Enamorado de mi tía Chavelita

Les cuento esta historia muy y candente que espero les guste.

Yo vivía en un pequeño pueblo como a dos horas y media en autobús de la urbe dinámica y llena de oportunidades. Mi padre; campesino, mi madre; ama de casa de toda la vida. Llevábamos una vida modesta, pero apacible y yo estudiaba en el colegio a las afueras del pueblo ubicado sobre una suave colina verde. Fui un chico muy sano y bastante obediente desde el mismo principio. Todos decían que me comportaba con mucha madurez, como si ya fuera un hombre mayor. Pronto encontré regocijante estudiar. Fui siempre muy aplicado y me tomé el estudio como algo serio. Era el orgullo de mis padres por obtener siempre buenas notas y el chico preferido de los profesores.

A los diecisiete cumplidos cuando terminé la secundaria entonces vino el dilema: ¿Qué continúo haciendo en la vida? ¿Estudiar o trabajar? ¿Estudiar dónde y con que dinero? etc. La mayoría de los jóvenes del pueblo se quedan en el monte trabajando en fincas, luego preñan a sus novias y listo; otros, los mas aventajados, van a la ciudad y estudian una carrera y logran tener con el tiempo una mejor calidad de vida. Yo quería estar en el segundo grupo. Mis padres no tenían recursos para enviarme a la ciudad y sostenerme estudiando mas teniendo en cuenta que detrás de mí venían una hermana y otro hermanito. Sé que esos eran sus más sentidos deseos, teniendo en cuenta mi buen desempeño y madera en el mundo académico. La universidad pública estaba paralizada ese año y casi a punto de cerrarse después de tantas huelgas, así que mis posibilidades de acceder a ésta eran mínimas con el agravante de que solo ofrecían carreras largas.

Pero, como decía mi abuelita, parece que Dios sabe cuando hace las cosas, pensé en ese entonces, porque justo en ese momento, durante los días posteriores a mi graduación de secundaria y sin saber realmente la suerte de mi futuro inmediato sobrevino como estampida inescrutable una oportunidad.

Resulta que mi tía Isabel, la hermana menor de mi madre, quien se había ya separado hacía como dos años de su ex-marido Osvaldo estaba casualmente de visita en mi casa. Ellos habían vivido desde que se casaron en un pulcro y modesto apartamento en la ciudad que con esfuerzo ambos estaban todavía pagando. Tenían un hijo; mi primito Manuel, y al separarse fue ella quien quedó con el niño a cargo, claro está con la ayuda de su ahora ex-marido. Mi tía trabajaba en la parte contable de una compañía de lácteos en la que ganaba relativamente bien. Era la única de entre los hermanos de mi madre que había tenido la oportunidad de ir a la ciudad, educarse y no quedar en el pueblo como ama de casa tal como sucedió con mi madre, mi tía Fabiana y mi tía Mónica, o como mi tío Rafael que se quedó toda la vida de campesino.

Chavelita, como la llamaban todos a Isabel, ese día que nos visitó entre, conversa y conversa con mi madre, comentó que estaba buscando a una persona que cuidara del niño mientras ella trabajaba y se encargara un poco del apartamento, pues no solo ahora ya vivía sin marido, sino que la empleada doméstica, por razones que no explicó, no podía seguir trabajando para ella. Entonces mi madre tuvo una gran idea y propuso a su hermana menor, sin consultarme si quiera, la posibilidad de que yo me fuera para la ciudad, le ayudara un poco con el apartamento, le cuidara al niño y que envés de un sueldo, mi tía me pagara estudios nocturnos en algún arte técnico no muy costoso.

A mi me sonó en principio extraño. Yo nunca me imaginé de niñero o de empleado doméstico, pero dada mis circunstancias, era una buena opción para ayudar a mi tía y de paso educarme. No hubo necesidad de hablar más. Isabel quedó muy contenta con la propuesta de su hermana mayor y una semana más tarde estaba con mis pocas pertenencias en el pulcro apartamento de ella jugando con el primo Manuel quien para entonces contaba con siete años cumplidos.

