Encerrado con mis primas Capítulo 1
Fabio es un inocente chico de 18 años, que cambia el pueblo por la ciudad para ir a estudiar a la universidad, viéndose obligado a vivir el confinamiento de la pandemia en casa de su tía, con sus alocadas, y hermosas, primas.
Introducción
Quedándome estupefacto, con la misma cara de sorpresa que mi prima Maya, mi cerebro es incapaz de pensar, quedándome completamente quieto en la misma postura en la que estaba hace un momento: con un tanga pegado a la nariz, la verga en la mano, y mi simiente embadurnándolo todo.
— P-Perdón. —balbucea mi prima, visiblemente impactada, echando otro fugaz vistazo antes de cerrar apresuradamente la puerta de mi cuarto.
Posiblemente más blanco que la pared de mi dormitorio, la angustia y la vergüenza comienzan a oprimirme el pecho, haciendo que me limpie el desastre que ha formado mi última paja con el mismo ánimo de un muerto. Volviendo a guardar en el cajón de la mesita el rollo de papel higiénico, mi mente empieza a intentar encontrar alguna excusa que darle a Maya… Pero no hay excusa posible. Me ha pillado. Me ha pillado haciéndome una tremenda paja… Olfateando el tanga usado de alguna de mis primas. Estoy muerto.
¿Cómo he llegado a esta situación? Pues por culpa del famoso virus… Bueno, y también porque soy un virgen de 18 años con las hormonas montando fiestas hasta por un escote de una anciana, pero eso es otro tema.
Me llamo Fabio. Este año se suponía que iba a ser MI año. El año en que comenzaría mi carrera de fisioterapia. El año en que perdería mi maldita virginidad con las cachondas universitarias del campus… O al menos con eso fantaseaba. Según Héctor, mi mejor amigo, en la ciudad las chicas son mucho más liberales y directas, por lo que este año habíamos abandonado el pueblo con toda la ilusión que pueden tener dos vírgenes a los que les hablan de un paraíso de sexo fácil… ¿Por qué el destino tiene que ser tan cruel?
Como decía, tengo 18 años, y soy hijo único. Hace un par de semanas me vine a vivir del pueblo a la casa de mi tía Laura, en la ciudad. Mi tía es abogada, y de las buenas (sino que le pregunten al que era mi tio, el destrozo que le hizo cuando se divorciaron), lo que lleva una acomodada vida en un enorme apartamento en el centro de la ciudad, junto a sus hijas.
Siempre he pensado que no le gusto a mi tía, por lo que me sorprendió cuando aceptó la petición de mi madre (su hermana) de acogerme en su casa, para poder estudiar en la ciudad sin el caos de alquilar un piso de estudiantes… O lo que es lo mismo, para ahorrarse el dinero. Mis padres son los fruteros del pueblo, por lo que tampoco hemos ido muy sobrados de liquidez nunca.
Mi tía Laura siempre me ha parecido la versión “viuda negra” de mi madre: mismos rasgos en la cara, misma altura, mismo color moreno de cabello, mismos ojos azules, mismo busto imponente… Pero con una seriedad y crueldad en la mirada y la voz, que acojona a cualquier hombre. Siempre me compadecí de mi tio, cada vez que le veía antes de que se separaran, parecía haber perdido varios quilos y tener más canas en el cabello…
Pero, en fin. Tengo una habitación propia en un departamento de lujo en el centro de la ciudad, y gratis, por lo que no me puedo quejar. Héctor, por ejemplo, ha tenido que alquilarse una habitación en un piso de estudiantes abarrotado, con todas las molestias que genera tener compañeros de piso. Por mi parte, mis compañeros son únicamente mis primas, todas mayores que yo, aunque quizá es incluso peor…
Son 4 hermosas jóvenes, todas más mayores que yo. Cuando era niño, recuerdo que jugábamos siempre cuando venían a pasar las vacaciones de verano al pueblo, pero pronto sus visitas comenzaron a escasear, cuando su rebelde adolescencia desarrolló sus cuerpos y sus ganas de pasar el verano con sus amigas, en vez de con su juguete. Porque sí, yo era básicamente eso, su juguete. Algo que utilizaban cuando se aburrían. Y cuando alcancé mi etapa adolescente, eso evolucionó a aprovecharse de mí utilizando mi peor enemigo: mis hormonas alteradas.
