Encuentros en el rellano (2)

Eva no es capaz de despegarse de su repelente vecino.

Subió las escaleras corriendo y una vez en su casa, comenzó a maldecirse por lo que había hecho con Hugo, agravado por la imagen de niña tonta que habría dado al escaparse así. Trató de poner orden a su cabeza, pero, lejos de analizarlo fríamente, al recordar lo ocurrido, su cuerpo respondía erizando los escasos vellos que quedaban en su depiladísimo cuerpo. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso le gustaba Hugo? Era obvio que no... ¿Entonces? "Piensa, piensa", se decía, pero lo en vez de pensar, lo único que le apetecía era volverse a sentir como un juguete en manos de Hugo. ¿Qué tenía de malo? Desde luego a nadie le hacía mal alguno, salvo, quizás a ella y, no nos engañemos, lo ocurrido abajo había sido de todo menos doloroso. Por supuesto que merecía algo mejor que ese chico, pero... hasta ahora, siempre había tenido algo mejor y, sin embargo, claramente no era feliz. ¿Era feliz ahora? No tanto, desde luego, pero el subidón que había tenido había sido delicioso... ¿tanto para repetir? ¿Por qué no? ¿Que tenía que perder? Cuando se cansara, siempre podía mandar a paseo a Hugo y, con ese trato, los dos ganaban. A estas alturas, Eva ardía de nuevo y su reflexión viró definitivamente hacia cómo hacer para dirigirle la palabra a Hugo otra vez después de la espantada lamentable que había protagonizado. Finalmente decidió que bastarías usar las efectivísimas armas que le había otorgado Dios. Escogió del armario un camisón negro completamente transparente y cambio su tanga por otro también negro, pero más diminuto aún e igual de transparente que el anterior. No cambió sus medias ni los zapatos de aguja que llevaba y saliendo de su piso, se dirigió de nuevo a casa de Hugo. Llamó y esperó. Hugo le abrió con cara de sorpresa. No quedaba nada de su camisa azul y sus pantalones de pinzas. Acabada la cita, presentaba ahora sólo una descolorida camiseta y unos boxer blancos. Cuando Eva marchó, el no supo cómo reaccionar. No sabía qué iba a pasar y si ella se dignaría si quiera a hablarle la siguiente vez que se encontraran... Pero que le quitaran lo bailado. Su vecina, su diosa se había despelotado para él y, no sólo la había magreado a placer ("joder qué peras tenía"), sino que, para colmo, le había llenado la cocina de humo, sin que ella hiciese nada por impedirlo. De nuevo, sin haber asimilado aún la situación, la tenía semidesnuda en su puerta. No entendía nada, pero tenía claro que se la tenía que intentar volver a follar como fuera. Le invitó a pasar y ella tomó la palabra. - Disculpa lo de antes, sólo que yo... Hugo puso un dedo en la boca de Eva solicitando silencio. Ella obedeció y él acercó sus labios a los de su vecina, que le respondió abriendo la boca y  abrazándole el cuello. La lengua de Hugo pronto se dedicó a explorar burdamente los recovecos que se le ofrecían y él no dudó en continuar la racha y bajar un tirante del camisón. Ella, visiblemente entregada a complacerle, concluyó la tarea sacándolo del brazo y ofreciéndole su pecho izquierdo. Él lo acarició con fuerza mientras su lengua encontraba la de la chica. Pronto estimó que había llegado el momento de repetir bocado. Así, su boca succionó el firme busto de su espectacular vecina y su mano, despojada de destino, acudió a la breve ropa interior que mostraba el camisón y, sin pensarlo, la desgarró de un tirón y comprobó la humedad exagerada de lo que ocultaba. Sin perder tiempo, Hugo tomó a su inesperada pareja de la mano y la condujo hasta el dormitorio, donde con un par de movimientos, se desnudó y se tumbó en la cama. Eva pudo ver entonces el aparato que la había penetrado unos minutos atrás. No era gran cosa, tirando a pequeño, tanto en longitud como en grosor, pero quedaba ridículo al compararse con el enorme tamaño del cuerpo de su propietario. Sin pensarlo se subió a horcajadas encima y condujo las manos de Hugo directamente a sus tetas y, con un apretón, le invitó a masajearlas a su antojo. Él las agarró con fuerza y las fue amasando mientras ella volvía a cabalgarlo. En plena actividad Hugo lanzó la pregunta: - ¿Qué pasó que volviste? ¿Acaso no tuviste suficiente con lo de antes? - No, Hugo, no, necesitaba más.