Encerrado con mis primas Capítulo 2
Después de la pequeña cazada, Fabio se enfrenta a pequeños problemas típicos de los inicios de un confinamiento.
Capítulo 2: Cuánto más primo…
Centrando mi atención en el plato que tengo delante, me quedo en silencio escuchando las noticias que suenan de fondo en la televisión, negándome a levantar la cabeza hasta que lleguen el resto de comensales a la mesa, en la que únicamente estamos yo, Maya y Anna.
— ¿Otra vez pasta? —protesta Verónica cuando llega, viendo el plato que le sirve Inés—. Encima que no puedo salir a correr, me atiborráis a carbohidratos.
— Lo siento, pero es lo único que queda. —responde con un suspiro.
— Pues haz la compra. —replica Verónica, sentándose.
— Con esto del confinamiento están todos los supermercados online hasta arriba de pedidos. —contesta Inés, sirviendo el último plato antes de sentarse, viendo que mi tía ya hace acto de presencia—. He hecho la compra, pero la fecha más cercana que he podido escoger es dentro de tres semanas.
— ¿Y cómo vamos a sobrevivir tres semanas con lo que tenemos? —pregunta Maya, confusa.
— Tendremos que ir nosotras a hacer la compra. —explica Inés.
— Genial, primero extienden el maldito confinamiento otras dos semanas, y ahora tenemos que hacer nosotros la compra. —protesta Anna, visiblemente cabreada.
— ¿Y cuándo iremos? —pregunta Verónica.
— Pues tenía pensado ir después de comer, que no creo que haya mucha gente. —responde Inés, desviando sus ojos hacia mí—. Necesitaré tu ayuda, porque yo sola no puedo cargar todo.
— Sí. —asiento recibiendo una fugaz sonrisa de mi prima.
— ¿Puedo ir yo también? —pregunta Verónica—. Como siga en casa, me voy a atrofiar.
— Sólo dejan entrar dos personas máximo por burbuja de convivencia. —explica Inés, con una mueca—. Y soy la única que de momento tiene carné de conducir.
— Pero puedes quedarte en el coche, y ya hacemos la compra yo y Fabio. —replica Verónica—. Al fin y al cabo, puedo cargar más peso que tú.
— Está bien. —acepta Inés con un suspiro.
Mirando con algo de aprensión las casi desiertas calles y carreteras, las personas comienzan a aparecer de manera más seguida cuando nos acercamos al supermercado, haciendo que todos los integrantes del vehículo exhalemos un suspiro cuando vislumbramos una fila de gente a la entrada del lugar.
— Aquí tenéis la lista de la compra y la tarjeta de mamá. —comenta Inés, tendiéndole las dos cosas a Verónica cuando aparcamos el coche—. No os entretengáis ni compréis cosas innecesarias.
— Sí. —contesta mi compañera agarrando la lista y la tarjeta, colocándose la mascarilla antes de abandonar el coche conmigo.
Caminando hacia la entrada del supermercado, los ojos del resto de presentes nos observan mientras nos colocamos al final de fila, copiando la misma distancia que tienen los de delante con el siguiente.
— Ya echaba de menos estirar las piernas fuera de casa. —comenta Verónica, alzando sus rodillas antes de inclinarse, tocando la punta de pies como si estuviera calentando para ir a correr.
— Sí. —murmuro escuetamente, no pudiendo evitar echar una mirada hacia atrás, viendo su espectacular trasero dibujado tras los leggins.
— Aunque la mascarilla es muy molesta. —añade mi prima, volviendo a erguirse y recolocándose el cubrebocas.
— Sí. —repito simplemente, viéndola echar ojeadas hacia la calle con la misma curiosidad que yo, seguramente igual de asombrada del silencio que hay en la ciudad.
— Parece que estaremos un buen rato aquí. —comenta Verónica, viendo como no dejan entrar a los siguientes hasta que alguien salga del supermercado.
— Por lo menos estamos en la sombra. —digo viendo venir a dos nuevos integrantes a la fila.
Aburridos por la lentitud en la que avanzamos posiciones, mi prima prosigue sus particulares estiramientos, deleitando a los que tenemos detrás con su espectacular anatomía, haciendo que pille varias veces al hombre de atrás observando con lascivia el culo de Verónica, la cual, o no es consciente de las miradas, o les son indiferentes.
— ¡Por fin! —murmura sonriéndome mi prima cuando entran los que nos preceden, abandonando, para desilusión de todos los hombres tras nosotros, sus estiramientos.
