Encuentro con mi prima.
Minerva es mi prima, además de mi editora Y pasado un tiempo, en una mala tarde de lluvia, empezamos una relación de sexo duro, pervertido, que nos llevará más allá. Disfrutaré de ella una petite de menos de metro cincuenta pero con un delicioso cuerpo... ¿quieres leer más...?
MINERVA
[Empiezo diciendo que he cambiado los nombres, y después de esto, quien quiera creer en su veracidad, que crea. Por lo demás, este relato es... una experiencia más de puro deseo y lujuria que he tenido la suerte de experimentar. DB]
Sucedió en una tarde de otoño. Las luces de la ciudad eran plomizas y una llovizna persistente lamía las ventanas con insistencia.
Yo llevaba varias horas en casa, leyendo, en una aburrida tarde de domingo. Aquella mañana había llegado molido de mi clase de artes marciales, y ahora me había vestido con ropa holgada y cómoda para estar por casa. En el momento en que llamaron a la puerta, me había retrepado en mi butaca favorita para seguir leyendo el thriller de buenos contra malos, pero con una acción muy suelta y bien escrita, que me entretenía en tardes como aquella.
Me dedico a escribir, así que debo observar a la competencia.
Me levanté refunfuñando, dejando la taza de té caliente, y me acerqué hasta la puerta. Al abrir la puerta me encontré con la figura de mi editora. Sabía que no salía demasiado de su despacho y que siempre era un acontecimiento, y verla entrar como si la casa fuera suya me dejó un poco estupefacta.
Es una mujer peculiar. Pequeña, apenas llega al metro cincuenta. Tiene los cabellos negros, muy cortos y escarolados. Para su tamaño tiene unos pechos generosos y un trasero redondo y perfecto. Llevaba unos botines negros con la puntera cortada por la que se veía sus pequeños dedos de los pies, las piernas blancas al aire, una falda minúscula y un jersey negro de cuello alto con un escote abierto en medio, en forma de óvalo.
Cabe decir, además, que Minerva, Mine, para abreviar, es prima mía, y nos conocemos desde pequeños, cuando compartíamos vacaciones en el cortijo de uno de mis tíos, un sitio soleado y caluroso repleto de misteriosas estancias frescas y oscuras, donde pasaron cosas, tiempo ha.
Mine entró como una tromba, como siempre, y fue hasta mi salón, sin mediar palabra, apropiándose de mi té y sentándose en mi butaca.
—Hola, Minerva, pasa, claro que puedes servirte el té —ironicé cuando cerré la puerta y llegué hasta el salón. Ella agitó los pies y me sonrió como siempre hacía, con una mezcla de picardía y sensualidad mal ocultada.
—Me adoras. Lo sabes. Tengo noticias, Artús —siempre me llamaba así—. Tu próximo libro va a ser publicado por una editorial más grande que la mía. Nos acaban de comprar y soy una de sus editoras en jefe, llevándome la cartera de clientes. Así que te traigo el cheque de adelanto por tu nueva novela. Y tiene muchos ceros. Deberías ponerte aquí, a mis pies, y besármelos —dijo moviendo sus piececillos dentro de los botines.
Me acerqué sonriendo y le besé la mejilla.
—¿Vaya, solo la mejilla, primo?
La miré extrañado. Era muy dada a los juegos de tentación, y sabía que era una mujer extremadamente sexual, cosa por la que tendía a rehuirla, ya que era mi prima.
—Ehm, Mine…
—Mira, Artús, estoy muy muy excitada, hace más de un mes que no me acuesto con nadie, y me importa un carajo que seamos primos.
Mi polla pegó un tirón al momento, recordando algunos hechos de los oscuros recovecos del cortijo, hacía una eternidad.
