Encuentro en San Telmo

Luego de 10 años el reencuentro de dos almas libres puede ser un fracaso o un completo éxito.

Esa noche nos encontrábamos luego de mucho tiempo, éramos unos pibitos cuando recorríamos esas mismas calles buscando la oscuridad para hacernos caricias. Luego de una década, con mucho recorrido vivido y unas cuantas cicatrices adquiridas, nos encontrábamos en la esquina de Perú y Carlos Calvo. Codo, puño, y entre risas resolvimos darnos un beso en la mejilla, luego de 10 años de forzada separación no había pandemia que nos impida sentir la piel del otro.

Resolvimos entrar al bar y la cerveza no tardó en llegar. La timidez que nos afectaba en un principio se disipaba a cada trago. Fui vestida a matar, dispuesta a que suceda todo en una noche y si no sucedía: a que su cabeza estalle. Resolví llevar un vestido con cuello en V muy escotado, sin brassier, sin más joyas que un aparatoso anillo de alpaca con muchas rosas metálicas que él me regaló antes de dejarme, unas sandalias altas acortaban la distancia entre nuestros labios. No sé si él pensó tanto su presentación como yo, ¿le haría falta? Me seducía solo con su postura, sin invadir mi espacio lo sentía como una montaña que se cierne protectora de un valle, lo sentía como la sombra en el parque un día de verano.

- Tenés el anillo.

-          Sí, me lo puse para la ocasión. Me gusta mucho. – Sonreí. Me sentí tonta, creí que había sido demasiado obvia al llevarlo.

- Me alegro. – Silencio. Los primeros tragos de alcohol no me hacían efecto. – Quería pedirte perdón por irme.

-          ¿Qué? – me sorprendí – No, primero está el trabajo. Siempre el trabajo. Tuviste una oportunidad única y tenías que aprovecharla. ¿Me dijiste que te ofrecieron un puesto mejor acá en Buenos Aires?

-          Si, y entonces decidimos volver.

-          ¿…decidimos?

-          Mi novia y yo. Ella también es de acá, nos conocíamos hace tiempo y cuando se enteró que estaba solo en Rosario fue a visitarme, una cosa llevó a la otra y acá estamos. Volvimos.

Sonreí pero por dentro mi corazón se rompía. Nunca fui nada de él. Nunca quise serlo, éramos libres de hacer de nuestras vidas lo que quisiéramos y nuestra filosofía era la de no ahogar al otro. ¿Cuándo perdí tanto el control de mis emociones que desee ser yo la que lo siguiera a otra ciudad? ¿Cuándo él se perdió tanto así mismo que olvidó las delicias de no tener compromisos? La conversación siguió rondando sobre sus relaciones, las mías, las decisiones. No podía pensar bien, me sentía avergonzada de la ropa que llevaba, cruzaba mis brazos para ocultar el escote y los pezones marcados entonces advertía que el anillo quedaba en primer plano y me sentía tan obvia. ¿Cómo no me di cuenta que ya no éramos los mismos veinteañeros que solo querían pasarla bien?

Pero él se veía tan lindo, tan prolijo, tan sensual, tan apetecible. Oía las historias de un hombre pero en sus labios recordaba los besos violentos de un pibe. Sus labios, me era imposible dejar de verlos. Y cuando apartaba mi mirada era para conectar con sus ojos negros, profundos, le contaba las experiencias que viví, mis alegrías. Descubrí que había algo nuevo en su cara que me enamoraba, esas líneas de expresión que solo la edad da, las líneas de muchas risas. Risas que, en parte, su novia le dio.

Fue cuando revoleaba los ojos contando alguna cosa de mi trabajo cuando lo encontré mirando mis labios, abstraído, y sus ojos fueron a mi escote para luego sorprenderse de que lo descubriera. Lo obvié, no dije anda porque no estaba segura. ¿Es qué mi presencia era capaz de revivir en él ese espíritu libidinoso que no encontraba fin a su satisfacción? Me incliné hacia su cuerpo con disimulo y presioné con los brazos mis senos para llamar su atención. La segunda pinta de cerveza la tomamos entre risas y alguna mano ocasional que se posaba unos segundos extras sobre el cuerpo del otro.

