Encaprichada con mi padre (Parte IV) (Final)
Alisa es una chica a la que su padre le ha prohibido tener novio, como consecuencia de ello, Alisa desfoga sus deseos con el poder de la fantasía. Tras ocurrir un evento que espanta a la chica, comienza a desarrollar pensamientos impropios. ¿Hasta dónde llegarán los actos de Alisa?
Encaprichada con mi padre
(Parte IV)
Capítulo 9
El regreso a casa fue cansino, me lo pasé dormida, y mi padre, invariablemente hizo lo mismo.
Resultaba más que evidente, que estábamos agotados por el viaje. No sé con exactitud que hizo mi padre con aquella mujer: Cecilia. Lo mejor era pensar que tan solo cenaron, se respetaron, y regresaron sin esperar nada sobre el otro a sus respectivos cuartos. Quise con todas mis fuerzas que eso hubiera sucedido, mantengo aún una esperanza ciega, dolorosa, aplastante, de que se vieron como simples amigos. Me palpitaba el pecho, y me mareaba de odio, solo de pensar que pudieron haber tenido relaciones sexuales; me afligía la idea de que todo hubiera ocurrido distinto a mis anhelos. Tanta locura en mi cabeza me tuvo pensando varios días sobre este asunto: probablemente quedé trastornada por lo ocurrido con Fernanda y mi padre, que si lo veía objetivamente no era la gran cosa… ¡Pero como duele! Y pensé que con el tiempo ya no me afectaría, pero me afectaba, y lo hacía de forma cada vez más angustiante. Todo teniendo en cuenta que al principio me tragué los celos, y que no pareció impactarme de manera contundente.
Volviendo al caso de Cecilia y mi padre, yo tenía un largo mantra que me repetía cada vez que me despertaba en las mañanas, o cada vez que sentía celos al pensar en ellos dos juntos; este me ayudaba a mantener la cordura y estabilidad emocional: «Cecilia pertenecía, en lo que duró la boda, a la soledad de su habitación. Y Sergio, mi padre, perteneció a mi lado, al lugar que le corresponde por el derecho de ser mi padre, con la mujer de su vida. Yo, su niña, su amor, la que nunca lo abandonaría sin importar lo que sucediera, la mujer a la que él no puede cortar y alejarse, está atada a él de por vida y nada lo puede cambiar», me decía.
Algunas veces, cuando llegaba a mi cabeza la vulgar idea de masturbarme, le añadía al mantra, variaciones cuando llegaba a la parte de: «yo, su niña...». Las variaciones casi siempre eran aleatorias; y terminaba, o bien riéndome a carcajadas, o muy mojada. Una variación que se quedó muy marcada en la memoria, y a que a veces la repito cuando «tengo acción solitaria», es: «yo, su niña, a la que le metió los sucios dedos en su conchita, ella, la que se la chupó de a gratis como perrita en celo en una habitación de hotel, la que ya sabía como provocarle erecciones desesperantes, está completamente enamorada de él. Ella lo ama y a pesar de todos los celos, y de todo lo que él le haga, lo perdonará. Sí, lo perdonará aunque sea infiel. Y si un día yo, su hija, no quiere tener relaciones, lo perdonará, así suceda que él la posea todos los días. Lo perdonará porque es su bebita, su propiedad, y siempre le entregará las nalgas a cambio de nada».
Mi padre estaba acostado, había cumplido ya su palabra de recoger a la zorra esa de Cecilia en el aeropuerto. No sé si tuvieron relaciones en la cena, ni tampoco sé si lo hicieron en el lapso de la recogida. La verdad es dudoso, claramente se notaba en el rostro de Cecilia que ella anhelaba una relación seria, algo en mi interior me lo decía a gritos, una especie de intuición femenina que no falla en esa clase aspectos.