No tenían ni vergüenza ni remordimientos en aprovecharse de sus cuerpos para pedirme favores. ¿Qué tenían que ordenar algo? ¿Limpiar o lavar los platos? ¿Querían ver algo en la tele cuando estaba yo? ¿Necesitaban dinero para comprarse algo en la tienda del pueblo? Abracito por la espalda, agarrarme del brazo para pegarme sus pechos, palabras y caricias cariñosas, escotes que me dejaban a la vista, sonrisas, besitos en la mejilla… Era todo lo que necesitaban. Era su sirviente. Se aprovechaban calentándome. Y aunque sabía que no podía pasar nada, porque son mi familia, mis hormonas me hacían tener el razonamiento de un simio, incapaz de pensar en otra cosa que no fuesen sus voluptuosos cuerpos.
La más joven de mis primas se llama Anna. Con los mismos ojos azules de mi tía Laura, pero con el cabello teñido de rubio. Unos pechos bien puestos, y un tremendo culo que no se avergüenza de mostrar a la mínima oportunidad en sus fotos de perfil.
Se supone que por edad similar (ahora tiene 19 años, uno más que yo), debería ser con la que más congeniaría, pero siempre ha sucedido lo contrario. Era con la que menos jugaba de niño, la que más pasaba de mí en mi adolescencia y, no sé cómo, un dia esa indiferencia evolucionó a odio. Me odia, o por lo menos suele decir que le repugno. No sé qué es lo que le he hecho para tal trato, pero entre sus nada respetuosas maneras de dirigirse a mí, destacan: pajillero, virgen, inútil, guarro, cerdo, paleto… Su repertorio de insultos y faltas de respeto es una oda al rico y vasto lenguaje español.
Por otro lado, está Maya. La invisible. La que nunca está. El fantasma. La ninja. La sombra en la noche. La dignidad de un canal de cotilleos. El cabello del calvo de Brazzers. La mi… Perdón, ya paro.
¿Qué decir de Maya? Pues, sinceramente, no mucho, en los últimos años se ha vuelto muy reservada incluso con los de la familia. Tiene 21 años, morena como su madre, ojos castaños como su padre, un cuerpo normalito (o eso creo, ya que desde que se desarrolló nunca la he visto sin sus horribles ropas anchas), estudia Literatura, y apenas sale de su cuarto. Sin exagerar, habremos intercambiado apenas un par de veces frases en los últimos 5 años.
Siguiendo con la escalada de bellezas, está Verónica. Mi prima favorita. ¿Por qué? Porque es cariñosa conmigo y está como una puta cabra. Es bastante extrovertida y liberal, le importa poco que mis ojos le repasen, aunque seamos familia, creo que incluso le gusta. Es habitual que aproveche que estoy sentado en la mesa para agarrar algo desde detrás de mí, pegándome sus pechos al cogote. Sinceramente, al principio pensaba que no se daba cuenta, pero estoy casi seguro de que lo hace de manera consciente, creo que le divierte calentarme… Y yo no me quejo.
Recuerdo incluso una vez que se sentó encima de mi regazo para atarse las zapatillas antes de ir a correr, restregándome su tremendo culo en el proceso, levantándose como si nada. Y al hacerlo, por accidente o no, me palpó el paquete al apoyarse para ponerse en pie. Estoy seguro de que debió notar mi erección… Pero sin hacer referencia alguna, me sonrió y se fue a correr.
Tiene 23 años, fanática del deporte, y en cuanto al físico ella es la más diferente de las cuatro, salió más a mi tio. Cabello castaño casi pelirrojo, ojos del mismo color, sin mucho pecho, pero con un culo… Un culo… Dios, ¡qué culo! Siempre tapizado en esos leggins o medias que lleva para hacer deporte (cursa la carrera de educación física). Grande, redondo, alzado, duro, coronando esas largas piernas, y destacando más aún por el contraste con su estrecha cintura. Por tal de azotar y embestir ese culo, creo que todo hombre dejaba que le cortasen la mano después. ¡Qué culo!
Y, por último, está Inés. La mayor, con 26 años. La copia de mi tía Laura. Terminando su master después de acabar la carrera de derecho, la misma que cursó mi tía. Un busto prominente, como mi tía. Caderas anchas, como mi tía. Cabello moreno y ojos azules, como mi… Bueno, ya sabéis. Por lo menos su manera de ser no es tan dura como la de mi tía Laura. Es bastante seria, aunque amable. Suele hablar conmigo cuando coincidimos en las comidas familiares, me suele tratar bien. Por lo poco que he visto, es la “conciliadora” en las peleas entre sus hermanas.
