Encaprichada con mi padre (Parte III)

Alisa es una chica a la que su padre le ha prohibido tener novio, como consecuencia de ello, Alisa desfoga sus deseos con el poder de la fantasía. Tras ocurrir un evento que espanta a la chica, comienza a desarrollar pensamientos impropios. ¿Hasta dónde llegarán los actos de Alisa?

Encaprichada con mi padre

(Parte III)

Capítulo 7

Como nubarrones que se precipitaban en una tormenta, con turbulencia pasaron ocho semanas desde que regresamos de aquella aventura en la playa. En ese lapso mi padre Sergio y Alexa terminaron su relación para siempre, en esa época no supe la razón, pero después me enteré de que mi padre la engañó con una chica, y Alexa no era de las que perdona. La juzgué mal, siempre creí que era de las vengativas, de las que culpaba a las otras de provocar infidelidad en su hombre. Y pese a todo, no podía creer que mi padre pudo haber sido infiel. Me decepciona en un nivel extraño, ¿si él anduviera conmigo me haría lo mismo ?, ¿quizás con Fernanda? No me quedaría más que ser «esa chica», la que culpa a las otras, la vengativa, la perra que cuida a su hombre. Diablos, no podría darme el lujo de tirar a la basura el amor de mi padre. Si fuera un hombre cualquiera… La cosa sería distinta.

Tras aquellos días, ocurrió la boda de Adolfo, un hombre que era amigo de mi padre. Ambos, fueron inseparables mientras cursaban la carrera de ingeniería civil en la universidad, hace muchísimos años. Mi padre, al ser invitado con formalidad a la boda de su amigo, creía impensable faltar. Lo interesante de todo el asunto, al menos para mí, radicaba en que la boda se efectuaría en otra ciudad, por lo que tendría la oportunidad de viajar y conocer un lugar bonito, un pueblo mágico, un paraíso terrenal. Y era evidente que yo iría, mi padre no me dejaría sola en casa por ningún motivo. Después del robo en la casa, me traía y llevaba a su antojo a donde él fuera. Antes de encapricharme con él, le habría negado sus insistencias. Pero ahora me gustaba que me tratara así, me sentía tan protegida, tan «su niña», su legitima propiedad.

Nos hospedamos en un hotel donde sería la gran boda. El hotel, poseía acceso a una hermosa playa que ofrecería el fondo de ensueño para el casamiento de los novios. Esa playa era un cielo transitorio que embriagaba con sus limpias arenas, y sus atardeceres purpúreos.

Mi padre y yo, nos quedamos en la misma habitación, así mismo, dormimos en la misma cama. Al principio, él insistió en que me fuera a otra habitación donde pudiera estar a mis anchas, pero refuté su insistencia diciéndole que me sentiría sola y con miedo, «el robo me dejó traumada de por vida»; no me sorprendería que el ya abusado recurso lo pueda usar toda la vida para manipular a mi padre, una y otra vez.

Nada pude intentar con mi padre desde la vez de los probadores de traje de baño, lejanos me parecían esos días en los que las oportunidades se me presentaban como oro molido caído del cielo, pero ahora se me presentaba una pequeña esperanza, las cosas podrían cambiar de golpe y devolverme un poco de todo ello con suerte violenta. Y es que mi padre, al parecer se había convertido en un experto para evitar que esa clase de situaciones sucedieran a causa mía. En consecuencia, en lo que yo llamo «las ocho semanas de sequía», me sentí cada vez más desdichada, y ahora con esto que parecía un retorno a los tiempos de color rosa, no me quería hacer ilusiones solo por dormir en la misma cama que él, porque si yo fallaba, el mundo se despedazaría a mi alrededor, se derretiría cual plastilina desecha por la temperatura del sol, podría caer entonces en una inesperada depresión.

Nos fuimos con una antelación de un día antes de la boda. Y cuando llegó el día de la ceremonia todo estaba increíble, la novia, Casandra, se miraba muy bonita con su elegante y sencillo vestido blanco. «Dios, espero algún día verme la mitad de hermosa que esa mujer el día de mi propia boda», pensé al verla caminar hacia el altar y ser desposada apropiadamente por un hombre trajeado, probablemente era su padre.

