Encuentro.

Dos amantes se encuentran en el puerto, Veamos qué sucede.

Nunca en mi vida había dormido desnudo, es decir, más de alguna vez lo había intentado, pero habían resultado sólo noches de insomnio de un dormir sobresaltado. No se crea que la culpa era la costumbre de Onán; no, no era eso.......... no sé qué era pero empelotas se me hacía un mundo dormir plácido, necesariamente debía ponerme una camiseta y calzoncillos. Pero ésa vez sí estaba absolutamente empelotas y tenía una somnolencia demoledora; no creo que se debiera al cansancio de la caminata hecha por los cerros del puerto esa tarde, más bien la razón de que la desnudez no me impidiera dormir era que a mi lado yacía Claudia que, como es de suponer, también estaba vestida de Eva, ésta última circunstancia, que haría pensar con mayor razón en toda una noche de vigilia, me hacía estar tranquilo, relajado y algo así como "vestido".

Nunca había pasado la noche durmiendo con alguien a mi lado, de hecho no me gustaba compartir la cama. Todos mis anteriores encuentros sexuales habían sido furtivos, de un solo momento, de una mañana o una tarde, pero pasar una noche entera compartiendo un sueño una cama, jamás. Una cama matrimonial de dos plazas no me interesaba y me era inconcebible. El caso es que ahí estábamos los dos, en ésa habitación y desnudos, y yo con ganas de dormir y bastante contento. Tenía el miembro parado e hinchado, con los cuerpos cavernosos llenos de sangre, pero no obstante eso quería dormir, deseaba aplazar el momento para darle más intensidad. Eso pensaba o quería pensar, la verdad debo confesar que no me animaba a empezar lo que tenía que empezar. Era el primer encuentro con Claudia, nuestra primera sesión sadomaso.......mi primera sesión ........ y no me atrevía. De chico se me había educado bajo la doctrina de que no se debía golpear a las mujeres y que un hombre está precisamente para ponerlas a salvo de los peligros. Más de veinte años con ésas imágenes sádicas en mi cabeza a un nivel fantástico e irrealizable, reprimidas y ahora yo estaba allí, acostado, con mis genitales a punto de reventar, al lado de una desnuda tetona, consuetudinaria masoquista y media loca.

Habíamos decidido pasar el día en Valparaíso, turisteando por ahí, en un periplo que podríamos llamar "romántico". Besitos, arrumacos, sobajeos, charla agradable, risas, cafés, cervezas, un almuerzo con productos del mar, paseos en lancha por la bahía etc, etc. Claudia había dejado todo en mis manos. A medio día las muchas ternuras y lo dulce y simpática que se mostraba la mina (más de lo que yo esperaba) me hizo vislumbrar que se me haría cuesta arriba agarrarla a varillazos. Si no lo hacía quedaríamos frustrados, y yo particularmente, debería concluir que esto no era lo mío y no resultaba ser un sádico como siempre había supuesto ¿era tan malo concluir que no era un sádico?, no era un "ogro" y ya ¿qué tanto?, pero la cuestión era que la loca neurótica de Claudia me estaba comenzando a gustar demasiado. Claudia tenía algo, un "no sé qué"; su locura, su fantasía romántica y, por supuesto, sus tetazas que me hacían literalmente babear. Para quedar cubierto y darme un tiempo para entrar en situación le avisé a Claudia que el "sometimiento" vendría en cualquier momento y cuando ella menos lo esperara.

-Soy tu esclava, has conmigo lo que se te plazca- dijo.

-¿y si decido mandarte a tu casa sin hacer nada?

-has conmigo lo que quieras, mi señor.

Al decir aquello esbozó una sonrisa y puso una cara de falsa humildad que me hizo reír. Así me gustaba mi esclava: cooperadora con su "señor ogro", inteligente y chistosa.

Llegamos al hotel y nos sentamos abrazados a ver unos videoclips que pasaban en un canal cable de la Tele. Recuerdo que me llamó la atención uno de "QUEEN", "Friends wil be friends", nunca lo había visto. A esa altura yo no sabía qué iba a hacer. Mandé a Claudia a acostarse y me encerré en el baño; allí, apoyado contra la pared, dejé unos trozos de bambú que previamente había partido en dos con mi cortaplumas a fin de que no resultaran unas varillas demasiado gruesas, y una cinta para embalar; luego oriné, cepillé mis dientes y me metí en la cama. Claudia había comenzado a ponerse melosa sobándome las pelotas y con palabras que pretendieron ser rudas le dije que se durmiera.

-Lo que usted desee, mi señor.

En ese "usted" detecté un dejo de rebeldía y provocación de parte de mi seudo-esclava, provocación que yo, de buena gana, habría correspondido, pero aún no me animaba. Le di un besito y me volví a mi lado dispuesto a dormir. Me preguntaba qué estaría pensando de mí, no me habría extrañado que se levantara furiosa por mi inercia, se vistiera y se fuera, mandándome previamente a la mierda. Extrañamente me relajé y me quedé dormido.


