Encaprichada con mi padre (Parte I)

Alisa es una chica a la que su padre le ha prohibido tener novio, como consecuencia de ello, Alisa desfoga sus deseos con el poder de la fantasía. Tras ocurrir evento que espanta a la chica, comienza a desarrollar pensamientos impropios. ¿Hasta dónde llegarán los actos de Alisa?

Encaprichada con mi padre

(Parte I)

Capítulo 1

Todo empezó cuando se acercaban las vacaciones de verano, ellas, muy groseras, nos coqueteaban a todos los estudiantes ya hartos de las clases. Yo estaba feliz porque me había ido muy bien al adaptarme a un nuevo entorno con enorme facilidad, a pesar de la incertidumbre por no saber mis calificaciones finales, me sentía confiada, y los nervios, muy al contrario de lo que dirían otras personas más sensatas, me provocaban cierto placer. Soy rara, lo sé.

A lo largo de la preparatoria, hice tres amigas sobresalientes, y nos volvimos prácticamente inseparables. Las cuatro, éramos las que hacíamos absolutamente todo juntas, ya sabes… «Las mejores amigas». Sobre todo, yo con Fernanda, y Perla con Erika. Por tanto, no era extraño que de manera frecuente, hiciéramos las tareas en equipo juntas, aunque en durante la marcha termináramos haciendo otras cosas que nada tenían que ver con la escuela.

Resulta ser que, cuando terminó el cuarto periodo escolar, los padres de Perla pretendían organizar un viaje para acampar en una playa que está más o menos a cien kilómetros de la ciudad donde vivíamos, así que Perla nos invitó a Fernanda, Erika y a mí, a ese inspirador y necesario viaje de playa que sentíamos que tanta falta nos hacía. En el momento en que Perla nos dijo la noticia el penúltimo día de clases, todas nos pusimos muy emocionadas, aunque minutos después, todas estábamos pensando en formas de pedir el permiso a nuestros padres para que nos dejaran ir.

Mi padre era muy estricto conmigo, respecto a quedarme en casas de otras amigas, y básicamente cualquier cosa que me diera un poco de libertad, la verdad es que era bastante sobreprotector, una razón para que él fuera así, supongo, se debe a que era su única hija, y la otra mitad de su familia cercana. Igualmente para mí, irremediablemente, mi padre era mi otra mitad, el sentido de mi vida, pues mi madre falleció en un accidente de automóvil cuando yo tenía tan solo dos años de edad, de manera que nunca la conocí, más que en las fotografías que mi papá había guardado. Evidentemente, a falta de una madre, mi papi tuvo que hacerse cargo totalmente de mí, y tomar el rol de madre. Desde pequeña, recuerdo que él, siempre ha estado conmigo, aunque a veces me dejaba al cuidado de tías o familiares. La verdad es que hasta ahora, soy consciente de que, los motivos detrás de dejarme al cuidado de mis tías, era porque tenía citas con zorras que nunca conocí. Mi padre es un hombre de rostro triste y sereno, no es nada feo, un mujer puede encontrar en ese rostro a una persona de bellos sentimientos. Supongo que por eso que tiene novia cada que cambia la estación del año, no obstante, es interesante ver que por alguna razón oculta, terminan sus relaciones al pasar el tiempo. Pero con Alexa la novia más actual, lleva un récord de dos años...

Cuando se daba la insólita situación de que me quedaba a dormir en casa de alguna amiga, mi papá tenía que llamar a los padres de dicha amiga e investigar todos los pormenores de la situación. Luego, él mismo me dejaba en casa de mi amiga y hablaba con los padres de ella para asegurarse de que estuviera lo suficientemente vigilada.Ante estas actitudes de mi padre, me era muy difícil que me dejara ir a citas con algún chico, o a fiestas con mis amigas, no sería una sorpresa que me fuera tremendamente difícil que me dejara ir a la playa en esta ocasión. Pero yo tenía en mi posesión, el conocimiento de algunos trucos para conseguir permisos en ocasiones especiales. No eran recursos que pudiera utilizar todos los días, pero en momentos clave funcionaban a la perfección.

Esa misma noche, decidí dar el golpe utilizando el recurso más poderoso de todos, debía de actuar rápido, en el momento en que lo viera de buen humor, cuando no existieran problemas personales, o que yo no hubiera cometido algún error. Ese era el momento perfecto.

Fui hacía mi padre, él miraba su noticiero favorito mientras se tomaba una cerveza helada. Al mirar que se la terminaba, le llevé otra. Él me agradeció y se sumió en un silencio prestándole atención a la guapa presentadora de las noticias. Me senté a su lado, esperé a que dieran comerciales. El noticiero era muy aburrido, por lo que decidí dar un paso pequeño: puse mi cabeza en su hombro usándolo de almohada y lo abracé. Mi padre me ignoraba por completo, a él, le interesaba más el acontecer del mundo que los empalagosos cariños de su hija.

Llegaron los comerciales, y mi padre soltó un eructo. Me pareció asqueroso, pero no le di importancia, él siempre hacía esa clase de cosas. Y fue justo después del eructo que solté la bala de amor. Apreté mi abrazo y le dije: «Papito te quiero mucho». «Yo también te quiero hermosa», respondió él con una sonrisa sincera. Y entonces inoculé el veneno.

Puse cara de niña buena, de ángel incorruptible, de mujer de ensueño, voz chiqueada, de la hija más ejemplar del universo. Y abrazándolo mucho y conjuntando todos esos encantos mencionados, le dije:

Pa , ¿será que puedo ir a con una amiga?

—¿A dónde? —preguntó mi padre dando un trago al bote de cerveza.

—A la playa, para acampar.

—¿Cuándo? —investigó mi padre.

—En julio —respondí.

—Bueno, todavía falta, ya veremos si te portas bien, si te va bien en la escuela, si obedeces… Quizás.

—Ay, papito. Por favor, déjame ir. Nunca me dejas ir a ningún lado —rogué con cierta tristeza fingida.

—Ya veremos Alisa —zanjó mi padre.

—Está bien, lo tomaré como que me estás dejando ir pero luego puedes arrepentirte —dije dándole muchos besos en la cara.

—Sí mi niña, solo portate bien, y lo consideraré. Si veo que todo está en orden quizás te deje ir. Pero tienes que entender que tengo que confirmar que las cosas sean seguras, no pues ir nada más así a cualquier lugar. Te puede pasar algo y es lo último que quiero. ¿Me entiendes? —explicó mi padre.