- Respondió. - ¿Más? ¿Más qué? No entiendo ¿Necesitabas más rabo? - profundizó Hugo. - No, o sea sí, más rabo desde luego, quería follar contigo otra vez, pero también que me tocaras y que me chuparas, ya te dije que esta noche quería  que hicieras todo lo que quisieras conmigo... - ¿Quieres entonces que te magree? so zorra, ¿que te masajee las tetas? - continuó Hugo. - Por favor, por favor - dio énfasis a sus palabras volviendo a estrujar las manos de Hugo, que cubrían sus tetas, con las suyas propias - Tócame, chúpame, fóllame. Oírse la encendió aún más y notó que el tren llegaba a destino. Todo su cuerpo ardía y el ritmo que imprimía a sus movimientos lo evidenciaban. Hugo explotó también. Lo supo, no sólo por el chorro caliente que sintió, sino porque la presión de las manos en sus pechos aumentó hasta el punto de hacerle daño. Tal era su situación que ni siquiera le importó y se limitó a acariciar las manos del chico en vez de retirarlas... De nuevo, gimieron y gritaron, hasta que, de nuevo, ella se derrumbó sobre él. Tomo aire y, mientras acercaba sus labios a los del chico, le dijo: - Prometo no escaparme esta vez. Él respondió sonriendo mientras la besaba. Quedaron así un tiempo, descansando. Finalmente Eva saco el miembro de su interior y se tumbó boca arriba al lado de Hugo, que se colocó de lado pegado a ella. "¿y ahora qué?" Se preguntaba la chica. Una vez terminado el subidón no tenía pensado qué hacer. Lo cierto es que no le apetecía que la excitación muriera. Afortunadamente, sentir un hilillo de semen saliendo de su interior continuaba alimentándola, pero la juerga parecía llegar a su fin. Pasó el brazo bajo la cabeza del chaval, acercándolo a sus pechos, en una sutil maniobra de repesca que no pareció funcionar, puesto que él apagó la luz y, parecía, se disponía a dormir. Se resignó y trató de dormir, pero su cabeza no paraba de dar vueltas. Estaba pasando la noche con su vecino. El raro, el feo... que se la había tirado dos veces esta noche. Era plenamente consciente de dos cosas: que  no le atraía el chico en absoluto y que nunca había disfrutado tanto haciendo el amor. No sabía cómo cuadrar estos dos puntos y mucho menos qué hacer a partir de entonces. Pasaban los minutos y ella seguía encerrada en el callejón. Hugo era feliz cuando eyaculó de nuevo dentro de Eva. ¡Ella le había pedido que la sobara! Vivía el mundo al revés... Seguro que era un capricho de ella, quizá al día siguiente se le pasaría... Pero ¡se la había follado dos veces! Sus amigos no se lo creerían cuando lo contara. No tenía muchos amigos, pero todos conocían ya la obsesión de Hugo por su nueva vecina. Incluso había convencido a alguno para que se apostara furtivamente en un lugar estratégico y la viera por la mañana cuando ésta salía a trabajar. Obviamente, corroboró los encantos de la chica y entendió tanto la obsesión del joven, como la imposibilidad de cualquier roce entre ambos y así se lo hizo saber a su amigo. Bien, ¡pues ahora se comería sus palabras! No lo pensaba con ira, porque la opinión era compartida por él, sino con felicidad. El ego domesticado y relegado al rincón del alma había surgido del escondite y engordaba enfermizamente tras engullir un obstáculo imposible. Se sentía un héroe, un macho al tener a su lado a semejante mujer... aunque todo hubiera sido por un capricho de ésta. Acaso sus amigos no le creerían cuando lo contara... seguro que querían alguna prueba. Bueno, pues si no se lo creen, peor para ellos. Desde luego que no era capaz de conciliar el sueño. Estaba crecido y el entusiasmo encendía cada poro de su piel. Sentía que Eva tampoco lo hacía y, pese a que no tenía una mente brillante, adivinó en parte los sentimientos de Eva y le pregunto: - ¿No puedes dormir tú tampoco, ¿verdad? - No, no puedo. - ¿Lo has pasado bien, Eva? - Si, Hugo ha sido una sorpresa muy agradable... - De modo que, -indagó él- si hay sorpresa, será porque había una expectativa previa, ¿cuál era? Quiero decir, ¿qué esperabas de esta noche? - No lo sé. Me apetecía probar con un chico como tú y no sabía cómo iba a resultar. - ¿Con un chico cómo yo? Entiendo, quieres decir que... - Quiero decir, -le interrumpió Eva- que siempre estoy con chicos espectaculares, auténticos chulazos de película y tenía curiosidad por estar con otro tipo de persona. No tenía un patrón en mente, pero, al darme cuenta de lo borde que estuve contigo, me pareció una buena manera de disculparme. - Bueno, pues disculpas aceptadas... ¿puedo