Encarna (Una atípica limpiadora de hotel)

La vida de Encarna cambia de un modo inesperado al limpiar la habitación de uno de sus clientes. Despertando en ella cosas que creía olvidadas.

ENCARNA, UNA ATIPICA LIMPIADORA DE HOTEL

Encarna era una mujer de 46 años muy bien llevados que trabajaba de limpiadora en el Hotel Trip Avenida desde hacía ya casi veinte años. Nunca había tenido ningún problema por lo que estaba muy bien vista por sus jefes, trabajadora, ordenada, callada, servil. Media más o menos un metro sesenta y cinco, pelo moreno siempre recogido en un moño como regía en el reglamento, caderas algo anchas, unos pechos muy sugerentes, y una cara preciosa que invitaba al pecado nada más verla.

Ricardo era un joven de veintiséis años que se hospedaba desde hacía una semana en el hotel, justo en el área y planta donde trabajaba Encarna. Desordenado, sucio, algo dejado, guapo y musculoso como un modelo, y bastante creído. Encarna estaba harta de tener que recoger, limpiar y adecentar su habitación mas allá de lo que su trabajo requería. Hacer la cama, cambiar las toallas, barrer, fregar el suelo  y limpiar las papeleras depositas para tirar la basura. Eso era todo, pero siempre se encontraba ropa tirada por el suelo o en la cama, siempre arrugada y mal puesta, comida y latas de bebida en las mesillas, etc.

La mañana del martes Ricardo llego a la habitación justo cuando Encarna estaba limpiándola. Cruzaron las miradas, pero la limpiadora no dijo nada aunque un día mas estaba bastante harta y cabreada con aquel huésped. Ricardo dio los buenos días e índico que siguiera limpiando como si él no estuviera. Se quito la corbata y la dejo caer al suelo, lo mismo que la camisa blanca, antes de sacar dos o tres y dejarlas esparcidas por la cama, hasta elegir una de color azul.

-¿Podría el señorito ser un poco más cuidadoso y no dejar las cosas por el suelo o tiradas sobre la cama?. Me haría la labor mucho más fácil. – dijo Encarna sin poder ya contenerse.

-No sé queje tanto mujer, que no es para tanto y siga, siga. Además es su trabajo. – contesto Ricardo haciendo un gesto despectivo con la mano que cabreo aun mas a la limpiadora.

-Como se nota que su madre no le enseño de pequeño buenos modales y educación. – replico Encarna poniéndose en jarras frente a Ricardo.

-Sabrá usted donde he estudiado, o a la clase de familia a la que pertenezco y con quienes nos codeamos nosotros. – dijo Ricardo deteniéndose en el nudo de la corbata, que dejo de hacérselo para clavar su mirada en Encarna.

-No sé con quién se codeara, pero desde luego una buena zapatilla en el trasero de vez en cuando no le hubiera venido mal a su trasero. – contesto Encarna medio arrepintiéndose del comentario hecho por su situación en aquella conversación.

-¿Una buena zapatilla como las que lleva puestas, señora?. – inquirió Ricardo quitándose la corbata aun sin anudar y dejándola caer al suelo de forma más que provocadora.

Encarna no se pudo contener al sentir que la sangre le hervía en el corazón, y dando tres pasos adelante en dirección a Ricardo le dijo al tiempo que le soltaba una bofetada que le dejo la cara bien caliente y el corazón helado al no esperar tamaña reacción en aquella limpiadora.

-¡Pero que te has creído pedazo de sinvergüenza¡.

-¿Y usted quien se cree que es?, menuda limpiadora de mierda. Pienso poner una queja sobre usted en dirección. Ya puede ir pensando en la cola del paro, gilipollas. – la contesto Ricardo.

-Me basta con decir que ha intentado abusar de mí y me he defendido para tirar su queja por los suelos. – replico Encarna envalentonada viendo que era eso o quedarse sin empleo.

-Estaría bueno, pero tú sabes con quien estás hablando foca sebosa. – hablo Ricardo recorriendo con la vista el cuerpo de Encarna y diciendo algo totalmente diferente a lo que realmente pensaba, pues aquel cuerpo estaba para echarla un buen polvo. Sin embargo Ricardo no pudo pensar mucho más porque Encarna le volvió a dar un par de bofetadas a izquierda y derecha que le dejo sin habla.

