Enamorado de un hombre casado

Me he pillado por un tío casado con una mujer, pese a que no sé nada de él y no hemos hecho otra cosa más que follar

Alfonso es un hombre de cuarenta y pico casado con una mujer a la que engaña de vez en cuando acostándose con tíos. Se define a sí mismo como bisexual, pero su parte gay la mantiene en sumo secreto y con la mayor discreción. Por eso nos costó tanto quedar cuando estuve de vacaciones en junio en Almería, habiéndole conocido a través de un chat. Finalmente se arrepintió de no haberme encontrado antes, pues cuando nos vimos a mí apenas me quedaban un par de días de estar allí. Sin embargo, tuvimos el consuelo de que unas semanas más tarde viajaría a Madrid por motivos de trabajo, alojándose en un hotel y con casi total libertad de quedar conmigo.

Y digo casi porque según lo “acordado” nuestros encuentros se limitarían a la habitación del hotel manteniendo la discreción que él pedía, a pesar de que se cuidó de reservarlo en una zona alejada del lugar en el que tendría las reuniones evitando cualquier posibilidad de ser pillado. Me envió las señas por Skype, pues por esa prudencia nunca se atrevió a darme su número de teléfono. En circunstancias normales a mí estos rollos no me van, ya que yo estoy fuera del armario y no me mola tanto secretismo y tanta paranoia, pero es que el sexo con Alfonso me había resultado tan placentero y sencillo como para que esa parafernalia no me importara. Le rememoré varias veces mientras contaba los días para recibir su mensaje. Y por fin llegó.

A la hora pactada toqué la puerta de la habitación de su hotel. Me abrió rápido y cerró aún más deprisa. Una vez dentro me sonrió y se acercó a besarme.

-¿Qué tal? ¿Lo has encontrado bien? ¿Vives cerca?

Respondí sin muchos detalles que daban igual. Prefería fijarme en él mientras ponía a cargar su teléfono móvil. Llevaba puestos unos bóxer negros bastante sobrios, en línea de cómo era él. Me gustó su culo, aunque era bien consciente de que no me dejaría follarle. Se giró para preguntarme otra vez que qué tal y vi su torso sin apenas vello y casi nada de grasa. No estaba fibroso ni lucía músculo, pero las horas que pasaba nadando en la piscina municipal eran suficientes para que quemara todo lo que pudiera ingerir. Mi análisis se interrumpió porque Alfonso se quitó el calzoncillo sin decir nada, mostrándome su verga, la cual recordaba apetecible y de un aceptable tamaño. Colgaba laxa como lo hacían sus huevos, que comenzaron a contonearse con los pasos que Alfonso dio hasta la cama.

-¿No te desnudas? -preguntó.

Iba directo al grano: cosa lógica, pues no éramos amigos y poco teníamos por lo que preguntarnos. Sabía que si lo hacía sobre su trabajo no me iba a contar nada. Lo único que se me podía ocurrir era preguntarle cuánto tiempo iba a estar, pero no me pareció el momento, así que opté por quitarme la ropa en silencio mientras le escuchaba decir lo mucho que había deseado que pasara el tiempo rápido para venir a Madrid. Me quité todo salvo los calzoncillos y me senté a su lado.

-¿Y eso? -señaló a la prenda que aún llevaba puesta.

-Luego.

-¿Qué te pasa?

-Ya te dije en su día que soy muy tímido.

-Pero si ya nos conocemos.

-Ya; dame tiempo.

-Precisamente eso es lo que no tenemos, que mañana madrugo.

-¿O sea que quieres que follemos y me vaya, no?

-Eso era lo hablado.

Tuve dos opciones: cabrearme e irme pese a saber que tenía razón, o quedarme y seguirle el juego, que es para lo que había ido en realidad por mucho que no me agradara que fuese tan directo y hasta algo brusco. Él también podría cabrearse porque de repente yo no parecía querer cumplir con lo pactado.

-A ver Ángel. Quizá he sido algo brusco, pero me gustaste en Almería y por eso estamos aquí. Tenía ganas de verte, pero mentiría si te dijera que era por otro motivo.

