Encuentros en el rellano (3)

Eva trata de resistirse a entregarse a su poco agraciado vecino y que todo vuelva a ser como antes

La mañana sorprendió a Hugo desnudo y solo en su cama. Tres juramentos y dos insultos sucedieron a la lectura de la nota. Conjuró las ganas de llorar que le asaltaron y quiso recordar lo vivido la noche anterior. Después el cuerpo le pidió subir a ver su vecina, pero tuvo la suficiente prudencia para desecharlo. Sabía que lo más probable era que ella se fuera y, realizado el experimento, no quisiera saber más de él. Cierto que la ilusión y la diversión que había detectado en ella le hicieron pensar que, quizá, su relación tendría más futuro. Pero no debía engañarse. Las chicas como Eva no se relacionaban con él. Había que resignarse, asumirlo y retomar las películas porno y el sexo de pago... Ir a ver a su vecina después de que este lo abandonara por la noche no era una buena idea en absoluto. A ver qué le deparaban los próximos días, aunque no tenía ni idea de cómo actuar si se encontraba con ella en el edificio. Eva durmió hasta tarde. Una vez conciliado el sueño, su cuerpo quiso descansar de toda la agitación física y mental al que había sido sometido y despertó justo a tiempo para comer. Se vistió rápido y bajó al restaurante de los sábados donde, sin éxito, trató de evitar pensar en lo ocurrido. Su cabeza le remitía una y otra vez a la misma imagen. Hugo tumbado en la cama con las manos apresando sus tetas. Una cara desbordada de lujuria y depravación cepillándosela y una voz rebotando en sus oídos llamándola zorra. Estaba completamente avergonzada de haber permitido a su vecino siquiera que la tocara. Tenía que sacarlo de su vida. Tenía que lograr borrar lo ocurrido. Recordó la forzada invitación que le había hecho una compañera de la oficina para salir el sábado y que ella había declinado. Cambio de planes. Descolgó el móvil y, tras comprobar con ella que la invitación seguía vigente, confirmó su asistencia y se sintió más a gusto. Después de comer, durmió una siesta y vio algo la tele. Afortunadamente, su vecino había entendido lo ocurrido y la había dejado en paz. No le apetecía en absoluto encontrarse con él. Inició el ritual de preparación para la noche. Ducha, maquillaje, escote y tacones. Hoy no llevaría falda, sino que primaría su trasero con un ajustadísimo pantalón. La noche fue como había planeado. Después de pasar por un par de garitos, en el tercero por fin encontró un chico que estaba casi a la altura de lo que ella merecía. Eva le lanzó dos miradas y una sonrisa que sirvieron para armarle de valor y poco después sostenía la correspondiente copa, cortesía del galán. Un par de bailes, mucho tonteo y Eva, pese a su leve mareo, estudiando los pasos que el chico daba para lograr llevarla a la cama. Siempre le divertía hacer eso. Ella lo confundió un poco, mostrándole terreno ganado y depués retrocediendo. Su presa estaba tan encandilada que cayó en todos sus juegos. Finalmente el chico la condujo hasta provocar el momento de la verdad: tocaba decidir si continuar o replegarse. Ella optó por seguir aunque, como acostumbraba en estos casos, evitó con éxito terminar la fiesta en su propia casa. Era una manía adquirida para evitar que alguno perdidamente enamorado se presentase en su puerta cuando ella decidiera dejar de responder las llamadas. Apenas se fijó en el apartamento del chico. Una copa más, música romántica...  