Encuentro...

Seguramente despues vendrá la continuación de lo que tengo pendiente. Por el momento, una noche conversando con la luna, surgió este pequeño relato...Espero sepan disculpar esta pausa en el camino...

Encuentro…

“Para M. que hizo algo más que inspirarme…”

Nos conocimos después de varios días de estar yo en ese lugarcito del mundo. Ella trabaja allí. Yo?... no sé qué estaba haciendo ahí. Nos saludamos un par de veces, oraciones cortas, comentarios cotidianos que me hicieron saber su nombre y que éramos del mismo país. Cortesías tal vez exageradas que sólo dejaban entrever que nos inspirábamos simpatía.

Una mañana y como siempre, nos volvimos a cruzar. La verdad era que yo pasaba seguido por allí, pues no lo voy a negar, me gustaba toparme con ella. No me quedaba mucho más tiempo, pensaba marcharme al día siguiente.

-        Hola!... La verdad es que no me esperaba que te vayas tan pronto!...- me dijo

Me sorprendió y me gustó esa virtual naturalidad para decirme que le gustaría que me quedara.

-        Espero no dejar pasar mucho tiempo para volver– le respondí

Luego de decirlo reinicie mi camino sin rumbo y entonces la escuché decirme:

-        Si tenés tiempo y ganas, me gustaría que pases después para charlar un rato... te parece?

Me volví un segundo sólo para hacerle entender que lo haría. Ella iba a pasar la tarde trabajando en el hotel. No demoré demasiado en volver. Las escasas veces que habíamos charlado me daban cierto optimismo y por qué no pasarme a verla?...

Se sorprendió al verme llegar. Quizá no esperaba que lo hiciera y por un instante pensé que su ofrecimiento había sido una pura formalidad. Inmediatamente, entendí que me equivocaba. Ella estaba tan feliz como yo de mi decisión.

Sin poder explicarme a mi misma qué era lo que me hacía sentirme tan cómoda con ella, pasaron las horas sin darme cuenta. El lugar ya había cerrado y sólo quedábamos ella y yo. Nos encontró la noche riéndonos de tonterías, compartiendo opiniones, jugando que aquel momento iba a ser eterno.

Ya no quedaba ni un alma en la calle cuando decidimos despedirnos. Aunque ella no vivía muy lejos de allí me sentí culpable por haberla demorado. No quedaban taxis, ya ella me lo había anticipado y más de una vez me había hecho saber que aquello era un inconveniente. Comprendí que eso no era un reclamo, sino una manera de demostrarme a lo que había renunciado por quedarse conmigo.

Vacilé, pensé en acompañarla, pero me pareció un exceso. Entonces le hice saber que me quedaba preocupada, que la idea de verla marcharse caminando sola por la noche me dejaba intranquila. Insistió que eso era exagerado y le hice prometerme que al día siguiente me hiciera saber que estaba sana y salva. Así lo hizo y se marchó.

Me fui a la cama con una inexplicable sensación de satisfacción. Repasé mentalmente las cosas de las que había hablado. No parecían temas que podían llevarnos cinco horas, pero así había sucedido. Cinco horas gastadas con todo el placer de gastarlas. Cinco horas que hicieron que cambiara de opinión y quisiera quedarme algunos días más.

Pasé por su trabajo un par de veces. Aún no estaba allí. Quise mantenerme ocupada en otra cosa, pero no lo conseguí demasiado. Volví a pasar y entonces la vi. A la distancia me saludo con un gesto.

-        Subí los 700 mts  cuesta arriba que llevan hasta mi casa... Pero no me quejo, ojo!!... La charla valió cada paso... – comentó rápidamente

Sentí que me alegraba, que volvía a tener calma, ella estaba sana y salva y diciéndome que había valido la pena.

Mis intenciones de ignorar lo que me estaba comenzando a suceder habían hecho que organizara mi día de una manera. No quería ceder tan fácilmente a mis deseos y me conformé con ese breve encuentro. Un constante e inútil debate comenzó a desarrollarse en mi cabeza. Pienso algo ingenioso que me lleve de nuevo a ella (no se me ocurre nada). Doy vueltas... más vueltas... y si voy a verla ? (buena idea!).

Me apuro, quiero llegar cuanto antes. Cómo si una urgencia se hubiese presentado en mí, llego agitada y descubro que no está. Pregunto por ella y me dicen que ya había pasado por allí. Unos escasos minutos valieron el desencuentro y descubrieron mi desencanto. Malditas dudas! Que no me dejaron decidirme antes.