En la fiesta, la gente se mostraba increíblemente muy animada, el amor, la pasión, y un ambiente tropical, flotaban en el aire para que todos mostráramos una sonrisa de auténtica alegría. Era un ánimo contagioso. Aunque pensándolo bien, todo ello era artificial, producto de la bebida, no soy tonta.

En una de las mesas del gran salón, estábamos mi padre y yo sentados. Compartíamos la mesa con algunas de las amistades de la novia.

Una de las mujeres que permanecían sentadas alrededor de la mesa, en medio de un lapso de cándida valentía, invitó a mi padre a bailar. Habían platicado bastante para ese entonces, al parecer se estaban más que cayendo bien. Mi padre fue a bailar con ella sin ninguna clase de reparo, y algunos largos minutos después, regresaron ambos visiblemente cansados, mostrando una felicidad cómplice que no me gustó absolutamente para nada.

Para ese entonces estaba yo muy agotada, deseaba irme a descansar ya a la cama. El día había sido bello y largo. Confiaba en que entre mi padre y esa mujer no sucedería nada, era absurdo.

—Papi ya me voy a la habitación, tengo mucho sueño —solté a mi padre cuando este se sentaba en la silla.

—Bien, espérame un poco, también voy, ya es tarde.

—Ok —respondí. Las palabras de mi padre, me hicieron estar cada vez más segura que la mujer no representaba peligro alguno.

—Bueno Cecilia, nos vemos en la mañana —dijo Sergio a la chica con la que había bailado.

Yo me quedé en shock al procesar tal información, porque todo indicaba que iban a tener una cita justo antes de regresarnos. Genial, cuando por fin me había librado de la pesada de Alexa y de su influencia intoxicante en mi padre, llegaba una mosca muerta para entregarle fácilmente las nalgas a mi padre cuando este se las pida después de su estúpida cita, que no es más que una excusa para tener relaciones sexuales. Lo más preocupante de todo es que yo me mostré demasiado confiada ante la mujer, la subestimé. ¿Cómo pude caer en semejante error? ¿Cómo pude ser tan estúpida? Mis alarmas no se activaron a tiempo, ni con la intensidad suficiente. No, mejor dicho, no se activaron para nada. Era por el cansancio, por la boda, por el lugar, por confiar ciegamente en mi padre.

Capítulo 8

Al día siguiente, mi padre se arreglaba para la cita. Se dio un baño ultrarápido y lucía un peinado de talante formal. Por si fuera poco, se aplicó un exceso de colonia. «Genial», pensé, «a ver si con tanto olor la asfixias y se aleja de ti por las buenas». Estuve tentada sobre informar a mi padre que utilizar demasiada colonia sería un error garrafal para conquistar a una mujer, pero no me atreví a facilitarle las cosas a Cecilia. Ojalá y se espantara, quizás hasta pudiera darle consejos erróneos a mi padre para que arruine las cosas con ella y no lleguen a concretar el acto sexual. La posibilidad de que tuvieran relaciones sexuales era gravísima, y me aterraba. Pero mi padre era ya un hombre adulto y dudaba que me hiciera caso en cualquier cosa que le dijese, mis poderes de hija se limitaban a conseguir objetos, dinero y la atención de mi padre cuando yo lo solicitase; influir en sus asuntos amorosos me era un negocio mucho más complicado, no imposible, pero si demasiado desgastante como para siquiera intentara, se entreveía como un acto casi quimérico.

A mí me parecía un asunto extraño que salieran a pasear justo antes de que nos regresáramos, es como si no se dieran cuenta de que, de esa cita no podría salir nada más que una sesión ultraveloz de coito, debido a que estaríamos en otra ciudad. Quizás consumarían el acto carnal en un motel de mala muerte, o en la habitación de Cecilia, o en algún callejón tapizado con roña. Pero algo me decía, que era muy posible que ellos no consideraran su cita un desperdicio, porque… Porque, no lo era en realidad. Y yo estaba absolutamente equivocada. Esto podía hacerse patente si la tal Cecilia viviera en la misma ciudad que nosotros, o en alguna muy cercana, la puta ciudad vecina. Decidí averiguar un poco más de esa mujer antes de que las emociones me dominaran, y rogarle a mi padre que detuviera es cita, que salir con esa mujer era una locura cuando me tenía a mí a su disposición. Y era verdad, me tenía a sus pies básicamente y él no se daba cuenta. Si solo supiera como los hombres me miraban, eran hombres que morirían por estar en la cama conmigo; y pensar que para mi padre yo era casi un estorbo.