  • Ya me he cansado de recoger tu mierda jovencito, si tu madre no lo hizo cuando eras pequeño, lo voy a hacer yo ahora aunque ya seas mayorcito para ello.

Encarna de un tirón de orejas le acerco a la cama, le desabrocho los pantalones y le bajo los bóxers. Delante de sus ojos se quito la zapatilla de estar por casa que utilizaba por comodidad y que le permitían sus jefes, y sentándose en la cama se subió un poco la falda del traje de faena color negro, para acomodar a Ricardo sobre su pierna izquierda, mientras pasando la derecha por encima de sus piernas aprisionarle de forma que no pudiera escapar a lo que se le venía encima. Ricardo no supo reaccionar, no supo sobreponerse a los acontecimientos, y cuando se quiso dar cuenta estaba ya sobre el regazo de aquella mujer en espera de recibir su primera azotaina. Unos segundos después recibió su primer zapatillazo sacándole de su embelesamiento.

-Veras como con el culo caliente empiezas a ser más educado y dejas de dejar las cosas por ahí tiradas. – sermoneo Encarna a Ricardo mientras zurraba con ganas el trasero de aquel joven, que comenzaba ya a teñirse de rojo.

-¡Pare, duele!. – dijo Ricardo aferrándose al tobillo de aquella limpiadora como si aquello mitigase el picor de cada zapatillazo.

-Acabo de empezar sinvergüenza. Aun te quedan un par de docenas mínimo, cariño. – le vaticino Encarna alternando los zapatillazos entre las dos nalgas del joven.

Al cabo de unos cinco minutos Encarna comenzó a sentirse acalorada, algo duro comenzaba a oprimir el interior de sus piernas. Paró en seco y mando levantar a Ricardo, que nada más hacerlo se llevo las manos al trasero para frotárselo con ganas en un vano intento de mitigar la quemazón que sentía en el, tras haber recibido unos cincuenta zapatillazos muy bien dados. Al hacerlo, y sin saber porque dejo ver una erección monumental que hizo que Encarna aun sintiera más calor. Se levanto de la cama, le volvió a coger de la oreja y le llevo hasta el espejo obligándole a poner las manos sobre una cómoda, y haciéndole sacar el culo para fuera.

-Como te muevas jovencito te muelo a palos.

Ricardo obedeció, no sabía porque, pero no quería contrariar a aquella mujer. Primero por la amenaza, segundo porque se sentía muy excitado y aquello a pesar del dolor también le producía placer. Encarna sujeto la zapatilla con su mano derecha aun con mas fuerza que antes, y sin pensarlo agarro el miembro viril de Ricardo aprisiónalo con su mano izquierda, para acto seguido comenzar a azotar el trasero de aquel joven, rendido ya a sus deseos. Le iba a dar una tunda con la zapatilla que jamás olvidaría. Los zapatillazos eran contundes. No muy seguidos pero si fuertes y contundentes, lo que provocaba que el trasero de Ricardo se metiera para adentro con cada uno, volviendo a sacarlo hacia fuera en espera de otro más. Este movimiento también era provocado porque con cada zapatillazo recibido, su miembro viril crecía mas y mas entre la mano de Encarna, que sin saberlo estaba haciéndole una paja magistral al tiempo que le zurraba con ganas.

No fueron menos de cincuenta zapatillazos los que recibió de nuevo Ricardo, antes de que aquella mujer soltara su miembro viril y dejara caer su zapatilla al suelo para calzársela y dar por terminada aquella lección. El culo de Ricardo estaba ya algo más que rojo, pintitas moradas salpicaban sus nalgas, e incluso parte de sus muslos. Pero ante tremendo castigo no quiso ni moverse por si acaso aquello comenzaba de nuevo. Encarna le cogió del brazo izquierdo y lo lanzo como si nada sobre la cama, luego se puso frente a él, resoplo, y subiéndose la falda se quito las bragas con una facilidad que jamás hubiera pensado. Sin pensárselo se subió sobre esta, y se puso a horcajas sobre Ricardo, conduciendo  su miembro viril  a la entrada de su ardiente conejito,  se lo estaba follando de la misma manera que antes le estaba zurrando la badana en el trasero. Ricardo ni se lo pensó, desabotono el vestido negro, y la arranco el sujetador hasta liberar aquellos pechos que sin duda estaban más que bien. Los sobo, los chupo, los acaricio, los estrujo, hasta sentir como Encarna se corría sobre el. Cuando noto que ella paraba reacciono con rapidez para voltearla y ponerla a cuatro patas diciéndola.