—Sí papito. Me voy a portar bien. Y te aseguro que encontrarás todo muy seguro, hasta los padres de Perla van a ir al viaje —solté.

—¿Viaje? ¿Pues que tan lejos está la condenada playa? Creí que querían acampar en un lugar cercano. Esto no me está gustando, pero… Dices que los padres de tu amiga estarán allí, tendré que hablar con ellos del asunto.

—Sí, es que la playa queda un poco lejos. Y pues sí, yo sé que tienes que hablar con ellos, y también sé que encontrarás todo muy seguro —dije dándole un beso en la mejilla.

Luego me puse a brincar de la felicidad, diciéndole que era el mejor papá del mundo para comprometerlo con mi felicidad, de esa manera si no me dejaba a ir, él sabría que me estaba quebrando la felicidad a consciencia y se sentiría culpable.

Le di el contacto de los padres de Perla y de mis otras amigas, para que me diera el permiso lo antes posible. Mi padre, sí que se portaba pesado a veces, me trataba como a una niña chiquita delante de las personas, y la verdad me molestaba muchísimo cuando hacía eso, ya que me ponía en vergüenza para con mis amigas, y toda la gente en general.

Mi amigas, mantenían la costumbre de mentir a sus padres diciéndoles que se quedarían a dormir en la casa de alguna de las otras para irse de fiesta, o hacer otras cosas diferentes, a veces, cuando hacían eso, yo no iba porque mi padre era demasiado agudo y a cualquier signo de mentira o de que simplemente no le agradara la idea, me negaba la salida tajantemente. Lo que más que podía hacer respecto a salirme con la mía, era cuando le decía que era importantísimo quedarme en la escuela para hacer tarea en la biblioteca, o alguna cosa así, entonces podía quedarme algunas horas en casa de alguna amiga, o ir a tomar alcohol en la playa de la ciudad. Pero mentir perpetuamente no era lo mío. Y me estaba hartando, de hecho, mi padre no me dejaba ni siquiera tener novio, ni llegar muy tarde a la casa cuando le pedía permiso de antemano para hacer tareas de verdad en casa de alguna de las chicas. Quién sabe hasta cuándo ese hombre se iba a dar cuenta de que ya no era una niña pequeña.

Esa noche, tras hablar con los padres de Perla, mi padre actuó como una persona demasiado pensativa, yo atribuí el hecho a que comenzaba a darse cuenta, aunque fuera un solo un poco, de que yo estaba creciendo, puede ser, que se debiera a que los padres de mis amigas eran un poco más relajados al respecto y le contagiaran parte de esa conducta mucho más civilizada. Mi padre al hablar con ellos, evidentemente se tranquilizó lo necesario como para dejar de lado su patológico miedo a que me pasara algo en su ausencia, pues me dio su permiso de manera oficial. Se miraba que le pesaba, no sé que le habrán dicho los padres de Perla, sobre todo para ponerlo en un estado en el que me diera su consentimiento de ir a un lugar a muchos kilómetros de donde vivíamos. Ahora que lo pienso, esa sería la primera vez que en teoría, estaría realmente lejos de mi padre.

La sonrisa no se me quitaba de los labios, abracé a mi padre, abracé a un oso de peluche gigante que aguardo en mi habitación pues no había nadie más en la casa a quien abrazar, y luego llamé a cada una de mis amigas para darles la noticia. Dormí esa noche muy feliz, ahora estaba segura de que no me convertiría en una marginada social, de que no me perdería de una gran experiencia, de esas que ocurren una sola vez, de algo que sentía que necesitaba vivir de algún modo u otro, algo para lo que, si lo realizaba a los veinte o treinta, no tendría tanto sentido ni tanta emoción. El significado de la experiencia solo se contenía en este periodo de la vida, y era un componente que pensaba formaría parte del resto de mi vida.

Por su puesto, el permiso que mi padre de mala gana me había otorgado, contenía letras pequeñas, pequeñas, insidiosas y muy molestas. En el momento del viaje, no todo transcurriría en tonalidades de rosa, ni mucho menos, mi padre pues, me hizo prometer que contestaría el teléfono siempre que él me marcara, ya fuera la mañana, la tarde o la madrugada. Hizo hincapié en que me hablaría prácticamente cada tres horas para comprobar que yo estuviera bien. En otras palabras, iba a arruinarme la poca libertad que tendría desde hace mucho tiempo. Aun así, yo estaba feliz, después de todo, ya encontraría la manera de librarme de tanta llamada: le diría que el teléfono se me descargó, o que olvidé el cargador, y que los cargadores de mis amigas no pueden ser compatibles con mi teléfono, o no le contestaría hasta que regresara a casa, entonces le diría que el teléfono se me cayó al mar, con esa estrategia, conseguiría un teléfono nuevo de paso.

Ya en mis sueños, estaba planeando la ropa que llevaría, las maletas que usaría, los calzados adecuados, conseguir un envase de mi tipo de protector solar, trajes de baño... Etcétera.

Capítulo 2

Al día siguiente caminé a la escuela. Una cuestión normal para mí, puesto queel instituto se ubicaba cerca de mi casa. Hubo un tiempo en que mi padre insistía en acompañarme hasta la entrada, en esa época, trataba de pasar desapercibida ya que la preocupación natural de mi padre lo invitaba a preguntar al personal de la escuela los cambios en los horarios, los métodos de seguridad de los que los alumnos disponíamos al salir, y cuándo estaría un guardia de seguridad custodiando los perímetros de la escuela. Por suerte, después de ese primer semestre preparatoriano, mi padre comenzó a relajarse un poco con ese asunto y resolvió que si otras chicas que vivían cerca caminaban todos los días junto a mí, él no tendría porque acompañarme, después de todo eran buenas chicas y él conocía a sus padres. Esas chicas, eran también amigas miás, Samanta y Vanesa eran sus nombres. Sin embargo, ellas pertenecían a una generación detrás de la mía, por lo que no compartía con ellas un destino más allá del camino a la escuela.

Era ese día, un viernes soleado y hermoso de verano, calculé con mucha exactitud que no tenía mucha ropa para ir a la playa, y no sabía si el dinero que me daría mi padre me alcanzaría para comprar las cosas que ocupaba. A pesar de todo, me ganaba el optimismo y me decía a mí misma que ya encontraría una solución en su momento. Después de todo, aún faltaban dos semanas para el anhelado viaje.

