Encuentro memorable

Froylán me invitó a divertirme a su fiesta y eso fue lo que hice.

E N C U E N T R O M E M O R A B L E

La amistad entre Froylán y yo arranca desde la infancia, fuimos a la misma escuela hasta concluir la preparatoria; de allí él ingresó a la facultad de economía y yo a la de ingeniería; después cada quién tomó rumbos distintos, sin embargo seguimos reuniéndonos esporádicamente para mantener vivo el laso amistoso. En esta ocasión me envió con un mensajero una invitación para un convivio; no precisó el motivo, simplemente anotó el domicilio, señalándome que estuviera puntual a la cita; esto último lo precisó consciente de mi impuntualidad habitual. El sitio de la reunión sería por el rumbo del Ajusco, en una zona arbolada donde al final de una calzada se alzaba una soberbia mansión, cuyo inmueble estaba protegido por un elevado muro de roca volcánica, rematado con una cerca de alambre electrificada en la parte superior. En el portón de acceso entregué la invitación a un par de vigilantes que custodiaban la entrada, quienes luego de verificar minuciosamente mi nombre en un listado, supuse que evitar que se colara algún inoportuno, me permitieron el paso. Atravesé el jardín mejor cuidado que haya visto en la vida y me introduje al interior de la residencia.

Pinturas, gobelinos, candiles, muebles de regio terminado y un sin fin de detalles del buen vivir eran el marco del salón donde una centena de invitados charlaban despreocupados, mientras bebían y degustaban bocadillos. Tomé un vaso de la primera charola que me acercó un sirviente perfectamente uniformado y traté de integrarme al ambiente que imperaba en aquella fastuosa mansión. Como no distinguí a Froylán por ningún lado y el resto de la concurrencia me era totalmente desconocida, me dediqué a hacerle los honores al excelente whisky que servían, así como a un exquisito jamón que estaba colocado en el buffet y que pedía a gritos ser comido.

Cuando servía en mi plato otra ración de jamón, después de haberme guarecido del respectivo vaso de whisky, me deslumbró la presencia de una bellísima mujer de boca sensual y con unos encantadores ojos negros, que repasaba con la mirada los antojitos del buffet. Pasmado ante tanta belleza me dediqué a observarla mientras ponía bocadillos en su plato. La gracia que exteriorizaba su esbelta figura al desplazarse despertaba el deseo más reprimido. La excitación que experimenté fue incontrolable y sin meditarlo la abordé.

  • Si tuviera la dicha de estar a solas contigo, siquiera un instante, te haría gritar de placer – expresé emocionado, al apreciar la esplendorosa vista que me ofrecían sus senos, asomándose por el pronunciado escote del vestido de noche que llevaba puesto.

Me miró asombrada unos instantes y en vez de la reacción violenta que esperaba, me obsequió una sonrisa.

  • Sube la escalinata que se encuentra al fondo, abres la tercera puerta que encuentres a lo largo del pasillo y me esperas adentro de la habitación – señaló, mientras terminaba de servirse bocadillos.

Confundido por la facilidad como se dieran los hechos, con cierto recelo, me dirigí al lugar señalado, pensando que aquella hermosa mujer me había gastado una broma, pues ni por asomo cabía en mi cabeza que bastaran unas palabras para hacer una conquista y menos de alguien con esa presencia; sin embargo, para mi fortuna, al cabo de unos minutos ella se hizo presente y una vez que estuvimos a solas aseguró con llave la puerta de la espaciosa habitación. Era notorio que actuaba por la influencia de algunos tragos, pues de otra forma no podía explicarse. Sin decir una palabra nos estrechamos en un beso apasionado que se prolongó indefinidamente.

En cierto momento suspendió el devaneo y expresó que de un tiempo acá la perseguía una fantasía que hasta le dificultaba el sueño, y por esta razón solicitó que aprovecháramos ese encuentro para llevarla a cabo. Sin dudar un instante y, preocupado por que ese momento maravilloso se extendiera indefinidamente, acepté encantado en participar con ella para concretar dicha fantasía. Brevemente explicó que ésta consistía en la improvisación de una escena sado masoquista entre un rey crudelísimo y una esclava sumisa. Extrañado por la originalidad con la que pretendía aquella mujer que se diera la experiencia, decidí mantenerme alerta por, si además de esto, sucedía algo desagradable que no estuviera en el guión. Luego de darme ciertos detalles del comportamiento despiadado del personaje que debería interpretar, fuimos a una habitación contigua y extrajo de un guardarropa el ajuar que, juzgó, se ajustaba a las prendas que vestiría un soberano. Una vez asignados los papeles ella se retiró para entrar en escena a la señal convenida. Sin estar plenamente convencido del papel que debería asumir, me encimé una capa de fieltro oscura que me quedaba bastante holgada; tomé un bastón que simbolizaba el cetro del poder y por último me acomodé en la cabeza una estorbosa corona metálica, como es requisito indispensable que debe portar todo monarca que se respete. Cuando creí haber asumido el rol de soberano toqué una campanilla, tal como ella lo indicó, y entró a la habitación vestida de seda, en su papel de esclava y se tendió a mis pies disculpándose por una supuesta tardanza.

