Encuentro con el Vecino 5

Sigo contando algunas de las cosas que mi marido me ordena hacer con el viejo vecino mirón, que ya se ha convertido en un habitual en nuestros juegos de exhibicionismo que para ellos resultan ser de lo más morboso.

El vecino viejo mirón ha salido de lo más morboso y también ha resultado ser bastante autoritario y eso le lleva a comportarse como un cabrón conmigo, aunque supongo que será igual con el resto de mujeres, aunque se va refiriendo a mí como si fuera de su propiedad. Parece ser que ahora tiene bastante claro, por lo que ha visto a base de observarnos en nuestros juegos, que soy una perra sumisa muy obediente y que estoy muy bien educada para satisfacer los deseos de mi marido y por extensión a todo aquel que él me diga que satisfaga.

Sigo contando algunas de las cosas que mi marido me ordena hacer con el viejo vecino mirón, que ya se ha convertido en un habitual en nuestros juegos de exhibicionismo que para ellos resultan ser de lo más morboso, y también para mí. Además, el otro mirón, un tipo más joven que también me espía, ya parece estar de vuelta después de haber regresado de las vacaciones y el tipo ha retomado su costumbre de mirar a través de la ventana para ver si me ve enseñando algo.

Aunque con quién el contacto es directo es con el viejo mirón, y al día siguiente que yo saliera a la terraza para que el viejo mirón me enseñara la polla, le envió un mensaje de texto a mi marido, en el que le decía: lo he pasado muy bien con la zorra de tu mujer anoche, y que me gustaría hablar contigo, también quería saber a qué hora podría llamarte para que habláramos. Mi marido le responde diciéndole que sobre las doce de la mañana podrían hablar.

A esa hora le llama por teléfono y le comenta: ¡qué rica está la zorra de tu mujer, y le pregunta, ¿no te importa que la llame zorra, verdad? Claro que no hombre, puedes llamarla zorra, no me importa, le dice mi marido. Y siguió comentando cómo se había corrido y que pudo ver como yo no perdía detalle de su polla mientras él se exhibía para mí de la manera obscena y repugnante que quería.

La tienes bien educada le dice. Si claro, le contesta mi marido. Como debe ser, le responde él. Y bueno, te llamaba para decirte que quiero que la lleves al bar, a la zorra de tu mujer, una tarde de estas. ¿Qué te parece? Le pregunta. Si claro, faltaría más, le responde mi marido. Y él le sigue diciendo, es que quiero tenerla más cerca y después que me ha visto todo el rabo y cómo me corro con ella y yo también la he visto toda la raja y completamente en pelotas y además viéndola cómo se corre como una cerda quiero presentarme formalmente.

¡Qué cabrón!, pensaba mi marido, este no se anda con disimulos, va directo. También quiero darle dos besos, ya sabes en las mejillas, todo en plan muy formal. ¿Te parece bien? Vale, le dice mi marido, pero tiene que ser en fin de semana porque yo por las tardes trabajo.

Está bien en fin de semana, puedes traerla el sábado y así la vemos más directamente y hablamos con ella. Vale, entonces quedamos así. El sábado traes al bar a la zorra de tu mujer que seguro que huele muy bien, termina diciéndole a mi marido.

Ya solo faltaba preguntarle cómo quería que fuera vestida y si quería que fuera sin bragas, pero se contuvo y no le dijo nada. Muy bien Fernando, el sábado nos vemos en el bar y llevo a mi mujer, hasta luego. Colgó y continuó con sus cosas, aunque este cabrón de vecino mirón ya había conseguido que solo se concentrara nada más que en la próxima cita que habían acordado para el próximo sábado.

Al llegar a casa venía todo burro, ya que toda la tarde solo había estado pensando en cómo sería el encuentro en el bar conmigo y el vecino viejo mirón, además de sus compañeros, el dueño del bar y quién hubiera por allí. Tampoco había dejado de pensar en cómo quería que yo fuera vestida, aunque confiaba en ir dando respuestas a estas cuestiones según se fueran presentando.

Mi marido al entrar en el salón, me encontró viendo la tele completamente ajena a la conversación que había mantenido con el viejo vecino mirón y sin saber nada de los planes que estaba tramando para el encuentro que íbamos a tener con el viejo vecino mirón en el bar de la esquina de nuestro bloque.