Ya en el salón de clases, como era de esperar, mis amigas y yo, platicamos obsesivamente sobre los pormenores del viaje, y como consecuencia todos los maestros nos mandaban callar de manera frecuente en el triste par de clases que tuvimos. Fue un día confeccionado por horas libres, y aun así, podíamos seguir sacando tela del tema del viaje. De hecho, la última hora no tuvimos clase y nos fuimos a comer a una pizzería todo el grupo completo. Fue genial, ojalá hubiera tenido más días así, pues en ese momento no valoré esos instantes de felicidad grupal que una vez una crece un poco, no se vuelve a repetir de la misma manera. Ocurren reuniones inolvidables más adelante, sí, pero jamás con esa última inocencia decadente que se ve amenazada con cada vez más fuerza por el consumo general de alcohol y tabaco, y una existencia expuesta a nuevas adversidades de la vida cuando se cumple la mayoría de edad. Las reuniones dejan de ser lo máximo cuando se realizan en pizzerías, cafés o en la casa de algún compañero cuando sus padres se marchan, y son sustituidas por bares, tugurios y el departamento de algún compañero que puede permitirse vivir solo.

Veloces pasaron los días, y aún albergaba dentro de mí la incertidumbre de no tener la suficiente ropa, más que nada en materia de trajes de baño. Había mantenido en diversas ocasiones, quizás demasiadas, charlas con mis amigas respecto a las necesidades de la vida en la playa, y el saber cómo ellas me tenían mucha ventaja al respecto, activó lo que yo llamo: mis alarmas de supervivencia social. Estaba súper estresada por todo ese tema, y una leve locura me invadió con soltura. Sin embargo, existía un asunto que no había tomado en cuenta, algo que se me borró de la cabeza por alguna razón misteriosa... Una semana después de que terminara el periodo escolar, se entregaba a los alumnos la boleta con las calificaciones del último bimestre, junto con las calificaciones promediadas de todo el ciclo, y si por casualidad te atrevías, como si alguien lo deseara, a reprobar una materia, debías realizar un examen extraordinario para poder aprobar la materia y así poder continuar en el siguiente semestre con normalidad. Si eso no sucedía, tenías que repetir la materia hasta cursarla para poder pasar al siguiente grado. Y, ¡oh sorpresa!, ya había pasado la semana.

A mí siempre me había ido bien en lo que a estudios se refiere, era muy dedicada en la escuela, pero a veces ocurrían accidentes, materias para las que una no era lo suficientemente apta, o los profesores no eran personas a las que les agradaras y no tenían piedad en perjudicarte. Debo decir en mi defensa que estudié lo mejor que pude, que no pude percibir que la maestra me odiara o algo parecido, o que me creía una inepta para la materia. Sin más preámbulos, estas fueron mis calificaciones de ese periodo:

ÁlgebraII:10

Física III: 9.8

Especialidad en contabilidad: 9.5

Química III:10

Historia Universal: 8.8

InformáticaIII: 10

Literatura I: 9

Lengua adicional al español (Inglés II): 5

Suspiré aliviada cuando vi los dieces y nueves impresos en la boleta, pero cuando llegué a la última calificación, no lo pude asimilar completamente, no entreveía el panorama completo en ese instante. Dije en voz alta para mí misma: «No puede ser, tendré que hacer el examen, pero seguro lo pasaré. Investigaré porque razón reprobé...». En mi pantanosa inocencia, todavía no daba cuenta de todo lo malo que era esto, y lo que significaba para el curso que tomaría mi destino.

Mientras conseguía el número de teléfono de la maestra, para preguntar qué había sucedido, súbitamente caí en cuenta de que el hecho de reprobar la materia de Inglés,significaba que no podría ir al viaje, en parte porque mi padre me castigaría sin piedad impidiéndome ir al viaje, y, además, porque el examen es justamente el primero de julio, coincidentemente un día después del viaje. O sea que, aunque mi padre no me castigara, me perdería del viaje. Entonces me quedaría en la ciudad como una paria, haciendo el puto examen, marginada por completo, mientras mis amigas lo pasarían de lo más increíble, viajando por el hermoso desierto, respirando los limpios aires camino a un paraíso de playa, me lo perdería todo.

Después de llamar a la maestra, me enteré de que reprobé porque me fue mal en el examen final y no entregué un trabajo importante el primer bimestre, luego mandé mensajes a mis amigas por Facebook, contándoles todo lo sucedido. Resulta que una de ellas, Erika, sí pasó todas las materias, las otras dos, aún no habían pasado por sus calificaciones a la escuela, para cuando cayó el anochecer, todas estaban enteradas de que, en efecto, habían aprobado sin ningún inconveniente. Me sentí sola en la desgracia.

Increíble, yo tenía mejor promedio que ellas, y, aun así, no habían reprobado ninguna de las asignaturas. «Perla, de seguro, se la chupó al profesor de matemáticas para que le pusiera un ocho de calificación, porque siempre le va mal en esa materia, es ridículo que saque ocho por mérito propio» pensé enervada. ¿Por qué siempre las más pirujas del salón siempre terminaban teniendo pocos problemas escolares, y las que nos esforzábamos lo teníamos más duro?

Después de intercambiar información con ellas, no se volvió a mencionar el tema del viaje, ellas comprendían por obviedad que yo no iría, al menos no me hachaban en cara lo genial que se lo pasarían. Yo tampoco les haría eso, la verdad.

Apagué la computadora y me puse a llorar en silencio sobre mi cama, mi padre estaba en su cuarto, seguramente coqueteando por teléfono con la golfa de Alexa, y no hablo del asistente virtual de Amazon, sino de la arrogante novia de mi padre. No sé porque, pero era una molestia para mí esa mujer, cada vez que yo la miraba a los ojos o ella pasaba cerca de mí, me invadía una ira que me esforzaba en ocultar. Mi padre a sus cuarenta años y Alexa a sus veintiocho, se veían felices juntos y era un tema del cual yo siempre dudaba que fuera real. «Para mí que ella finge su amor hacia él», pensé un día en que los escuché teniendo relaciones cuando llegaba de la escuela. Alexa gemía con fuerza desmedida, a leguas se evidenciaba que existía falsedad en los gemidos. Ese día después de escuchar los gemidos de esa mujer, me encerré en mi habitación y me puse los auriculares para que la música opacara el relajo sexual que mi padre provocaba.

En mi necesaria soledad, intenté que mis llantos por no ir al viaje, no fueran audibles para mi padre. Y lo logré sin duda, pero no por mucho tiempo. Un rato después, mi padre tocó la puerta de mi habitación para avisarme que ya había llegado una pizza que había encargado. Sabía que me encantaba la pizza hawaiana, y que odiaba cuando esta se enfriaba. Pero yo no contestaba a sus llamados, me quedé en silencio total porque sabía que mi voz saldríaquebrada por el llanto, junto a los mocos que salen al lloriquear, y los leves temblores que afectan la calidad de la expresión del que lagrimea descontroladamente.