Y, como extra, estoy yo. Un virgen introvertido que tiene miedo a hablar con las mujeres de fuera de su familia, ¿qué esperabais? Una cosa es las perversiones que pienso, y otra lo que realmente me atrevo a decir y hacer. A ver, la naturaleza me ha tratado bien. Soy alto como mi padre, cabello moreno y ojos azules heredados de mi madre, y un amigo entre las piernas del cual estoy muy orgulloso (aunque nunca lo haya usado). Estoy bastante en forma y creo que las mujeres me consideren agradable de ver.
¿Entonces? ¿Por qué sigo siendo virgen? Muy sencillo… Soy un cobarde. Me dan miedo las mujeres. No soy capaz de articular una frase con sentido delante de una chica fuera de mi familia e, incluso, en ocasiones, con alguna de dentro. No sé de dónde me viene, pero cuando estoy a solas con una chica y me habla, es como si mi cerebro no fuera capaz de asimilar la situación, y soy incapaz de formular palabras. Me pasa desde que era un niño.
Y como suele pasar en algunos pueblos con larga tradición cristiana, ninguna chica se atrevía a acercarse de manera directa a mí, por miedo a que malos rumores circulasen. Y como soy un gilipollas y un cobarde he terminado mi secundaria así: virgen. Por mucho que amigos me dijesen que alguna estaba interesada en mí, por mucho que me confirmasen indirectas que me lanzaban… Tenía miedo y no me atrevía. Y las pocas veces que me mentalizaba para hablar con ellas, me quedaba con la boca abierta como un pez fuera del agua, y balbuceando como un niño al que pillan robando.
En fin, dejemos de hablar de mi patético pasado, que me deprimo más. El presente… Bueno, el presente no tan reciente. Vamos con lo del puto virus (lo de la paja viene después).
Siempre recordaré el silencio que se formó en el salón cuando, en las noticias, se anunció finalmente el confinamiento. Ni un alma habló. Ni un movimiento. Nada más decirlo, todos empezamos a mirarnos entre nosotros, seguramente intentando adivinar si nuestros oídos habían escuchado bien.
Durante las horas siguientes, se confirmaron las terribles noticias, y me encontré de pronto con un dilema. ¿Volvía al pueblo con mis padres? ¿O me quedaba en la ciudad? Pero, finalmente, mis padres la tomaron por mí. En pocas palabras, me rechazaron. Con el argumento de que la situación era incierta y no sabían si podrían seguir trabajando en la frutería, con lo que no tendrían ingresos, le pidieron a mi tía que me dejase quedarme durante el confinamiento con ellas, para aliviar sus gastos.
Y así, después de ser repudiado por mis propios padres, comencé con el confinamiento rodeado de mis primas hace una semana.
Aunque mi intención era encerrarme en mi cuarto el máximo posible durante estas dos teóricas semanas de confinamiento, y hacer ver que no existía, rápidamente surgió un problema a los dos días: era una casa de ricos. ¿Y qué significa eso? Que obviamente tenían una persona para limpiar y hacer las tareas domésticas que, con la situación, ya no podía venir. Y a mi justa, y amante de la organización, prima Inés se le ocurrió distribuir las tareas domésticas entre todos (incluyéndome, por desgracia). A ver, no es que no esté acostumbrado a hacer algunas tareas de limpieza en casa de mis padres, pero aquí había algo que no había allí: mujeres jóvenes. ¿Y sabéis lo que significa eso? Un montón de ropa interior sexy que lavar, a disposición de un puto pajillero desesperado sin moralidad.
En fin, debo admitirlo. Sé que son de mi familia, y está mal pensar en ellas de esta forma, pero siguen siendo cuatro chicas jóvenes preciosas (las únicas chicas con las que tengo una relación cercana), y yo un simple chico desesperado por follar… Así que, lógicamente, hace años que he mandado a la mierda mi moralidad para fantasear abiertamente con ellas en mis momentos de privacidad. Sé que nunca ocurrirá nada con ellas, así que no veo tan mal utilizarlas como material de mis pajas…
— Te toca poner la lavadora. —avisa Verónica golpeando mínimamente mi puerta antes de entrar, encontrándome delante del portátil, chateando con Héctor.
— Voy. —asiento girándome para verla irse, repasando su culazo con la mirada.
