Encuentro con mi compañera 4
Cuarto encuentro entre una chica lesbiana y su compañera de trabajo, las dos aficionadas a la Dominación.
“Entonces…”. La voz de Isabel era una mezcla entre diversión y confusión. “¿Esto como narices se supone que va ahora?”. Preguntó para si misma mientras miraba atentamente el videotutorial en el portátil con un extremo de cuerda en cada mano. Sonreí mirando yo también el video con interés. “Creo que tienes que pasarla por los costados por encima del pecho, pasarla por la cuerda del medio y volver a la espalda”. Interpreté tras ver las imágenes. Una larga cuerda roja descendía desde mi nuca hasta mi pecho, dónde había un nudo y continuaba descendiendo hasta mi sexo. Un par de nudos más justo bajo mi pecho y sobre mi ombligo rompían la uniformidad de la cuerda. Tras alcanzar mi sexo la cuerda lo recorría por entero hasta alcanzar mis nalgas, dónde volvía a subir por mi espalda hasta la nuca, dónde se cruzaba una vez más y volvía a bajar, ahora hasta las manos de Isabel. La cuerda era suave y cómoda, aunque apretaba ligeramente contra mi sexo. “A ver…”. Isabel rodeó mi cuerpo desnudo y se plantó frente a mí. Paso los extremos de la cuerda bajo mis axilas y las junto bajo el primer nudo. “¿Así?”. Miré la cuerda y el vídeo y asentí. “Vale”. Comentó Isabel. “Y ahora…”. Pasó la cuerda por el pequeño hueco que habían creado los dos nudos, tiro y volvió a mi espalda separando las cuerdas. “Vale, ya lo tengo”. Comentó alegre. Pasó una vez más la cuerda por mi espalda, por las caderas, por el hueco entre el segundo y el tercer nudo, y de vuelta para la espalda. Lo que antes era una cuerda recta sobre mi pecho y abdomen ahora eran dos rombos irregulares. “La madre que los parió”. Comentó entre risas haciendo aspavientos hacia el vídeo. “Lo hacen parecer sencillo los cabritos”. No pude evitar reírme. “Lo habrán hecho mil veces, para nosotras es la primera”. Isabel asintió ante mi comentario. “Ya. Bueno, a ver como ato esto aquí atrás”. Tras forcejear un poco terminó anudando lo que quedaba de cuerda a mi espada como buenamente pudo. “Lista”. Dijo triunfal. “¿Qué tal?”. Di un paso adelante, estiré un poco los brazos y giré sobre mí misma despacio dejando que Isabel me viera. “Bien. Es más cómoda de lo que me imaginaba”. Isabel sonrió satisfecha. “Genial. Te queda bien”. Me ruboricé un poco ante su halago. Cogió su refresco de la mesa, se acercó al portátil para quitar el vídeo y se dejó caer en el sofá.
Me acerqué hasta ella sintiendo como la cuerda rozaba mi cuerpo y apretaba suavemente mi sexo. A pesar de estar desnuda, un agradable calor recorría mi cuerpo. Me paré frente a Isabel, llevé mis manos a la espalda y carraspeé ligeramente. “Bien Ama. ¿Qué le apetece hacer ahora?”. Pregunté con una sonrisa que Isabel me devolvió. “Mm…a ver, a ver”. Isabel meditó durante unos segundos contemplando mi atado cuerpo. “¿Quieres que traiga la fusta o el flogger?”. Le pregunté señalando su habitación. Isabel lo pensó unos segundos, pero negó con la cabeza. “No, hoy no me apetece azotarte. Al menos por ahora”. Dijo divertida mientras me ruborizaba. “Aunque…”. Dijo mirando hacia su cuarto. “Si que se me ocurre algo si te atreves”. La mire curiosa. “Dime”. Se levantó sonriendo y sin decir nada se fue hasta su cuarto, en dónde se puso a buscar en el armario. “¿Voy?”. Pregunté. “No, dame un segundo”. Me respondió Isabel sin dejar de buscar. Aproveche para beber algo mientras esperaba a que Isabel volviese. Tras un par de minutos, Isabel volvió al salón. Para mi sorpresa tenía varias piezas de ropa en la mano. “¿Y eso?”. Le pregunté. “¿Vamos de compras?”