Mi padre insistió en tocar a la puerta de mi habitación y llamarme por mi nombre, porque, precisamente, era inusual que no le contestara cuando supuestamente yo estaba encerrada en mi cuarto. En fin, cuando noté inquietud y algo de susto en su voz, decidí abrir la puerta y evitar hacer contacto visual para que no viera mis ojos rojos.

—¿Qué tienes mi amor? —preguntó con tono de preocupación paternal dándose cuenta al instante de que algo estaba mal conmigo.

—Nada... Es que, no podré ir al viaje —dije al mismo tiempo que reiniciaba el llanto, solo que ahora sin ser capaz de controlar el volumen de mis quejidos.

—¿Por qué dices eso princesa?

—Es que reprobé papi… Tengo que hacer el examen y además me vas a castigar —sollocé lastimeramente.

—Ay hija, ¿cuál reprobaste? —interrogó sin enojarse, con cierta neutralidad, como si evaluara primero todo el asunto antes de sentenciar una condena mortífera.

—La de Inglés —confesé mientras me limpiaba las lágrimas con los dedos, y me volvía a entregar a los llantos.

—Ah, ya nena, no llores, ven acá, no pasa nada. —Me abrazó al decirme eso—. Ya vendrán otros viajes mejores. —Siguió consolándome con sus palabras, según él.

—¡No!, yo quería ir a este... —Me emberrinché, como cuando era más pequeña.

—Ya mi amor, mira, no podemos hacer nada al respecto, ¿cuándo es tu examen?

—El primero de julio, el día siguiente del viaje —dije tratando ya, de calmar mis llantos.

—Ya, mira, ven, vamos a sentarnos, a calmarnos, y ver qué podemos hacer —dijo mi padre muy pensativo.

—No creo que se pueda hacer nada papi. —Extrañamente, ya me estaba calmando, ya no lloraba en llantos, pero si tenía la cara un poco hinchada, con lágrimas, y me limpiaba los mocos, pero mi voz ya era controlada y recuperaba su calma habitual.

—Mira se me ocurre una idea —expresó mi padre—, pero no sé si te vaya a agradar, después de todo, tú quieres estar con tus amigas a solas, pero, por otro lado, también estarán los padres de tu amiga Perla, por lo que... No sé qué pienses al respecto…

— Ya dime papi, ¿qué es lo que se te ocurre? —dije muy curiosa, aunque una parte de mí, ya intuía por donde iba todo el asunto.

—Pues se me ocurre que, quizás, después de tu examen, yo pueda llevarte. Bueno, es un viaje un poco largo, pero tendría que hablar con Eduardo y Sinaí. ¿Qué piensas de esto que te propongo?

En fracción de segundos, mi mente fabricó locas simulaciones estando yo en la playa con mi padre cuidando cada movimiento que yo hacía, y mis amigas, molestas por la intrusión de un elemento que enturbiaba las vacaciones de todas. Aunque probablemente mi padre se quedaría platicando todo el rato con los padres de Perla, pero, aun así, ¿no haría mala tercia como dicen en algunas partes? Pero después de pensarlo un poco más, vino a mi mente la puta esa, sí, Alexa, si la llevaba, se la pasaría todo el tiempo con ella, y en teoría me dejaría en paz, y no sería una molestia para los padres de Perla, ¡ wow !, ¿cómo no lo imagine desde el principio?

— ¿Llevarás Alexa verdad? —interrogué.

—Tendré que invitarla mi amor, ¿por qué?, ¿te molesta?

—No. Claro que no, solo quería saber, de hecho, me alegra, me agrada toda la idea.

—Muy bien, en ese caso no se diga más, comamos y después hablaré con Eduardo para ver que piensan y ponernos de acuerdo. Vamos, que se nos enfría la pizza —dijo llevándome abrazada hacia la mesa.

Mi papá era estricto, pero cuando veía que yo sufría, o sea, cuando hacía berrinches, se ablandaba y me cumplía los caprichos de turno. Bueno, no siempre, pero la mayoría de las veces ocurría, y me alegro de que esta vez las cosas no estuvieran tan mal, a pesar de todo.

Ya todo se había decidido, la suerte estaba echada, mi padre habló con los papás de Perla, y se pactó que él me llevaría en cuanto hiciera el examen, un día después exactamente, así que no me perdería de mucho. Tendría aún algunos días de diversión, y ya podría volver a emocionarme junto con mis amigas sobre el viaje, pues solo me perdería de muy poca cosa.

Capítulo 3

Las cosas comenzaron a ponerse extrañas entre mi padre y yo. Fue por algo que sucedió algunos días después del berrinche, cuando el momento del viaje se encontraba a la vuelta de la esquina. Esto se sumó a un montón de estrés que me daba el estudiar intensamente para el examen, y mi aun estable preocupación por no tener más trajes de baño de los cuales elegir, y soportar la idea de viajar en compañía de Alexa por primera vez.

Concretamente dos días antes del examen, salí a comprar algunas cosas que me hacían falta para la playa. Esa mañana, mi padre estaba en su empresa donde vendía materiales de construcción, solía quedarse por lo general toda la mañana y llegaba a casa para que comiéramos juntos, esa ocasión no sería la excepción, así que cuando yo regresara de compras, pasaría algunas horas completamente sola en casa hasta que llegara el momento de la comida.

Al llegar a mi hogar, regresando solamente medio feliz por las compras, pues aún me faltaban trajes de baño, abrí las rejas de metal para poder entrar al patio del domicilio. Por fin traspasé las rejas para, de manera coqueta, entrar en casa. La felicidad se transmitía con los movimientos de mi cuerpo, era inevitable. Estaba buscando la llave de la puerta de la casa, y mientras rebuscaba en mi bolso, de repente, escuché un ruido sospechoso dentro de la casa. Parecía como si alguien estuviese revolviendo cosas o moviendo algún mueble, en eso, caí en cuenta de que alguien estaba adentro y que ese alguien no era mi papá, se trataba de un desconocido. Me estremecí mucho por la circunstancia en la que me encontraba, pero no grité, estaba más bien congelada, temblaba a causa de bizarras sensaciones de terror.

