Encerrado con mis primas Capítulo 8
Pues eso. murmura acariciando lentamente mi piel, llegando hasta mi sexo para aferrarse a él. Yo te echo una mano Y tú me la echas a mí.
Capítulo 8: ¿Me llenaría la boquita?
Mirando una última vez el reloj, me pongo en pie para acercarme a la puerta, abriéndola levemente, asomándome lo justo para escuchar. Concentrándome en mi oído, me atrevo a abrir completamente la puerta cuando no escucho movimiento alguno en el apartamento, saliendo de mi cuarto. Cerrando tras de mí, camino lentamente por el pasillo, intentando no hacer ningún ruido hasta plantarme delante de la puerta del cuarto de Maya. ¿Y ahora qué? ¿Cómo le aviso que estoy fuera? Si llamo me podrían oír alguna de mis otras primas... ¿Entro sin más? Pero, ¿y si se enfada? Aunque pensándolo bien, se enfadará de todas maneras.
Abriendo la puerta con cierto nerviosismo, me cuelo rápidamente en el interior del cuarto, sorprendiéndome por la poca iluminación que hay, la cual procede únicamente de la pantalla del ordenador. Viendo a Maya mirarme con duda desde su silla, agacha la cabeza antes de suspirar, esperando a que cierre la puerta para hablar en susurros.
— ¿Te han visto? —pregunta mientras dudo si acercarme o no.
— Creo que no. —respondo poniéndome más nervioso cuando se alza de la silla.
Haciéndome un gesto para que me acerque a ella, mi miedo y duda por la situación me hace avanzar con precaución, mientras mis ojos revisan el cuarto, esperando encontrar algún tipo de trampa. ¿Y si se ha enfadado hasta el punto de intentar preparar algo para que me echen? ¿Y si está grabando y…?
— Esta tarde has dicho que querías hablar conmigo. —murmura Maya, con una mirada dura—. Sé lo que vas a decir, pero hay algo que te quiero dejar claro después de pensarlo mucho.
— ¿El qué? —respondo frunciendo el ceño.
— No pienso dejar que me chantajees. —replica mi prima, cruzándose de brazos—. No voy a hacer nada contigo.
— Es que tampoco te lo he pedido. —contesto levantando las manos.
— Si quieres contarlo y joderme la vida, hazlo. —amenaza mi prima, ignorándome—. Pero te aseguro que dedicaré todo lo que resta de ella a putear la tuya.
— Maya, tranquila, creo que lo has malentendido todo. —murmuro intentando hacer que se relaje. ¿Joderle la vida? ¡¿Pero qué demonios tiene en ese teléfono?!
— ¿Malentendido? —protesta Maya, alzando un poquito el tono—. Me amenazaste con… Lo que ya sabes, y luego me chantajeas.
— Pero yo no te he chantajeado con eso. —contesto negando con la cabeza—. Fuiste tú la que pensó eso.
— Obviamente. —dice alzando los brazos, cabreada—. Después de lo que has visto, me chantajeas, no quieres dinero… Estaba claro lo que querías.
— Maya, te lo digo en serio. —respondo acercándome y bajando mi tono para intentar calmarla—. Siento que lo hayas malentendido, pero ten por seguro que jamás te chantajearía a cambio de favores sexuales.
Frunciendo el ceño, algo contrariada, sus ojos me analizan durante varios eternos segundos en los que un pequeño silencio incómodo se instala en el cuarto, haciendo que me dificulte aguantarles la mirada a esas esferas de color castaño.
— Entonces, ¿qué es lo que quieres? —pregunta algo más tranquila mi prima.
¿Qué es lo que quiero? ¿Qué digo ahora? Mi intención era admitir que no sé nada del contenido de su teléfono, y disculparme… Pero creo que, si le digo eso ahora, será peor la reacción. ¿Pero que puedo pedirle para que no se ofenda? Ahora mismo no hay nada que necesite de ella… Aunque tengo demasiada curiosidad por su secreto. ¿Cómo podría hacer que me lo contase? ¿Y si le hago una pregunta retórica? ¡Eso es, Fabio! ¡Eres un puto genio!
— Maya. —suspiro adoptando una mirada seria—. La verdad es que quería castigarte un poco por el chantaje que me has hecho las últimas semanas, pero mi intención no iba a pasar de mandarte cuatro tareas tontas.
— ¿En serio? —pregunta con cierta duda, viendo su rostro relajarse más.
— Sí. —respondo con una mueca—. Siento que no haya sido claro, y que hayamos terminado así.
— Ya. —murmura Maya, con su genio aplacado.
— Aunque si hay algo que quiero. —digo haciendo que un leve ceño fruncido se instale en su mirada.
— ¿El qué? —pregunta con cierta acusación en sus ojos.
— Saber la historia tras eso. —respondo señalando su teléfono—. ¿Por qué?
— ¿Por qué? —dice frunciendo más el ceño, haciendo que sienta unos instantes de miedo de haberla liado—. Bueno, porque me gusta.