  • ¡Perdón, mi gran señor! - intentó abrazarse a mis piernas.

  • ¡Atrás, infecta esclava! ¡Cómo osáis tocadme sin que os conceda tal gracia! - la rechacé tajantemente asumiendo el papel de soberano despótico.

  • ¡Dejad que mis plebeyos labios rocen la punta de vuestras soberanas plantas! – se arrastró hasta yo me había movido.

  • Por esta impertinencia, saliendo de este real aposento, decís al verdugo que le ordeno os plante treinta latigazos – exclamé furibundo.

  • ¿Por qué tan poco castigo, mi señor? La semana anterior ordenasteis que me dieran sesenta latigazos – expresó con el rostro angustiado.

  • ¡Ah! ¡Con que esas tenemos, maldita! Entonces ordenaré que os propine veinte azotes – declaré con mirada lúdica.

  • ¡Por piedad! ¡No sigáis, dueño y señor mío! - gritó desesperada, abrazándose a mis piernas.

  • Esta vez el castigo será de diez latigazos y si persistís con vuestra actitud, asumiendo facilidades que no han sido sometidas a mi soberana consideración, mandaré que no os dé ninguno – le advertí en tono más enérgico.

  • ¡Por favor, soberano señor! No permitáis que mi sufrimiento se prolongue por mucho tiempo, mi delicada humanidad no podría resistirlo - manifestó con el rostro adolorido.

  • Bien, habéis ganado mi indulgencia y como premio a tal distinción pediré que os planten los treinta azotes originales – sentencié en actitud magnánima.

  • ¡Gracias, mi amo, cuanta grandeza hay en vuestra alma! – agradeció con una sonrisa de triunfo.

  • Bien, delicada gacela, poneros de pie y decid ¿cual es la razón por la que habéis solicitado audiencia?.

Ya que se incorporó, agregó en actitud jovial: - Mi gran señor, la razón por la que me encuentro ante vuestra real presencia es para pediros que me concedáis la merced de formar parte de vuestro harem.

  • ¿Qué artes y ciencias domináis, además que experiencia poseéis, para merecer tal distinción? – la interrogué, recorriéndola de arriba abajo con ojo crítico.

  • Escribiría vuestra grandeza en versos endecasílabos; para alimentar vuestro espíritu, declamaría los más hermosos poemas, y para vuestros momentos de tristeza, entonaría alegres baladas acompañadas del laúd – especificó alegremente en señal de comedimiento.

  • Inquieta mozuela, observo que, al menos, vuestra preparación y talentos son los indicados para el puesto que pretendéis; ahora veamos cómo andáis en el aspecto físico; ¡despojaros de vuestra indumentaria! – le ordené con todo el carácter que lo haría un soberano.

Sin mayor trámite se desprendió de su escasa vestimenta y quedó completamente desnuda frente a mí. Por mi parte boté la capa, el cetro y la corona que ya me estorbaban horrores y seguí despojándome de todo lo que llevaba puesto hasta que los dos quedamos en pelotas en medio de la habitación. Reprimiendo el deseo vehemente de tomarla para gozar su cuerpo esplendoroso y, consciente de la manera como ella encontraba placer, asumí nuevamente mi papel de soberano para continuar el desarrollo de la escena que habíamos iniciado.

  • ¡Esclava indecente! ¡No merecéis ni que os mire! – le espeté decididamente, paseándome alrededor de ella y plantándole enérgicos manazos en el trasero, haciéndola respingar con cada golpe..

Ella reaccionó lúdica y abrazándose a mi pecho, suplicó - ¡Insultadme! ¡Obligadme! ¡Y pegadme todo lo que queráis! ¡Mi cuerpo entero os pertenece y practicad en él todo lo que os plazca!.

En esta parte de la representación comprendí que la trama requería cierta violencia física, por lo que ajusté mi papel al tono adecuado, a modo de conservar la esencia que había imperado en el desarrollo de la historia. La tomé de los cabellos y la obligué a ponerse de rodillas. Su primer impulso fue apropiarse y gozar de la erección que tenía enfrente, cuando estaba a punto de lograrlo retiré su hermoso rostro, jalándola de los cabellos, a modo de acrecentar su sufrimiento. Ella forcejeó desesperada para conseguir su propósito; cuando sus labios rozaban la punta de la erección volví a retirarla, para impedirle ese goce. Ya que consideré haberla hecho padecer lo suficiente la solté de los cabellos. Al instante ella tomó la erección, con mirada frenética, y la engulló desesperada gozándola a plenitud. Yo la dejaba recrearse a sus anchas y se la hundía hasta el paladar, manteniéndola firme, hasta que evidenciaba señales de ahogamiento.

