Encuentro en Fougères

Tres días, cuatro noches y todo el sexo del reencuentro.

Llegué a Fougères, cerca de Rennes, sin que aún le encuentre una explicación al cómo y al porque.

Mi itinerario turístico, mochila a la espalda, ni siquiera comprendía la Provincia de Bretaña, pero quería dejar de caminar por un par de días, y así fue como luego de una gestión exitosa con una pareja que viajaba en auto, me encontré en un tranquilo atardecer en este pueblo que no había visto en ninguno de los programas de turismo.

Esta introducción tiene por objeto dejar bien claro que no había ningún motivo preconcebido para que esa noche, luego de registrarme en un pequeño, pero muy bonito hotel escondido a media cuadra de la Avenida de los Poetas, y a unos cuantos metros (pero, ¡uf! hacia arriba) del Castillo de Fougères, mientras caminaba por una antigua calle de los alrededores, creyera de pronto estar alucinando: A veinte metros de donde me había detenido, por un instante había creido ver … pero no, no puede ser, dije para mi mismo. Leandro, sólo bebiste una copa de vino, dejate de espejismos…pero…lo volví a ver… ¡Tony! Grité. Tony se dio vuelta y al igual que yo unos segundos antes, se me quedó mirando como si estuviera frente a un fantasma. ¡Leandro! ¿Sos Leandro no?. Corrimos los dos y nos confundimos en un largo abrazo.

─ ¡Tony, Tony, pero ¿se puede saber que cuernos estás haciendo aquí?

─ Yo estoy paseando, pero ¿vos? ¿Qué hacés aquí?

Es que los dos teníamos clara noción de que a miles de kilómetros de nuestro país, en la noche de un pueblo que no está en los circuitos turísticos comunes, acabábamos de encontrarnos, después de

─ ¿Cinco años?

─ Casi seis, - corrigió Tony. – Y aunque sea una frase hecha, no puedo resistir la tentación de hablar de aquello de que "el mundo es un pañuelo" y etc. etc.

─ Es cierto, ¡Pero si aún no puedo creerlo!. Aunque yo ni debería hablarte. Bah, me lo había prometido a mi mismo

─ Pero ¿Por qué? – Rió Tony. - ¿Acaso no lo pasamos bien?

─ ¡Claro que lo pasamos bien!. Pero por si tenés mala memoria, te recuerdo que fue sólo un año. ¡Que me abandonaste hijo de puta!

─ Vos lo decías: "El amor no viene con garantía" Ja ja ja.

─ ¿Y todavía te causa gracia?

Habíamos comenzado a caminar y pronto nos encontramos sentados a una mesa, en un café. Para Tony no parecía haber pasado el tiempo. Y de toda aquella rabia que me acosó luego de que él se fuera de casa, no quedaba ya resto alguno. Luego de la separación de nuestras respectivas esposas (Ver "Leandro"), habíamos resuelto convivir, pero bien pronto comenzamos a sentir que aquello no tendría futuro. Tony era tremendamente posesivo, me trataba como lo había hecho con su ex esposa, pero paradójicamente, no me quería afeminado. A mi me gustaba además de él y con locura, bastante el travestismo, cumplir un rol totalmente pasivo, ser "de ese tipo de mujer", la que limpia su casa todo el tiempo, que cocina, que vive para su marido y a Tony todo esto le gustaba, menos mi aspecto femenino. Hice su gusto todo ese tiempo, pero la noche que decidí sacar del placard mi mejor vestido, me miró enfurecido, dio un feroz portazo y no volví a verlo. Hasta ese momento en la Bretaña francesa, donde ni a propósito podríamos haber coincidido con tanta precisión.

Comimos y ya casi terminábamos, cuando me animé a la pregunta que ambos habíamos soslayado durante toda la noche:

─ ¿Con quién estás?

─ Solo. ¿Y vos?