— Pero… —balbuceo dejando la frase en el aire.
— ¿Qué pasa? ¿No me puede gustar? —replica Maya, fusilándome con sus hermosos ojos—. Tampoco es tan raro.
— Pero, con todo el respeto, tampoco es muy normal. —insisto intentando que se delate.
— ¿Y qué es normal? —protesta cruzándose de brazos—. Me gusta hacer eso, y no eres nadie para censurar mis gustos, sabiendo que te pajeas con las bragas usadas de tu prima.
— No me estoy metiendo con tus gustos. —me defiendo con una mirada conciliadora—. Pero debes admitir que no es algo que haga la mayoría.
— Bueno, cada uno hace lo que quiere. —replica Maya, alzando sus hombros—. Hay gente que le gusta oler bragas, y otros a los que nos gusta grabarnos para escribir historias.
¿Cómo? ¿Grabarse para escribir historias? ¿De qué demonios está hablando? Si eso es lo que le gusta, significa que lo que debe haber en su teléfono son grabaciones suyas en plan sexual. Ahora entiendo su miedo y desesperación… Pero, ¿para escribir historias? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Qué se graba haciendo cosas sexuales como inspiración para escribir historias? Es la primera vez que escucho algo así… Alguna vez he leído relatos eróticos en internet, y sé que hay gente que relata vivencias reales, ¿pero grabarse para poder escribir sobre ello a propósito? Joder…
— Supongo que tienes razón. —cedo intentando despejar la duda que tiene su rostro por mi silencio—. Pero es algo sorprendente, sobretodo viniendo de ti.
— ¿De mí?
— Quiero decir, eres siempre tan reservada con esos temas que…
— ¿Qué? ¿Pensabas que era una frígida? —dice Maya, frunciéndome aún más el ceño—. Que no vaya por ahí zorreando como las otras, no significa que no me gusten esas cosas tanto como a cualquiera.
— No es eso. —respondo alzando las manos en señal de inocencia—. Pero con lo vergonzosa que eres con la ropa, que llegues a hacer algo así… Es sorprendente.
— Son temas distintos. —replica mi prima—. No me gusta exponerme.
— Pero te grabas. —contesto, confuso.
— Nadie ve esos videos, ni siquiera los chicos. —murmura con mala cara—. Sólo los veo yo.
Espera… ¿Los chicos? ¿Quiere decir que en esos videos participa con más personas? ¡No me lo puedo creer! Cuando ha dicho que se grababa, pensaba que se refería a tocarse o hacer movimientos sugerentes delante de la cámara, pero si hay otras personas significa que se ha grabado teniendo sexo. ¡Tiene porno casero en su teléfono!
— O veía, hasta que un malnacido se ha colado en mi cuarto y me ha robado cosas del teléfono. —dice matándome con la mirada.
— Empezaste tú con el chantaje, yo sólo quería librarme de mi video y encontré eso por casualidad. —respondo frunciendo el ceño, intentando mantener una postura fuerte. Sí, lo que he hecho está mal, pero ella comenzó con la guerra.
Debería haber curioseado su galería… ¿Habrá cambiado la contraseña? ¿Estaré a tiempo de verlos? Sé que no debería, es mi prima, ¿pero a quién voy a engañar a estas alturas? Quiero verla. Dios… ¿Cómo será Maya follando? ¿Debería arriesgarme a intentar volver a curiosear su móvil? Aunque seguramente ya será imposible, no creo que se separe de él después de lo ocurrido. ¿Y si es al revés? Como se supone que ya sé y he visto lo que hay en el interior, ¿y si le da igual que lo vuelva a agarrar?
— En fin, ¿zanjamos el tema? —suspira finalmente Maya, mirándome con cansancio—. Quizá me pasé al chantajearte, y tú te has pasado profanando mi privacidad…
— Quizá. —admito copiándole el suspiro.
— Olvidémoslo todo, y hagamos como si nada hubiese ocurrido. —propone mi prima, relajando su postura.
— Me parece bien. —acepto con un cabeceo.
— Pero una cosa quiero dejarte clara. —dice alzando la mano en señal de advertencia.
— ¿El qué?
— No te voy a decir que borres los vídeos delante mio, porque ya los has visto, y eres un pajillero que tendrá ya mil copias en la nube. —dice poniéndome una mirada terrorífica—. Pero como algún dia sepa que los has enseñado a alguien… Iré a la cárcel por asesinato, ¿me entiendes?
— S-Sí. —respondo algo intimidado—. Y, aunque no me vayas a creer, te aseguro que los borraré.
— Ojalá sea cierto. —contesta Maya, suavizando su mirada.
— Pero… ¿Podría pedirte algo a cambio? —digo volviendo a notar dureza en sus ojos.
— ¿El qué? —responde frunciendo el ceño.
— ¿Podría leer tus historias? —pregunto cambiando la molestia por confusión en el rostro de mi prima.
