Encuentro sorpresa
Hay veces en las que la casualidad nos ofrece oportunidades que no nos habíamos imaginado. Es lo que ocurrió aquella mañana en las calles de Barcelona.
Hay veces en las que la casualidad nos ofrece oportunidades que no nos habíamos imaginado. Es lo que ocurrió aquella mañana en las calles de Barcelona.
Os sitúo. Acababa de llegar a Barcelona para pasar un fin de semana en casa de Madu. Había costado lo suyo, pero por fin pudimos cuadrar un fin de semana para poder conocernos en persona. Tras infinidad de charlas, shows, risas y morboseo generalizado en amateur.tv, skype y otros chats más o menos pornográficos, había llegado la hora de pasar de lo virtual a lo real... No estaba claro cuál iba a a ser el programa de actividades del fin de semana, pero por lo menos prometió que me daría a probar esos maravillosos mojitos que tantas veces le había visto preparar. Me creeréis si os digo que no era lo único que tenía intención de probar en casa de Madu. Mi situación era ventajosa ante aquella cita: yo había visto a Madu, sabía cómo era físicamente, incluso tenía claras pistas de cómo era su cara y ella, en cambio, no me conocía a mí, en parte porque, aunque la había invitado e incluso rogado que entrara en mi sala cuando emitía yo, nunca había mostrado el menor interés en verme "en plena acción", por así decirlo. A esto hay que sumar que los días previos al viaje no pudimos contactar por ningún medio, así que yo me había plantado en Barcelona en el más absoluto de los anonimatos en relación a Madu. Creo que en el fondo ella lo prefería así, mantener ese tono de misterio y cierto riesgo, sabiendo como ella sabía que en realidad yo soy el más inofensivo de los humanos.
Ya me estoy yendo por las ramas. El caso es que yo había calculado mal la hora de llegada del autobus a Barcelona y habíamos quedado en vernos a las cuatro de la tarde en un café de su calle. Eran las doce del mediodía y yo ya estaba fuera de la estación, en Barcelona. Pensé en llamarle para decirle que había llegado antes de tiempo, pero me pareció que le iba a trastocar sus planes así que decidí meter la maleta en la consigna de la estación y aprovechar para dar un garbeo por la ciudad y comer algo. En eso que estaba yo todavía deambulando por una calle cercana a la estación, dudando si acercarme en metro al centro o meterme en algún bar de la zona cuando oí algo que me hizo parar de golpe y girar la cabeza. Era una carcajada, pero no una carcajada anónima, sino conocida, extrañamente familiar y cercana. Una carcajada socarrona, femenina, franca... .Miré hacia atrás y la vi. No había duda, era ella: pelo corto, de mechas rubias, gafas modernas, unos 60 años... estaba de espaldas, hablando con otra mujer, y al oirla hablar se me despejaron todas las dudas: era Madu, a cinco metro de mí, en una parada de bus, en una zona que estaba lejos de su casa, según la información que tenía yo. Si su conversación no se hubiera alargado, probablemente me habría lanzado a darle dos besos y presentarme, pero el minuto que duró su charla me sirvió para dar una vuelta a la situación. "Espera -me decía a mí mismo-, ella no sabe cómo soy y se piensa que todavía estoy en camino. Está en una parada de autobús y me parece que puede ser un momento único para jugar..." Solo rezaba para que el bus que íbamos a tomar estuviera hasta los topes.
No tardó ni un minuto en aparecer el autobús. Madu se despidió de su amiga y montó. Yo también subí, justo detrás de ella. El autobús no es que fuera a tope, pero lo importante es que no había asientos libres, por lo que Madu se situó en una esquina de la zona central del autobús, junto a la ventana. Yo, disimuladamente, me coloqué a su lado, de cara a ella, aunque haciendo como que leía el periódico. Ella vestía una camiseta lila, amplia, pero con un gran escote en "U", ofreciendo a la vista un canalillo impresionante y el principio de un sujetador de encaje negro. Volví a quedar hipnotizado ante aquellas tetas infinitas. Se movían al compás del ritmo del autobús... cada bache que pisaba el autobús se reflejaba en un bamboleo muy apetitoso... empecé a disfrutar disimuladamente de ese espectáculo, pero cada vez me resultaba más difícil separar la vista de su escote. Ella estaba mirando a un punto indeterminado, ajena a mis miradas, pero de alguna manera se veía que aquella mujer era consciente de la atracción que ejercía y también se notaba que estaba orgullosa de ello.
