Encerrona en el Metro
Entraba y salía de mí con la mayor facilidad que he visto nunca, sus embestidas ayudadas por sus jalones de pelo, me hacían sentir una presa en manos de un predador.
Encerrona en el Metro
Me llamo Inés, 38 años, 167 cts. de estatura, 61 Kg. de peso, estoy casada, tengo dos hijos adolescentes y soy directora de una sucursal bancaria. Mi pelo es negro, sobre los hombros, y me considero una persona normal. Sin embargo hace unos meses me ocurrió algo en el metro que cambió mi rutinaria vida para siempre.
Por norma suelo tomar el metro para ir al trabajo y así evitar las retenciones de tráfico. Hace unos meses, como comentaba, reparé en un señor de más o menos mi misma edad, estaba sentado frente a mi asiento, aunque no le había prestado atención al hecho, me di cuenta de que ese hombre se sentaba siempre en el asiento de enfrente, con un maletín de piel, de esos de ejecutivos, muy parecido al mío. Le sorprendí mirándome, pero al fijar mi mirada en él, rápidamente cambió la vista para otro sitio. Supuse que le había gustado y no le di mayor importancia, sin embargo al día siguiente, allí estaba él como de costumbre, con su maletín y sentado frente a mí, a pesar de que casi nunca me sentaba en el mismo asiento. Aquello me alarmó, pensé que podía ser un admirador secreto, o un descarado mirón, o un ligón insolente, en fin, había conseguido que le tuviera en mente cada vez que subía al metro. Tras varios días observándole (y él a mí), reparé en un detalle que había pasado por alto, el maletín había sido manipulado, aunque casi imperceptible se podía ver un pequeño orificio en uno de los cantos, muy cerca del suelo, fue entonces cuando un rubor me invadió todo el cuerpo, ¿tendría una cámara oculta dentro del maletín para grabar a los transeúntes? ¡Dios mío! pensé- este tipo me ha estado grabando bajo la falda. Debo decir que suelo utilizar falda la mayoría de las veces, de hecho casi siempre son sobre las rodillas. Aquel día no pude concentrarme en el trabajo, sólo pensaba en la dichosa camarita oculta.
Aquella noche no comenté nada con mi marido, sin quitarme del pensamiento lo ocurrido en el metro y puesto que me costaba conciliar el sueño, se me ocurrió que a lo mejor podría provocarle, aunque debo reconocer que la posibilidad de ser observada me excitó enormemente. Decidí que a la mañana siguiente, iría con una minifalda, e intentaría, como la que no quiere la cosa, hacer un ligero cruce de piernas.
Mi puntual observador se subió al metro, y como suponía, se sentó frente a mí con su maletín portafolios entre sus piernas, yo me puse manos a la obra y comencé a "descuidar" las piernas, las entreabrí un poco, muy despacio pues aquel vagón estaba repleto de gente, y más tarde las abrí un poco más, supuse que mi mirón se llevaría a casa una buena película. El resto de la jornada transcurrió normalmente, a veces recordaba la escena y me sonreía yo misma. Por la noche pensé de nuevo en lo ocurrido y decidí ir añadiendo nuevos elementos a mi actuación, así que tomé la decisión de que a la mañana siguiente no llevaría ropa interior.
La espera del metro me hizo sentir pletórica, a sabiendas de que estaba desnuda bajo la minifalda, no sentí vergüenza, al contrario, mi adrenalina subía por momentos, veía a los hombres pasar junto a mí y me imaginaba escenas de todo tipo. En un momento dado dejé caer a propósito el ticket del metro y al recogerlo, me incliné exageradamente sin doblar las rodillas, esto tuvo que provocar una subida de tono del caballero que tenía detrás de mí. Sonreí para mis adentros pensando en la cara que habría puesto el desdichado. Ya en el vagón de costumbre y en el sitio de costumbre, me preparé para la escena. Allí estaba mi filmador, delante de mí, en la misma posición, se diría que era una estatua. Disimuladamente fui abriendo las piernas unos 45º, supuse que el ángulo era el perfecto para salir en la cámara, después cerraba y abría pausadamente las piernas para darle más morbo. Casi al final del trayecto, cuando el vagón se encontraba más ligero de personas, crucé disimuladamente varias veces las piernas, a uno y otro lado. Si quería una buena película, la tendría.
Por la noche en casa, me sentí excitadísima, tanto que comencé a masajear a mi marido, un tanto incrédulo por cierto, pues siempre es él quien lleva la iniciativa, debo decir que mi fantasía era con el portador de la cámara, aunque era el pene de mi marido el que tenía en mi boca. Tuve el mejor orgasmo en años, incluso grité cuando era penetrada por mi sorprendido esposo, cosa que él achacó a su virilidad, supongo.