—Mine…
—No seas mojigato Artús. Me gustas desde que éramos críos. Tú ya tienes treinta tacos y yo veintiocho, y esto no es como cuando nos metíamos mano en la habitación del piano… Quiero follarte, primo, y que me folles. Y puede que algo más. Eres el mejor hombre que conozco, te he visto ya en pelotas y me gustas, así que menos zarandajas. Quiero que vengas y me demuestres que yo también te he gustado desde pequeños… —sorbió el té.
Dioses. Sí, nos habíamos metido mano. Y alguna vez echamos un polvo rápido y confuso, adolescente y sucio, que nos gustó a ambos. Estuvimos enrollados el último verano que nos vimos hasta que nos reencontramos hace cinco años.
—Demuestra que no te importa, como antes, como cuando éramos jóvenes y tontos. Además… —movió un poco más los pies, se quitó los botines y agitó los pequeños deditos, recortados, escalonados y rosas—… no llevo bragas, primo.
Y abrió las piernas.
Yo sentía cómo me latían las sienes y la polla pegó el estirón definitivo cuando vi su coñito depilado, rosa, y juraría que húmedo de jugos. Siempre había sabido cómo ponerme.
Me acerqué a ella. Mine volvió a sorber el té sin dejar de mirarme, mientras abría más las piernas. Me acerqué. Minerva es muy mandona cuando se lo propone, pero hay cosas que no permito y una de ellas es que me manden en la cama. Soy muy dominante. Estaba delante de ella, y la polla me apretaba en los pantalones, latiendo como una descosida. Ella miró con gesto goloso. Adelanté mi mano, le quité el té y le cogí del pelo. Ella sonrió, lascivamente. Empezó a respirar con profundidad.
—Dilo —le espeté.
—Fóllame…
Tiré más hacia atrás del pelo haciendo que me mirara e inclinándome un poco.
—Dilo —repetí.
—Por favor —musitó respirando profundamente. Y bajó la mirada.
—Empieza.
Mine llevó las manos hasta mi entrepierna y empezó a acariciar sobre la tela. Al cabo de un rato, viendo cómo se relamía, me sacó el miembro de los pantalones. La punta me rezumaba de jugos deseosos de tomar ese cuerpo de mujer, impaciente por clavársela, y la cercanía de su boca la hizo botar salvajemente en todo su tamaño y grosor (por fortuna estoy bien dotado, y bien que lo disfruto).
Minerva cogió con una de sus manitas semejante pollón y empezó a lamer la punta, teniendo que contenerme por no empujar salvajemente y clavársela hasta el fondo de la garganta. Le dejé hacer.
Me acarició los testículos con suavidad, y mi escoto se encogió, y empezó a lamer toda la superficie venosa. La levantó y lamió desde la base a la punta, lamiendo con toda la lengua mis testículos. Se los metió golosamente en la boca, chupando ansiosamente. Después, se retiró y metió la punta de mi polla en su boquita de bellos labios rosados. Sentí el calor profundo y la humedad acogedora de su boca cuando empezó a chupar con desespero, como si le fuera la vida en ello. Poco a poco se lo introdujo cada vez más profundamente, mientras la escuchaba gorgotear, mientras sus labios y su boca tragaban más y más de mi polla. Me tuve que contener para no correrme e inundarla de semen. Me aparté, escuchándola gemir de frustración.
Me puse de rodillas, abriéndole bien las piernas y viendo cómo le caían fluidos de los labios de su rosado coñito. Besé y lamí sus piernas, chupé uno de sus pies, sabiendo que eso la excitaba mucho, y dirigí mi boca hasta su entre pierna, donde mi lengua se dio un festín de deliciosos fluidos dulce-salados. Dioses, cuánto me gustaba…
Introduje mi lengua bien dentro de ella, ensanchándola, sintiendo su vagina palpitar y a ella retorcerse y cogerme de los cabellos para apretarme más contra su coño. De pronto se arqueó y dejó un momento de respirar, y el primer orgasmo le hizo palpitar enormemente. La sentía latir. Ahora me tocaba a mí.
