Encuentro en Buenos Aires
Despues de muchos años, se reencontraron. Ambos estaban casados. Pasaron una tarde juntos.
Reunión en Buenos Aires
Cargados de expectativas y de un nerviosismo propio de adolescentes esperaban la hora de su reencuentro. Después de 13 años, Mariana y Gerardo se encontrarían en un hotel de Puerto Madero en Buenos Aires en donde el estaba alojado.
Ambos vivían muy lejos de allí. Ella iría a pasar unas vacaciones con su familia y el estaba por reuniones de trabajo.
Se encontraron en el bar del hotel y apenas se vieron fue como si el tiempo no hubiese pasado. Continuaron sus charlas que eran habituales a través de Internet como si nunca hubieran dejado de verse.
Luego de unos minutos subieron al cuarto. El la ayudo a quitarse el abrigo y rápidamente el deseo contenido se apodero de ellos. El la abrazo por detrás y comenzó a besarle el cuello que ella había dejado desnudo levantando su cabello con una pinza.
La llevo contra la pared del pasillo del cuarto y la apoyo de cara a la misma. Palpo sus pechos y comenzó a susurrarle sus ambiciosas aspiraciones, lo que hizo que ella suspirara por primera vez. Le apoyo su miembro ya endurecido sobre sus nalgas y presionaba con fuerza contra su cuerpo. Metió su mano debajo de la falda y le acarició la vagina que ya estaba bien húmeda. Luego de un rato ella se dio vuelta y se besaron. Ella sacaba su lengua para que el la chupara y luego la metía dentro de su boca, cosa que lo desesperaba, haciendo que su deseo aumentara.
Los jadeos, gemidos y rápidas respiraciones inundaron la habitación y dominaron la escena. Esos mismos ávidos sonidos aumentaban la excitación de ambos.
Ella con gran habilidad, aflojaba el cinturón de su pantalón y bajaba el cierre. Se arrodilló para meterse el pene en la boca. Un gemido casi desesperado le hizo saber que estaba haciendo lo correcto. Entre movimientos de su mano y de su lengua la excitación iba en aumento hasta que se hizo insoportable y antes de derramarse en su boca, gentilmente se aparto.
El la condujo hacia la cama y comenzó a sacarle la ropa, ella hacia lo propio con el. Ella se acostó boca arriba y el con el cuerpo en posición opuesta al de ella, metió su cabeza entre las piernas y paso su lengua por su sexo. Ese gustito tan rico que hacia tiempo no disfrutaba. Le pasaba la lengua y apretaba con sus labios el clítoris. Cambiaba a cada momento de movimiento. Ella se abandono a los placeres que le eran proporcionados. Luego de un rato, el se concentró en acariciarle las piernas. Luego bajo un poco su cabeza y le acarició y beso los pies, las pantorrillas y finalmente los muslos. Se detuvo un rato disfrutando de ellos, de su tonicidad, de sus formas. Besaba y acariciaba sus muslos. Ella necesitaba una atención de otro tipo, por ello tomo la cabeza de el, y la llevo nuevamente a su vagina.
Siguió besándola, mordiéndola con sus labios, pasando su lengua, hasta que Mariana no pudo más y quiso apartarlo, estaba por tener un orgasmo. Pero el porfiado, no cedió ante el pedido y siguió comiéndole el sexo de todas las formas que conocía. Ella arqueó su espalda y ya no pudo contenerse y gimió y suspiró y grito por esa satisfacción tan contenida. La boca y cara de Gerardo quedaron empapadas. La respiración de Mariana se hizo más y más apresurada.
El se posó sobre ella y la penetró lanzando un grito de satisfacción. Por fin los cuerpos se unían totalmente y en un abrazo interminable se fundieron los músculos en un movimiento cadente, rítmico, perfecto.
Luego de un rato los jadeos se hicieron mas pronunciados, los gemidos más agudos, los movimientos más fuertes. Ya era tiempo de otra descarga.
El cambió de posición. La acomodo a ella de costado, con una pierna cruzada sobre la otra y el encima de ella, con sus nalgas apretando su vientre. Gerardo sabía que no duraría mucho tiempo así y dejó de controlarse. Tomo un brazo de ella con una mano y con la otra un tobillo. Logró inmovilizarla, era un juego ya conocido. Esto a ella la excitó aun más y comenzaron ambos a lanzar ruidos primitivos, gemidos salvajes. Se susurraban sucias palabras, sórdidos halagos, y con movimientos cada vez mas lentos y profundos, descargaron juntos toda su lujuria, todo su deseo exacerbado con gritos que esperaban no fueran escuchados.
Estuvieron juntos un buen rato, tocándose, abrasándose, disfrutando de sus cálidos y húmedos cuerpos. En algún momento, la realidad llamó a Mariana. Era hora de volver con los suyos. Se vistió sin prisa pero eficazmente. No encontraba la parte de abajo de su ropa interior. El ayudó a buscarla pero era en vano, no aparecía. La prisa determino el final de la búsqueda y se puso el resto de su ropa. Un imperceptible beso fue la única despedida. Salió del hotel y subió a un taxi. En el, ya relajada, se preguntó si volverían a verse.
El mientras tanto, tomó la prenda que había escondido. Se la llevo a su boca y pudo apreciar que aun estaba húmeda. Esa noche, la última en Buenos Aires, se masturbaría con su olor.