El chaval puso toda su atención en ella. Trató de seducirla con bellas palabras, suaves caricias y dulces besos antes de desplegar sus múltiples habilidades en la cama. Fue un polvo perfecto para ella. ... sin embargo, fue una auténtica basura comparado con lo que ocurrió la noche anterior. Reconocía el manjar, pero parecía como si el cocinero hubiera olvidado la sal. Como una buena película sin banda sonora. De nuevo, por segunda vez en dos días, a mitad de la noche se despidió del chico, evitando dar su teléfono o cualquier otra forma de contacto y terminó la noche en casa. Otra vez ameció tarde, agotada, apenas comió y volvió a la cama a sufrir una siesta no muy reparadora viciada de reflexiones.Había aprendido hace tiempo que una no tenía que avergonzarse de lo que era, sino sólo de lo qué se hacía con lo que se era. Desde luego que no estaba orgullosa de que jamás hubiera disfrutado con el sexo tanto como cuando fue usada como una prostituta por Hugo. Mucho más que cuando un guaperas la trataba como a una reina. Pero sentirse así no era su falta, si acaso lo sería no acertar con que hacer ahora. La gran duda planeaba ahora en su ordenada cabeza: si quería disfrutar con el sexo, debería ver a Hugo. Si quería tener un buen concepto de sí misma y algo de amor propio, no podría verle nunca más. Sabía también que provocar que otro chico la tratara como Hugo tampoco sería igual. La gracia, el morbo, era que el feo Hugo, el putero pajillero y desagradable Hugo provara su caviar... Pero ella era decidida. No, no podía ser. No volvería a verlo. Dos horas duró ese simulacro de siesta, tras los que el domingo anunciaba su extinción. El lunes vino a salvarla, con las horas llenas de trabajo que, inconscientemente alargaba para retrasar la llegada a casa. El martes plagió a su predecesor y el miércoles al suyo. El jueves, sin embargo, hubo un imprevisto. De nuevo el rellano del ascensor reunió a los dos vecinos. Primero llegó ella. Después él, que, tras un cruce de descafeínados "buenas tardes", se colocó detrás de ella. Eva escuchaba cómo el ascensor se detenía en algún piso arriba, mientras que, por detrás, era la pesada respiración de Hugo a unos metros o quizá menos lo que invadía el silencio. El cuerpo de la chica comenzó a reaccionar, buscando  su ración de sensaciones y se lo decía con todos los idiomas que conocía: sus mejillas ardían a juego con su vientre, el corazón se aceleró, la piel de gallina emergió, le faltaba el aire... Llegó el ascensor y, tras pasar, repitieron las posiciones. Ella delante, hirviendo, él detrás, inmóvil, como un cazador, esperando un gesto para saltar sobre su presa. Y ese gesto, al fin, apareció. El cuerpo de Eva le jugó una mala pasada. Fue sólo un paso atrás, buscando al chico, pero bastó para Hugo. Cogió las caderas de la chica y, atrayéndola unió su desplegado sexo con el culo de Eva. Visto el campo abierto, pasó sus manos bajo la camiseta y alcanzó la piel del abdomen de la chica. Por una vez, Hugo se alegró de la lentitud con que el ascensor ganaba pisos. Gozaba sintiendo la respiración agitada de Eva. Notaba cómo ella deseaba que subiera las manos, pero él no iba a hacerlo.Llegaron al tercero y el ascensor abrió sus puertas. Eva paralizada, casi rezaba porque Hugo no saliera y se alivió cuando las puertas comenzaron a cerrarse. Sin embargo, para su sorpresa, esas manos sudorosas que cubrían su tripa la abandonaron y pulsaron el botón de apertura de la puerta. Eva no pudo reaccionar y apenas respondió al rápido "Hasta luego" de Hugo. Poco después ella y la olla a presión que era su cuerpo alcanzaron el ático. Se notaba a punto de explotar. Ardía. El reencuentro había incendiado todo. Se sentía en medio de un torbellino. Su cuerpo, indignado con ella, aumentó las señales de que quería ser satisfecho y  la presionó ahogándola hasta hacerla comprender que su voluntad de renunciar a Hugo no iba a ninguna parte, que tenía que claudicar y ofrecerse de nuevo. Y puso en marcha lo que su cuerpo le pedía. Sin pensar más, bajó y llamó a la puerta de su vecino. Hugo, al otro lado, que logró contenerse para jugar su carta, dio un salto cuando oyó el timbre. Trato de calmarse y abrió la puerta. - Hola Hugo, ¿pp-puedo pasar? Hugo la notó nerviosa, ruborizada y agitada. Le franqueó la entrada pausadamente. Ella, a cambio, se lanzó a sus brazos. Hugo vio cómo Eva cerraba los ojos al besarlo y no pudo evitar agarrar el culo de la chica, lo que provoco