Me aparté, y pude ver que se había sacado los pechos por el escote, y con una de sus manos se pellizcaba aquellos rosados pezones que tanto me ponían, pequeños y muy duros, de un rosado profundo y un centímetro de prominencia. Sus tetas eran una 95 generosa, cosa que destacaba en alguien de su tamaño, y de su seno conocía su profundo perfume.
Le quité el jersey. Ella ayudó. Casi se arranca la falda, y yo me desnudé, mientras ella se metía los dedos en el coño, provocadoramente, y se los sacaba para chupárselos, con los ojos clavados en mí, mientras me sacaba la ropa. Mi polla latía con fuerza. Cogí a mi prima, que se enganchó en mis caderas con sus piernas, mientras la llevaba al sofá, y la besé profundamente. Noté en su lengua el sabor de su coño, y chupó mi lengua y mis labios.
—Ahora, por favor, fóllame, méteme toda esa polla dentro y fóllame. Hazme tu zorra, ¡fóllame!
A Minerva le encantaba ser sucia en la cama.
La coloqué en el sofá, y la dejé a punto, con las caderas arqueadas y la espalda contra el respaldo, estando yo de rodillas delante de su hambriento coño. La miré. Yo casi no aguantaba las ganas, pero aun así, forcé.
—Dilo. Otra vez.
—Fóllame. Por favor. Métemela y fóllame…
Me acerqué lentamente. Cogí mi polla y puse la punta en la entrada de su coño. Me mojé lentamente en sus fluidos, y recorrí todo el coño de arriba abajo, estimulándole el clítoris y aumentando su agonía de deseo por que la penetrara.
—Por… favor…
Y lo hice. No fui delicado, ni caballeroso. Cogí impulso y de un golpe de cadera se la clavé hasta el fondo. Ella gritó y me arañó el pecho. Yo respondí bombeando con fuerza y retorciendo sus pezones, cosa que sabía que la excitaba, notando cómo su vagina se cerraba con más fuerza alrededor de mi polla. La follé con más fuerza, con energía, haciéndola gritar. Le abofeteé los pechos un par de veces y sentí cómo crecía más su excitación. Su coñito no dejaba de rezumar fluidos, empapándome la polla jugosamente, y yo seguí, mientras veía como se corría una y otra vez, orgasmo tras orgasmo, que hacía temblar sus pechos y que ella balbuceara bombeo tras bombeo, hasta que sentí cómo me llegaba a mí.
—Sí… córrete, córrete Artús… pero córrete en mi boca… quiero comérmelo todo, como tu zorra…
Dios, adoraba lo guarra que era en la cama.
Se la saqué cuando me quedarían cuatro embates para correrme, con los huevox llenos y deseando descargar, la cogí con mi mano, y apunté a su boca. Ella se tiraba de los pezones. De su coño rezumaba fluido que le caía de la entrada de la vagina, su clítoris estaba rojo de los orgasmos sucedidos, sus manos alternaban los pezones con estrujarse los pechos rosados por los cachetes. Abrió la boca, sacó la lengua, puse mi polla allí, y me follé su boca. Cuando me fui a correr, ella me cogió y arañó el culo mientras me corría y le llenaba la boca de semen. Escuché cómo tragaba con ganas, y yo gemía, redoblando mi corrida.
Se la saqué, aun palpitando. La ví correrse una vez más, chupándose los dedos con el semen que le había caído de la comisura. A mí me latía la cabeza.
—Dios, cómo follas, Artús… joder cómo me gusta que me folles…
Media hora después, vi como Mine se levantaba y su delicioso culo se alejaba de mí hacia la cocina, donde atrapó unos biscotes que untó en queso fresco. Ese culito que había visto alejarse hizo que me el rabo volviera a ponérseme como cemento armado. Al volver, con el último trozo de pan en la boca, mi prima me miró y abrió los ojos.
—Artús, ¿otra vez? —empezó a juguetear.
