Encuentro con mi compañera 6

Sexto encuentro entre una chica lesbiana y su compañera de trabajo, las dos aficionadas a la Dominación.

Clic. Clic. Clic. “Por más veces que le des a actualizar no va a llegar antes”. Le comenté a Isabel sonriendo. Levantó la vista de la pantalla del portátil, me miró y sacó su lengua. “Ya no pone que queden entregas antes de la nuestra”. Replicó devolviendo la vista a la pantalla. Clic. No pude evitar reírme. “Aun así seguir dándole al clic no hará que llegue antes”. Clic. Volví a reírme. “Tu sigue así y te hago abrir sin la toalla”. Sonreí ante su comentario. “Ya te gustaría”. Isabel me volvió a mirar con los ojos cargados de diversión y malicia. Estaba sentada en el sofá con mi cuerpo envuelto por una toalla blanca y mi pelo ligeramente mojado, mientras que Isabel estaba sentada a mi lado con una camiseta roja y leggins negros. Estábamos esperando a que nos entregaran el pedido de juguetes que Isabel había hecho durante la semana y a esta le había parecido una buena idea que recibiera al repartidor envuelta solo con la toalla. “Advertida estás”. Terminó sentenciando. ¡Ring! Me disponía a replicarle cuando el sonido del timbre me interrumpió. “¡Ya está aquí!” Comentó alegre Isabel. “Abre”. Dijo emocionada. Sonreí ante su entusiasmo, me levanté, me dirigí a la puerta y la abrí.

“Entrega para…¿Isabel?”. Un pequeño gesto de sorpresa se dibujó en mi cara. “Sí”. Contesté a la repartidora. No me esperaba que el paquete lo entregara una mujer y mi tono de confusión hacia juego con la cara de la joven chica que sostenía nuestro paquete y me miraba de arriba abajo. Ella llevaba un uniforme de reparto gorra incluida y yo solo la toalla. “Disculpe, parece que llego en mal momento”. Terminó diciendo con una sonrisa amable. Me recompuse y le devolví la sonrisa. “Oh, no te preocupes, no es nada”. La chica me tendió un paquete bastante grande. “Aquí tiene”. Miré el paquete algo confusa y lo sostuve entre mis manos. “¿Segura que es este?”. La chica volvió a mirarme confusa, revisó la etiqueta del paquete, el número de la puerta y asintió. “Sí. ¿Hay algún problema?”. Sopesé el paquete entre mis manos. Era más pesado y grande de lo que me esperaba. “No, no esperaba que fuese tan grande”. Terminé por responder. La chica volvió a sonreír satisfecha. “Necesito que firme aquí”. Comentó mostrando un albarán. “Claro”. Con las manos ocupadas como estaba no podía, así que me giré para dejar el paquete sobre una mesita que Isabel tenía a la entrada. Al girarme pude ver como esta miraba medio oculta por el sofá con una sonrisa de diversión. Le saqué la lengua y sonreí maliciosa. Me giré para poder firmar a la repartidora y disimuladamente moví mis brazos para que soltaran la toalla. Esta se deslizó y por un instante dejó mis pechos al aire. “Ah”. La chica miró sorprendida sin saber muy bien que hacer mientras yo daba un sobresalto para volver a cubrirme. “Que corte”. Dije con voz de falsa vergüenza. “No se preocupe”. Dijo la chica amablemente. “Alguna vez nos pasan estas cosas, tenemos la mala costumbre de llegar en los peores momentos”. Y se rio alegremente. Le devolví la sonrisa, recompuse la toalla, cogí el albarán y lo firmé. “Ya está”. La chica asintió. “Gracias. Que pase un buen día”. Se despidió finalmente la chica. “Igualmente”. Cerré la puerta y oí como Isabel empezaba a reírse mientras se levantaba del sofá y se acercaba a la puerta. “Vaya, vaya”. Dijo divertida. “¿Qué ha pasado?”. Me encogí de hombros. “Cosas que pasan”. Isabel me miró divertida. “Claro, claro”. Canturreó. Alargó la mano hasta mi toalla, tiró suavemente de ella y la dejó caer al suelo dejándome desnuda. “Exhibicionista pervertida”. Me sonrojé un poco ante el comentario, pero en vez de caer en su provocación puse gesto serio y le di un golpecito a la caja con nuestro pedido. “¿Y esto?”. Isabel me miró extrañada. “¿No es un poco grande para ser una mordaza?”. Le dije. Isabel cambió su mirada pícara a la cara que ponía cuando descubría que había estado comiendo helado a escondidas. “Bueno…”. Terminó por decir. “Tal vez pidiera algo más aparte de la mordaza”. La miré con falso enfado. “¿Tal vez?”