que la joven lanzara un gemido de placer. Un par de segundos después la separó y, agarrando la blusa con fuerza, reventó de un tirón los botones, dejando a la vista el sujetador. Bajó las copas y, una vez liberados los pechos, comenzó a devorarlos con avidez. Ella, a su vez, se despojó de lo que quedaba de blusa y, abriendo el broche, le ofreció la completitud de su busto. Hugo hundió en el su boca y sus manos, despertando las emociones latentes que encontró días atrás. Eva también revivía sensaciones y, sin pensarlo, desabrochó su falda y la dejó caer al suelo. Entonces él cogió el fino tanga de su vecina y, mientras hablaba, fue tirando de él suavemente, haciendo que la tela se adentrara en los empapados labios de la chica. - Eva, por favor, no juegues más conmigo. Él otro día me desperté sólo, sin una explicación. Y ahora vienes otra vez y seguro que luego vuelves a desaparecer hasta la próxima en que te apetezca. Necesito sentir que yo también pinto algo en todo esto. Quédate aquí conmigo ahora y haremos todo lo que quieras, pero prométeme que mañana seré yo el que suba a tu casa y me permitirás hacer todo lo que yo quiera. El calentón de Eva se acrecentó ante la perspectiva de sentirse mañana en las burdas manos de Hugo y no se preocupó de calibrar las consecuencias de sus palabras. - Claro que sí, tonto, si eso es lo que quieres. - Es lo que quiero. Entonces, -¿me prometes entonces que mañana podré hacer todo lo que quiera contigo? El asentimiento de Eva coincidió con un tirón más fuerte que desgarró el tanga de la chica. Esta vez fue ella quien cogió la mano del chico y lo llevó a la habitación. Allí, lo desnudó despacio, llenándole de besos. Después le sentó en la cama y le susurró al oído: - El otro día no me dejaste mamártela como es debido. Déjame que te chupe la polla como te mereces. Arrodillándose, se acercó despacio al miembro de Hugo. Acarició el glande con la punta de la lengua y lo succionó débilmente. Después lo envolvió con su boca incendiada y, sujetándolo con la mano, se dedicó a recorrerlo en viajes de ida y vuelta que se detenían estratégicamente en el extremo para continuar después. Después de varios minutos de deliciosa tortura, Hugo se corrió en la boca de su vecina. Ella recogió el premio y después limpió dulcemente el agotado miembro.  Acabada la tarea, siguió acariciando el aparato del joven hasta levantarlo de nuevo, momento en que le confesó a su pareja: - Hugo, cielo, necesito que me penetres, estoy que exploto. - Entonces ponte a cuatro patas en la cama. Apenas terminó de colocarse según le habían indicado, Eva sintió cómo el miembro de su vecino tocaba su sexo y se introducía deliciosamente dentro. Después fue agarrada por las caderas y penetrada fuertemente. Al fin... Disfrutó las embestidas, el roce, se excitó con los gemidos, casi bufidos, que su vecino profería. Necesitaba que Hugo se la follara y la anterior felación cumplió su expectativa retardando la eyaculación del chico. El bombeo duró lo suficiente para que pudiera llegar a la estación del éxtasis, en la que se encontraba aún cuando él explotó en su interior. - Me encanta correrme dentro de ti - exclamó Hugo agarrando las tetas de Eva. - Eres el primero que lo hace. - Confesó ella. - ¿También soy el primero al que le limpias la polla después de correrse? Por cierto... Eva le respondió sonriendo mientras se disponía a acatar la indicación recibida. - No sueñes con que vaya a responder todas las preguntas que asoman a tu viciosa imaginación. A Hugo no le preocupó la frontera. A fin de cuentas, tenía otra vez la polla en la boca de su vecina y la leche impregnando su interior... y mañana tocaba repetir. Cuando su vecina dio la tarea por acabada él continuó con su jugada. - ¿Has tenido lo que viniste a buscar? - Eva asintió y él continuó. - Pues entonces ve y descansa, que mañana iré a buscar lo que yo quiero a tu casa. - ¿Cómo? ¿Quieres que me vaya? – Eva estaba sorprendida.