. Me respondió. La mire sorprendida. “¿Ahora?”. Isabel asintió. “Mm, bueno. Sí quieres”. No pude disimular un poco de decepción en mi voz. Después de haberme preparado y de lo de la cuerda me esperaba algo más de la sesión, pero Isabel no parecía estar de humor para más hoy. Isabel me sonrió con esa sonrisa pícara que ponía de vez en cuando. “Toma”. Me dijo tendiéndome la ropa que había traído de su habitación. Me sorprendí un poco, pero la cogí. Era la primera vez que Isabel me indicaba como ir vestida y un pequeño escalofrío me recorrió el cuerpo al darme cuenta. Sonreí. “Ahora me la pongo”. Le dije y me di la vuelta para que Isabel pudiera deshacer el nudo de la espalda. Pasaron unos segundos de silencio en los que ninguna de las dos se movió. “¿Qué haces?”. Preguntó Isabel finalmente divertida. Me giré un poco para mirarla a la cara. “Para que deshagas el nudo”. Le dije. Aunque podía alcanzarlo yo misma, suponía que tenía que ser ella quien lo quitara y no yo. “¿Por qué?”. Preguntó de nuevo. Me giré del todo para responderla. “¿No has dicho que quieres ir de compras?”. Isabel asintió. “Sí, por eso te he traído la ropa”. La miré sin entender, lo que solo sirvió para que su gesto se volviese más travieso. “Espera”. Empecé a decir al darme cuenta. “¿Quieres qué…? Isabel me interrumpió antes de darme tiempo a terminar. “No he dicho nada de quitar la cuerda. Te vas de compras con ella puesta”. Dijo divertida. Boquiabierta me quedé sin saber que decir unos segundos. “Pero…¡Se verá la cuerda!”. Le dije. Isabel se río un poco ante mi reacción. “No, mira lo que te he traído”. Por primera vez me fijé en la ropa. Un jersey de cuello alto, una falda larga y unos calcetines gruesos. La verdad es que con el jersey no se vería nada, pero aun así me costaba hacerme a la idea. “Pero, pero,…”. Isabel sonrió una vez más, se acercó hasta donde estaba, me rodeó rápidamente y me dio una palmada fuerte en el trasero. “Auch”. Me quejé dando un respingo y volviendo a encararme a ella. “Nada de peros Sonia”. Dijo con autoridad, pero con tono divertido. “Deja de cuestionar los caprichos de tu Ama y vístete ya”. Y con malicia añadió. “O te sacó de compras solo con la cuerda puesta”. Aunque sabía que lo decía de broma un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. “Sí Ama”. Terminé por responder mientras empezaba a vestirme. Isabel sonrió, me dio un rápido beso en la mejilla y se fue de vuelta a su cuarto para cambiarse de ropa. Una vez la perdí de vista me di cuenta de algo. “Isa, falta la ropa interior”. Oí como Isabel dejaba de buscar en sus cajones. “No te hace falta”. Suspiré. Tenía que haberlo imaginado.
Quince minutos más tarde estábamos saliendo del piso de Isabel. Ella iba con un jersey rojo, vaqueros negros y unos botines. Por mi parte, llevaba el jersey de cuello alto, de color mostaza, con una falda larga negra, con unos zapatos de tacón grueso y bajo. El jersey evitaba que la cuerda que rodeaba mi nuca y cuello fuese visible. “¿Vas bien?”. Me preguntó Isabel al salir por la puerta. “¿Te molesta la cuerda?”. Asentí. “Sí, pero no creo que te refieras a si camino cómoda con ella o no”. Isabel se río. “Solo será un rato”. Caminamos hasta su coche. A cada paso sentía como la cuerda rozaba mi sexo y mi cuerpo, aumentando la temperatura de mi cuerpo. Entramos y nos encaminamos hacia un centro comercial cercano, dónde aparcamos en el garaje y nos dirigimos hacia las tiendas. A cada paso que daba miraba a cada lado temiendo que se notará la cuerda que llevaba bajo la ropa. “Tranquila”. Me dijo Isabel. “No se nota nada”. Asentí no muy convencida y la seguí al interior del edificio.