. Isabel sonrió y recuperó su mirada pícara. “Bueno, bastante segura”. Cogió la caja y volvió al sofá, dejando la caja sobre la mesa que tenía enfrente. “¿Cuánto te has gastado?”. Pregunté tras soltar un suspiro. “Nada que no pueda permitirme”. Replicó Isabel. “Y ahora deja de cuestionar mis gastos caprichosos y ven aquí”. Volví a suspirar y di un paso. “No, no”. Dijo Isabel haciéndome un gesto con la mano para que parara y señalo al suelo. “Ven a cuatro patas exhibicionista pervertida”. Me sonrojé ante la orden, pero la obedecí. Me arrodillé en la entrada y me acerqué a cuatro patas hasta Isabel, la cual me dio un par de toquecitos en la cabeza cuando me puse a su lado. “Buena chica”. Me sonrojé una vez más. Se giró hasta la caja, se frotó las manos y se sentó de nuevo en el sofá. “Venga, ábrela”. Aún arrodilla asentí, abrí la caja, saqué los papeles protectores que tenía dentro y empecé a sacar cosas.

Lo primero de todo fueron precisamente las mordazas. Una mordaza de bola de un rosa brillante y una mordaza de anilla negra, cada una en su propia caja. “Qué profético”. Comentó Isabel divertida desde el sofá. Ya tenía en mente que hoy usaríamos algunas de las mordazas que habíamos pedido y tenía ganas de ver cómo iba la experiencia. Las dejé a un lado de la mesa y seguí sacando cosas. Lo siguiente fue una bolsa transparente y hermética en cuyo interior había 3 cuerdas de distintos colores. “¿Más cuerdas?”. Pregunté. Isabel asintió. “Sí, así podemos probar más cosas que con la que tenemos ahora”. Asentí y dejé las cuerdas junto a las cajas de las mordazas. “Ve dándome la de anilla, quiero verla”. Me comentó Isabel. Me sonrojé un poco, cogí la caja y se la tendí. Isabel empezó a abrir la caja mientras yo seguía sacando cosas del envío. Lo siguiente en salir fue una caja con la foto de unas esposas de metal. “¿Y esto?”. Pregunté. “Unas esposas”. Dijo Isabel sacando la mordaza de anilla de la caja. La miré sarcástica a lo que Isabel me sacó la lengua divertida. Dejé las esposas con el resto de las cosas. Quité otra capa de papel protector y seguí sacando juguetes. La siguiente caja contenía un vibrador de un brillante tono morado y forma estilizada. “Y eso es un vibrador”. Dijo Isabel divertida, lo que causó que le volviese a lanzar una mirada sarcástica. “No logro imaginarme para que servirá”. Comenté irónica. Isabel se rio. “Normalmente te lo metes en el coño, lo enciendes y disfrutas”. Me miró maliciosa una vez más. “Pero sigue igual de graciosilla y puede que me decida por metértelo en otro sitio”. Me sonrojé una vez más y dejé el vibrador en la mesa mientras Isabel sonreía. Lo siguiente que saqué fue la caja de un plug metálico. Isabel sonrió sin hacer ningún comentario. Lo dejé al lado del vibrador y seguí. Lo siguiente fue una caja que contenía una serie de cinco bolas, también metálicas, unidas por una cadena cuyo extremo era una anilla. “¿Bolas chinas?”. Pregunté. Isabel sencillamente asintió. Las dejé junto al resto. Lo siguiente fueron una serie de velas de distintos colores. “¿Para un plan romántico?”. Le comenté divertida mientras sacaba las velas. Eran alargadas y de varios colores. Roja, blanca, azul y verde. “Bueno…depende de tu idea del romanticismo”. Terminó por responder Isabel con una sonrisa que le devolví. Dejé las velas y saqué lo último que quedaba. “¿Hay más?” Preguntó Isabel extrañada. Asentí y saqué un bote con un gel lubricante y una nota con un mensaje que indicaba que agradecía la compra e incluían el bote como obsequio. Isabel alargó la mano para que le diera el bote y mirarlo. “Que amables”. Isabel contempló la colección de objetos que estaba sobre la mesa y sonrió. “¿Qué te parece?”. Eché un ojo a la mesa y luego a ella. “¿Segura que no te has pasado?”. Isabel negó con la cabeza. “No es tan caro como parece, créeme”. Asentí y sonreí. “Entonces es una buena compra”. Isabel sonrió e hizo un gesto para que me acercar a ella. Me acerqué a cuatro patas hasta estar frente a ella y me incorporé quedándome de rodillas. Isabel alargó una mano, acarició mi rostro, alzó mi barbilla y me dio un rápido beso en los labios. “Bueno”. Dijo. “¿Empezamos?”. Preguntó alegre. Sonreí y asentí. “Sí Ama”. Isabel sonrió, alzó las manos y con gesto teatral me mostró la mordaza de anilla.

