Encaprichada con mi padre (Parte II)
Alisa es una chica a la que su padre le ha prohibido tener novio, como consecuencia de ello, Alisa desfoga sus deseos con el poder de la fantasía. Tras ocurrir un evento que espanta a la chica, comienza a desarrollar pensamientos impropios. ¿Hasta dónde llegarán los actos de Alisa?
Encaprichada con mi padre
(Parte II)
Capítulo 4
Desperté alrededor de las seis de la mañana, me quedaban dos horas para arreglarme, el examen ocurriría temprano. Mi padre no iría al trabajo hoy porque nos marcharíamos a la playa tras el examen, así que era lógico pensar que por eso se durmió mucho más tarde de lo usual. Como era su costumbre, durmió en calzones, esta vez, ni siquiera se molestó en ponerse la bata que usó la noche anterior. Imagino que, creyó, no tenía caso hacerlo al encontrarme profundamente dormida en la cama que compartiríamos.
En el amanecer no estaba subida sobre él, de hecho, me quedé en la misma posición toda la noche, tal evento lo atribuí a que estaba realmente cansada por tanto estudiar. Mi padre, Sergio, estaba dormido volteando hacia mí, yo le daba la espalda. Había una considerable distancia de separación entre ambos cuerpos. Los dos estábamos tapados tan solo por una sábana.
Me desperté media hora antes de lo propuesto; el despertador estaba programado para importunarme a las seis y media. La ropa que usaría ese día, estaba preparada sobre mi cama ya desde la noche; no desayunaría hasta salir del examen, así que el tiempo resultaría suficiente para arreglarme. Me quedé acostada un ratito más, no me quería levantar, me embargaba una flojera muy extravagante. Pero también existía otro poderoso motivo por el que deseaba estar más tiempo echada en la camita. Era muy complicado para mí aceptarlo. Aunque ya lo había justificado en la superficie, me molestaba tener que admitírmelo a mí misma esa mañana: necesitaba verle el bulto otra vez a mi papá, solo para comprobar... No me sentía a gusto pensando en ese tema, pero no me podía sacar de la cabeza esa curiosidad que reconocía más científica o filosófica, que erótica.
Mientras seguía disfrutando los minutos extra en la cama, me hice una seria pregunta que me llevó indiscutiblemente a tener más ganas de quitarle la sábana al cuerpo de mi padre, aunque fue un efímero momento. Me pregunté a mí misma: «¿Será que la tiene “así” otra vez?, ¿todos los días se le pondrá tan parada, o solo será a veces?». Esos interrogantes, fueron básicamente el débil alegato que utilicé para decidirme a volver a verle el pito a mi papá.
Me quedé diez minutos sin hacer nada más que estar acostada, pensando que sentiría yo después de hacer lo que esa curiosidad infecciosa exigía de manera dictatorial, asegurándome al mismo tiempo de que mi padre continuara bien dormido. Cuando por fin me armé de valor, me volteé hacia él, y lo encontré hondamente inmóvil, perdido en sueños ignotos. Me puse sobre mis rodillas y agarré la sábana con las dos manos, la comencé a bajar muy lenta... Y cautelosamente... De manera que ningún movimiento brusco sobreviniera y lo despertara.
Cuando bajé la sábana hasta su cintura, comencé a ponerme de verdad nerviosa. El corazón empezó a latirme con muchísima fuerza, la adrenalina se me había disparado en el sistema; en ese instante aún podía retractarme. Estaba en mí, tomar la decisión de volver a taparlo, levantarme, arreglarme y esperar la hora del examen como se suponía debía de hacer, como una obediente buena hija y estudiante modelo. Pero no hice caso a mis dudas, en cambio, obedecí al narcótico morbo científico que me poseía con ansias maravillosas. No encuentro otra mejor forma de explicar la atractiva sensación más que comparándolo con la época en que era niña, y recibía un regalo navideño de mi padre, o cuando me decía que nos dirigíamos a la tienda de juguetes mientras él conducía por la carretera después de que yo solté lágrimas por algún berrinche absurdo.
Dejé de prestarle atención al rostro de mi padre, y enfoqué mis capacidades visuales en la franja donde se ubicaba el enigmático objeto de mi investigación, donde tenía esa cosota que me había impresionado tanto, ese bulto que me impactó hasta el punto de ponerme como una loquita obsesionada. Por supuesto, ya no me animaría a pensar en ese elemento de mi padre mientras me daba rápido con los dedos, en ese lugar que siempre pedía atención forzada por las noches calurosas, para nada… «Eso está muy fuera de lugar», creía.
Me atreví a bajarle más la sábana, tan solo lo suficiente para ver con mayor claridad la zona de interés. La deslicé exclusivamente hasta medio muslo, bajársela hasta los pies constituiría algo llamado «abuso». Únicamente le quería ver el pene a mi padre, no que cogiera un resfriado.
Me llevé una sorpresa anunciada, es decir que esperaba sorprenderme, ¿por qué?, era claro: La tenía bien parada y yo lo había intuido desde mucho antes. Se le puso «así» de nueva cuenta, parecía que diario amanecía de esa forma tan llamativa.
«Sí que la tiene grande, me pregunto cómo se le verá sin el calzón», pensé con un naciente espíritu de indagación. Me mordí el labio. Lo miré con atención plena durante aproximadamente dos largos minutos. Esa curiosidad por verlo quizás estaba satisfecha de momento. Puede ser que, ya me lo había «sacado del sistema», ya no volvería a pensar más en él, porque ya no tendría, en teoría, a la curiosidad rondándome la cabeza todo el tiempo. Pensar esto fue de cierto modo acertado, ya no deseaba verlo con la ansiedad en la que me había hallado últimamente. En contraste, todo fue a peor, ahora no quería verlo, sino que me habían entrado muchas ganas de: ¡Tocárselo! Y lo más trágico de todo, fue que en esta ocasión no lo pensé. Actué por total inercia, y le di un breve toque con el dedo índice sobre la tela del calzón. Me sorprendí sintiéndome levemente excitada, llevé una mano en dirección a mi entrepierna y comprobé lo que ya intuía que me pasaba desde que comencé a pensar en vérselo: Que estaba muy mojada. No lo podía creer, le había tocado el miembro a mi papá, aunque fue por encima del calzón, pero lo había hecho. Aunque ayer le puse mi muslo derecho en su pene, ¿eso también contaba cómo tocar? Dios, estoy actuando como una puta. Tocándole el pito a mi propio padre. «Tengo que calmarme», me aconsejé a mí misma en voz baja.