Se hizo de medianoche y el bar comenzó a prepararse para cerrar. Conociendo el ritual nos levantamos, pedimos algo para llevar y recorrimos las calles del barrio de San Telmo riendo y caminando relajados. Era una noche de verano perfecta, un poco fresca por lo que no había tanta gente afuera como solía ser. Quizás para dar más estabilidad a los pasos nos abrazamos. Quizás fue solo una excusa. No recuerdo como terminé rodeada por sus brazos, pero recuerdo pasar mi mano por su cintura sin vergüenza, deseando tocar debajo de su ropa. Caminamos sin rumbo y cuando un semáforo nos impidió seguir avanzando me abalancé sobre sus labios. Bebí de su sonrisa y lo persuadí a devolverme el beso.

Hace mucho tiempo me juré no ver a hombres en pareja, ni siquiera tentarlos, no me parecía ético. Pero él no estaba en pareja, quizás hace 10 años que tuviera novia pero él siempre fue un alma libre. Lo supe en cada uno de sus besos, la única que realmente tenía su corazón era yo, y sólo porque yo no deseaba poseerlo.

El verde nos habilitó la marcha y nuestros pies, memoriosos, recorrieron el mismo camino que solíamos hacer años atrás. Entre besos, lenguas entre lazadas y una mano escurridiza que se metía dentro de mi vestido sin avergonzarse que los demás transeúntes nos vean llegamos a unas rejas. El predio es de una conocida iglesia de la zona, nuestra favorita. Me ayudó a saltar las rejas; los pocos momentos lucidos en que ni el alcohol ni el deseo inundaban nuestra mente no lograban disuadirnos. En unos segundos los dos estuvimos dentro de un patio de baldosas, en el fondo dos paredes de la iglesia formaban un ángulo recto que dan oscuridad y cobijo para lo que planeábamos hacer.

Lo empujé contra la pared, temiendo que se arrepintiera llené su boca con mi lengua esperan que así no pudiera negarse. Se escapó para besar mi cuello, lo mordía, me tiraba del pelo. Era violento, visceral. No éramos humanos, éramos dos terminaciones nerviosas que sólo conocían el deseo. El deseo puro.

- Dame tus tetas – Me dijo mientras desabotonaba lo que quedaba de mi vestido dejando todo mi cuerpo dispuesto para él. Lo vi dudar un segundo. Lo vi pensar en lo que estaba a punto de hacer, las promesas que iba a romper. Le dejé pensar, si me iba a tener que sea en pleno entendimiento de que era un sucio infiel y que todos sus valores, su palabra, su novia no eran nada para él. - ¡Dámelas! – exclamó atrayendo mi cuerpo y mordiendo los pezones.

- Aaaahh… - El placer brotaba de casa caricia con su lengua, me daba placer sentir su abrazo sujetando mi cintura para que no huya de él. Sentí calor en todo mi cuerpo, me sentí humedecer mientras gozaba de cada mordida.

Mordí su cuello mientras gemía, lo deseaba, lo quería dentro mío pero no estaba segura de que fuéramos tan lejos. No me atrevía a meter mi mano en su pantalón, por el momento me digné a disfrutar de las caricias que recibía.

- Te extrañe – le susurré.

- Ay, ¡cuánto te extrañé!

Tomó mi mano y la dirigió a su pene, no tardó ni un segundo en sacarlo del pantalón y entregármelo. Quería que lo toque, ya chorreaba líquidos cuando comencé a masturbarlo. Recordé el sabor de su semen y se me aguó la boca, ni recordaba dónde estábamos, intrépida como hace 10 años me agaché a beber las gotitas que me ofrecía. Con un movimiento brusco me puso de espaldas a la pared, sostuvo mi mandíbula mientras introducía hasta el fondo todo su pene.

- Trágatela toda, linda. Comete mi verga.

Ni me gasté en responder, él sabía que era capaz de tragar todo ese pedazo de carne. Con la garganta relajada le permití avanzar. Sus testículos chocaron mi mentón y comenzó a retroceder, no mucho, lo suficiente para volver a entrar. Me ahogaba y tosía saliva, sabía que le daba placer oírme ahogarme.

