Encuentro en la penumbra (conclusión)
En una sugerente atmósfera habíamos dejado a nuestros protagonistas. Ahora, el relato continúa...
ENCUENTRO EN LA PENUMBRA (conclusión)
...un súbito chasquido inunda la estancia y se clava en lo más hondo de tu cerebro, traspasando a vertiginosa velocidad tu oído; he dejado caer al suelo la cadena...
Distancia... sientes como mi cuerpo se separa fugazmente del tuyo; desearías llamarlo, reclamarlo, volver a sentir su contacto apremiante y exigente, pero lo cierto es que ya no sientes mi piel contra la tuya. Sólo un ligero retorno a la realidad, a tu parte más racional, te convence que estoy preparando algo para ti, que la separación sólo será momentánea, y esa anhelante esperanza torna a instalarse en tu alma. Tu confianza se siente premiada cuando mi vientre se aprieta contra tu trasero, y mi boca susurra en tu oído frases de deseo, de ese vehemente deseo que siento por ti cuando te percibo tan entregada, tan dispuesta...
Un suspiro se escapa de tu garganta cuando cojo tus manos y te las coloco sobre tu vientre, vuelves a sentir el roce de la cuerda, pero esta vez no se trata de un simple amago, de un sádico juego con tu deseo frustrado; esta vez la cuerda se enrosca con firmeza en tus muñecas, una y otra vez, con esa meticulosidad de la que suelo hacer gala cuando estoy contigo. Saboreo cada vuelta que doy sobre tus muñecas, siento como tu cuerpo se estremece mientras tus manos son atadas, tu trasero tiembla en mi vientre y ausculta mi evidente erección; suspiras... sabes que esta clase de suspiros suenan a música celestial en mis tímpanos. Antes de que yo mismo compruebe la firmeza del nudo, has querido verificarla con un infructuoso movimiento de tus manos, te sientes bien atada y un cosquilleo te recorre la espalda al sentirte nuevamente a mi merced.
Vuelvo a separarme de ti... ahora me oyes manipular alguna suerte de ingenio metálico, después un leve roce en tus cuerdas y una fuerza suave pero constante te obliga a estirar los brazos sobre tu cabeza...
Bloqueo la polea cuando tus brazos se hallan bien extendidos y los tacones de aguja de tus botas a punto de separarse del suelo, escuchas un leve gruñido de satisfacción que emito al comprobar la precisión con la que he efectuado la operación, y sientes como mis manos abarcan tus caderas, acarician tu falda de cuero y bajan despacio por tus muslos y tus piernas hasta aferrar tus tobillos, una especie de premonición del hierro que anhelas desde que éste acarició tu piel por vez primera.
En efecto, poco después sientes sobre tu tobillo el oneroso y macizo grillete, sintiéndote más mía. Levanto la cabeza para mirarte mientras coloco el segundo grillete sobre el otro tobillo y me lleno de íntima satisfacción contemplando tu creciente excitación. Intentas mover los pies y no puedes, sólo recibes un breve sonido de cadena arrastrando... intentas imaginar las sólidas argollas que sujetan los grilletes y las cadenas al suelo, y de nuevo una corriente sube por tu espalda alterando tu semblante.
Escuchas mis pasos alejándose, el leve crujir de un cajón al abrirse, y de nuevo el silencio, ese hondo, largo y espeso silencio que precede a mis decisiones... finalmente, llegan hasta tus oídos el firme batacazo del cajón al cerrarse y los pasos que se acercan a ti.
Un objeto que te resulta muy familiar acaricia suavemente tu cuello y tus mejillas, baja por tus costados y juega por la cara interna de tus muslos, pasando de uno a otro entreteniéndose en tu entrepierna... esa firmeza, ese tacto a cuero, esa flexible terminación... después lo oyes golpear cadenciosamente sobre la palma de mi mano... y me imaginas arrogante, poderoso, frente a ti, jugando con la fusta en mi mano. No puedo ver a través de la venda tu trémula mirada, pero si percibir toda la excitación de este largo prolegómeno en el que me recreo... y sabes que tu excitación es la mía, que ambos interactuamos cuando sentimos como ese dulce vértigo se instala en nuestros estómagos al llegar este momento. No lo puedo evitar, atravieso la fusta en tu boca, y mientras la sujetas con los dientes, mis manos aferran tus cabellos para besarte apasionadamente... es un beso largo, húmedo, sentido... Cuando me separo, tu cabeza hace un leve gesto afirmativo, aceptando tu inevitable "tormento".
