Encuentro furtivo

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Mi cuerpo, como un imán, al notarle allí tan cerca, se quería unir a él. Tenía unas ganas inmensas de arrancarles los pantalones, de pedirle que dejara todo, incluyendo a su novia, que al igual que yo había dejado de lado otros aspectos de mi vida. Había sido el que me había impulsado a conocer cosas nuevas, a ilusionarme por comprar ropa interior y estrenarla con él, mientras me la quitaba a bocados . ¿Qué iba a ser de mi vida? ¿Y si seguía todo como estaba? Pero había tomado una decisión. Eso, y que me iba un mes lejos de todo aquello, lejos de él y del mundo que me rodeaba. Tenía el billete de avión guardado en la mesita de noche.

Apreté con furia mis dientes. Le agarré de la camisa y le abalancé sobre mí. Le cogí con fuerza mientras con la otra mano y casi sin poder por los nervios que tenía acumulados en mi interior, le iba desabrochando con la mayor habilidad de la que disponía en ese momento los botones de la camisa que me parecieron miles. Él también estaba vigoroso. A través del pantalón pude notar que un impetuoso bulto resaltaba con notable presencia. Aquello era mi perdición. Mi perdición a un bosque sin dueño. Me ayudaba a quitarle la correa que le rodeaba, los botones que le aprisionaban. Tiraba con ímpetu la ropa al suelo, quería ver que su camisa, los pantalones, los calzoncillos, todo estaba allí en mi habitación esparcido al de la forma que había querido el azar.

Me puse encima de él y notaba cómo el aceite que tenía sobre mi cuerpo manchaba el suyo. Cogí el bote que lo tenía en el suelo y se lo eché a él encima. Nuestros cuerpos se resbalaban, les costaba trabajo mantenerse en la misma posición. Notaba como a cada roce de mi cuerpo el suyo respondía con potencia. Le di un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja que ya lo tenía enrojecido y palpitante. Me puse cerca de su oído, para que escuchara sin intermitencias la agitación de mi respiración provocada por él, por aquel cuerpo, por toda aquella situación que se me antojaba tan surrealista como deseosa. Tomé aire y me decidí a culminar aquel encuentro.

Le pedí que hiciera algo, que le llamara con alguna excusa, yo necesitaba estar toda la noche con él, hasta caer rendida a sus pies, exhausta por el vaivén producido con la mayor intensidad con la que lo había hecho nunca. Aquella noche, su cuerpo y su alma debían ser míos. Aquel hombre esa noche, tenía una mujer a la que satisfacer y una dueña a la que complacer.

Con mis manos recorrí todo su cuerpo, un cuerpo impregnado en aceite, un cuerpo que llevaba parte de mi olor escondido tras los poros de su piel. Un cuerpo que gritaba sin censura las embestidas de un aroma a infidelidad que nunca se me había antojado tan dulce.

No quería que parara. No creía que el tiempo fuera capaz de correr tan deprisa. El tiempo claramente, no estaba de mi parte, o me hubiera dejado despedirme como toda mujer debe hacerlo del hombre al que ama con toda su intensidad y al que nunca podrá tener en su total plenitud.