Me las llevé bien con mi primo. Hasta yo mismo me sorprendí de tener vocación para llevármelas tan bien con los niños y jugar con ellos sin aburrirme. No me molestaba ni me cansaba. Hasta me divertía. La verdad, la vida en casa de mi tía Isabel era suave. La rutina era llevadera y lo mejor es que me pude inscribir para estudiar informática de 6:30 a 9:30 de la noche en un instituto privado relativamente bueno y no tan costoso. Eso para un joven pueblerino ya era bastante. Me levantaba temprano, como se hace en el campo, ayudaba un poco a mi tía con el desayuno; de inmediato, hacía el aseo general y luego llevaba a Manuel al colegio. Quedaba libre como a las ocho y media de la mañana y aprovechaba para estudiar. Luego a las once y media preparaba el almuerzo, solo para Manuel y para mí, y luego pasaba a buscarlo, pues el colegio quedaba a unas cuantas cuadras y no ameritaba pagar transporte. Me quedaba con él para almorzar, jugar, hacer las tareas y luego que se dormía, yo aprovechaba para estudiar un poco o ver televisión y finalmente alistarme e irme al instituto cuando mi tía regresaba del trabajo como a las cinco y media. Esa era la rutina diaria. Bastante suave comparada con las arduas jornadas en el campo recogiendo hortalizas y frutas a las que estaba acostumbrado en el pueblo.

Isabel estaba muy contenta con migo. Lo adivinaba en su actitud y a cada rato me lo manifestaba con frases de cajón de esas que suelen usar las mujeres mayores. Con frecuencia decía: "Seguro que serás un buen marido, la mujer que se case con tigo se llevará un tesoro". Bueno, era comprensible, yo era muy juicioso, bastante hogareño, era estudioso, obediente, colaborador, y además, muy cariñoso y cumplidor con los deberes y sobre todo le quería a su hijito. ¿Qué más podía pedir mi tía Isabel? Por mi parte yo empecé a sentir un agradecimiento profundo para con mi tía y hasta admiraba como llevaba de bien su vida a pesar de estar sola. Era muy entregada a su trabajo, a su hogar y sobre todo a su hijo. Era una mujer inteligente y simpática, muy querida, no entendí nunca como un hombre podía separarse de una mujer de tan buen corazón como ella.

Me acostumbré a esa rutina tranquila y cómoda. La mayoría de los fines de semana iba al pueblo o simplemente me quedaba en el apartamento jugando con Manuel o iba al cine con algunos amigos que empecé a hacer en el instituto. A veces ayudaba a Francia, una muchacha que mi tía contrataba los sábados para que lavara y planchara la ropa, pues Isabel era algo floja para eso de los quehaceres y además a veces trabajaba los sábados medio tiempo. En general el trato con Isabel era de confianza y cariño. Sentí que me trataba a veces como a su hijo mayor. Me quería mucho y yo a ella también. Me convertí en una persona bastante cercana a ella quien paradójicamente hasta antes de venirme me había resultado para mí más bien algo lejana pese a ser mi tía.

Como al cuarto mes de residir en casa de Isabel, cualquier tarde ella se presentó en un taxi con unas cajas. Hacía bastante brisa, y recuerdo como su cabello negro y largo se le enredó en el rostro mientras incómoda bajaba del taxi con las cajas. Yo iba saliendo al instituto en ese instante y la ayudé a cargarlas y entrarlas. ¡Era un computador! Me alegré tanto. Isabel lo sacó a crédito y lo hizo sobre todo pensando en que me podía resultar muy útil a mí, que estudiaba informática, a Manuel; para jugara y estudiar y a ella misma para contactarse y entretenerse. A la semana siguiente había Internet y tuve acceso a un mundo hasta ese momento para mí desconocido. Un mundo que me haría conocer lados ocultos de mi persona.