Con el sol pegándole implacable en el rostro, Claudia se debatía entre alaridos y estertores desesperados. Estaba con los brazos en alto, colgada de un grueso tronco al que tenía sus muñecas clavadas al árbol y lo mismo sus pies. Por su cuerpo, enteramente desnudo, corrían hilos de sangre que se mezclaban con el sudor que abrillantaba su piel. Su pecho subía y bajaba con desesperación, como si se ahogara. Sus labios vaginales estaban atravesados por un anzuelo del cual pendía un letrero pequeño en el que podía leerse "PUTA ESCLAVA, DESDICHADA". Su cara, descompuesta por el dolor, los ojos cerrados y apretados, sus axilas regadas por la transpiración y la sangre y sus abultadas tetazas moviéndose al compás de su tórax agitado, formaban un conjunto de horror que me llamaba a acercarme hasta su cadalso. Cuando tuve sus ensangrentados pies a la altura de mi boca, incliné la cabeza hacia arriba y le miré al rostro; ella abrió los ojos y con la voz temblorosa me dijo:

-DOLOR, DOLOR, MI DOLOR ES INSUFRIBLE, CRISTIÁN; MI DOLOR ES TUYO, MI DOLOR, AY, MI DOLOR .........BÉSAMEEE, CRISTIÁN, BÉSAME.

Entonces le besé los pies sanguinolentos, lamí sus dedos, tobillos y el horadado empeine. Mis labios se llenaron de sangre, pero no me importó. Yo mismo me extrañé de no sentir ningún tipo de asco o pudor por haber hecho aquello; luego, rocé mi mejilla y frente en sus pies como en una caricia de gato. Claudia seguía con unos uf uf entrecortados mientras yo la miraba como embobado y horrorizado al mismo tiempo. De pronto, su cuerpo comenzó a convulsionarse, se estremecía como si sufriera algún tipo de ataque o electrocución: abrió los ojos con desmesura como si se le fueran a salir y cientos de gotitas de sudor perlaron su frente y mejillas; lanzó un agudo grito y luego, bufando y berreando, como si se entremezclara el dolor y la ira, dijo:

-SUFRIMIENTO, SUFRIMIENTO, MI SUFRIR, SOLEDAD, MI SOLEDAD, HUMILLACIÓN, MI HUMILLACIÓN, MI DESDICHA, ACOMPÁÑAME, CRISTIÁN.

Su ataque convulsivo se hizo más feroz hasta que, con la vista hacia arriba y derramando gruesas lágrimas, gritó.

-HUMILLAS, ME HUMILLAS, CRISTIÁN, HUMILLACIÓN, HUMILLACIÓN, POR DIOS, HUMÍLLAME, CRISTIÁN, HAZLO, HUMÍIIILLAME, TORTÚRAME.

Luego de esto se desvaneció y su fatigado cuerpo expulsó una cascada de orina amarilla y mojones de excremento.


De un salto desperté medio aterrorizado. Desconocí el lugar en donde estaba. Encendí la luz y allí a mi lado vi el poto grande y blanco de Claudia; dormía boca abajo, muy serena y tranquila. Yo todavía tenía el corazón acelerado y casi saliéndoseme por la boca por el espantoso sueño.

Le acaricié las nalgas y la espalda, pero ella seguía plácida; fue entonces cuando recordé que, mientras caminábamos hacia el mirador aquella tarde, unos Testigos de Jehová nos abordaron. Yo me corrí a un lado fastidiado y pretendiendo ignorarlos, pero Claudia se quedó conversando con ellos; éstos le mostraron un libro; después de un minuto Claudia vino hacia mí con el ejemplar en la mano dejando a los sectarios esperando. El texto era una selección ilustrada de historias bíblicas para niños, ella les había dicho que éramos un matrimonio con hijos y que se encontraba interesada en él (libro), pero que antes debía consultar con su marido, es decir yo. Todo no era más que un pretexto para mostrarme las ilustraciones. Yo había visto ese texto en algún momento durante mi infancia y me habían llamado poderosamente la atención sus dibujos. A mi seudo-esclava le había pasado lo mismo durante su niñez. Como a mí, aquellos dibujos habían dejado en la cabeza de Claudia una ligera inquietud que ya no salió más de su imaginario. Juntos recordamos los dibujos que más nos gustaban; coincidimos en todos: Adán y Eva siendo expulsados del paraíso, abrazados semidesnudos y con sus rostros acongojados; Abraham a punto de sacrificar, en un altar, a su hijo Isaac; José siendo arrojado desnudo a un pozo seco por sus celosos hermanos; la mujer de Lot con cara de espanto convirtiéndose en estatua de sal; Jezabel linchada por una turba y lanzada desde la altura de un edificio por ser una idólatra pecadora; Daniel encerrado en una cueva y rodeado de leones y, finalmente, Jesús crucificado. Esta última imagen era la preferida de ambos y la que más nos alucinaba. Según la creencia de los testigos de Jehová, Jesús no fue colgado de una cru[Image]z latina, en forma de T, como las que popularmente conocemos, sino de un "madero", es decir de un stepe sin patíbulo o travesaño. La secta da gran importancia a éste detalle y al parecer lo consideran fundamental ya que acostumbran a armar polémicas y debates a este respecto con católicos e iglesias protestantes. Pues así aparecía el Jesús del dibujo, colgando desde un sólo tronco con sus brazos en alto y no extendidos como acostumbramos a verlo en las imágenes. La ilustración estaba muy bien hecha: la expresión de dolor en el rostro, los brazos en alto, los clavos en las muñecas, la sangre corriendo desde los agujeros; incluso detalles como el vello de las axilas y las marcas de los azotes le daban gran realismo y cierto aire épico.