—¿Y a donde van a ir? —pregunté cuando mi padre se estaba analizando el peinando frente al espejo mugriento de la habitación.

Dicho espejo estaba en tan mal estado, no porque el hotel fuera de baja calidad, sino porque el día anterior a la boda, justo un par de horas después de que llegamos, me pusieron de niñera de los hijos de una de las primas de Adolfo. A los pequeños los estuve cuidando un par de horas en la habitación, mientras, la prima, mi padre, Adolfo y otros desconocidos, fueron a cenar a algún restaurante para «ponerse al día». Yo me quería ir a dormir, entregarme a los sueños, pero mi padre me rogó y me prometió recompensarme: tendría acceso a su tarjeta de crédito.

En tales circunstancias, uno de los chicos sujetaba con sus manitas, una lata de leche con chocolate que su madre le dio. No sé cuándo, ni cómo sucedió: de un momento a otro, el espejo estaba embarrado de la chocoleche del pequeño. Es probable que simplemente se le haya ocurrido lanzarlo para ver que sucedía, quizás, lo que deseaba el infante, era romper el espejo, pero el poder de esa lata no fue suficiente para semejante nivel de destrucción.

—Vamos a ir a un lugarcito que está aquí cerca. No conocemos mucho el área, pero nos recomendaron ese sitio que está muy bueno —respondió mi padre con una sonrisa bobalicona.

Me daba asco que se pusiera tan feliz por irse a ver con esa vulgar puta, me daba asco ya sentirlo tan ilusionado, me daba asco que le diera tanta importancia a una desconocida como para abandonarme justo antes de marcharnos. Sé que soy muy toxica para con las mujeres a las que mi papá les quiere meter la verga, pero tengo que defender de algún modo lo que es mío. Y en mi condición de hija tengo pocas armas sexuales, por lo que, ofender a esas pirujas es uno de los pocos placeres que me puedo dar para conservar la dignidad. Hacer tales afrentas, me daban tranquilidad.

—¿Ella no es de aquí verdad? —pregunté.

—No, de hecho, llegará un par de horas después que nosotros. Me ofrecí a recogerla en el aeropuerto y llevarla a su casa en la noche —reveló mi padre. Sentí un acceso de ira, pero logré contenerlo.

No pude decir una palabra más. Estaba confirmado, ella vivía en la misma ciudad que nosotros, en la misma puta ciudad. Una nueva Alexa acababa de llegar a la vida de mi padre, no lo podía permitir. No debía de quedarme con los brazos cruzados para ver cómo me lo bajaban otra vez delante de las narices. Alexa se lo estuvo montando por mucho tiempo, Fernanda logró besarlo en la boca, con su lengua, y si hubiese podido se le entregaba también, en cuerpo y alma. Después, está la desconocida esa con la que le puso los cuernos a Alexa. ¿Y ahora esta perra llamada Cecilia? No, ni hablar, tenía que tomar cartas en el asunto en ese momento. Ya había sido bastante pasiva esos dos meses, era la hora de ser más activa al respecto.

—Papi, hueles un poco mal. ¿No te darás un baño antes de ir con la tipa esa? —sugerí, ya controlando un poco mejor el enojo. Si quería ganar esta batalla debía atacar más y enojarme menos.

—Me quiero bañar llegando a la casa, no tiene ningún caso hacerlo aquí —replicó mi padre.

—Sí, es verdad, pero por lo menos para que tengas un olor bonito. Luego la Cecilia esa ya no te va a querer ver, ja, ja.

—Las ideas que me metes muñeca, ahora ya no estaré a gusto si no me baño, porque, si no estaré pensando en eso todo el rato. Bien, tus ganas amor, me daré un regaderazo rápido.