-Si tienes razón; pero es verdad que soy muy cortado. En la playa me pillaste un poco salido -me reí-, pero yo soy así.

-Bueno, pero estás a gusto conmigo, ¿no? -asentí con la cabeza-. Pues ya está. No vamos a hacer nada que no quieras. Yo sólo quiero pasar un rato agradable contigo y quiero que tú estés cómodo también.

Sus palabras me tranquilizaron, y como decía antes Alfonso tenía la capacidad de hacerlo todo sencillo a pesar de que el vernos fuera de lo más complicado. Nos besamos entonces y comenzó a acariciarme el pecho. Yo hice lo mismo y no tardé en deshacerme de los calzoncillos. Me sonrió con complicidad y nos empezamos a tocar las vergas. Se la sobé sintiéndola aún flácida, pero la mía se había activado con los besos. Le aparté la mano y me separé de su boca para ir lamiéndole el cuello con calma hasta llegar a sus pezones. Sentí el vello que les rodeaba en mi lengua mientras le escuchaba jadear y me acariciaba el cabello. Fui bajando por su vientre hasta que un olor intenso me indicaba que me acercaba a su polla. Sin cogerla con las manos, la fui buscando con mi boca para poder lamerle el capullo. Me excitó tragármela estando aún sin empalmar, y lo hice notando el blando y caliente trozo de carne deslizarse por mis labios hasta llegar a lo más profundo de mi garganta. Se fue endureciendo sin salir de mí hasta que su glande hinchado me incitó a detenerme en él. Lo lengüeteé provocándole un discreto y alargado suspiro. Sentí su ardor en la punta de mi lengua, que deslicé después por todo el tronco. Repetí los movimientos unas cuantas veces y me la tragué de nuevo. Alfonso no se inmutaba más allá de acariciarme el pelo o tocarse sus pezones. La succionaba hasta tenerla toda dentro, dejándola allí unos segundos para sacarla lentamente arrastrando mi propia saliva con los dientes. Apartaba el tronco para acceder mejor a sus huevos, que acariciaba con mi lengua o los engullía. Me gustaba, pero prefería volver a su verga y jugar con ella con la parsimonia que el momento requería hasta que Alfonso me agarró del brazo para que me incorporara.

-Como sigas así me voy a correr ya.

Nos volvimos a fundir en otro largo beso mientras me agarraba la polla y la pajeaba suavemente. Hice lo mismo, pero me apartó. Imitó ahora mi posición anterior y comenzó a lamerme los pezones repitiendo mis movimientos hasta bajar a mi verga. Cuando acercó su lengua un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo. Un sonoro gemido evidenció que me gustaba que Alfonso se tragara mi polla entera y permaneciera unos segundos con ella dentro tal como yo hice con él. Pasó menos tiempo que yo y recorrió a la inversa el trayecto con su lengua hasta llegar de nuevo a la mía. En esa postura las puntas de nuestras pollas se rozaron, y al notarlo Alfonso se posicionó para restregar su cuerpo con el mío y que nuestras vergas se frotaran la una con la otra. Ambos hacíamos movimientos que provocaban su fricción sin que nuestras bocas se separaran. Era una sensación de lo más placentera. Tanto que creí que me correría ya, así que se lo hice saber. Entonces avivó el ritmo, pero poco me hizo falta para que mi leche se escapara a trallazos que a saber adónde irían a parar. Alguno quedó cerca, pues Alfonso aprovechó el líquido para que su verga se deslizara con mayor facilidad hasta correrse él también. Su gemido fue más fuerte que el mío, aunque recuerdo ese orgasmo como algo muy intenso. Se desplomó sobre mí y me volvió a besar todo lo que quiso.

-¿Te quieres duchar? -me preguntó.

-¿Nos duchamos juntos? -me atreví a pedirle.

-Vaya con el tímido…

Me besó casi con cariño y me llevó de la mano al baño. Nos metimos en la ducha sin parar de besarnos. Al refregarnos con el jabón creo que los dos nos excitamos. Fui a agacharme para chupársela otra vez allí mismo, pero me lo impidió.