Cuando ella de verdad tuviera sexo con mi padre, ya se habrían conocido mejor, entonces ella trataría de envolverlo poco a poco; terminarían casados con cada paso que esa mosca muerta realizara con éxito. Mi trabajo era ahora no solo incrementar la confianza sexual entre mi padre y yo; de momento ya nos habíamos masturbado mutuamente, pero eso no era para nada suficiente, lo que necesitamos es tener relaciones lo más pronto posible, antes de que la posibilidad de perderlo para siempre asomara su fea cabeza en mi realidad.
Era obvio que yo también quería una relación seria con mi padre, pero yo, a comparación de la imbécil de Cecilia, conocía a Sergio literalmente de toda la vida; y para añadir la cereza en el pastel, aparte de que mi padre ya me amaba de antemano, la calentura que él pudiera sentir por mí, era de gran potencial.
Es cierto que el amor que mi padre sentía por mí, inicialmente no era el mismo tipo de amor que se le tendría a una novia, él me amaba como padre, pero viendo lo que ya había sucedido entre nosotros, era perfectamente posible que él me quisiera como mujer además de hija; ambas cosas combinadas formarían una explosión de amor imbatible. Ese amor tan puro, sería más fuerte que el limitado flaco amor hacia una hija, y definitivamente más intenso que a una mujer de esas del montón. Yo veía en el panorama futuro, fabricando con mi padre un vínculo indestructible, erótico y amoroso, épico, digno de una historia mitológica.
Teniendo todas esas ideas burbujeando en la cabecita, me acerqué a su cama. Yo no dormiría en mi cama esa noche, apelaría de nuevo a los ladrones. En realidad ya no tenía miedo, se había esfumado el terror hace tiempo sin que me diese cuenta; mi padre no era consciente de ello, y estaba en mi disposición aprovecharme de ese favorable detalle.
—Papito, tengo miedo de que entren los ladrones, ¿puedo quedarme a dormir aquí contigo? —pregunté súbitamente mientras entraba en la habitación de mi padre, bajo el brazo derecho mantenía atrapada mi almohada preferida.
—Sí mi niña. Pero tenemos que hablar muy seriamente —sentenció con cierta pena contenida en cada palabra.
—¿Hablar de qué? —pregunté a la defensiva. Algo que habita en la frase «hablar muy seriamente», nunca augura buenas noticias.
—Ya sabes de qué Alisa. De lo que hicimos allá…
—Pero… ¿No te gustó o qué? —pregunté mientras me metía en la cama, fingiendo que no estaba nerviosa, que el corazón, el pecho y el estomago, no irradiaban sensaciones físicas que lo delataban. Siempre me sentía así cuando me confrontaban, y más cuando era mi progenitor quien lo hacía.
—No se trata de eso mi amor, se trata de que nos debemos tratar con respeto porque tú eres mi hija y yo soy tu papá. Debemos de tener ciertos límites. Lo que sucedió no deberá repetirse jamás. Y nadie lo debe saber. ¿Comprendes la gravedad del asunto?
—Papito, pero a mí me gustó mucho. Quiero otra vez —supliqué.
—No estas entendiendo niña. ¿Qué es lo que te sucede últimamente? Siento ser tan directo, pero no tengo otra alternativa. Me incómoda hablar de esto, pero no creas que no me doy cuenta de lo provocativa que has estado conmigo. Primero te me pegas el trasero todo el tiempo, te desnudas frente a mí y después ya hasta hicimos cosas. Cruzamos un límite. ¿Por qué tratas de provocarme?
—Ajá, ¿y la culpable soy yo no? Seguramente yo eyaculé en la garganta de mi hija —dije con acidez al sentirme herida por las palabras que salían de mi padre como cuchillas cortantes.
—No me hables así Alisa —dijo mi padre con tono severo. No debía yo de seguir por ese camino, o lo haría enfadar de verdad. Tendría en cambio que solucionarlo. Por suerte, siempre guardaba algunos trucos para situaciones como esta.
—Perdón papito —sollocé, mientras estallaba en lágrimas. De forma automática mi padre se lanzó para abrazarme.