—¿Tienes mucho tiempo todavía no? ¿Por qué no disfrutas más del viaje y te metes en la bañera? Porque, así le puedes poner aromas y esencias al agua y olerás más rico —sugerí.

—No sé, parece muy complicado. Me conformo con un regaderazo sencillo.

—Yo te la preparo papito, no te preocupes.

De un salto me incorporé de la cama donde había estado perdiendo el tiempo. Llené la bañera con agua caliente para mi papá. Unos minutos después, cuando estaba lista, se desvistió y se metió en la bañera. Pobre de él, tendría que peinarse de nuevo sobre el reflejo de ese espejo teñido de la roña chocolatosa.

Noté, después de esperar un poco, que Sergio estaba a punto de salirse. Al parecer, no era de los que disfrutaban esa clase de sencillos placeres, era demasiado desesperado. Pero debía yo de impedir que se saliera, si eso sucedía, impediría que mi plan se pudiese llevar a cabo. De manera rápida, me saqué la ropa. Tan solo traía puesta la ropa interior. Entonces envalentonada, entré al baño donde estaba mi padre desnudo bajo el agua.

—¡Alissa! ¿Qué estás haciendo niña? ¡Me estoy bañando! —rezongó con sorpresa mi engendrador.

—Me quiero meter, es que se me antojó.

—Bueno, deja me salgo, y ya entras tú —dijo él.

—No, yo quiero entrar contigo —dije con firmeza.

—Sabes que eso no está bien Alissa.

—¡Pff! ¿Qué tiene de malo eso, si eres mi papá? Ni modo que no me hayas visto «así», antes.

—Sí, pero cuando eras muy pequeña. Espérame a que salga Alissa —replicó mi padre.

—Que malo eres conmigo, de verdad. Ándale, será como cuando era chiquita, eres mi papá y no tiene nada de malo que nos bañemos juntos —expliqué comenzando a sentirme rechazada. Es una sensación fea, que incluso cuando yo sabía que esto iba a pasar, de todas formas lo experimentaba. Esta sensación me era más difícil de reprimir que el enojo.

Mi papá se quedó pensando un poco, no supe si estaba buscando en su mente una respuesta para lograr que me fuera del baño, o si realmente estaba sopesando la posibilidad de permitirme entrar, de si, lo que yo decía, era algo sensato. Pero no le dejé pensar demasiado, casi de manera automática, me quité el top y me bajé los calzones. De la nada, ya estaba metida en las aguas perfumadas de la bañera.

Para ser honesta, la bañera no era la más apta para que dos personas cupieran, de manera que tuvieran espacio y no pudieran tocarse. Irremediablemente, estaba tocando con mis piernas, gran parte del cuerpo de mi padre, su muslo derecho en concreto. Pensé por instantes, que, por causa de mi acción audaz de entrar a la bañera, mi padre iba a salirse en un salto espantado, pero no solo no se salió, sino que, no hizo siquiera un ademan que sugiriera la intención de hacerlo. Eso me alivió y alegró por igual.

—Me siento como cuando era pequeña.

—Tú siempre serás mi pequeña, pero ya estás grandecita para muchas cosas, ahora te puedes limpiar la colita tu solita —expresó mi padre con tono sarcástico.

—Ándale papi, ¿eres muy penoso conmigo verdad?

—Alissa, lo que sucede es que ya eres una mujercita, pasaste de ser una niña a una adolescente hace unos años ya. No sería correcto que te ande tocando a tu edad.

—Mira papi, yo entiendo eso, pero, también sé que tú lo harías sin morbo. Es que aparte nunca alcanzo a limpiarme bien la espalda. ¿Ándale sí? Te lo ruego —dije en modo de berrinche.

—Ay niña… Está bien, pero solo la espalda. Voltéate —ordenó mi resignado progenitor.

Mientras mi padre recorría mi espalda con sus manos, estaba ideando en mi cabeza los siguientes pasos que debía cometer para que las cosas resultasen tal como yo deseaba.

—Estoy incómoda —solté de repente.

—Ya sabía que te incomodarías dejándote que te tocara, ¿vez?, a esto me refiero — dijo cansinamente mi padre.