El Internet se convirtió en una novedad muy adictiva para mí. Aprovechaba todo momento que podía para estar pegado en la red, pero igual cumplía mis obligaciones y seguía siendo juicioso en mi estudio. Recuerdo que un viernes en la tarde, cundo esperaba a mi tía para irme a estudiar y Manuel dormía, entré por curiosidad en una página para encontrar pareja, pues yo era un chico solitario y me resultaba novedoso eso de buscar novia en la red. Había un enlace en letras azulitas y al darle click entré sin intención en una página de chicas. Allí encontré muchas fotos de chicas desnudas. ¡Descubrí la porno! No se me había dado nunca por meterme en ese mundo a pesar de mi edad. En el pueblo había tenido acceso a algunas revistas pornográficas que escasamente mis amigos más osados se atrevían a llevar al colegio y tuve noviecitas de ocasión con las que experimenté mis primeras y escasas relaciones sexuales. Me masturbaba con cierta regularidad pensando en los senos de María, la vecina de toda la vida, o en el trasero de Agustina, la más atractiva de la clase, pero hasta allí. Todo era dentro de lo normal para un chico de diecisiete años que descubría apenas el mundo de la atracción y el sexo y que más bien ocupaba su mente en cosas claras y limpias. Lo único morboso de lo que era consciente hasta ese momento, era mi atracción especial hacia los senos grandes, pero eso era normal, pues casi todos los chicos del colegio igual les fascinaba mirar mujeres con pechos generosos.

Cada mañana, al quedar solo en casa de mi tía, exploraba fotos de sexo cada vez más disímiles siempre buscando recrear mi vista mirando mujeres de pechos grandes hasta que por azar entré en una página en inglés. No entendía mucho. Di click en un enlace que decía "milfs" más por ignorancia que por otra cosa. Era una página en la cual había un carrusel de fotos de mujeres maduras con senos jugosos. Después supe que "milf" es una expresión gringa como abreviatura de "Moms I`d Like to Fuck", algo así como "Las mamás que me gustaría coger". Pero esa vez cuando miré las decenas de mujeres maduras desnudas algo me excitó de una en particular: era de senos grandes y muy bonitos; blancos, gordos, paraditos y con un pezón bien redondito y apetitoso como el que pocos se ven en estas tierras de gente tan mestiza. Me hizo recordar el tamaño de los senos de María, mi vecina del pueblo, a quien en una ocasión le había visto cuando me asomé por la cerca del patio mientras ella se bañaba. La señora de la foto tenía un rostro bello y ojos verdes; parecía una señora como de cuarenta años, pero curiosamente me atrajo más que las cientos de fotos de chicas jovencitas que había visto en días anteriores. Di click en la foto y de inmediato en la pantalla aparecieron doce fotos de ella haciendo el amor con un jovencito. Me imaginé yo siendo el muchacho que le hacía sexo y luego me masturbé. Wao había descubierto una nueva manera de vivir mi autosatisfacción. Era la gloria.

Empecé entonces a escudriñar en páginas de mujeres maduras que no sé porque razón las encontraba cada vez mas interesantes y estimulantes para mi, que las tantas páginas de lindas jovencitas que aparecían desnudas en la red. Las masturbaciones aumentaron considerablemente y me sentí ahora diferente. Ya no era tanto el chico sano, me sentía como sucio o algo así, pero pronto me di cuenta que eso era normal puesto que todos en la clase miraban porno. Empecé entonces a recordar mentalmente a todas las señoras maduras que conocía y hallé interesante un mundo erótico que tenía en mis narices, pero al que nunca había prestado atención. Me acordé de las madres de algunos de mis amigos en el pueblo, de mis profesoras, de las amigas de mi madre, de las vecinas y hallé elementos atractivos para justificar y construir mi pequeño universo de fantasías eróticas con retazos de recuerdos reales de esas mujeres maduras y agradables que conocía. Me empecé a masturbar desde entonces imaginándome escenas de sexo con mujeres mayores diversas que existían en mi realidad; con la mamá simpática de Pablito mi amigo del pueblo, con la señora Juana, la rubia, con la mujer del señor de la tienda, etc. Sentí que descubrí otra persona metida en mí. Por momentos me preguntaba si acaso no estaría mal todo esto.