Sin decir nada abrí la boca e Isabel colocó la anilla entre mis labios, pasó la correa por mi cabeza y la cerró. La movió un poco para ajustarla bien y me miró. “¿Cómoda?”. Asentí. “Gi”. Isabel se rio ante mi intento de hablar y me sonrojé de nuevo. “A ver, saca la lengua”. Me ordenó Isabel. Cumplí la orden y saqué la lengua lo que pude por el agujero de la anilla que mantenía mi boca abierta sin posibilidad de cerrarla. Isabel puso uno de sus dedos en mi lengua y lo movió en círculos antes de atraparla y tirar de forma suave de ella para ver hasta dónde podía. “Mm”. Comentó pensativa. Sosteniendo aún mi lengua se incorporó un poco sobre mí, apretó sus labios durante unos instantes y finalmente abrió su boca dejando que una pequeña cantidad de saliva se deslizase directamente de su boca a mi lengua. Sentí como la cálida y húmeda saliva caía sobre mi lengua y poco a poco empezaba a deslizarse por ella. Soltó mi lengua y regresó a su posición. “Traga”. Ordenó y obedecí. Con dificultad al no poder cerrar la boca, tragué su saliva junto a la mía que ya empezaba a acumularse por efecto de la mordaza. Isabel sonrió. “Esto tiene potencial”. Dijo con un tono pícaro que me hizo sonrojar. “Aléjate un poco”. Aún arrodillada retrocedí un paso. Isabel cambió un poco de posición, se sacó las zapatillas de andar por casa y levantó una pierna apuntando a mi boca con los dedos del pie. Sin esperar instrucciones empecé a lamerlo. “Mm…sí”. Dijo satisfecha Isabel. “Llevábamos tiempo sin hacerlo”. Yo seguí lamiendo su pie, sacándolo mi lengua lo que la mordaza me permitía notando ya como la mandíbula se me entumecía. Tras un rato cambio de pie y cuando se sintió satisfecha soltó un gran suspiro de placer. “Muy bien Sonia”. Trate de sonreír, pero la mordaza solo permitió que lo hicieran mis ojos. Isabel me devolvió la sonrisa y dio un par de toquecitos al sofá. “Apoya los brazos y ponte en cuatro, con la espalda recta”. Nada más dar la orden se levantó para dejarme sitio. Gateé hasta el sofá, apoyé las manos y nivelé mi espalda para ponerla paralela al suelo. Sin hacer ningún comentario Isabel salió del salón camino de su habitación, donde oí como empezada a trastear con los cajones. Permaneció durante unos minutos ahí, sin hacer ningún comentario. Notaba como los brazos y la espalda empezaban a flaquearme mientras el entumecimiento de mi boca aumentaba. Empezaba a sentir como la saliva se acumulaba y no era capad de tragar bien con la boca abierta. Finalmente oí como Isabel regresaba al salón.