Al ser fin de semana el sitio estaba a rebosar de gente que hacía compras o se reunía en los locales de comida, cosa que me cohibió de inmediato. En mi mente todas y cada una de las personas me miraba fijamente viendo las cuerdas que envolvían mi cuerpo. “No se si esto es buena idea”. Comenté nerviosa, a lo que Isabel me cogió del brazo. “Tranquila”. Repitió. “Vamos”. Caminamos durante un rato con calma sin pararnos en ningún lado. Isabel quería que mi miedo fuese desapareciendo y poco a poco lo iba consiguiendo. La sensación de pánico que me había estado acompañando iba siendo sustituida con cada paso con la excitación del roce de la cuerda contra mi cuerpo y la idea de estar haciendo algo así rodeada de un montón de gente que lo ignoraba por completo. Solo Isabel sabía lo que había bajo mi ropa porque era ella quien me había atado. “Esta tiene buena pinta Sonia”. Isabel se paró frente al escaparate de una de las tiendas, en la cual un trio de maniquíes femeninos mostraba cada uno un vestido distinto. Los vestidos eran ligeros y bastante bonitos. “Vamos”. Comentó Isabel alegre mientras entraba por la puerta del establecimiento. Seguí sus pasos.
La tienda era luminosa y tenía una temperatura agradable, con su variada colección de ropa ordenada sistemáticamente. A pesar de la hora y de lo lleno del centro comercial, el local no tenía muchas clientas en ese momento. “A ver que tienen”. Me dijo Isabel mientras se acercaba a uno de los estantes de vestidos. Revoloteó durante un rato de prenda en prensa hasta pararse en un vestido de tirantes corto de color verde oscuro. Debía de llegar un poco por encima de mitad de muslo y tenía la espalda abierta. “¿Qué te parece?”. Me preguntó Isabel enseñándome la prenda. “Bastante bonito”. Isabel sonrió. “Seguro que te queda bien”. Me replicó. Echó una rápida hojeada por la tienda y sonrió. “Ven”. La miré algo extrañada y fui siguiendo sus pasos hasta la zona de probadores. Tres cubículos con cortinas servían para esta función y los tres estaban libres en este momento. Isabel fue hasta el más alejado y abrió por completo la cortina. “Pruébatelo”. Dijo alegre mientras me tendía el vestido. La miré sin terminar de comprender. “Vamos”. Me instó divertida. “¿Quieres que me pruebe eso?”. Isabel asintió. “Pero…”. “¿No dices que te parece bonito?”. Me interrumpió. “Venga, quiero ver como te queda”. Me instó de nuevo con una sonrisa. Miré algo perpleja al vestido, al probador, eché un rápido vistazo al resto de clientas de la tienda y por último a la sonriente Isabel. “Mm…Isa. La cuerda”. Ante mi comentario Isabel puso cara de sorpresa, como si se acabara de acordar que la llevaba puesta. “Ups, es verdad”. Sonreí ante su despiste e Isabel me devolvió la sonrisa. “Menos mal que te has acordado de que llevas la cuerda que te he puesto antes por capricho”. Mi sonrisa se desvaneció un poco al ver que Isabel me estaba tomando el pelo y se acordaba perfectamente de la cuerda. “Supongo que querer que te pruebes el vestido será otro capricho. Estoy caprichosa hoy”. Isabel no dejó de sonreír. “Muy graciosa”. Le repliqué. “¿Verdad que sí?”. Contestó ella ampliando su sonrisa. “Y ahora vas a meter tu azotable trasero en ese probador y vas a enseñarme como le queda este bonito vestido a tu anudado cuerpo. ¿Entendido Sonia?”. Le saqué la lengua antes de responder. “Entendido”. Alargué la mano para coger el vestido, pero Isabel lo alejó de mi alcance con malicia. “¿Entendido qué, Sonia?”. Me sonrojé un poco y bajé la mirada antes de responder con un tono de voz más bajo. “Entendido Ama”. Isabel sonrió y me ofreció el vestido al mismo tiempo que me sacaba la lengua. Lo cogí, entré en el probador y cerré la cortina.