— ¿Leer? —replica alzando una ceja—. Si ya las puedes leer por la web.
— Ya, pero me refiero a leerlas de manera anticipada. —argumento intentando salvar los muebles—. Es que me ha gustado lo que he leído.
Viendo los ojos de Maya escrutarme con detenimiento, finalmente su rostro se vuelve a suavizar antes de asentir con la cabeza, haciéndome suspirar. Ya que seguramente no voy a poder conseguir ver esos vídeos, por lo menos puedo leer las historias basadas en esos vídeos.
— Está bien. —asiente Maya—. Cuando acabe los capitulos, te los dejaré leer antes de publicarlos.
— Gracias. —respondo con un cabeceo.
— En fin, vete ya que me quiero ir a dormir. —sentencia recuperando su habitual apatia, girándose hacia su escritorio.
— Está bien, buenas noches. —me despido encarándome hacia la puerta.
— ¡Ah! Y Fabio. —dice frenándome cuando ya estoy agarrando el pomo de la puerta.
— ¿Sí?
— Cómo te vuelva a pillar pajeándote con mis bragas, se lo pienso decir a mi madre y a la tuya. —amenaza sin mirarme, sentándose en su silla.
— Entendido. —respondo con un nuevo suspiro.
— Buenas noches. —se despide mientras salgo por la puerta.
Cerrando cuidadosamente, inspiro profundamente, sintiéndome mentalmente agotado por la conversación con mi prima. Andando despacio por el silencioso pasillo, un leve ruido a mi izquierda hace que me sobresalte cuando la puerta del cuarto de Verónica se abre, apareciendo mi prima con mala cara. Sin darme tiempo a decir absolutamente nada, su mano se estira para agarrarme del brazo, metiéndome en su cuarto apenas iluminado por una pequeña lámpara en su mesita de noche.
Obedeciendo su orden de entrar en silencio, para que el resto de integrantes no se enteren, mis ojos repasan la sexy ropa interior de mi prima mientras cierra la puerta, devolviéndole la mirada con confusión al encontrar enfado en la suya.
— ¿Qué estabas haciendo en el cuarto de Maya a estas horas? —pregunta Vero, acercándose para plantarse a escasos centímetros de mí, con los brazos cruzados delante de su sujetador deportivo.
— Yo… —murmuro algo atontado por su repentino secuestro—. Hablando.
— ¿Hablando? ¿A estas horas? —responde frunciendo el ceño.
— Sí. —asiento algo intimidado por su mirada.
Viendo sus ojos analizarme con cuidado, Vero finalmente descruza sus brazos para acercarse a mí de golpe, haciéndome pensar que a besarme ante la cercanía de nuestros rostros. Quedándome completamente petrificado, siento las manos de mi prima aferrarse a mi pantalón antes de sortearlo junto a mi ropa interior, dejándome completamente perplejo y anonadado cuando sus dedos agarran mi verga, palpándola sin vergüenza.
— ¡¿Q-Qué demonios haces?! —susurro sorprendido, sin atreverme a moverme.
— Comprobar si es verdad lo que me has dicho. —responde con un tono más suave.
— Per…
— Está bien, no está húmedo. —contesta más relajada, incluso dibujando en su rostro una sombra de sonrisa—. Y está creciendo muy rápido.
— ¿Y qué esperabas? —replico algo avergonzado, sin atreverme a mover un músculo.
— Esperaba que hubieses chantajeado a Maya por algún favor. —responde con sinceridad mi prima, poniendo una leve mueca en la cara—. Me alegra que no lo hayas hecho. Cuando te he escuchado entrar en su cuarto, me he temido lo peor.
— ¿Tan ruin te crees que soy? —murmuro frunciendo el ceño, tragando saliva ante la sensación de su mano en mi verga, la cual no aparta después de la comprobación.
— Primito, yo también he tenido tu edad, y sé lo que son las hormonas alteradas en un virgen. —contesta con una mirada de disculpa—. Comprende mis sospechas.
— Jamás haría algo así, por muy virgen desesperado que sea. —respondo sin mucha convicción, ignorando el hecho de que sus dedos se deslizan ahora por mi creciente erección muy lentamente.
— Está bien, lo siento. —murmura dejándome un fugaz beso en los labios—. Siento haber dudado de ti, primito.
— Ya.
Tragando saliva mientras nuestros ojos se observan fijamente en silencio, pasamos varios segundos en esa postura, provocando que mi miembro alcance su plenitud en la mano de mi prima, estirando las capas de tela que hay delante hasta rozar con el vientre de Vero, la cual no ha parado de palpar sin vergüenza mi masculinidad.
— Joder, Fabio... —susurra bajando fugazmente la mirada—. Cómo has crecido.
— No deberíamos hacer esto. —replica la última parte de cordura de mi mente.
— Ya hemos hablado de eso antes, ¿recuerdas? —responde en un murmullo, haciendo que mi mirada vaya a sus labios cuando se relame—. No hay nada de malo en echar una mano.