Avanzando hasta la misma puerta del establecimiento, el hombre de seguridad nos detiene con un gesto, mirando hacia el interior del local mientras guarda las distancias. Girándose fugazmente hacia la mesa que tiene ubicada detrás, no tiende una caja de la que sobresalen unos trozos de plástico.
— Por su seguridad y la del resto de clientes, el uso de la mascarilla y los guantes es obligatorio en el interior. Está prohibido quitárselos, y se tiene que evitar, en la medida de los posible, tocar productos que no se vayan a comprar. —comenta con voz repetitiva el hombre mientras sacamos un par de guantes de la caja—. Debido a la delicada situación sanitaria, los servicios están deshabilitados temporalmente, y se recomienda el uso de tarjeta como método de pago. Además, como el aforo está limitado, para evitar largas esperas del resto de clientes, el establecimiento se guarda el derecho a expulsar del local a los clientes si se considera que están haciendo un mal uso del tiempo.
— Entendido. —dice mi prima, colocándose los guantes—. ¿Se puede usar los carritos y sacarlos al parking?
— Sí, pero luego hay que dejarlos en esa zona señalizada para su desinfección. —contesta el hombre señalando una zona con unas líneas pintadas de verde, donde se acumulan unos cuantos carros.
— Entendido. Gracias. —responde Verónica, echándome una fugaz mirada.
— Ya pueden pasar. —comenta al instante el hombre de seguridad, abriéndonos el paso cuando una pareja sale cargada con un par de bolsas.
Accediendo al interior, rápidamente agarramos uno de los escasos carritos, el cual comienzo a empujar mientras Verónica empieza a revisar la lista de la compra, leyéndola antes de señalarme la dirección a tomar.
— Comencemos con las bebidas, que sino aplastarán el resto de cosas. —comenta caminando delante del carro, haciendo imposible que mis ojos no se desvíen eventualmente a su trasero.
Sin necesidad de hacer nada más que empujar el carro, Verónica va rellenándolo con decenas de productos, tachándolos brevemente de la lista mientras lo comenta tranquilamente, hablándome sobre los precios y otras cosas a las que no presto atención. Observando a mi prima intentar alcanzar inútilmente unas latas de atún de un estante alto, mi mirada vuelve a posarse en su retaguardia, provocando que me pille de pleno cuando se gira con velocidad, dándose por vencido.
— Fabio, ¿me vas a ayudar o prefieres seguir mirando… a la nada? —pregunta con un tono suave de reproche, aunque noto algo de diversión en sus ojos.
— P-Perdón. Voy. —respondo sintiendo mis orejas encenderse, y el calor invadir mi rostro.
Soltando el carro y acercándome para agarrar unas latas, la miro para confirmar la cantidad que quiere, viéndola asentir con una divertida sonrisa oculta tras la mascarilla, haciendo que lo una al resto de la compra.
— Dame, ahora llevo yo el carrito. —comenta Verónica con un tono alegre, dándome un amistoso golpe en el hombro para que me aparte—. Hay que aprovechar tu altura.
Sintiéndome algo mal al pensar que lo hace para que no le mire el culo, me centro el agarrar todas las cosas que me va indicando, intentando que mi lujuriosa y calenturienta imaginación no haga acto de presencia.
— Bien, ya sólo faltan un par de cosas. —comenta empujando el carro hacia la sección de verduras y hortalizas, lugar el cual está sorprendentemente escaso de producto—. Vaya, cómo se nota que la gente se ha cansado de la comida preparada y quieren cosas frescas.
— Eso parece. —murmuro empezando a seguir de nuevo las indicaciones de Verónica.
— Y no quedan calabacines... —dice riéndose mi prima, observando una de las cestas vacías—. Cómo se nota que el confinamiento va pasando factura.
— ¿Qué quieres decir? —pregunto inocente de mí, sin comprender la gracia del asunto.
— En fin, ya sabes… La soledad. —responde Verónica alzando las cejas con diversión, haciendo que mis orejas vuelvan a encenderse al comprender a que se refiere.
— Pensaba que era un rumor. —comento tranquilamente, intentando aparentar más madurez de la que realmente tengo.
— ¿Rumor? Para nada. —contesta mi prima mirándome con más diversión aún—. Yo conozco varias que han usado eso o cosas similares.
— ¿En serio? —murmuro mirando otras verduras para que no vea mi rostro.
— Sí. —responde Verónica, empujando lentamente el carrito para retomar la compra—. Personalmente, ya no le veo el sentido, con lo fácil que es comprar hoy en dia un consolador… Pero supongo que es el morbo.