-Después de la paliza que me has dado zorra, no creas que me vas a dejar sin llenarte ese coño de leche.

-No, no, no, que estoy haciendo, por Dios. Estoy casada, pobre Tomas, no se lo merece, encima me cabree con el y le tengo desde hace un mes en el dique seco. – farfullo Encarna intentado zafarse de Ricardo, que dándola un par de azotes en su nalga derecha la dio a entender que aquello lo había buscado ella, y no iba a parar hasta conseguir su orgasmo como había hecho ella.

Encarna hundió la cara en el colchón, apretó los dientes, y comenzó a gemir por el placer recibido. Sabía que tenía un culo envidiado por todas, deseado por todos, y en aquella posición se lo hubiera follado cualquiera. Solo tenía que moverlo un par de veces para conseguir que su Tomas dejara lo que estuviera haciendo para clavársela ahí mismo donde Ricardo la tenia ahora metida. Apretó las sabanas con ganas al tiempo que recibía un par de azotes más, aun más fuertes que los anteriores, al tiempo que se escuchaba decir.

-Clávala hasta dentro cabrón, follame, vamos follame duro.

Unos minutos más tarde entre convulsiones, Ricardo se derramaba sobre el culo de Encarna dejándole la totalidad de este bañado de su leche. Encarna excitada, agitada, no dejaba de gemir, manteniendo la posición aun cuando el joven ya había terminado e incluso ya había sacado su miembro del interior de su vagina.

Ricardo recogió la corbata del suelo, se la anudo, se vistió por completo y abandono con prisas la habitación tras haber mirado el reloj, como si llegase tarde a una cita muy importante. Pero antes de hacerlo la dijo.

-Nunca antes me habían calentado el trasero así, pero si el final de cada sesión  es petarla el culo a base de pollazos, recuerde que estoy hospedado aquí hasta el jueves. Todos los días dejare ropa por los suelos, cuando quiera vuelve y me da otra.

Encarna quedo sola en la habitación, al cabo de unos segundo se reincorporo, se bajo la falda, se abotono el vestido, se recoloco el moño, sonrío, y se dijo para si misma.

-Vaya polvo que me acaban de echar, y menuda tunda que le he dado antes. Madre mía del amor hermoso,  ahora a ver como se lo digo yo a Tomas, o ¿no se lo digo?

Camino de casa Encarna fue pensando en que sería mejor, si contárselo a su marido, o dejar que aquello quedara oculto en un cajón. Al final decidió contárselo, aun sabiendo que pasaría.

Encarna entro en su casa, y vislumbro a lo lejos la figura de Tomas sentado en una silla leyendo el periódico al fondo en la cocina. Dejo el abrigo, el bolso en el perchero de la entrada, y avanzo hasta la cocina con la doble intención de preparar la comida, y al mismo tiempo contarle todo lo que la había pasado en el hotel. Se puso el delantal tras darle un beso de bienvenida y empezó a trastear con los platos, la olla donde reposaba el guiso y los cubiertos que iba a poner en la mesa. De espaldas a su marido y antes de que pudiera empezar cualquier conversación acerca de cualquier artículo que pudiera haber leído en el periódico se lo soltó de improviso. No sabía otra forma de hacerlo.

-Tomas, lo siento, no sé muy bien como paso, pero esta mañana haciendo una habitación del hotel, entro el huésped y me lo tire. No sé ni cómo paso, una cosa llevo a otra y….

Tomas cerro el periódico, se quito las gafas que utilizaba para leerlo y mirándola fijamente ladeo la cabeza hacia su lado derecho. Su expresión era indefinible, imposible saber lo que pensaba, aunque no paso mucho tiempo para adivinarlo.

