Encuentro con mi compañera 3
Tercer encuentro entre una chica lesbiana y su compañera de trabajo, las dos aficionadas a la Dominación.
¡Hola de nuevo! Espero que disfrutarais de mi anterior relato. Hoy quiero contaros mi siguiente encuentro con Isabel.
Después de la intensa sesión del anterior sábado las marcas de los últimos veinte fustazos que me dio Isabel me duraron varios días. El miércoles era el día que solíamos elegir para salir a comer fuera las dos e Isabel aprovechó para preguntar. “¿Qué tal van las marcas? ¿Aún te duele?”. Se notaba que Isabel aún estaba algo preocupada por la intensidad con que me había azotado. “Van bien”. Le respondí sonriendo. “Ya no duelen y casi ni se notan”. Isabel parecía aliviada. “¿Quieres verlas?”. Le dije con tono travieso. Isabel se puso roja como un tomate. “Tonta”. No pude evitar reírme. “¿Este sábado también vas a querer sesión o quieres descansar un poco?”. Me preguntó una vez recuperó su tono normal. No necesité pensarlo mucho. “El sábado está bien”. Isabel asintió con una sonrisa. Le devolví la sonrisa y seguimos comiendo.
Una vez más, ya casi convertida en una rutina de los sábados, a las 18:30 estaba frente a mi espejo mirando mi aspecto. Maquillaje suave, vestido amarillo, lencería del mismo color y unas sandalias. Satisfecha con mi aspecto salí en dirección a casa de Isabel.
Veinte minutos más tarde estaba frente a su casa llamando a la puerta. Isabel no tardó en abrir e invitarme a pasar. “Hola Sonia. Pasa”. Me recibió alegre. Entré en su casa sonriendo. “Gracias”. Hoy Isabel iba vestida con una camiseta negra y un vaquero gastado azul, con sus comodísimas zapatillas de andar por casa. “Toma”. Me dijo mientras me ofrecía un vaso de agua. Lo tomé y di un buen sorbo. “Gracias”. Isabel señaló la puerta de su dormitorio. “¿Vamos?”. Asentí. “Te notó hoy más ansiosa” Le comenté mientras entraba en la habitación. La fusta descansaba sobre la cómoda como las veces anteriores. “Un poco”. Respondió Isabel animada. “Hoy tengo algo nuevo que tengo ganas de probar”. La miré curiosa. “Anda”. Le sonreí. “Bueno, pues ya estoy aquí”. Le dije mientras me ponía en mi sitio frente a la cama. Isabel me sonrió, me dio un abrazo, cogió la fusta de la cómoda y se sentó en su silla frente a mí. “Muy bien”. Dijo con tono animado. Me señaló con la fusta y ordenó. “Desnúdate Sonia”. Asentí sonriendo. “Sí Señora”.
Me desabroché el vestido quedándome en lencería. Fui a desabrocharme el sujetador y solté el cierre cuando Isabel me habló divertida. “Hoy vienes toda conjuntada de amarillo”. Le sonreí mientras me quitaba el sujetador y lo balanceaba frente a ella. “Para lo que me dura puesta”. Isabel se rio ante mi comentario. Tras quitarme el sujetador seguí con las bragas y quedé totalmente desnuda frente a Isabel. Me señaló la otra silla de la habitación con la fusta y dejé mi ropa ordenada sobre ella. Volví a mi puesto y esperé. Isabel me observó durante unos segundos, mirándome de arriba abajo, cosa que siempre lograba que me avergonzara. “De rodillas”. Asentí y obedecí. “Sí Señora”.