— Pero… —jadeo cuando su mano comienza a moverse, pajeándome dentro de la ropa.
— Deja que me disculpe y solucione el problemita que he creado. —dice Vero, moviendo sus dedos con maestría.
Debatiéndome mentalmente entre dejarle o frenarla, mi moralidad me exige detenerla, mientras mi cerebro dice que la deje seguir, al fin y al cabo, sólo me está echando una mano… ¿No?
— Así va a ser un poco incómodo. —comenta Vero con una sonrisa traviesa.
Acelerando mi corazón cuando suelta mi verga y se inclina ante mí, baja mis pantalones y mi ropa interior hasta las rodillas de un tirón, liberando mi erección que a punto está de golpearle en la cara cuando arrastra mi ropa hasta los tobillos. Mandando a la mierda mi moralidad y fantaseando con que se la meta en la boca, algo de decepción me recorre cuando se alza de nuevo, volviendo a agarrármela mientras sus ojos no son capaces de dejar de mirarla.
— Madre mía. —suspira alzando brevemente su mirada—. Y pensar que esa cosita que veía cuando de niño te bañabas en el lago desnudo se convertiría en esta maravilla…
— Vero. —respondo tragando saliva, disfrutando de las caricias que retoma la mano de mi prima.
— Nunca había tenido una tan grande en mis manos. —susurra mi prima, acelerándome más el pulso cuando su otra mano apresa mis huevos, empezando un masaje—. Y que dura…
— Yo…
— Tendrías que depilarte. —dice Vero, alzando su mirada a mis ojos para volver a relamerse mientras sus caricias se transforman en una paja en toda regla—. Te quedará más bonita y apetecible.
— S-Suelo recortarlo. —contesto viendo una divertida sonrisa en mi prima.
— Mejor completamente depilada. —murmura con su lobuna dentadura perfecta—. Cuando no hay pelos de por medio, apetece más chuparla.
— Entiendo. —respondo sintiendo mi corazón querer salir de mi pecho.
— Y ya, de por sí, la tuya incita a hacerlo, propone muchos retos para la chica. —musita Vero, bajando pensativa la mirada hacia la paja que me está haciendo—. ¿Has dónde me llegaría? ¿Podría metérmela entera en la boca? ¿Esos enormes huevos soltarán tanta leche como parece? ¿Me llenaría la boquita?
Demasiado cachondo por las palabras de Vero, junto al pensamiento de que mi prima me está pajeando, provoca que mis labios se abran para dejar escapar un leve gemido, mientras mi verga comienza a soltar ráfagas de semen sobre el vientre de mi prima, la cual detiene un segundo la paja por la sorpresa antes de retomarla con más ímpetu.
— Eso es, sácalo todo. —dice Vero en medio de mi éxtasis, sacudiéndomela con energía.
Sintiendo en el cielo, mi estado de excitación provoca que me lance sobre los labios de mi prima, la cual me devuelve el beso mientras termino de vaciar mis huevos sobre su vientre, metiendo su lengua en mi boca para empezar a bailar con la mía. Notando que, poco a poco, la mano de Vero se detiene, finalmente mi renovada cordura me hace alejarme de la boca de mi prima, viendo una ligera sonrisa en sus labios.
— Yo… —murmuro bajando la mirada hacia su cuerpo, viendo su vientre y ropa interior repleta de ráfagas de mi simiente—. Lo siento.
— Tranquilo, aunque podrías haberme avisado. —contesta soltándome finalmente la verga con una sonrisa—. Estás agarrando la mala manía de bañarme las piernas con tu semen sin avisar.
— Lo siento. —repito algo dolido por mi brevedad—. No he podido aguantarlo.
— No pasa nada. —replica acariciándome fugazmente la mejilla—. Eres virgen, no tienes experiencia con mujeres, es normal.
— Pero…
Mirándome con cierta diversión, Vero se gira para irse hasta su escritorio, rebuscando en uno de los cajones para sacar unos pañuelos de papel, comenzando a limpiarse tranquilamente. Quedándome algo conmocionado, una breve risa suya me hace reaccionar, mirándola sin comprender su diversión.
— Es tarde, pero creo que me daré una ducha. —murmura finalmente con un suspiro, caminando hacia mí cuando termina de limpiarse mi simiente.
Dándome un fugaz beso que me deja más atontado, la veo dirigirse a la puerta sonriente, provocando que no pueda evitar mirar su trabajado trasero, ni aunque me haya corrido hace apenas unos segundos. Girándose de golpe al agarrar el manillar de la puerta, ignora mi escrutinio de su anatomía, dedicándome una mirada tierna.
— Buenas noches. —dice señalando mi desnudez con la cabeza—. Si lo necesitas, mis bragas estarán en el cesto del baño.
Sin esperar respuesta, Vero me lanza un guiño antes de salir de su cuarto, provocando que reaccione con la soledad. Aún aturdido por lo que acaba de pasar, me apresuro a acomodarme de nuevo la ropa y salir de la habitación de mi prima, teniendo que esquivar a alguien que me sorprende a la salida.