—No, no es para nada eso. Me refiero a la posición en que me encuentro. No puedo extender bien las piernas, y me duelen mucho. ¿Me puedo hacer más para atrás?

Mi pregunta estaba llena de malicia y de ganas de torturar un poco a mi padre, porque yo sabía, que él sabía, que, si me movía para atrás, me tendría que casi abrazar, y si eso sucedía, irremediablemente mantendría contacto con sus genitales. Probablemente los sentiría en mi espalda o en el culo, no lo podía predecir de manera exacta, pero sucedería. Y otra cosa que asumía como segura, es que mi papá tendría una erección, si no es que ya la tenía desde que me vio desnuda, desde que mis pechos rebotaron cuando entré a la bañera. Esto lo puedo deducir, porque se les quedó viendo un buen rato, no sería inusual que estuviera ocultando su verga parada debajo del agua un tanto opaca por la espuma de los jabones aromáticos. Tardó segundos que se parecieron una alargada eternidad, elástica e irrompible. Quizás estoy exagerando, aunque cualquiera se inquietaría al percibir que no soltó palabra en esa laguna infinita que desesperaba. No me contestó pues se quedó sin palabras para hacerlo, y la verdad entiendo su dilema: si me contestaba que sí, no sabría qué hacer con su probable erección, por otra parte, si me decía que no, yo volvería a insistir para que dijera que sí. Pero no me esperé. Me hice para atrás sin el permiso de nadie. Tal como esperaba, sentí su erección plenamente en la parte baja de mi espalda.

—Alissa… ¿Qué haces? —preguntó mi padre escandalizado.

—Nada, enjabóname pues, te estoy esperando.

—¿No te incómoda que estemos así bebita? —indagó mi padre mientras sentí levente como su erección aumentaba de tamaño, sentí también un leve movimiento de la cadera de mi padre hacia abajo y después hacia arriba, fue solo una vez, pero lo hizo mientras realizaba la pregunta, como para darme a entender que se refería a su erección como la que probablemente provocará una cierta incomodidad en mí. «Entendí el mensaje a la perfección, no te preocupes papito», me dije.

—No, para nada papito —respondí mientras elevaba mi trasero varios centímetros de su posición—, me gusta que estemos así. —Al terminar mi frase, me dejé caer de golpe. El efecto de este acto fue que el pene de mi padre se rozó por la raya de mi culo, pude sentir incluso, la punta de su pene deslizándose por los intranquilos y ya suplicantes labios mi vagina; y por mi ano también pude sentirlo con claridad ardorosa durante breves momentos. Fue una sensación viciosa, delirante, estuve tan tentada de tomarlo el pene con las manos y encajarlo dentro de mí, tanto que casi pierdo lo último que me quedaba de cordura.

—Muy bien mi niña, si te incomodas no dudes en decirme —dijo mi padre con algo parecido al sofoco, o a la vergüenza, a una torpeza por falta de pistas sobre como actuar ante una situación tan loca como la que estaba sucediendo en ese momento.

—Bien, entonces sígueme enjabonando la espalda —declaré en forma de orden.

—Me parece que ya te limpié bastante. Hay que salirnos de la bañera —expuso mi padre.

—No, todavía no. Te falta el área de enfrente papi —pedí con voz chiqueada.

—Niña, pero esto no está bien. No te voy a tocar los pechos —dijo mi padre sin mucha convicción. Era tan evidente, que pude notar que lo deseaba, su resistencia se debía probablemente a que necesitaba que yo le diera un permiso explicito para tocarme en esas áreas.

—No importa papi, es algo sin morbo. Ya deja de ser tan malo conmigo, y límpiame todita —consentí. Estaba muy agitada ya para esos momentos, debía estar mojadísima a estas alturas. La lujuria comenzaba a embotarme el pensamiento.

—Sí, mi amor… Pero ni una palabra de esto a nadie —pidió mi padre con mucha cautela en la frase.

—Claro, ni una palabra. No te preocupes.

Ni lento ni perezoso me comenzó a enjabonar los senos. No les daba un trato suave, no sentía nerviosismo alguno transmitido por sus manos. Se notaba que lo disfrutaba. Me las agarraba con las manos completas, prácticamente, me las amasaba más que limpiarlas. Yo me empecé a excitar aún más. No tengo que decirlo obvio, pero lo diré: mis pezones estaban erectos, y mi vagina exudaba un calor que percibía incluso dentro de las aguas.