Mientras pensaba que hacer, logré sin querer, percibir el sonido de una ventana rota, los pedazos de vidrio cayendo al suelo, y voces de hombres. Salí corriendo para la calle pensando que, si me encontraban dentro de la casa, me podían hacer daño o hacerme entre todos una violación vaginal por turnos... Así que fui a la casa vecina instantáneamente para pedir ayuda, por fortuna me abrieron la puerta y me dejaron pasar a su casa. Conté lo sucedido a los habitantes de la casa, y llamaron rápidamente a la policía. Marqué a mi padre para relatarle lo que ocurrió, entonces, salió del trabajo para venir enseguida conmigo. De ninguna manera quise entrar a la casa sola hasta que él llegara.

La policía llegó, y un par de minutos después, Sergio, mi padre, estaba estacionando su camioneta justo frente a mí. Los oficiales se fueron después de un rato, sin poder atrapar a los ladrones, estos habían huido de alguna forma insospechada.

Entré por fin a la casa detrás de mi padre, y vi los destrozos que los violadores cometieron en nuestra intimidad. Se llevaron pocas cosas, al parecer no tuvieron mucho tiempo para elegir, se llevaron una computadora portátil de mi padre, y un reloj de oro. Pero eso sí, la casa se encontraba por completo revuelta. En la sala se podía divisar la televisión y el sistema de sonido desparramados en el piso, jarrones y marcos de fotografías hechos añicos. Al parecer planeaban llevarse la televisión, pero no tuvieron a su mano el tiempo suficiente, o no tenían vehículo y la televisión era demasiado aparatosa como para llevarla cargando. El cuarto de mi padre era el más destrozado, y en el que se miraba que era el blanco principal del atraco. En el mío, la ropa estaba por los suelos, mi clóset estaba patas arriba, quizás uno de los ladrones tenía una hija de mi edad, o creía que alguno de mis vestidos valía mucho. Lo que más me sorprendió fue que mi ropa interior estaba fue de su cajón, sobre todo mis pantis. No sé qué intención tenían al sacar mi ropa interior, pero mi padre notó eso, y entonces lo vi enojado de verdad, tanto que sentí un poco miedo mirarlo a los ojos.

Un día después del robo, mi padre puso un sistema de sistema de seguridad con cámaras y alarmas. Además, reforzó las ventanas con barras de acero para que así no fuera tan sencillo meterse a robar la casa. Por si fuera poco, me compró un perrito, era cachorrito aún, si acaso, tenía un par de semanas de vida, pero crecería en pocos meses y se volvería bravo para con los ladrones, era un pastor alemán muy hermoso. Lo amé enseguida y lo cuidé como el bebé que era.

Con todas las medidas adquiridas, que eran súper necesarias, se lo pensarían dos veces antes de entrar a nuestro dulce hogar. Por si fuera poco nos iríamos de viaje en tan solo un día, y la casa se quedaría prácticamente inhabitada. El perrito, obviamente me lo llevaría a la playa, y la idea me gustaba, me daba la sensación de que a pesar de todo lo negativo, el cachorro y la playa, eran un símbolo de cambios buenos para mi vida. Ya era una chica desarrollada, mi cuerpo era ya el de una mujer de pechos grandecitos, bastante voluminosos para ser una chica delgada, de caderas sugerentes y un trasero paradito que me enorgullecía; ¿cómo podía alguien limitarme a cosas de chica inmadura si ya la biología me decía que era una mujer? ¿Cómo podía mi padre negar lo evidente? ¿Acaso mi padre al ver que mis ropas íntimas fueron manoseadas por los ladrones, se enteró de mi realidad como mujer desarrollada?

Mi padre… Mi padre celoso, mi padre que ya debía despertar, ese que me prohibía tener novio. Ese que me arruinaba todas mis posibilidades amorosas antes de que pudiera ocurrir cualquier cosa. Me sentía un desperdicio de mujer, no me servía de nada que los chicos me dijeran que estaba hermosa, que me consideraran bella, si no podía estar con ninguno de ellos. El día en que mi padre aceptara que su nena era ya una mujer completa, yo albergaría telarañas enquistadas en el coño.

De alguna manera, con un poco de ingenio me las arreglaría para andar con alguno de los chicos de la colonia y yacería en secreto con él, y si mi padre se enteraba, le estaría bien empleada la manera de enterarse. Yo hubiera preferido que él me diera el permiso, pero la realidad es que yo necesitaba un novio, y lo conseguiría aunque mi padre sintiese un dolor.

Por supuesto, que no haya tenido novios, no significa que no haya salido con chicos alguna vez, o que no haya besado, o que no haya tenido relaciones… Pero de ninguna manera esas cosas podían convertirse en algo frecuente. ¿Cómo conseguí obtener experiencia? Sencillo: Al salir de la escuela, en las horas libres, y en las casas de mis amigas se me abrieron posibilidades para todo ello. Cuando se quiere se puede, y los juegos de la botella, de retos, y otras formas de disfrazar las ganas de experiencia, si bien de manera no sólida, sí me dieron lo suficiente para sentirme realizada en esos aspectos de la sexualidad. Pero me faltaba tener un novio formal, me faltaba amar, me faltaba sexo. Solo lo tuve una vez y no me arrepentí, aunque hubiera preferido mil veces hacerlo con un chico que me tomara de la mano al salir de la escuela, que me besara en los labios al despedirse de mí, que conociera a mi padre y viniera a comer a la casa de vez en cuando. Estaba frustrada por completo.

Solo miré en mis andanzas por la vida un pene desnudo en vivo, otras visiones de miembros masculinos erectos las tenía gracias a la pornografía, y fotos que hombres desconocidos me enviaban a mi bandeja de mensajes privados. Que levante la mano la chica que no reciba esta clase de fotos y no creeré que pertenezca a mi época.

Aceptando que yo estaba caliente básicamente todos los días, por las noches pues... Me encerraba con llave en mi cuarto, y procedía a dar rienda suelta a mis más locas fantasías, y ahora que hacía cada vez más calor porque era verano, repetía hasta cuatro veces el proceso para poder dormir tranquila. Pero esa noche, después de que se metieron a robar, yo estaba temblando de miedo, y no quería estar a solas en mi cuarto, esa noche necesitaría sobarme la entrepierna cerca de cien veces para disipar los terrores y dormir por desmayo.

Regresando al día del robo. No era mi deseo estar sola en ninguna parte de la casa, por lo que me la pasé pegada a mi padre toda esa tarde. Ya llegada la noche, cené con mi padre, y le expuse con claridad mi sentir, lo cual ni siquiera era necesario porque era obvio, pero definitivamente, no estaba loca como para dormir sola esta noche y que un maníaco entre por la ventana a hacerme el amor a la fuerza y después matarme, todo mientras trato de descansar en mi cama con poquísima ropa mientras me masturbo.

