Encerrado con mis primas — Capítulo 5

Fabio dará vueltas en su cabeza al beso de su prima Vero, mientras una nueva fuente de inspiración impulsará su lujuria a raíz de una discusión. Además, el joven descubrirá ciertas cosas de su pasado familiar, qué influirán en la relación con sus hermosas primas.

Capítulo 5: ¿Soy una exhibicionista?

Me ha besado. Mi prima me ha besado. A ver, sé que he fantaseado varias veces con ello, y con hacerle perversiones a su cuerpo. Pero una cosa es fantasear, y otra que se haga realidad, y no sé qué pensar… ¿Debería alegrarme? ¿No darle importancia? ¿Está bien que me haya gustado? ¿Debería avergonzarme? Es que me acaba de besar… Mi prima. ¿Esto se podría considerar incesto? Llevo toda la tarde pensando en ello, y mi mente parece incapaz de asimilarlo, dándole más importancia al beso, que a que me haya pillado viendo porno… ¿Qué importancia tiene eso? ¡Me ha besado! ¿Quizá le gusto? Es imposible, supongo que para ella es como quién da un abrazo, un gesto cariñoso sin afecto… Aunque quizá es demasiado suponer, es una teoría algo loca. Pero, claro, Verónica está como una puta cabra.

— ¡A cenar! —anuncia Inés desde el salón, provocando que las dudas asalten mi mente.

¿Y ahora qué hago? ¿Cómo debería actuar? ¿Cómo si no hubiese pasado nada? A ver, sé que seguramente estoy haciendo una montaña de un grano de arena, pero no puede ser normal que tu prima te dé un beso siendo ya adultos, aunque sea un pico… ¿Debería saltarme la cena? ¿Digo que me encuentro mal? No, es una tontería. Sólo debo actual normal, ha sido una simple muestra de afecto, como un beso de hermanos. Debo evitar el contacto visual…

Aunque claro, a este paso ya no podré levantar la mirada de mi plato. Maya me pilló pajeándome con su tanga usado, Anna con una erección de campeonato en la ducha, y Verónica viendo porno. ¡¿Algo más me puede salir mal?! No me pienso tocar la verga en lo que resta de verano… Por lo menos durante el dia. ¿Cómo puedo ser tan desgraciado? Años y años machacándomela en mi casa, y mis padres nunca han estado cerca de pillarme. Y aquí, en apenas un par de semanas, me han cazado ya tres integrantes de la casa…

— Vamos, Fabio. —murmuro para mí mismo, inhalando profundamente antes de dirigirme hacia la puerta—. Es una simple cena con la familia, son tus primas, tienes que ser natural…

Frenando para ponerme una simple camiseta que tape mi sudado torso, salgo de mi cuarto mentalizándome para relajarme, fracasando estrepitosamente cuando llego al salón, viendo a Anna y Verónica en ropa interior. Mirando como un estúpido los cuerpos de mis primas, las cuales ignoran completamente que he llegado, un carraspeo de Inés a mi lado hace que la vea echarme una mirada de reprobación, provocando que rápidamente ocupe mi asiento en la mesa con el rostro ardiendo.

— Oye, Inés. —pregunta Anna cuando mi prima mayor se va a buscar más platos a la cocina—. ¿Cuándo llegan los condenados ventiladores? Estoy a un paso de tirarme por la ventana.

— En teoría, llegan mañana. —responde Inés, regresando con los últimos platos, que sirve velozmente antes de ocupar su asiento.

— ¿Y ya has encontrado a alguien que repare el aire acondicionado? —pregunta Verónica con algo de protesta en su tono, haciendo que mis ojos la observen fugazmente antes de volver a dirigirse a la mesa—. No podemos sobrevivir a base de ventiladores.

— De momento no, estoy intentándolo. —contesta Inés con un suspiro, dando un trago a su vaso—. Aunque si tantas ganas tienes de que venga alguien a arreglarlo, también podéis intentar buscarlo vosotras.

— Es que he oído que vamos a hacer las clases por videollamada, y el ventilador es ruidoso. —murmura Verónica—. Y si encima tengo que estar vestida en mi cuarto con este calor…

— Pues ve desnuda, tampoco parece importarte que te vean. —suelta Maya, haciendo que hasta yo levante la mirada por el tono mordaz que usa.

— ¿Y a ti que te pasa? —responde Verónica, frunciendo el ceño.

— ¡Eh! Tengamos la cena en paz. —interviene Inés.

— Sólo digo lo obvio. —contesta Maya, indiferente a las malas miradas, hundiéndose de hombros antes de señalar a Vero, y luego a mí.

— ¿Aún sigues con eso? —replica Verónica poniendo los ojos en blanco—. Eres más cansina…

— Más que cansina, diría que le molesta no poder hacerlo. —suelta Anna con el mismo tono mordaz que usa conmigo—. Acomplejada.

— ¿A quién llamas acomplejada? —dice Maya alzando el tono, fusilando con la mirada a su hermana.

— A ti. —prosigue la rubia, sin arrugarse—. Sólo porque te avergüenza enseñar un poco, incluso delante de tu primo, ¿se supone que tenemos que hacer lo mismo que tú?

— ¡Es un chico! —contesta como si fuese una razón obvia.

— ¡Y es tu primo! —replica Anna con el mismo tono.

— Aunque sea de la familia, no es razón para ir enseñándole todo. —dice Maya.