— Cuidado, joder. —espeta Anna con el ceño fruncido, cambiando su expresión de molestia por la de confusión al reconocerme con la leve luz que sale de la habitación de Vero.
— Perdón. —balbuceo escapando rápidamente, veo en su mirada la intriga, seguramente queriendo averiguar porque salgo de allí a las 2 de la madrugada.
Escondiéndome velozmente en mi cuarto, me cierro en mi guarida ante de que le de tiempo a decir nada más, exhalando un profundo suspiro antes de dejarme caer en la cama, agotado física y mentalmente.
¿Qué demonios acaba de ocurrir?
— ¡Fabio! ¡Prepárate que salimos en dos minutos! —anuncia Inés desde el pasillo, sobresaltándome.
Desde que ha amanecido, me he refugiado en mi cuarto, saliendo únicamente para la comida, donde he devorado a toda prisa mi plato antes de regresar a mi habitación, huyendo de los ojos de todas mis primas.
La noche ha sido larga, muy larga. Por un lado, no podía dejar de pensar en mi conversación con Maya, provocando que en mi cabeza se crearan alocados planes para poder vislumbrar el porno de su teléfono, haciendo nacer mi calentura. Por otro, el recuerdo de lo sucedido con Vero, me atormenta el pensamiento una y otra vez, batallando mi moralidad contra mi deseo. Y, para finalizar, la sensación de que Anna había averiguado algo, me asustaba más aún.
No habrá notado nada, ¿no? Sólo es una paranoia mía, ¿verdad? Pero esa mirada confusa que tenía… ¿Qué podría estar haciendo a las dos de la mañana en el cuarto de una de sus hermanas? La cual es públicamente cariñosa conmigo… ¿Quién no malpensaría? Aunque claro, realmente ha pasado algo. ¿Y si se ha cruzado con Vero y le ha visto algún rastro de mi orgasmo? ¿Y si ha notado el olor del cuarto o de mí? Joder…
Bajando la pantalla del portátil, donde una película se reproduce desde hace un buen rato sin que nadie la mire, me siento en el borde de la cama para notar la extraña sensación de ponerme las zapatillas. Qué raro se siente…
Saliendo al pasillo y luego al recibidor, Inés me recibe con un gesto de cabeza, tendiéndome una mascarilla para luego colocarse la suya, abriendo la puerta sin decir nada más. Sintiendo que estoy haciendo algo ilegal, salgo a la calle siguiendo a la mayor de mis primas, acompañándola hasta el coche para ocupar el asiento del copiloto.
— Que sensación más extraña ver que no hay casi nadie. —murmura Inés, arrancando el motor.
Viendo a los pocos transeúntes que recorren la acera alejarse unos a otros, como si fuesen polos opuestos de un imán, tengo la sensación de estar en una escena de una película postapocalíptica. ¿Cuánto tiempo estaremos confinados? ¿Y cómo será la vida después de esto? Aunque nunca me podría haber definido como una persona muy sociable, sí que echo de menos hacer planes con mis amigos… ¿Cuándo podré volver a tomar algo por ahí?
Y ahora que lo pienso, ¿cómo lo hará la gente para ligar? ¿Cómo lo haré yo? Si ya sufro a niveles inimaginables de normal, ¿cómo lo haría con mascarilla y con distancia social? Creo que al final terminaré virgen de por vida…
— Oye, Fabio. —dice Inés, conduciendo sin prisa hacia el supermercado, aunque la carretera este desierta—. ¿Estás bien?
— ¿Cómo? Sí… Estoy bien. —respondo confuso, viendo cómo me dirige una rápida mirada—. ¿Por qué preguntas?
— No sé, los últimos días estás más callado de lo habitual, y apenas sales de tu cuarto. —contesta lanzándome otro vistazo rápido.
— Creo que me está afectando un poco eso de estar encerrado. —replico dirigiendo mis ojos hacia el asfalto, huyendo de sus hermosos ojos azules.
¿Qué le voy a decir? ¿Qué primero me chantajeaba Maya con un video mio masturbándome? ¿Qué luego la chantajeé yo? ¿Qué me pajeé con los muslos de Vero? ¿Y que ayer me hizo una paja con sus manos? ¡¿Cómo demonios voy a estar tranquilo así?!
— Ya… —murmura con un tono poco creíble—. Y no tendrá que ver con alguna de mis hermanas, ¿no?
— ¿C-Cómo? —tartamudeo con cierto miedo. ¿Lo sabe? ¿Sabe algo?
— Vamos, Fabio, no soy estúpida. —replica Inés haciéndome tragar saliva, mirándola aterrado.
— Yo no…
— Apenas levantas tu mirada del plato cuando comemos, te pasas encerrado más tiempo incluso que Maya. —contesta Inés, comenzando las maniobras para aparcar—. Además, varias veces he escuchado la voz de mis hermanas en tu cuarto.