—Ya mi niña, tienes razón. Los dos somos culpables, no solo tú. No debí dejarme llevar, pero tienes que entender que los hombres somos muy débiles cuando nos provocan sexualmente. Sobre todo, con mujercitas con un cuerpo como el tuyo —dijo mientras continuaba abrazándome para consolarme. Dejé de llorar en ese instante, sentí sus manos subiendo y bajando por mi espalda, que bien se sintió, «ojalá bajara más esas manos», pensé.
A pesar de lo dramático que resultaba todo, mi mente intentaba con urgencia encontrar salidas para tornar todo a mi favor. ¿Qué me estaba pasando? Algo en esa forma de adelantarme a las cosas, de ser capaz de separarme de las sensaciones de mi cuerpo, y de forzar mi cabeza parecía impropio en mí. Estuve a punto de dejarme llevar por ese pensamiento cuando un eureka me sobrevino. Al parecer mi padre había admitido su propia debilidad, por lo tanto, lo único que yo tenía que hacer, era provocarlo de nuevo, y hacer que me la metiera. Era evidente que le encantaba mi cuerpo, sobre todo mis pechos y mi culo respingadito. ¡Pero si lo acababa de admitir el muy desvergonzado! «Mujercitas con un cuerpo como el tuyo », había dicho. Solo era cuestión de hacerlo caer, me encontraba en un punto de inflexión, en una encrucijada del destino. Lo que yo decidiera hacer, definiría el rumbo tanto de mi vida como la de mi padre.
—Y sí, en parte es tu culpa por no dejarme tener novio. Es exactamente como tú dijiste, ya me estoy convirtiendo en una mujer, y como mujer, tengo mis necesidades —solté de repente separándome de su abrazo.
—¡Pero si eres una chiquilla! ¿Cómo crees que te voy a dar permiso de tener sexo con cualquiera? —exclamó él.
—Papá, es que, escúchate. Para unas cosas soy una mujer, y para otras una niña, según la que te convenga. No tiene lógica lo que dices. Pero te voy a poner las cosas sencillas, me pongo caliente y quiero dejar de estarlo cuando lo necesite. Es así de fácil, y tienes que aceptar que a mí me pasan esas cosas sin importar si soy una niña a tus ojos.
—¿Qué voy a hacer contigo niña? Con tantos disgustos que me das…
—Pues tienes dos opciones, una es que me dejas tener novios, y la otra es que hagamos lo del hotel tú y yo —razoné.
—Estás loca Alisa. No habrá nada de nada, y ya hay que dormirnos —zanjó mi padre. Segundos después, apagó la luz para determinar que, en efecto, se quería dormir. Me quedé en silencio, pero tenía un plan.
Esperé alrededor de dos minutos, a que mi padre se comenzará a dormir. No quería que se durmiese por completo, pero sí que estuviera en un estado de letargo. Sabía que no estaba dormido porque no escuchaba sus ronquidos. Sus ojos estaban cerrados, los pude vislumbrar levemente una vez que mis ojos se acostumbraron un poco a la oscuridad. Fue en ese momento en el que me acerqué a mi padre, me moví hacia su lado de la cama y lo abracé como si fuese un oso de peluche gigantesco. Sentí la calidez de su piel, entonces di cuenta de que no traía puesta ropa alguna. «Me pregunto si estará usando ropa interior, después de todo él no sabía que yo vendría, siempre que duerme solo, lo hace desnudo», cavilé en mi mente.
—¿Alisa que haces? —inquirió mi padre instantes después del abrazo.
—Te abrazo, ¿Qué ya no puedo hacer ni siquiera eso? —dije simulando tono de voz de adolescente enojada.
—No, sí puedes. Eres mi hija, siempre tendrás ese derecho —expresó con ternura.
—Bien, pues ya lo sabía, por eso lo hago.
Nadie dijo nada durante varios minutos. Repentinamente sentí el impulso de comprobar si estaba mi padre usando calzones o bóxer, porque, si no usaba ropa interior, mi plan resultaría más sencillo aún, la dificultad de desnudarlo estaría fuera de la mesa.
