Encuentro en el SexShop
Un amo cita a su esclava en un sexhop con órdenes concretas.
Encuentro en el SexShop
Ya se conocían, ahora todo sería ir avanzando. Todo sería más fácil, más placentero, más de todo.
Para la siguiente cita tenía de nuevo órdenes concretas. Debía ir a la planta superior de un conocido peepshow. En dicha planta se encontraba el sexshop. Ahí debía ponerse a curiosear y elegir ciertas cosas. Tenía que comprar un plug anal, unas bolas chinas vaginales, preservativos y si quería lubricante. Además tenía permiso para improvisar algo más. Ya conocía bien a su amo, así que sabía que cuando tenía permiso para improvisar algo más, era casi una orden de que le sorprendiera. Su amo estaría rondando la tienda también y la seguiría cuando pagara. A partir de ahí tendría que obedecer.
Llegó pronto. Solía llegar tarde a casi todos los sitios, pero los nervios le hicieron llegar casi una hora antes. Fue capaz de contenerse y llegar solo un cuarto de hora pronto. Aprovechó ese tiempo para echar una inspección al sitio. Era grande, amplio y con hombres que la miraban de reojo esperando una indicación suya para acercarse. Vio la sección de dvds, al fondo veía una cortina que al apartarse dejó ver una barra americana y de camino a las escaleras que daban al piso superior pudo ver el camino que llevaba a las cabinas de peepshow.
Subió las escaleras y se encontró en una enorme exposición de artículos en lo que era el sexshop más grande que había visitado. No sabía por donde empezar, así que se dedicó a deambular entre los pasillos mirando todo con curiosidad, alarma, miedo y sobre todo una sensación extraña que hacía que sus bragas se humedecieran al imaginar lo que podría hacer su amo con cada uno de los juguetes que iba viendo.
Podía ver que había un par de hombres mirando artículos, le pareció que incluso trataban de cruzarse con ella en los pasillos más de lo que las leyes de probabilidad dictaban como aceptable. De su amo todavía no había rastro, así que decidió ir empezando las tareas. Lo más fácil parecían los preservativos y el lubricante. Este último era opcional, pero sabía que le convenía cogerlo también. Cuando fue a cogerlo vio que las vitrinas estaban todas cerradas con llame, así que tendría que ir haciendo la lista mental de la compra y luego ir pidiendo. Se iba a morir de vergüenza, pero su excitación subía por momentos y notaba las bragas literalmente encharcadas.
Fue recorriendo las vitrinas, decidiendo que iba a pedir al dependiente y en que orden. Los preservativos y el lubricante fueron fácil. Los normal valía. Pero al llegar a la zona de las bolas vaginales empezaron las dificultades. Al final eligió unas normales porque sabía que tenía que espabilar porque quedaba lo más difícil. Pasó a la sección de los plugs anales y ahí empezaron sus enormes dudas. Sí, las dudas eran enormes. Los veía grandísimos, pensaba que le iban a destrozar el culo, pero cuando más grandes más le hacían palpitar el coño. El más grande parecía excesivo, pero se prometió que algún día lo tendría en su culo. Se inclinó por el siguiente que además tenía pinta de entrar más fácil.
Mientras miraba pensando que podía ser la sorpresa para su amo, le pareció verle de reojo. Eso le hizo ponerse más nerviosa pero de repente vio la zona dedicada al BDSM. Estaba tras una reja, por lo que hacía más vergonzoso y humillante pedir algo al dependiente, pero se armó de valor y decidió pedir unas pinas unidas por una cadena. Estaba segura de que a su amo le encantarían.
Finalmente se dirigió al dependiente y le dijo que si le podía dar unas cosas. Le fue guiando por las distintas vitrinas, pidiéndole lo que había elegido, con la mirada baja, sumisa, avergonzada, empapada, excitadísima sabiendo que su amo la observaba a lo lejos. El momento de pedir las pinzas fue el punto más alto de la humillación. El dependiente le hizo repetir lo que quería porque desde dentro del escaparate no entendía qué era lo que quería. Ella le indicaba con gestos, le decía cada vez más alto que eran las cadenas lo que quería. Los tres o cuatro clientes que había no perdían ojo y miraban sin pudor alguno hacia donde ella estaba. Incluso le pareció que alguno desde detrás de un expositor temblaba un poco como si se tocara mirándola. Ese pensamiento le causó repulsión, pero al mismo tiempo le hizo excitarse un poco más. A esas alturas excitarse un poco más ya era bastante difícil, así que lo interpretó como lo que era, estaba excitadísima y en una cuesta abajo embalada.
Cuando finalmente pagó su amo estaba esperándola en las escaleras que bajaban. Le preguntó cómo se sentía y si le habían gustado las compras que había tenido que hacer. A lo que contestó que estaba excitadísima y que estaba deseando probar todos los regalos. El amo le ordenó entrar al baño y ponerse las bolas mientras él se acercaba a la barra a sacar unos tickets de consumiciones. Cuando salió del baño él la esperaba y la condujo tras la cortina.
Fue como cambiar de mundo, la música no salía del cuarto pequeño organizado alrededor de una barra de bar y con una barra y pista de baile sobre la barra del bar. Se sentaron sobre unos taburetes altos alrededor de la barra mientras se tomaban una copa, charlando de temas banales. De vez en cuando se nos acerca una chica en tanga y poco más intentando averiguar poco sutilmente si tiene algo que hacer. El amo aprovecha para tocarlas el culo descaradamente, la que aguanta más se lleva algo más que un toque de culo y si ha sido paciente se lleva un billete de 5 euros en su tanga.
Cuando se acaban la copa se dirigen a las cabinas de vídeo. Ella no entiende muy bien qué van a hacer hasta que ve una cabina más grande de lo normal. Es una cabina de vídeo con dos asientos y con espacio de sobra para hacer muchas cosas. Ahora entiende el tintineo de los bolsillos de su amo. Se ha cuidado de cambiar bastante dinero en monedas para tener la cabina para un buen rato. Una vez cerrada la puerta echa unas cuantas monedas y pone el volumen del vídeo a tope. Ella se siente atrapada, no cree que la oiga nadie desde fuera aunque gritara, así que se resigna a hacer lo que ha ido a hacer.
Sabe que lo primero es arrodillarse ante su amo y hacerle la felación tanto tiempo prometida. Su amo se dedica a disfrutar del momento, dejándola hacer hasta que cuando siente que va a correrse sujeta su cabeza para no dejarla echar ni una gota fuera. Ella se siente orgullosa, cree que ha sido una buena mamada y la cara de su amo muestra satisfacción.
A continuación se prepara para recibir algo en sus propias carnes. Sabe que una vez relajado su amo, es su turno y llegará su momento de placer. Puede que con algo de sufrimiento, pero con placer seguro