preguntarte algo? - Dime -acepto ella-. - Antes, cuando estábamos en el sofá y me dejaste tocarte por primera vez... me puse como loco y hasta te llamé zorra... Inmediatamente pensé que me cruzarías la cara y me arrepentí. Sin embargo, pareció gustarte... - Lo se - volvió a interrumpirle Eva- yo tampoco lo entiendo. ¿Sabes? Se de sobra lo guapa y atractiva que soy... Quiero decir que todos los chicos con los que he estado, no importa lo guapos que fueran, me han tratado como si me fuera a romper, como si no merecieran estar a mi lado. Cualquier cuidado era poco conmigo. Contigo ha sido todo lo contrario, quería que fueras tú el que disfrutara de mí y de mi cuerpo... y a cambio, tú vas y me insultas... Y a cambio, voy yo y me excitó aún más y me apetece más complacerte... De verdad que no lo entiendo. - ¿Entonces te gustó? - Hugo, todo lo que hemos hecho hoy me gustó. Para serte sincera jamás he disfrutado haciendo el amor con un chico como hoy. De hecho, hace un rato, después de follar, me dio pena pensar que te ibas a dormir y no me ibas a usar más... - Eso puede arreglarse... - Hugo encendió la luz y comenzó a acariciar de nuevo el dispuesto pezón de la chica y a palpar sus senos. - Mucho mejor -señaló Eva-. Me apetece que me toques, hasta que te aburras. - No hay noche suficiente para que me aburra. - Pues entonces no dejes de tocarme -sentenció Eva. - Por algún motivo, me excita hacer lo que tú quieres, complacerte. - Eva se dio cuenta de que se estaba sincerando demasiado y viró la charla- Pero sólo hemos hablado de mí, ¿cómo te sientes tú? - Imagínate, -señaló el-, para mí eras una diosa, algo fuera de este mundo. Eras una tentación inalcanzable, como jugar en el Madrid. Te presentas en mi casa de repente y después con esa minifalda... Si estaba poco confundido encima me pides que no pare de mirarte las piernas. Lo hago a escondidas todos los días y vas tú y me das permiso para que no deje de hacerlo. No se cómo explicar cómo me sentí. Como si no fuera yo el que lo vivía todo. Y después me dejas que te toque y que te toque y te voy viendo más desnuda y hasta te insulto y sigues y... Con algo de decalaje, el cerebro de Hugo procesó la última intervención de la joven. "Me excita hacer lo que tú quieres, complacerte"... Este punto y el masaje volvieron a erguir el miembro del chico. Anotó mentalmente la invitación a continuar jugando, aunque tuvo que posponerla porque Eva lo interrumpió: - ¿Así que todos los días miras mis piernas? ¿Qué es lo que haces cuando nos encontramos? - Siempre que te encuentro, te miro las piernas y cuando sales del ascensor, también el culito y, por supuesto, tus tetas... - ¿Cuántas veces te has masturbado pensando en ellas? - puntualizó ella. - No se... Te vi por primera vez como hace mes y medio, ¿no? Pues, así a ojo... unas cincuenta. Eva se sonrojó. Imaginó que el chico pensaba en ella, pero parecía que todos los días tenía un hueco en su caliente imaginación para que se desahogara. Él continuó: - Pero ganas mucho en la realidad. En mi imaginación estabas buena, pero una vez que te he visto en bolas, la verdad, que más buena todavía. - Gracias por el cumplido. - Hasta le excitaba agradecer semejante piropo cutre. - De nada. Pero me parece que ya hemos hablado bastante, ¿no crees? - Hugo decidió que ya era hora de cambiar el rumbo. - ¿Cómo? ¿A qué te refieres? - Coño, que si después de la escapada, has venido otra vez, no ha sido para gastar tu  boca hablando... ¡Venga, chúpamela un rato, zorra! La sonrisa de Eva, su gran sonrisa agregó a su repertorio un barniz de lascivia tan brillante que ocultó el resto de matices. "Como gustes, Hugo", contestó. Se incorporó, besó la boca del chico e inició un camino de besos por su cuerpo. Se detuvo en los arrugados pezones del inmenso y peludo pecho, a los que lamió y succionó antes de continuar su camino. Cuando llegó a la meta, Hugo estaba casi a punto de explotar. Apenas besó la punta, él dio un pequeño respingo y cuando la lengua toco el glande comenzaron los gemidos. Eva notó el sabor del semen reseco y lo limpió lamiendo. Después abrió la boca y, cuando se disponía a abrazar con sus labios el pene, unas manos se posaron en su nuca y la obligaron a engullir entero el trozo de carne. Como pudo se repuso a la sorpresa sin dañar a Hugo y trató de acoplarse al ritmo que le imprimía. Pensó que no demostraba