-Deja algo para mañana, ¿no? -me dijo sonriendo y me besó otra vez.

Nos secamos y comencé a vestirme deseando que Alfonso me pidiera que me quedase con él. Pero no lo hizo.

-¿Mañana a la misma hora? -me preguntó.

Asentí y comentó que si había algún cambio me lo haría saber por Skype. Antes de marcharme me dio un abrazo y otro beso. La sensación que tuve en el coche fue agridulce, pues había disfrutado mucho ese momento, pero es verdad que me quedé con ganas de algo más. Alfonso me estaba gustando más de lo que tres encuentros pudieran originar. Y en eso también había dualidad, pues no quería pillarme por un tío casado que no iba a salir del armario en la vida. Al día siguiente llegó el temido mensaje: Alfonso no podía quedar por temas de trabajo. No me enfadé porque fui capaz de entenderlo, pero la decepción que sentí fue enorme. Puede que me mintiese a mí mismo por creer que no quería pillarme por un tío como él, pues lo que más deseaba era pasar otro rato como el del día anterior. Aun así, le contesté un poco seco y volvió a escribirme para pedirme que no me enfadara advirtiéndome que si acababa pronto me avisaría. Y me avisó, pero pasadas las doce de la noche por lo que decidí no ir porque estaba en casa de mi madre y salir a esas horas suponía dar demasiadas explicaciones. No me insistió directamente, pero lo dejó caer recordándome que se iba al día siguiente y ya no nos veríamos. Tardé en contestarle pensando en qué escribir para que mi mensaje no sonara a escusa, pero se me adelantó dándome las buenas noches aceptando así la negativa.

Me levanté a sabiendas que no le volvería a ver hasta que yo fuese a la playa otra vez. Y eso no sería hasta septiembre, pues en agosto estarían mis hermanos y mi padre. Pero me sorprendí al ver que me estaba llamando por Skype.

-Hola, ¿qué haces?

-Nada, aquí en la piscina. ¿Camino de Almería ya?

-No, salgo ahora de la reunión. Quiero verte antes de irme.

-¿Ahora? ¿Dónde? Estoy con mi madre.

-Sólo quiero despedirme; no me quiero ir sin haberte visto de nuevo.

-Pues no sé. ¿Quedamos en la autopista para que no tengas que desviarte?

-Dime sitio.

-Pues la salida tal de la A4. Tardo veinte minutos.

-Ok, te esperó ahí.

Me puse una camiseta y salí corriendo. Vi el coche de Alfonso aparcado en la gasolinera, pero él no estaba dentro. Salí y por fin le vi acercándose desde la tienda. Miró a su alrededor como para asegurarse de que no había nadie y me besó allí mismo. “Sube”, me pidió. Nos montamos los dos en mi coche y se disculpó de nuevo por no haber podido quedar. Le expliqué que me hubiese encantado, pero estaba mi madre y tal. Bromeamos comparando su situación con su mujer y la mía con mi progenitora.

-En mi caso me mudo pronto -le informé.

Soltó un suspiro de resignación, pues él no podía independizarse de su esposa.

-¿Me avisarás cuando vayas a Almería? -me pidió.

-Claro. ¿No vienes a Madrid más?

-Sí, pero supongo que tú irás antes.

-Bueno, vamos hablando.

Nos volvimos a besar y se marchó sin parar de sonreírme. No esperaba tener noticias suyas tan pronto, y desde luego que fueran tan buenas: “Voy la semana que viene”. Me alegré muchísimo porque además acababa de encontrar piso, así que para entonces no estaría con mi madre y podría entrar y salir cuando él me lo pidiera. Pero para un gafe como yo era todo demasiado perfecto: “Lo siento, pero mi mujer se ha empeñado en venirse conmigo”. Aquello casi me convenció de que mi historia con Alfonso no llegaría a ninguna parte. “Me inventaré algo para verte”. Me dio esperanzas, pero no me lo terminé de creer. Pero uno de los días que yo ya sabía que estaba en Madrid me llamó por Skype.

-¡Hola! Qué ganas tengo de verte, Ángel.

-Y yo a ti -le dije con timidez.