Una vez de rodillas Isabel se sacó la zapatilla derecha igual que la semana pasada, estiró la pierna y me señalo con los dedos del pie. En esta ocasión en lugar de permanecer silenciosa me ordenó acudir. “Ven y lame Sonia”. Asentí una vez más. “Sí Señora”. Me puse a cuatro patas y me acerqué gateando hasta ella. Cuando alcancé su pie y me dispuse a cogerlo, Isabel lo bajó. Apoyó el talón sobre el suelo con los dedos apuntando hacia arriba. “Hoy no lo hagas de rodillas Sonia, lámelos a cuatro patas. ¿Vale?”. Dijo con cierto tono de malicia. Le sonreí y asentí. “Sí Señora”. Aún a cuatro patas bajé mi torso hasta que mi cabeza estuvo a la altura de su pie y besé su empeine. “Uf”. Suspiró Isabel al notar el beso. Tras besarla saqué la lengua y lamí la zona que había besado, para pasar a continuación a lamer los dedos. Oía la respiración de Isabel, que disfrutaba del trato a sus pies. Noté como se reclinaba un poco y con un rápido movimiento me dio un fustazo suave sobre la parte alta de mi nalga izquierda. Di un pequeño respingo al notar la fusta sobre mis nalgas, pero seguí lamiendo sin detenerme. Pasaba mi lengua entre los dedos y trataba de succionarlos. Isabel levantó el talón del suelo y me ofreció la planta al mismo tiempo que me daba un nuevo fustazo. Obedeciendo la orden silenciosa, empecé a besar y a lamer la planta del pie. Seguí lamiendo durante un par de minutos. Isabel se sacó la zapatilla izquierda y con un nuevo fustazo me ordenó silenciosa que lo lamiera. Durante diez minutos más Isabel fue ofreciéndome distintas partes de sus pies para que los lamiera, y cada vez acompañaba el ofrecimiento con la orden silenciosa de la fusta sobre mis nalgas. Cuando se sitió satisfecha apoyó ambos pies sobre el suelo y suspiró. “Uf”. Sonrió. “De verdad que esto me gusta más de lo que me imaginaba”. Le devolví la sonrisa. “Gracias Señora”. Isabel me felicitó con un par de palmadas sobre la espalda y se puso en pie. “Vente”. Me puse en pie. “Sí Señora”. Isabel se acercó a la cama y le dio un par de golpecitos. “Túmbate bocabajo”. Aquello era nuevo, pero acudí sin dudar. “Sí Señora”.
Me acerqué a la cama y me tumbé en mitad de la misma. Era una cama de matrimonio grande y muy cómoda. Una vez en mi sitio, Isabel dejó la fusta a mi lado y sonriendo me dijo. “Dame un segundo que traigo una cosa”. Expectante vi como Isabel iba hasta su armario, lo abría y rebuscaba hasta sacar una bolsa negra bastante elegante. Metió la mano en la bolsa y sacó una caja alargada. Llevó la caja hasta la cómoda, la abrió y sacó de ella una herramienta nueva. “Vaya”. Alcancé a decir al verla. “¿Es un flogger?”. Le pregunté. Isabel asintió con una sonrisa infantil y me mostró su adquisición. El flogger era un mango rígido de cuero y de uno de sus extremos salían un montón de finas tiras de cuero no muy largas, todo ello de color negro. “¿Es lo que tenías ganas de probar?”. Pregunté de nuevo. Isabel asintió aún sonriente. “Sí. ¿Te parece bien?”. Asentí sonriendo. “Sí Señora”. Isabel se acercó a mí y me miro. “Mm”, meditó un par de segundos. “Pon las manos en la espalda Sonia”. Obedecí silenciosa y llevé mis manos a la espalda, uniéndolas a la altura de la cintura. “Bien”. Comentó Isabel con todo expectante. “Allá voy”. Oí como cogía aire y un instante después sentí las tiras golpear suavemente mis nalgas. Isabel me miró expectante. “¿Bien?”. Preguntó. Le sonreí. “Así de suave me hace cosquillas Isa”. Isabel soltó un bufido ente mi comentario. “Vale”. Volvió a coger aire. Respiró profundamente un par de veces y golpeó de nuevo. Esta vez lo hizo con más energía. Di un pequeño respingo al notar como las tiras picaban mis nalgas. Mientras que la fusta me dejaba líneas de ardor y dolor, las tiras del flogger me causaban una sensación momentánea de escozor. Isabel me observó evaluando mi reacción, así que la asentí silenciosa para confirmarla que estaba bien. Cogió aire una vez más y volvió a golpearme con un poco más de fuerza. Di un nuevo respingo y mis nalgas se encendieron una vez más con la mezcla de dolor y escozor.