Escuchando una breve carcajada de mi prima ante mi silencio, vamos echando al carro las últimas cosas de la lista, volviendo a sentir incomodidad cuando encaramos la sección de higiene femenina, pudiendo sentir la mirada de Verónica en mi espalda.
— Ya sólo faltan los tampones y las compresas. —comenta observándome, inclinada sobre el manillar del carro, donde está cómodamente apoyada con una sonrisa dibujada en los ojos.
— ¿Y cuáles tengo que agarrar? —murmuro frenándome delante de la estantería intentando aparentar serenidad, sabiendo que mi prima está divirtiéndose a mi costa.
— Esos. —responde señalando un modelo especifico—. Agarra cuatro o cinco cajas, mejor que tengamos de sobra para una temporada, por si acaso…
Sintiéndome extraño de estar comprando estas cosas, mis ojos no pueden evitar mirar hacia los lados cuando me adueño de varias cajas de la estantería, llevándolas con velocidad hacia el carro, haciéndome sentir como una especie de pervertido.
— Qué adorable que eres, primito. —dice Verónica riéndose cuando casi lanzo los tampones a la montaña de la compra—. Tan incómodo por unos simples tampones.
— Calla. —protesto rojo de vergüenza, provocando una nueva carcajada en mi compañera—. ¿Qué compresas necesitas?
— Las de ahí. —murmura señalándolas sin apenas despegar sus ojos de mí.
— ¿Y cuántas? —pregunto queriendo terminar ya con esto.
— Tres o cuatro paquetes. —dice sin prestar mucha atención, observándome divertida cuando regreso al carro—. Tengo mucha curiosidad.
— ¿Sobre qué? —respondo agradecido de que retomemos el camino, alejándonos de la sección.
— Si te pones nervioso por algo como esto, ¿cómo lo haces para comprar condones? —suelta como si nada—. Y más en el pueblo, dónde sólo está la farmacia, y tienes que pedírselos.
— Yo…
Incapaz de decir nada, desvío los ojos hacia los estantes de la dirección contraria, no atreviéndome a cruzar miradas con Verónica al sentir mi rostro completamente rojo de vergüenza. Viendo de reojo el carro frenarse, me veo obligado a hacer lo mismo, dirigiendo la vista hacia mi prima, que me observa con los ojos ligeramente abiertos de sorpresa.
— No me lo puedo creer… —dice mirándome con una sonrisa que puedo notar bajo la mascarilla.
— ¿Qué pasa? —respondo, incómodo.
— Sabía que eras bastante tímido con las mujeres, y que no tenías mucha experiencia, pero… ¿Eres virgen? —suelta en un volumen tan alto que me giro a ver si alguien a nuestro alrededor la escucha, provocándole una nueva carcajada.
— ¡Quieres bajar la voz! —protesto en un susurro, muerto de vergüenza, cuando una anciana nos mira con curiosidad varios metros por delante.
— No me lo puedo creer. —repite mi prima, encontrando la situación extremadamente divertida—. ¿Qué demonios has estado haciendo en el pueblo hasta ahora? ¿Matarte a pajas?
— Vero, por favor. —suplico, volviendo a mirar a nuestro alrededor en busca de posible gente que la escuche, algo que no parece importarle a ella.
— Está bien. —acepta viendo mi rostro de sufrimiento, retomando el paso hacia las cajas—. Pero es que es increíble, primo.
— No sé qué tiene de increíble. —protesto, algo cabreado con ella.
— En fin, me parece raro que no lo hayas hecho. —contesta Verónica, observándome aún con una sonrisa en su rostro—. Puedo entender que eres bastante tímido con estos temas, pero eres atractivo, es extraño que ninguna del pueblo haya intentado algo.
— Vero, déjalo, ¿vale? —pido sintiéndome incómodo con el tema.
— Eres como un regalo sin desenvolver. —prosigue mi prima, ignorándome—. Como una tarta sin probar, un vino sin descorchar…
— Por favor.
— Está bien. —dice finalmente, pero siento en sus ojos las ganas de continuar—. Sólo una última cosa, y lo dejo.
— ¿El qué? —murmuro con un suspiro.
— Al menos habrás hecho algo con alguna chica, ¿no? —pregunta observándome, quedándose anonadada de mi silencio—. ¿Sexo oral? ¿Una paja? ¿Unos toqueteos?
— No. —admito lo que ella misma ha visto en mis ojos, haciendo que sonría aún más bajo el cubrebocas.