Disimuladamente, comencé a pegarme más hacia él. Mientras tanto, yo le daba besitos en las mejillas y el cuello. Al mismo tiempo, puse mi rodilla en su entrepierna, como queriendo sentir su enorme pito en mi muslo, así determinaría su desnudez. Una brillante estrategia. Tal fue mi alegría al comprobar rápidamente que su verga estaba desnuda, que me felicité en la mente por ser «tan astuta». Debo mencionar que una delgadísima sábana se interponía entre nuestros cuerpos, pero por esa misma cualidad de ser tan delgada pude notar que estaba desnudo en su intimidad.
—También sé que tengo derecho a darte todos los besos que quiera —dije rompiendo el silencio, en parte para distraerlo del hecho de que mi rodilla se posara en el área de su pene, y por otra, para tener el «permiso» oficial para animarme a darle un beso en la boca. Sí tan solo el se diera cuenta de que él ya tenía todos los permisos míos para hacerme lo que quisiera.
—Si bebita, nada más contrólate —aceptó.
Ni tonta ni perezosa, le comencé a repartir besitos con fiereza en las mismas áreas: cuello y mejillas. Sumándose a esas áreas, a veces se me «escapaba» alguno que otro beso cerca de sus labios. Al mismo tiempo, comencé a mover lentamente mi rodilla en círculos para excitarlo, necesitaba parar esa verga.
Lo conseguí más rápido de lo esperado, al parecer mi papito se excitaba con cualquier cosa. Quizás era porque yo se lo provocaba, o porque todos los hombres son de esa forma, o una combinación de ambas. Sea cual fuere la razón verdadera, no me detuve a pensar en ello, era irrelevante en ese momento. Solo quería conseguir que mi papito me montara de una puta vez por todas, y al parecer sería sencillo, mucho más de lo que creía.
Por supuesto, yo estaba a mil. Es más, fue la propia excitación lo que le indujo a meterme a su cama, a restregarme contra su cuerpo. Básicamente me le estaba ofreciendo para que me hiciera lo que deseara. Le iba a «soltar las nalgas», como dicen coloquialmente en mi tierra.
Sentí su erección, y cada vez más, yo movía mi pierna con descaro sobre el lugar donde estaba su miembro. Disimuladamente, con la mano que no estaba abrazando a mi papito, comencé deslizar la sábana hacia abajo. Poco a poco, fui consiguiendo que ese estorbo hecho de tela se fuera separando del cuerpo de mi padre. El tirón final, se lo di a la sábana cuando al mismo tiempo, le planté un beso en los labios a mi padre, fue un besito rápido, tronado, muy lindo, de piquito. Este fue el distractor más efectivo que encontré, de otra forma me encontraría con las habituales y estúpidas resistencias de mi padre para los asuntos sexuales conmigo.
—¡Niña! Besitos en la boca no… —suplicó mi padre en un susurro.
—Yo te los doy donde quiera —impuse.
—No está bien esto Alisa, en serio mi niña, no quiero hacer algo de lo que me arrepienta —explicó. De pronto, entendí de donde provenía toda esa resistencia que mi padre mostraba para conmigo. Así mismo, encontré el camino para que la mayoría de sus defensas se derrumbaran como un castillo de arena siendo pateado. No era calentándolo solamente, sino haciéndole creer que no se arrepentiría, ni tampoco yo.
—Papito, pero tú te mereces una mujer que te quiera incondicionalmente. Yo te voy a querer pase lo que pase. ¿Por qué te podrías arrepentir?
—No quiero hacer algo que está prohibido, esto está mal —dijo Sergio.
—Está mal solo si no queremos hacerlo —dije con voz sensual. Para ese momento la sábana ya estaba fuera de mi camino por completo. Acerqué la rodilla de nuevo a su pene, y en efecto, reiteré al cien por cien, que estaba desnudo. Sin dejar hablar a mi padre, bajé mi mano y sin más, le sobé la verga. Paralelamente le planté un beso tronado en la boca. Y después otro beso, y otro, y otro.