Isabel fue cogiendo ritmo poco a poco y me azotó con el flogger durante unos cinco minutos. Las tiras caían sobre ambas nalgas a la vez y de vez en cuando me hacía flexionar las piernas. El escozor que sentía era intenso y muy incómodo. Tras los cinco minutos Isabel paró y soltó un gran suspiro. “Uf”. Posó una mano sobre mi nalga derecha y la sentí arder. “Ya tienes el culo rojo”. Isabel se giró para mirarme. “¿Qué tal estas Sonia?”. La miré y sonreí mientras soltaba un suspiro. “Bien”. Le respondí. “No me imaginaba que escocería así”. Isabel asintió sonriendo. “¿Un poco más o demasiado?”. Me preguntó mientras levantaba el flogger para enseñármelo. No pude evitar sonreír ante su preocupación. “Lo que tú quieras Ama”. Respondí sonrojándome. Isabel sonrió y asintió. Quitó la mano de mi nalga, cogió aire y volvió a azotarme con el flogger. Siguió durante otros cinco minutos. Las nalgas me ardían cuando terminó. Isabel dio un paso atrás y se quedó mirando un rato mis nalgas enrojecidas. “Date la vuelta Sonia”. Sin decir nada obedecí y me puse bocarriba. El roce de las nalgas contra las sabanas me hizo poner una mueca, pero el frescor de la tela empezó a aliviarlas ligeramente. Permanecí tumbada durante un minuto descansando mientras Isabel me miraba.
Tras el descanso, Isabel se acercó y sin decir nada alargó la mano que tenía libre y atrapó mi pezón izquierdo. No me había dado cuenta, pero estaba duro y rígido como una piedra. “Vaya”. Comentó Isabel algo sorprendida. Empezó a acariciar suavemente el pezón. “Lo tienes durísimo Sonia”. Sentí como me avergonzaba en el acto. La sensación de la mano de Isabel sobre mi pezón me recorrió de arriba abajo como un escalofrió. Isabel permaneció así durante casi un minuto, viendo como mi cuerpo reaccionaba y sonriendo cuando veía como movía suavemente las piernas o soltaba algún suspiro. Tras el delicioso minuto de pausa, Isabel soltó mi pezón y dio un paso atrás. “Levanta los brazos por encima de la cabeza Sonia”. Asentí y estiré los brazos por encima de mi cabeza. Isabel me sonrió, agarró con firmeza el flogger y con agilidad golpeo mi pecho con el. Fue un golpe medio, tanteando. Solté un pequeño gemido al sentir las tiras golpear mis senos y pezones. Isabel me miró atentamente. La sonreí y asentí para dar mi conformidad. Tomó aire y golpeó de nuevo, con más fuerza. Un nuevo gemido escapó de mis labios. Isabel continuó azotando mis pechos durante varios minutos. Yo no podía evitar retorcerme y gemir cuando el golpe era especialmente intenso. Notaba como mis pechos empezaban a escocer y poco a poco iban poniéndose rojos. Isabel siguió durante cinco minutos usando el flogger, hasta que se sintió satisfecha. Tras los azotes suspiró y dejó el flogger de nuevo en su caja.
