Encuentro político
Ahí estaba otra vez. Camuflado como hombre común, sin estridencias, sin perfume, de compostura impecable y un cuerpo trabajado por el deporte. Su imponente presencia actúa como una aldaba obscena perturbando el estado individual de las mujeres próximas. Este fin de semana asiste a una universidad política de verano como uno más y sentado en su butaca, un viernes a las 20 en la mitad de la primera fila esperando a que se presenten los integrantes de la mesa de debate.
Ahí estaba otra vez. Camuflado como hombre común, sin estridencias, sin perfume, de compostura impecable y un cuerpo trabajado por el deporte. Su imponente presencia actúa como una aldaba obscena perturbando el estado individual de las mujeres próximas. Este fin de semana asiste a una universidad política de verano como uno más y sentado en su butaca, un viernes a las 20 en la mitad de la primera fila esperando a que se presenten los integrantes de la mesa de debate.
Allí estaba ella otra vez. Personalidad pública, con la estética cuidada por los asesores de comunicación, con horarios caóticos, con su vida privada y afectiva en paréntesis de aislamiento por la necesidad de continuidad. Un fin de semana más dándolo todo por la causa y van...muchos. Se sienta a la mesa que está sobre el escenario del Aula Magna de la Facultad de Filosofía.
La conexión de miradas fue fulminante. Ella sujeto de atención del auditorio en sus intervenciones, decenas de ojos observándola, periodistas escrupulosos. Fue consciente que no podía abstraerse del argumentario. El con la mirada la aprehendía en cada gesto, cada palabra.
Calor repentino al cruzar las miradas. Flagrante sudor perlando la frente de la ponente al posar la mirada en la entrepierna del desconocido.
Sonrisa iluminando la barba de dos días. Erección furtiva y evidente que cubre con un dossier sobre las piernas.
Fueron noventa minutos de lucha interna entre la transgresión y el apaciguamiento hasta que por fin acaba la tensa tortura entre el instinto y la razón. Acaban las participaciones de ese día. Cambiarán los conferenciantes y los temas pero ahora la continuidad se tiñe de erotismo Él sale hacia el vestíbulo. Ella lo ve y decide probar lo prohibido: el terreno imprudente de la acción sensual.
Se reencuentran en el Pasillo. Ella lo aborda. Él deja que suceda. Necesitaba saber quién es ese hombre que la agita. No es una ola perdida en la multiplicidad de las olas. Es diferente.
Charla trivial, excusa sutil de aproximación que acaba con una orden del macho alfa:
-Vamos al coche.
Ella acostumbrada a darlas, la recibe dócil. Se desconoce.
Marca del año. Él abre la puerta y la invita a tomar asiento en el lugar del acompañante, luego le coloca él mismo el cinturón de seguridad. Manos enormes y hábiles. Hace calor y el aire no logra atenuar las pulsaciones desbocadas que agitan la tela de la blusa. Él clava su mirada en los ojos enormes de ella donde ve arder el deseo.
Música lounge en dirección al extrarradio de la ciudad, zona alta desde donde se puede ver las luces de la ciudad, y sentir los ruidos lejanos.
Detiene el coche. Baja y hace bajar a la mediática acompañante. Un minuto duró la calma. Terminó cuando el hombre se plantó a diez centímetros de la mujer para devorarle la boca. Intensidad loca en la búsqueda temblorosa del cuerpo del otro que la ropa hace inaccesible. Es el tiempo de concretar la fantasía carnal y voluptuosa. Bocas, saliva y piel. Caricias, manos, olores nuevos. Gemidos furtivos al apretar pezones y descubrir enorme miembro viril. Demencial se antoja postergar el deseo. El hombre deja ver el macho alfa que es y que ella intuía. Abre la puerta trasera del coche y la tumba.
Fusión precaria, posesión furiosa, penetración violenta, ritmo ansioso de la vagina que engulle el miembro descomunal lasciva y mojada. Chillido femenino cuando la polla deja de taladrar la cueva. Quiere más, pide más. Que siga, que la ocupe e invada. Con una maniobra experta el macho le da la vuelta y satisface la demanda política. Ella se pierde. Desposesión de sí misma al correrse una y otra vez. El sigue encajando su cetro de rey indiscutible sin piedad ni consideraciones. La mano enorme en la nuca anticipa la explosión. El semen espeso y blanco baña el interior y rebosa, imposible de dar continente a tanta cantidad eyaculada.
Se despega de ella y acomoda su ropa. En silencio le hace gesto indicativo con la cabeza para que ella ocupe el asiento del copiloto. ¿Nada más? ¿Qué pasó? ¿Algo mal? Un torbellino en la cabeza de la política mientras se esfuerza por recuperar las apariencias de control y calma.
La acerca donde ella se aloja y la espera otra compañera de habitación. Acaricia la mejilla femenina con el dorso de la mano derecha. Ella quiere prolongar la experiencia casi mística, multiplicar ese rito de sumisión, no quiere perderle.
El prefiere lo sagrado del instante y la despide con ternura infinita.
Habrá más pero ella nunca sabrá dónde ni cuándo.