-¿Puedes dentro de un rato?

-¿Y tu mujer?

-Le he dicho que tenía reunión por la tarde también, así que me puedo escaquear un par de horas. ¿Está tu madre?

-Ya vivo solo -le anuncié.

-Joder, habérmelo dicho. Pues perfecto.

-¿En qué parte estás?

-Alcobendas.

-Jo, pues estás en la otra punta. Las dos horas se te van en ir y venir.

-¿Tan lejos?

-Sí.

-¡Joder! ¿Y qué hacemos?

-No sé, Alfonso. Lo dejamos para cuando vaya yo si quieres.

-¡Pero es que quiero verte!

-Ya, y yo, pero no puede ser.

-Joder, es que además mañana tengo cena de trabajo. ¿De verdad me voy a ir sin que quedemos?

-Septiembre está a la vuelta de la esquina -le animé.

-Parece que tú no tienes tantas ganas.

-No es eso, pero ya ves que está complicado.

-Bueno, pues voy aunque sea para darte un achuchón.

-Si es para eso me acerco yo. ¿Te suena algún Corte Inglés?

-Sí, he pasado por uno,

-Vale, pues nos vemos en el parking, ¿te parece?

-Cualquier cosa.

Al verme, su cara denotaba verdadera alegría a pesar de las circunstancias. Me besó enérgicamente y comenzó a hablar pero sólo para quejarse de todos los impedimentos que nos rodeaban. Sugirió buscar unos aseos, pero no me pareció buena idea y se lo hice saber argumentando que mis nervios no me dejarían estar tranquilo. Ya le rechacé en la playa cuando propuso vernos en zonas de cruising, y un aseo de unos grandes almacenes no era muy diferente. Me comprendió, aunque me susurró “no sabes las ganas que tengo de sentirte dentro”, lo cual me excitó, claro, pero no tanto como para persuadirme.

Y por fin llegó el anhelado mes de septiembre. Sólo tenía cinco días de vacaciones, pero si los aprovechábamos, nos saciaríamos de tenernos el uno al otro. Pero para la primera noche puso pegas. Al día siguiente quiso verme al medio día, pero me habían invitado los padres de una amiga y no podía decir que no. Esa noche tampoco porque su mujer estaba en casa y él salía de trabajar tarde, y entre su pueblo y el mío hay unos treinta kilómetros. Al tercer día coincidimos por fin, pues tenía piscina como coartada para su mujer, pero obviamente no fue. Le recogí a las afueras del pueblo en mi coche y entramos por el garaje. Hasta que no llegamos a mi casa no me besó. Lo hizo con efusividad, admitiendo las ganas que tenía de que llegara ese momento. Yo estaba igual, pero además cachondo, así que le dirigí al dormitorio sin demora. A pesar de la pasión y la apetencia que teníamos el uno del otro, me folló con una tranquilidad y suavidad casi tortuosas. Me recosté en la cama y simplemente se acercó a mí para clavármela. Aunque no tardó, es verdad que ya después la cosa fue más calmada. Sin sacar la polla de mi culo se inclinó y nos besamos mientras sentía sus sosegadas embestidas, con unos movimientos que evocaban a nuestro anterior encuentro sexual en el hotel. Así estuvimos hasta que se corrió dentro de mí.

Me fumé un cigarro y sólo hablamos de los infortunios que nos impidieron vernos los dos días anteriores. Todo parecía que los siguientes fueran aún más complicados, pues era fin de semana, y Alfonso no tenía ni que trabajar, ni ir a la piscina ni nada. Nos quejamos, pero aprovechamos esos minutos que nos quedaban para darnos placer de nuevo. Me la chupó, se la mamé y nos hicimos una paja mutua. Tras eso, me besó, se duchó, me volvió a besar y se marchó citándome a hablar por Skype esa misma noche para pensar en algo para el fin de semana. El sábado pasó sin que finalmente pudiéramos vernos. Pero el domingo la suerte corrió de nuestro lado porque la mujer de Alfonso no quiso acompañarle a la playa como hacían casi todos los domingos. Vino entonces a mi casa e hicimos el amor un par de veces. En la primera nos frotamos como en el hotel, con unos sutiles movimientos que resultaban de lo más placenteros. Para la segunda Alfonso se mostró algo más enérgico y me folló el culo y la boca con ganas, casi con furia como nunca antes quizá por pensar que tardaríamos en volvernos a ver. En cualquier caso, el sexo con Alfonso me resultaba extremadamente agradable, ya fuera besándonos con quietud o recibiendo su polla con fogosidad.