Avisando a Héctor de mi temporal desaparición del chat, me mentalizo antes de salir de mi refugio en forma de cuarto, moviéndome silenciosamente por el pasillo mientras escucho la televisión en el salón. Desviando rápidamente la mirada al pasar por él, y ver únicamente a Anna sentada en el sofá, me lanzo hacia la cocina antes de que sus ojos hagan contacto conmigo, saliendo a la amplia terraza interior donde encuentro el cesto de la ropa sucia hasta arriba. ¿Cómo pueden usar tanta ropa si estamos todo el día en casa?
Empezando a separar las prendas blancas y las de color, las primeras sorpresas van llegándome cuando los tangas y sujetadores comienzan a aparecer, haciendo que trague saliva mientras mi lujuriosa mente intenta adivinar de quién es cada una. Con miedo de que me pillen viendo de más, intento dejar de pensar en ello mientras hago los dos montones, pero una prenda termina rompiendo mi estado zen con un golpe a mi nariz que me aturde los sentidos. Agarrando el oscuro tanga enrollado en sí mismo, el fuerte aroma femenino que desprende se hace más potente cuando me lo acerco para observarlo y desenrollarlo, notando que está algo húmedo en la parte central.
Sintiendo mi corazón bombear como loco, mi poca cordura me hace asegurarme de que estoy solo antes de aproximarme la tela a la nariz, percibiendo mejor el atrayente olor. Aunque no lo describiría como un aroma agradable, hay algo en él que me atrae y me seduce, provocando que mi verga dé un pequeño salto en el interior de mis pantalones. Con miedo de que alguien venga, mi creciente excitación me hace guardar la prenda en el bolsillo, prosiguiendo con velocidad la tarea de separar la ropa.
La verdad es que nunca me ha ido el fetiche de la ropa, pero tengo curiosidad… Si pongo la lavadora, creo que puedo ir a mi cuarto y hacerme una paja con el tanga antes de que termine, y así puedo ponerlo a lavar con la segunda tanda de ropa.
El plan era bueno, muy bueno… Pero tardé demasiado, y no esperaba que Maya viniese a avisarme de que la lavadora había terminado. Lo sucedido a continuación, ya lo conocéis. ¿Lo que prosigue? Sólo Dios lo sabe.
Capítulo 1: Me han pillado
Me han pillado… Me han pillado… ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo miro a Maya a la cara? ¿Sé lo habrá contado a alguna? ¿Y si están esperando a que salga de mi cuarto para insultarme y golpearme por pajillero? ¿Y si me echan? ¿Mis padres me acogerán o me dejarán en la calle? ¿Qué hago? ¿Me encierro en la habitación o salgo como si nada? Si lo niego, ¿me creerán? Ni de broma… ¡¿Por qué siempre llaman a la puerta y no esperan respuesta antes de abrir?! ¡Es cuestión de privacidad!
— ¡Tú! ¡Pajillero! —dice la voz de Anna acercándose por el pasillo, haciendo que un helado escalofrió de terror ascienda mi columna.
— Yo… —balbuceo muerto de miedo y confusión, vislumbrando ya mi terrorífico futuro cercano.
Lanzándome a ocultar rápidamente la prueba del delito, apenas me da tiempo a tirar el tanga bajo mi cama antes de que Anna abra la puerta de mi cuarto sin llamar, dedicándome una mirada de repugnancia. Observándola como si fuese un mensajero de mi muerte, veo que sus ojos no han notado mi extraño movimiento ocultando la prenda, y tampoco parece haber mucho más odio que de costumbre…
— ¿Vas a tender la ropa o qué? Hace rato que ha terminado la lavadora. —anuncia mi prima con el ceño fruncido—. No te pienses que te vas a escaquear de la faena.
— Y-Yo n-no…
— Deja de balbucear como un imbécil y ponte a trabajar. —ordena mi prima con mal carácter—. Encima que te quedas de ocupa en nuestra casa…
— A-Ahora voy. —contesto poniéndome en pie cuando veo que no tiene intención de irse hasta que salga, bajando la mirada antes de pasar por su lado, yendo hacia la cocina.
Observando acojonado a mi alrededor, espero encontrar mi comité de despedida, pero este no aparece. Viendo el salón vacío y la cocina también, el poco ruido que se escucha me confirma que el resto de habitantes de la casa están en sus habitaciones. ¿Debo entender que Maya no ha dicho nada? ¿Y si está esperando a algo? ¿Y si me quiere chantajear? ¿Y si no ha visto el tanga y me estoy montando una película? No, es imposible que no lo haya visto teniéndolo en mi cara.
— Venga. —exige Anna dando una palmada con aire de prepotencia.
— Sí. —asiento agarrando un cesto para sacar la ropa de la lavadora ante su atenta mirada.