ser muy listo, al cambiar una buena mamada por follarle la boca sin más, pero, de nuevo, quiso complacer al chaval. Éste tardó poco en vaciarse en su boca mientras decía: "¡trágatelo todo, zorra, hasta la última gota!" Lo cierto es que el botín de esta batalla había sido menguado por las dos corridas anteriores tan seguidas y apenas fueron unas gotas, que Eva, obediente, tragó. Remató la felación lamiendo el glande con suavidad, jaleada por los quedos gemidos del chico, dejándolo bien limpio. Cuando acabó, inició el viaje de retorno, pero esta vez su boca permaneció cerrada ya que no sabía el efecto que produciría en Hugo verse lamido por una lengua que acababa de mezclarse con su semen. Alcanzado el rostro, le regaló una sonrisa y le preguntó: - ¿Qué toca ahora, Hugo? - ¿Acaso quieres más, zorrita? - Respondió. - Yo sólo quiero complacerte... sólo quiero más si es lo que tú quieres. - Y ¿cómo se te ocurre que puedes complacerme? Como respuesta, Eva acarició los labios de Hugo con su pezón derecho. El lo recibió sacando la lengua. Lo cogió con las dos manos y comenzó a comerse toda la piel que cubría el seno que la espectacular chica le ofrecía sobre su cara, apoyada en la cama con los brazos. Hugo fue alternando una teta y otra, dándose un atracón que superaba la mejor de sus fantasías, como bien le recordaba Eva. "Son para ti, guapo, juega con ellas todo lo que quieras, pero no para darme placer, sino para que tú lo tengas..." Hugo, efectivamente, dedicó la siguiente media hora de su vida en exclusividad a las tetas de Eva. No dejó de palpar chupar, mordisquear, ver, hasta el punto de que Eva comenzó a sentir irritación en los pezones. Sin embargo, no hizo nada por detenerle y, a pesar de ello, permitió que Hugo jugara hasta cansarse. Después Hugo decidió memorizar táctilmente las piernas de Eva antes de que acabara la noche. Se tumbaron de lado, uno enfrente del otro y Hugo indicó a Eva que pasara una pierna por encima de su cadera para poder magrearla a gusto. Ella obedeció y, tras pasar la pierna y dar por perdidas las medias que aún llevaba puestas, colocó la áspera mano del joven en su muslo. Hugo inició una serie infinita de caricias que combinaban la exploración completa desde el tobillo hasta la cadera con momentos en los que se detenía en alguna zona. Mientras lo hacía retomó la charla preguntando: - ¿Qué va a pasar mañana, Eva? - No lo sé, ojalá lo supiera. Sin embargo, la sonrisa que enmarcaba estas palabras ya no era lasciva, sino tierna. Hugo, cuya habilidades empáticas no estaban demasiado desarrolladas, no supo ver que lo que en realidad pensaba su vecina en ese momento era que el amanecer traería la despedida y la vuelta a la rutina como vecinos, más afectivamente que antes, pero vecinos. Hugo se quedó dormido abrazado a Eva y palpando la lycra negra que servía de única indumentaria a su pareja. Eva tardó más. Siguió pensando en lo que había pasado incluso después de sentir que Hugo, por fin, quedaba inmóvil. Poco a poco se fue sintiendo incómoda, descubriendo todo aquello que la excitación había ocultado a sus sentidos. Se percató de lo desagradable que era la profusa sudoración de su obeso vecino, no sólo por el agudo olor producido por los coitos, sino sobre todo porque, en la postura que estaban, tenía su pecho, su vientre y su muslo empapado por el sudor del chico. Se fijo en los labios que la habían devorado. Gruesos y un poco belfos, ahora roncaban ayudados por su nariz grande. La incomodidad se transformó en agobio. No se sentía capaz de estar más tiempo allí con él.Sentía que le faltaba el aire y que necesitaba una ducha. Quería quitarse las babas que su vecino había repartido por su cuerpo y limpiar su sexo y su boca. Se levantó lo más suavemente que pudo. Hugo siguió roncando. Una vez fuera de la cama se encontró más tranquila, aunque sintió frío al contactar el aire tibio de la noche con el sudor que había cogido prestado. Se vistió levemente con el camisón y cogió su tanga desgarrado de la entrada. Fue al salón y escribió una nota que colocó en la mesilla de noche. "Muchas gracias, lo pasé muy bien Eva". Subió a su piso y abrió la ducha. Una vez dentro, el agua caliente, casi hirviendo le relajó, la tranquilizó y actuó como un velo que ocultaba lo sucedido en la cita despojando su cabeza de más pensamientos acerca de ello. Así, Eva, finalmente, pudo dormir.