— ¡Dios! —responde mirándome como si fuese de otra especie—. ¿Ni siquiera un beso?
Ignorándola, molesto y avergonzado, tiro del carro hacia la caja, escuchando un breve resoplido tras de mí. Esperando a que la persona de delante termine de colocar su compra en bolsas, empiezo a descargar en silencio la nuestra encima de la cinta, siendo ayudado al instante por Verónica.
— ¿Te has enfadado conmigo? —pregunta mi prima cuando terminamos de pagar y de colocar la compra de nuevo en el carro—. Perdóname, no era mi intención burlarme.
— Ya. —murmuro aún molesto, empujando la compra.
— Vamos, no te pongas así. —dice Verónica abrazándose a mi brazo, pegándolo a su pequeño pecho—. ¿Me perdonas? ¿Perdonas a tu prima favorita?
— Tienes mucho ego para autoproclamarte mi prima favorita. —respondo bajando algo las defensas por su cercanía.
— Anna te odia, Maya te ignora, e Inés… Bueno, ella suele estar siempre en sus cosas. —contesta con una sonrisa que asoma bajo su mascarilla—. Tampoco tengo mucha competencia, ¿no?
— Supongo que es verdad. —admito con un suspiro, escuchando una breve carcajada de su parte.
— En fin, esperemos que a Inés no le haya dado un golpe de calor en el coche. —comenta Verónica soltándome cuando salimos del establecimiento, empujando el carrito hacia el coche.
Terminando de colocar la compra, rápidamente me dirijo hacia mi cuarto, dispuesto a encerrarme lo que queda de día. Cambiándome de ropa por una más cómoda, agarro el portátil antes de tumbarme en la cama, apoyándome en el respaldo con un suspiro de descanso. Encendiendo el ordenador, un pequeño sonido de protesta nace en mí cuando mi teléfono comienza a sonar en la mesa, obligando a levantarme e ir a por él, viendo en la pantalla del aparato la foto de mi mejor amigo.
— Hey, ¿qué pasa? —saludo escuetamente antes de regresar a la cama.
— Hey. —responde de igual manera—. No sé, me aburría de estar todo el dia aquí encerrado, y se me ha ocurrido llamarte, a ver qué es de ti, desde que llegamos a la ciudad que apenas me hablas.
— Pues nada, cómo tú. —replico entrando en las redes sociales con la mano libre—. Todo el dia encerrado y sin nada que hacer.
— Por lo menos tú estás rodeado de chicas guapas. —murmura Héctor en un tono de protesta—. Y puedes estar libremente por tu casa.
— Son mis primas. —contesto frunciendo el ceño—. ¿Y qué quieres decir con lo de estar libre por casa? ¿Acaso tú no?
— Que va. —responde Héctor, con un resoplido de frustración—. Recuerdas que te dije que en mi piso de estudiantes éramos cinco, ¿verdad?
— Sí.
— Pues como el salón es muy pequeño para que quepamos todos a la vez, y nadie quiere estar todo el dia en su cuarto, a la chica se le ha ocurrido la brillante, y estúpida, idea de poner turnos para salir de las habitaciones. —explica Héctor.
— ¿Y por qué no te has quejado? —pregunto alzando los hombros.
— ¿Quejarme? Su novio es un puto armario empotrado y vive aquí. —contesta alzando levemente la voz—. La muy perra dictadora lo metió sin preguntar en la casa cuando uno de los que estábamos se volvió con sus padres.
— Tampoco es necesario faltar al respeto.
— Mete a su novio sin preguntar, dicta lo que se puede hacer y lo que no, se pone los mejores horarios con su chico… Tengo todo el derecho a llamarla perra dictadora. —dice Héctor—. Y si no fuera poco estar encerrado en mi cuarto, ¡los escucho follar todo el dia!
— Vaya…
— Al principio era material para paja, pero llega un momento que es demasiado. —murmura Héctor, sin ninguna vergüenza—. Creo que esa tía es ninfómana, no sé cómo no se le cae la polla a su novio.
— Demasiada información. —comento frunciendo el ceño al imaginarme a mi amigo cascándosela como un mono, con la oreja pegada a una puerta.
— Es que es verdad. —protesta mi amigo—. La única manera que tengo de hacer pasar el tiempo más rápido es dormir, y mi cuarto da pared con pared con el suyo… ¿Sabes lo que es intentar dormir escuchando gemidos y el golpeteo de una cama contra tu pared?
— ¿Y por qué no les dices algo?