Me vine para Madrid esa tarde deseándole volverle a ver y sin tener la certeza de cuándo sería. Me escribió un mensaje esa misma noche para decirme lo mucho que le gustaba. Me lo ponía difícil, porque él a mí me atraía más de lo que pudiera haber imaginado cuando hablamos por primera vez y me dijo que estaba casado, haciéndome perder cualquier interés. Pero con lo que me cuesta a mí abrirme con otros hombres, que con Alfonso fuera tan fácil me resultaba de lo más seductor. Todo indicaba que en cualquier caso no podría esperar más que encuentros esporádicos con prisas. No calculé hasta qué punto merecía la pena, pero por mi forma de actuar diría que mucho. Porque el fin de semana siguiente volví a recorrerme quinientos kilómetros para pasar un par de horas con él. Sin embargo, los planes se truncaron por su culpa y la paliza de conducir fue en balde. Insistió para que lo hiciera el siguiente, pero era demasiado y no acababa de fiarme de que al final pudiese surgirle algo. Una semana después me animé y sí que pudimos estar juntos un rato. Para después le propuse que se escapara y nos viéramos a mitad de camino, pero le resultaba imposible buscarse escusas para los fines de semana. Otro viaje a Madrid resolvió parcialmente la situación. Como era viernes, le incité a que llamara a su mujer para decirle que el coche se había averiado y que en el taller no le aseguraban que lo tuviesen listo hasta el lunes. Para mi sorpresa, le pareció buena idea, pero Alfonso no renunció a faltar al trabajo el lunes y se inventó que su coche al final estuvo listo el sábado por la mañana. Al menos pasamos por primera vez una noche juntos en un hotel. Estuvo bien, muy bien, pero la despedida sería todavía más difícil para mí por haber dado ese paso más, por sentirme tan cómodo con él mientras follábamos o cuando me daba los buenos días con su embaucadora sonrisa. Es verdad que luego se arrepintió de no haberse quedado sábado y domingo, más porque ya no volvería a poner la misma excusa de nuevo. Pero de haber salido temprano, apenas hubiese faltado al trabajo un par de horas el lunes; y en vez de habernos corrido tres veces, hubiésemos perdido la cuenta…

Los primeros fríos de otoño llevaron a mi padre a pasar una temporada a la casa de la playa, así que ya no podía disponer de ella para nuestros encuentros. Pero era tal el deseo de ver a Alfonso, que una vez reservé un hotel cerca de su pueblo, pero a él le pareció mala idea por si se encontraba con algún conocido o alguien veía su coche. Cambié el hotel por un apartamento rural también cercano, con la vergüenza que me supuso que los dueños me vieran llegar solo y marcharme solo. Porque Alfonso se guardó de no ser visto por nadie. Esa vez disfruté también mucho, pero quizá fue el momento de revelación tratando de convencerme de que aquello debía acabar; o al menos tomármelo de otra manera menos compulsiva porque acabaría lunático, obsesionado y arruinado. Ya no le vi pues hasta Navidad, igualmente un par de horas que me supieron bastante poco, porque desde la noche que pasamos juntos aquello era lo mínimo que yo deseaba tener, y Alfonso no podía dármelo. Decidí que seguiría con mi vida normal, yendo a Almería con la frecuencia que solía y no saltarme horas de trabajo para poder estar con él si venía a Madrid.