- Ahhh, si. Te estoy cogiendo la boca… Ahhh… como… Aaaahh… me gusta tu boca.

No éramos discretos, no sé si alguien nos veía u oía pero no era difícil descubrir lo que sucedía en las sobras de esa vieja iglesia. Abracé sus nalgas atrayéndolo hacia mí, lo quería adentro mío para siempre, adentro mío hasta sentir que su leche explotara. Me leyó la mente y liberándome de la mordaza de carne me puso de pie, me dio media vuelta haciendo que mis tetas se apoyen en la fría pared. Levantó mi vestido, tocó mi vagina asegurándose que estuviera mojada, corrió a un lado la tanguita que tenía y de una vez y sin esperar metió con fuerza su pene.

- ¡AY! – Me gustó que fuera tan rudo pero me dolió de todas formas.

- Perdoname, linda.

-          No, dame más duro - jadeé.

Comenzó a empujar con fuerza hasta estar completamente dentro. Suspiré de alivio, de emoción, de deseo. Comenzó a moverse como queriendo penetrarme aún más, sus dientes mordían mi cuello como un animal en celo.

- Quería estar adentro tuyo, mi amor. Quería cogerte.

-          Ahora soy tuya, cógeme.

Sostuvo con fuerza mi cadera mientras metía y sacaba con rapidez, buscando el orgasmo que deseábamos hace tanto tiempo. Apoyada contra la fría piedra doblé mi espalda para darle más acceso a mi cuerpo. Sus manos, su pene, su gemidos me volvían loca, me volvía dispuesta a todo. Giré mi cabeza para verlo de reojo, ni un ápice de arrepentimiento en su cara, su novia no era más que una escena borrosa parte de nuestra historia de lujuria.

Sentí como se tensionaban sus manos y aceleraba el ritmo de bombeo, lo sentía venir.

- ¿Me das la boquita, amor?

-          Esta vez…  acabame adentro. ¡Llename de leche!

Sin perder un segundo comenzó a dejar todo su semen en mi interior. Yo nunca antes le había permitido eso pero este era un momento especial. Su pene endurecido más que nunca comenzó a tener espasmos y a largar la leche, sus movimientos tan involuntarios productos de la excitación terminaron calentándome, pensé en que ese pene realmente quería dejar toda esa leche ahí y comencé a agitarme.

- Ahh… Ahh… Si, si, me llenaste toda – Con mi mano froté mi clítoris mientras tenía mi propia explosión de placer todavía con el pene firme dentro mío.

Lentamente caímos en la realidad. Estábamos en la vieja Buenos Aires cogiendo al aire libre como dos jovencitos. Ya no éramos tan jóvenes,  corríamos demasiados riesgos, él estaba en pareja, había mucho que perder si nos encontraban así. En silencio nos vestimos.

Saltamos de nuevo la reja hacia la vereda y nos alejamos conscientes de que unos hombres a lo lejos nos miraban sorprendidos. Ya no éramos los pibes que fuimos. El peso del compromiso cayó en los hombros de mi compañero, lo sentí por él, sabía que significaba mucho para él prometer fidelidad. Acaricié su mano, que no solté en ningún momento.

- Disculpame – Dijo él – Pensé que iba a contenerme pero…

-          Es muy tentador, ¿verdad? Me pasa lo mismo.

-          Si – dijo con pesar - una vez es un error, pero hacerlo más veces es infidelidad.

Sonreí, infidelidad es siempre infidelidad no importa cuántas veces lo hagas. Pero no se lo dije.

- Tengo que dejar de verte – Me dijo cuándo se acercaba mi colectivo – porque sé que si te veo voy a desear estar con vos de nuevo.

-          Respeto tu decisión. Pero sabes muy bien que preferiría que nos veamos.

-          Si…

Me subí al colectivo y le indiqué al chofer hasta dónde iba. Me giré justo a tiempo para verlo dar media vuelta y caminar hasta la parada de su colectivo. Suspiré de placer. Después de todo había sido una noche muy linda. Y si había algo que yo sabía era que no era la última vez que lo iba a ver.


Perdón por no escribir durante este tiempo. Estuve estudiando, trabajando y pensando en nuevas ideas. Seguro más adelante publique más istorias. Tengo mucho que contar.