ENCOXADA, mi fetiche - Parte 1

Un recuento de las primeras veces que me abusaron en el transporte público y cómo éstas experiencias se convirtieron en mi fantasía sexual.

Me encanta que me manoseen en lugares públicos.

Todo empezó un día en la mañana cuando iba a la secundaria. Esa fue la primera vez que un desconocido me tocó el culo. Fue muy breve y muy esporádico. Difícilmente me di cuenta. Me imaginé que esa sensación de contacto con mis nalgas debía ser algo accidental; después de todo eran las seis de la mañana y el autobús que tenía que tomar siempre iba bastante lleno de personas con mochilas y maletines que se dirigían al trabajo o a la escuela. Fue sólo hasta antes de llegar a mi parada que caí en la cuenta de lo que estaba pasando.

Recuerdo que tuve muchas sensaciones encontradas que iban desde el enojo, hasta la curiosidad, pasando por la incredulidad, pero ultimadamente quedé paralizada y sin hacer nada, a la merced del extraño detrás de mi. El extraño movía su mano de arriba abajo, acariciándome el culo con suavidad, aprentandome las nalgas de vez en cuando. Sus dedos de introducían entre mis piernas, uno de ellos presionando mi vagina a través de mi falta escolar. Para mi sorpresa, empecé a sentir como se me humedecían las panties. Cerré los ojos y me concentré en imaginarme lo que dicho extraño hacía detrás de mi y lo mucho que debía estar disfrutando de mi culito.

Una vez que llegamos a mi parada, comencé a caminar hacia la puerta. El extraño me dio un último apretón de despedida mientras me abría paso entre el pasaje. Una ve quee bajé del bus, seguía sin poder creer lo que había sucedido y me la pasé el día pensando en cuál hubiera sido la mejor manera de reaccionar. Eventualmente lo olvidé, pero mi mente no podía evitar viajar al incidente de vez en cuando en los días siguientes.

Algunos días después me encontraba en la cama sin poder dormir. Pensaba en la escuela y el las clases que tendría el día de mañana. De pronto mi mete viajó hacia aquella mañana otra vez. La sensación era tan real, que casi podía sentir exactamente como se sentía la mano de aquél hombre soándome las nalgas, introduciendose entre mis piernas. Comencé a tocarme las tetas, mis pezones se endurecieron de inmediato. Recordé la falda a cuadros del uniforme que traía puesta, y traté de recrear exactamente la sensación de ese objeto extraño contra mis nalgas, Para mi sorpresa, sentí que mi pucha se humedecía, comencé a tocarme bajo las cobijas.

La manera en la que me metía los dedos, como me manoseaba con el vaivén del camión. Poco a poco iba recordando más detalles, como la memoria vaga de haber visto a un hombre alto, delgado, mayor, con un saco azul de pana que estaba colocado detrás mío, pero a quien no había prestado mucha atención al princippio. Terminé en menos tiempo del que me hubiera gustado, Luego me masturbé otra vez, y al día siguiente., cada vez con el mismo recuerdo en mi mente.

En la preparatoria llegué a tener más experiencias, pues nuevamente acudía al turno de la mañana y diario tenía que tomar el bus a las 7:00, hora pico en la ciudad. Una de las más excitantes se dio cuando llevaba una mini falda negra que apenas me cubría los muslos. Tenía una abierta coqueta en un lado que dejaba ver todavía más ms piernas. Subí al autobús y me recorrí hasta la parte trasera. Me tomé de uno de los tubos que colgaba sobre mi cabeza, tratando de acomodarme entre el mar de gente que había abordado detrás de mí. El chofer emprendió la marcha y todos los cuerpos comenzaron a moverse, tratando de ajustarse al vaivén del vehículo.

Un voluntario no tardó en hacerse presente; sentí como se acomodó justo detrás de mí y llevó una de sus manos a mi nalga, sobándola y apretándola suavemente, tratando de disfrazar sus movimientos con los del autobús. Con el pasar del tiempo, el manseo se tornaba más y más descarado, como si el extraño se hubiera dado cuenta de lo mucho que me excitaba. Sentí su verga rozar mi muslo, noté que se endurecía cada vez que hacía contacto. Decidí no hacer absolutamente nada. Me quedé ahí parada, sintiendo a este nuevo extraño complacer su pito contra mis nalgas. Nuevamente, sentí que mi vagina se humedecía.

El chofer aceleró la marcha de pronto y el impulso me hizo atraparme del tubo con más fuerza. Fue en eso que pasamos un tope y al momento del impacto del bus contra el pavimento, sentí como la punta de su miembro tieso se enterraba bruscamente entre mis nalgas. Ahí tomó la oportunidad para alejarse y luego empalarme de nuevo.

Cuando el autobús pasó el tope, sentí claramente como se apretaba contra mí y movía su verga contra mis nalgas de manera lenta y sensual. En ese punto podía incluso sentir su respiración contra mi cuello; la manera en la que gemía en voz baja y grave hacían que mis panties se mojaran más y más.

Recuerdo como apretaba ligeramente mis nalgas mientras me encoxaba. Seguía gimiendo casi en silencio en mi oído, sólo para que yo lo escuchara, como se daba placer. Esto continúo sólo por algunos minutos más, mi asaltante continuó masturbándose contra mis nalgas hasta que llegamos al punto en el que tenía que bajar y luego llegó el final de mi aventura.

Ya de camino a clase, de nuevo no podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar, me lo imaginé sacando chorros de leche caliente mientras sobaba su verga en casa, en el baño, donde sea que estuviera, pensando en cómo se había calentado a una completa extraña sin su consentimiento. Lo anterior sólo terminó reflejando mis propios deseos, así que inmediatamente me dirigí al último edificio, el que se encontraba cerca de las canchas, me escondí en uno de los cubículos y me dedeé el clítoris hasta que me vine. Después continué con mi día como si nada.

Para mi fortuna, esto se repitió una y otra vez. Todavía recuerdo la primera vez que me levantaron la falda para dedearme sobre los panties. Una vez que dejé la prepa continué con mi fetiche. Algunas veces, al venir en metro, de vuelta de la universidad y después de que se me pasaran las copas en algún antro, elegía irme en el vagón de hombres para calentar a algún extraño con mis nalgas o mi vagina.

Nunca me he atrevido a corresponderles con mi culo; creo que prefiero adoptar un rol pasivo y actuar como si nada pasara mientras me cachondean extraños en público, esa es la verdad; a veces me llegué a preguntar si alguien se daba cuenta, pero todos alrededor siempre parecían tan ensimismados, que nunca lo pareció.

Más de mis aventuras encoxada en el siguiente capítulo.