¡Zas! “¡Ag!”. El silbido e impacto de la fusta en mi nalga me pilló totalmente por sorpresa, mis brazos flaquearon y casi me desplomé sobre el sofá. “Espalda recta Sonia”. Comentó Isabel todavía fuera de mi vista. “Te dejo sola un minuto y ya haces lo que quieres. Muy mal”. Sentenció con su voz de falso enfado. “Go giento”. Trate de disculparme, pero la mordaza me hizo parecer ridícula. Me sonrojé mientras recuperaba mi posición. ¡Zas! “¡Ag!”. Un nuevo fustazo cayó sobre mi otra nalga doblegando mis brazos una vez más. “¿Decías?”. Notaba como mis nalgas ardían por el contacto de la fusta. “Go giento Agma”. Terminé diciendo e Isabel soltó una risita. “Mucho mejor”. Isabel dio un par de paso tras de mí, lejos de mi vista. Zas. Un nuevo fustazo golpeó mis nalgas, esta vez con menos intensidad, pero aún así hizo botar mi cuerpo. “Espalda recta Sonia”. Ajusté mi posición para estar lo más recta posible. Durante unos segundos no pasó nada. ¡Zas!. “Ag”. Trate de cerrar la boca para ahogar mi quejido, pero la mordaza lo impidió. Mi cuerpo se tambaleó por el fuerte impacto. ¡Zas! “¡Ag!”. Un segundo fustazo no tardó en caer. Mis nalgas ardían intensamente. Sentí como Isabel acariciaba mi trasero con la yema de sus dedos. “Esos dos por ser una exhibicionista pervertida”. Sentenció Isabel. “Go giento Agma”. Me disculpé una vez más mientras recuperaba la postura. Isabel se separó una vez más. Un segundo. Dos segundos. Tres segundos. ¡Zas! “Ag”. ¡Zas!. “¡Ag!”. La fusta mordió con dureza mis nalgas dos veces más. Jadeé con la boca abierta por la mordaza notando como la saliva se deslizaba por las tensas comisuras de mis labios. Isabel volvió a acariciar mis nalgas. “Y esos dos por ser una listilla”. “Go giento Agma”. Me disculpé por tercera vez. Isabel se apartó y me dio una palmada no muy intensa en mis castigadas nalgas. “Relájate Sonia”. Destensé mi cuerpo al oír sus palabras. “Apoya el cuerpo sobre el sofá y sepárate las nalgas con las manos Sonia”. Asentí. “Gí Agma”. Isabel se rio de nuevo mientras apoyaba mi pecho desnudo en el sofá y separaba mis nalgas ligeramente. Zas. “Ag”. Un nuevo azote sorpresa, no muy fuerte me alcanzó. “Ahora no te hagas la tímida, pervertida. Separa bien esas nalgas”. Comentó divertida Isabel. Obedecí y separé mis nalgas todo lo que puse, dejando a su vista mi sexo y mi ano. Sentí como la punta de la fusta se apoyaba contra mi ano. “Mucho mejor”. Isabel separó la fusta de mi ano y la escuché trastear con las cajas de juguetes. Abrió una. Durante unos segundos no oí nada, pero esperé la sensación del vibrador contra mi cuerpo. “Ag”. Di un pequeño respingo al notar algo frio contra mi ano y mis nalgas se deslizaron de mis manos cerrándose una vez más. “Nalgas”. Dijo Isabel con una medio risa. Recuperé mis nalgas y las abrí una vez más. Isabel dio un paso y todavía fuera de mi vista alargó el brazo hasta dejar frente a mi vista las bolas chinas de metal. “¿Frías?”. Preguntó. Asentí e Isabel soltó una risita. Regresó a su posición y noté de nuevo el frío de la esfera de metal sobre mi ano. Movió las esferas a lo largo de mi intimidad, pasando del ano a mi sexo, lo que me hizo estremecer por la sensación del frío metal. Isabel sonreía con cada estremecimiento de mi cuerpo. Separó las bolas de mi cuerpo y la oí trastear una vez más. Paró y sentí a los pocos segundos una sensación cálida y húmeda, pero muy agradable, contra mi ano. “Efecto calor”. Oí como comentaba Isabel. A mi cabeza acudió la imagen del gel que habían incluido de regalo. “¿Se nota?”. Preguntó Isabel con curiosidad, a lo que asentí. “Bien”. Sentí como Isabel derramaba algo más del lubricante sobre mi ano momentos antes de rozarlo de nuevo con una de las esferas de metal. El contraste frío calor fue placentero. Durante unos segundos Isabel sujetó la primera esfera y presionó contra mi ano suavemente. El lubricante hizo su función y la esfera se deslizó poco a poco en mi interior. “Plof”. Comentó cómicamente Isabel tras introducirla, lo que me sonrojó de nuevo. Mi mandíbula estaba tensa por causa de la mordaza y la saliva iba en aumento. La sensación de la esfera de metal en mi interior era extraña pero no era desagradable. Noté como Isabel presionaba una nueva bola contra mi ano. “Plof”. Volvió a comentar cuando la introdujo en mi interior. Poco a poco notaba como las bolas iban haciéndose hueco. El lubricante cumplía con su función y dos bolas más no tardaron en acompañar las que ya estaban dentro. “¿Qué tal vas Sonia?”