Mi padre dejó de resistirse a los besitos en la boca, y me atreví a quedarme pegada a su boca. Traté de meter mi lengua y lo conseguí, sin darnos cuenta, estábamos sumidos en un erótico beso de lengua entre padre e hija. ¡Demonios! ¡Dioses! ¡Lo que sea! ¡Lo estaba logrando!
Dejé de simplemente sobarle la verga con sutilidad, para directamente masturbarlo. Mi padre no realizaba un solo comentario al respecto. Evidentemente le gustaba lo que le estaba haciendo.
Detuve el beso abruptamente sin dejarle de jalársela con cada vez más velocidad.
—Enciende la luz papi —le pedí.
La luz estaba de vuelta, tenía a mi padre, al parecer, libre de sus resistencias, ya no ponía ninguna de sus negativas habituales. Era mi momento para aprovechar, si algo más no sucedía en esa noche, todos mis avances anteriores podrían convertirse en algo sumamente vano e infructuoso.
Quité de encima todas las sábanas que estaban sobre nosotros. Ahora miraba claramente la verga de mi padre. Sergio solo miraba como lo masturbaba con las dos manos, parecía petrificado, y también domado por la calentura provocada por mí. En esos instantes yo me había convertido en el peor de los demonios de la lujuria, lo más tentador que existía en el universo de mi padre, él lo sabía en el fondo. ¿Quién podría escapar de esta tentación tan fuerte que representaba una hija tan bella, con esa carita bonita, con esa armonía de cuerpo de modelo, con esos pechos tan jugosos, con ese culo tan lindo que me cargaba, con esa actitud de putilla que tanto les encantaba a los hombres en las mujeres? ¿Quién en su sano juicio huiría de una chica tan ofrecida como yo?
—¿Te gusta papito? —pregunté con malicia.
—Sí, me gusta, pero paremos por favor —suplicó mi padre.
Las putas resistencias aparecían otra vez. No me digne en contestar su petición. Más bien, hice todo lo contrario, en lugar de parar todo esto, lo intensifiqué. Acerqué rápidamente mi cabeza a su miembro, y se la comencé a chupar. Esta vez de una manera mucho más frenética que la vez del hotel. Estaba como enloquecida chupándole el pito, pero me tuve que controlar. No deseaba que se viniera otra vez tan rápido, lo que necesitaba era tener sexo con él para comprometerlo conmigo, no hacerlo eyacular como tal. Así que paré antes de que se viniera de nuevo en mi garganta.
Ya tenía a mi padre notablemente excitado, ahora él se dejaba que yo le hiciera básicamente lo que quisiera. A pesar de todo lo logrado por mí, no era suficiente, una cosa era dejarse hacer y otra tomar un rol activo. Es decir, no creo que mi padre se me montara para metérmela. Lo que se me ocurrió para solucionar esta última barrera era subírmele encima y montármelo. Procedí a mi plan de inmediato antes de que volvieran a aparecer las resistencias que se entreveían ya moribundas.
Me subí encima como su fuese un caballito, se me antojaba mucho metérmela de una vez, pero me aguanté. Antes que nada, debía de multiplicar su antojo por sexo, no quería que se sintiese obligado, esto era fundamental, por lo que me puse de espaldas a él. Desde su perspectiva, lo que mi padre tendría que estar viendo, era mi culo. Otra cosa que no solo se limitó a mirar, sino que sintió de primera mano, fueron mis nalgas rozando su parada verga. Arriba y abajo frotaba los cachetes de mi culo contra su pito. De mi concha, no dejaba de salir baba como si de un nopal guisado se tratara.
—Niña… —balbuceó mi padre dominado por la calentura.
—Tómame papito —supliqué con voz de puta.
—No… Por favor…
—Ándale papi, o si no voy y me acuesto con otros he —declaré. Al parecer, esta frase encendió a mi padre de una forma extraña. No solo por lo que me comenzó a decir, sino por la manera en que comenzó a actuar.