— Y cuando termines, barre la casa. —dice mi prima sin piedad.
— Pero no me toca a mí. —murmuro alzando la vista y bajando la voz al ver su rostro.
— Me da igual. —contesta con la sombra de una amenaza por detrás.
Observándome a la espera de una queja o protesta que sabe que no va a llegar, se da la vuelta para volver seguramente al salón, haciendo que mis ojos no puedan evitar repasar su bonita anatomía. Me tiene esclavizado, pero qué buena que está...
Intentando ir lo más rápido posible, pongo la segunda lavadora antes de salir a la terraza interior de la cocina, empezando la tediosa tarea de tender la ropa en los varios tendederos que hay en repartidos en el lugar. No entiendo porque desaprovechan una terraza tan amplia, podrían simplemente usar las cuerdas para tender su ropa, como el resto de mortales… ¿Les dará vergüenza? Quizá es por el vértigo de asomarse desde esta altura.
Colocando toda la ropa sin inmutarme, por miedo a que Anna me venga a hacer una terrorífica visita sin avisar, vuelvo al interior de la cocina al cabo de unos minutos, encontrándome el cepillo y el recogedor en la puerta, bloqueando el camino. Suspirando ante la silenciosa orden de mi prima, agarro los artilugios para ponerme a ello, prefiriendo no tener que discutir con Anna. Suficientemente difícil me hace ya la convivencia como para empeorarla…
— Luego voy a revisar. —amenaza Anna cuando entro al salón, empezando a barrer el lujoso parqué—. Así que nada de hacerlo deprisa y corriendo.
— Sí. —murmuro con un suspiro, viéndola cómodamente recostada en el sofá con el teléfono entre sus manos, escuchando de fondo la televisión.
Limpiando exhaustivamente el salón, mis ojos van esporádicamente al cuerpo de mi prima sin que pueda evitarlo, deleitándome con toda la piel que muestra con su veraniego pijama. ¿Cuántas personas habrán tenido la fortuna de acariciar esos tersos muslos?
— ¿Qué miras? —pregunta Anna frunciendo el ceño para mirarme, haciendo que mi cerebro piense una excusa a la velocidad de la luz.
— Ya he terminado. —contesto provocando que sus ojos lancen un fugaz vistazo al salón para comprobarlo.
— Pues venga, el pasillo no se limpiará solo. —responde devolviendo la mirada a su teléfono.
— Sí. —suspiro antes de encaminarme hacia allí, sin atreverme a volver a mirar su cuerpo después de la “casi” pillada.
Empezando desde el final del pasillo, voy barriendo mientras mi curioso oído va escuchando tras las puertas que voy dejando atrás, oyendo únicamente sonidos de teclados y ligeros crujidos de silla al moverse su propietaria. Sobresaltándome un poco cuando una puerta se abre al impactar mi cepillo por segunda vez, mis ojos ascienden hasta el ligero escote que se me pone casi en la cara, alzando más la mirada para encontrar el rostro confuso de Inés.
— Fabio, ¿qué haces? —pregunta mirando mis utensilios de limpieza.
— Barrer el suelo. —respondo tragando saliva, intentando no mirar hacia su pecho.
— No te toca barrer, tienes que poner la lavadora.
— Ya lo he hecho. —contesto dando un paso atrás cuando ella sale de su cuarto, cerrando rápidamente tras de sí.
— Perfecto, pero barrer le toca a Anna. —dice con su típico carácter justiciero.
— Yo…
— ¿Te ha dicho que lo hagas? —pregunta centrando sus ojos en los míos, incomodándome tanto que tengo que desviar la mirada hacia otro lado.
— No. —miento observando fugazmente su analítica mirada.
— Ya. —suspira Inés negando con la cabeza. Mierda, no se lo ha creído—. ¿Dónde está?
Señalando con la cabeza el salón, Inés camina con decisión hacia allí mientras yo la sigo a unos pocos pasos, demasiado acojonado como para ponerme a fantasear con su cuerpo. Llegando hasta el lugar, mi intención es quedarme a resguardo en el marco del pasillo, pero mi prima me agarra del brazo al verlo, llevándome junto a ella hasta delante del sofá.
— ¿Se puede saber porque está Fabio barriendo el suelo cuando te toca a ti? —pregunta Inés cruzando los brazos bajo su imponente pecho, dándole el mismo terrorífico aspecto de mi tía Laura.
— Él se ha ofrecido. —miente Anna mirándome—. ¿Verdad?