. Preguntó Isabel interesada. “Gien”. Logré balbucear. Aunque no la vi Isabel asintió y sostuvo la última bola. “Plof. Todas dentro.” Comentó triunfante. Sentía en mi interior la mezcla de frio y calor junto a la presión de las esferas haciéndose hueco dentro de mí. Isabel acarició mis nalgas y me dio una suave palmada. “Bueno, y ahora…”. Empezó a canturrear Isabel. La oí trastear con las cajas de juguetes durante unos instantes antes de sentir como Isabel me cogía una mano. Mi nalga volvió a su posición de inmediato. Clic. Noté algo rígido y frio contra mi muñeca y sonido de un cierre. Sin demora, Isabel cogió mi otra mano y juntó mis muñecas a la espalda. Clic. Noté la misma sensación en la otra mano. Traté de separar mis muñecas por reflejo, pero no pude. “Esposada”. Comentó Isabel divertida. “Tienes derecho a permanecer en silencio y a ser amordazada para ello”. Dijo burlona. “Cualquier cosa que digas no crea que se entienda mucho y será respondido con un azote”. Isabel golpeó mis nalgas con la mano para enfatizar. “Así que mejor pórtate bien”. Terminó por decir y se rio. “Incorpórate”. Obedecí a Isabel y traté de incorporarme, aunque con las manos esposadas a la espalda fue difícil e Isabel me ayudo a hacerlo. “¿Bien Sonia?”. Asentí. Isabel me sonrió y se sentó en el hueco que había dejado libre en el sofá. Nada más sentarse estiró uno de sus brazos, sostuvo uno de mis pezones entre sus dedos y empezó a juguetear con el. “Por lo que veo estas disfrutando, pervertida”. Me sonrojé ante el comentario. Era verdad, estaba disfrutando de las sensaciones. Isabel sonrió maliciosa, retorció mi peón y tiró de el durante unos segundos antes de soltarlo y acomodarse en el sofá. “Separa un poco las piernas”. Me ordenó una vez acomodada. Obedecí y arrodillada como estaba separé mis piernas. Isabel me miró de arriba abajo y estiró una de sus piernas.

Su pie rozó suavemente mi sexo, el cual estaba caliente y húmedo. Su dedo rozó mi clítoris y exhale un gemido ahogado por la mordaza. “Mm”. Isabel se rio una vez más y siguió frotando su pie contra mi intimidad. Poco a poco notaba como mi respiración se iba acelerando al tiempo que el calor invadía mi cuerpo. Sentía el roce simultáneo de las bolas de metal en el interior de mi ano con las caricias exteriores que el pie de Isabel realizaba sobre mi sexo. Mi cuerpo reaccionaba a los estímulos y se movía, pero se veía contantemente frustrado por las esposas que mantenían mis manos en la espalda. Mis latidos eran cada vez más y más rápidos. Isabel me estímulo sin parar durante varios minutos, alternando el ritmo e intensidad con el que movía su pie. “Mm…mm…”. Jadeaba intensamente ahogada por la mordaza, la saliva deslizándose por la comisura de mi abierta boca. “Mm…mm…”. Sabía que no tardaría mucho más en correrme e Isabel también lo sabía. Poco a poco me fue llevando hasta mi límite. “Mm…mm…mm…”. A falta de unos pocos roces más, Isabel apartó su pie de mi intimidad dejándome a las puertas de un orgasmo. Trate de gemir frustrada, pero antes de que ningún sonido saliese de mi boca Isabel se levantó del sofá y arrodilló en el suelo a mi lado. Vi y sentí como su mano alcanzaba mi sexo. Dos de sus dedos se apoyaron contra mi clítoris enviándome intensas descargas de placer por mi cuerpo. Isabel presionó sus dedos al tiempo que los movió enérgicamente, frotando tan sensible zona. El placer volvió a inundarme regresando rápido al borde en que el pie me había dejado. Isabel siguió frotando sin parar. “Mm…mm…¡Mm!”. Mi cuerpo empezó a tensarse al notar como los dedos de Isabel me llevaban hasta un intenso orgasmo. Sin dejar de estimular mi clítoris, Isabel llevó una mano hasta mis nalgas y con un rápido movimiento sostuvo la anilla del extremo de las bolas chinas y tiró con fuerza sacándolas de mi interior. “¡¡MMM!!”. Mi amordazada boca trató de gemir profundamente cuando la sensación del orgasmo se vio intensificada por la estimulación de las bolas de metal saliendo de mi cuerpo. Sentía mi sexo arder, con la urgente sensación de vaciarse para mitigar el ardor. Trate de centrar mis pensamientos, pero las sensaciones eran demasiado abrumadoras. Trataba de coger aire profundamente para contenerme, pero la mordaza me lo impedía. Tenía que…que…centrarme. Tenía…que…