— ¿Enseñarle todo? ¡Si es lo mismo que ir en bikini! —exclama Anna, alzando los brazos con un gesto de obviedad—. Además, ¿qué más da? ¿Te crees que no ha visto mujeres desnudas ya?

— ¡EH! ¡A calmarse todas! —sentencia Inés irguiéndose en la silla, viendo como la discusión se está yendo de madre.

— ¡No! Estoy hasta los ovarios de esta moralista acomplejada. —dice Anna, poniéndose en pie—. Desde niñas, siempre diciendo lo que hay que hacer y lo que no, ¡y estoy harta!

— ¡Es lógica! N…

— ¡¿Lógica?! ¡Envidia querrás decir! —suelta la rubia, fusilándola con la mirada—. Te da vergüenza enseñar tu puto cuerpo, y quieres que el resto seamos iguales porque te da rabia que podamos hacerlo sin problemas.

— ¡Perdona por no ser una exhibicionista como tú! ¡Qué hasta el panadero sabe cómo lo llevas depilado! —replica Maya, poniéndose también en pie.

— ¡¿Y qué pasa?! —dice Anna, inclinándose sobre la mesa para encararse a su hermana—. ¡Cómo si quiero enseñarle el coño a todo el vecindario! ¡A ti no te importa! ¡Así que deja de decirme lo que tengo que hacer y lo que no!

— ¡CALMAOS! —grita Inés, haciendo que los cuatro la miremos con cierto temor.

— Pero… —comienza a protestar Maya.

— Estáis las dos castigadas. —sentencia Inés, con un tono que me aterra—. Os quedáis sin cenar, a ver si así se os quitan las ganas de discutir. Y haréis las tareas durante todo lo que resta de mes.

— ¡Genial! ¡¿Me castigas por defenderme?! —dice Anna, aún con la ira en su tono.

— Te castigo por discutir a gritos en la cena. —corrige Inés con el ceño fruncido.

— ¡¿Y qué quieres que haga si me llama exhibicionista?! —reclama la rubia.

— Pues desde luego, gritar no. —responde Inés.

— Además, lo eres. —añade Maya, llevándose una mirada de reprobación de Inés.

— ¡Hasta los ovarios estoy! —protesta Anna, iracunda—. ¿Soy una exhibicionista?

Alejándose un par de pasos de la silla, mi prima se lleva las manos temblorosas de ira a la espalda, soltando en un instante su bonito sujetador, el cual lanza encima de la mesa, mostrándonos a todos sus pechos. Dejándonos a todos sin palabras, Anna se agarra el borde de sus sexys braguitas para bajárselas y lanzarlas junto al sujetador, quedando completamente desnuda.

— ¡Pienso ir lo que resta de verano desnuda! ¡Hasta si le tengo que abrir al cartero! Y me da igual lo que digas, no eres mamá. —decreta Anna mirando a su hermana mayor, lanzándome un fugaz vistazo y gesto, antes de irse por el pasillo—. ¡Hala, disfruta pajillero!

No pudiendo despegar la vista del bello cuerpo de Anna, mis ojos no se separan de los labios mayores de su sexo hasta que desaparece, haciendo que regrese la mirada a la mesa para ver su ropa interior en el centro. Observando al resto de comensales en el mismo silencio absoluto, Maya suelta una especie de grito de exasperación antes de irse también por el pasillo, dejándome con la atónita Verónica, la cual sigue con su tenedor a medio camino de su boca, y la cara contrariada de Inés, que niega con la cabeza, suspirando.

— Fabio, por favor, dame su ropa. —pide Inés, con gesto de estar superada por la situación.

— Sí. —contesto agarrando con cierto temor la ropa interior de Anna, y estirándome para tendérsela a mi prima, pudiendo notar que está caliente.

— Gracias. —dice con un gesto de disculpa, dejando la ropa a un lado con cara de estar derrotada.

— Tarde o temprano iba a pasar, Inés. —murmura Verónica, retomando la cena como si nada—. Si las cosas normalmente ya están tensas, si le sumas el confinamiento y el calor… No te mortifiques.

— Pero… —responde Inés en un tono que me apena.

— Eres la mayor, y mamá confía en ti para todo. —contesta Verónica, observándola con cariño—. Pero, como ha dicho, no eres mamá, y esto terminaría pasando tarde o temprano.

— Lo sé. —replica con un suspiro, alegrando un poco más la cara para seguir cenando—. Lo que me extraña es que no haya pasado antes.

— Hasta ahora no teníamos que convivir las veinticuatro horas por culpa de una pandemia. —dice Verónica—. Ni tampoco teníamos a Fabio aquí.

— Lo siento. —murmuro sintiéndome algo culpable de lo que acaba de pasar.

— Tranquilo, primito. —dice Verónica con una sonrisa amable, sabiendo lo que pienso—. No es tu culpa.

— Pero…

— La discusión de ellas dos, viene de antes de que llegases. —explica Inés con otra sonrisa fugaz—. Tranquilo.

— Está bien. —acepto retomando la cena sin mucho apetito.

— En fin, para terminar esto… —murmura Verónica, mirando a su hermana mayor y luego a la ropa interior—. ¿Vas a decirle algo a Anna?

— Mañana hablaré con las dos, aunque creo que no me harán ni caso hasta que no llegue mamá. —suspira Inés negando con la cabeza—. Sobre todo Anna, esa niña lleva un par de años insoportable.

— Las hormonas, cariño. —responde Verónica, sonriente.

— Ya tiene diecinueve años, es mayorcita para tener la actitud que tiene. —replica Inés con reprobación.