Se acercó de nuevo a mi sonriendo y de nuevo sostuvo mi endurecido pezón. “Esto sigue igual”. La miré avergonzada. Isabel soltó una ligera risa. Me acarició un poco más el pezón y lo soltó. “Baja los brazos”. Obedecí silenciosa mientras la miraba. Isabel sonrió, se llevó la mano a la cremallera del vaquero y se mordió el labio inferior. Desabrochó el pantalón y lo dejó caer al suelo, mostrándome un diminuto tanga negro. Sonrió traviesa y se lo quitó mostrándome su sexo depilado. “A ver como lo hago”. Dijo mientras se subía a la cama. Pasó una pierna por encima mía quedándose de pie sobre mi cabeza. Empezó a descender tratando de poner su sexo sobre mi cara directamente. “Espera”. Le dije. Isabel se paró en seco y me miró preocupada. “¿Pasa algo?”. Negue con la cabeza y me deslice sobre la cama para bajar un poco y no estar tan pegada al cabecero. “No, es que así estarás más cómoda”. Isabel sonrió. Bajo un poco más y se quedó de rodillas sobre la cama, con mi cabeza entre sus piernas. Solo unos centímetros separaban mi boca de su sexo. Notaba el calor que irradiaba y la humedad que ya lo recorría. Con suavidad, Isabel recorrió los centímetros que quedaban y apoyo su sexo directamente sobre mis labios. Nada más sentir el contacto se lo besé. “Uf”. Suspiró Isabel. Sin esperar ninguna orden adicional empecé a lamer su intimidad. Estaba caliente y húmeda. La recorrí con mi lengua de arriba abajo y de lado a lado. Oía a Isabel gemir al sentir el contacto de mi lengua. Subí hasta su clítoris y le di un fuerte lametón. “Uf”. Gimió Isabel. Atrape el pequeño y cálido botón entre mis labios y succione con energía. Isabel gemía y se contorsionaba al ritmo de mi lengua. Tras un par de minutos, soltó un suspiro profundo y separó su sexo de mis labios. “Espera”. Dijo entre jadeos. “Aún no”. Ante mis ojos tenía el sexo de Isabel. La excitación y la humedad eran evidentes. Vi como Isabel volvía a ponerse en pie sobre mi cabeza. Vi de nuevo su rostro y observé como me miraba con esa mezcla de malicia y excitación que ponía a veces y que tanto me excitaba. Dio media vuelta sobre la cama y volvió a descender.
Isabel volvió a arrodillarse sobre la cama, pero en esta ocasión lo que tenía frente a mí no era su sexo sino su culo. Igual que antes, Isabel lo dejó a unos centímetros de mis labios unos instantes antes de descender por completo. En cuanto contactó con mis labios lo besé. “Uf”. Gimió Isabel. Me encantaba como soltaba esos gemidos. Saqué la lengua y recorrí de abajo arriba el espacio entre sus nalgas. Alcancé su ano con la lengua y lo recorrí en círculos suavemente. “Uf”. Gimió de nuevo Isabel. Mientras recorría el ano empecé a notar como algo rozaba mi sexo con suavidad. Con cierta dificultad me di cuenta de que era la punta de la fusta lo que lo hacía. Isabel la había cogido de mi lado, dónde la había dejado antes de coger el flogger, y ahora me acariciaba con ella. Sentí como la excitación me atravesaba desde mi cintura ascendiendo por mi espalda como un rayo helado de placer. Isabel se contoneaba ligeramente al sentir mi lengua en su culo y ano y al mismo tiempo me rozaba con la fusta. Pasados un par de minutos sentí como separaba la fusta de mi sexo y no pude evitar mover la cintura buscando de nuevo su contacto. Oí a Isabel reír al ver mi reacción. “Separa las piernas Sonia”. Obediente las separé. Sentí como Isabel volvía a apoyar la fusta sobre mi sexo, pero solo duró unos segundos. Separó la fusta y con un movimiento rápido golpeó mi sexo con ella. Di un pequeño brinco al notar el golpe y lo único que evitó mi gemido fue la cercanía del culo de Isabel con mi boca. Isabel volvió a reír al ver como reaccionaba. Dejó la fusta inmóvil sobre mi sexo unos segundos y volvió a moverla suavemente. Nuevas oleadas de placer recorrieron mi cuerpo. Aceleré el ritmo de mi lengua sobre el culo de Isabel, recorriéndola rápidamente y con energía y lamiendo con fuerza su ano. Isabel jadeaba al sentir mi lengua, sin dejar de frotar la fusta contra mi sexo en ningún