Encerrada en saga falabella

Mi primera vez vestida en la calle fue en una tienda enorme.

ENCERRADA EN SAGA FALABELLA

Mi hermana le puso llave a su dormitorio y esa noche no pude entrar a probarme su ropa. Como siempre sucede, cuando una no puede hacer algo es cuando más ganas una tiene de hacerlo. La puerta cerrada de mi hermanita me dejó más deseosa de vestirme, y para satisfacer en algo mis deseos femeninos, me fui a Saga Falabella a mirar vestidos, lencería, zapatos… Mientras paseaba por la tienda, me imaginaba probándome esa ropa en los vestidores. Tocaba la suavidad de la tela de los vestidos y me moría de ganas de sentir esa suavidad en mis piernas y en mis nalgas. Una vendedora bien alta se me acercó para ofrecerme su ayuda. Le dije que buscaba un vestido para regalarle a mi chica. Me preguntó qué talla y le respondí que era de mi misma altura y contextura, small. “Entonces puedes probarte tú el vestido y si te queda también le quedará a ella”, me dijo. Me puse roja de la emoción y de la vergüenza.

¿Se había dado cuenta que yo deseaba ponerme el vestido?

--Estoy bromeando, jajaja… No puedes entrar al vestidor de mujeres y en el de hombres no te van a dejar entrar con el vestido… Pero, creo que podemos hacer algo. Mírate en el espejo con el vestido en tu delante.

Y me llevó a un espejo medio escondido donde casi no podían vernos. Se puso detrás de mí y me colocó el vestido por adelante. Yo me vi reflejada en el espejo como siempre había soñado. En el fondo se veía mucha gente que no me prestaba atención, exactamente como yo quería que suceda, ser una mujer normal en medio de todos. De pronto la vendedora me agarró por la cintura y me susurró al oído:

--¿Tú crees que eres la primera travesti de closet que viene por aquí? Yo reconozco a las nenas como tú apenas las veo. Todas agarran la ropa, miran extasiadas la lencería como si se imaginaran con vestidas así. Se te nota en la cara que estás feliz con ese vestido en el espejo. Dime, ¿quisieras ponértelo en el probador? ¿Cuál es tu nombre de chica?

--Mary, le dije. Y me muero de ganas de ponerme el vestido. Gracias. Me ha gustado la forma en que me has hablado. ¿Cómo te llamas?

--Mi nombre es Sandra. Y vas a hacer lo que te digo: esperaremos a que no haya nadie en el probador de chicas. Entonces tú entras, te encierras en un cuarto y me esperas, que yo te llevo toda la ropa. Eres bien linda. He palpado tu trasero y está bien formadito. Te aseguro que te verás como una reina. Dame 100 soles, que ese es el precio de mis servicios. Que no te vea nadie, quédate en el cuartito, calladita, no hagas ruido.

Y así ocurrió. En unos minutos yo estuve dentro de un cuartito, sentadita con las piernas cruzadas, esperando mi ropita. Mientras tanto, escuchaba las cosas que hablaban las mujeres en el probador y me daban ganas de salir vestida en medio de ellas, como si fuese una más.

Pero el tiempo pasaba y pasaba y Sandra no llegaba con la ropa. Yo me había sacado toda la ropa, quedándome apenas con la trusita rosada que siempre me pongo debajo del pantalón. Mis piernas se veían bien y me sentía nerviosa pero muy feliz de estar a punto de vestirme en la tienda. Muy callada, como me había indicado Sandra, seguí esperando más de una hora. De pronto, ya no hubo nadie en el probador. Y pronto hubo un completo silencio. Las luces se apagaron y todo quedó a oscuras. Me quedé quieta un rato más esperando que Sandra llegue en cualquier momento. Pensé que seguro había planeado que nos quedáramos solas allí con la tienda cerrada, con toda la ropa a mi disposición. Y con esa fantasía en la cabeza me quedé alucinando que paseaba por la tienda escogiendo la ropita más bonita.

De pronto las luces se encendieron. Yo salí presurosa, así como estaba, casi desnuda, en busca de Sandra, pero no había nadie. Grité su nombre y no hubo respuesta. Miré hacia todos lados y no vi a nadie.

¿Quién había encendido las luces, entonces? Alguien tenía que haberlo hecho. Las luces no se encienden solas. Además las luces debían estar apagadas durante la noche. No tenía sentido que las dejen prendidas, así que supuse que era un plan de Sandra. Ya llegará pronto, pensé.