— Eso… —murmuro sin saber que decir.
— Fabio, sé que, seguramente por la diferencia de edad, nunca hemos tenido una relación tan cercana como la tienes con Vero, o con Anna en su dia. —dice con un suspiro, aparcando y apagando el motor, girándose a mirarme—. Pero quiero que sepas que me puedes contar cualquier cosa. Somos familia, tenemos que ayudarnos.
— Ya. —respondo escuetamente, formando una ligera mueca en la cara de mi prima.
— He querido que viniéramos solos para poder hablar de esto. —añade haciendo que me tense su escrutinio.
— Estoy bien, de verdad. —miento con todo el convencimiento que puedo.
— Pues no lo parece, últimamente tienes una cara de ansiedad constante. —replica frunciendo ligeramente el ceño.
— Es que yo siempre he sido de salir a pasear en el pueblo. —miento nuevamente, viendo una línea recta formarse en sus labios—. Y estar encerrado tanto tiempo en casa…
— Ya. —responde suspirando antes de dirigir una mirada más seria hacia mí—. Y no será cosa de mis hermanas, ¿verdad?
— ¿Qué? No. —murmuro huyendo de sus ojos nuevamente.
— Fabio, si te están haciendo algo, puedes decírmelo y te ayudaré. —insiste mi prima, haciendo que me imagine en una mesa de interrogatorios con la abogada Inés sometiéndome al tercer grado—. Igual que te ayudé cuando Anna intentó aprovecharse de ti para hacer las tareas domésticas.
— Inés, estoy bien, de verdad. —digo con toda la seriedad posible, aguantándole la mirada hasta que lanza un nuevo suspiro.
— Está bien. —cede con una mueca en su rostro—. Pero si alguna vez necesitas mi ayuda, dímelo.
— Sí.
Viéndola lanzarme una última mirada, Inés se coloca nuevamente la mascarilla, saliendo del coche después de que la haya imitado yo. Sintiendo la situación algo incómoda, la sigo hacia la fila que espera su turno en la puerta del establecimiento, quedándome en silencio a su lado. Que larga se me va a hacer la compra…
Sintiendo los ojos de Inés pegados en mi espalda, me escabullo rápidamente por el pasillo después de organizar la compra en la cocina, exhalando un largo y profundo suspiro al entrar en mi burbuja.
Me siento mal por mentirle a mi prima, y rechazar la ayuda… Pero es que tampoco puedo decirle el motivo por el cual he estado mal estos últimos días. En fin, se supone que ahora ya lo tengo todo arreglado con Maya, y lo de Vero… Creo que es mejor dejar de comerme la cabeza con ello. Me he corrido en sus muslos, me ha pajeado, me besa… ¿Para qué me voy a fustigar con la moralidad si a ella no le importa? Debería disfrutar y callar, y es lo que haré.
Sobresaltándome ligeramente al escuchar mi teléfono sonar en el bolsillo, lo saco viendo una fotografía de mi mejor amigo en la pantalla, haciendo que inspire profundamente antes de responder.
— ¿Sí? —digo caminando hasta el borde de mi cama, quitándome las zapatillas con los pies antes de ocultarlas bajo mi lecho.
— Hola, bro . —responde con un hilo de voz.
— ¿Qué pasa? ¿A qué viene ese tono fúnebre?
— Pues que estoy jodido. —dice haciendo que recuerde la historia del otro dia.
— ¿No se han calmado las aguas? —pregunto levantándome para ir hasta mi escritorio, sentándome en la silla.
— No, sigo viviendo en mi habitación, tengo que ir al baño y la cocina de madrugada, para que no me vean. —responde Héctor—. Y ayer casi me pilla el gorila.
— Bro , no puedes seguir así. —murmuro con una mueca, imaginándome la situación.
— Lo sé, pero… ¿Qué hago? —replica con un resoplido—. No tengo dónde ir, mis padres me han cerrado la puerta del pueblo.
— Vaya. —digo suspirando, pulsando el botón de mi portátil, intentando pensar alguna solución.
— Y creo que el gorila está tramando quedarse toda la noche despierto para cazarme. —susurra Héctor como si le pudiese oír.
Mirando con cierta desesperación la lentitud de mi portátil para encenderse, el recuerdo de la conversación con mi madre hace que una idea me cruce la cabeza, haciendo que medite unos segundos las consecuencias antes de pronunciarla.
— Héctor, creo que tengo una solución para ti. —murmuro inspirando.
— ¿En serio? ¿Me dejarás vivir con tus primas? —dice recuperando un tono alegre—. ¡Te como la polla! ¡Seré tu porno chacha si quieres!
— No es eso, pero no vas mal encaminado. —replico poniendo los ojos en blanco.
— ¿El qué? —pregunta Héctor con cierta decepción.