Por otro lado la relación en casa de mi tía era fenomenal. Sentí que era todo un amor para con migo y ella igual percibía que yo era su apoyo incondicional en su vida. Me fascinaba conversar con ella y siempre la veía tan bien puesta, bien arreglada y elegante como pocas mujeres de mi pueblo. No sé, pero empecé a ser consciente de cambios en mi sentir hacía ella. No los tuve claro en un principio, pero comencé a sentir un afecto cada vez mas intenso hacía mi propia tía. Me resultaba más agradable que cualquier otra mujer de las que trataba a diario. Era extraño, pero no advertí nada malo en ello. Tan así era el asunto, que hasta de forma ingenua no solo con actos sino con palabras, le mostraba algo de ese sentimiento que lentamente evolucionaba. En alguna ocasión, después de casi seis meses de estar viviendo con ella, tuve una conversa justo antes de irnos a dormir que desenlazaría toda esta historia.

I: "¿Como te va en el curso?" – preguntó, mas por rutina que por saber.

Yo: "muy bien tía, gracias."

I: "Sé que eres buen estudiante."

Yo: "Sí, me gusta estudiar y eso garantiza una mejor vida. Tú eres un ejemplo de eso. Mejor dicho: tú eres mi ejemplo" - aproveché para hacerle un cumplido.

I: "Gracias, eres un amor. Vas a ser el mejor esposo de al mujer que tenga la fortuna de quedarse con tigo" - me dijo otra vez la repetida frase de cajón.

Yo: "Gracias tía."

I: "A propósito, no tienes novia aún acá. ¿No te gusta alguien del instituto? Es que te veo tan…solo."

Yo: "No tía. Es difícil que una citadina le preste atención a un pueblerino sin dinero" – le dije en tono burlesco.

I: "¡Vamos! no te des tan duro. Eres una buena persona. Una mujer inteligente seguro te va apreciar. Además, estás estudiando y como dices tú, luego tendrás una mejor vida. No te desesperes."

Yo: "Lo se tía. Gracias. No estoy desesperado. Estoy tranquilo. Además cuando me enamore será de una mujer así como tú" - aquí sin quererlo dije esto de manera natural, pero que pudo parecer pasado de tono. No lo advertí sino hasta después de haberlo expresado, pero ya era tarde.

I: "¿Pero que dices? ¿Acaso te gusta tu tía?"- rió como extrañada y en broma ante mi rostro enrojecido de vergüenza.

Yo: "No…no…no…tía no quise decir eso…solo que tú eres una mujer como yo creo que debe ser una mujer de esas que se escogen para compartir una vida" – atiné a decir con cierto nerviosismo, pero con mucha honestidad.

I: "Ay…gracias mi amor…gracias. Pero creo que yo soy muy vieja para ti." – rió nuevamente y yo la secundé sonriendo y sintiéndome mas relajado después de la imprudencia que cometí.

Yo: "Bueno, en el amor no hay edad" – comenté jocosamente y volví a reír al igual que ella.

I: "Es cierto pero, no soy cualquier mujer, soy…tu tía" – dijo con una expresión juguetona mientras simulaba halarme la oreja como cuando una profesora reprende al malo de la clase.

Nos quedamos en silencio y luego soltamos una carcajada como burlándonos de todas las tonterías que nos habíamos dicho. Luego agregué con una expresión sensata y seria que ella algo perturbada pudo notar.

Yo: "Bueno, así es el amor. Uno a veces se enamora de quien no debe" – dije en tono lastimero como punto final a la conversa.

Se le borro la sonrisa que aún conservaba y agachó la cabeza extrañada como mirando la alfombra o sus pies para no mirarme. Me sentí un asco, no sabía que hacer. Solo opté por quedarme en silencio reflexionando sobre cuán atrevido había sido con todo esto. Prácticamente le había declarado mi amor, mi amor prohibido a mi propia tía y eso notoriamente la había incomodado.

I: Bueno…es…hora de dormir. Hasta mañana – dijo esquiva y con un tono de voz extraño y grave no sin antes darme el beso de buenas noches acostumbrado en la frente.

Se levantó algo nerviosa y cruzó el umbral del reparto no sin antes lanzarme una mirada fulminante que no descifré. No supe si esa mirada a través de sus ojos cafés era de agrado o de desagrado por lo que acababa de escuchar de mí. Me sentí apenado y solo quería que pasaran rápido las horas para disculparme y para que ese pequeño suceso de atrevimiento se olvidara.