— ¿Perdona? —contesta Verónica riendo—. Tú, a su edad te a…

— Calla. —la corta Inés, mirándome de refilón.

— Entonces… ¿Podemos ir cómo queramos? —pregunta Verónica observando a su hermana mayor.

— Si ya vas como quieres. —responde Inés señalando su ropa interior, que se resume en un sujetador deportivo y unas braguitas del mismo color.

— Pues yo también quiero ir desnuda. —dice Vero, haciendo que me atragante con la cena.

— Ni de broma. —sentencia Inés, observándome toser y beber agua.

— ¿Por qué no? Anna irá desnuda. —replica con tranquilidad mi prima, mirándome con una sonrisa—. Además, sólo quiero quitarme el sujetador deportivo, que da mucho calor.

— Pues ponte uno normal. —contesta Inés, hundiéndose de hombros.

— ¡Auch! ¡Eso duele! —dice Verónica, poniendo una leve mueca de dolor en el rostro—. Sabes que no tengo pecho suficiente para rellenarlos, y me quedan mal.

— Pero… —murmura Inés, mirándome fugazmente.

— ¿Es por Fabio? Me da igual que me vea, y verá igual a Anna. —contesta Verónica leyendo el pensamiento de su hermana mayor.

— Aun así…

— Fabio, ¿a ti te importa que vaya sin sujetador? —pregunta mi prima, lánzame una mirada divertida—. No, ¿verdad?

— N-No. —replico viendo su sonrisa ampliarse.

— Pues ya está. —sentencia Verónica.

Antes de que me dé tiempo a decir nada más, o a Inés de comentar algo, mi prima se agarra la prenda para sacársela con velocidad, dejándome a la vista sus pequeños pechos que se mantienen firmes debido a su tamaño. Aunque apenas son prominentes, su aureola y sus pezones son grandes, llamando mucho mi atención, sobre todo, al encontrarse erguidos.

— Que descanso. —murmura Verónica, lanzándole el sujetador a su hermana antes de frotarse con las manos sus pequeños pechos.

— Estás loca. —responde Inés con un suspiro, agarrando la ropa interior para dejarla junto a la de Anna.

— Pero eso ya lo sabes desde hace muchos años. —contesta riendo mi prima, restándole importancia con un gesto antes de mirarme—. ¿Qué opinas Fabio? Aunque son pequeños, ¿te parece que tengo unos pechos bonitos?

— Vero... —advierte Inés—. No te pases, que somos familia.

— Por eso mismo, quiero saber la opinión sincera de un hombre en el que confío. —replica Verónica con naturalidad, dejándome ver en Inés un gesto de contrariedad—. Qué me dices, primito, ¿son bonitos?

— Muy bonitos. —concedo después de mirar a Inés, la cual suspira derrotada.

— Muchas gracias, guapo. —responde acariciándome fugazmente la barbilla, haciendo que se me enciendan las orejas al recordar lo que ha hecho antes, en mi cuarto, antes de ese gesto.

— Esta casa se está yendo a la ruina… —murmura Inés.

— Venga va, no seas así. —contesta Vero, riendo—. Hace demasiado calor para ir vestidas, y estamos en familia.

— Pero…

— Tú también deberías probarlo, con las ubres que tienes, debes estar sudando a mares bajo esa ropa. —suelta Vero, señalando su camiseta amplia y su pantalón.

— ¡Oye! ¿Me estás llamando vaca? —protesta Inés abriendo los ojos, llevándose una mano inconscientemente a donde debería haber un escote.

— Jamás, pero tú hace años que dejaste la palabra pechos atrás. —dice Verónica, riendo—. Ya sabes que lo digo con envidia, ojalá tener la mitad de lo que tienes tú.

— Dejemos el tema, ¿vale? —responde Inés, mirándome de nuevo.

— ¿Te avergüenza hablar de tus pechos delante de Fabio? —contesta mi prima, enarcando una ceja divertida—. Si es de la familia y, además, ¿qué tiene de vergonzoso eso si lo comparamos a lo que hicimos hace un par de años en San Sebastián?

— ¡Vero! —protesta Inés—. Calla.

— Está bien. —responde riendo—. Pero deberías aligerar ropa, lo digo por ti.

— Gracias, pero no. —contesta con una mueca.

— Por lo menos ve en ropa interior, o terminará dándote un golpe de calor. —insiste Verónica—. Y, tal y como está todo, no es plan de llevarte al médico por algo así.

— No… —murmura Inés dubitativa, mirándome de refilón.

— ¿De qué te avergüenzas? Estás en familia, y te hemos visto en bikini todos en esta casa. —dice mi prima, provocando que su hermana la mira con más duda—. Además, tienes un cuerpazo, no puedes avergonzarte de él.

— Pero…

— Por muy madura que creas ser, tienes apenas veintiséis años. —responde Verónica—. Si no lo enseñas ahora que puedes, ¿cuándo lo harás?

— En fin, ya lo pensaré. —replica Inés, dando por finalizado el tema de conversación.

— Igual que tú, primito. —dice Verónica, mirándome a mí, que observaba en silencio la conversación, desviando fugazmente mis ojos a sus pechos.

— ¿Qué? —contesto, confuso.

— Todas te hemos visto sin camiseta, y estabas sin ella en tu cuarto. —murmura mi prima, enarcando una ceja—. ¿Para qué ponértela para cenar con tus primas?