El probador no era muy amplio, pero tenía un gran espejo de cuerpo entero y varias perchas en las que dejar los conjuntos. Colgué el vestido y empecé a quitarme la ropa que me había prestado Isabel. El jersey y la falda quedaron a un lado y el espejo me devolvió el reflejo de mi cuerpo rodeado por la cuerda roja, lo que causó que me ruborizara. Reparé en que mis pezones estaban endurecidos y di gracias de que el grueso jersey los disimulara. Giré de lado a lado para poder observarme bien en el espejo y con un suspiro empecé a ponerme el vestido. La tela estaba fría al tacto y se ajustaba bien a mi cuerpo, pero hacía poco por cubrir la cuerda que envolvía mi cuerpo. La espalda abierta dejaba ver claramente los nudos, así como el trozo que rodeaba mi cuello y descendía entre mis pechos. El rojo de la cuerda contrastaba con el verde oscuro del vestido. “¿Cómo vas Sonia?”. Di un respingo al oír la voz de Isabel al otro lado de la cortina. “Ya estoy”. Respondí ajustándome un poco más el vestido. “Pues venga, quiero ver como te queda”. Suspiré y me di la vuelta para abrir la cortina. Con algo de temor cogí uno de los extremos y la abrí un poco. “Venga”. Dijo con alegría Isabel mientras agarraba la cortina y la abría de golpe. “¡Isa!”. Exclamé echándome al fondo del probador pegándome al espejo ante el temor de que el resto de gente me viera. Isa se empezó a reír. “Tranquila. No hay nadie cerca”. Dijo con una sonrisa. Con el corazón acelerado me separé del espejo y me acerqué un poco a Isabel. “Te queda bien Sonia”. No pude evitar sonrojarme ante el elogio. “A ver”. Isa hizo un gesto con la mano para indicarme que diera una vuelta y giré sobre mi misma. “La verdad es que se nota un montón la cuerda con ese vestido”. Comentó divertida. “Normal”. Le dije algo apurada. “Se ve todo”. Isabel se rio. “Casi casi. Levántatelo”. Miré a Isabel con mala cara pero solo sirvió para que me replicara con una sonrisa y me sacara la lengua. Llevé las manos al borde del vestido y lo levanté hasta dejar la cuerda que rozaba mi sexo a la vista. “¿Contenta?”. Le pregunté a Isabel. “Mucho”. Respondió sin perder la sonrisa. “Venga, ponte tu ropa y sigamos dando una vuelta”. Asentí y cerré la cortina. Me quité el vestido, recuperé el jersey y la falda larga, me los puse y salí del probador. Dejamos el vestido y juntas nos encaminamos a la salida, para continuar viendo otras tiendas.
Seguimos dando vueltas durante una hora más. En ese tiempo Isabel se interesó por otras dos tiendas de ropa en las cuales repitió el proceso de la primera tienda. Seleccionó un vestido en cada una y me hizo probármelos. Cada uno de los vestidos dejaba a la vista parte de la cuerda que llevaba debajo e Isabel disfrutaba haciendo que diera vueltas o me levantara los vestidos para que se viera aún más. Tras salir de la tercera tienda caminamos unos minutos más hasta pararnos frente a una gran tienda de una marca multinacional. Tras mirar un poco el escaparate, Isabel me llevo dentro. Al contrario que las anteriores esta tenía bastante más clientas moviéndose por todos lados, lo que me causó un poco de apuro. Isabel empezó su ronda en busca de un vestido, pero para mi sorpresa no cogió una sola prenda, sino que fue cogiendo varias. Un par de vestido, unos pantalones, una falda, una blusa y un jersey. “¿No es mucha ropa?”. Isabel negó con la cabeza. “La suficiente. Ven”. Me dijo con los brazos llenos de ropa guiándome hasta los probadores. Al contrario que en las otras tiendas, los probadores de esta eran cubículos más elaborados, con una puerta con pestillo en vez de cortina, más amplios, con un pequeño asiento adosado a una de las paredes y múltiples perchas. El espejo enorme era una constante en todos los probadores. Había estado en esa tienda en alguna ocasión y no era raro ver que parejas de amigas o madres con sus hijas entraran juntas para probarse alguna cosa. Isabel localizó uno vacío y con un gesto me invitó a entrar. Entré y ella lo hizo tras de mí. Dejó como pudo la ropa en un lado del asiento y cerró la puerta con el pestillo. Una vez más me sonrojé al verme con Isabel las dos solas dentro del probador.