Después de ese día siempre iba sin ropa interior y las faldas eran muy cortas, hasta el límite permisible. Mi observador siempre estaba ahí, llegué a soñar con él varias veces. Al fin me decidí a cometer una locura, le propondría una idea que llevaba algún tiempo rondando mi cabeza, el problema estaba en cómo me acercaría a él. Así estuve varios días hasta que por fin me decidí y tras filmarme como siempre, me levanté y me senté junto a él. Sin mirarle le dije.
-¿Quieres obtener una buena película? Sígueme.
Él no contestó. En la siguiente parada del metro me incorporé y tras salir del vagón, comprobé que me seguía a corta distancia. Entré en los servicios y esperé temerosa de que no se atreviera a entrar en los servicios de mujeres. Pero pasados unos minutos ahí estaba él, más sudoroso que una esponja y con evidente nerviosismo. Le comenté mi idea que no era otra que pagarle para que me siguiera a todos lados filmando con su cámara, pero esta vez yo quería una copia. Aceptó y después de perfilar los detalles quedamos para el siguiente día, en el mismo sitio de siempre, es decir, el vagón del metro.
Y he aquí que comenzó a ponerse en práctica mi proyecto, que por cierto, les recomiendo a todas aquellas mujeres que tengan problemas sexuales con sus parejas, por la rutina o por el trabajo. Como siempre, salí con minifalda y sin bragas, pero esta vez en vez de salir rumbo al trabajo una vez abandoné el metro, me dirigí hasta un centro comercial, pues había pedido el día libre (era parte de mi plan). Para salir hasta la boca del metro tuve que subir un sinfín de escaleras, sabedora de que mi trasero era grabado por mi fiel cámara. Mientras caminaba, él me seguía apenas un metro tras de mí sin descuidar el maletín, lo que me hacía sentir un verdadero objeto del deseo. De vez en cuando me agachaba disimuladamente, o esperaba detenida en un paso de peatones. Todo el recorrido hasta el centro comercial fue grabado, también mientras hacía las compras, mientras me detenía a contemplar los escaparates o mientras me probaba unos vestidos que "descuidadamente" quedaba la puerta del probador entreabierta. Pasado un rato me dirigí a la cafetería y me senté en una mesa, indiqué a mi cámara que se sentara conmigo y tras colocar el maletín bajo la mesa, abrí lentamente las piernas para dejar al descubierto mi rasurado sexo, sabiendo que la cámara grabaría para la posteridad aquellas escenas. Una vez terminado el encuentro acordamos reunirnos en la misma cafetería para entregarle el dinero y él a mí una copia de la película.
Al día siguiente estaba ansiosa por tener la copia de la película, pero al subir al vagón él no estaba allí, me dio un vuelco el corazón, ¿me habría engañado? pensé-. Terminé el trayecto con un enfado terrible y cuando bajé del metro rumbo a las escaleras que me conducían a la superficie, noté una mano en mi hombro. Me giré y ahí estaba él.
-Tengo que hablar contigo ahora. Dijo mientras me apartaba hacia un lado.
-¿Qué ha pasado? ¿No querrás más dinero que el acordado? Le contesté.
-No, sólo quiero poner esta preciosa película en Internet. Me espetó con aires de soberbia.
-¿Qué, estás loco? Mi posición social soy casada -Le grité.
-Tranquila, no te pongas así, tengo una solución para evitarlo, si tú estás de acuerdo, claro. -Volvió a decirme con el mismo aire de soberbia.
Ya más calmada, pensando que me iba a costar más dinero evitar aquella locura, asentí con la cabeza.
-Sólo quiero poseerte una sola vez, aquí, en los baños del metro. Si te niegas pondré la película en Internet. Me dijo sin cortapisas.
-Pero ¿cómo te atreves? Hijo de p -Me interrumpió poniendo la mano en la boca para que me callara.
-Como quieras nena, hasta luego y dio media vuelta para marcharse.
-Espera, espera un momento. ¿Cómo se que no me chantajearás otra vez? Le dije, mientras intentaba evitar que se marchara.
-Te daré el maletín completo, con todo lo que contiene, no he hecho copias, podrás tenerlo ahora mismo si accedes. Me contestó.
-Está bien cabrón, acepto, ¿dónde lo hacemos? Le pregunté.