-Y van dos veces, en nuestra boda justo en el convite te pille follandote a mi hermano en el baño. Te perdone y hasta hoy creo que hemos sido todo lo felices que podemos ser, teniendo en cuenta que llevamos más de quince años casados.

-Soy muy feliz a tu lado, Tomas. – respondió Encarna.

-Llevamos más de quince días sin hacer el amor, te he buscado en más de una ocasión pero siempre había una excusa, dolor de cabeza, cansancio, no es el momento.

-Lo sé, y lo siento Tomas. Te juro que de ahora en adelante lo haremos más a menudo. – Encarna intentaba justificarse y contentar a su marido.

-Si, las cosas van a cambiar cariño. Te quiero mucho, más de lo que jamás pensé que podría quererte, pero a partir de ahora lo haremos siempre que yo quiera, y no habrá excusas. ¿Entendido?

Encarna asintió con las manos sujetándose el delantal como buena ama de casa. Sin embargo aun esperaba algo más, y cayó en espera de que su marido acabara.

-¿Te acuerdas lo que te paso cuando me pusiste los cuernos la primera vez?

-Si, me dijiste muy bajito en el oído que cuando llegáramos a casa lo primero que iba a sentir es el cinturón en el trasero. – Encarna trago saliva mientras veía como Tomas se levantaba, doblaba el periódico guardándolo en un cajón,  separaba la silla de la mesa, y finalmente comenzaba a desabrocharse el cinturón.

-Frente a la mesa, súbete la falda, bájate las bragas, inclínate sobre esta y con las manos estiradas. La mirada al frente en todo momento, contando cada azote que te dé, y dándome las gracias por recordarte lo que no debes hace. Creo que todo esto te es familiar, de modo que no me hagas esperar.

Encarna comenzó a caminar en silencio, rodeo la mesa dando la espalda a su marido, se subió la falda, se bajo las bragas, se inclino sobre la mesa con la mirada al frente y agarro el mantel con todas sus fuerzas. Ahora iba a ser su culo el que fuera calentado, y ya sabía que no iba a ser placentero.

Tomas se acerco a ella y dejo que el cuero de su cinturón acariciara las posaderas de su mujer. Sin pensárselo y con la polla más dura que nunca tras contemplar ese pedazo de trasero que tenía su mujer, descargo el primer cintazo sobre las nalgas de Encarna, que gimió de dolor.

-Uno, gracias por recordarme que no debo ponerte los cuernos. – dijo Encarna.

Tomas repitió el movimiento y volvió a cruzar el trasero de su mujer, dejando una segunda línea roja sobre las nalgas de esta, escuchando seguidamente el mismo comentario. La acción se repitió durante veinticinco veces, dejando el culo de Encarna bien rojo y dolorido. Cuando el castigo hubo terminado Encarna no se movió, sabía que su marido estaba excitado, sabía que quería poseerla, sabía que allí mismo se la iba a clavar. Tomas contemplo su obra, un culo perfecto, redondo, prieto, y muy colorado. Se desabrocho el pantalón, se bajo los slips, y sin decir palabra alguna la tomo por las caderas para penetrarla con tanta fuerza, que hasta su mujer grito y se arqueo desde el primer envite. Sabía que no iba a durar mucho, su excitación era sublime y esta iba en aumento. Se derramo dentro de ella en dos minutos, Encarna no dejo de gemir, de jadear, como una perra en celo. Era el segundo polvo del día, y aun siendo este mucho mas corto, reconoció que fue muchísimo mas intenso. Recordó que la encantaba sentir la correa en su trasero, y no sabía porque no la había buscado mas veces, cuando después  venia un polvo como aquel.

-Esta noche te daré por el culo, de modo que como te he dicho no quiero excusas. Puedes bajarte la falda y subirte las bragas. Voy al baño y vengo para que comamos.

Tomas abandono la cocina, Encarna se vistió y girando la cabeza hacia el baño se dijo.

-Te voy a poner los cuernos todas las veces que quiera, unas veces te lo contare y otras no. Unas veces me calentaras las nalgas y otras no. Sí, soy así, puta, ninfómana, una verdadera hija de su madre .Si, así es tu mujer.