Por la mente me transitaban muchos pensamientos contradictorios, unos que me proponían ya no alimentar más aquella extraña curiosidad que se había convertido sin querer en tortuosa calentura, y otros, que me invitaban sin compasión a atreverme a más. Lógicamente, entré en razón y me volví a acostar. Tapé a mi padre con la sábana de nuevo. Pero aún seguía mi vagina bastante mojada, a pesar de haber tomado la decisión «correcta», mi calentura no bajaba. No podía creer que la cosa grandota esa de mi papito, me tuviera así de loquita.
Era muy inusual todo esto que sentía, seguramente mi aura estaba manchada de colores enrarecidos. Por una parte, comprendía que estaba mal entregarme a tal impudicia, pensar en cosas como vérselo y tocárselo, era algo tan terrible como enfermizo. Pero en el otro lado, la calentura electrizante se apoderaba de mí, de mis actos, de mis pensamientos, y al mismo tiempo, yo quería que este lado de la moneda ganara. Debía de aceptar que era una hipócrita, que el día de ayer y hoy, solo me estaba diciendo excusas y justificaciones para verle el pito a mi papá. Aunque aún no se la veía sin calzones, y eso era lo que más deseaba intensamente. La realidad es que él me ponía caliente y ya era momento de admitirlo, quizás solo así, estos sentimientos desaparecerían definitivamente para perderse en el tiempo.
En efecto, estas circunstancias las admití en ese mismo instante. Acepté que mi padre me calentaba de alguna manera insospechada, él había provocado que me mojara y era solo eso, no había ningún motivo rebuscado ya por el cual yo quisiera verle el pito. Es decir, no se lo quería ver porque me interesara la biología de los hombres por la mañana, o porque quisiera saber la frecuencia con la cual mi padre amanecía con el miembro erecto. La verdad pura, es que deseaba vérselo porque me gustaba y punto.
Tardé varios minutos volviéndome honesta conmigo misma, me quedaba muy poco para levantarme y comenzar a arreglarme, si me demoraba más de ese tiempo, llegaría tarde al examen, lo cual no deseaba. Decidí aprovechar los últimos dos minutos que me quedaban en la cama.
No volví a destapar a mi padre. La verdad es que no podía volver a hacer algo tan arriesgado como tocársela, debía de ser más sutil. De pronto se me ocurrió una brillante idea. Me volví a mojar de solo pensarlo. Iba a despertar a mi papá, de una forma que él no se esperaba. «¿Le irá a gustar? No creo que se enoje conmigo, por lo que le haré... Quizás a lo mucho se incomode. Después de todo es hombre», me dije. Y sí que era un hombre como todos los del mundo, pues yo ya lo había visto mirándome el trasero, y las piernas cuando he usado faldas cortitas o shorts, incluso me ha visto de reojo los pechos, y eso que soy su hija, su princesa, su tesoro más importante. En esas ocasiones en que detecté sus miradas, no le dije nada por supuesto, es mi padre, no me excitó que me mirara de esas maneras, sí, me incomodó un poquito, pero jamás pensé que en sus miradas se escondiera al tan turbio como la lujuria hacia su bebita hermosa. De hecho, intuía que no lo eran, pues no verme, no prestarme atención, es como si yo pasara frente a un árbol frondoso en floración y negara que existiera, y no considerara sus verdes hojas algo bello que la naturaleza nos ha regalado con los brazos abiertos. Mis piernas, mis pechos y mi trasero estaban allí, insertados en la realidad, existían y yo era consciente de que todas las personas los mirarían tarde o temprano, incluso otras mujeres lo harían, aunque no precisamente porque yo les guste. De la misma forma yo he mirado así a otras chicas, o a mi padre, también le he visto el trasero y sus brazos. Y solo hasta hace un par de días, mis ojos despertaron en enfermiza lascivia por una parte concreta de su hombría.
Ahora sí, estaba decidido: lo despertaría. Todo tras una reflexión tan esclarecedora, y de un modo que a mí me gustaría de verdad muchísimo. Acostada como estaba, decidí acercarme a él, dándole la espalda. Acerqué cuidadosamente mi trasero apuntando hacia su miembro, pero aún sin tener contacto con él.
Pasé el pesado brazo de mi padre sobre mí hombro, haciendo que me abrazara con artificialidad. Me sentía muy querida y protegida siendo abrazada en aquella tierna posición. Me pegué muy juntita hacia él, y ahora sí, puse mi trasero entre su miembro y me pegué totalmente. En consecuencia sentí su pene entre la raya de mis nalgas, sobre la delgada telita del short color rosa fiusha que tanto me encantaba utilizar en algunas noches calurosas.
Estábamos de cucharita, abrazados como novios, y me sentía muy bien, en los cielos diría yo. De repente sentí algo extraño. Resulta que comencé a mover mi trasero despacito, hacia arriba y hacia abajo para sentirlo mejor y no podía creer lo que sucedió de la nada: Su pene comenzó a hacerse aún más grande, todavía más grueso y largo, o al menos era la sensación que me daba porque algo parecía estarse moviendo mientras recorría la línea de mi culo, y lo único que estaba ahí era la verga de mi papá, estancada en una trampa de placer desconocido.
