Encuentro al mediodía

Nos veríamos al mediodía. Aun era muy temprano pero ya mi sangre bullía de pensar en las cosas que mi mente afiebrada era capaz de urdir. Lo que no sabía era lo que ella reservaba para mí.

Encuentro al mediodía (Parte I)

Ilena vivía junto a su hermana en un apartamento del centro de Caracas. Nunca me gustó la zona por el intenso tráfico, el ruido y... bien, los "encantos" naturales del casco central de una ciudad con 5 millones de almas. Su apartamento quedaba relativamente cerca de mi trabajo y así nos habíamos conocido, en un restaurant de cercanías que acostumbrábamos visitar. Al cabo de unos meses nos presentamos y comenzamos a salir.

Ilena es blanca, de cabello negro y ojos extraordinarios. Avellanados y con hermosas pupilas verdes, pero aún así, lo más atractivo de su rostro son sus labios. ¿Angelina Jolie? Sí, sí, tiene buenos labios, pero como los de Ilena... no. Su cuerpo, armónico, ni delgado ni grueso, con pechos pequeños y desafiantes. En verdad su atractivo principal estaba en unas piernas perfectamente contorneadas y un culo im-pre-sio-nan-te. Nunca he podido resistir el atractivo de su culo perfecto, su forma es tan atractiva que despierta la líbido tan sólo de verlo, y si lo tocas descubres que es duro, resultado de las caminatas. Ilena es realmente muy atractiva. No propiamente bella, sino atractiva.

Hace 6 meses que salimos y nos vemos con poca frecuencia debido a nuestros horarios poco convencionales. Ella enfermera, yo responsable de la edición nocturna de un diario... entre mis guardias y las de ella a veces coincidíamos una o dos veces en la semana, en las horas más extrañas. Mientras las demás parejas salen y comparten de las 8 de la noche en adelante, nosotros solemos disfrutarnos al mediodía.

Esta vez no era la excepción, y como a mi nunca me ha faltado imaginación, me dediqué durante la mañana a preparar todo para que fuese un encuentro perfecto. Quería sorprenderla por completo y la llamé a las 9 de la mañana:

-Hola, amor, es Armando, ¿cómo te sientes?

-Feliz de verte... estoy muy excitada pensando en que hoy nos vamos a ver

-¿Estás dispuesta a todo? Mira que tengo mucha imaginación...

-Uhm –gruñió- estoy dispuesta a todo lo que se pueda hacer hasta las 6 de la tarde, y ya verás que yo también tengo mucha imaginación...

Tras despedirnos, entré a un sex-shop. Por eso le había preguntado si estaba dispuesta a todo; pensaba innovar en nuestra relación, y para ello compre algunas cositas...

Mi corazón estaba a mil. El ambiente de un sex-shop siempre intimida a quien no está acostumbrado... gasté algún dinero y me fui derecho a casa para preparar todo muy bien.

Me imaginaba mientras la poseía, ya habíamos hablado alguna vez de la doble penetración, pero nunca pasó de un juego para mis dedos. Esta vez planificaba entregarme al juego de penetrarla con el consolador que a ese fin adquirí. Un pene de látex, de 18 cm, según averigüé al medirlo conmigo mismo y verificar que el muy desgraciado me llevaba un centímetro de ventaja. Como yo sé que tengo 17 cm. bien contados....

Mi chica llegó a casa a las 11:56 y yo estaba a punto de estallar, todo estaba muy bien preparado ya... apenas entró, le vendé los ojos y la obligué a caminar a ciegas junto a mí. Igual ya se sabía el camino al cuarto, así que no tropezamos. Ya en el cuarto, la desnudé mientras su cuerpo se erizaba por completo. Al tapar sus ojos, todas las sensaciones táctiles se magnificaron, así que sentía muy intensamente el roce de mis labios en sus hombros, mis manos en su espalda abriendo el cierre de su vestido, mi cuerpo junto al suyo, mi bulto evidente frente a su vientre. Ella también se había preparado y tenía la cuquita completamente depilada, sin rastro de que hubiera habido un pelo jamás allí. La hice desnudarme a ciegas, lo cual la excitó enormemente. Podía sentirse al aroma a sexo en la habitación.

Desnuda, la tumbé suavemente sobre la cama, poniéndola boca abajo. Ella supuso que la penetraría por su apretadito ano, y empezó a gemir pidiéndome que la enculara, mientras que yo tomaba su muñeca y la ataba con una cuerda que pasaba por debajo de la cama y con la cual fui atándola e inmovilizando para mí. Si yo había visto a Ilena excitada muchas veces, esta vez era como todas las demás, pero juntas. A mí también la operación me tenía a mil, y duro como roca, empecé a frotar mi estilete contra su espalda, el surco de su culo que estaba adorablemente levantado y ¡húmedo!, y el vértice de su conchita. Cada vez que pasaba por ahí, suspiraba, y yo lo hacía con más y más frecuencia, para que lubricara mucho más, a lo que ella respondía arqueándose en su prisión de cuerdas.