—Papi, no quiero dormir sola hoy —dije con voz de ruego. Mi papá captó la indirecta y enseguida mostró su solidaridad para con su nena.

—Bueno, puedes venirte a dormir conmigo, pero no quiero que ronques, ni me quites las cobijas, ya te conozco —respondió cándidamente.

—Sí papito —dije con voz chiqueada.

Todo transcurrió tranquilamente, cada quien se acostó en un lado de la cama. Mi papá en el derecho y yo en el izquierdo. Debido a que la temperatura era muy elevada esos días, me ponía minishorts de lycra pegaditos para dormir y alguna camiseta básica de tirantes. Esa noche me puse un short morado y una camiseta negra. Y mi padre, como muchos hombres en la edad de los cuarenta, dormía simplemente en calzones. Pero esa noche debido a que su nena estaba de invitada, por lo menos tuvo la decencia de ponerse una bata, la cual se quitó a media noche porque no soportaba el calor. Nos tapamos con una sábana y nos dormimos sin ninguna contrariedad. Ningún loco entró a la casa esa noche, ni hubo robos ni nada.

Desperté muy temprano en la mañana, estaba abrazada de mi papá, es decir, yo estaba sobre él. La baba se me salía de la boca y tenía una húmeda mancha oscura en la almohada. Me limpié los labios, y noté que mi padre aún estaba profundamente dormido. Eran las seis de la mañana, ninguno de los dos se levantaba temprano casi nunca. Continué abrazando a mi papá y le di un beso amoroso en la mejilla. Él se quejaba siempre de actitudes que yo tenía, como la costumbre de andarme encimándome sobre él, robar comida de su plato, de agarrarlo de caballito, de plantarle besos en la mejilla en momentos inesperados, de llamarle a cada rato a su trabajo e interrumpirlo, y de robarle las cobijas cuando dormíamos juntos. Aunque casi nunca sucedía dormíamos juntos salvo en situaciones excepcionales, esto sucedió más cuando yo era pequeña. Y hasta que tuve alrededor de diez años, comencé a dormir sola, a partir de ese punto cuando había tormentas o miraba películas de terror, ni loca me entraban ganas de dormir sola y me metía en la cama de mi padre aún contra su voluntad. Y ya más crecida, aunque ya no me daban miedo las tormentas, y las películas de terror las soportaba completamente, esa noche del robo, fue una de esas ocasiones en que dormí junto a él. La idea de un robo, de personas metiéndose a la casa, fue algo que me asustó de verdad, de una forma muy cruda, de una manera completamente novedosa, aun si hubiera tenido treinta años de edad me hubiera metido en su cama sin duda.

Diez minutos estando despierta, intentaba dormir de nuevo mientras abrazaba a mi papito querido, pero me fue imposible, así que decidí levantarme de la cama de una vez por todas. Me fui para mi lado de la cama y bajé de ella para buscar mis pantuflas en el suelo, al hacer esto, jalé la sábana hacia mí con alguna parte de mi cuerpo accidentalmente, de alguna forma la tela se enredó sobre una de mis piernas, y dejé más de la mitad del cuerpo de mi papá sin cubrir.

Estaba bastante oscuro, así que no distinguía bien las cosas que miraba, traté de taparlo de nuevo lo mejor que pude de manera que no se molestara conmigo al despertar. Cuando me acerqué a él para taparlo, me di cuenta de que la sábana estaba a la altura de sus rodillas, lo había dejado casi totalmente descubierto.

Tomé la sábana con ambas manos. Comencé a subirla con determinación, y mientras lo hacía no podía evitar mirar el cuerpo de mi padre. Mi vista se ancló en el área sus piernas, es decir, ¿a dónde más tenía que voltear o qué? Tenía que mirar para poder taparlo correctamente, ¿no?, lógicamente era necesario. Entonces vi sus piernas sin culpa alguna, lo cual no fue una situación extraordinaria, era algo que ya había visto. Pero cuando iba subiendo más la sábana, vi algo inquietante... Noté que, de sus calzones, se marcaba un gran bulto, eso sí que no se lo había percibido antes. No sé por qué, pero me paralicé, y me le quedé viendo más tiempo del que necesitaba para realizar la faena que me había propuesto. Dios, yo sabía que eso que tenía mi padre entre las piernas era una gran erección, no era una tonta. Y entendía también que no era por mí que le sucedía eso, ni nada parecido, de hecho había leído hace un tiempo en una revista para chicas, que todos los hombres despertaban de esa manera, aunque no recuerdo la razón de ello, el asunto es que era algo muy normal en ellos. Y mi padre era un hombre, un hombre que al parecer tenía un pene más grande que el que había visto en vivo, muchísimo más grande, yo ni siquiera lo hubiera imaginado, y eso que traía calzones. «¿Y, si se los bajo?, ¿solo para comprobar su longitud?», me pregunté en ese momento en un momento de poca lucidez.

Jamás había sentido curiosidad de verle su «cosa». «¡Si es mi papá! ¡Por Dios!», fue lo siguiente que pensé. Me dije a mi misma que estaba loca y le tapé el cuerpo enseguida, él por supuesto estaba dormidísimo y no se dio cuenta de nada.

Me fui a la cocina y preparé un rico café, y por alguna razón no dejaba de pensar en la cosota esa que tenía mi padre entre sus piernas peludas. Nunca lo había visto como hombre, ni con morbo, y sé que él tampoco me vería como mujer, pues soy su hija. Yo siempre sería su nena, su princesa, su niña, por más que creciera, sería eso para él, e inevitablemente me trataría como tal. Pero la realidad era que yo estaba creciendo, y mis hormonas estaban volviéndose incontrolables. Quizás por eso no dejaba de pensar en su bulto, pero, aun así, luché bastante para sacármelo de la cabeza. Entonces, recordé que no me había masturbado la noche anterior ni siquiera una vez, y que por esa razón estaba pensando en esa clase de cosas. «¡Pero si estoy acostumbrada a sobarme mínimo cuatro putas veces a diario! ¡Cómo no voy a pensar en eso!», me dije a mi misma en suspiro y en parte aliviándome por encontrar la causa verdadera de mi insensatez.