— No sé. —respondo con sinceridad, hundiéndome de hombros, intentando no mirar sus atrayentes pezones mientras me observa.

— En tu caso es aún más fácil. —dictamina Verónica—. Y, es más, por mí, puedes ir en bóxer si quieres.

— Vero, por favor, deja de intentar introducir tu locura en el resto de la familia. —murmura Inés, haciendo reír a mi otra prima.

— Hermana, los genios viven un sólo piso por encima de la locura. —dice Verónica, alzando la cabeza sonriente—. Además, si no fuese por mí, os aburriríais en esta familia.

— Eso seguro. —replica Inés, permitiéndose una sonrisa fugaz.

Creo que el confinamiento ha provocado una locura transitoria en mis primas… Pero es jodidamente excitante.


Creo que soy yo el que se va a volver loco. Esto no puede ser sano…

Aunque Inés, después de hablar con sus hermanas esta mañana, ha conseguido que Anna y Vero se limiten a ir en ropa interior, ambas parecen haberse puesto de acuerdo para utilizar la lencería más sexy que tenían en sus cajones… Y es demasiado para mi virginal mente, me paso el dia cachondo, intentando no mirar demasiado los cuerpos de mis dos primas. He estado tentado de hacerles alguna fotografía para poder hacerme una paja en mi cuarto, pero no me he atrevido, sobretodo por la constante vigilancia que recibo de Maya e Inés, las cuales parecen tener la capacidad de leerme el pensamiento. Pero, desde luego, lo más sorprendente de la mañana ha sido Maya. Pese a que sus malas miradas seguían dirigiéndose a sus dos hermanas, y a mí cuando me pillaba observándolas, ha estado más tranquila y callada de lo normal. No sé lo que le habrá dicho Inés, pero es como si le hubiera dado un calmante…

Y con todo esto junto, el resultado ha sido un enrarecido desayuno. Por un lado, estaba el silencio, apenas roto por las eventuales frases de Verónica y el sonido de la televisión. Y por otro, mis rebeldes ojos ignoraban la sensatez, y la vigilancia a la que estaba sometido, y se iban constantemente hacia los cuerpos de mis primas. Aunque Anna me ignoraba completamente, Verónica parecía divertirse, llegando incluso a bromear con ello, encendiendo mis orejas.

— Cómo sigas mirándome de reojo, te vas a quedar bizco, primito. —murmuraba Verónica sonriente, consiguiendo que mirase avergonzado hacia mi plato.

Y si todo esto no fuera suficiente, lo peor, es la erección que permanentemente quería alzarse en mi pantalón, y que, en ciertos momentos, lo ha logrado. Estoy casi seguro que mis primas lo han notado, por mis vanos intentos de ocultarla. ¿Pero qué se supone que tengo que hacer? Soy un virgen de 18 años, que tiene delante a mujeres preciosas casi desnudas… Por mucho que sean mis primas. No puedo controlarlo, sus cuerpos, para mis ojos, son como la luz para las polillas. Y esa estimulación visual es suficiente para hacerme fantasear y despertar mis instintos. ¿Cómo se supone que debo evitar ponerme cachondo?


Últimamente recuerdo mucho los veranos de mi niñez con mis primas, quizá debido a tener que verlas tan a menudo como ahora, al vivir en la misma casa. Y, aunque Verónica me dijo ayer lo que me dijo, soy incapaz de recordar tales cosas. ¿Realmente tuve con mis primas mi primer beso y el primero con lengua? Sinceramente, lo que me parece más increíble es que lo segundo fuese con Anna, con lo que me odia…

¿Me habrá mentido Verónica? Puede, pero es que parecía muy sincera, y realmente sorprendida de que no lo recuerde. Además, ¿qué ganaría con mentirme en algo así? Nada, aparte de jugar conmigo, y aunque esté como una regadera, no creo que sus juegos llegasen a tales extremos. Si se supone que fue con 11 años, Anna tendría 12 y Verónica 16. Me parece tan imposible… Aunque debo admitir que tengo algo borrosos los recuerdos de aquel verano. Y, además, también coincide con el año que comencé a llevarme mal con Anna. ¿Y si fue ese el motivo como sugiere Vero? ¿Y si algo paso a raíz de esos besos que rompió nuestra relación?

Y, es más, ahora que me pongo a ello, recuerdo que, a partir de aquel verano, Maya también comenzó a ser más distante conmigo. Hasta ahora lo justificaba a que acababa de entrar en su adolescencia, y no quería jugar con su primo pequeño, pero… ¿Y si también paso algo que afectó a nuestra relación? ¡Dios! ¡¿Por qué no soy capaz de recordar?! Pero, ¿qué demonios podría haber sucedido para que afectase tanto a la relación con mis primas? Bueno, realmente con Anna, ya que lo otro lo estoy presuponiendo. ¿Quizá se arrepintió de darme su primer beso con lengua? ¿Quizá era algo muy importante para ella y me culpa de lo sucedido? En fin, aunque no lo recuerde, no creo que la obligase a ello… Y más, si Vero estaba presente.