Otro día más en un lugar que no esperaba quedarme. Otro día más, donde ya no tengo dudas. Me estoy quedando por ella y en consecuencia la busco nuevamente.

-        Nos desencontramos ayer…- me dijo decepcionada al tiempo que me demostraba su alegría por habernos encontrado esta vez.

Volvimos a conectarnos como aquella primera noche. Las palabras fluían sin esfuerzo, siempre algo de qué hablar, de qué reírnos… Algo en ella me atraía irremediablemente, le hable de mí y correspondía tan bien a lo que le decía que di por descontado que ella gay como yo. Sin exagerar y sondeando el terreno, buscaba seducirla sin tener muy claro si aquello era correcto.

Avanzada las horas y jugando conmigo con alguna pregunta que yo no estaba haciendo, acabo por decirme que no era gay. Me sentí entre sorprendida y avergonzada. Ella por su parte, se la notaba inquieta cuando me lo dijo, como si me confesara algo, como si de pronto tuviera que disculparse por eso.

Trague saliva y simule naturalidad. Era correcto sentirme atraída por ella? Era correcto llevar siempre la conversación hacia el mismo lugar de seducción? Era correcto avanzar en un terreno tan inseguro?

Su declaración me confundió. Aumentó mi deseo y a la vez que me confrontó con algo cercano a la imposibilidad.

De alguna manera ella se las arregló para que eso dejara de preocuparme. No había dudas que esperaba que la sedujera, que le gustaba verme buscar atravesar esos límites desdibujados que la cercaban. Hizo una broma sobre tortas y bizcochuelos que me arrancó una sonrisa y un deseo enorme de ser yo su primera vez.

Pasado otro día más, nuestros encuentros se volvieron costumbre. Aquel nuevo día ella volvió a sorprenderme, pero esta vez abriendo una puerta, invitándome a pasar. Con una soltura que no esperaba me contó cómo desde mi primer día allí, había buscado llamar mi atención. Casi arrepentida pero resignada puso sus cartas sobre la mesa. Yo sabía que eran buenas, pero continué faroleando…

El tiempo siguió pasando. Ella sabiendo que me no había otro motivo para que me quedara. Yo demostrando sin decirlo, que ella era mi motivo. Siempre buscándonos, siempre encontrándonos, tonteando, sin necesidad de excusas, sin explicación, dejando que lo que tenga que pasar pase.

Sin pensarlo, una tarde le conté lo que me gustaría a veces. A ella le pareció bonito. Pero entendí que eso la asustaba un poco. Entonces no supe por qué, si era porque saber lo que me gusta quizá la llevaría a buscar dármelo o porque no era lo que ella tenía para darme.

Sin arrepentirme de haberlo hecho quise explicarle que no esperaba nada con eso, que sólo tuve la necesidad de decirlo.

El vértigo se apoderó de la escena. Idas y venidas, juegos peligrosos, timidez, arrebatos, un animarse sin hacerlo, avances, retrocesos…

Una noche charlando como siempre, sin dirección y de manera caótica, ella comenzó a hacer comentarios que invariablemente provocaban en mí, unos celos irrefrenables. Ocasionalmente me recordaba su heterosexualidad consiguiendo con eso acobardarme y ponerme molesta. Se cruzó fugaz por mi mente la idea de marcharme.

No lo comprendía. Y todas las puertas que me había abierto no me alcanzaban y sin cerrármelas ella, sentí la tentación de comenzar a cerrarlas yo misma. Tomé aire y no quise conformarme, no quería dejarla, ni irme, ni olvidarla. No quería ni podía.

Ella notó mi turbación y una pseudo discusión termino por darme lo que quería. Antes de marcharse y sin darme lugar a una palabra más, dijo de un tirón y casi sin respirar, que se había masturbado pensando en mí. Paralizada, sorprendida, estremecida en mis fibras más íntimas, me dejó parada en el medio de la noche con un deseo enorme de haberla tomada de un brazo y detenerla para partirle la boca de un beso.

Horas que parecieron días nos descubrió encontrándonos nuevamente al día siguiente. Hablamos de lo que me había dicho. Le conté lo que me hizo sentir. Dándole vueltas al asunto como si fuera necesario tomar alguna decisión. Agotadas de tanto caminar en círculos acordamos que no había necesidad de ser racionales. Decretamos la irracionalidad y volvimos a jugar, ahora más advertidas y por qué no más excitadas.