-Cuando niña, al mirar estos monitos, me imaginaba ser yo la clavada así en un poste y disfrutaba con ese juego imaginario.

-a mí me pasaba igual- dije y besé a Claudia realmente emocionado por la coincidencia.

Mi inconsciente había quedado turbulento al ver las ilustraciones esa tarde y, sin duda, era esa la causa de mi reciente pesadilla. Tenía el sexo tieso y el glande húmedo. Había llegado el momento.

El enorme poto blanco con sus dos cachetes se veía tan suave y reposado; en verdad, Claudia estaba disfrutando de un sueño profundo, el sólo despertarla iba a ser un castigo por sí mismo. Al primer palmazo en una de sus nalgas, Claudia levantó la cabeza al instante, pero se la volví a hundir presionando sobre su nuca la almohada como si fuera a asfixiarla. Comenzó a moverse frenética, tratando de liberarse, pero la inmovilicé subiéndome arriba de su espalda y poniendo mis rodillas sobre ella. No sé cuántos cachetazos le di en las nalgas, pero fueron rápidos y caían como una lluvia sonando tap, tap, tap y haciendo que tiritaran gelatinosamente lo que me hizo enardecer aún más. Cuando la agarré del cabello y puse su rostro frente al mío, la expresión de sus ojos me habló de su espanto y de que aún no se ubicaba en el tiempo ni en el espacio, tal como me había pasado a mí minutos antes al despertar de la pesadilla. Hundí mis dedos en el cuello, apreté sus mejillas y pasé una lengua, lo más salivosa y babienta que pude, sobre su cara. Toqué mi mejilla con la de ella y le susurré al oído.

-¿No querías ser violada y humillada, cerda? ¿no querías sentir el dolor máximo? ¿todavía lo quieres?

Ella me miró sin pestañar y entonces le retorcí un pezón.

-contesta, mierda.

-¡AAAAAY, AAY¡ sí, sí, sí lo quiero, lo quiero, mi señor, úsame como quieras.

Le di una bofetada en la cara y torciéndole un brazo por detrás, a modo de llave inmovilizante, la llevé hasta el baño. Nos paramos frente a un gran espejo de cuerpo entero; yo, detrás de ella, con un brazo aprisionándole el cuello le sobaba groseramente sus gordas nalgas hundiéndole los dedos hasta que le doliera. La obligué a que se mirase en su reflejo. Nos observamos unos segundos, quietos y mudos, entonces comencé a lamerle el cuello y cada vez que ella bajaba la vista volvía a pellizcarle brutal las nalgas para que se mantuviera mirándose a sí misma en su blanca desnudez y a mí en mi lascivia furiosa y babosa. Deliberadamente me inducía la baba como un caracol hasta hacer globitos y que me colgaran hilos de saliva desde mi lengua y la comisura de los labios. Deseaba desesperado que mirara, que se mirara a ella misma despertándome el instinto de animal-bruto-salvaje, que mirara cómo era ella la que causaba esa tormenta en mí.

Suavemente bajé hasta sus tetas y comencé con unas caricias delicadas que se transformaron, de pronto, en frenéticas, hasta acabar enterrándole mis dedos; lo hice muy fuerte. Ella abrió su boca ahogando un grito; estrujé y estrujé los pechos y mientras lo hacía lamía su cara fervorosamente, entremedio de palabras soeces, demenciales y absurdas.

-Lamo tu dolor de cerda, me gusta tu cara afligida, tu cara de esclava, de amarga puta calentona, me gusta tu boca abierta, tu boca de dolor, tu boca de desesperación, tu boca pozo oscuro, tu bocaaaa.

