Encuentro con mi ex
Me encuentro con mi ex y nos devoramos.
¿Se acuerdan que les conté que encontré a mi primer novio en Instagram?, ¿que quería cogerlo, darle el culo y hacer que me la chupe?… ¿adivinen qué? Logré eso y mucho más.
Después de varios mensajitos me enteré que seguía casado, tenía dos hijos y seguía viviendo en Santa Cruz. Le dije que tenía un viaje preparado para Río Gallegos porque tenía que ir a un congreso médico (soy cirujana cardiaca). Lo del congreso era una mentira, era para ver que respondía, si había onda. Me respondió que él viajaba seguido a la capital santacruceña a comprar mercadería para su comercio. Le tiré una fecha y (casualmente) me dijo que coincidía con uno de sus viajes. Quería guerra. Yo ya me había puesto el uniforme de combate.
Reservé una habitación en un hotel precioso. Me depilé, fui la peluquería y me compré varios conjuntos de lencería muy sexis y un disfraz medio sado, con esposas incluidas.
Quedamos en encontrarnos a almorzar en el hotel donde yo me alojaba.
Lo reconocí de inmediato: los mismos ojos azules, la misma piel aceitunada. Algunas arrugas. Algunas canas. Juro que se me mojó la bombacha cuando lo vi.
Beso en la mejilla. Electricidad. Sin ponerme romántica puedo decir que mi cuerpo lo recordaba.
Intercambiamos los típicos “estás igual”, comimos y lo invité a comer el postre en mi habitación. Yo había ido a garchar. El cortejo dejémoslo para las aves. Pedimos helado y una botella de vino blanco bien frío a la habitación y subimos.
Yo me había puesto un vestido ajustado color verde oscuro y debajo tenía un conjunto del mismo color en encaje, tanga y hasta porta ligas que sostenían las medias.
Como era de esperar en el ascensor nos besamos como dos adolescentes, enredando las lenguas y manoseándonos. Mi concha estaba empapada y su pene duro como yo lo recordaba.
Como pude abrí la puerta de la habitación, él ya se había sacado el saco. Le abrí la camisa de un tirón, haciendo saltar los botones. Pablo me sacó el vestido. Yo me arrodillé frente a él y, sin dejar de mirarlo le desaté el cinto, desabroché el botón del pantalón y bajé el cierre. Y liberé a la bestia. Le di un beso tierno en el glande. Con las dos manos le aferré el trasero y me metí toda su pija en la boca. Comencé a chuparla, lamerla, moviendo la cabeza, lentamente, acelerando el ritmo, otra vez lento, pasándole la lengua al compás. Tomé su manos con las mías y se las puse en mi nuca. Le pedí “por favor, cógeme la boca”. Comenzó a moverse a su ritmo, enterrándomela toda, mientras decía “como extrañé tus petes, sos la mejor, nunca nadie me la chupó como vos”. Hasta que sentí su semen golpear contra las paredes de mi garganta y descender por ella. Él soltó mi nuca y yo seguí chupando hasta que la sentí más relajada. Me aseguré de lustrarle bien la verga con la lengua y me levanté del suelo.
Me senté en el borde de la cama abrí la piernas y le dije “ahora te toca a vos”.
Me sonrió, se acercó, se arrodilló y comenzó a pasar un dedo índice por los bordes de mi tanga. Lo metió debajo y empezó a acariciar rítmicamente mi vulva, metiendo los dedos entre los labios, rozando mi clítoris. Yo estaba empapada. Después de unos minutos con sus dedos en mi concha, me bajó la bombacha y comenzó a besarme entre las piernas. Su lengua siguió el recorrido que habían marcado sus dedos, adentrándose en mi vulva, moviéndose rápido y lento, su boca me abarcaba toda y el succionaba, volvía a pasar la lengua, volvía a succionar, hasta que encontró el clítoris y se concentró en él lo apretaba con los labios, lo succionaba, lo lamía haciéndome gritar como loca de placer.
En medio de los gritos pudimos sentir los golpes en la puerta. El helado y el vino.
Y este relato continúa después. Falta mucho por contar.