Se acerca a mí a saludarme y darme un beso y yo estaba solo con una camiseta que apenas me tapaba el culo y nada más, debajo no llevaba nada, mi marido empieza a tocarme y me dice que le trajera una cerveza, al momento estaba de vuelta con una cerveza bien fría en la mano para él. A ver cariño, me dice, pasea para mí. Y empiezo a pasear delante de él, insinuándome y provocándole como se que le gusta. No tardó mucho en sacarse la polla y decirme que me pusiera de rodillas, cosa que hice inmediatamente, y empieza a darme pollazos en la cara hasta que me la mete en la boca y estuvo metiéndomela y sacándomela hasta la garganta como si me estuviera follando por la boca.

Después de correrse y quedarse más tranquilo, se puso a tomarse la cerveza y empieza a decirme que el viejo vecino mirón había estado hablando con él, enseguida puse total atención pues sentía curiosidad y quería que me viera interesada, me siento a su lado escuchando atentamente. Me estuvo explicando la conversación que habían mantenido y que el sábado íbamos a ir a tomar café al bar de la esquina. ¡¡Uff!! Le digo a mi marido. ¿Cómo que uff?, me pregunta. Pues me da un poco de vergüenza, le digo yo. Una cosa es que me vea así desde la distancia y cada uno en su casa y otra es que estemos ahí hablando cerca unos de otros, me da cosa, le explico a mi marido. No me importa, tu harás lo que yo te diga, y si te digo que el sábado te voy a presentar al vecino viejo mirón, pues lo haces y punto. Además quiero que te pongas guapa, ya sabes a qué me refiero, ¿te queda claro? Yo sabía lo que eso significaba y también cuando me decía las cosas de esa manera, así que bajé la cabeza y sumisamente le digo: si. Muy bien, así me gusta, que seas obediente, me dice él. Si yo soy obediente, ya lo sabes, pero ese señor se está metiendo demasiado en nuestros juegos, ¿no te parece?, le digo yo. Ya lo sé, me dice, pero por el momento nos va bien a todos, ¿a ti no te gusta?, me pregunta. Si mi amor, le digo, me gusta mucho y más sabiendo que a ti te gusta también. Por eso, me dice. Mientras disfrutemos todos lo vamos a seguir haciendo. Está bien le digo yo, ya sabes que lo único que quiero es que tu estés bien. Por eso te digo lo que quiero que hagas, me dice. Tengo que guiarte para poder disfrutar de ti y que tú disfrutes también y de paso pues ya sabes que a veces entran otros en nuestros juegos.

Aquella charla psicológica nos había dejado un poco bajos, y después de la follada por la boca que me había dado, aquella noche no hicimos nada más.

Al llegar el sábado los dos estábamos un tanto excitados aunque intentábamos que no se nos notara demasiado. Hicimos las mismas cosas que habitualmente solemos hacer un sábado por la mañana y después de comer mi marido me empieza a hablar sobre la cita que teníamos con el viejo vecino mirón. Me atrajo hacía él y se pone a meterme mano y se quedó un tanto sorprendido al comprobar lo mojada que yo estaba. Vaya, estás muy excitada me dice. La verdad es que sí, le digo. Muy bien, me gusta que te excites. Ahora ve a prepararte y vístete que vamos a bajar al bar, me ordena mi marido. Obedeciendo, fui a arreglarme y al rato regreso llevando una falda pareo por encima de la rodilla, a mi marido le gusta esa falda porque cuando me siento se me abre por delante y si me descuido se me ve todo el pubis. Arriba me puse una camiseta de tirantes y unas sandalias de tacón, y por supuesto iba sin bragas y sin sujetador; espectacular, me dice mi marido. Deliciosa, añade besándome en el cuello. Y mojada como perra en celo, pudo comprobar. Vámonos me dice.

Al entrar en el bar, todos se giraron a mirarnos. Solo había hombres. Según me indicaba mi marido, estaba el vecino viejo mirón hablando en la barra con otro tipo más o menos de su misma edad, y luego había otros cuatro sentados en una mesa echando una partida de cartas y otros dos mirando a los que jugaban, y el dueño del bar.

Mi marido me dirigió hacia el fondo de la barra y nos sentamos en una banqueta. Me dijo que me sentara mirando hacia ellos, mientras él estaba más bien de espaldas, mirándome a mí. Mi marido pidió un café y un chupito de orujo para él y un té con leche para mí, y después de que nos sirviera el camarero, el viejo vecino mirón dejó de hablar con su amigo y se vino hacia nosotros.