Sentí su bulto creciendo lenta y claramente sobre mi colita. De verdad que mi papá tenía un pitote de los grandotes, de los que se me antojaban, me moría de ganas de verlo ahora que sabía que podría crecer más. Me metí bajo las sábanas y me fijé, realmente era una cosota que se había erguido con impertinencia. Rápido saqué la cabeza de la sábana, me acomodé, y le restregué el trasero otra vez. En congruencia con la situación, me movía más enérgicamente, aunque no bruscamente, de nuevo para arriba y para abajo, quería que mi padre se despertara, que se diera cuenta como se había puesto por el solo hecho de tenerme así abrazada, quería calentarlo, quería que pensara en mí. Me quedaba cerca de un minuto para irme a arreglar y él no despertaba. Decidí entonces ser más brusca, así que me hice para atrás imprimiendo mucha presión, y prácticamente le pegué el culo a su cuerpo de manera ya completamente descarada, lo cual, por fin funcionó. Una vez él estuvo despierto, me hice la dormida.
Solo escuchaba silencio, pero mi padre estaba despierto. ¿Cuánto tiempo habrá tardado en asimilar que tenía abrazada a su hija, pero sobre todo, que tenía una erección en contacto con el trasero de su princesa?
—Nena, ¿estás despierta? —dijo con voz soñolienta.
No hubo contestación de mi parte.
—Alisa, despierta mi amor —insistió.
—Mmm... ¿Qué pasa papi? —dije con voz de sueño fingida, mientras él me apartaba de sí.
—Se te hará tarde para ir a la escuela.
—Todavía tengo tiempo, abrázame papi —dije mientras me volvía a acercar a él, pegándole mi trasero de nuevo, solo que ahora mientras estaba despierto, y yo fingiendo que no pasaba nada.
Me pegué a él, con sus manos me agarró por la cintura durante unos tres segundos. Supongo que, al mismo tiempo que se incomodó por tener una erección y ponérsela al trasero de su hija, le dio miedo que yo notara que la tenía.
—No, ya levántate Alisa, se te acabará el tiempo —dijo con una voz extraña, una voz que parecía cargada de preocupación y turbación.
Decidí dejar de torturarlo, y comenzar a arreglarme de una vez por todas. Tenía poco tiempo y debía de aprovecharlo. Además, ya tenía dos minutos de retraso respecto al horario que me había dispuesto a mí misma. Dejé la puerta del cuarto de mi padre abierta. Durante todo ese rato, pasé de mi cuarto al baño, una y otra vez. Gracias a eso, noté que mi padre se volvió a dormir, incluso, antes de irme comprobé que realmente estaba dormido. Le di un delicado beso en los labios y me fui a la escuela.
Capítulo 5
Terminé el examen en media hora. Me hallaba feliz, algo me decía que pasaría el examen al menos con un nueve de calificación. Suspiré aliviada porque todo me estaba saliendo bien. Quizás, si no hubiera reprobado, mi papá no hubiera querido comprarme ropa para la playa, puede que todo esto sea algo bueno después de todo.
Entré en la casa sin hacer mucho ruido, no por querer ser silenciosa, sino porque no contaba con mucha energía a causa de no haber desayunado aún; el caminar y realizar el examen me provocaron un hambre atroz. Pero antes de ponerme a desayunar, quise subir a mi cuarto y dejar mi lápiz, sacapuntas, un recibo de pago, y las otras cosas elementales que me había llevado al examen.
Subí las escaleras bastante desganada, estaba en el punto en el cual cualquier molestia me pondría de malhumor. Era un desgraciado defecto que yo odiaba en mi misma, pero lo encontraba inevitable, si sentía hambre por el tiempo suficiente me convertía en una bomba de tiempo que podía explotar en cualquier momento por el más mínimo inconveniente. Lo único que me mantenía a raya, quizás era el hecho de que minutos atrás, mientras caminaba por el vecindario estaba feliz por haber hecho bien el examen. Era increíble como las cosas cambiaban tan rápido en mi loca cabecita.
Al caminar por el pasillo, escuché un ruido repetitivo que provenía del baño. Al parecer era mi padre, estaba haciendo ruidos muy extraños. En fracción de segundos el malestar interior gestado por el hambre, fue sustituido por la curiosidad y la sorpresa.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! —gruñía mi padre de manera entrecortada. «¿Qué estará sucediendo dentro del baño?», me pregunté en un desvelo de inocencia.
Tardé un poco en asimilarlo, pero justo antes de entrar al baño y preguntar a mi padre qué estaba haciendo, las ideas establecieron una rápida conexión en mi cabeza: Comprendí entonces que mi padre estaba masturbándose. ¡Dios mío! Nunca había escuchado que mi papá hiciera eso, aunque supongo que es normal, y que lo hace a menudo, el problema es que ha dejado la puerta del baño abierta, ¿cómo puede ser tan descuidado?
Inmediatamente regresé por donde venía, bajé las escaleras lo más despacio que pude, justo cuando bajé el último escalón, escuché un bullicioso grito inmoral naciente de la masculina garganta de mi padre. El grito denotaba claramente una manifestación agresiva de placer. No puede ser, mi padre se corrió en el baño y yo lo pude oír. Me encontraba muy nerviosa, no quería que mi padre pudiera enterarse de que lo había escuchado cuando se abusaba el pene. No encontraba una manera adecuada de actuar, me sentía enferma de confusión. Cada vez me estaban pasando más y más cosas raras con Sergio, y si bien yo inicié todo esto, me aterraba que la situación se tornara en una en la que mi padre me castigara o me reprendiera por mis incitaciones. Aunque en esta ocasión, mi padre fue el que estaba haciendo cosas sexuales dentro de la casa donde su preciosa hija, el verdadero amor de su vida, vivía junto con él.
Me salí de la casa. Me quedé un momento sentada en el césped que tenemos frente a la casa. Esperé cerca de diez minutos fuera para que mi papá pensara que no tuve oportunidad de haber escuchado nada. Mientras esperaba, me pregunté si se había masturbado pensando en mí, si su mente durante un segundo evocó el instante en el que intenté provocarlo inocentemente esa misma mañana. Seguro que era una posibilidad. Me pregunté también si le gustó la manera en que estábamos abrazados en la cama, después de todo, yo recuerdo que me abrazó por la cintura y me atrajo hacia sí durante unos cuantos segundos. En ese momento, él puso su erección en mis nalguitas, él sitió mi trasero, y yo su miembro, pero no sé hasta qué punto, ni de qué forma eso le pudo haber gustado.