  • Creo que es lo mejor.

  • ¿Me cuentas todo lo que harás? - Se interesó la joven.

  • No sueñes  con que vaya a responder todas las preguntas que asoman a tu viciosa imaginación. -Respondió él socarronamente, haciendo reír a Eva. Mientras Eva abandonaba el piso, Hugo repasó mentalmente los acontecimientos. Cuando, días atrás, su vecina lo abandonó en la cama, trató, sin éxito, de entender lo ocurrido, especialmente la actitud que había tenido con él. Habló con sus amigos y, aunque la mayor parte pensó que les estaba tomando el pelo, hubo uno que sí que le hizo caso.

  • ¿Sabes?, -le dijo- a las tías no hay quien las comprenda. Hay algunas a las que les encanta sentirse dominadas y humilladas… No te vuelvas loco y maneja bien el asunto. Supongo –continuó- que ahora lo que te tira es ir corriendo a verla, ¿verdad ? – Hugo asintió -. Pues no seas zoquete, si quieres tenerla a tus pies, juega con su lívido y controla la tuya.

Hugo asumió que la mejor manera de echar todo a perder era seguir su impulso de subir al ático tras ella, y fue capaz de reprimirlo. Por contra, siguió uno a uno los consejos que su amigo le fue dando. Parecía que sus bazas eran estar atento a un posible momento de debilidad y explotarlo para acercarla a él. Todo era demasiado difícil, pero valía la pena intentarlo.

Ahora, sentado en el sofá después de haberse corrido en la boca y en el sexo de su vecina, veía las cosas mucho más bonitas. "Después de todo», se dijo, "parecía que no lo había hecho tan mal."

Eva se tumbó en la cama. Después de la tormenta, su cuerpo fue escampando dejando un claro entre las nubes que su la cabeza trató de aprovechar para colarse. Obviamente, había traicionado su voluntad de no estar más con su vecino y lo que es peor, no se veía capaz de controlar a su cuerpo, cuando a éste le daba por ponerse a bullir. Para colmo le había prometido una nueva sesión mañana y, si bien cuando lo hizo sonó excitante, ahora no lo tenía tan claro. Siguió dando vueltas y su análisis le llevó a considerarse con dos personalidades distintas: una mujer fría que aborrecía y detestaba a su vecino y una ardiente mujer que se moría por complacerle. Para colmo, la batalla entre ambas tenía una ganadora evidente. Cabía la posibilidad -se aferró a ella- de que fuera lo novedoso de las sensaciones, su aparición espontánea, las que motivaban semejante reacción en ella. Así, una vez la novedad se transformara en algo más rutinario, volvería a tomar control de su cuerpo. Resolvió, pues, la solución contraria a la que adoptó la última vez y disfrutar de lo que su cuerpo le pedía hasta que todo volviera a la normalidad. Seguía quedando pendiente lo del día siguiente. Hugo no parecía muy imaginativo, la verdad, pero, si bien lo subestimaba en varios escenario, tenía sus dudas en cuanto a las depravaciones sexuales que podría idear. Y se enganchó de nuevo en la corriente de sensaciones que brotaban en cuanto se imaginaba permitiendo que su vecino hiciera uso de ella. Con esos pensamientos y, ayudada por sus ágiles dedos, Eva se corrió pensando en Hugo.