Hola Bernardo, saluda a mi marido. Hola Fernando le dice mi marido, te presento a Lucía, mi mujer. Encantado Lucía, me dice el vecino, a lo que yo, muy educadamente le digo, encantada don Fernando y le doy la mano para saludarle a su vez. El vecino mirón me agarra la mano como si fuera a besármela, como un caballero, pero en lugar de eso hace un gesto acercando el dorso de mi mano al bulto de su entrepierna, a la vez que me daba dos besos uno en cada mejilla.

Nada más tenerla delante y en un momento el viejo vecino mirón había conseguido que yo le rozara la polla con el dorso de la mano, eso sí por encima del pantalón, y además me había dado dos besos, no se andaba con contemplaciones. Vio la oportunidad y estaba dispuesto a aprovecharla.

Ummm, ¿Lucía, es tu nombre? ¡Qué bien hueles! Me dice el viejo, con lo que yo me ruboricé por el movimiento que había hecho el viejo y obligándome a tocarle la polla sin poderlo evitar. Graacias, acerté a decirle, temblándome la voz.

¿Sabes una cosa Lucía? Continúa diciendo el viejo; te voy a llamar zorra, ¿qué te parece? Yo no sabía que decir, miraba a mi marido pidiéndole ayuda. A lo que el vecino, al notar mi indecisión, continúa diciendo; a tu marido no le importa que te llame zorra, ¿verdad Bernardo?

¡Qué cabrón! Debió de pensar mi marido, por la cara que puso. Yo le miraba con cara de circunstancias, y escuchar cómo le dice que sí, que no le importaba que me llamara zorra; a lo que el viejo vecino mirón dice a continuación: quiero que lo diga ella. ¿Qué quiere que diga?, le digo yo. Quiero que digas que no te importa que te llame zorra, me dice el vecino mirón. No me importa que me llame zorra, don Fernando, le digo bajando mi mirada.

Muy bien zorra, así me gusta, que seas obediente, siguió diciéndome el viejo mirón. Yo ya no sabía dónde meterme, miraba a mi marido, porque el viejo vecino mirón me estaba poniendo en evidencia allí delante de todo el mundo, aunque no sabíamos muy bien si estaban escuchando la conversación.

El vecino mirón llamó al camarero para que nos sirviera otra ronda, pero yo no quería tomar nada más y le decía a mi marido que teníamos que irnos. No hombre, dice el viejo mirón, dirigiéndose a mi marido, si acabáis de llegar. A ver Bernardo, ¿qué estás tomando? Otro chupito. No mejor un GinTonic, dice él. Vale, dice el vecino. Y pide un cuba libre de ron para él y lo de mi marido, yo estaba toda cohibida, pero mi marido me dice, ¡tómate algo y nos vamos, cariño! Quieres un baileys, me pregunta y yo asiento. Pídele a mi mujer un baileys, Fernando; le dice mi marido al vecino.

Al rato ahí estábamos de nuevo en conversación animada los tres. Aunque quizá sea más apropiado decir que era el viejo vecino mirón el que llevaba el peso de la conversación. Nos estuvo contando que vivía solo, que era viudo desde hacía diez años y que desde que me había visto por primera vez a través de la ventana, sus rutinas y su vida se habían vuelto mucho más interesante y divertida. En plan confidencial nos dijo que las cortinas de la ventana estaban llenas de manchas de lefa de las corridas que se pegaba viéndome completamente en pelotas y exhibiéndome como una zorra para que la viera.

Me sentía completamente avergonzada y para calmarme no dejaba de beber, y esa bebida que tomo hace que me abra de piernas sin darme apenas cuenta. El vecino mirón continuaba hablando y me pregunta, ¿te gusta que te vean, verdad zorra? Yo vuelvo a mirar a mi marido para pedirle permiso para hablar y él me dice que adelante que no fuera mal educada y contestara. Si don Fernando, le digo yo toda cohibida, lo disfruto mucho.

Así seguimos un rato hablando. El vecino mirón nos estuvo confesando que hacía mucho tiempo que no mantenía relaciones sexuales, prácticamente desde que murió su mujer, pero que no le importaba demasiado, aunque seguía muy activo, y que había encontrado alivio en la masturbación porque había probado con putas pero no le satisfacía realmente, pero desde que me había visto por la ventana exhibiéndome, estaba cada vez más cachondo y más salido.

Y continuaba hablando, diciéndome que le gustaría hacerse una paja delante de mí y correrse en mi cara, y además me pregunta: ¿qué te parece que quiera correrme en tu cara? Yo no sabía que decirle y al final acerté a decir que era mi marido quien tenía que decidir si yo lo tenía que hacer.