La idea de que se hubiera masturbado pensando en mí, su nena, su niña, su bebita, me volvía loca de emoción. Me ponía enferma de calentura, y eso únicamente por pensarlo, no quería imaginar la manera en que me sentiría si mi padre algún día me insinuara algo sexual. Caí en cuenta de que yo estaba en una especie de brama, en época de celo. Trataba de calentar a mi padre porque lo quería para mí y no había otros hombres disponibles para mí, quería que él me hiciera suya, que me hiciera el amor y se olvidara de Alexa para siempre.
Admití otra realidad en ese momento, y me dije a mí misma: «Ya basta de darle rodeos a todo. Lo que quiero es que mi papá me convierta en su mujer».
Volví a entrar a la casa, tratando de hacer el mayor ruido posible para que mi padre supiera que ya había llegado. Abrí la puerta, y la cerré con considerable fuerza, más no excesivamente.
—¡Papi ya llegué! ¡Salí temprano! —grité con suficiente fuerza para que escuchara que había alguien en la casa.
Inmediatamente Sergio bajó de su habitación, y me recibió.
—¿Cómo te fue? Saliste rápido —dijo con mucha normalidad.
—Sí, estaba súper fácil —contesté sin quitarme de la cabeza el asunto de la masturbación de mi padre.
—Muy bien, te esperé para desayunar —comentó mientras me sostenía el rostro con ambas manos. En ese momento se me ocurrió que quizás mi padre ni siquiera se lavó las manos tras agarrarse su cosa.
Una vez que dejé que mi papá me consintiera haciéndome el desayuno, comenzamos a subir todas las cosas a la camioneta. Me sentía radiante de felicidad, y se me notaba el deseo de largarme de la ciudad inmediatamente. Cada cinco minutos le preguntaba a mi papá si ya nos íbamos.
Dieron las once y por fin partimos. Todo porque la puta de Alexa ya había acordado con mi papá que a las doce él pasaría por ella, maldita perra. Pero antes de eso iríamos por... ¡Trajes de baño!
Fuimos al centro de la ciudad, donde hay muchas tiendas de ropa femenina. Entré acompañada de mi padre a una tienda que me encantaba. Cruzamos las puertas de la tienda y el guardia me saludó lanzándome una miradita esporádica a los pechos, eso me dio una idea para comprobar si yo le provocaba algo a mi papito, para tener, aunque sea una señal sobre si había pensado en mí cuando lo escuché hace rato masturbarse en el baño horas atrás.
Escogí unos diez trajes de baño de diferentes colores y estilos, y una toalla de microfibra. Ya llevaba en el equipaje una toalla de las normales, pero siempre había deseado tener una fabricada con microfibra, pues decían mis amigas, que secaban mucho más rápido que una de las comunes. Mi papá ya se estaba acercando a la caja registradora para pagarlos cuando le dije que primero era necesario probármelos, para ver cómo me quedaban, y que me tenía que esperar un poquito. Con pesadez, me anuncio que me diera prisa, yo sabía perfectamente que a mi padre le aburrían este tipo de cosas en las que las mujeres nos gusta tomarnos nuestro tiempo.
Cuando estaba dentro del probador, invoqué a mi papá.
—¡Papi ven! ¡Entra por favor! —grité para que pudiera escucharme.
—¿Nena?, ¿sucede algo malo? —preguntó con tono de preocupación.
—¡Sí! Es que no sé si me quedan bien. ¡Entra por favor! —insistí.
Mi padre entró cautelosamente al probador donde me encontraba aparentemente semidesnuda. Él me encontró envuelta en la toalla de microfibra, y la mitad de mis senos sobresalían de la toalla debido a la presión que yo ejercía.
—Papi, te voy a enseñar unos trajes de baño y tú me dices como me quedan, ¿ ok ? —expresé con cierta indiferencia cándida.
—No sé, mira mi amor, no creo que yo deba hacer esto, ¿por qué no le pides ayudar a alguna trabajadora de la tienda? —sugirió mi padre.
—No. Mira, te enseñaré el primero —contesté muy animada y contenta, restándole importancia alguna a las preocupaciones de mi angustiado padre.
Sin darle tiempo para replicar, simplemente deje caer la toalla, y ahí estaba plantada yo, con un bikini negro muy sexi de dos piezas.
—¿Cómo me queda? —interrogué mientras realizaba poses imitadas de una modelo profesional que miré tiempo atrás en sus historias de Instagram.
—Te queda bien, mira Alisa, no creo que sea correcto que te vea así, no está bien —deliberó con cierto nerviosismo en su voz.
—Pero... Si me verás así en la playa en unas horas, es lo mismo, ¿o qué?, ¿te taparás los ojos cuando ande en traje de baño allá? —dije con poquita picardía, y minimizando el sarcasmo lo más que pude.
—Mmm... Sí, tienes toda la razón nena, bueno, ya, enséñamelos rápido para irnos, se nos hará tarde —dijo intentando mostrar desesperación por llegar a nuestro destino, que por el hecho de que yo me mostrara semidesnuda ante sus ojos, se le veía en ese aspecto más relajado, o eso me quería hacer creer.
—¿Entonces te gusta cómo me queda este? Míralo bien, por favor —dije mientras me daba la vuelta para enseñarle el trasero, el cual, yo estaba moviendo, parando y meneando para provocar alguna señal de atracción de mi padre hacia mí.
—Te queda muy bien mi niña, ya hay que apurarnos —dijo sin apartar la vista de mi culo, mientras disimuladamente, ponía sus manos sobre su entrepierna.
En ese instante comprobé algo, y es que se le veía un agrandamiento debajo de las manos, ese momento me dejó estupefacta, comprendí que le había provocado una erección a mi propio padre, a esa persona que se suponía que me debía cuidar y respetar, mis encantos debían ser poderosísimos. Y era un verdadero triunfo tanto femenino como personal, puesto que esta vez había sido yo solita quien lo había provocado y no la biología matutina. Me puse muy feliz, contentísima más no poder, estaba dominando a mi papito, lo estaba calentando, concluí por tanto que era muy probable que haya pensado en mí en la mañana mientras se la jalaba tan furiosamente. Tales conclusiones me evocaron una sonrisa tan fuerte que me dolía la cara.