Y empecé a ponerme la ropita. La lencería más atrevida adornó mi cuerpo. Me maquillé como para parecer una ramera, pero mi vestido era como el de una niña decente. Lo tenía todo, hasta una peluca rubia que me hiciera ver como toda una mujer. Caminé con mis zapatos de tacos y comprobé en cada espejo que estaba completamente femenina en todos los detalles.

Esperaba que Sandra aparesca y me viera cambiada. Estaba algo preocupada porque todo me parecía muy raro. De pronto, mientras caminaba mirando por todos lados, me pareció ver que algo se movía. Me dirigí a mirar y en el camino noté que un hombre vestido de guachimán estaba parado, sin moverse, con lentes oscuros, los brazos cruzados y un porte muy varonil. Lo miré fijamente, pues hasta parecía un maniquí y no una persona real. Lentamente me fui acercando y mientras avanzaba, mis pasos se iban haciendo más femeninos ante la presencia de ese hombre, que seguía quieto y con la mirada puesta en otro lugar, no en mí.

Hasta que llegué y me puse muy cerca a él. Lo miré de frente, pero seguía sin moverse. Acerqué mis labios a los suyos como queriendo invitarlo a besarme. El seguía inmóvil. Llegué a pensar que se trataba de un maniquí, o al menos esa era la fantasía que me provocaba tener. Entonces lo besé en la boca. Y apenas mis labios tocaron los suyos, él me tomó por la cintura me presionó fuerte y me metió la lengua hasta el fondo de mi garganta. Y pensar que hace pocas horas yo estaba lamentando que mi hermana haya cerrado la puerta con llave y no haya podido vestirme con su ropa…

De una nena con solo una trusa rosadita debajo de los pantalones de chico y curioseando en la tienda, había pasado a ser una mujer atrapada por los brazos fuertes de aquel guachimán y sintiendo su lengua invadiendo mi boca.

Luego me tomó por la cintura (cómo me gusta que me hagan eso!) y me besó el cuello mientras me decía: “Quiero que me la chupes”. Su enorme miembro luchaba por salirse por la bragueta y me acariciaba las nalgas. Es increíble la forma como iba aprendiendo a ser una mujer. Mi trasero reconocía las dimensiones de su pene sin verlo y se levantaba voluptuosamente invitándolo a ir más allá, tras las fronteras de la señorita que hasta ese momento era, porque ya habrán adivinado que en ese momento mi trasero no había sido poseído por nadie.

Yo me deslicé hacia abajo y me volteé poniéndome de rodillas ante él. Su bragueta se abrió y de allí emergió una torre inmensa, dura, húmeda y masculinísima. Mi pequeñísimo pene, ya erecto por la excitación, no pasaba de los 3 centímetros. El del guachimán no tenía menos de 25 cms.

Cuando mi boca se acercaba a su miembro para probar por fin el instrumento por el que mi feminidad quería sucumbir, él me levantó y me volvió a besar. Yo sentí como su lengua entraba y salía de mi boca. Estaba quieta permitiéndolo todo. Su enorme pene me tocaba a la altura de mi ombligo.

Y yo así, sometida por la presión de sus brazos, que me cogían fuertemente sin darme libertad. Me sentí presa de él, poseída y entregada completamente. Así comprendí que esos momentos de intimidad de closet que tenía solita en mi dormitorio habían sido mi entrenamiento para ser una mujer. Hasta el día de ayer yo me vestía en mi dormitorio y en ningún otro lugar más. Nadie sabía mi secreto, ni mis padres, ni mi hermana (cuyos vestidos me los había probado todos). Y en este momento yo estaba vestida y maquillada en una tienda y con un hombre que me besaba como queriendo hurgar en mis entrañas con su lengua. Y todo esto ocurrió en un instante. La voz susurrante de Sandra invitándome a probarme el vestido y el hecho de que me haya reconocido, todo me provocó este torbellino de locura, que primero me hizo entrar al probador de damas y a esconderme allí en espera de que Sandra me traiga ropita de mujer y luego salir de allí y encontrar toda la ropa de la tienda para mí solita. Y finalmente ese hombre que apareció repentinamente y me sorprendió vestida y despertó mis instintos femeninos de una manera tan intensa, como jamás había sentido antes, ni siquiera cuando uno de mis compañeros en el colegio se dedicó a acosarme… pero en fin, esa es una historia pasada.

Ahora yo estoy en el local de Saga Falabella, donde miles de personas pasan todos los días. Y me encuentro no solo como una mujer vestida y linda, sino que también un hombre me toma entre sus brazos y me besa con pasión.

Me pregunto donde estará Sandra. ¿Por qué me abandonó en el vestidor?

(Continuará)