— Sí. —intentando sonar inútilmente seguro, provocando un suspiro en Inés y un chasquido de lengua en Anna. Mierda…
— Qué sea la última vez que le obligas a hacer tus tareas. —dice Inés señalándola amenazadoramente con el dedo, haciendo que Anna se siente más recta en el sofá para encarar mejor a su hermana mayor—. Hice el calendario lo más justo y equitativo posible.
— ¡Ese es justo el problema! ¿Por qué tengo que hacer la misma cantidad de tareas que él? —protesta Anna poniéndose en pie, fusilándome con la mirada antes de copiar la postura con los brazos cruzados de Inés—. Es mi casa, él está de ocupa.
— ¿Tu casa? ¿Acaso pagas las facturas? ¿Haces la compra? ¿Colaboras de alguna manera que no sepamos? —replica la mayor frunciendo el ceño y alzando ligeramente el tono—. No, ¿verdad? Es la casa de mamá, y ella permite que Fabio viva aquí porque es de la familia. Tiene el mismo derecho que tú a estar aquí.
— Pero… —murmura Anna con impotencia, incapaz de rebatir los argumentos de su hermana.
— Así que menos lobos, caperucita. —contesta con un tono que consigue acobardar a mi otra prima—. Porque al menos él ha venido con la intención de estudiar y poder labrarse un buen futuro, mientras que tú has tirado un año de tu vida.
— ¡No lo he tirado! —protesta Anna con un tono algo infantil, pareciendo que la discusión sea entre una madre y su hija—. Solamente quería analizar mis opciones, para estar segura, antes de tomar una carrera u otra.
— Ya. —dice con un gesto irónico Inés—. Pues de momento, como castigo, esta semana harás las tareas de Fabio además de las tuyas.
— ¡¿Por qué?! ¡No es justo! —se queja mi prima menor, al borde de las lágrimas—. ¡Sólo ha barrido el salón! No es para tanto.
— Habértelo pensado antes. —sentencia Inés con rotundidad, relajando un poco su actitud para mirarme—. Si vuelve a obligarte a algo, dímelo, que se pasará el resto del verano limpiando.
Dando por finalizada la conversación, Inés me esquiva para irse de nuevo hacia el salón, caminando tranquilamente como si no acabase de ocurrir nada, dejando que el silencio se apodere de la casa cuando se escucha el sonido de la puerta. Sin atreverme a mirar a Anna, el pitido de la lavadora avisando del final sirve para romper el tenso silencio, provocando que mi prima exhale una especie de resoplido antes de dirigirse hacia allí.
— Te voy a hacer la vida imposible. —suelta en un susurro letal al pasar por mi lado, consiguiendo que un escalofrió me recorra toda la columna por segunda vez en el dia.
Viéndola irse enfurecida hacia la cocina, rápidamente dejo los utensilios de limpieza para correr a resguardarme a mi cuarto, temeroso de que Anna vuelva a salir para cumplir su promesa antes de lo esperado. Exhalando un profundo suspiro nada más cerrar la puerta de mi cuarto, el recuerdo de lo sucedido antes de la interrupción de Anna consigue hacerme sudar frío de nuevo, recordando la pillada de mi prima Maya.
Si no ha dicho nada aún, ¿es que no tiene intención de decirlo? Porque a ver, pillar me ha pillado, de pleno. Quizá tengo suerte y no ha dicho nada porque le da vergüenza hablar de temas sexuales. Suele ser bastante callada, por lo que tendría sentido… O quizá me aprecia más de lo que pensaba y no quiere joderme, sabedora de que por una revelación así podrían llegar a provocar que me echasen de aquí.
¿Cómo tengo que encarar esto? ¿Me hago el despistado y sigo como si no hubiese pasado nada? ¿Lo hablo con ella en privado para intentar sondearla y sobornarla si es el caso? ¿Debería largarme sin decir nada y desaparecer? ¿Y s…?
¡TOC, TOC!
— ¿Sí? —pregunto temeroso, congelándome en el acto cuando la persona que abre y se asoma es Maya.
— Soy yo. —murmura brevemente mi prima como si no la estuviese viendo, entrando a mi cuarto sin preguntar y cerrando tras de sí.
Viendo sus ojos observar sin disimulo mi cama, mi cara y mi entrepierna, espero en silencio a que diga algo, pero ella se limita a analizar mi cuarto sin ningún recato, acercándose finalmente a mí.
— ¿Dónde está? —pregunta con tranquilidad, observándome relajada.