— ¿Qué coño les voy a decir? ¡Su novio me manda de una bofeteada volando al pueblo! —dice Héctor.
— Pues mira, esa es una buena opción, regresa al pueblo. —propongo, escuchándole chasquear con la lengua.
— Ojalá, pero mis padres me han mandado a paseo. —contesta Héctor—. Me han dicho que, como ya han pagado por adelantado dos meses de alquiler, de aquí no me muevo.
— Vaya… —murmuro al no saber que decir.
— Oye, ¿no tendréis alguna habitación libre en casa de tus primas? —pregunta mi amigo con tono meloso.
— No, lo siento.
— A ver, yo me conformo con un sofá. —insiste Héctor—. Incluso con un trozo de suelo y una manta.
— Imposible. —rechazo con un suspiro—. Mi tía me prohibió traer invitados antes de la pandemia, pues imagina ahora.
— ¿Y si tus primas se lo piden? Quizá acepte adoptar temporalmente a un pobre amigo de sus hijas…
— ¿Amigo de mis primas? ¿Desde cuándo? —pregunto, confuso.
— Desde siempre. —contesta como si fuese lo más natural—. ¿No recuerdas cuando iban al pueblo? Siempre hablábamos.
— Hablar, lo que se dice hablar… —replico con una mueca—. Yo más bien lo que recuerdo es que se aprovechaban de ti para usarte como su mayordomo.
— Bueno, puede que sea verdad, pero a ver quién les dice que no a algo con esos cuerpos… —se defiende Héctor con un resoplido—. Si me dejan quedarme, yo soy su mayordomo o lo que haga falta el resto del confinamiento.
— Imposible. —respondo con un suspiro—. Yo ni pincho ni corto en esta casa.
— Ten amigos para esto. —protesta levemente Héctor—. Admítelo, no quieres compartir ese paraíso de tetas en el que estas.
— Héctor, son mis primas… —contesto poniendo una falsa voz de protesta.
— Ya, pero ya sabes lo que dicen. —replica con su tono pervertido de siempre—. Cuanto más primo, más me arrimo.
— Estás loco. —murmuro poniendo los ojos en blanco, sin poder evitar sonreír.
— Es que... ¡Pff! —dice Héctor—. Si fueran las mías, ni me lo pensaba. Incluso si fueran hermanas...
— Bro , frena que se te va. —comento intentando detener sus crecientes barbaridades.
— ¿Pero tú las has visto? —murmura en el mismo tono que solía usar en el pueblo para decirme al oído lo que le haría a alguna chica que acabase de pasar—. Y encima con esas fotos que suben en Insta …
— ¿Insta? ¿ Stalkeas a mis primas en sus redes sociales? —pregunto frunciendo el ceño.
— ¡Claro! Yo y medio pueblo. —responde como si fuera obvio—. ¿Tú no?
— Pues no. —contesto hundiéndome de hombros.
— Pero si son de tu familia. —replica Héctor—. Tienes una mejor excusa para seguirlas.
— A ver, en su dia éramos amigos en Face , pero ya no lo usan…
— Bueno, ni ellas ni nadie. —añade mi amigo—. ¿Pues a qué esperas? Síguelas, te paso sus usuarios.
— ¿No es un poco raro que siga a mis primas? —murmuro dudoso, sintiendo vibrar mi teléfono al cabo de unos segundos—. Y más viviendo juntos.
— ¿Por qué iba a ser raro? —pregunta Héctor sin entender—. Además, ¿tú sabes lo que te estás perdiendo? ¿La cantidad de material que hay ahí?
— Héctor…
— Dime lo que quieras, pero sé que alguna vez te habrás pajeado pensando en alguna de ellas. —replica mi amigo sin filtro—. Yo lo he hecho, y lo haría, aunque fuesen de mi familia.
— En fin… —suspiro poniendo de nuevo los ojos en blanco, buscando una excusa para terminar la conversación—. Te voy a colgar, que me toca planchar la ropa.
— Vaya, ahora que empezaba lo interesante. —contesta Héctor—. Una pregunta, ¿son más de tanga o de braguitas sexys? Yo siem…
— Te voy a colgar. —murmuro separándome del aparato—. Hasta luego.
Dando a finalizar llamada, no puedo evitar sonreír ante la locura de amigo, haciendo que observe las notificaciones de mensajes, donde me ha pasado varios nombres de usuario, los cuales deben pertenecer a mis primas. Dudando entre buscarlos o no, finalmente mi curiosidad me gana, haciendo que abra el insta . Buscando el primer usuario de la lista, el cual debe pertenecer a Inés por el parecido con su nombre, mi ceño se frunce al encontrármelo en privado.