—Tú no te vas a acostar con nadie. ¿Entendiste? —declaró mi padre un poco enojado. En este momento dejé de mover, me bajé de encima y me puse frente a él. Estaba con mis rodillas sobre la cama.
—Entonces… ¿Contigo sí puedo? Porque, si no es contigo, ya sabes lo que haré con otros hombres —pregunté muy coqueta.
—Bebita, no puedo creer que mes estés orillando a esto. No te reconozco, te veo ya muy crecidita siendo tan provocativa y luego me vienes con chantajes —caviló mi padre moviendo la cabeza en señal de negación, de un lado a otro.
—Tienes razón, ya estoy grande. Ya he hecho cosas —confesé.
—No creas que no me he dado cuenta Alisa, sabes cómo provocar a un hombre y hasta sabes masturbar y chupar. Pero eso quiere decir que, ¿no eres virgen?
—No te vayas a enojar papito... Pero no soy virgen —En verdad no era virgen, decidí aprovechar eso para hacerle ver que ya era una mujer con deseos, para ver si eso lo inclinaba a tomarme. Necesitaba que me viera como un ser sexual, una puta fácil, para que tomara de una vez.
—Ya me lo venía venir…
—¿Estás enojado? —pregunté. Estaba preocupada de que se enojara y todo mi plan se fuera a la mierda en este instante.
—Sí, pero también sé que, las chicas tienen sexo cerca de estas edades. Sé qué en algún momento tenía que suceder. Pero, ya no quiero que lo vuelvas a hacer, ni que salgas con otros hombres, ¿de acuerdo? —expresó mi papito.
—De acuerdo papi. Pero cuando tenga veintitantos sí, y con quien yo quiera.
—No Alisa, ni siquiera cuando tengas treinta, te lo estoy prohibiendo —dijo muy serio.
—Pero si no soy tuya, no soy de tu propiedad. A los treinta, ya no me vas a andar mandando —declaré comenzando a ponerme furiosa de la nada, algo en lo que me decía me molestaba de verdad. Me tenía que calmar o el plan se arruinaría con mi estupidez.
—Si eres mía, soy tu padre —dijo tajante.
—Demuéstralo poco hombre —dije de una manera desafiante, pero a la vez coqueta. Con todas mis fuerzas, apagué el enojo para centrarme en el momento.
La reacción de mi padre fue inmediata. Él se levantó de su letargo y me tumbó en la cama para que estuviera acostada. Mi cabeza reposaba ahora en la almohada mientras me encontraba boca arriba, mi padre se me subió encima. Lo primero que hizo fue darme un beso, me metió la lengua como si fuese un derecho natural al que solo él pudiese acceder; como es natural se lo consentí. Mi padre estaba actuando en una prolongación de su carácter posesivo, pero yo no lograba entender el por qué; no obstante en ese momento no importaba más que el hecho de que me fuera a coger por fin.
Más allá de todo, por fin estaba sucediendo. Mi padre estaba tomando el papel activo en nuestra relación, se estaba haciendo cargo de lo que en realidad tenía ganas de hacer con su hermosa hija. Me besaba como si estuviera desesperado, y una vez que sentí su lengua en el interior de mi boca, y me hubo babeado parte del rostro por sus besos que se tornaron bruscos, él me tomó de las axilas, me levantó y me sentó en la cama, la facilidad con la que logró eso, me hizo sentir como si yo no contuviera peso. Luego, me sacó la camiseta con innecesaria fuerza, dejándome con los senos al aire. La circunstancia siguiente, fue que tomó de las muñecas con sus manos, me tumbó de nuevo en la cama, y extendió mis brazos detrás de mi cabeza. Esa manera en la que estaba postrada, yo no podía moverme mucho, me estaba aplicando una presión muy grande, contra la cual no podía hacer nada. Teniéndome agarrada de esa forma, puso su cara sobre mis senos y me los empezó a besar de una manera demasiado tosca. Durante un instante sentí indefensa, cosa que no disminuyó la calentura, sino que la alimentó.
