Encaprichada - Parte 1

Obsesiva, ansiosa, deseosa.

Me encuentro ante un dilema moral, quizás a causa de un capricho. No estoy segura por qué mi imaginación se desboca entre sueños de sometimiento, dolor y placer. Es tal la intensidad de estas fantasías que quisiera hacerlas realidad para vivirlas con todos los detalles.

Que el sujeto de mi excitación sea un amigo de mi novio solo complica las cosas, pero no lo vuelve imposible.

Sin ninguna sutileza intento seducirlo y aunque me sigue el juego, por momentos se pone a la defensiva. ¿Lo estaré malinterpretando en mi afán de avanzar?

Me pregunta cuál es la propuesta.

Me pregunto qué deseo realmente. Quiero saborearte, que me cojas por todos lados, conocerte desnudo y desinhibido, verte disfrutar y disfrutarlo. Quiero aferrarme a mi cuerpo y mi cuerpo te desea dentro.

Respondo que divertirnos, hacer un paréntesis excepcional. En definitiva no es algo tan relevante, es un capricho que parece no valer la pena cumplir si eso implica poner en riesgo nuestros vínculos.

Cuál es el riesgo?

Una noche no basta para poner en duda el amor que tengo con Pablo.

Pero ellos son amigos, les resultaría incómodo. Sugiero que hagan chistes sobre el tema, que no dejemos que nos afecte la carga moral conservadora. La psicóloga me preguntó si era necesario romper todos los límites morales, si toda regla estaba mal. Le dije que no, claro. Además, ¿qué mueve al mundo si no es la búsqueda del placer?

Existen clasificaciones, placeres terrenales/corporales versus placeres del alma /mente/espíritu, placeres individuales versus placeres colectivos. En palabras de Tomás Moro, los placeres que pueden traer algún sufrimiento después no son verdaderos placeres.

¿Cual es la justa equivalencia entre placer y sufrimiento? ¿Qué pasa si rechazo la posibilidad de cumplir mi fantasía? Me frustro. Puedo soportarlo, es tonto insistir. Pero… tengo tantas ganas. Estoy ansiosa. Obsesiva.

Soy la primera en juzgarme. Me baño dos veces al día porque me siento sucia, pero no logro limpiar mi cerebro. Te quiero coger, lo imagino otra vez. A veces solos, a veces con participación de otras personas. Me da igual.

Claro que siento culpa por ser tan puta, pero sé que está mal esa culpa en cuanto Pablo me confirma que soy libre de desear estando a su lado. Quiero que me cojan los dos. Tenerlos muy cerca. Quedar temblando, no controlar mi cuerpo, sentirme agobiada de tanto placer.

Me imagino que estamos los tres en el sillón de tu casa del interior de Buenos Aires, frente al hogar encendido. Ustedes toman algo de alcohol, yo no porque no quiero que me caiga mal. Compartimos un porro, nos relajamos. Propongo que juguemos a algo. Les pido que cada uno me cuente una fantasía suya y prometo contar una mía después. Cuando llega mi turno me río y les digo que igual ya saben lo que voy a decir. En tono chistoso les digo que mi fantasía es un sanguchito, del que me gustaría ser el jamón.

O matambre, jamón crudo, salame, puedo ser la metáfora que más les guste. Siempre que me coman al final.

Juguemos. A que son un par de amigos que comparten una mujer que acaban de conocer y nunca van a volver a ver. A estas alturas, me gustaría estar observando una erección imposible de camuflar en cada uno de ustedes. Buscaría la mirada de mi novio para confirmar mi avance, lo encuentro excitado. Me concentro en tu pene, lo quiero conocer. Te desvisto lo justo y lo empiezo a besar. Lento, te sorprendería lo sutil, lo suave que puedo ser.Mi novio no tarda en tocarse sin dejar de mirarnos. Te daría un rato de atención total, algunos besos, respiraríamos el placer de sólo rozarnos, con ropa de por medio. Cuando estés listo para entrar, cambiaríamos de posición. Llamo a Pablo, que tiene la cara y la verga enrojecidas por la excitación. El sentado en la cama, yo acostada boca abajo lo chuparía, vos entre mis piernas no me das tregua. Se escucha

PAF PAF PAF

en cada embiste.