Me tomo mi tiempo; me encanta contemplarte mientras esperas... encadenada, privada del sentido de la vista, indefensa, expuesta y vulnerable, sin saber cuando ni como serás azotada; observo minuciosamente tu pose, cada una de tus ataduras, cada detalle de tu indumentaria, me llena de gozo haberte llevado hasta esta situación y adivino tu regocijo al sentirte como mi obra personal, mi encadenada Pigmalión disfrutando de cada una de las mieles y de las hieles de este juego.
Tu cuerpo se me antoja en posición oferente, dedicado enteramente a mí, tu amo y señor. Tu trasero se contonea suavemente y se adelanta hacia mí, nervioso y anhelante, ávido de la fusta que en esto momentos va a su encuentro. El sonido de un golpe seco inunda cada rincón de la austera estancia, transmitiendo a tu piel una creciente sensación de calor. El cuero de la falda ha amortiguado el fustazo, repartiéndose su energía y disipándola en forma de ese calor que sube desde tu rotundo trasero y se extiende por todo tu cuerpo según voy incrementando el número y la frecuencia de los azotes. Tu boca deja escapar unos gemidos que ya conozco y que me marcan la pauta exacta para saber dosificar esa medida de placer y dolor que deseo proporcionarte. Tu cuerpo cimbreándose al compás de las azotes compone una coreografía de inimaginable belleza y plasticidad, inolvidable danza de cuero y sudor en la que mi armado brazo participa de manera determinante. La fusta actúa como una batuta que obtiene de tu expresión corporal las notas más hermosas, las más entrañables y las más gratas para mis sentidos, ambos componemos la más bella de las sinfonías. Se impone un intermezzo, en el que la fusta deja su lugar en esta particular composición a mi mano que acaricia tus intimidades mientras mi cuerpo se funde en íntimo abrazo con el tuyo. Me presientes desde atrás, con mi lengua acariciando tu nuca y mi sexo frotándose lascivamente contra tu trasero, aun protegido por la falda de cuero. Tus gemidos van in crescendo cuando mi mano se separa de tu sexo y ase un mando a distancia: una música celestial se esparce por todos los rincones, es el dueto de Adán y Eva, de la Creación de Haydn. Sus armoniosos acordes llenan la estancia mientras mi mano ávida te arranca las braguitas y mis dedos invaden tu región más ardiente... tu trasero vuelve a pegarse a mi vientre y mis manos despejan de cabellos tu nuca para permitir el contacto de mis labios, ya febriles a estas alturas de nuestro particular concierto. Cercana al clímax, y consciente de tu generosa entrega me siento intensamente conmovido y decido llenar de agradables sensaciones todos tus sentidos, acaricio tus labios con mis dedos y dejo que tu boca succione mi pulgar antes de cambiarlo por uno de mis premios.
Siento como tu boca me llama en silencio y me coloco frente a ti; ahora son tus ojos los que imploran de manera intensa, vehemente...
En un silencioso y casi furtivo gesto, me acoplo a ti, despacio, acariciando con mi sexo los labios del tuyo, percibiendo tu deseo, tu incipiente impaciencia por ser poseída en el sentido literal de la palabra... poco a poco me voy hundiendo en ti, explorando tus profundidades, cálidas y húmedas, llenándote con mi ser. Tus suspiros y gemidos vuelven a ser más intensos mientras nos abandonamos a esta sensual danza donde las cadenas marcan el ritmo...
Las voces de Dietrich Fischer-Dieskau (barítono) y de Gundula Janowitz (soprano) suben hacia el cielo como volutas de incienso en un templo, a través de ellas podemos evocar el estupor y el deseo que sintieron aquellos dos primeros seres del jardín del Edén en su primer encuentro, no puedo evitar emocionarme, no tanto por lo sublime de la cantata como por tu propia emoción, la que sientes cuando te pones en mis manos...
He conseguido llenar tus oídos y tu espíritu de placenteras sensaciones, así como tu vientre; y cuando tu clímax es inminente deslizo en tu boca una pequeña pieza que reconoces al instante: un bombón de chocolate negro y avellana, tu favorito, cerrando así el círculo de tu placer.
Flujo de marea, lava y espuma, corrientes en el cerebro y a través de la espina dorsal, gritos acallados, temblores... estallido final, alfa y omega de nuestros desvelos, cataratas que desbordan nuestras mentes, mientras tus manos se aferran a las sólidas cadenas que penden del techo... abrazo de acero, férrea unión en medio del cataclismo que nos recorre... como enredaderas, mis brazos te rodean en este momento sublime e inigualable...
Epílogo
Al final, sólo tú, con la ayuda de las cadenas, permaneces en pie... yo me he derrumbado. Arrodillado ante ti; mis manos sujetan las pétreas columnas de tus muslos, mientras bebo con fruición tus jugos, postrado en una especie de acto de expiación ante mi admirable diosa y esclava...
Palma, octubre 2006. es_nostramo@hotmail.com