─ También. – Y mientras lo decía no creí poder contener la alegría que su respuesta me produjo.

─ ¡Bueno, bueno, bueno

─ ¿Bueno qué?

─ Que recordaremos otros tiempos, ¿no? – Y luego, serio: - Leandro, de verdad, desde que nos encontramos apenas si he podido resistir la tentación

─ Me pasa lo mismo. Dije esto, con apenas un soplo de voz. Todas las sensaciones que un día descubriéramos juntos habían retornado en tropel y apenas resistía ya la necesidad de abrazarlo y besarlo, de sentirlo otra vez mío, de disfrutar del contacto de su cuerpo pegado al mío, su pierna entre las mías, sus brazos reteniéndome contra su pecho, su miembro entre mis nalgas.

─ ¿Dónde vamos?. Mi hotel es un mundo de gente.

─ Vamos al mío – Dije. – Es chiquito, pero hermoso y tiene una vista aún mejor.

─ ¿Alcanzaremos a gozar de la vista? – Y me pasó el brazo por los hombros, apenas salido del restaurant. Me apoyé contra su cuerpo, mientras sentía que la excitación y la ansiedad se me disparaban a las nubes. Me desplazó contra un portal y me abrazó. Me miró un instante y apretó con sus labios mi boca que se le ofrecía anhelante. La noción de tiempo había desaparecido y de nuevo estábamos en aquella ya no lejana primer noche. Apuramos el paso, aunque caminábamos subiendo, por la calle aquella, pero nuestro deseo parecía tener alas.

La puerta se estaba cerrando a sus espaldas y yo ya estaba entre sus brazos, frotando mi cuerpo contra el suyo, sintiendo su erección como promesa de instantes gloriosos. Sin dejar de besarnos y como pudimos, nos fuimos desnudando. En la cama, él sobre mi, no dejábamos de recorrer nuestros cuerpos con las manos, con la lengua, ¡hasta los pies tomaron parte!. Una leve presión en mis hombros me sugirió su deseo y me apresuré a bajar hasta su entrepierna. ¡Otra vez tenía ante mis ojos, apretada con mis manos esa pija que tantas cosas me había hecho sentir! ¡De nuevo mis labios rozaron el glande, anunciando el camino que mi lengua siguió hasta la pequeña abertura. Cuando, como un estilete hurgó en ella, él se estremeció y apretó más aún mi cabeza contra su ingle. Cambié mi posición de manera que ahora la lengua buscaba entre sus nalgas. Él las separó y yo la metí en su agujero y la moví atrás y adelante, girando a un lado y a otro provocando sus quejidos de placer. Lamí todo su culo, lamí hacia sus huevos, me los metí en la boca, lamí el tronco de su pija, mis dedos penetraban en su culo y mantenían su cuerpo afirmado contra el mío, su pija apretando mi cara. Lo liberé un poco, sólo para dejarle espacio a mi boca que se adueño del palo hirviente. Ahora mientras lo chupaba, mi mirada se posaba en su cara, sus ojos cerrados, muriendo de placer. Alejé entonces mi boca para extender el momento. Besé sus muslos, los lamí, subí hasta el ombligo en tanto mis manos se apoderaban de sus tetillas a las que también alcanzó mi lengua, seguí subiendo, la dejé pasear por su cuello y cuando intentó atraparla con su boca, me apuré otra vez hacia la pija a la que envolví con la lengua. Tony ya no aguantaba más, por lo que comencé a apurar los cadenciosos movimientos de los labios, los dientes, la lengua que impulsaban su glande casi hasta mi garganta y ya sentía que llegaba el momento. Abrí la boca, respiré hondo y me la metí de nuevo, justo para dejarme inundar por sus chorros que pegaban contra mi garganta. Tuve que abrir la boca, porque me ahogaba y parte de su néctar se derramó en mi cara, por lo que me apresuré a recogerlo con los dedos que puse en su boca para dejarlo participar del festín. Sin solución de continuidad, me masturbé sobre su boca y al acabar, me apuré a recoger con mi lengua el líquido espeso y blanco que se deslizaba hacia su cuello. Nuestras bocas se unieron, gustando del elixir compartido y se apretaron en un beso que pretendimos eterno.