— El otro dia mi madre me llamó para pedirme que volviera al pueblo, porque la frutería está desbordada de trabajo, y mis padres no quieren meter a un desconocido y menos con contrato. —contesto con tono cauteloso—. Puedo hablar con mis padres para que te dejen ir en mi lugar, si trabajas en la frutería, seguro que te dejan vivir en mi habitación.
— ¡¿Me estás mandando con los explotadores de tus padres?! —protesta mi amigo.
— Oye, no te pases.
— ¿Qué no me pase? —contesta Héctor—. La última vez que fui a comer a tu casa, me hicieron ayudar a llevar unas cajas de la frutería para compensar por la comida.
— Eso es porque hay confianza.
— ¿Confianza? —replica mi amigo—. Capaces de hacerme pagar por la comida.
— Tranquilo, ya razonaré con mis padres para que no pase. —murmuro sin atreverme a negarlo.
— Pero, aun así… —farfulla con un tono de desconfianza.
— Es la única solución que puedo darte. —sentencio con un suspiro—. ¿Quieres que les llame o no?
— Joder… —murmura después de quedarse varios segundos en silencio—. ¡Está bien!
— Perfecto. —contesto, sonriente—. Ahora me debes un favor.
— ¿Favor? ¡El favor te lo estoy haciendo a ti! —replica mi amigo provocándome una carcajada—. Seguro que no quieres ir, y estás aprovechando.
— Que va, no te haría eso. —miento con un falso tono.
— Sé que me voy a arrepentir de esto… —dice Héctor.
— Mañana llamo a mi madre para proponérselo. —contesto antes de que le dé tiempo a repensárselo, frunciendo el ceño cuando mi portátil se apaga de golpe.
— Entendido, avísame cuando hayas hablado con ellos. —responde con un suspiro—. Creo que como tarde mucho más en irme, el gorila comprará una sierra y partirá la puerta.
Volviendo a dar a la tecla de encender del portátil, mi ceño se frunce más cuando no hay reacción alguna del dispositivo, haciendo que vanamente intente comprobar si el enchufe de la luz está bien puesto. No me jodas…
— ¿ Bro ? ¿Estás ahí? —pregunta la voz de Héctor, mientras yo intento inútilmente encender el viejo ordenador, dándole una vez tras otra al botón—. ¿Fabio?
— Creo que se me acaba de morir el portátil. —anuncio con una mueca—. Se ha apagado y no se enciende.
— No jodas. —contesta Héctor—. ¿Y como verás ahora el porno?
— ¡Que le den al porno! —replico frunciendo el ceño—. Empezamos clases online en breve, y tengo un montón de datos importantes dentro.
— ¿No tienes copia? —pregunta mi amigo.
— ¡No! —contesto, agobiado—. Y tengo que enviar los últimos papeles de la matricula antes de pasado mañana.
— ¿No hay más ordenadores en casa? ¿Tus primas no tienen? —pregunta Héctor, haciendo que recuerde que ya no estoy en el pueblo.
— Tienes razón. —asiento, respirando más tranquilo—. Voy a preguntarle a alguna de mis primas.
— Y ya que estás, cotillea su porno. —comenta mi amigo, haciendo que ponga los ojos en blanco.
— Madre mía… —suspiro negando con la cabeza—. Te dejo. Te llamaré cuando hable con mis padres.
— Está bien. —contesta Héctor—. Hasta luego.
— Hasta luego. —repito colgando el teléfono y dejándolo a un lado.
Revisando que la batería esté bien puesta, aunque no la haya tocado desde hace meses, vuelvo a intentar encender el portátil antes de darlo por muerto, provocando que lance un ultimo suspiro antes de levantarme. Descansa en paz, compañero.
¿Debería llamar primero a mis padres? Conociendo lo que tardan en darme dinero, cada dia que pase será un mes más sin ordenador, y lo necesito con urgencia. Pero conociendo a mi madre, después de la conversación del otro dia pensará que le he hecho algo al ordenador a propósito, y cualquier excusa sería buena para no comprarme uno… En fin, tengo que usar un ordenador si o si para terminar de formalizar la matrícula.
Levantándome del asiento, salgo de mi cuarto con un nuevo suspiro, lanzando una mirada a las puertas de mis primas. ¿A quién se lo puedo pedir? Visto mi relación con las cuatro, creo que sólo me queda la opción de Verónica.
Dirigiéndome al salón, lugar en que la he visto al entrar de la compra, mi mirada rápidamente se dirige hacia el sofá, donde ya sólo queda Inés sentada, chateando por su teléfono mientras la televisión sigue encendida.
— Fabio, ¿quieres algo? —pregunta mi prima, cazándome antes de que pueda retroceder.
— No… Bueno, sí. —respondo mirando hacia la cocina—. ¿Y Vero?
— Se acaba de ir a su cuarto hace unos minutos, a echarse un rato en la cama. —contesta observándome con suspicacia—. ¿Qué necesitas de ella?
— Pues… —murmuro después de pensarlo rápidamente—. Se me ha muerto el portátil.
— ¿Se te ha muerto?