Él miró a nuestro alrededor y tras hacerme una señal, hizo que lo siguiera al servicio de mujeres del metro. Abrió ligeramente la puerta y al ver que había mujeres utilizándolo, esperó pacientemente unos minutos sin soltarse de su maletín. Pasado ese tiempo, volvió a entreabrir la puerta y se coló dentro, las mujeres que se encontraban allí estaban en los reservados y no podían verlo. Me agarró la mano y me arrastró dentro. Buscó uno de los reservados libres del retrete y entramos a trompicones. Él se cuidó de cerrar la puerta y tras colocar el maletín sobre la cisterna del inodoro, pasó inmediatamente a la acción, me sentí morir pero no pude hacer nada, ese tipo me tenía atrapada, no podía permitir que esa película rodara por Internet, sería mi ruina. Me puso las manos en los pechos y tras un leve masajeo, me sacó las tetas, comenzó a sobarlas, a besarlas, a lamerlas, mi nerviosismo me tenía rígida, él hizo un gesto para que me tranquilizara y volvió a la faena. Mis tetas estaban atrapadas en sus manos, en su boca. En un momento dado, la sensación de miedo fue dejando paso al placer, intenté cerrar los ojos y disfrutar de aquel momento, pero seguía estando yerta por lo impropio del lugar y la situación. Él se había desabrochado con una de sus manos la bragueta y me había obligado a agarrarle su excitado miembro. Se me ocurrió entonces que si lo excitaba en demasía, quizá se corriera pronto y todo acabaría rápido, pero él era bastante astuto. Notó que mi mano le masajeaba muy deprisa y me frenó en seco la mano. Supe que todo se haría como él lo había planeado.
Después de un rato pegado a mis tetas como una lapa, me agarró por el pelo y me obligó a ponerme en cuclillas frente a él, tuve que meterme aquel ennegrecido falo en mi boca y succionarlo despacio, muy lentamente al principio (él marcaba el ritmo, pues me tenía agarrada la cabeza con sus manos, mientras sus caderas imitaban la cópula en mi boca), para después de un rato acelerar el ritmo de las embestidas de su miembro en mi garganta, en mi campanilla, que hacían que diera horcajadas para vomitar, pues el muy cabrón me la metía hasta el fondo de la garganta haciéndome mucho daño. Calculo que estuvimos así unos 15 minutos, que parecieron eternos, hasta que creyó que era hora de cambiar de posición.
Muy fuertemente volvió a agarrarme por el pelo para sacar su erecto y ensalivado miembro de mi boca y cogiéndome por la cintura me hizo señas de que me apoyara sobre el inodoro, de espaldas a él y frente al maletín que había colocado momentos antes. Así lo hice y tras apoyarme con las manos en la pared, él me obligó con unos golpecitos de sus pies a abrirme la piernas, después se agachó y comenzó a lamerme las piernas, desde la corva de las rodillas hasta los muslos, lentamente, suavemente, su humedecida lengua recorría un camino ascendente que me hacía vibrar por completo, sabedora de que pronto llegaría a la zona deseada. Cuando llegó a la parte superior de los muslos y sin levantarme la minifalda todavía, se detuvo lamiendo con su lengua el exterior de los muslos, después pasó al interior, casi donde empiezan las nalgas. La ruborización que me producía esta situación era percibida por él, puesto que la carne de gallina que me producía el cosquilleo de su lengua hacía que vibrara exteriormente. Él metió ambas manos entre los muslos, juntas pero giradas hacia el exterior, a la altura de las nalgas y con un ligero esfuerzo separó las carnes de los glúteos, dejando a la merced de sus dedos la entrada de mi sexo, aún oculta bajo la corta minifalda.
Fue espectacular, se aproximó a mi culo y con la cabeza prácticamente bajo la falda (aún no la había remangado), me besó los labios exteriores de mi sexo, ya completamente mojados por la excitación indisimulable que a esas alturas iban acompañados de unos leves espasmos, incluso con algunos jadeos que estoy segura se oyeron desde la zona de los lavabos. Su lengua se hundió dentro de mí, como si fuera un segundo miembro fálico, jugueteaba con ella dentro de mi sexo hasta el punto que me sentía desfallecer. Las piernas hacían un esfuerzo enorme para mantenerse erguidas, pues la propia inercia de los espasmos hacía que me abriera aún más, facilitándole con la apertura casi total de las piernas su trabajo con la lengua. Me notaba totalmente húmeda, no sólo por la propia saliva de él, sino por mis fluidos vaginales que denotaban una excitación extrema. Fue en esta situación cuando se incorporó y desabrochándose el cinto de sus pantalones, bajó estos hasta los tobillos, pude verlo a través de mis abiertas piernas. Con suma lentitud levantó la minifalda hasta la cintura, de manera que quedó colocada sobre las caderas dejando a la vista la totalidad de mi trasero. Noté como separaba nuevamente mis nalgas y con un dedo inspeccionaba el orificio anal, después se ensalivó ese mismo dedo con su boca y volvió a colocarlo a la entrada de mi culo, esta vez con ánimo de introducirlo, cosa que por cierto, deseaba. Debo decir que había practicado alguna que otra vez el sexo anal y a pesar de que siento placer con su práctica, no es una cosa que me volviera especialmente loca.