Le regalé una canción dónde le declaraba mis ganas de meterme en su cama. Me confirmó que aquello le aflojaba las piernas. Llamé las cosas por su nombre y aunque acordó conmigo lo intrascendente que eso puede ser, continuó pensando que aquello no dejaba de tener un peso que no sabía si podía soportar.

-        Qué me hiciste? – me preguntó como dándose por vencida

-        Nada todavía… -contesté yo sugerente

Sonrió con picardía y con su mirada me pidió que nos fuéramos a otro lugar. Sin demoras salimos de allí buscando un sitio que fuera nuestro. Terminamos en un cuarto de hotel.

Me quedé unos segundos apoyada en la puerta que acaba de cerrar. Mirándola recorrer insegura aquel lugar. Dejó su cartera, de pie, cerca de la cama. Acomodó su cabello y buscó mis ojos mientras mordía sus labios esperando que yo hiciera algo para acabar con aquella ansiedad.

Me acerqué nerviosa, sintiendo mis latidos retumbar en mis oídos. Parada a escasos centímetros de su cuerpo mi mano temblorosa se extendió para alcanzar a rozarla. Mis dedos se deslizaron lentamente por su brazo. Aquello bastó para erizar su piel. Su respiración estaba tan acelerada como lo mía. Acercamos nuestros labios, sin tocarlos, descubrimos nuestro aliento.

Dejé escapar un beso pequeño sobre su boca. Ella tomó mi cara con sus manos y respondió con otro pequeño beso. Un suspiro y otro, buscaban relajarnos. Su lengua comenzó a recorrer mis labios, empapándolos, llenándolos de placer. Su boca comenzó a abrirse sobre la mía, separando mis labios, invitándome a besarla con más devoción. Mis manos se aferraron a su cintura, atrayendo más su cuerpo contra el mío. Sentí sus pechos pegarse a los míos mientras nuestras lenguas se enredaban desesperadas.

Ese beso prolongado comenzó a dar respuestas a tantas preguntas. Atrapada y sin querer tener salida, mis caderas comenzaron a moverse sutilmente para rozar mi pubis contra el suyo. Sentí sus caderas reaccionar y me dejo reconocer su emoción de encontrar un sexo como el suyo.

Nos desnudamos como descubriendo un tesoro oculto. Cada prenda fue desplazada con cuidado, disfrutando con la mirada cada parte de nuestros cuerpos que dejábamos a la vista. Su piel que se me había antojado por tantos días electrizante confirmaba mis fantasías. Comencé a recorrer su cuello con mis labios, dejando que nuestros cuerpos se juntaran, sintiendo nuestra piel, nuestro calor, nuestra suavidad. Sus manos paseaban por mi espalda mientras dejaba escapar suspiros de placer al sentir mi lengua bajar por su clavícula, anticipándole hacia donde me dirigía.

Nos dejamos caer lentamente sobre la cama. Mi cuerpo se acomodó sobre el suyo. Nuestras piernas se entrelazaron calmando un poco nuestros sexos incendiados. Volvimos a besarnos, con descaro, con pasión, abrazándonos fuertes, como esperando fundirnos. Nuestros pechos blandos, suaves, se encontraron y acariciaron entre sí. Nuestros vientres cercanos. Los sexos mojando nuestros muslos. Encajando deliciosamente.

Sin resistir un segundo más, mi boca volvió a retomar el camino abandonado y bajando por su esternón buscó encontrar sus pechos. Mis labios envolvieron su pezón erecto y un sabor dulce mezclado con su perfume inundó mi boca. Con una de mis manos recorrí su rostro mientras besaba con dedicación sus pechos. Ella comenzó a jugar con su lengua en mis dedos, disfrutando lo que mi boca le estaba ofreciendo.

Casi sin querer hacerlo renuncié a sus pechos y fui bajando un poco más por su vientre. Su cuerpo vibraba junto al mío. Llegue besando cada centímetro hasta su pubis. Podía sentir el aroma de su sexo. Recorrí con la punta de mi lengua su ingle. Sus caderas comenzaron a serpentear. Suspiraba y gemía haciéndome saber que aquello la desesperaba. A mí, por mi parte, aquello me colmaba de emoción y placer.