— ¿El qué? —respondo haciéndome el tonto.
— Mi tanga. —dice de manera seca y directa.
— ¿Tu…? —murmuro sintiendo que se me cae el alma a los pies. De todas las personas, ¿me tenía que pillar la dueña? Estoy muerto.
Incapaz de leer sus pensamientos tras la máscara de indiferencia que tiene en el rostro, decido irme con el poco orgullo que me queda, haciendo que agache la cabeza aceptando la sentencia. Yendo hacia la cama, busco con la mano apenas un segundo hasta que mis dedos golpean la húmeda tela, sacándolo a la luz.
— Yo… Maya… Lo siento… No sab…
— ¿Te has corrido sobre él? —pregunta interrumpiendo mis disculpas.
— No. —contesto poniendo cara de perro apaleado.
— Dámelo. —ordena tendiendo la mano.
Obedeciendo al instante, sus ojos observan analíticamente la prenda, quizá para asegurarse de que no la haya usado realmente para limpiarme tras la paja. Viendo una mirada que no sé identificar, finalmente me tiende de nuevo el tanga, haciendo que lo agarre confuso.
— Quítatelo todo. —dice señalando mi pantalón antes de cruzarse de brazos.
— ¿C-Cómo? Creo que no te he entendido. —respondo observando su inexpresivo rostro.
— Que te bajes los pantalones y la ropa interior. —repite dejándome completamente confuso.
— Pero…
— Hazlo, o iré a mi madre con el tanga y diré que te he pillado masturbándote con él. —amenaza Maya sin dudar.
Confuso, pero sabiendo que no tengo otra opción, obedezco sus órdenes, desabrochándome el pantalón para hacerlo caer a mis tobillos. Agarrando el borde de mi ropa interior, dudo unos segundos antes de finalmente atreverme, sintiendo mis orejas encenderse ante la situación de estar desnudo frente a mi prima.
— Tócate. —dice Maya sin perder el contacto visual con mi flácido miembro.
— ¿Qué has dicho? —respondo abriendo mis ojos de par en par.
— Que te pajees. —contesta mi prima sin rodeos, lanzándome una mirada mortal para que sepa que no está de broma.
— No puedo contigo aquí. —murmuro tragando saliva.
— O consigues hacerte una paja, o voy directamente al despacho de mi madre. —sentencia Maya con voz amenazadora—. Tú decides.
Observando sus ojos de nuevo en busca de que sea una broma, el miedo que siento a que cumpla su amenaza me obliga a agarrarme la verga, comenzando a masturbarme lentamente, notando al instante que no parece estar por la labor de levantarse ante tanta presión.
— No creo que vaya a poder. —me sincero intentando que se apiade de mí.
— Tú has profanado mi privacidad, así que yo voy a hacer lo mismo. —responde señalando la puerta—. O te haces la paja, o ya sabes lo que te espera.
— Pero es tan fácil. —protesto sin dejar de sacudírmela—. Ya me he hecho una, y contigo delante no puedo concentrarme.
— Haz como si no estuviera, usa mi tanga si quieres. —replica de manera imperturbable.
Viendo que no tengo otra salida, cierro los ojos mientras intento imaginar que estoy solo en el cuarto, llevándome después de un segundo de duda el tanga de mi prima a la nariz, percibiendo al instante ese maldito aroma atrayente que me ha llevado a esta situación. Consiguiendo poco a poco aislarme en mis fantasías, finalmente consigo poner duro mi miembro, haciendo que abra los ojos cuando siento un extraño movimiento ante mí.
— ¡¿Qué haces?! —pregunto acojonado, tapándome la verga con las manos mientras me doy media vuelta, huyendo del teléfono de mi prima con el que me está grabando.
— Calla y sigue. —dice mi prima.
— No, vas a enseñárselo a la tía Laura y… —empiezo a replicar, aterrado.
— ¿Realmente crees que necesito grabarte para que me crea? Además, te llevo grabando varios segundos. —contesta Maya con cierta altanería—. Sigue.
— ¿Entonces porque me grabas? —exijo saber, envalentonándome—. No voy a seguir si no me lo dices.
Viendo el ceño de mi prima fruncirse, se queda varios segundos en silencio observándome a los ojos, volviendo a mirarme la verga antes de exhalar un suspiro de molestia, bajando un segundo la lente de su teléfono.
— Como seguro. —dice finalmente—. Así me aseguro de que tengas algún aliciente si, por algún motivo, te pido ayuda con algo.