—Papi, no seas tan rudo por favor —supliqué excitada.
—Te voy a hacer lo que yo quiera, de la forma en que yo quiera —espetó tajante—. ¿No es lo que querías cabroncita?
No contesté, no me gustó el talante con el que me habló, ni las palabras utilizadas, aunque me tuve que aguantar: lo único que deseaba es que me la metiera ya. Después de eso, seríamos prácticamente novios, nuestra vida cambiaría de un estado de padre e hija, a una pareja amorosa estable. Ya habría tiempo para reclamarle por estas ofensas, ahora las circunstancias ameritaban enfocarme en mi meta principal.
Mi padre me soltó de repente.
—Bájate los calzones —ordenó fríamente.
Obedecí sin contestarle nada. No sé por qué, pero en este momento, comencé a ponerme nerviosa, una pizca de miedo se coló en mi sentir. De alguna manera, pensaba que mi padre me trataría de una forma más cariñosa a la hora del sexo. Extrañamente noté que eso no bajó para nada mi calentura, estaba más mojada que nunca.
Una vez me quité los calzones, mi padre mi lanzó, otra vez, en la cama, solo que violentamente.
—Papito, me estas siendo un poquito brusco —dije con voz bajita, como su si fuera un susurro fuerte. Con un tono de timidez característica de una mujer que ha estado en sumisión durante años a causa de un marido maltratador.
—¿Esto es lo que querías, no perrita?
—Papi… ¿Por qué me dices así? —pregunté muy sorprendida, pero con una calentura hirviente en mi vagina. En este punto estaba desesperada. Necesitaba coger ya.
—De ahora en adelante te diré como quiera, espero que entiendas quien manda —declaró mi irreconocible padre.
—Entiendo papi, no te enojes —dije de nuevo con esa vocecita de niña sumisa que reflejaba miedo.
—Abre las piernas Alisa—ordenó con tono seco. Separé las piernas inmediatamente.
Mis deseos se cumplieron segundos después. Mi papito se puso entre mis piernas, acomodó su pene en la entrada de mi vagina, y de un golpe me la metió hasta adentro.
—Uff… Mi niña, estabas bien mojada —dijo mi padre con cara de satisfacción.
No dije más palabras. Estaba yo perdida en el tiempo con la cabeza revuelta, la calentura me envolvían, sentir a mi padre dentro mío, me transportaba al mundo de fantasía con el que había estado soñando durante meses enteros. Un mundo, una situación mágica que me había provocado tantas masturbaciones. El miedo desapareció, ni cuenta me di cuando sucedió, quizás fue desde la primera embestida, o la segunda. Una locura de cariño y amor que en este momento estaba compartiendo con el verdadero amor de mi vida, mi papito me está penetrando. Mi papito me estaba haciendo suya por fin. Estaba zambullida disfrutando de estas hermosas emociones, y tuve un orgasmo híperveloz cuando tan solo iba en su cuarta embestida. Después de eso, mi padre aumentó la velocidad en la que metía y sacaba su pito, un minuto más tarde tuve otro orgasmo, luego y otro. Esto era de verdad hacer el amor.
Sentía el enorme peso de mi padre sobre mí, mi vagina ardía del morbo inmenso que estaba experimentando, no había imaginado que semejante placer podía existir en esta vida. Mientras tanto, mi padre entraba y salía continuamente de mí.
En un lapso de unos minutos de estar bombeándome se detuvo en seco. Al principio creí que se había venido dentro de mí, pero no fue así, no sentía el esperma en mis cavidades. Lo que sucedió a continuación fue otra cosa.
—Voltéate, te voy a reventar la colita —ordenó mi padre.
—Por ahí no, por favor —pedí sintiendo un imprevisto pánico.