-¡Ah, putilla depravada cuanto debe gustarte la verga que estás dispuesta a padecer por ella! ¡Toma… toma…toma…!- le espeté, empuñando mi lanza para cruzarle el rostro una y otra vez.

  • ¡Así…así..! Hazme sufrir todo lo que te plazca para obligarme a ofrecerte mi cuerpo y lo penetres con tu miembro duro – exclamó frenética pidiendo más castigo.

La sujeté de los brazos y la arrastré hasta la cama, aventándola encima de ésta de un empellón. Me puse junto a ella con la intención de acariciarla pero al momento que trataba de tocarla recogió sus manos para cubrirse los senos, impidiéndomelo. Este detalle me dio la pauta para intuir que la historia sufría una variante y ahora representábamos una violación. Tuve que cruzarle el rostro con una tanda de bofetadas para obligarla a descubrirse los senos. Tomé sus pezones con mis dedos y los oprimí sin ningún miramiento, provocándole un gesto de dolor. Allanado el camino, continué violentándola mordisqueando alternadamente sus pezones erectos.

Al presentir la inminencia del acoplamiento juntó sus piernas, por lo que nuevamente volví a zarandearla y a cruzarle el rostro con otra ronda de cachetadas. Asimilado el castigo separó sus extremidades permitiendo acomodarme en el arco de sus piernas y dejé que mi lengua se recreara agitando su clítoris. Ella gemía y se convulsionaba enloquecida y elevaba su pelvis para incrementar el goce. Estaba completamente húmeda por lo que bastó ponerle mi tranca en la entrada de su raja para que ésta se deslizara hasta el fondo al primer intento. Una vez acoplados comencé a bombearla, ella en respuesta movía su pelvis y rogaba que las acometidas fueran más enérgicas. Detuve mis acometidas cuando sus gemidos me indicaron que se hallaba próxima al orgasmo, sacándole el tronco para llevarlo a su boca para que me regalara otra mamada. La coloqué en cuatro, dejándole el trasero enrojecido por la andanada de manazos que hube de asestarle para que abriera sus piernas y poderla penetrar desde atrás. Nuevamente volví a darle otro respiro cuando exigía que acelerara el ritmo de mis embestidas, seguramente bordeando el clímax.

Me separé de ella unos pasos; verla con el rostro recostado sobre la cama, con los ojos cerrados y la cadera levantada exponiendo su maravilloso trasero y su llamativo orificio el centro, era excitante en todos sentidos. Permanecí unos instantes deleitándome con ese espectáculo.

  • ¡Poséeme por favor! – suplicó con la respiración agitada la conclusión de la experiencia.

De repente tuve la idea de llevarla a un escenario de máximo placer, que se ajustara a sus preferencias y que posiblemente no volvería a vivir; por lo que sigilosamente tomé mis ropas y fui a la habitación contigua para vestirme de prisa y me retiré antes que ella pudiera reaccionar. Todavía no me explico como pude llevarla a ese estado de lujuria utilizando su sufrimiento y menos que pudiera dejarla al momento en que generalmente uno se abandona para alcanzar la cúspide del placer. Sin embargo, lo que sí queda claro es que no se sabe lo que puede suceder cuando se encuentran un sádico y una masoquista. Estas conjeturas me hacía cuando desandaba el camino que me había llevado a vivir este encuentro memorable.

Ya que estuve de nuevo en la escena del convivió al fin localicé a Froylán. Se mostró plenamente satisfecho que lo acompañara en esa ocasión tan especial, ya que el motivo de la fiesta, declaró, era para anunciar su compromiso matrimonial. Me llevó ante sus suegros y me los presentó muy orgulloso. En la breve charla que sostuvimos resultaron ser los dueños de aquella regia mansión. Froylán volvió a desaparecer unos instantes y regresó del brazo de la que sería su futura esposa. Grande fue mi sorpresa al descubrir que era la misma que acababa de dejar en la recámara, revolcándose en su delirio masoquista.

  • Renata, te presento a Alan, mi mejor amigo, estoy seguro que harás buenas migas con él – expresó orgulloso Froylán, poniéndonos frente a frente.

Renata extendió su mano con toda cortesía y esbozó una maravillosa sonrisa, actuando con naturalidad. Enseguida Froylán comentó cómo había conocido a la que sería su media naranja y no paraba en elogios para calificar el cúmulo de virtudes que veía en ella, muy distintos a los que yo acababa de conocer. Froylán volvió a desaparecer para atender a otros invitados, dejándome solo con su prometida. Ella se puso a mi lado en actitud de anfitriona ejemplar, saludando con inclinaciones de cabeza a uno que otro comensal.

  • Bastardo, desapareciste cuando más excitada estaba y no tuve más remedio que satisfacerme sola – me recriminó en voz baja al oído, al tiempo que bajaba su brazo con discreción para plantarme un soberbio pellizco en el trasero, que a punto estuvo de hacerme aullar de dolor.