En la siguiente parada subió más gente y yo aproveché para hacerles un hueco y acercarme de esa manera más a ella. Ya estabamos tocándonos, brazo con brazo. Tenía el escote justo delante de mis ojos y con un casi imperceptible movimiento, coloqué el brazo de tal manera que el roce con sus tetas era contínuo. Esa visión y ese tacto suave y cálido hicieron que se me pusiera la polla a punto de reventar el pantalón. "Dios!!!, estoy tocando las tetas de Madu!!!", pensaba. Sin duda mis tetas preferidas en todo Amateur... y estaban ahí, bamboleándose delante mío, a mi alcance... Siguiendo a mis impulsos, me pegué más a ella, de tal manera que el roce se convirtió en un sobeteo descarado. Pensé que se apartaría o que me dirigiría una mirada de reproche, pero siguió en su posición, mirando al infinito. Siempre me ha gustado la sensación de estar totalmente empalmado en un sitio público, o sea que estaba disfrutando como un enano. Aproveché el paso de hoja de periódico para retrasar mi mano, de modo que ya era el dorso de mi mano el que estaba recorriendo su teta izquierda de arriba abajo, siguiendo los vaivenes del autobús. Incluso podía notar perfectamente que su pezón se estaba poniendo duro... En eso que el autobús pegó un frenazo brusco y me fui de golpe contra ella. Aproveché para mirarle a los ojos y pedirle perdón suavemente, con la más dulce de mis sonrisas. "Tranquilo, no pasa nada...", me respondió, también con una sonrisa dulce y manteniendo su mirada un segundo más de lo necesario. Después de eso volví a colocar mi mano contra su escote y ella, en vez de apartarse, me lo acercó un poco más. Ya no había duda de que ella era consciente de que mi intención era sobarle las tetas y lo estaba aceptando de buen grado. Mi intención primera era la de provocarle un pequeño susto antes de decirle quién era, pero parecía que ella estaba disfrutando de la situación y mi calentón ya era considerable.
El autobús iba a tope y eso facilitaba mis maniobras sin peligro de llamar la atención. Tanto su excitación como la mía se reflejaban en nuestras respiraciones y en que ella se mordisqueaba disimuladamente los labios. En cada respiración suya parecía que las tetas querían salir por encima de su escote e ir directamente a mi cara... Me giré un poco hacia ella y pegué mi polla contra su muslo. Ella movió su brazo izquierdo y pegó el dorso de su mano a mi paquete. Sin que nadie lo notara, giró su mano y me agarró suavemente la polla. Con los dedos recorría toda su extensión, como si quisiera hacerse una idea de su longitud y de su grosor. Yo diría que tenía que notar hasta las palpitaciones que tenían mi polla a punto de explotar. Su boca mostraba esa sonrisa pícara y traviesa que tantas veces había contemplado en sus emisiones... Mientras, mi mano seguía restregándose contra su pecho, notando que su pezón estaba durísimo. Yo no hacía más que pensar en mi polla en medio de aquellas tetas, con esos labios carnosos jugando con mi glande...
En eso que alguien dijo un nombre de mujer y ella se giró, sorprendida. Una mujer se acercaba por el pasillo hasta colocarse justo entre ella y yo. "No te había visto. Vas a casa, no?", dijo. Empezaron a conversar y yo, disimuladamente, me fui apartando. En la siguiente parada bajaron las dos mujeres. Madu tuvo tiempo para girar la cabeza un rato y dirigirme una mirada, diríase que de despedida. Yo le sonreí, agradeciéndole un viaje tan agradable y pensando en la sorpresa que se iba a llevar aquella tarde...