— Vamos, quieres chantajearme. —replico frunciendo el ceño, sabiendo que estoy colgando de un hilo.
— Tómatelo como quieras. —contesta volviendo a levantar la lente, y señalarme la verga con un dedo—. Sigue.
Observándola con cierto odio, intento encontrar algún tipo de salida, pero rápidamente sé que estoy agarrado por los huevos, por lo que retomo mi tarea de la paja. Masturbándome como si no estuviera presente, intento ir lo más rápido que puedo, volviendo a imaginarme que estoy solo en el cuarto junto a otra hipotética dueña del olor que me inunda las fosas nasales. Sintiendo como poco a poco la excitación va ganando terreno, noto finalmente como mi interior se contrae, preparándose para la eyaculación.
— Ya. —aviso a mi prima.
— Córrete en el tanga. —ordena Maya, haciendo que la excitación que siento, encuentre de lo más razonable su petición.
Sacudiéndomela con más fuerza, llevo la prenda hasta delante de mi verga, lanzando un pequeño gemido cuando empiezo a disparar proyectiles de semen sobre la tela, haciendo que no me detenga hasta que la última gota de lefa sale de mi interior, momento en que abro los ojos con un suspiro de agotamiento.
Observando a mi prima con la claridad que da el orgasmo, veo como finalmente baja la lente, guardándose el teléfono en el bolsillo de su espantosa sudadera, mirando mi verga dar las últimas sacudidas antes de echarse a dormir.
— Dame el tanga. —dice tendiendo su mano.
— Pero está… —respondo enseñándole los regueros de semen que decoran la tela.
— Es una prueba. —contesta agarrando con la punta de sus dedos una zona limpia.
— Entonces… —murmuro aún con la respiración acelerada—. ¿No vas a delatarme?
— Si no me das motivos, no. —replica girándose para irse—. Y ni se te ocurra contar lo que ha pasado aquí, o me aseguraré de que el vídeo sea más famoso que el puto virus.
— Entendido. —contesto agachando la cabeza, viéndola salir del cuarto sin decir nada más.
Confundido y sin saber que acaba de ocurrir, me subo nuevamente la ropa interior y los pantalones, abrochándomelos antes de lanzarme a la cama agotado, intentando encontrarle un sentido.
Tengo la sensación de que le acabo de regalar mi alma al diablo...
Gracias por haber leído hasta el final. Espero que os haya gustado este primer capítulo, y en caso de ser así, que me podáis dejar un pequeño comentario con vuestra opinón, para decidir si sigo con esta serie o no. Para ser honestos, esta historia está algo influenciada de varias que he leído en la página y me han gustado mucho, y he querido hacer mi propia versión. Si tenéis tiempo, y queréis disfrutar de historias similares de muy buena calidad, os animo a leer "Aislado entre mujeres" de Nokomi y "Compartiendo piso de estudiante con mis primas" de porecharelrato. Seguro que os gustan.
Si lo que acabáis de leer ya os suena, quiero advertir de que he resubido el capítulo, para aprovechar y arreglar ciertos fallos, además de borrar cierto recurso de 3 palabras (qué utilicé 4 veces) el cual ya había advertido que había tomado de la autora Nokomi, dándole crédito en esta nota. Sin embargo, como a ella no le sentó bien que lo utilizase y me acusó de plagio, he decidido borrar la dichosa frase. Podría haberlo dejado tal cual, pero paso, yo escribo por hobby. No tengo las más mínimas ganas de crear una guerra con ella. Sinceramente, espero y deseo que su arranque contra mí de la noche pasada fuese fruto de un mal dia. Porque me sorprendería que alguien con el talento, seriedad y dedicación que demuestra en sus escritos, tuviera realmente tal absura e irracional manera de ver las cosas. Una frase de 3 palabras (que ya habia admitido que le habia tomado), que nuestros personajes "mayores" compartan UN atributo físico tan generico como tener mucho busto, que los protagonistas compartan algo tan normal como la edad y el género, y que la historia vaya de un confinamiento (como muchas miles de obras en la plataforma)... No creo que a nadie le parezca plagio. Porque sino la mitad de esta plataforma serían plagios. Pero en fin... Dejémoslo, que odio la polémica.
Aun con todo esto, os invito a disfrutar de las obras de Nokomi. Llevo muchos años escribiendo y leyendo, y os puedo asegurar que la considero una de las mejores escritoras eróticas que he leído. Si alguno va a leer sus historias y nunca lo ha hecho, dejadle un buen comentario y echadle un ojo a sus redes sociales.