Veo que la tienes bien educada, le dijo el viejo vecino mirón a mi marido, te felicito. Sí, nos gustan los juegos de D/s y cuando empezamos hace ya algunos años, al principio era algo extraño para los dos, pero poco a poco hemos ido aprendiendo e incorporando las prácticas que más nos satisfacen en nuestros juegos, y uno de ellos es el exhibicionismo, como puedes comprobar; le dice él al vecino mirón.

Yo estaba sentada en una banqueta alta, de esas de los bares y mi marido en otra, el vecino mirón no dejaba de restregarse la cebolleta conmigo cada vez que quería alcanzar el vaso de la barra. Yo estaba sin bragas y con la falda pareo que se me abre por delante hasta la cintura, si no tengo cuidado, y además tengo prohibido tener las piernas cruzadas cuando estoy sentada, así que tenía que estar al tanto de que no se me abriera la falda y de los refriegos del viejo en mi pierna. En esas estábamos cuando se oye una voz: Fernando, ven un momento. Eran sus compañeros, que estaban sentados en una mesa los que le llamaban.

Perdonarme un momento, ahora vuelvo, nos dijo. Le seguimos con la mirada, se acercó a la mesa y agachándose le dijeron algo que no pudimos escuchar, pero que parece que se referían a nosotros porque mientras hablaban todas las miradas estaban puestas en nosotros. Vale, vale, decía el vecino mirón, ahora se lo digo. Y regresó de vuelta con nosotros. Díselo, le dijeron en voz alta mientras ya estaba a mitad de camino entre la mesa de sus amigos y nosotros, el vecino mirón giró la cabeza y dijo también en voz alta, qué sí hombre, ahora se lo digo. No estábamos muy seguros si se referían a nosotros o era alguna otra cosa entre ellos.

Al acercarse, mi marido le pregunta al viejo vecino mirón: ¿tus amigos viven todos por aquí? Sí, así es, todos son de por aquí, del barrio, son vecinos, también vecinos vuestros. Esto último lo dijo en un tono que dejaba a las claras que sus amigos estaban al tanto de los exhibicionismos que yo hacía.

Y bueno, continúa diciendo el vecino mirón, quería invitaros a comer un día en mi casa. Pues no sé, le dice mi marido. Si hombre, sigue diciendo, me gusta mucho la cocina y según dicen soy buen cocinero, esos cabronazos que veis ahí, señalando a sus compinches de la mesa, vienen a casa cuando se les antoja, se presentan a la hora de comer y a la hora de cenar, según les viene en gana y sin avisar y me gusta compartir con ellos los platos que preparo, luego nos quedamos a charlar y tomando unas copas y a veces otras cosas… Así lo dejó caer, como haciéndonos saber que todos ellos o casi todos habían visto los espectáculos que yo hacía en pelotas exhibiéndome. Vale, tenemos que irnos, dice mi marido, ya hablamos para quedar a cenar, si te parece, termina diciendo. Si claro, fenomenal, avísame con un par de días de antemano para prepararos algo especial, termina diciendo. Está bien Fernando le responde mi marido. Para mí es un verdadero placer, os lo aseguro, dice el viejo vecino mirón.

Nos vamos Fernando, le vuelve a decir mi marido; vale pero antes de marcharos os quería pedir una cosa, dice el vecino mirón. ¿Qué cosa?, le pregunta mi marido. Quería ver si la zorra me puede enseñar las bragas, le dice el viejo vecino mirón, sin mirarme siquiera a mí. El viejo mirón ya sabía quién daba las órdenes y quién obedecía. Uff, eso va a ser difícil, le dice él. ¿Por qué?, le pregunta el vecino. Díselo tú, me dice mi marido.

Yo me encontraba como si estuviera en trance. ¿Qué? Acierto a decir. ¿Has escuchado lo que hemos dicho?, me pregunta mi marido. Sí, le digo. Y, ¿has oído a Fernando decir lo que quiere que hagas?, vuelve a preguntarme. Sí, le he oído, le digo yo.  Pues lo que quiero es que le digas a Fernando porqué no vas a poder enseñarle las bragas; me dice claramente. Él sabía que la única respuesta que yo podía darle iba a conseguir que me exigiera y se excitara más de lo que ya estaba el viejo cerdo mirón. Yo no quería decir nada, no sabía cómo decirlo, ni qué hacer, era como si me encontrara en un callejón sin salida.