Traté de olvidarme de todo el asunto. Una de las técnicas que usé, fue decirme a mí misma, en mi mente, que era una loca enferma, que era él era mi padre, y yo su hija, y era sucio pensar esa clase cosas. A lo largo de la mañana, paulatinamente dejé de pensar en el asunto, sobre todo porque tuve que ponerme a dar mi última sesión de estudios para el examen del día siguiente. Quise durante algún momento masturbarme para acabar con los pensamientos obsesivos provocados por las hormonas, pero me dio miedo que de repente, en mis fantasías, se colara la imagen del pito de mi padre. Esperaría hasta la noche como era mi costumbre, para ese entonces todo habría quedado en el más absoluto olvido.

Mi padre ese día faltó al trabajo, en parte porque quería dejar listas sus maletas para el viaje, hacer que instalaran las medidas de seguridad que ya mencioné, y para no dejarme sola, porque aún estaba asustada por lo del robo y forzosamente necesitaba tranquilidad para estudiar, si me iba a estudiar a su lugar trabajo, no podría hacer absolutamente nada por todo el ruido que se hace en ese lugar. Así que se quedó en casa esa mañana, él estaba realizando además otros preparativos para el viaje, verificando que la camioneta estuviese en buen estado y dejando encargada la casa a una señora que le habían recomendado para que hiciera la limpieza.

Llegó la hora de la comida y salimos a comer sushi, amaba el sushi con toda mi alma. Y cuando regresábamos a casa, pasamos a una veterinaria donde exhibían perritos con diferentes características, ahí fue donde conocí a mi cachorro de pastor alemán. Mi padre insistía en llamarlo Matón , porque se supone que me protegería cuando creciera, lastimando a un hipotético agresor con su mordida inmisericorde, pero no le permití bajo ninguna circunstancia llamarlo de esa manera. En su lugar le puse Ivi porque se parecía bastante al pokemón zorro. Y Aunque en el idioma inglés se escribía diferente, a mí me gustaba más con «I».

Me sentía preparada para pasar el examen de Inglés a la perfección, pero estaba entristecida aún por mi falta de bikinis bonitos, y porque ese día mis amigas partirían en dirección a la hermosa playa. Me hallaba melancólica, era inevitable no experimentar una sensación de abandono. Existía algo que me podía animar demasiado, el problema es que ya no le quería pedir más cosas a mi papá, me había premiado él con una cantidad considerable de dinero que no supe administrar bien, quizás si no hubiera comprado tantas banalidades me habría alcanzado para mis trajes de baño. Encima de todo me dio permiso para el viaje, y no me castigó por reprobar, si hasta se encargó de que yo fuera a ese viaje a como diera lugar. Y estas actitudes de darme permisos, eran raras en mi papá. Aunque siempre me comprara cosas y me tratara como su princesa, el permitirme ir a lugares lejanos, era algo verdaderamente difícil de concebir para él. Yo ya no podía seguir abusando de su generosidad, aunque de seguro, sus permisividades se debían a que Alexa lo estaba convirtiendo en un pendejo feliz, y no se debía tanto a que se diera cuenta de mi crecimiento como mujer. El sexo debía ser muy bueno entre ellos como para llevar a mi padre a la completa idiotización.

Llegó la hora de la cena y yo permanecía muy silenciosa, el asunto de su cosa, ya no me preocupaba. Por supuesto, mi extraña seriedad llamo la atención de mi padre y decidió indagar todo cuanto pudiera sobre ello.

—¿Te pasa algo Alisa? —preguntó.

—No, nada papito —respondí secamente.

—No te creo, sé que te pasa algo.

—No es nada, no importa —dije mirando hacia abajo, instantáneamente las lágrimas amenazaron con salir.

—¿Qué tienes? Dime, ándale bebita —insistió.

—Es que... Perdón, pero es que ... Ya no sé... —dije trastabillando, mientras mis lágrimas, y mis llantos salían disparados con desesperación y poca gracia. Otra vez parecía niña chiquita haciendo berrinches. Es importante saber que solo me porto así con mi padre, jamás realizaría un acto así frente a otras personas.

—Amor, explícame por qué lloras así —dijo mientras estaba abrazándome.

—Es que me gasté todo el dinero en cosas para el viaje, y ya no me sobró para trajes de baño —expliqué con amargura, con el suficiente equilibrio entre la pronunciación de las palabras y la emoción del llanto. Más bien, era como si las palabras suplantaran la entonación del lloriqueo, pero todas ellas salieron fluidamente entendibles.

—Ay Alisa, ¿y por qué no me dices nada? —Me regañó sin sonar enojado.

—Pensé que te enojarías —dije con cara de niña regañada.

—¿Pero no tienes trajes de baño? —interrogó.

—Solo dos, y están feos, mis amigas tienen muchos y todos bonitos, soy la única tonta de todas ellas, ya mejor no voy, se cancela el viaje —dije mientras me salía otra lagrima.

—Ya, no eres tonta, y no cancelaremos nada. Mira, no llores, mañana antes de irnos te llevo a comprar, ¿sí hermosa? —dijo con cariño, dándome un beso en la mejilla.

Ok , papi —dije con voz de víctima mientras me dejaba abrazar. Por dentro estaba feliz, me sentía victoriosa, por fin obtendría mis preciados trajes de baño, solo esperaba que llegáramos a una buena tienda y que terminara rápido el maldito examen para tener tiempo suficiente para elegirlos bien.

Después de comer, me fui a dar un baño, y enseguida seguí estudiando un poco más. Luego hice todas mis maletas y preparé todo lo necesario para el viaje. Dejé un hueco vacío, uno grande, en una maleta donde irían mis insospechados trajes de baño, esos que mañana me compraría mi papito gracias a mis estrategias de mujer.

Cuando terminé de estudiar, empecé por fin a sobarme. Me estaba metiendo los dedos para darme placer, ya tenía mucho sin hacerlo y las ganas se me habían acumulado, me estaba volviendo loquita, y el calor no ayudaba. Pensando en las muchas posibilidades que aporta la imaginación, comencé a pensar en un chico de mi salón de clases, me imaginaba que se colaba en mi habitación a media noche, me agarraba con innecesaria fuerza, me tiraba violentamente sobre la cama, y comenzaba a penetrarme sin mi consentimiento. Yo oponía resistencia, pero poco a poco me iba venciendo el placer. Después el chico me ponía de perrito, me tomaba de los cabellos y los jalaba con agresividad. Al momento en que el chico me hacía gemir de manera inevitable, él me revelaba que era el ladrón que se había colado en mi casa y que además se había masturbado con mis pantis. La fantasía terminó cuando una sensación brutal fue invocada por mi caprichosa vagina, el orgasmo fue simplemente tremendo y una sonrisa de gloria se plasmó en mi rostro.