Jugueteó con su dedo dentro de mis entrañas, escupiendo de vez en cuando para lubricarlo y cuando lo creyó apto para él, colocó su erguido miembro en la entrada y fue poco a poco, dulcemente, introduciéndolo en su interior hasta la totalidad, hasta su base, hasta los testículos. No pude evitar dar un grito de placer, cosa que él aprovechó para aumentar el ritmo de las embestidas de una forma frenética que me arrancaron una serie de aullidos y gritos como nunca me había pasado. Entraba y salía de mí con la mayor facilidad que he visto nunca, sus embestidas ayudadas por sus jalones de pelo, me hacían sentir una presa en manos de un predador. Hice un esfuerzo para no caer al suelo pues la fuerza de las embestidas me obligaba a apoyarme firmemente contra la pared para evitar que mi cara se estrellara contra la sucia pared de mármol del inodoro público. Así estuvo mi socio de la cámara oculta hasta que creyó que iba a correrse, pues la sacó rápidamente y para evitar una eyaculación antes de lo que él hubiera deseado, se apretó firmemente el glande de su miembro durante unos segundos, yo me incorporé al sentir que todo había terminado, pero pasados esos segundos de pausa, volvió a colocarme en la misma posición anterior, pero esta vez introdujo de una sola vez su mojado miembro dentro de mi sexo, fue el estallido de placer más delicioso de mi vida, me mordí los labios para no gritar.
En estas embestidas dentro de mis entrañas jugaba un papel importante su brazo, pues me tenía casi inmovilizada por los pelos, hasta el punto de que mi cabeza sólo podía mirar al techo ya que él evitaba que pudiera echar la cabeza hacia el frente, esto me daba una sensación, como decía, de ser poseída por la fuerza de una bestia, lo que aumentó mi placer, tuve, no me avergüenza decirlo, varios orgasmos, que a punto estuvieron de hacerme caer al suelo por la propia debilidad de las piernas. Mi esporádico amante del metro entraba y salía de mí, con la facilidad que le daba la propia lubricación de mis orificios, él estaba inmerso en las embestidas por atrás desde hacía ya varios minutos, y comenzaba a jadear con más nitidez que yo, estaba a punto de estallar, lo presentía. Entraba, salía, volvía a entrar y con el mismo ímpetu volvía a salir, el ruido provocado por sus muslos contra mis nalgas, daba una sensación ridícula a la puesta en escena. El choque de sus carnes contra mis entrañas, me hacían volar a un paraíso imaginario del que hubiera deseado no acabar nunca, pero irremediablemente terminó, y terminó cuando aflojó su fuerza en mis cabellos y cuando se relajó hasta el punto de tumbarse sobre mi espalda, había dejado su simiente dentro de mí, como un recuerdo imperecedero de ese día, como su sello personal sobre mi cuerpo, su cuerpo. Mi sexo, que no me pertenecía, era suyo, hasta que recobrase el aliento de tan tremenda batalla. Mis muslos chorreaban fluidos viscosos que rodaban hacia las piernas aún abiertas en posición triangular. Él se subió los pantalones sin decir una palabra, me besó en las nalgas y se retiró de allí con el mismo sigilo como había entrado. Yo por el contrario permanecí un rato más apoyada en la pared y con las piernas completamente abiertas, aún chorreantes, y recobrando el aliento perdido en la frenética refriega. Poco a poco fui volviendo a la realidad, me encontraba en un servicio público y acababa de ser penetrada por un desconocido, pero tenía el maletín, una vez llegara a casa, me lavaría y todo se olvidaría. Me coloqué la minifalda, cogí el maletín y me dispuse a salir de allí. Cuando abrí la puerta del servicio me encontré con la mirada desorbitante de dos chicas de unos 20 años, que posiblemente fueran testigos de lo acontecido en el pequeño habitáculo. Sin mirar atrás, salí de allí con la rapidez que mis piernas pudieron llevarme.
Una vez en casa, me duché y me dirigí a mi habitación para abrir el maletín con ansias de visionar la película. El maletín de cuero se abrió apenas hice presión en los botones de ambas cerraduras. Saqué todos los papeles que había dentro y los puse sobre la cama, la calculadora, los dos bolígrafos, la agenda electrónica y nada más. ¡No podía ser!, volqué el maletín sobre la cama, pero no había nada más, el agujero del lateral era un agujero accidental, no había cámara, sólo papeles y más papeles, pólizas de seguros y direcciones de clientes, el muy cabrón era un vendedor de seguros. Todo fue imaginación mía, ¡oh no! se aprovechó de mí, de mi cuerpo, de mi sexo, de mi estupidez. ¡Qué idiota fui!
No he vuelto a verle nunca más, pero a pesar del enfado, aún recuerdo aquellas escenas en el metro, a decir verdad, las añoro, las echo de menos.