A la mañana siguiente no cruzamos muchas palabras. Había un ambiente algo tenso y para nada cómodo. Sentí que de alguna manera u otra había irrespetado a mi tía. No nos dirigimos la palabra más allá de lo necesario para organizar el desayuno. Sabía que de alguna u otra manera evitábamos mirarnos de frente y sus acostumbrados comentarios chistosos no los dijo esta vez. Fui consciente de que algo había cambiado, y no para bien, pensé. Así que solo nos dedicamos a escuchar las noticias de la radio y comentar cualquier cosa al respecto mas por evitarnos que por otra cosa. Sentí mucha vergüenza y quise disculparme en ese instante, pero temí estropear mas las cosas y decidí entonces de momento quedarme en silencio a esperar a que las aguas turbulentas se apaciguaran un poco.

Mi tía se marchó y luego de yo llevar a Manuel al colegio y turbado por todo lo que había pasado, mientras aseaba las alcobas sucedió otro hecho decisivo. El suceso es tal vez cotidiano, pero adquirió otra dimensión por ocurrir justo en las circunstancias en las que me hallaba: me topé con el calzón recién quitado de mi tía Isabel. Estaba tirado de cualquier manera sobre la sábana desacomodada de su cama sin arreglar. De hecho durante todos esos meses ya me había topado casi a diario con prendas íntimas de ella pero nada había ocurrido. Ningún pensamiento o intención sugestiva o sexual había cruzado mi inocente mente. Simplemente las tomaba y las tiraba en el canasto de ropas sucias de su alcoba como lo hacía con las demás prendas que hallaba mal puestas. Pero esta vez un impulso inesperado por oler ese calzón seductor sobrevino de no sé que ámbito. El corazón se me aceleró porque ese pensamiento punzante y tremendamente erótico se apoderó de mí. Sentí una carga de morbo muy fuerte. Deje a un lado la escoba, me senté en el borde de la cama de mi tía y tomé la prenda blanca de encajes delicados y muy sugestivos en mi mano. Estaba temblando y respirando con dificultad, sentí que estaba cruzando un límite prohibido. Sentí que estaba haciendo algo malo, algo indebido. Me estaba permitiendo alcances peligrosos. Eso me decía la parte racional de mi cerebro que fue siempre mucho más débil que los impulsos certeros del morbo furibundo que me exhortaba a seguir.

Sentí repudio con migo mismo y rápido lancé la prenda en el cesto, salí de la alcoba y me senté apenado y en silencio a meditar y sopesar lo que estuve a punto de hacer. Tomé aire en el balcón y continué aseando las otras dos alcobas tratando de apaciguar el morbo inquietante que caminaba dentro de mí. Me conecté a la red como desesperado para escapar de mi turbación y contemplé fotos de mujeres mayores desnudas. Miré la de una morena que cogía con dos tipos. Eran quince fotos bien claras. El calzón que tenía puesto la mujer de cabello afro resultó increíblemente parecido a la prenda sucia que tuve en mis manos unos minutos antes. Eso me elevó el morbo. Mi corazón se aceleró nuevamente y una emoción me llevó al mismo irraciocinio. Mi cerebro ubicó una justificación racional para lo que iba a ser: "es solo para excitarte no más" y luego corrí al cesto y saqué la prenda de mi tía que se había ido al fondo justo encima de una falda oscura que ella usó el día anterior. Luego de tomarla, la extendí como si fuera una obra de arte sobre el teclado de la misma manera como se extiende en la alambrada para que se seque y comprobé que no era parecida sino igual al que tenía puesto la señora de la foto ¡Maldita casualidad¡ En la secuencia fotográfica, la cuarta foto mostraba a uno de los jovencitos con el calzón quitado de la señora pasándolo por sus narices con gesto morboso mientras la señora sonriente con una mano le sobaba su pene por encima del pantalón y con la otra se acariciaba los vellos de su vulva peluda; el otro chico sentado a un lado se masturbaba su ya endurecida banana y en gesto de ofrecerla a la boca de la mujer. Eso me mató de calentura y sin meditarlo hice lo mismo que hacía el chico de la foto. Tomé la prenda de mi tía por la estrecha parte sucia, un poco manchada de tonos amarillosos, la que da justo contra la vulva, y pegué mi nariz. Fue el acabose.