Me gustaba mucho imaginar esos escenarios rudos de vez en cuando, pero únicamente en la fantasía, en la vida real, creería que el idiota se habría vuelto loco, y no estaba segura de si permitiría ser penetrada de forma tan brusca. ¿O sí lo permitiría? Quizás en las circunstancias adecuadas… Con el hombre adecuado… Sí. «¿Por qué soy tan puta?», pensaba sumergida ya en una nueva fantasía. En mi mente, el mismo chico me volvía a hacer suya a la fuerza, y me gruñía palabras vulgares para denigrarme, la escena fue tan vívida que sentía como estaba el chico a nada de venirse dentro de mí, sentía su esperma en contacto con mi vagina. Estaba tan mojada, tan caliente por imaginar estas cosas... De repente, no sé por qué, pero mi ensueño se vio radicalmente trastocado y comencé a pensar que el hombre que me abusaba no era el chico de mi salón de clases, sino mi propio padre. Me froté más rápido pensando en cómo me metía sin piedad su cosota en la conchita. Me sumergí en un estado en que parecía estar realmente hirviendo de una calentura sobrenatural. Unos instantes después, me detuve en seco y me dije a mi misma que eso estaba mal. Estaba realmente mal, no debía hacer eso, yo era una chica decente y él era mi padre.

No podía negar que me había descontrolado, una parte de mí, la parte más pervertida, gustó haber pensado eso. Me levanté de la cama, respiré profundo, salí de mi cuarto, fui al baño y me lavé la cara con agua helada. Traté de olvidar el asunto con todo mi ser.

No pude olvidar el asunto, me había quedado muy mal conmigo misma, por si eso pareciera poco, me había aguantado la calentura y no me había venido. Permanecí caliente sin desearlo, mi sucia cueva me provocaba cosquillas terribles. Estando sentada, no dejaba de moverme hacia delante y hacia atrás para disminuir las molestias de mi caprichuda vagina.

Fui débil, demasiado débil: Quince minutos después estaba masturbándome con más fiereza que nunca en una lujuria tóxica, sabía que hacia algo muy malo, y aun así me estaba entregando a las turbias bajezas que mi coño exigía. Mientras metía los dedos, pensaba en mi papito, imaginándome que yo tocaba su gran verga mestiza, que yo frotaba mi trasero en su bulto de arriba para abajo provocadoramente. La ficción mental divagó hacia imaginaciones de que se la chupaba y él terminaba en mi boquita de princesa. Cuando pensé en esto último, me corrí automáticamente en escandaloso placer, como nunca antes lo había hecho, hasta temblé un poco de lo intensa que fue la obscena emoción. Me asusté de la fuerza del orgasmo, y cuando me levanté de la cama para ir por un vaso de agua me sentí débil. Me sentí como un zombi.

Diez minutos después del orgasmo me puse a darle vueltas al asunto, recurrí a la moral y a la ética, a las normas de la decencia, y terminé justificando la calentura hacia el bulto de mi padre diciéndome que eran solamente las hormonas, que era algo por completo natural, y en las fantasías todo era válido mientras no se traspasara esa barrera. A pesar de la justificación, ya no me sobé por el momento, fue suficiente por esa noche. Me puse a mirar una película de comedia en la computadora y pasó alrededor de una hora y media, en la que solo reí a causa de una comedia romántica.

Bastante distraída, pensando en lo que mis amigas estarían haciendo en la playa en este momento, salí de mi cuarto. Ya eran las once de la noche, tenía que dormir pronto para levantarme temprano y enfrentarme al maldito examen, y todo eso.

Fui al baño, me bajé los calzones para orinar. Terminé. Me los subí. Lavé mis manos. Fui en busca de algo para cenar. Estaba hambrienta, parecía como si nunca hubiese comido. El estudio, la película y otras cosas habían agotado mi energía, mi hermoso cuerpo me pedía que lo cargara de alimento.

Justo cuando llegue a la cocina, se me acercó mi papá. Él estaba en la sala viendo cosas de fútbol en la televisión.

—Ya que andes ahí, pásame una cerveza amor —me ordenó con dulzura.

—Aquí está papi. —Se la alcancé con una mano, la mano sucia, la mano cuyos dedos salieron y entraron en mi panocha horas atrás.

—¿Ya lista para tu examen? —inquirió mi papá abriendo el bote de cerveza.

—Yo creo que sí, la verdad reprobé por una tontería —respondí con una entonación cansina en la palabra «tontería» mientras suspiraba.

— ¿Ninguna de tus amigas reprobó?

—No, fui la única tarada del salón que reprobó Inglés —dije con auténtica tristeza.

—No eres tarada, ven acá princesa, ya verás que todo sale bien —entonó mientras me abrazaba.

Cuando mi papá me abrazó, súbitamente comencé a pensar en su bulto y de manera ultrarápida me pegué hacia el bulto poniendo mi muslo derecho en su entrepierna, solo quería calcular su longitud y después me le despegaría. Mi padre, instintivamente se hizo hacia atrás para alejar su miembro de mi pierna, no mencionó el asunto, por supuesto. Volví a pegarme hacia él de nuevo, pero sin poner mi pierna en su bulto otra vez, ya no se alejó de mí esta vez. Unos instantes después, dejamos de abrazarnos. No pude obtener ninguna pista de como se sentía la longitud de su miembro, al mismo tiempo intenté entrar en razón y pensé en que estaba actuando de forma indebida.

—Ven a ver la tele a la sala —sugirió.

Ok , ahí voy —dije—. Nada más déjame hacerme algo de cenar.

Vimos un programa de concursos, en los que la gente tiene que sacar premios de una jaula, y todo lo que saquen de ahí es suyo si contestan correctamente unas preguntas aleatorias. Después de las risas, cuando se terminó el programa, ya habiéndonos carcajeado un buen rato, me levanté y le mencioné a mi papá que me dormiría otra vez con él. Me contestó que ya se lo veía venir.

—Buenas noches —dijo.

—¿No vas a venir? —pregunté.

—En un ratito más —contestó con cierta indiferencia, lo cual me indignó un poco.

—Bueno, allá te espero dormida.

—En media hora te alcanzo princesa, quiero ver otro programa —enunció distraídamente mientras cambiaba los canales y se emborrachaba con más cerveza.

Me quedé dormida al instante, en cuanto me acosté en mi lado de la cama comencé a soñar.

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