Después de que mi padre se entretuvo agarrándome las tetas tan descaradamente, llevó sus manos a mi estomago. Me lo masajeó durante unos instantes y me hizo cosquillas. Me estaba riendo, pues soy demasiado «cosquilluda», ante esto, me movía de una manera convulsa para hacer que se detuviera. En uno de esos violentos movimientos involuntarios, llevé mi mano hacia atrás de mi espalda, y me topé con una sorpresa. Por accidente, le toqué con los dedos el pitote a mi papá. La tenía bien parada, aunque eso ya lo sabía, debido a que la había estado sintiendo en la parte baja de mi espalda todo este tiempo, me impacté al sentirlo con la mano. Fue como romper un hechizo, la diferencia era como la de oler una comida deliciosa y la de probarla. Era como hacer un trato importante con una persona, pero ese trato no se concretaba hasta que le dabas la mano, o firmabas un contrato.

Mi papá terminó con las cosquillas, y llevó su mano a mi conchita. Ni siquiera se tomó la molestia de untarse jabón en las manos, además, mi vulva estaba sumergida en el agua. Me la acarició por fuera cerca de un minuto. Yo empecé a respirar de forma enérgica en este punto, la calentura me estaba ganando. Si no soltaba un gemido, es porque estaba utilizando todas mis fuerzas para reprimirlo.

—Me gusta cómo me limpias papito, límpiame más para adentro por favor —dije ya con una voz que no parecía la mía, sino la de una perrita rogona y urgida de sexo cualquiera. Una linda perrita a fin de cuentas.

Sin decirme ni una palabra, mi padre metió sus toscos dedos en mi cuevita, comenzó a meterlos y sacarlos sin piedad. El orgasmo me llegó muy rápido, demasiado para ser verdad.

—¡Ay! ¡Paaapiii! —gemí mientras temblada de placer.

—Bueno, ya hay que salirnos —dijo seriamente Sergio tras mi orgasmo.

—Está bien —dije sin fuerzas. El orgasmo me había dejado en un extraño estado de relajación. Pero no duró demasiado. Una vez me sequé con la toalla, me repuse, y las ganas de sexo me volvieron al ver el rabo de mi papá sin nada que le cubriera. Ahí estaba por fin, libre, desnudo y erecto frente a mis ojitos, unos que perdieron la inocencia hace mucho tiempo atrás. No me demoré, me vi obligada para aprovechar, o después, pudiera ser que no volviese a tener otra oportunidad.

—Papi.

—¿Qué sucede? —dijo viéndome con cierta preocupación. Al parecer se sentía culpable por lo que me había hecho, pero aún no enunciaba nada al respecto porque lo estaba procesando en su mente. Yo no debía permitir que lo procesara, primero teníamos que ir más lejos, comprometerlo de verdad, unirnos de una forma más profunda para que algún día pudiésemos ser pareja, o por lo menos mantener relaciones casualmente. Esa era mi pretensión a largo plazo, y si dejaba que toda clase de pensamientos de culpa, reflexiones oscuras sobre lo bueno y lo malo, se soltaran de sus riendas, la única perjudicada sería yo.

—Ahora me toca limpiarte a ti —dije mientras me le acercaba—, siéntate ahí en la cama.

—Bebita, pero que… ¿haces…? —Su intento de objeción perdió toda su fuerza cuando el mismo se sentó y rápidamente me arrodille para chupársela sin más.

Su verga me llegaba hasta la garganta, y aun así le sobraba bastante longitud. Chupé varios segundos, el gusto que yo experimentaba fue indescriptible. No era solo el hecho de «estar chupando», sino que estaba chupando el pito de mi propio padre, y existía una cosa más: estaba complaciendo. Son ideas demenciales, lo sé, y en ese momento, mientras chupaba verga, salieron a flote y encendieron mi corazón con una lascivia aún más loca que la advertida en la bañera.