¡Vamos zorra!, me dice el vecino mirón, ¡dilo ya! Aquel tono empleado por el viejo vecino mirón me hizo sentir completamente intimidada y avergonzada, y entonces le empiezo a decirle en voz baja, es que no llevo bragas don Fernando. ¿Qué, en serio no llevas bragas, zorra?, dice el viejo vecino mirón. ¡Joder! Mucho mejor.

Lo dijo en un tono de voz que yo creo que todos los que había en el bar se dieron cuenta de lo que estábamos hablando, incluido el camarero; porque todos se giraron a mirar en nuestra dirección. Yo no sabía dónde meterme, bajé la mirada, por un momento pensé que si yo no veía a nadie, igualmente nadie me vería a mí, pero no era el caso, claro está. Alguien gritó desde la mesa de los compinches del vecino mirón. Ven un momento Fernando, le llamaron.

Yo, aprovechando que estábamos solos, le digo en voz baja a mi marido, por favor vámonos de aquí, todo el mundo nos está mirando, me da mucha vergüenza. Sí, ahora nos vamos, espera un momento; me dice. Miramos a la mesa donde estaba el vecino mirón con sus compinches y pudimos escuchar claramente que les decía: sí eso me ha dicho, lo habéis escuchado bien. Y regresó con nosotros.

Bueno, qué me dices Bernardo, ya que no puede enseñarme las bragas porque no lleva, que me enseñe el coño; le dice el vecino mirón a mi marido. Y pude ver que la situación le tenía completamente empalmado y yo, a pesar de sentirme intimidada y avergonzada, estaba toda excitada, y tenía los pezones tan duros y empitonados que se me notaban debajo de la camiseta que llevaba sin sujetador, ya de por si hubiera sido muy morboso si solo hubiera estado el vecino mirón, pero es que además estaban todos sus compinches y demás gente del bar, que no había muchos pero si había un par de tipos solitarios cada uno a lo suyo tomando su consumición, pero que igualmente se habían dado cuenta que allí estaba pasando algo y no querían perderse detalle, incluido también, por supuesto, el dueño del bar.

Así que mi marido me dice, vamos abre las piernas y enséñale el coño a Fernando ahora. Yo así lo hice, bajé la mirada haciendo alarde de mi sumisión y abrí las piernas para que me vieran todo el coño depilado como el de una muñeca. Excelente, dijo el viejo vecino mirón y se retiró lo suficiente para que los de la mesa tuvieran una visión completa de mi coño completamente abierta de piernas, fue un instante, no sé cuánto tiempo, ni siquiera treinta segundos, lo suficiente para que me vieran todo el coño, todo aquel que quisiera mirar.

Después de echarle unos buenos vistazos al coño que yo generosamente estaba ofreciendo a sus miradas, le dice el viejo vecino mirón a mi marido, ¡joder Bernardo, esta zorra es maravillosa!, ¿cuándo venís a mi casa?, le pregunta. Pues ya hablamos la semana que viene, ahora no sabría decirte, le digo él. Vale, está bien y gracias por vuestra visita aquí en el bar, espero que volváis pronto. Sí, claro que volveremos, le vuelve a decirle mi marido. Bueno Fernando, ahora nos vamos y mi marido me dice, despídete de Fernando que nos vamos.

Yo me pongo de pie y voy a darle dos besos al vecino mirón, mientras que él me agarra la mano y se la vuelve a restregar por la polla por encima del pantalón, mira cómo me has puesto zorra, lo notas, me dice el vecino viejo mirón. Sí don Fernando lo noto, me devuelve los besos y nos vamos, diciendo: ¡buenas tardes!, en voz alta. Muy buenas, pero que muy buenas, escuchamos que dicen algunos a nuestra espalda.

Salimos del bar y nos fuimos para casa. Yo estaba muy preocupada porque yo sabía que nos íbamos a encontrar con todos aquellos hombres muchas veces y muchos días y ahora pensarían, o más bien sabían que yo era una zorra que iba calentando braguetas por el barrio y temía las consecuencias.

Mi marido intentaba tranquilizarme diciéndome que me iban a respetar porque para poner a cualquiera en su sitio estaba él, aunque tampoco podía estar todo el tiempo cuidando de mí. Y así estamos con muchas situaciones que estamos realizando y que están siendo bien morbosas, lujuriosas y viciosas y aunque yo a veces me siento obligada a hacer cosas que de antemano no quiero hacer, pero que después disfruto mucho.