— Sí, se ha apagado y no se enciende. —replico con una mueca.
— Vaya. —contesta imitando la mueca—. ¿Era muy viejo?
— Tenía más años que yo, seguramente. —respondo provocándole una pequeña sonrisa.
— Pues pídeles a los tíos que te compren uno nu… —comienza a responder Inés, dándose cuenta de la tontería que está diciendo al verme la cara—. Cierto.
— Intentaré convencerles de alguna manera, pero necesito un ordenador de manera urgente para terminar de formalizar la matricula de la universidad, y para las clases online. —murmuro con mala cara.
— ¿Quieres que te deje dinero? —contesta haciéndome dudar.
— De momento no, gracias. —replico, agradecido—. Suficiente hacéis ya dejando que me quede aquí.
— No es nada, eres de la familia. —dice Inés, con una sonrisa amable—. ¿Cuántos veranos nos hemos quedado nosotros en la casa del pueblo?
— Pero pedirte dinero me parece demasiado, prefiero intentar convencer a mis padres. —respondo con una mueca.
— Está bien. —suspira mi prima, quedándose pensativa—. Si quieres puedo intentar hablar yo con la tía para…
— ¿Para…? —pregunto viendo que se queda callada, viendo como se le ilumina la cara.
— ¡Se me había olvidado! —dice Inés más animada—. Anna tiene un portátil que no usa.
— ¿No lo usa?
— Ya sabes que ella está todo el dia en el teléfono, y para clases creo que usa la torre de su escritorio. —explica mi prima, poniendo los ojos en blanco—. Se lo pidió a mamá para “trabajar” en la universidad, o lo que es lo mismo, para presumir de él.
— Pero no me lo va a dejar. —replico hundiéndome de hombros.
— ¿Y por qué no? No necesita dos, y te lo puede prestar mientras tu no tengas. —sentencia Inés, recuperando su tono autoritario—. Pídeselo, y si se niega, ya iré yo.
— Está bien. —murmuro sin estar del todo convencido.
Aguantándome hasta darle la espalda a mi prima para poder poner una mueca, camino lentamente hacia el pasillo, dudando de pasar de largo de la puerta para refugiarme en mi habitación hasta que despierte Verónica. Pero igualmente voy a necesitar un ordenador en breves…
Lanzando un profundo suspiro, me planto ante la puerta de Anna, sintiendo que Inés está escuchando desde el salón para comprobar si se lo pido. Escuchando música algo alta en el interior de la habitación, inspiro profundamente antes de golpear con mis nudillos la puerta, no escuchando respuesta. Pensando que quizá no me escuche con el alto volumen de la música, vuelvo a llamar con algo más de fuerza, escuchando el ruido de su voz mezclado con el ritmo del reguetón.
— Anna, perdona que te moleste, me ha dicho Inés qu… —comienzo a decir nada más entrar, quedándome callado ante la imagen que veo sobre la cama.
Viendo la mirada asustada de mi prima tras un antifaz negro, me quedo igual de congelado en el umbral de su puerta, bajando de nuevo mis ojos para corroborar lo que me había parecido vislumbrar. Admirando su completa desnudez, mi mirada se clava en el centro de sus piernas abiertas, donde hace unos segundos su mano estaba introduciendo un enorme dildo morado con saña.
— ¡¿Qué demonios haces entrando en mi cuarto?! —grita Anna tapándose rápidamente con una sábana—. ¡¡¡LARGO!!!
Quedándome sin comprender la situación un segundo, salgo velozmente del cuarto cuando Anna se levanta de la cama, huyendo sin mirar atrás para refugiarme en mi habitación, pasando el seguro de la puerta con miedo.
¿Qué demonios acabo de ver?
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¡Gracias por leer!
Y, como siempre, gracias a los mecenas por apoyar mi trabajo y hacer que me motive a seguir escribiendo.
Siguiente capítulo:
Capítulo 9: Es porque estoy muy cachonda
"— Pues eso. —murmura acariciando lentamente mi piel, llegando hasta mi sexo para aferrarse a él—. Yo te echo una mano… Y tú me la echas a mí.
— ¿Con eso quieres decir…?
— Joder, Fabio. —contesta algo exasperada.
Agarrando mi mano sin pedir permiso, la suya me lleva directamente entre sus piernas, las cuales se abre ligeramente mientras coloca mi mano contra su sexo, el cual empapa sus bragas y mis dedos al instante. Quedándome completamente estático, mi cerebro es incapaz de asimilar tanta información, provocando que abra la boca como un estúpido mientras disfruto del calor y viscosidad de su coño contra mis dedos.
— ¿Entiendes ahora? —murmura acercándose ligeramente más a mí, comenzando a pajearme—. Yo te ayudo a ti, y tú a mí… ¿Sí?
— No deberíamos…
— No comencemos con eso. —replica masturbándome con ritmo y mano experta—. Ambos estamos cachondos, ¿por qué no íbamos a poder desfogarnos juntos?"