¿Debería intentar hablarlo con Anna? En fin, si realmente pasó algo, creo que es hora de dejarlo atrás, éramos muy jóvenes como para arrastrar cosas durante tanto tiempo. Y, sinceramente, preferiría llevarme bien de nuevo con ella, aunque sólo sea para no estar tan mal durante el confinamiento. ¿Querrá hablar? No lo creo. Seguramente me eche de su cuarto… Es que, ¿cómo lo planteo? Oye, Anna, ¿recuerdas cuando éramos niños y te besé metiéndote la lengua? ¿Podrías olvidarlo para que nos llevemos bien y dejes de insultarme? Su cara de asco y repugnancia puede alcanzar niveles estratosféricos…

Pero no sé si es buena idea intentar mediar con Anna sin conocer realmente los detalles de lo sucedido, debería averiguar completamente que es lo que pasó. ¿Y si le pregunto a Vero? Con ella puedo hablar más cómodamente, y sabe algo. Como, por ejemplo, cómo llegamos a hacer aquello, si Maya estuvo por medio, y que sucedió mientras lo hacíamos. Quizá así, aunque ella no sepa lo que sucedió después, encuentre una pista, o me ayude a recordar…

— Hablaré con Vero. —murmuro, decidiéndolo.

Bajando de nuevo la mirada al portátil que tengo en las pantorrillas, continúo viendo las últimas publicaciones de insta, las cuales son en su mayoría con mensajes depresivos o aburridos. Todas las fotos son iguales, en casa y con caras largas… ¿Mis primas habrán subido algo?

Buscando el perfil de Inés, una mueca se dibuja en mi rostro al comprobar que aún no me ha aceptado la petición, haciéndome fruncir el ceño. ¿Será que no entra mucho? ¿O que no quiere aceptarme? Que yo sepa, mi relación con ella es buena, y no creo que le moleste que vea sus fotos… Seguramente será que aún no ha entrado, conociéndola, estará todo el día estudiando y analizando casos legales.

Yendo al perfil de Anna, otra mueca se dibuja en mi rostro al comprobar que no hay actualizaciones, provocando que me vaya al de Vero, el cual se encuentra en las mismas condiciones, quedando mi foto con ella como la última. A ver, supongo que es normal, con el calor y el confinamiento, ¿a quién le apetece hacerse fotos?

Observando con aburrimiento, un nombre en los perfiles sugeridos me llama la atención, haciendo que entre para observar la cuenta privada de mi prima Maya, la cual no me atreví a seguir el otro día. ¿Debería enviarle solicitud? Ella misma me dijo el otro dia que se había fijado que, a diferencia de sus hermanas, no la seguía. ¿Debería hacerlo? ¿Qué es lo peor que puede pasar? Si me acepta, quizá consigo entrar un poco más en su mente, averiguando sus gustos o algo que me pueda servir para contratacar…

Dando finalmente al botón de enviar solicitud, el sonido del timbre de la casa hace que me sobresalte, provocando que deje el portátil sobre la cama para asomarme al pasillo, al igual que hacen el resto de los integrantes de la casa con curiosidad. Viendo a Inés ir rápidamente al interfono, haciendo botar sus grandes senos debajo de la camiseta, la escuchamos murmurar palabras antes de volver a asomarse al pasillo.

— Son los ventiladores. —anuncia mi prima mayor, provocando pequeñas expresiones de alegría.

— ¡Menos mal! —suspira Vero, saliendo completamente de su cuarto para ir junto a Inés, como hacemos el resto.

— El conserje los está subiendo por el ascensor, así que desaparece. —señala Inés a Anna la cual continúa en ropa interior… Como bien se han fijado mis ojos.

— No me importa que me vea el viejo. —replica la rubia, hundiéndose de hombros.

— ¿Tú qué quieres? ¿Qué le dé un ataque al pobre conserje? —contesta Inés agarrándola de la cintura para obligarla a volver por el pasillo—. Ahora te llevo el ventilador.

— Oye, pues sería divertido ver la cara del viejo. —murmura Anna sonriente, pero aceptando la petición.

— Y tú, también a tu cuarto. —ordena Inés señalando a Vero, que se ríe también. Desde luego, la buena noticia de los ventiladores las ha puesto de buen humor…

— Podríamos dejar que se alegre un poco la vista…

— ¡Tira para allá! —dice Inés, sin poder evitar una sonrisa mientras empuja a mi prima loca hacia su cuarto.

Esperando casi dos minutos, finalmente se escucha el sonido del ascensor y, posteriormente, el timbre de la casa. Colocándose una mascarilla, Inés abre la puerta mientras Maya y yo observamos desde el pasillo, viendo entrar a un hombre, casi octogenario, arrastrando con una especie de carretilla, varias cajas de un gran volumen. Viendo al pobre hombre que parece destrozado por el esfuerzo, escuchándose su agotada respiración tras la mascarilla, planta la carretilla en el salón, ajustándose los guantes que lleva de limpieza para dejar las cajas en el suelo. Viendo a Inés ayudarle rápidamente, finalmente el hombre agarra de nuevo la carretilla en silencio, yéndose hacia la puerta con un cabeceo.

— Gracias, Herminio. —dice Inés, cerrando la puerta tras el jadeante viejo, que apenas puede contestar.

— ¿Ese es el conserje? —se escapa de mis labios—. ¿Tú crees que llegará abajo vivo?

— Esperemos que sí. —replica Inés, sin poder ocultar una sonrisa, encarándose hacia los paquetes—. Hay uno para cada uno.

— ¡Por fin! —grita Vero desde el pasillo, corriendo hasta nosotros.

Agarrando uno para desaparecer rápido, le echo una última ojeada al cuerpo de mis primas, sumergiéndome en lo profundo de mi cuarto con mi tesoro, el cual abro nada más cerrar la puerta de mi habitación. Montándolo con velocidad, me doy prisa en enchufarlo, dándole a la máxima potencia para sentarme delante, dejando que el torrente de aire me golpe la cara. Dios… Esto es vida.