Bueno, supongo que es normal. Ella es más clásica que el resto de primas, quizá no le gusta eso de que todo el mundo pueda ver sus fotografías… ¿Debería enviarle petición? No creo que le moleste, ¿no? Somos familia, y no creo que vea segundas intenciones tras ello…
Dándole finalmente el botón de petición antes de arrepentirme, paso al siguiente usuario de la lista, el cual resulta ser de mi prima Anna. Teniendo que tragar saliva ante las sensuales fotos que ya salen de primeras, mi dedo baja por la portada rápidamente, dejándome admirar todo tipo de fotografías en las que resalta claramente su cuerpo.
Joder… Ya sabía que Anna era algo provocativa con sus fotos de perfil del móvil, pero su insta es una clara invitación a que le sigan todos los pajilleros de internet… ¡¿Medio millón de seguidores?! Tiene el perfil público, ¿notará si la sigo? No creo, ¿no? Deben seguirle personas a cada minuto, no creo que se ponga a revisar uno a uno quién es.
Atreviéndome a seguirla finalmente, a mi mirada le cuesta despegarse del vertiginoso escote de su última fotografía, recreándome con la imagen antes de volver a dirigir mi atención a la escueta lista de usuarios. Buscando el siguiente, el cual supongo que debe pertenecer a Maya, no puedo evitar emitir una ligera protesta, encontrándome el perfil también privado.
Ella es por la que sentía más curiosidad. ¿Qué tipo de fotografías tendrá publicadas alguien que se pasa el dia encerrada en casa? Esta era una ocasión de conocer más al enemigo que me tiene atrapado por los huevos... ¿Verá raro que la siga? ¿Pensará que quiero ver sus fotos para pajearme como con su tanga?
Decidiendo finalmente no enviar petición, escribo rápidamente en el buscador el último usuario, el cual claramente pertenece a mi prima Verónica. Viendo al instante que lo tiene en público, mi boca se entreabre al ver su número de seguidores.
— ¿Tres millones? —murmuro incrédulo en voz alta, recargando la página para ver que no es un error.
Tres millones… Tres malditos millones de seguidores. ¿Qué demonios sube para tener más seguidores que muchos famosos?
Bajando rápidamente para ver sus fotografías, noto al instante el motivo de su cantidad de seguidores, los cuales me atrevo a asegurar que serán casi todos hombres. Si las fotos de Anna eran sensuales por su exuberante cuerpo y la ropa, las de Verónica dan un paso más allá, añadiendo posturas sugerentes al combo.
Fotos en bikini desde atrás, luciendo su trasero. Con leggins y top en el gimnasio, haciendo sentadillas. En un parque, en cuatro sobre una esterilla, haciendo a saber que ejercicio. Fotos de cuerpo entero con ropa muy apretada… Madre de Dios. La cantidad de pajas que se habrán hecho en su honor, son incontables.
Sintiendo mi verga comenzar a despertarse bajo la ropa, rápidamente le doy a seguir, comenzando a ver con más detenimiento sus imágenes mientras masajeo lentamente mi erección sobre la tela. Deleitándome con ese futuro material para una paja, casi salto de la cama al escuchar golpes en mi puerta, haciendo que rápidamente cierre la pestaña del buscador y mire asustado hacia la puerta, viendo entrar a Verónica sin esperar respuesta.
— Me acabas de seguir en insta , ¿no? —pregunta mi prima con una sonrisa que no se identificar.
— ¿Cómo lo sabes? —respondo algo avergonzado, mirando de reojo mi erección, marcada en mis pantalones tras el portátil.
— Tengo una aplicación que me avisa cada vez que alguien me sigue, y suelo cotillear perfiles. —comenta cerrando la puerta para acercarse, haciendo que deslice el portátil más cerca, para ocultar mi notable bulto debajo.
— Bueno, Héctor me ha pasado vuestros usuarios, y me daba curiosidad… —balbuceo, incómodo.
— ¿Aún sigues siendo amigo de ese pajillero pervertido? —pregunta con un suspiro mi prima, sentándose a mi lado sin pedir permiso, ojeando la pantalla del ordenador, la cual está en el escritorio.
— Sí. —confirmo viéndola suspirar.
— Pues mejor no te juntes mucho con él, que aún se te pegará algo. —contesta Verónica riendo—. Siempre es de los primeros en comentar mis fotos, me parece que sigue igual de desesperado que cuando íbamos al pueblo.