Inevitablemente emitía sonidos como si me ahogara a causa de que la sentía casi en el esófago, y cuando la volvía a sacar de mi boca el sonido de succión era lo único que envolvía nuestros oídos. Todo lo demás estaba como en un silencio absoluto. La garganta comenzó a resentir tantas embestidas, sentí cierto dolorcito, así que decidí comenzar a lamer.

Mi padre permanecía sentado, las palabras y el tiempo parecieron abandonarle, igualmente su fuerza de voluntad para resistirse. Pronto mi lengua lamía cada una de las venas de su pito, mis babas se le quedaban pegadas cuando salía de mi cálida boca. Los hilitos de baba, se perdían de vista cuando volvía a envolver el pene con mi lengua.

Estuvimos tan solo un par de minutos así, él no me tocaba. No me tocaba ni el cuerpo, ni la cabeza, ni nada, solo se dejaba hacer. En algún momento creí que me agarraría de la nuca y me forzaría a que me la metería aún más adentro, pero no lo hizo. Tenía sus dos manos detrás de su espalda apoyándose en la cama, como para sostenerse y evitar caer hacia atrás. Su orgasmo, como el mío, le vino rápido. En esos dos minutos, sin avisarme, se vino en mi boca.

—¡Ahhhh! ¡Ufff! —gruñó mi papito. Al mismo tiempo, yo me bebía todo el semen que mi padre me dejó en la boca, el líquido pastoso se embarró en mis encías y se internó entre los recovecos de mis dientes. No me gustó mucho el sabor, pero me daba mucho morbo que me haya hecho eso, así que me lo pasé por la garganta, y con la lengua busqué los resquicios que quedaban entre mi dentadura.

Inesperadamente, alguien tocó la puerta de nuestra habitación. Mi padre saltó de la cama como si fuese un resorte, fue hacia el baño para buscar sus pantalones embebido en una velocidad frenética. Los encontró; se los puso; buscó su camiseta, la encontró y se la puso. Volvieron a tocar de nuevo. Se comenzó a peinar como pudo en el espejo pintado sabor chocolate. Los toques de puerta volvieron una vez más.

—¿Quién es? —gritó mi padre, aunque él conocía de antemano qué persona se encontraba detrás de la puerta.

—Soy Cecilia, ¿puedo pasar?

—Dame un segundo, ya voy —pidió Sergio alzando la voz para ser escuchado por Cecilia.

—Alissa, ¡tapate! —susurró mi padre. Yo seguía en el piso desnuda, analizando todo lo que había pasado entre mi padre y yo, además, el saborcito a semen se me había quedado en la boca y no podía dejar de prestarle atención a ese componente. Pero reaccioné a lo que me dijo mi padre y solo atiné a meterme corriendo en el baño.

Mi padre terminó de peinarse y entró al baño para decirme algo.

—Ya me voy nena, más tarde vamos a hablar de lo que ocurrió —dijo de manera muy seria, como si yo hubiese sido la culpable de un crimen. O como sí, hubiese reprobado otra materia en la escuela, pero esta vez fuese imperdonable. ¿Recibiría castigo?

Se fue. Se fue con Cecilia y no volvió hasta dos horas más tarde. Estuve a punto de enloquecer de celos e ir a buscarlos a donde estuvieran revolcándose. Sí, le haría la mejor escenita de celos de todos los tiempos a mi propio padre, pero no lo hice. En cambio lloré, y me quedé dormida con el corazón desecho.

Después de eso, cuando mi padre volvió, lo recibí con besos y abrazos. Me di cuenta de que él sería el único hombre al que le toleraría alguna infidelidad.

Después tuvimos que tomar nuestro vuelo. No tuvimos tiempo de hablar de lo ocurrido, quizás en la casa lo hablaríamos. Estaba nerviosa por ello, de forma paralela, una felicidad erótico-amorosa me envolvía todo mi ser. Irradiaba belleza, sensualidad y amor. Me sentía plena porque creí que el asunto con Cecilia estaba terminado de momento, ahora debía descansar y dejar de martirizarme. Ya lidiaría con esa zorra, ya lidiaría con ella...

Nota de la autora: Si quieres saber más sobre mis relatos y novelas, por favor revisa mi perfil, ahí encontrarás más información.