Escuchando confuso unos golpes en mi puerta, veo a Vero asomarse con la caja de su ventilador en las manos, entrando sin mi permiso y cerrando tras de sí, ayudándome a mirarla a los ojos al tener la aparatosa caja delante de su cuerpo.

— Primito, ¿me lo puedes montar? —pide con cara de angel—. Se me da muy mal este tipo de cosas, capaz de que lo rompa.

— Pero… Si es poner cuatro piezas, no necesitas atornillar ni nada. —respondo dudando de que no sea capaz de llevar a cabo tan fácil tarea.

— Prefiero que lo hagas tú. —contesta tendiéndome la caja abierta.

— Está bien. —acepto con un suspiro, levantándome de la cama y agarrándola.

— Gracias, primo. —responde con una sonrisa, dándome un beso en la mejilla.

— De nada. —contesto echando un fugaz vistazo a su cuerpo antes de que se dirija a mi cama, tumbándose boca arriba sin pedir permiso, bajo el torrente de aire.

— ¡Joder, sí! —dice Verónica casi gimiéndolo, haciendo que me sobresalte—. ¡Esto es la gloria!

Viendo a mi prima cerrar los ojos con una sonrisa, no puedo evitar que los míos viajen a la unión de sus piernas, donde sus braguitas dejan poco a la imaginación. Desviando la mirada cuando sus ojos se abren y me cazan deleitándome con su cuerpo, escucho una breve carcajada mientras disimulo, poniéndome a sacar las piezas del ventilador. Evitando mirar hacia mi prima, al sentir que sus ojos están a la espera de que vuelva a hacerlo, me concentro completamente en la tarea del montaje, terminando al cabo de un par de minutos, dirigiendo finalmente mi atención a Verónica.

— Ya está. —anuncio provocando que mi prima abra los ojos que había cerrado, para observarme con una sonrisa.

— Gracias. —contesta, incorporándose—. Pon también el ventilador apuntando hacia la cama.

Aceptando para no tener que seguir forzando mi vista a sus ojos, enchufo también su aparato, enfocándolo hacia mi lecho y poniéndolo al máximo, haciendo que el cabello castaño de mi prima vuele hacia atrás.

— ¡Dios! ¡Qué gusto! —exclama riendo escandalosamente, arqueándose en la cama provocando que mis ojos vayan directos a su sexo apenas cubierto—. Ya verás, ven.

— Sí. —asintiendo con cierta incomodidad, me acerco al borde la cama, viendo como Vero simplemente se aparta un poco para dejarme espacio a su lado.

— Me siento como si fuera en un descapotable por una autopista. —comenta mi prima, mirándome con una diversión que supongo que sólo da la locura.

Soltando un suspiro aliviado cuando ocupo el lugar a su lado y el viento golpea mi cuerpo, veo a Vero observarme sonriente, tumbándose de costado para quedar de cara a mí, provocando que luche contra mis instintos para no mirarle el pecho, haciendo que dirija mis ojos hacia el techo.

— Venga, primo, no me importa que me mires. —dice Verónica sin perder la sonrisa.

— Puede, pero no debería… —confieso con nerviosismo.

— ¿Por qué no? —pregunta con un gesto de indiferencia.

— Porque somos familia. —respondo escuetamente.

— Ya… —suspira mi prima—. Pero, ¿sabes qué? Me da igual.

— Pero…

— Siempre he pensado que es una tontería sobreponer la moralidad, o lo políticamente correcto, a los deseos. —murmura Vero—. Esos deseos nacen de un instinto más antiguo y fuerte que las directrices que nos hemos autoimpuesto los humanos. ¿Y por qué debo reprimir mis instintos simplemente por nacer humana?

— Porque de eso se trata convivir en una sociedad. —replico viendo a mi prima enarcar una ceja.

— Te estás confundiendo. —comenta con diversión—. La sociedad lo que impone son una reglas, leyes y castigos para conseguir una paz o convivencia soportable. Pero la moralidad, está exclusivamente dirigida por las personas que pertenecen a esa sociedad, que no está escrita, y es tan voluble que carece de sentido.

— Ya. —digo escuetamente dándole un poco la razón—. Eres más sabia de lo que pensaba, prima.

— ¿Me considerabas una idiota o qué? —pregunta acusándome con la mirada, pero con una sombra de sonrisa en su boca.

— No, pero…

— Creías que, como estudio la carrera de deportes, ¿no he agarrado un libro en mi vida? —insinúa Vero.

— No es eso. —rechazo frunciendo el ceño—. Pero… No sé, no me esperaba una respuesta tan filosófica de ti.

— Me he criado con dos abogadas en la familia. —replica formalizando su sonrisa. ¿Qué tendrá que ver eso?

Quedándonos en silencio, observándonos a los ojos mientras los ventiladores nos envían un placentero torrente de aire, finalmente recuerdo los pensamientos que he tenido antes haciendo que me incorpore en la cama para sentarme con las piernas cruzadas, mirando más seriamente a mi prima.

— Por cierto, Vero, quería hablar contigo. —murmuro viendo a mi prima copiar mi postura, haciendo que me quede algo embobado mirando la unión de sus piernas, la cual queda algo más expuesta a mis ojos.

— ¿Sobre qué? —responde con interés.