— Creo que mucho más. —digo robándole otra carcajada.
— Y… En fin, ¿qué te han parecido mis fotos? —cuestiona Verónica, abriendo el navegador sin mi permiso para teclear rápidamente insta , escribiendo su usuario cuando carga—. Podrías haber comentado algo bonito, primo.
— No creo que lo necesites con tres millones de seguidores. —argumento nervioso por su cercanía, aferrándome al portátil para que no lo mueva y evitar, así, que descubra mi ostentosa erección, la cual parece no querer reducirse.
— Pero no es lo mismo. —contesta mi prima viendo sus propias imágenes—. La mayoría se limita a decir barbaridades de mi cuerpo.
— ¿Y qué esperas? De los tres millones, dos y medio serán Héctor’s. —murmuro provocando una sonora carcajada de Verónica.
— Tienes razón. —comenta sonriente.
Ojeando sus propias fotografías con tranquilidad, mi nerviosismo crece cada vez que su mano roza el borde del portátil, donde mi erección se niega a bajar. Intentando no mirar las fotos de mi prima para no alimentar a la bestia, finalmente Verónica se dirige a mi perfil, soltando un murmullo de protesta.
— Apenas tienes imágenes tuyas, a excepción de la de perfil. —comenta mi prima, alzando sus castaños ojos para observarme.
— No me siento muy cómodo haciéndome fotos, me siento tonto. —confieso desviando la mirada hacia la pantalla del ordenador, acomodándome el portátil encima del incómodo bulto. ¡Te quieres bajar!
— ¿Y cómo demonios te vas a publicitar ante las chicas? —replica Verónica, rebuscando en su bolsillo hasta sacar su teléfono.
— Bueno, tengo el perfil privado, lo que me siguen es porque ya me conocen. —murmuro incómodo por su cercanía, cada vez mayor—. La mayoría son del pueblo y el instituto.
— Pero seguro que te sigue alguna chica interesada en ti. —comenta mi prima, mientras no puedo evitar poner una cara de duda.
— No lo creo, y menos con mil seguidores, de los cuales son en su mayoría chicos.
— Si ese es el problema, ya verás, vamos a agitar el avispero. —dice Verónica acercándose peligrosamente a mí, llevando su mano a mi cabello para removerlo.
— ¿Qué haces? —comento, bloqueado por sentir el aliento de su boca casi en mis labios.
— Arreglar tu cabello para una foto. —responde con tranquilidad, haciendo que tenga que tragar saliva—. Sonríe.
Posicionándose a mi lado, mi corazón desbocado amenaza con fallarme cuando Verónica se me abraza al cuello con un brazo, apuntándonos con la cámara de su teléfono. Viéndola mirar de reojo la pantalla, finalmente mis pulmones se niegan a respirar cuando sus labios se pegan a mi mejilla, dejándome un largo beso.
— A ver cómo ha quedado. —comenta con naturalidad mi prima, soltando un resoplido cuando comprueba la imagen—. ¡Fabio! ¡Te he dicho que sonrieras!
— Perdón. —balbuceo aún con la sombra de un infarto en mi corazón.
— No pasa nada, aunque mirando mejor la foto, queda un poco aburrida. —murmura quedándose pensativa durante varios segundos—. ¡Ya sé!
Viendo moverse con velocidad a mi prima, apenas me da tiempo a agarrar el portátil cuando sus manos me lo roban de mi regazo, girándose para dejarlo sobre la mesita. Colocándome mi erección, lo más rápido que puedo, de alguna manera que no se note, siento los ojos de mi prima mirar fugazmente hacia mi entrepierna cuando se gira, alzándose luego hasta mi rostro con una sonrisa tranquila.
— Vamos, échate un poco hacia atrás. —ordena de rodillas sobre el colchón, volviendo a llevar su mano a mi cabello como si no hubiese ocurrido nada. ¿No ha notado mi erección?
— Sí. —acepto con algo de nerviosismo.
Antes de que me pueda mentalizar de alguna manera, Verónica se sienta de lado sobre mí, reclinándose hacia atrás y pasando de nuevo su brazo por mi cuello, apoyándose ligeramente en mi pecho para mantener la posición.
— ¿Peso mucho? —pregunta mi prima alzando la mirada, lo cual deja sus labios a poco más de medio palmo de los míos.
— N-No. —respondo con la voz a punto de fallar.