momento. El ardor de mi culo y nalgas casi había desaparecido, sustituido por la excitación de mi propio sexo y el sabor del culo de Isabel. Tras un par de minutos más, Isabel volvió a retirar la fusta de nuevo de mi sexo y me golpeó fuertemente con ella. Di un nuevo brinco. Isabel río y con excitación me ordenó. “Mete la lengua Sonia”. Totalmente excitada obedecí. Apoyé la punta de mi lengua sobre el ano de Isabel y empecé a hurgar para hacerme hueco. En cuanto Isabel notó la punta de mi lengua entrar en los primeros pliegues de su ano volvió a acariciarme con la fusta. Siguió durante un eterno minuto, hasta que me golpeó de nuevo con fuerza. “Más profundo”. Dijo entre jadeos. Hice fuerza con la lengua para abrirme paso en su interior. Aunque era difícil, poco a poco el culo de Isabel se iba abriendo. Con un nuevo jadeo Isabel volvió a acariciarme con la fusta. Sentía como mi sexo ardía de placer. Seguimos excitándonos mutuamente durante otro insufrible minuto hasta que Isabel golpeó de nuevo mi sexo con la fusta, de forma muy fuerte. “Más”. Casi gritó. La reacción fue casi inmediata. Al mismo que sentía el fuerte golpe sobre mi sexo, toda la tensión acumulada en mi cuerpo se desbordo y empecé a correrme. A la vez que notaba como mi sexo se desbordaba empujé con fuerza mi lengua en el interior del ano de Isabel, la cual gimió fuertemente. Se deslizó hacia atrás sobre mi cara sacando de golpe mi lengua de su trasero y dejando su sexo sobre mis labios, los cuales de inmediato empezaron a sentir como los fluidos de Isabel salían con fuerza de su interior y me inundaban la boca. En un momento de apoteosis, las dos nos corrimos descargando todo lo que teníamos dentro. Los fluidos de Isabel descendían por mi boca y barbilla, mojándome el cuello. Las dos veces anteriores la había visto correrse forma intensa, pero la de hoy superaba a las anteriores. Por mi parte, mis fluidos escapaban de ente los pliegues de mi sexo y descendían por mi perineo haciéndome cosquillas.
Durante un par de minutos lamí el sexo de Isabel recogiendo todos los fluidos que escapaban de su interior al mismo tiempo que mis piernas temblaban de la excitación. Tras el par de minutos, Isabel pasó una pierna por encima de mi cabeza y se tumbó a mi lado, a la inversa que yo. Como pude me moví a un lado para dejarla más hueco. Durante un buen rato, las dos permanecimos sin decir nada mientras nuestra respiración volvía a la normalidad. Debieron pasar como diez minutos hasta que me sentí con fuerzas para incorporarme. Estaba totalmente sudada. El culo y el pecho me escocia por la acción del flogger y sentía como mi sexo ardía, tanto a consecuencia de mi orgasmo como de los fuertes fustazos que Isabel me había dado. Sin levantarme aún de la cama observé a Isabel. Ella también estaba sudada y parecía agotada. Las piernas le temblaban suavemente de vez en cuando y tenía el brazo izquierdo sobre los ojos. “¿Estas bien Isa?”. Le pregunté. Isabel asintió, Separó el brazo de los ojos, me miró y sonrió. “Perfectamente. Ha sido…uf”. Dijo sin encontrar palabras. Le sonreí. “Sí, lo ha sido”. Le confirmé. Estiré los brazos para relajar un poco la tensión. “¿Puedo darme una ducha Señora?”. Isabel rio suavemente y asintió. Le devolví la sonrisa y me puse en pie. Me acerqué hasta la silla en la que estaba mi ropa y la cogí. Me encaminé hasta la puerta del baño, pero Isabel me detuvo. “Sonia”. Me paré “¿Sí?”. Vi como Isabel se incorporaba de la cama y se ponía de pie. Se acercó a mí con una sonrisa y me hizo un gesto con el dedo para que diese media vuelta. Extrañada la obedecí. En cuanto me di la vuelta oí un silbido y la fusta impacto con mucha fuerza en mis nalgas. “Ah”. No pude evitar soltar un grito y un pequeño salto. Me lleve la mano libre a las nalgas y las frote para aliviar el dolor al mismo tiempo que volvía a darme la vuelta. Isabel soltó una risita. “Por correrte sin permiso”. Puse cara de enfado, pero al instante me reí. “Sí Señora. Lo siento.” Isabel me guiño un ojo y me dejó entrar al baño.