“Respira”. La voz de Isabel se abrió poco a poco paso en mi nublada cabeza. “Respira”. Notaba mi pecho subir y bajar. “Respira”. Mi ano palpitaba y ardía. “Respira”. Y una sensación húmeda llenaba mi sexo y muslos. “Respira”. Abrí los ojos siendo por primera vez consciente de que los había cerrado durante el intenso orgasmo. Me vi apoyada contra el cuerpo de Isabel, la cual me frotaba la espalda con suavidad. “¿Mejor?”. Preguntó Isabel de forma amable. Poco a poco mi respiración se iba acompasando. Asentí incorporándome un poco. “Despacio Sonia”. Isabel me apartó un sudado mechón de pelo de mi frente. “Creo que será mejor parar”. La miré directamente y negué con la cabeza. “Golo gag ido ingengo”. Traté de balbucear como pude lo que causó la risa de Isabel. “Y tanto”. Replicó pasando la mano por mis muslos recogiendo parte de los fluidos que habían escapado de mi cuerpo y mostrándomelos. De inmediato mis mejillas se enrojecieron. Isabel sonrió y deslizó los dedos por el agujero de la mordaza, dejando los dedos sobre mi lengua. El sabor era muy intenso y me enrojecí aún más mientras trataba de limpiarle los dedos a Isabel. Mi respiración seguía siendo profunda, pero se regularizó. Isabel sacó los dedos de mi boca. “¿Estás bien?”. Me preguntó mirándome sonriente. Asentí. “¿Segura?”. Volví a asentir. Isabel sonrió y me dio un rápido beso en la frente. “Veamos”. Se incorporó mientras sonreía pícaramente. Llevó sus manos al borde de los leggins y los bajo despacio de forma sensual. Para mi sorpresa, no llevaba nada debajo de ellos, por lo que su sexo quedo a mi vista. Terminó de quitarse la prensa, se sentó en el sofá frente a mi y separó sus piernas. Sin esperar ninguna orden gatee hasta ella y lleve mi amordazada boca a su sexo. “Mm”. Isabel ronroneo al notar el contacto con su intimidad. Saqué la lengua lo que pude por la abertura de anilla y empecé a lamerla. La mordaza no ayudaba a la tarea, limitando los movimientos que podía hacer. No tardé en notar como Isabel apoyaba sus manos en mis hombros y me separaba de su cuerpo. “Vale”. Dijo con cierto tono de diversión y molestia. “Igual para ciertas cosas la mordaza esté chula, pero para comerse un coño ya te digo yo que no”. Emití una risa ahogada por el cometario al tiempo que Isabel alargaba sus manos al cierre de la mordaza. La soltó y con cuidado me ayudó a quitármela. “¿Mejor?”. Preguntó interesada. “Sí, mucho”. Le dije con la boca algo entumecida. Moví un poco la mandíbula para relajarla. Isabel lanzó la mordaza a la mesa en dónde cayó al lado de las bolas chinas que un rato antes habían estado en mi interior. “Luego te va a tocar limpiarlo todo”. Comentó Isabel divertida mientras volvía a relajarse sobre el sofá. “Ya me imaginaba”. Sentí mis muslos mojados, así como el suelo también cubierto de mis fluidos. “Y yo voy a necesitar una buena ducha”. Isabel soltó una risita. “Ya tendrás tiempo para eso. Ahora, pon esa boquita a trabajar si no quieres que te amordace de nuevo”. La miré divertida. “Mm…la amenaza pierde fuerza sabiendo que si lo haces te quedas sin comida de coño decente”. Saqué mi lengua para reforzar mi argumento. Isabel me miró divertida, se incorporó un poco y alargó el brazo hasta la mesa. En vez de la mordaza cogió la fusta y con un rápido movimiento golpeó mis pechos. “Auch”. Isabel se rio. “Tienes razón”. Volvió a relajarse y se dio un par de golpecitos con la punta de la fusta en su sexo para señalármelo. “¿Mejor así?”. Me acerqué una vez más a Isabel y asentí. “Sí Ama”. Isabel sonrió, notó mis labios sobre su sexo y empezó a acariciar mi espalda con la fusta. Aún me quedaba tarea para la tarde.