El cuello y la cara de Claudia sabían saladas y estaban cálidas y suaves; olía bien, olía rico. Miré al espejo y ví sus ojos cerrados; una palmada en la nalga los hizo abrir.

-Te lo voy a preguntar una vez más ¿quieres seguir con esto, Claudita? ¿No te parece que ya ha sido suficiente?.

-sabes muy bien que quiero seguir.

-lo que he hecho no es nada.

-lo sé.

-no sólo habrá dolor, habrá también humillación.

-descuida, Cristián, me está gustando; soy tu esclava, has lo que quieras conmigo, mi señor, sigue toda la noche, degrádame, no te preocupes por mi placer, me sacrifico por ti, mi señor, soy tu puta chancha, si viene de ti el dolor no me importa.

Mirándola a través del espejo le señalé con el índice las estrías de su vientre.

-¿Te gustan esas marcas, chancha ? ¿te gustan las estrías, dime?.

Cerró los ojos y no contestó por lo que, con ambas manos, agarré brutal las gorduras de sus caderas y se las sacudí.

-¡AAAY, AY, AAAAYY¡

-CONTESTA ¿TE GUSTAN?

-NO, NOOO, MI SEÑOR.

-míratelas, mira esas gorduras, sos una cerda.

Le estrujaba sus gorduras y le daba cachetazos en el trasero; hice eso hasta que noté que se le llenaron los ojos de lágrimas lo que fue como una punzada en mi corazón; ya no quise seguir con eso, me había cagado de onda, así que decidí cambiar el cuadro. Del pelo la arrastré (no en el sentido literal claro está) hasta la cama y la hice tenderse de bruces. Me puse el condón y me monté encima de ella. La penetré por el culo y mientras cabalgaba le daba de nalgadas diciendo, ARRE, ARRE, ARRE, YEGUA. Tiré fuerte de su pelo a modo de rienda.

-Será más fuerte el tirón si no me relinchas, yegua. RELINCHA COMO UNA YEGUA.

Mis cachetazos aumentaron en intensidad y cantidad, pero ella no quería ni podía relinchar; creo que en verdad se sentía muy basureada.

-arre, arre, relincha, vamos.

La pellizqué y después del ¡AAY¡ trató de esbozar un relincho.

-eso, eso, relincha fuerte.

Le di otro pellizco salvaje y ella relinchó; lo hizo una y otra vez como potra domada. Cuando consideré que ya era suficiente dejé ese juego y retiré mi instrumento; no me corrí, no quise hacerlo aún, deseaba aguantarme; de alguna forma pensaba que si derramaba se acabaría todo, que el sentido del "ritual" desaparecería, que el sentido de todo el juego estaba dado por la circunstancia de no correrse, porque una vez el orgasmo triunfando ese remedo de eternidad se acabaría ¿de dónde había sacado eso? no lo sé, no me lo pregunten. Le estuve chupando las tetas un rato. Sus mega areolas y pezones carnosos me enloquecían: tanto bulto, tanto volumen, tanta carne curvada a punto de salirse como una represa al tope. A menudo, en lo cotidiano, Claudia se sentía incómoda con esos pechos, entonces, haciendo los correspondientes gestos de molestia, trataba de acomodárselos en los sostenes, siempre insuficientes para tanta carne a punto de estallar; bastaba eso, una arruga en su nariz, un movimiento en orden a ajustar los elásticos del brassier, una señal de que había debajo de la ropa una prenda que apretaba su busto prepotente y orgulloso, bastaba solamente eso, para que mi falo se volviera roca y sus venas se hincharan de sangre corriendo furiosa por los ríos de ése apéndice. Claudia, Claudia, tus tetas de vaca, tu gigantomastia.

-Sos una vaca, Claudia.

Mientras le decía eso, aprisioné mi miembro entre sus volúmenes de mujer.

-tus ubres, tus ubres, vaca; me enloquecen, naciste para esto, naciste pah ser una vaca esclava, una vaca con ubres.

Tanta lujuria me hizo perder el control y ella se dio cuenta (ella la astuta, ella la muy oportunista), tomó mi miembro con una mano y se llevó el chupete a la boca. Le agarré la cabeza con la intención de zafarme, mas ella había comenzado a chupar y fue más fuerte que yo, años luz más fuerte. Felación y "paja rusa" alternativamente. No sé qué cara habré puesto, pero con seguridad era sumamente ridícula y chistosa ya que en un instante, ella soltó una carcajada divertida. En ese punto, mi sentido del ridículo, mi orgullo de filósofo estoico, mi pretensión de místico Chaolín amateur se habían ido a la mismísima mierda, pero me importaba un carajo. Creo que puse los ojos en blanco o turnios, o sacaba la lengua, qué sé yo. La electricidad llegó a la yema de mis dedos y supe que iba a eyacular.

CONTINUARÁ