Estuvimos seis semanas sin vernos, aunque la frecuencia con la me escribía por Skype aumentó, dejándome mensajes para decirme lo mucho que me echaba de menos y cosas por el estilo. Pero el viernes pasado me llamó contándome que había provocado una bronca con su mujer para poder escaquearse esa noche. Me pidió que me fuera esa misma tarde para Almería. No quise y tuvimos nuestra primera pelea. Colgamos y me llamó al rato para decirme que había hablado con su mujer y que ésta se había marchado a casa de su hermana y no volvería hasta el lunes. Le dije que igualmente no conduciría hasta allí, pero él ya había hecho sus planes y quería venirse a mi casa de Madrid. Dudé en si aceptar o no, pero como no podía ser de otra manera le recibí pocas horas después.

Su sonrisa era ahora casi de disculpa, y al verla se me pasó cualquier atisbo de enfado. No tardamos en besarnos e irnos a la cama. Tras la primera corrida me contó por encima la situación con su mujer. Después me besó hasta que nos dormimos. El polvo mañanero fue espectacular como todos, y tras él, más comentarios sobre lo que le gustaba estar conmigo, cuánto me echaba de menos y esas cosas. Pasamos la tarde desnudos en el sofá de mi casa viendo alguna peli con algún tonteo entre medias. Allí mismo dejé que me follara, estando él sentado y yo sobre él clavándome su verga. Por la noche pasamos horas besándonos y acariciándonos en la cama, manteniendo una prolongada excitación que hasta dolía. El domingo por la mañana nos la chupamos el uno al otro a la vez, consiguiendo el milagro de corrernos al mismo tiempo. Sentir cómo yo aún soltaba mi leche mientras engullía la suya fue fantástico. Nos quedamos un buen rato acostados repitiendo lo que hacíamos siempre: caricias, restregones, besos, abrazos… Nuestras lenguas no dejaron ningún rincón de nuestros cuerpos sin explorar. Comimos temprano para que no se le hiciera muy tarde para marcharse y pasamos la sobremesa otra vez en la cama. Si acaso alguno estaba poniendo a prueba el límite del otro, ambos ignorábamos hasta dónde llegaban resultando ser igual de insaciables.

Pasé comiéndome su polla todo lo que él aguantó a sabiendas de que iba a pasar tiempo hasta poder catarla de nuevo. No me separé de ella hasta sentir su leche deslizarse por mi garganta. Para mi desconcierto, Alfonso hizo lo mismo justo después, torturándome con su lengua. Pero el cabrón, después de hacer que me corriera, la llevó hasta mi ano sin darme tregua. El gemido que exhalé al descargar mi leche se juntó con el jadeo cuando su húmedo músculo sondeaba mi agujero. Jugueteó también con algún dedo que deslizaba por la entrada de mi ano para introducirlo poco después. Notaba su respiración, sus mejillas en mis nalgas y su nariz presionando los alrededores de mi recto. No sé qué pretendía porque no se decidía a meterme la polla. De hecho, se incorporó tratando de que nuestras bocas se juntaran otra vez, y cuando lo hicieron sentí su dedo de nuevo penetrándome. Agarré tanto mi polla como la suya y comencé a pajearlas sin que él abandonara lo que estaba haciendo y sin separar los labios. Sintió mi acelerada respiración ante tanta estimulación, pero él permanecía casi impasible pese a que yo seguía con ambas vergas en la mano sintiendo cómo palpitaban sobre mi palma.

Perdí la noción del tiempo hasta que despedirme de Alfonso me hizo volver a la realidad. Maldije mi suerte por no poder tenerle conmigo cada noche. Desde el pasado domingo cada rincón de mi casa me recuerda a él. Eso no ayuda para que Alfonso no me venga a la cabeza a cada instante. Y lo más frustrante es que por muy lentas que pasen las horas desde que se fue, me va a dar igual porque sé que no me espera; ni yo a él. Y no puedo contar los minutos porque no sé cuántos serán. No puedo tener la esperanza de verle porque no sé cuándo ocurrirá. Todo es incertidumbre. Pero lo más curioso de todo es que no sé nada de Alfonso. Ni tampoco él de mí. No sabe a qué me dedico, cuáles son mis aficiones, ni es consciente de lo que siento por él como tampoco lo soy yo sobre sus sentimientos hacia a mí. Al menos yo sí tengo claro que sean los que sean no le van a hacer cambiar.