—Ya está bien, uno último para no tardarnos más —dije tratando de contener la amplia sonrisa mientras me ponía la toalla para taparme.
Me envolví en la toalla, me bajé el bikini y me quité el top quedando desnuda dentro de la toalla. Consecuentemente le pedí a mi papá que me alcanzara un bikini color naranja.
—Amor, ¿qué estás haciendo? —soltó un poco asustado al saber que la toalla era lo único que me separaba de la desnudez.
—Nada, me cambio, ¿quieres que me quite la toalla, o por qué lo dices?
—Alisa no digas eso, es que te estas cambiando delante de mí, eso no está bien —sentenció.
Yo sabía que, si le llevaba la contra unas cuantas veces más, lo haría enojar, y terminaría sin llevarme nada, o podía provocar que todo el viaje mi padre anduviera de mal humor. Así que cedí en esta ocasión y le di la razón.
—Sí, tienes razón, es que no pensé... —dije con fingida tristeza, fue difícil actuar esta emoción en esos momentos porque una alegría se me asentaba en el pecho y no me podía deshacer de ella.
—Ya vámonos —dijo mi padre con sequedad, pero aún no enojado.
—Perdóname papito, no quiera incomodarte, siempre tengo que arruinar todo, soy tan tonta, de verdad —dije eso mientras intentaba con todas mis fuerzas hacer que se me saliera una lágrima, pero lo único que pude conseguir es un semblante de seriedad que era evidentemente falso, así que solo agaché la cabeza para dar a entender que estaba muy acongojada.
—Ya mi amor, no estoy enojado, solo digo que tengas más cuidado, imagina que entre alguien aquí, y vea que estas cambiándote frente a mí. Pero ya no pasa nada, todo está bien —dijo mientras me consolaba con un abrazo—. Además estoy seguro de que te ves perfecta en cualquier cosa que uses, tú eres la más bonita de todas.
Extrañamente, yo estaba desnuda aún bajo la toalla, y él me abrazaba. Lo peor de todo es que el hipócrita aún tenía la erección a tope. En realidad, me pareció que, sí era honesto respecto a que le preocupaba que alguien nos viera así, pero no tanto sobre lo que yo hacía. Pero al menos comprobé que él es capaz de sentir algo por mí, algo más que cariño, o que por lo menos tengo esperanzas de provocarle ese sentimiento que debiera experimentar solo por una mujer muy atractiva para él. Y que me dijera que era la más bonita de todas, solo alimentaba mis ilusiones llevándome cada vez más a una enajenación que entendía poco sana, pero inevitable y además natural de las relaciones entre hombres y mujeres.
Después de abrazarme, mi padre salió apresurado del probador. Me cambié rápidamente, y fuimos a pagar la ropa. Estaba muy complacida y jubilosa.
Llegamos al departamento de Alexa, para ese entonces ya no me hallaba tan contenta. Me quedé en la camioneta con Ivi el cachorro,mientras esperaba a mi padre y Alexa.
Mi padre fue a ayudar a Alexa a bajar sus cosas y acomodarlas dentro de la camioneta. Aunque estaban tardando mucho. Sabrá Dios que estarían haciendo. Yo lo caliento a mi padre unos minutos y Alexa lo aprovechaba. «Es una maldita puta, que se joda, y ni te encariñes con ella ni te dejes tocar por ella», le dije a Ivi. Miré al perrito a los ojos, luego miré al techo del vehículo y continué:«Espero que por lo menos usen protección, lo peor sería que ella saliera embarazada de mi padre y entonces viniera a vivir con nosotros a la casa, esa es mi más oscura pesadilla».
Veinte minutos después, ambos bajaron ufanos. Se veían felices, seguro que se echaron un sexo rápido. Sucios, cochinos, enfermos… Y yo encerrada en la camioneta como pendeja esperándolos. Así eran mis pensamientos, que en ciertas ocasiones contradecían mi cara de niña buena, de chica linda, amable y con cierta inocencia adorable, de adolescente hermosa e inteligente.
Alexa, igual que siempre, se miraba guapísima con su short blanco cortito y su camisa de mezclilla azul. Nos saludamos, fingí amabilidad y le presumí al perrito. Ella estaba encantada con el cachorro. Y aunque Alexa me cae mal en el fondo de mis pensamientos, trataba de llevar buen rollo con ella, así que platicamos a lo largo del viaje fingiendo ser íntimas amigas.
Hubo cosas que noté de repente, actitudes hirientes que mi padre comenzó a tener contra mí, las cuales atribuí a la presencia de Alexa. Una de esas cosas, era que mi padre ya no me decía nombres cariñosos. Cuando yo estaba a solas con él, me decía: «amor», «nena», «mi vida», «princesa», «bebita», y demás sobrenombres que reflejaban su inmenso cariño por mí. Al estar Alexa presente... ¿Sabes cómo me decía? Me decía: Alisa. Humillante. Pero lo peor de todo era que a ella no le decía Alexa, a ella le decía: «amor», «mi vida», «corazón», y toda clase de cursiladas delante de mí. El muy cabrón, me quitaba todo el cariño y se lo entregaba con manos llenas a esa zorra sin dudarlo una fracción de segundo siquiera.
Otra de las actitudes espantosas de mi padre, es que tampoco me consentía ni me abrazaba. Esa era una de las razones por las que más odiaba a Alexa. Básicamente me robaba a mi papá junto con todo su amor. Y nada más iniciar este viaje, esa puta me lo «bajó» en un abrir y cerrar de ojos, sin esfuerzo alguno. Yo estaba derrotada, al menos por el momento. Y bastante derrotada diría yo, pues ni siquiera el perro me prefería, lo demostraba claramente al dormirse en el regazo de Alexa.