Empezando a alcanzar cuotas de nerviosismo insanas, rezo porque su esplendoroso trasero no se mueva mucho y llegue a notar la erección que quiere atravesar toda nuestra ropa, la cual, por suerte, está ubicada en la zona de sus piernas, donde no presiona tanto.
— Vamos, primo. —comenta tranquilamente Verónica, volviendo a enfocarnos con las cámaras de su teléfono—. Ahora, sonríe.
Volviendo a dejarme un blando y cálido beso en la mejilla, demasiado cerca de mi boca, veo su mano pulsar varias veces la pantalla, separando sus labios para revisar al instante las imágenes que ha sacado.
— No me convence. —comenta acomodándose en mi pecho como si fuera un sofá—. Y no has sonreído.
— Lo siento. —digo embriagado por el olor del champú de su cabello—. Pero me siento estúpido sonriendo falsamente.
— Venga, haz el intento. —replica Verónica, haciendo que asienta sin alternativa—. Y agárrame de la cintura, que si no parece muy frío todo.
— ¿Dónde has dicho? —pregunto tragando saliva.
— Aquí. —responde sin darle mayor importancia, arrastrando mi mano a su cintura—. Ahora sonríe.
Dejando la mano congelada ahí donde la ha puesto, vuelvo a sentir sus labios sobre mi mejilla, obligándome a sonreír todo lo creíble que puedo para evitar represalias de mi prima. Separando su boca de mí al cabo de un par de fotos, apoya su cabeza contra mi hombro, volviendo a sacar varias imágenes más.
— Ahora sí. —asiente mi prima alegre, revisando las fotografías sin moverse de la postura—. ¿Qué te parecen?
— Bien. —contesto con nerviosismo, teniendo que ahorrarme el pensamiento que cruza mi mente. Parecen las fotos de una pareja de novios…
— Pues prepárate, que voy a ponerle un par de filtros y la subo. —comenta apagando la pantalla y guardándose el teléfono en el bolsillo.
— Entendido.
Pensando que todo ha acabado, mi corazón vuelve a latir y mi respiración se tranquiliza cuando mi prima hace ademán de salirse de encima. Pero antes de que pueda evitarlo, pierde ligeramente el equilibrio al intentar levantarse, cayendo sobre mí… Encajándose mi dura erección entre sus nalgas.
Sintiendo por su inmovilidad que lo está notando, su mirada me busca al instante en que comprende lo que es, observándome algo sorprendida, provocando que mi cara se encienda de pura vergüenza. Esperando recibir algún tipo de reprimenda, la confusión nace en mí cuando veo a Verónica sonreír cálidamente, levantándose finalmente de la cama.
— En fin, te dejo tranquilo. —murmura Verónica, yéndose hacia la puerta.
— Yo… —balbuceo, intentando encontrar algún tipo de excusa o disculpa.
— Luego nos vemos. —responde mi prima, lanzándome una última mirada sonriente—. Disfruta.
Viendo su tremendo trasero desaparecer por la puerta, mi ceño termina frunciéndose de confusión ante su última palabra. ¿Disfruta? Volviéndome a sonrojar cuando entiendo que cree que me voy a masturbar, mis manos se van directas a mi rostro, frotándomelo con fuerza.
¡¿Es que todo me va a salir mal?! Primero, Maya me pilla pajeándome con su tanga usado. Luego, me obliga a hacerme una paja delante suyo mientras me graba, para poder chantajearme. Después, Anna está más molesta que nunca por el castigo que le ha dado Inés. Y, para finalizar, Vero me ha pillado con una erección después de tenerla encima…
¡¿Qué coño hago con mi vida?!
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¡Gracias por leer! Antes de nada, quiero agradecer también los mensajes de apoyo que recibí en el capítulo anterior antes de resubirlo, da gusto comenzar una historia así. Aunque también quiero decir, para la gente que sacaba conclusiones precipitadas: calma . Apenas llevo dos capítulos, y me gusta plantear un buen escenario antes de pasar a la acción . Lo que le da emoción (a mi gusto) a un relato erótico, es el trasfondo, no sólo la acción en sí, y más en una historia incestuosa. Por eso quiero pedir calma. La acción llegará paulatinamente, no sería divertido ponerlos a follar en el minuto 1. Aunque también debo decir, que comparado con las historias que me han inspirado, voy a ir más rápido. Gracias de nuevo por el apoyo, y si os gustan mis relatos, echadle un ojo a mi perfil y redes sociales , que me ayudáis mucho. También sois libres de enviarme correos con preguntas, o lo que queráis, como ya han hecho varias personas. Un abrazo.