a todos los hombres a sus pies, todos se desvivían por agradarla y este espécimen marginal se atrevía a insultarla. ¿Acaso lo iba a poner en su lugar? Su cuerpo ardiente se adelantó en la respuesta y antes de que pudiera contestar nada, estaba frente a él, con la cadera a la altura de la cabeza de Hugo. Lo peor fue que cuando sí se concienció de lo que estaba ocurriendo, lejos de frenar esta quimera, le sonrío y deslizó lenta y sensualmente el tanga por sus muslos. Al sacarlo por los pies, se irguió y levantó su falda para que Hugo pudiera ver su sexo claramente. El rostro de Hugo reflejaba el éxtasis. Ni siquiera fue preciso una orden para que Eva se diera la vuelta ofreciendo, esta vez desnudo, el paisaje que furtivamente Hugo admiraba cada vez que ella salía del ascensor. Hugo agarró cada nalga con una mano y las aplicó un masaje frenético, tanto que a punto estuvo de derribar a la chica. - Las tetas, zorra, quiero ver tus tetas. Eva sacó al instante su camiseta y se dio la vuelta para mostrárselas a Hugo. Más de cien hombres habían tenido el lujo de observar su pecho, pero jamás había sentido excitación semejante al permitirlo. Hugo se quedó embobado con ellos. Por algún motivo imaginaba que las voluminosas tetas de su vecina precisaban de sujetador para realizar su firmeza y pocas veces se alegró tanto de estar confundido. Eran grandes, pero no exageradas, con un puntiagudo pezón rosado apetitoso y pequeño que marcaba el punto de inflexión en la curvatura perfecta del contorno. - ¿Quieres verlas o comerlas? - le sugirió Eva. - Todo a su tiempo, zorra, todo a su tiempo. Se deleitó mirándolas, después, agarrándole el culo, la acercó más a él y comprobó con sus manos la dureza de los pechos. Las agarró, las masajeó, tanteó con los dedos los pezones y los acarició largamente. Por su parte, Eva estuvo a punto de correrse al recibir el rudo masaje de Hugo y sus gemidos aumentaron de volumen e intensidad durante la estimulación que aplicó Hugo a sus pezones. Ni siquiera se dio cuenta cuando una de las manos de Hugo abandonó sus curvas para desabrochar el pantalón y sacar su miembro. Hugo agarró su trasero, la atrajo hacia él y comenzó a comer sus pechos y lamer sus pezones. Eva se dejaba llevar, completamente entregada y excitada. Después, despacito, Hugo agarró sus muslos haciendo que se sentara sobre él y Eva, sin esperarlo, se encontró con el miembro de Hugo en su interior. Pese a su grado de excitación, Eva fue capaz de analizar rápidamente las consecuencias de la ausencia de preservativo en su vecino. Descartó el riesgo de embarazo, ya que ella tomaba la píldora anticonceptiva y consideró que la actividad sexual de Hugo no invitaba a considerar un eventual contagio como un peligro real. Así, Eva comenzó a cabalgar a su vecino mientras la boca de éste encontraba el postre perfecto en sus dos montañas de carne sobreexcitada. Eva apretó la cabeza del chico contra sus tetas mientras se empalaba cada vez más rápido. Ambos gemían, casi gritaban y, finalmente, ambos explotaron en una borrachera desconocida para ambos. Para él, porque era la primera vez que tenía el premio sin precisar previo pago, mientras que ella conocía una nueva sensación en este extraño experimento que había realizado. Si bien siempre había estado con hombres de anuncio, en realidad nunca se había entregado tanto como en esta ocasión, ya que acostumbraba a buscar el placer más que a proporcionárselo a su pareja. Celebraron ambos el suceso gritando descontroladamente hasta que el silencio lo llenó todo y Eva reposó su cuerpo en la mole de Hugo. Con el descanso, poco a poco fue llegando el enfriamiento. Eva, casi horrorizada, se abrumó al comprender hasta dónde había llegado su excitación. Se agobió, se puso nerviosa y, levantándose, le pidió disculpas a Hugo. Él le pregunto qué ocurría, pero como única respuesta, Eva se puso el tanga, empapándolo con el semen que emergía de su sexo y se cubrió con su camiseta. Volvió a pedirle disculpas y abandonó el piso del chaval que quedó atónito.