En las dos horas que transcurrió el viaje, observé, para distraerme de mis difíciles problemas de amor, la enigmática belleza del desierto. Los cactus, los matorrales, y las aves que sobrevolaban los alrededores me fascinaban por su gran valor natural.
Cada vez más, nuestro destino se acercaba, un pueblo que estaba ante nosotros lo revelaba, unos pocos kilómetros más y por fin llegaríamos.
Capítulo 6
Me sentía inspirada, respiré hondo al llegar a la casa de verano de los padres de Perla, un aroma oceánico impregnó por completo mi joven alma llenándola de vigor.
Las cuatro amigas nos pusimos trajes de baño diminutos. La madre de Perla iba algo más discreta, pero Alexa estaba de verdad despampanante con sus senos inmensos y un trasero trabajado en el gimnasio.
Mi papá y el de Perla, estaban con la baba de fuera cuando nos vieron salir a Alexa y a mí cambiadas para disfrutar de la playa y del intenso calor. Pero no solo se les caía la baba con ella, sino con mis amigas también.
Debí de sentirme inquietada por el hecho de que el padre de Perla, no me quitara la vista de encima, dirigiendo su vista constantemente con destino a mis nalguitas paradas. Era bastante evidente que no paraba de verme y quizás todos lo notaron, pero nadie dijo absolutamente nada. Aunque el hombre también miraba a las demás chicas. Mi padre no se quedaba atrás, y echaba miraditas raras a todas las chicas presentes, incluyendo a su bebita, o sea yo. Sabía que mi padre ansiaba ver mi cuerpo muy en el fondo, pero en ese viaje su dueña era sin duda Alexa, por más que me pesara, así eran las cosas y debía aceptarlo.
En la playa nos divertimos bastante. En cierto momento, mis amigas y yo nos tomamos fotos en la arena en diferentes poses. Quise hacer las mías algo más provocativas que las de mis amigas, entonces decidí darles un pequeño show a los hombres que nos acompañaban: mi papi y el de Perla. Así que hice poses que rayaban en lo erótico mientras Fernanda me tomaba las fotos, entonces yo abría las piernas, y me tiraba en la arena mientras paraba el trasero. No dejaban de verme los dos hombres sin ningún disimulo. Fuera de eso, no pasó nada extraordinario ese día. Llegué incluso a pensar que mi padre me regañaría por comportarme de esa manera tan sugerente, pero no ocurrió absolutamente nada. Muy al contrario, mi padre parecía estar feliz de la vida en ese idílico lugar.
Pasaron dos días sin mayores contratiempos, ya solo nos quedaba una noche más. Tristemente, la mañana siguiente nos iríamos del lugar, así que esta última, sería la noche más especial y constituiría una especie de despedida, una fiesta pequeña entre todos. Con ese talante, esa tarde se tornó poco a poco en una alegre noche en la que los padres de Perla, Sergio y Alexa, tomaron mucho alcohol, y a nosotras, por supuesto, no nos lo permitieron.
En medio de esa reunión, todas comíamos muchos bocadillos y bebidas no alcohólicas, pero como los padres de Perla, Sergio y Alexa si lo hacían, acudían de manera frecuente al único baño que tenía la casa. Los hombres por su parte, contaban con la posibilidad de ir fuera de la casa a orinar, pero como casi siempre estaba desocupado, aun así entraban. Mi padre con diferencia el que con más frecuencia iba al baño, producto de tomar cerveza en excesiva abundancia.
En una de las ocasiones en las que mi padre estaba en el baño, a Fernanda le entraron ganas de orinar, pero ella no tenía idea de que el baño estaba ocupado. Ella se dirigió al baño y giró la manecilla de la puerta que estaba sin seguro, esta se abrió y ella tuvo una sorpresa... Se encontró a mi papá con el pene de fuera, orinando. De manera instantánea, los ojitos de mi mejor amiga se dirigieron hacia la verga de mi padre. Inmediatamente ella se disculpó, y cerró la puerta despavorida. Fernanda no aguantaba las ganas de orinar, así que se quedó esperando fuera de la puerta a que mi papá saliera.
En el momento en que mi papá salió, este le dijo que el baño ya estaba listo. Al parecer, él no le había dado ninguna importancia al asunto. Cuando ella regresó del baño, nos contó todo lo que había sucedido con lujo de detalle.
—No mamen, abrí la puerta porque pensé que no había nadie —dijo Fernanda con un tono entre risa y disculpa.
—Y ahí estaba tu papá. Neta, que tiene, una vergota —continuó Fernanda dirigiendo su primera frase hacia mí, y la segunda a todas mientras hacía con los dedos una pantomima de lo grande que era el pene de mi padre.
—¿En serio? ¿Neta tan así? —preguntó Perla con aire de gran incredulidad.
—¡Oigan es mi papá! —dije yo indignada por el tema de conversación que estábamos teniendo.
—Pues no es mi culpa que la tenga grandota, ja, ja, ja. No te voy a mentir, yo si me lo cojo —dijo Fernanda dando una sorpresiva revelación que no me agradó para nada. Al mismo tiempo, ella me miraba a los ojos con desafío. Pero no caí en su provocación, no quería crear un escándalo por una cuestión tan ridícula.
—Ay, pero si ya está bien ruco, tiene como cincuenta años, sin ofender Alisa —dijo Erika con cierta repugnancia.
—No me ofendo, y sí tienes razón, ya es muy mayor para ti Fer , además tiene dueña —dije, haciendo énfasis en la palabra «dueña» mientras volteaba ligeramente mi cabeza y mis ojos en torno a Alexa que estaba sentada en un sillón en el polo opuesto del recinto.
—Solo digo la verdad, si le hubieran visto lo mismo que yo, pensarían diferente ja, ja, ja. Bueno ya, vamos a bailar, vente —dijo Fernanda mientras agarraba mi mano y me levantaba del suelo para llevarme a bailar.