Hacerlo por el ano, no era algo que hubiera practicado antes. No me hacía ninguna ilusión, Fernanda decía que al principio era algo que dolía horrores. Yo no deseaba experimentar dolor alguno, necesitaba amor y placer, no otra cosa.
—Tenemos que hacerlo por ahí bebita, si termino en tu matriz puedes quedar embarazada —explicó con una actitud mucho más cariñosa que antes, volviendo a ser el padre amoroso que siempre ha sido hasta la fecha. Su tono de voz me tranquilizó.
—Sí, pero te dejo hacerlo... No me voy a quedar embarazada si me tomo la pastilla —expresé.
—Está bien mi niña, de todas formas, voltéate, te lo haré de perrita. Empina bien las nalgas. De que te la reviento la colita, te la reviento, pero todo a su tiempo. ¿Verdad princesa? —dijo mi padre.
—Sí, papito —dije sin convicción y con la única intención de no llevarle la contraria.
Me voltee como me solicitó. Me puse como una perrita y paré las nalgas.
Se puso detrás de mí, me tomó de las caderas y comenzó a bombear primero muy lento, súbitamente incrementó la velocidad de las embestidas. Los cachetes de mis nalgas golpeaban contra el pubis de mi padre, es fácil concluir que debido a la potencia y aceleración con que me estaba metiendo el pito, se escuchaban sonoros golpeteos de piel. Ni que decir de los gemidos que yo estaba soltando. «Ay, ah, ah», repetía una y otra vez desde que empezó mi padre a darme verga. Solo me detenía cuando sentía algún orgasmo. Llevaba cinco orgasmos hasta el momento, no entendía como mi padre estaba aguantando tanto si en el hotel se vino enseguida.
Sin embargo, no fue mucho más lo que duró mi papito. Mientras mis senos se movían de enfrente hacia atrás por causa de la cogida que me estaba dando, y mis nalguitas, tanto como conchita estaban recibiendo castigo de los golpeteos, mi padre soltó un alarido mientras hizo una gran pausa en las arremetidas.
—¡Ah! ¡Pinche putita! ¡Toma cabrona! —vociferó mi padre, mientras sentía como me llenaba con su semen.
Fue increíble, al ser consciente de lo que estaba llenando mi útero, irremediablemente me vine de nuevo, tuve el orgasmo más increíble que puedo recordar en toda mi vida. Fue tan fuerte, tan intenso, que no pude ni soltar un solo gemido. Mi conciencia se nubló durante unos instantes, mi visión se volvió borrosa y una alegre relajación me dominó.
No sé qué pasó en ese lapso, solo sé que después del torrente de placer simplemente nos quedamos abrazados y nos dormimos desnudos. Fue hasta el día siguiente que pudimos hablar de lo sucedido, a la luz de un hermoso sol de mediodía.
A partir de este punto, comenzamos a hacer el amor todos los días.
Mi padre dejó de ser brusco conmigo en el sexo, me comentó cuando despertamos esa primera vez que lo hicimos, que solo era así cuando estaba enojado de antemano, por lo que mis miedos de que mi padre fuera siempre de ese carácter cuando hacía el amor se disiparon. Se disculpó cuando le confesé que me había asustado un poco, y me dijo que intentaría moderarse si volvía a suceder. Eso del enojo lo comprobé una vez que lo hice enojar a propósito y me trató feo en la cama.
Muchas más cosas sucedieron después de esto, pero eso será para otro momento. Solo puedo decir que fui la mujer más feliz de todo el mundo. Logré lo que deseaba con mi padre, todas mis estrategias funcionaron.
Sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas. Mi padre era un hombre con tendencias a la infidelidad y la promiscuidad, eso me hizo sufrir mucho cuando él ya me consideraba «su mujer». Espero algún día, de corazón, compartir todo lo que sucedió después, de como sobrellevé los celos, las intrigas y las luchas que tuve que hacer para conservar el amor de mi padre.
Nota de la autora: Si quieres saber más sobre mis relatos y novelas, por favor revisa mi perfil, ahí encontrarás más información.