Ella mantenía una pierna extendida y la otra flexionada. Me fui incorporando apenas y tomé su rodilla para separar un poco sus piernas y así me dejara ver su vagina empapada. Contemplé sus labios deliciosos, hermosos, irresistibles. Acomodé mi cuerpo sobre el suyo, pasando mi muslo por debajo de su pierna flexionada. Aferrada a su rodilla, pegue mis pechos y mi vientre a su pierna, dejando caer suavemente mi vagina sobre la suya.

El contacto de su sexo contra el mío nos hizo escapar un gemido de placer a ambas. Sus caderas se elevaban buscando encajar su clítoris contra el mío. Nos comenzamos a fregar encontrando un ritmo sensual, exquisito. Todo su cuerpo era un espectáculo excitante para  mis ojos. Haciéndome desear estallar en un orgasmo infinito.

Aquello consiguió desesperarme y un deseo imparable se apoderó de mí. Quería meterme en su cuerpo, devorarle la vagina, penetrarla, colmarla de todo el placer del mundo y llenarme de ese placer yo también.

Procurando no arrebatarme y cuidando su cuerpo como si fuera de cristal, salí de aquella posición para alojar mi cabeza entre sus piernas. Las eleve para que su vagina quedara completamente expuesta. Emocionada, deje primero descansar la palma de mi mano sobre ella. Mis dedos reconocieron cada pliegue. Empapada como estaba, mi dedo se deslizó cómodamente. Ella sujetó sus piernas para darme todo la libertad que necesitaba.

Mis labios se acercaron ya sin esperar más tiempo. Y comencé a besarla como si de su boca se tratase. Su vagina respondía a mis besos regalándome sus flujos. Mi lengua comenzó a avanzar por ella. Una y otra vez alcanzaba su clítoris hinchado. Volvía a recorrerla de punta a punta, buscando penetrarla. Me ponía a mil pensar lo que estarías sintiendo cada vez que mi lengua avanzaba dentro de ella. Imparable me dejé llevar haciendo que su ano también reconociera la destreza de mi lengua. Una contracción involuntaria de sus músculos y un gemido agudo me hicieron saber que aquello también le gustaba.

Escuchando sus susurros y sintiéndola desesperarse por un orgasmo, volvía a dedicarle todas mis atenciones a su clítoris mientras la penetraba con mis dedos. Adentro de ella yo me sentía en el cielo. Y continúe chupando, acariciando, frotando, con mi lengua hasta que la sentí derramarse, colmarse, estremecerse con un orgasmo que le hizo decir mi nombre.

Me quedé hipnotizada observando su cuerpo estremecerse y recuperarse lentamente. Buscó con sus manos llevarme nuevamente a su lado. Me beso suspirando, mordiendo mi labio inferior. Sentí sus manos acariciarme complacida y sin dejar de besarme sus dedos se metieron entre mis piernas. Se me escapo un gemido cuando la sentí acariciar mi vagina. Aquello me devolvía la calma a la vez que me la quitaba.

Sin miedo, segura, confiada, comenzó a masturbarme. Estimuló mi clítoris majestuosamente haciendo que me entregara por completo. Mis gemidos la excitaban tanto como lo hacían sus dedos conmigo. Buscando ansiosamente mi orgasmo no se detenía. Sus caderas se balanceaban recuperadas, demostrando que estaba dispuesta a acabar de nuevo. Sintiendo que faltaba poco para que sobreviniera, busqué su vagina también para frotarla. Quería que acabáramos juntas.

Desesperada ya, colmada y sin ganas de esperar más, mi orgasmo avanzó feroz inundando mi cuerpo, haciendo que ella lo percibiera indudablemente y me penetrara de un solo golpe. Aquello redobló mi placer y mientras sentía mi cuerpo electrizarse, avasallado de espasmos, sentí su vagina agitarse frenéticamente sobre mis dedos hasta conseguir su orgasmo para acompañar el mío.

La penetré y nos quedamos así, disfrutando los ecos de nuestros orgasmos, sintiéndonos una a adentro de la otra.

Relajadas y satisfechas nos dedicamos a acariciarnos. Como embelesadas, perdidas en un universo de ternura.

Quisimos decir algo, pero lo callamos con un beso.

Pasamos la noche en ese cuarto de hotel. Volvimos a reírnos de tonterías, a jugar a pelearnos, a jugar a reconciliarnos, a llenarnos de pasión, a pasar las horas sin saber cómo era que nos podía suceder eso con el tiempo.

Cuando dejamos el hotel, yo seguía sin saber cuándo iba a marcharme de allí.