“¿Cómo lo llevas?”. Preguntó Isabel con una sonrisa una vez hubo cerrado la puerta. “Depilado, ya lo sabes”. Le respondí traviesa. “Ja, ja”. Dijo irónica. “Muy graciosa”. Esta vez fue mi turno de sonreír. “¿Verdad que sí?”. No pude evitar reírme un poco e Isabel me acompañó. “Voy bien Isa, más tranquila”. Isabel asintió. “Me alegro”. Se acercó a mí, llevó sus manos a mi cintura y con delicadeza agarró el borde del jersey y empezó a subírmelo. “Vale, ya no tan tranquila”. Comenté mientras el jersey pasaba por mi cabeza y me lo quitaba. Que recordase era la primera vez que Isabel me desnudaba directamente. Isabel sonreía alegremente al ver mi sonrojo y mis endurecidos pezones. Agarró uno de ellos entre sus dedos y lo pellizcó suavemente. “Te veo animada”. Soltó una risita, soltó el pezón y con la yema de los dedos empezó a recorrer la cuerda que descendía por mi cuerpo. Alcanzó el límite de la falda, abrió el cierre y la dejó caer por mis piernas dejándome desnuda. Siguió recorriendo el camino de la cuerda y llegó hasta mi sexo. “Mm”. Un suspiro escapó de mis labios. Isabel se llevó un dedo a los labios para hacer un gesto de que no hiciera ruido, a lo que asentí. Con la mano que tenía en mi sexo deslizó un par de dedos entre las cuerdas y frotó suavemente mi sexo. Suspiré al notar los dedos contra mi sexo, moviéndose suavemente. Tras unos deliciosos segundos, Isabel retiró la mano y la levantó para enseñármela. Sus dedos estaban brillantes por la humedad de mi sexo. “Muy animada”. Sonrió Isabel mientras yo desviaba la mirada avergonzada. Acercó los dedos humedecidos hasta mis labios y los apoyó suavemente contra ellos. Los besé. “¿Ricos?”. Asentí aún más avergonzada ante lo que Isabel soltó otra risita. “¿Quieres probar?”. Le dije provocándola. “En otra ocasión tal vez”. Respondió divertida. Se separó de mi y se acercó hasta el asiento con el montón de ropa que había cogido antes. Fue cogiendo las prendas y dejándolas en las perchas del probador. “¿Por cuál empiezo?”. Le pregunté. “Por ninguna”. La miré extrañada. Isabel me sonrió una vez más, se agachó y empezó a quitarse los botines. Los dejó a un lado, se incorporó y con un gesto medio divertido y medio seductor llevó la mano al cierre de su pantalón, lo deslizó y dejó caer la prenda al suelo mostrándome la braguita negra que llevaba debajo. Sonreí ante la exhibición de Isabel y me dispuse a mirar como se probaba ella la ropa, pero para mi sorpresa en vez de coger alguna de las prendas Isabel se mordió el labio, llevo las manos a su braguita y la deslizó por sus piernas hasta dejar su sexo a la vista. Echó el pantalón y la prenda intima a un lado, se sentó al borde del asiento ahora libre de ropa, separó las piernas y con una mano dio un par de golpecitos suaves sobre su sexo. No necesitó decir nada para que entendiera lo que quería. Me acerqué a Isabel, me arrodillé frente a ella y besé su sexo antes de empezar a lamerlo.