Todas estábamos bailando cumbias. No es la música que suelo escuchar, pero es lo que estaba a la mano y nos estábamos divirtiendo bastante. Unos minutos después dejamos de bailar, y los padres de Perla se fueron a dormir. Mi padre y Alexa se quedaron platicando en voz muy baja, en ese momento nosotras estábamos afuera descansando, tomando jugo de piña con vodka a escondidas, la vigilancia se había reducido tanto, que Perla se atrevió incluso a encender un cigarro y nadie con capacidad para reprendernos lo notó. De esa forma nos quedamos platicando ocultas en las afueras de la casa, pasándonos el cigarrillo, aunque particularmente ni Erika ni yo lo probamos pues nos provocaba asco el olor, de modo que yo era un conducto para pasarlo entre Perla y Fernanda por estar en medio de ellas.
Un poco más tarde, entramos de nuevo a la casa, mi padre y Alexa continuaban hablando por lo bajo en el mismo lugar. Un par de minutos después, Alexa se marchó a dormir y mi padre se quedó viendo la televisión en la sala sin prestarnos atención. Un rato después, me di cuenta que daban las dos de la madrugada, y Fernanda fue a hacerle platica a mi papá. Para ese entonces, nosotras ya nos servíamos alcohol sin importarnos que estuviera mi papá, él parecía estar muy tomado y no daba cuenta de nada de lo que ocurría a su alrededor, la repetición de un partido de futbol dominaba su difuso poder de concentración.
Al mismo tiempo que Fernanda se acercó sigilosamente para intercambiar palabras con mi padre, Erika se puso a bailar una canción de reguetón, Perla y yo le seguimos el juego. Estábamos perreando y nos divertíamos mucho. Solo una canción después, Fernanda se mostraba ya muy confianzuda con mi padre; ella trataba de que él se levantara para bailar junto a nosotras, lo jalaba de sus manos, y al principio mi padre se negaba con la tozudez de un borracho alegre, pero al final cedió a la petición insistente de Fernanda, pues mi amiga llegó a tener la osadía de rogarle. Sencillamente, tras unos cuantos ruegos de Fernanda, mi padre se puso a bailar con ella. ¿Qué demonios le estaba sucediendo a Fernanda? ¿Es esa mi mejor amiga o una extraña que me comienza a parecer irreconocible? ¿Por qué se mostraba ella tan ofrecida con mi padre? No conocía la respuesta, pero estaba comenzando a sentir una preocupación muy grande, parecía que de pronto el control de todas las situaciones de mi vida me era arrebatado sin piedad, una desilusionadora opresión en el pecho me lo confirmaba.
Al principio Fernanda y mi padre bailaron separados, duraron una canción completa así. En la siguiente canción que puso Perla, una música que contenía más ritmo, Fernanda comenzó a acercarse más a mi padre.
Me sentía terriblemente celosa, y un coraje emergente estaba gestándose agresivo dentro de mí, pero no se me podía notar porque algo me impedía expresarlo libremente. Para la tercera canción, Fernanda ya tenía sus brazos en el cuello de mi papito, y después, ella muy descarada, se volteó dándole la espalda a mi padre, y le restregó el trasero provocativamente, una mirada de profundo odio le lancé a Fernanda pero ella no se dio cuenta. Ahora ambos tenían contacto físico bastante intimo, y la furia se me acumulaba en la boca del estómago provocándome acidez, pero no podía hacer nada al respecto, me sentía atada de manos, de pies, y de todo lo posible. Solo me quedaba observar como una estúpida.
Fernanda empezó a perrear de manera cada vez más agresiva y tentadora para cualquier hombre, ella frotaba sus nalgas, porque básicamente eso era lo que hacía, en el pene de mi padre. Él tuvo una erección y todas lo notamos al cabo de un par de minutos, pero ninguna mencionó el asunto. En mi interior las emociones se arremolinaban hirvientes, semejante a una olla de presión que amenaza con estallar en cualquier momento, salpicando su contenido en una potente cólera.
Fernanda se estaba portando cual verdadera puta con mi papá, pero tenía que aguantar el obsceno espectáculo para no crear un drama con amplio potencial de agrandarse. Me sentía tan impotente y humillada a causa de no poder hacer nada al respecto. Pero mi padre estaba feliz teniendo el trasero de mi mejor amiga frotándose en su miembro, esa amiga que me había «quitado» a mi padre frente a mí, con total desvergüenza.
Al terminar la canción, Perla y Erika se fueron a dormir, y yo, desgraciadamente advertía unas ganas de orinar martirizante, si no entraba al baño rápido, presagiaba que me orinaría sobre mis ropas. La verdad es que no quería dejar solos ni un segundo a mi papá y a Fernanda. Ella era se había convertido en una enemiga ventajosa, demasiado peligrosa, una que avanzaba muy rápido con los hombres y me lo estaba demostrando con hechos. Pero ya no aguantaba las ganas de orinar, no podía más y me sentía fisiológicamente obligada a ir al baño. Así que terminé yendo en contra de mi voluntad.
Regresé a la sala, y la escena que vi no solo me espantó, sino que hizo acelerar mi corazón con una desesperación desoladora: Ellos se estaban besando en la boca mientras bailaban despacito, como si fueran ya una pareja bien cimentada.
Me acerqué lo suficiente, entonces podrían advertir mi presencia, y en apariencia se percataron: En cuanto llegué, ellos se despegaron y se sonrieron. De los dos, Fernanda exhibía la sonrisa más amplia, era una expresión de grosera victoria, una que engreídamente revelaba que ella podía conseguirse a ese hombre y salirse con la suya incluso si la hija o la pareja de ese hombre se encontraban en la misma casa. Y realmente lo había conseguido justo en mis narices. Miré a mi padre fríamente, él no me volteó a ver siquiera, yo sabía que él era consciente de que yo estaba presente, y tras un par de escuetos segundos, él solo convino en irse a dormir sin mediar palabra alguna conmigo como si lo que yo pensara fuera un asunto irrelevante. Yo no le dije nada a Fernanda al respecto, es decir, no le reclamé por lo que había hecho. Me tragué la humillación que me invadía y solo le solté: «Vámonos a dormir amiga». La tristeza de sentirme ignorada por mi padre, se acumuló a la lista de desgracias que me estaban sucediendo, a la serie de crueldades que mi padre me hizo durante todo el viaje.