Teniéndola así, dueño de la situación, comencé a verter lubricante en medio de sus nalgas. Ella sabía que iba a penetrarla y empezó a pedirme que ya, que lo hiciera, coño, que no tardara más, papi, métemelooo... y se lo metí. Pero ella no esperaba sentir un pene distinto al mío, porque le había metido el consolador, unos 5 centímetros, penetrándola por ese culo divino que tiene... sin sacárselo, me monté sobre ella para besar su nuca, su espalda, viendo cómo se erizaba y daba pequeños grititos a cada embestida.

Cuando ya le hube insertado 13 o 15 cm de consolador, decidí que era tiempo de disfrutarla yo, así que, amarrada, obligatoriamente abierta de piernas, manos, culo y concha, con el tremendo consolador inserto en su recto, la penetré desde atrás, metiéndole en su sexo más de la mitad de mi taladro, que, con el cachondeo del juego, estaba más hinchado que nunca, más rígido...

Como ella estaba boca abajo, el ritmo de mi penetración también le movía el pene de goma dentro de su intestino. Lo estaba gozando como una loca, yo podía sentir el consolador en la cabeza de mi aparato, a través de la fina pared que divide la vagina del recto. Yo estaba maravillado y además la sensación era fabulosa. No recordaba haber estado tan excitado desde mi adolescencia y empecé a moverme como un pistón enloquecido dentro de su cuerpo. Gritaba de placer: ella nunca había sentido doble penetración y no se contenía en pedirme que le diera más y más duro, rico papacito, duro, qué rico me haces sentir, así...

Mientras la cabalgaba, ella suspiraba. Yo le iba diciendo cómo me excitaba, como –y era verdad- más de una vez había tenido que masturbarme recordando las escenas que habíamos vivido 3 o 4 horas antes, en tardes de locura. Le recordé que era mía, que la tenía amarrada a mi cama, que si quería la podía dejar allí sin sentir nada durante horas, pero que no, que mi amor, lo que quiero es seguir estando contigo, lubricándote, besándote (mientras la mordía suavemente detrás de la oreja), haciéndote mi mujer cada vez más.

Sus jugos se mezclaban con mi flujo y salían a bañarme copiosamente las bolas, me chorreaba jugo de su cuca en las piernas y sentía que su cueva era cada vez más blanda, más abierta, más dispuesta, hasta que, en un impresionante chorro, llegó a un orgasmo devastador que debe haber estremecido cada célula de su cuerpo, y lanzó un grito agudo, enorme, que deben haber escuchado los vecinos al menos de los departamentos del mismo piso.

Yo aproveché su orgasmo para bajar el ritmo y evitar una corrida a destiempo. Ahora era cuando pensaba darle con todo y yo también me excitaba mucho diciéndole lo divina, el hembrón que es, porque además yo lo veía y lo sentía en cada respuesta suya en la manera tan particular que tiene de atenazarme el pene con sus músculos, como un guante móvil, como una dulcísima mano que me masturbara desde adentro de ella. Así que decidí retirarme por un instante de encima de ella y dejarla expectante. Pero no por mucho tiempo, fue apenas un parpadeo, en el cual le dije, a dos centímetros de su oreja: "Esto apenas empieza, y lo mejor es que todo lo que te he hecho lo puedes hacer conmigo"

Ella me pidió –¿y cómo negarme?- que la soltara, que quería abrazarme, que así se sentía incapaz de expresarme su amor. Y la solté. Ilena es ágil y en un abrir y cerrar de ojos era yo quien estaba en la cama y ella encima de mi. Pasaba con descaro sus tetas sobre mi cara, metiéndome los pezones en la boca, que yo chupaba ávido. Mientras hacía esto, me dijo: "ahora es mi turno" y yo me dejé amarrar.

Fue entonces que comencé a arrepentirme de mis palabras. Con una cara de picardía que no aguantaba ni ella misma, se sacó el consolador (yo lo había olvidado por completo) y me dio a entender que, ejem... ahora sería mi turno. Debo aclarar que mi ano nunca ha sido conducto más que de salida y que, bueno, no esperaba ese desenlace. Mi cara tenía que transmitir el temor a todas luces, porque ella me dijo melosa que no me preocupara, que no me iba a doler, mientras tomaba el mismo lubricante que yo había dejado al lado de la cama, con intenciones evidentes. Hasta la erección se me fue.

Mientras yo le suplicaba que no hiciera eso, me dijo: "tú lo pediste", y me vendó exactamente como yo lo hice con ella, dejándome asustado y a oscuras... lo que sucedió inmediatamente después, te lo cuento en la segunda parte de este relato.