—Calla. Ven aquí, porque voy a follarte el culo hasta que te duela de tanto semen que te voy a dejar dentro.
De inmediato abrió mucho la boca, se tiró de rodillas y me la empezó a chupar, cosa que interpreté malignamente como que tenía unas ganas tremendas de que la sodomizara. Me chupó largamente la polla, deteniéndose y masturbándose a la vez. Aún tenía que saber a su interior. Sentí que se corría al menos una vez y gemía con todo mi miembro dentro de la boca.
Al cabo la aparté, viendo cómo unos hilillos le pendían de los labios entre mi polla y ella. Cogiéndola del pelo la coloqué en el sofá, con la cara apoyada en el borde del respaldo.
—Ábrete bien el culo, primita, porque voy dentro.
Ella gimió como toda respuesta. Sus manitas de delicados dedos apartaron sus preciosas nalgas, y yo bajé, para lamerla entera, desde la vagina hasta el esfínter. Ella gemía a cada pasada de mi lengua, y sus jugos se le derramaban del coñito, y resultaban deliciosos. En un momento le metí profundamente los dedos y los llevé a su boca para que los lamiera y chupara. Después jugueteé con sus jugos y los usé para lubricarle el esfínter. Metí un par de dedos con cuidado pero firmeza, abriéndolo. Dioses, llevaba mucho tiempo deseando hacer eso. Me puse detrás de ella y se la metí despacio en el coño, para lubricarme con sus flujos. La saqué con cuidado, empapada y chorreante, y apunté a su esfínter, dejando la gruesa cabeza en la entrada. Le tiré del pelo y vi cómo el culo le latía, y lo aproveché. De un golpe se la metí con firmeza, abriendo su culo con mi polla y entrando.
—Diooooos… la siento… la siento entera… jodeeeer… fóllame el culoooo máaaaaaas…
Y no necesité más. Empujé con fuerza y me abrí camino. Ella chilló y empezó a moverse como una salvaje para que la follara con más fuerza. Y no me arredré: empujé con más fuerza y me follé su culo largamente, sintiendo cómo varios orgasmos la recorrían y apretaban más mi polla.
—Me corro… me corro por el culoooo… —gritaba. Y varias sacudidas eléctricas se sucedían, apretándome con fuerza la polla progresivamente.
Acariciaba su espalda, metía mis dedos en su boca para que me los chupara, y le pellizcaba los pezones con fuerza, o le estrujaba las tetas cosa que le ponía aún más, y ella ponía su manita encima de la mía y apretaba, también con fuerza, gimiendo como una loca.
Hasta que sentí que venía. Apoyé una pierna el sofá, y ella tuvo que inclinarse un poco más, y empecé a darle más fuerte y seguido.
—Ahora… —le dije entre jadeos—, te voy a llenar el culo de semen, primita, hacerte mi puta y marcarte, te voy a llenar y vas a oler a mí, zorra.
—Sí… sí… fóllame, más… mi culo, lléname… te limpiaré la polla con la boca… —dijo entre jadeos. Aquello me hizo reventar, y exploté dentro, sintiendo los violentos chorros que ella percibió ardiendo en el interior de su culo.
Me corrí largamente dentro de su culo, y jadeé, abrazándola. Ella se sacó mi polla con cuidado, sintiendo cómo latía, y, de rodillas, se la metió en la boca, cosa que me hizo palpitar y arrojar un postrer chorro en su boca. Ella cumplió su palabra y chupó con fuerza y delicadeza. Me limpió la polla, que debía saber a su culo, y cuando acabó, se abrazó a mis piernas, apoyando su dulce carita en mis muslos.
Aquel fue uno de los primeros encuentros, y poco a poco, hemos profundizado más y más, llegando incluso a tocar el BDSM, siendo ella mi sumisa. Ha habido tríos y algunas orgías… y también recuerdos de cuando nos iniciamos en aquél lejano cortijo.
Ya os contaré.
DB.