— Sobre lo que me dijiste ayer. —replico frunciendo el ceño con duda, obligándome a mirarla a sus hermosos ojos castaños para no descentrarme—. ¿Realmente sucedió lo que me dijiste? ¿O me estabas tomando el pelo?

— ¿El qué? ¿Lo de los besos? —contesta, sonriendo nuevamente—. No era ninguna broma.

— Pero… —digo con confusión—. ¿Cómo sucedió?

— ¿Cómo sucedió? —responde Vero, hundiéndose de hombros—. Ya te lo dije. El calor, las hormonas de aquella época…

— Ya, pero cómo se desarrolló la situación para que terminásemos haciendo eso. —pregunto viéndola mirar hacia el techo.

— ¿Cómo? ¡Pff! Es una larga historia. —suspira mi prima.

— Creo que con todo lo que va a durar el confinamiento, tenemos tiempo. —replico haciéndola sonreír.

— Tienes razón, aun así, voy a intentar resumirla un poco. —dice quedándose pensativa unos segundos—. ¿Recuerdas cuando en verano íbamos al lago del pueblo a bañarnos?

— Vagamente, pero sí. —asiento con interés.

— ¿Y recuerdas a Adrián? —pregunta acomodándose en el colchón.

— ¿El amigo de Inés? —contesto con cierta duda, recordando la imagen de un joven que a veces venía a charlar con mis primas, en especial con Inés.

— Sí, sólo que no era su amigo. —responde con una mirada insinuante.

— ¿Era el novio de Inés? —pregunto con el ceño fruncido.

— No, pero digamos que, en verano, cuando íbamos, sí que lo eran en ciertos momentos. —replica Vero, riendo.

— Entiendo.

— Pues en el verano que te dije, fuimos un dia tú, yo y Anna al lago. —explica mi prima.

— ¿Y Maya? —pregunto con duda.

— Maya no fue, por aquel entonces ya comenzaba a preferir quedarse en casa. —contesta mi prima enarcando las cejas—. ¿Por qué lo preguntas?

— No sé, había pensado que quizás a raíz de ese incidente, ya que coincide en el tiempo, Maya empezó a ignorarme. —comento haciendo sonreír.

— Que yo sepa, no tiene nada que ver en esta historia. —responde Vero.

— Entiendo. —asiento mordiéndome el labio—. Prosigue.

— En fin, pues como decía, fuimos al lago. —continúa mi prima, haciendo memoria—. Y tú quisiste ir hacia una nueva zona, de la que te había hablado tu amigo, el pervertido desesperado.

— Héctor.

— Sí, ese. Entonces tuvimos que sortear varios obstáculos para llegar a esa dichosa zona del lago, que estaba rodeada de maleza a modo de frontera. —dice Vero, esbozando una ligera sonrisa—. Y en el pequeño claro que había, encontramos a Inés y su amigo.

— Sí. —asiento sin entender su rostro—. ¿Qué pasa? ¿Se estaban besando?

— Entre otras cosas. —contesta Vero con una divertida mueca.

— ¿Les pillamos…?

— Vosotros dos sólo visteis a Adrián tumbado encima de Inés, besándola. —explica mi prima, volviendo a reírse—. Entonces Anna dijo algo que no recuerdo, y lo escucharon, e hicieron una bomba de humo. Se vistieron rápidamente y se fueron sin decir nada.

— ¿Y qué paso después? ¿Qué dijimos? —pregunto sintiendo un leve cosquilleo en mi estómago al imaginarme tal escena.

— Nada, os pusisteis a hablar de buscar cosas en el lago, y yo me quedé en la hierba, vigilándoos. —replica mi prima—. Hasta que una hora después volvisteis con hambre, y os di las fiambreras que habíamos traído.

— ¿Y ya está? —pregunto sin comprender.

— No, ahí comencé a notar que Anna estaba algo callada para lo escandalosa que siempre ha sido. —murmura Vero, poniendo los ojos en blanco—. Por lo que le pregunté qué era lo que le pasaba, y me dijo que le había sorprendido ver a Inés y Adrián besándose.

— ¿Y qué más? —pregunto con interés.

— Yo le dije que llevaban haciéndolo tiempo, y que era normal. —contesta Vero con malicia en los ojos—. Y le pregunté si ella no había besado ya a algún chico.

— Pero si tendría 12 o 13 años…

— Yo a esa edad ya me besaba con alguno al salir de clase. —dice mi prima, hundiéndose de hombros—. No todos son tan lentos como tú, y en especial las mujeres, que solemos madurar antes.

— En fin, sigue con la historia. —replico algo avergonzado.

— Como decía, le pregunté si había besado ya a un chico, y ella me dijo que sí, pero no de la manera que lo habían hecho Inés y Adrián. —contesta Vero con una sonrisa—. Y entonces te preguntamos a ti, y te avergonzaste como ahora, admitiendo que nunca habías besado a nadie.

— ¿Y tú ya habías besado a alguien en ese momento? —pregunto con inocencia, viéndola reírse.

— ¿Besarme con alguien? Primito, yo a los 16 ya no era virgen. —responde acariciándome la barbilla cariñosamente.

— Oh. —murmuro sintiendo mis orejas arder.

— ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! —reanuda Vero—. Te preguntamos a ti, y cómo quedo claro que no, te enojaste cuando Anna dijo algo, y comenzasteis a discutir.

— ¿El principio del fin?

— No, los días siguientes aún os llevabais bien. —niega con la cabeza—. Y en tu enojo, te enfadaste conmigo por haberte hecho la pregunta.