Me tiré un buen rato en el baño dejando que el agua caliente se llevara toda la tensión acumulada. Cuando salí de la ducha contemplé mi imagen en el espejo. Mis pechos estaban ligeramente rojos. Me giré y observé mis nalgas. Estaban más rojas que mis pechos y una línea roja intensa las recorría de lado a lado. Aunque se había rebajado, aún sentía como me escocían. Me vestí y Sali del baño.
Isabel me esperaba como siempre en el salón con un par de vasos de agua. Me acerqué a ella y antes de decir nada me giré, me subí el vestido y le enseñé mis nalgas enrojecidas. Isabel las miró con interés. “¿Duele?”. Preguntó. “El fustazo de castigo sí. Lo otro escuece”. Volví a bajarme el vestido y me senté a su lado. Cogí el vaso que me ofreció y di un buen sorbo. “¿Quieres ver las del pecho también?”. Isabel se sonrojó un poco y asintió. Me desabroche el vestido y lo baje hasta mi cintura. Me desabroche el sujetador y lo deslice por mis brazos para que pudiera ver mis pechos. Isabel los miró con interés. “No están tan rojos”. Negue con la cabeza. Isabel asintió satisfecha. Volví a ponerme el sujetador y me subí el vestido. Isabel sonrió. “¿Qué te ha parecido el flogger?”. Le devolví la sonrisa. “Está muy bien. Es un contraste interesante comparado con la fusta”. Isabel asintió. “¿Entonces podemos incluirlo en futuras sesiones?”. Asentí sonriente. “Sin problemas”. Isabel se relajó un poco sobre el sofá. “¿Qué te ha parecido la sesión?”. La miré alegre. “Muy intensa. La he disfrutado mucho”. Isabel me sonrió con malicia. “¿Sí?”. La sentí sin dejar de sonreír. “Y…¿de qué has disfrutado más?” Preguntó de nuevo con ese tono de malicia divertida. “¿De lamerme los pies? ¿De qué te azotara con el flogger? ¿O de meterme la lengua en el culo?”. Al instante me puse roja como un tomate y bajé la vista avergonzada. Isabel extendió el brazo, me sostuvo la barbilla y me alzó la cabeza para que la mirara. “No, no. Contesta a tu Ama”. Un nuevo rubor encendió mis mejillas y un cosquilleo recorrió mi estómago. La miré fijamente y me decidí por ponerla en un compromiso también. “Pues…” Dije con un falso todo de duda. “De que me hicieras correrme?”. Isabel abrió los ojos algo sorprendida y también se ruborizó. La miré con malicia y le pregunté. “¿Qué tal se siente al hacer que otra mujer se corra con tus acciones?”. Isabel me soltó la barbilla. “Tonta”. No pude evitar reírme. Isabel no tardó en acompañarme. Permanecimos un buen rato relajadas en el sofá hasta la hora de cenar. De nuevo decidimos ir a cenar fuera. Me puse en pie y me encaminé hacia la salida. Antes de abrir me giré hacia Isabel y con tono divertido me levanté el vestido enseñándole mis bragas. “¿Mi Ama querrá que hoy también la acompañe a cenar sin bragas?”. Isabel se rio con ganas. “Tu Ama al final te dará una azotaina por tonta”. Esta vez me reí yo. “¿Otra?”. Las dos nos reímos mientras salíamos del apartamento.
Espero que hayáis disfrutado leyendo tanto como yo escribiendo.
¡Saludos a tod@s!