Relajados, distendidos, felices, nuestros cuerpos yacieron juntos extendidos de cualquier manera sobre la cama, su cabeza descansando en mi pecho. Después traje el vino, pero las copas aún estaban por la mitad, cuando nuestras manos empezaron a buscarse nuevamente. Quedaron las copas sobre la mesilla y comenzamos otra vez, los dos sabiendo que queríamos y mi culo latiendo porque también lo presentía.

Un almohadón debajo de mi estómago me ayudó a ofrecerle la mejor posición y la puta que había vuelto a ser, reclamaba con pasión ser penetrada. Él se hizo rogar y mientras, recorría mi cuerpo como yo antes lo había hecho con el suyo. Y yo lo tomaba y lo dirigía hacia mis nalgas, pero el escapaba y aparecía besando mis orejas, o mi boca, o chupando mis pezones. Volvía yo a insistir y él ahora me besaba la pija. Clamé entonces por su amor y por fin la verga amada se adueñaba de mi y lentamente al principio, con fiereza después, se hundía dentro mío, como queriendo perforar mis entrañas. E inmediatamente se salía y cuando mi culo lo iba a buscar lo encontraba volviendo y otra vez el hierro ardiente haciéndome sentir inconmensurablemente suyo.

No creo que las palabras me sigan siendo útiles para describir los tres días en que no salimos de la habitación. Nos traían la comida, todas exquisiteces que compartíamos, alegres, felices, muertos de hambre, bebíamos, descansábamos de a ratos, de a ratos dormíamos y luego, de nuevo hablaban nuestros cuerpos.

Probamos todas las posiciones, me cogió en la bañera entre la espuma, casi me violó frenético, apoyado yo contra la pared dentro del baño, mis brazos sostenidos bien altos por su fuerza; yo apoyado sobre el marco de la ventana abierta y él bombeando con un ritmo enloquecedor. Él sentado en la ventana: Yo extendido sobre la alfombra, masturbándome para él. Él lamiéndome la pija, yo jugando con mis cuatro dedos en su culo; su revancha, sus dedos, luego su puño abriendo mi culo como una flor. ¡Qué no hicimos!. Lo bañé e inmediatamente lo chupé y luego perseguí con mi lengua cada gota de leche en sus piernas, en sus pies, en el piso. Él con la boca llena de mi leche, reteniéndola, para luego derramarla dentro de mi boca y empujarla con su lengua. Su leche en mi pecho, mis manos evitando que se escurra, mi boca chupando golosa. Él sentado en mi cara, mi lengua prisionera en su culo, mis manos que lo masturban, su leche en mis pezones, él alimentándose de ellos. Yo gateando en el piso con el cepillo de baño metido en el culo, él masturbándose sentado en una silla. Y de nuevo cogerme, y llenarme con su leche. Yo clamando por su amor. Él gritándome del suyo.

Llegó la mañana del cuarto día.

─ No entiendo como no trajiste alguna ropa de mujer.

─ La traje, mi amor, la traje. La mayor parte está en mi valija en París, junto con toda la que me compré. Pero aquí en mis cajones también tengo. Pero por esta vez, preferí respetar tu gusto.

─ Tal vez me hubiera gustado.

─ Sabés mi dirección en Buenos Aires.

─ Creo que no me perderé si te busco.

─ Sabrás encontrarme amor, ¡vaya que lo sabrás!

Lo acompañé aferrado de su brazo hasta la salida del minibús. Me dio un último beso en la boca y cuando partió, caminé lentamente hasta el hotel. Me desnudé, me puse un vestido de gasa y caído en la alfombra me masturbé llorando.