Encuentro furtivo

A escondidas, con morbo a raudales, sin pensar en la diferencia de edad, la pasión desató el animal sexuale que llevamos dentro. Yo, 49 y él... 18 -o al menos eso decía_

ENCUENTRO FURTIVO

Un contacto en la pantalla de chat: ¡"Hola!" No recuerdo su nick... Contesté de la misma forma. Se interesó por mi reclamo. Yo, un adulto de 49 años. Le pregunté por su edad y él me contestó que tenía 18. Le gustaba montárselo con mayores. Se inició a los 16 con un amigo de la familia (tenía 55 años).

Me picó la curiosidad: ¿cómo era posible que un muchacho tan joven se interesara por desconocido de casi 50 años? Charlamos. Me invitó a su casa. Se encontraba solo. Su familia había salido de viaje. Después de un rato de chateo me tomó confianza; yo no las tenía todas conmigo... Me asustaba ser sorprendido en casa ajena con un chico tan joven en plena faena... pero pudo más la pasión y el morbo que la cordura. Me imaginaba acostado con un muchachito lampiño, de piel de seda... siendo ensartado por mi polla de 22 cm... ¡Uf! Me decidí.

Cuando abrió la puerta de la casa me encontré con un chaval que parecía salido de una agencia de modelos: estatura media, fibrado, de piel sonrosada , melenita rubia ensortijada, ojos azul turquesa y una cara que no aparentaba más de 16 años. No quise indagar, pero sospeché que tal vez me habría engañado, que no llegaba a los 18. Nos sonreímos, intercambiamos un breve saludo y le abrí la batita corta que le cubría, dejando a mi disposición un escultural cuerpo de efebo. ¡Emocionante! Le tomé de la cintura y lo atraje hacia mí. Nos miramos fijamente y entreabrió sus cálidos y carnosos labios de fresa. Nuestras lenguas se entrelazaron en un festival de pasión y de lujuria.

Eres bellísimo, nene. Te voy a comer entero.

¡Fóllame! Lo deseo.

Desnudos los dos, empezó a besarme por todo el cuerpo. Le mordía los labios, el cuello, las orejitas, sus tetitas respingonas abultaditas, con unos pezoncitos rosados. Jadeaba de placer. Su rostro era un poema de desenfreno. Sus dientes hicieron presa de mis pechos, desarrollados, poblados de vello, mamables, y los succionaba con las ansias de un bebé. Me mordía los pezones. Lo abrazaba. Mis manos se deslizaban enloquecidas por su piel suave y caliente. No daba crédito a lo que pasaba.

De pronto, sus labios se detuvieron a la altura de mi pene babeante y empezó a lamerlo. Abría su boca y dio comienzo la primera de una serie de mamadas increíbles... Mi polla se perdía en su interior. Jadeaba, apenas respiraba. Una y otra vez entraba y salía. Me lamía los huevos, y su lengua juguetona animaba mi capullo y todo el fuste, de arriba abajo. Coloqué su lida cabecita al borde de la cama y yo, de pie en el piso, deslicé hasta el fondo de su cálida y profunda garganta mi polla enloquecida. Por momentos se asfixiaba. La sacaba para que pudiera respirar. Una y otra vez se la metía rítmicamente hasta lo más profundo.

Por fin, no pude evitar el estallido de mis huevos y le avisé:

¡Mi niño, me corro!

No hizo nada por retirar su boca de mi polla. Se abrazó a mí como la yedra al viejo tronco. Me atrapó el culo y me atrajo hacia sí, intentando que le atravesara aún más... Mis fluidos contenidos explotaron en la boca de mi amante, que tragaba con ansias. No quería que nada se desperdiciara. Hilos de espesa leche le brotaban de sus enrojecidos labios. No pude resistirme: junté mis labios a los suyos e intercambiamos mi semen en un beso pleno de lujuria y desenfreno.

Vino un festival de besos, mordidas... Lamiéndonos por todas partes, vine a dar con un culo le locura. Mi boca se hundió en su ano exquisito. Una indefinible dulzura invadió mi paladar. Mi lengua exploraba insaciable los más recónditos escondrijos de ese culo que anhelaba ser poseído. Mi chico se movía frenéticamente. De su boca escapaban gemidos de placer. Mordí repetidas veces sus nalgas suaves, tersas, sonrosadas. No pude reprimir mi deseo de azotarlas hasta enrojecerlas. Me excitaba oír su grititos de dolor y placer...

Con su ano embadurnado de mi saliva, empecé a introducirle un dedo. Me pedía más... Pronto entraron dos, tres... Quería más. Me fui a por el lubricante. Derramé una generosa porción y le introduje un dilatador que se ensanchaba por el centro unos 7 cm. Le entró con suma facilidad. Apenas se quejó. Me extrañó que me dijera que nunca lo habían penetrado. No me lo podía creer. Como no fuera que se había ejercitado de forma solitaria...

El dilatador entraba y salía ensanchando cada vez más su ano.

¡La quiero dentro ya!- me suplicó.

Di satisfacción a su demanda y mi polla erecta su fue abriendo paso a pelo por ese lindo culito.

¡Fóllame! La quiero toda dentro.

Le tomé de sus caderas le mordí en el cuello, y de un envite le dejé entrar los 22 cm de mi pene febril. Creí morir de placer. Mi niño se apretaba hacia mí. Ya no tenía más que meter; sólo mis huevos que golpeaban su culo. Amasé con fuerza sus lindos y pronunciados pechitos y me lo follé durante unos 25 minutos, a cuatro patas con el culo elevado. Cambiamos de postura: de espalda, con sus piernas rodeando mi cintura, se clavé hasta el fondo, como cuchillo en mantequilla... Su bellísimo rostro expresaba un placer inmenso. Me abrazaba y buscaba mis labios. Se los besé, se los mordí, nuestras lenguas se confundieron en un beso eterno, apasionado, como si quisiéramos inspirar todo el aliento vital del otro...

Al cabo del rato, se la saqué y comprobé el enorme boquete de su ano. Pude enterrarle mis cinco dedos sin dificultad. Ciego de pasión le dije:

Prepárate, quiero terminar dentro de ti.

Sí, por favor, deseo sentir tu leche dentro de mí – me respondió, extasiado.

Tendría que ponerme un preservativo, pero no traje.

Tu semen será semilla de vida para mí y nos unirá.

Ese chico me estaba seduciendo. Me tenía loco. ¿Me estaba enamorando? Solo sé que lo abracé apasionadamente y nos besamos como si en ello nos fuera la misma vida.

De nuevo lo penetré y mirándole a la cara me vine dentro de él con largos y profusos trallazos de lefa, recuperado ya de la anterior corrida. No sé cuántos minutos permanecí con mi polla enterrada en su juvenil ano, basándonos... Al sacarla, chorreaba semen que él se apresuró a limpiarlo con su linda lengua.

Permanecimos relajados en la cama un buen rato, acariciándonos, mirándonos a la cara...

Se acercó a mi rostro y con los ojos brillando de deseo me dijo:

  • Esto sólo es el comienzo...