— ¿Por eso? —pregunto enarcando una ceja, confuso.

— Eras un chaval de 11 años, te enfadabas por tonterías. —responde quitándole importancia con un gesto.

— Supongo, ¿y qué pasó?

— Pues para que dejases de estar enfadado, y además evitar que Anna se burlase de ti… —murmura con una leve sonrisa—. Te di tu primer beso.

— Oh.

— Entonces Anna se enfadó conmigo porque decía que no podía hacerlo, que eras nuestro primo. —prosigue Vero—. Y le dije que no pasaba nada, que sólo eran unos inocentes besos y que nadie se iba a enterar.

— Entiendo.

— Tú, bastante más descarado que ahora, me diste la razón e insinuaste que querías probar con lengua. —murmura mi prima, riendo—. Entonces, debo admitir que algo llevada por el morbo, le propuse a Anna que practicase contigo. Ella al principio se negó dubitativa, pero le recomendé que lo hiciese para no quedar mal delante de un chico en el futuro.

— ¿Incitaste a tus dos primos a besarse? —digo con cierto tono recriminatorio—. No me extraña que seas la loca de la familia.

— No, sólo aconsejé a mis dos primos a practicar unos inocentes besos. —replica con una sonrisa.

— ¿Y qué pasó? —pregunto poniendo los ojos en blanco.

— En fin, ya sabes que el orgullo de Anna siempre ha sido su mayor defecto, y la idea de quedar mal ante alguien de fuera de la familia, era algo peor que practicar en secreto con su primo, que por aquel entonces era su mejor amigo. —responde Vero con una mirada malévola—. Y lo hizo. Literalmente, fue ella la que terminó de ayudarme a convencerte a ti, que eras más reacio a hacerlo.

— ¿Pero no has dicho que fui yo el que insinuó que quería probar con lengua? —digo frunciendo el ceño ante la contradicción—. ¿Y teníais que convencerme?

— Sí, porque tú querías hacerlo conmigo. —responde mi prima sonriente—. No con Anna.

— Oh. —contesto desviando la mirada—. ¿Y por qué no lo hiciste?

— Porque estábamos en un lugar bastante expuesto a visitas inesperadas, y una cosa era que alguien me viese darte un pequeño y fugaz beso, y otra que me vieran metiéndole la lengua a un niño de 11 años que me llegaba a la altura del pecho. —replica Vero con diversión—. Vi más apropiado que lo hiciese Anna y, además, me daba cierto morbo que vuestra primera vez fuese juntos.

— Estás loca… —respondo provocándole una nueva carcajada—. Entonces, si hubiese sido de tu misma altura o estuviésemos en un lugar discreto…

— Seguramente no me hubiera negado. —afirma Vero sonriente, alzando con indiferencia los hombros—. Los besos son sólo muestras de cariño, no comprendo porque tienen que estar limitadas a ciertos roles en la vida.

— Ya, pero no es lo mismo besar los labios, que meter la lengua. —replico con cierta duda.

— Puede ser. —dice mi prima con diversión—. Pero no me hubiese importado hacerlo, eres mi primo favorito, me gusta mimarte.

— Soy el único primo que tienes. —comento haciendo que se vuelva a reír, mientras se arrodilla en el colchón.

— Y he tenido suerte. —contesta agarrándome los cachetes de la cara como una abuela—. Me ha tocado un primo guapo y simpático.

Acercándose a mí, me planta un fugaz beso en los labios, dejándome atontado mientras su risa burlona se divierte a mi costa, soltándome y retrocediendo para bajar de la cama. Sin saber que decir o hacer, mis ojos repasan toda su hermosa anatomía, viendo a mi prima acercarse a uno de los ventiladores para desenchufarlo.

— En fin, primito. —dice Vero agarrando el aparato y yéndose hacia la puerta—. Me voy ya para mi cuarto, que suficientes recuerdos hemos desenterrado por hoy.

— Pero…

— Hasta luego, guapo. —responde guiñándome un ojo sonriente, saliendo sin más de mi habitación.

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¡Gracias por leer!

Ante todo, gracias como siempre por el apoyo que recibo en comentarios y correos . Y, en especial, a los mecenas de Patreon, que me ayudan a poder dedicarle más horas a escribir :D Como ya había avisado, si es que mi memoria no me falla, con este capítulo número 5 se acaba el arco de la "Introducción" . ¿Qué significa? Que a partir de aquí, la historia comenzará a acelerarse , ya que ya he presentado algunos de los personajes más relevantes a corto plazo. También quiero decir que, como recomendación de algunos seguidores y mecenas, a partir de ahora voy a poner un pequeño extracto del siguiente capítulo en caso de tenerlo ya escrito , para que os hagáis una idea del rumbo. En este caso, cómo el capítulo 6 ya está disponible para ciertos mecenas en Patreon, si puedo dejaros un extracto.

Extracto capítulo 6: Esto es... ¿Semen?

"Casi enajenado ante el beneplácito de mi prima, bajo mis manos a su culo acariciando su sudada piel, apretando sus trabajadas y duras nalgas entre mis dedos para disfrutar de su suave tacto, provocando un leve gemido en Vero, que incentiva a mis caderas a aumentar el pequeño movimiento de roce de nuestros sexos.

—    ¿Quién te ha dado permiso para tocarme el culo? —protesta suavemente Vero, con un tono que no parece una queja.

—    Así seré más rápido. —respondo enterrando mi cara en su cuello, aspirando el aroma que tanto me está nublando el juicio."