Isabel suspiró al notar mis labios contra su sexo y apoyó una de sus manos sobre mi cabeza al sentir como mi lengua empezaba a trabajar sobre su cuerpo. Lamia y besaba su sexo. Succionaba y mordía suavemente su clítoris. Exploraba su cálido y húmedo interior con mi lengua. Todo ello acompañado de los ahogados gemidos de Isabel. Extendió el brazo, sostuvo la cuerda que pasaba por mi espalda y tiró. Al instante noté como la cuerda presionaba contra mi húmedo sexo y gemí en silencio. Soltó la cuerda y de nuevo acarició mi cabeza marcándome el ritmo. Durante varios minutos alternó entre caricias y tirones, mientras su respiración se aceleraba cada vez más y su temperatura aumentaba. Mi lengua exploraba cada vez más hondo, cada vez más rápida e intensa, mi boca succionaba con fuerza y mis labios apretaban con intensidad. Con un último tirón, Isabel se mordió el labio al notar como su sexo se contraía y su interior se vaciaba en mis labios. Sorbí sus fluidos con avidez, saboreando su intimidad. Con un gran suspiro Isabel soltó la cuerda. Llevó la mano hasta mi cabeza una vez más, la acarició y con un solo dedo alzó mi cabeza para que la mirara directamente. Mis labios estaban mojados por sus fluidos y la sonreí algo avergonzada. Isabel me devolvió la sonrisa, se inclinó hacia mí y rozó sus labios contra los míos dándome un suave beso. Me sonrojé.
Isabel relajó su cuerpo destensándolo y sonrió una vez más. “Mira que cara”. Me dijo con una risita. Me cogió de la barbilla con un par de dedos, alargó la mano libre hasta sus braguitas, las cogió y las restregó contra mi cara secando los fluidos que había derramado instantes antes contra mi cara. “Igualita que una niña pequeña”. Comentó con guasa. El gesto me avergonzó aún más. Terminó de limpiarme la cara, la giró a un lado y a otro asegurándose de que estuviera limpia y asintió. “Pues ya estás”. Sonrió. “Venga, vístete que ya llevamos mucho dentro”. Asentí, me levanté y empecé a vestirme al tiempo que Isabel hacia lo propio. Se puso de nuevo su ropa, pero no se puso las braguitas mojadas, sino que se las guardó en un bolsillo de su pantalón. Una vez las dos terminamos de vestirnos, nos miramos en el espejo, recogimos la ropa que no habíamos llegado a probarnos y salimos del probador. Miré a un lado y a otro, pero ninguna de las clientas parecía haberse dado cuenta de nuestro pequeño juego. Dejamos la ropa y salimos de la tienda. “Ya se está haciendo tarde”. Comentó Isabel según salíamos por la puerta. “¿Qué tal si pillamos comida para llevar y nos vamos a casa a cenar?”. Preguntó. “Me parece bien”. Le respondí con una sonrisa. Al final había sido una tarde más intensa de lo que me había esperado. Caminamos durante un rato mientras decidíamos que comida llevarnos. “¿Qué te parece la sensación?”. Pregunté, a lo que Isabel me miró sin terminar de comprender. “Me refiero a pasear por aquí sin llevar las bragas puestas”. Le dije señalando el bolsillo en que se las había guardado. “Ah, eso”. Pareció pensar durante unos segundos. “Una sensación curiosa, no está mal”. Respondió finalmente y me reí. “Bueno, al menos ahora vamos iguales”. Le dije. Isabel se rio. “Sí”. Confirmó mientras ponía su sonrisa maliciosa enviándome un escalofrío por la espalda. “Pero al menos yo voy con pantalón y no con falda”. Sonrió. “Ya”. Le repliqué. “Ni con una cuerda enrollada en el coño”. Comentó Isabel mientras mi cara se enrojecía. “Ni tampoco me esperan unos azotes en el trasero cuando llegue a casa”. La miré aún enrojecida. “¿Y eso por qué?”. Le pregunté medio indignada. Isabel sonrió. “Por capricho”. Y tras su respuesta puso cara de meditar unos segundos. “¿No hemos tenido esta conversación ya hoy?”. Preguntó irónica. Le saqué la lengua. “Sí Ama”.
Espero que hayáis disfrutado leyendo tanto como yo escribiendo.
¡Saludos a tod@s!