A punto de acostarnos nos encontrábamos, aún me faltaba lavar mis dientes, pero descubrí que mi cepillo lo había dejado en un bolso que olvidé en la camioneta. De modo que necesitaba las llaves que aguardaba mi padre. «Ojalá y no haya cerrado la puerta con candado. Con lo descuidado que ha sido hoy, no me sorprendería que estuviese la puerta abierta», me dije en voz baja cuando iba por las llaves.
Pensaba mientras caminaba por el pasillo, en la locura que sucedió entre Fernanda y mi papito, aún me sentía muy enojada, sobre todo porque no encontré forma de evitar que eso ocurriera. La impotencia que me dominaba, torturaba mi espíritu en cada respiración que realizaba. Debí de saber desde el principio que Fernanda lo besaría como mínimo, sobre todo con mi ausencia. Después de todo, sería difícil para un hombre resistirse a Fernanda. No me sorprende que los dos hombres que estaban en la casa se enamoraran de ella, pues era guapa con exageración, de rostro bastante bonito y piel bellamente tostada. Fernanda no poseía unos senos tan grandotes como los míos, eran visiblemente más pequeños, pero Fernanda sí que estaba dotada con unas caderas más amplias y «más carne»: Piernas más gruesas y sexis, un trasero más grande. Y quizás algún día ella tuviera pechos más grandes que los míos, pues me había confesado meses atrás, que tarde o temprano se los operaría para acabar con esa «deficiencia». Si llegaba ese día, me temo que su belleza probablemente terminaría por opacar a la mía en muchos sentidos. Sufriría yo, de un elemento doloroso del mundo femenino que las derrotadas debemos de sobrellevar con clase, usando otros recursos para resaltar nuestra belleza natural, y mejorando en otros aspectos ajenos a la mera apariencia. Después de todo, algo que suelo practicar mucho, es una voz sexi de niña, y una personalidad linda para ser más atractiva.
Me parecía inconcebible que mi padre fuera tan descarado besando a mi mejor amiga de toda la vida enfrente de mí, y sé, que mi padre cayó en la provocación de Fernanda por la falta de juicio que deviene de tomar tanto alcohol. Y repugnante me pareció la actitud de Fernanda haciendo eso con mi padre, cuando supuestamente es mi más fiel compañera.
Rápidamente atravesé el pasillo. Me acerqué a la puerta del cuarto de Alexa y mi padre, y de repente escuché algo muy raro. Ruidos inusuales provenían dentro de la habitación. Se escuchan sonidos entrecortados, parecidos a leves gemidos. ¡Oh, no! ¡Dios Mío! Pero si... Pero si estaban teniendo sexo ahí dentro, y lo que escuché no eran sonidos parecidos a gemidos, eran, con toda certeza, los gemidos sexuales de Alexa. Sabrá la Virgen de Guadalupe lo que estaba haciéndole mi padre a esa mujer para causarle semejantes quejidos. Pero que no me sorprendía en absoluto, ya que cualquier cosa que se me ocurriera, mi padre ya se la había hecho a ella en múltiples ocasiones, inclusive los había escuchado tener relaciones en ocasiones anteriores, sin embargo es algo que nunca deja de impactar si es tu padre al que escuchas metérsela a su novia.
No pude seguir escuchando esos sucios berridos eróticos. No pude evitar notar, que me calentó escuchar a mi padre teniendo sexo, la adrenalina aumentó bastante en mi sistema rápidamente a causa de ello. Me sentía como una pervertida por quedarme escuchado durante tanto tiempo, cuando no fue ni siquiera mi intención. Por una parte, estaba accidentalmente excitada, y por otra, estaba que rabiaba de celos, era la sensación más confusa que había experimentado en los asuntos del amor.
Al parecer, como Fernanda había excitado a mi papá, la única solución de que él pudo encontrar, fue despertar a Alexa y echársela pues era su mujer.
En ese momento sentí que ya no aguantaba más: Todas las chicas le hacían cosas a mi padre y él les entregaba sin reserva su amor a ellas, y a mí, no solo no me daba nada, sino que me quitaba lo poco que me quedaba, era claro como el hecho de que a penas y me había hablado en todo el viaje. Estaba harta, estaba celosa, estaba caliente. Pero tenía que admitir otra nueva verdad: Quería a mi padre para mí sola, y para nadie más. Quería cogérmelo, quería que me amara, que me amara de verdad y no solo como hija, la hija tontita que debía esperar a que llegáramos a casa para que me recibiera las migajas de su amor.
Decidí en ese instante que al terminar ese viaje y volver a casa, lograría a como dé lugar, así sea lo último que hiciera, quitarme de encima a Alexa, a Fernanda, y a cualquier otra zorra resbalosa que se le insinuara a mi papito. Estaba harta y debía tomar el toro por los cuernos, ya era suficiente de humillaciones. Yo sería su único motivo de cariño, y su única novia para que me haga el amor solo a mí.
Amaneció y por fin terminó la aventura de la playa, y ya sé que suena como si estuviera harta. La verdad es que no, me la pasé genial, omitiendo la última noche, por su puesto. Lo que sucede es que estaba impaciente por llegar a casa, aún había muchas más cosas intensas por vivir y por las cuales luchar. Así que desayunamos, empacamos y nos marchamos.
Íbamos de camino a casa. Un par de horas después de haber empacado, ya estábamos mi padre y yo en casa. Alexa se quedó en su departamento. Por lo menos me quedaba el consuelo de que esa perra no se viniera a un a vivir con nosotros, o de que mi padre me abandonara para irse con ella.
Subí mis cosas a mi cuarto, me bañé. Mi papá y yo comimos juntos. Descansamos toda la tarde viendo películas, juntos. Se hizo de noche, y finalmente en mi habitación otra vez, sola. Ya había olvidado el asunto del robo, es como si hubiera ocurrido hace muchísimo tiempo atrás, como si fuese un hecho irrelevante en mi vida. Dormí en el estilo de una bebita, una que pertenecía su padre en exclusiva.
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