El aroma de orines suaves se confundía con el de los efluvios vaginales que dominaban. Fue un olor que en principio me desagradó un poco, pero que al seguir y seguir aspirando, mi cerebro aprendió a asociar con sexo, con erotismo, con morbo, con deseos, con mujer, con una mujer, con esa mujer, con la mujer que me gustaba, con mi propia tía. Encontré entonces un aliciente para mi afán erótico: oler los calzones sucios de mi tía Isabel.

Temblaba de miedo hacia mi mismo, sentí que me convertía en un ser maligno, pero cerré los ojos y aspiraba como queriendo arrancar la esencia de ese pedacito de tela sucia. Encontraba un placer visceral y adictivo oliendo los restos de aromas de vulva impregnados en la ropa interior usada y recién quitada de mi propia tía. ¡Eran los aromas de mi propia tía! una mujer como las de las fotos que a diario miraba en la red. Me obsesioné con ese hecho. Me masturbé allí mismo frente al monitor con la prenda de Chavelita en mis narices y con la retina llena de imágenes sugestivas de esa señora teniendo sexo con ese par de jovencitos que bien podían tener mi edad. Eyaculé ingentes cantidades de semen por todo el piso que limpié luego con cuidado. Mas tarde con el alma abatida lancé la prenda al cesto y sentí un arrepentimiento tonto mientras con rabia o miedo componía la cama de Isabel. Hubo semanas de lucha interna entre dos partes de mi ser. Sentí que me ahogaba en silencio en un mar de morbo y de malos hábitos.

Diariamente a lo que yo entraba en el apartamento después de llevar a mi primito a la escuela me iba a la cama de Isabel y tomaba el calzón de turno. No era siempre, pero casi todos los días mi tía lo dejaba en el cesto u olvidado sobre la cama, aunque muchas veces, para decepción mía, se tomaba el tiempo y lo lavaba. Los conocí todos y combinaba todos los tonos y tamaños; de tonos rojizos y oscuros, de tonos claros, cremas, negros, y diseños conservadores típicos de señora, otros medio insinuantes y de puros encajes, y algunos diminutos tipo tanga o hilo. Con todos ellos jugaba; los aspiraba, los enredaba y pasaba por mi pene erecto, les buscaba vellos púbicos desprendidos de la vulva de mi tía; eran negros, brillantes y enroscados, algunos largos otros cortos. Finalmente me masturbaba ¡Que obsesión!

Me divertía ya sin culpas con la ropa íntima de Isabel. Eran un vehículo perfecto para intensificar el placer en esos momentos de juegos íntimos, pero luego vino algo mas atrevido. Todo hizo declinar mis fantasías hacia algo específico. Pues en un principio las prendas de mi tía eran solo el medio para armar mis fantasías con mujeres mayores que existían en mi cotidianidad o con las señoras bonitas que aparecían en las tantas páginas cuyas direcciones de Internet ya me sabía de memoria, pero después empecé a imaginarme sexo con la propietaria de esos calzones sucios: ¡mi propia tía! Eso era ya otro peldaño. Pues por ella tenía sentimientos mas rosados, por llamarlos de alguna manera. Sentía que me gustaba, que la admiraba, que la respetaba y tal vez que la amaba, aunque el significado de esa palabra me sonara algo ajena. Pero no había sentido deseos puntuales hacia ella. Eso no me lo había permitido. No había imaginado explícitamente hasta entonces sexo con Isabel, pues eso me parecía aberrante. Eso era ya otra cosa, pero lo cierto es que ya había llegado bastante lejos y apenas si era lógico que deseara a la mujer que me gustaba. Eran deseos intensos y peligrosos.

Buscaba fotos como loco con mujeres parecidas a mi tía y halle varias. Las miraba e imaginaba que era mi tía y yo haciendo el amor. Estaba obsesionado con ella y me sentí confundido hasta el punto que pensé mejor en dejar los estudios y marcharme al pueblo para alejarme de esos tormentos. Me hallé desesperado y turbado por el mar de sensaciones e impulsos que recorrían mi cuerpo y mi mente. Mis resultados académicos bajaron un poco, pero aún eran lo suficientemente sólidos como para que irme bien. Estaba atrapado, pues igual aún me faltaba un año y medio para terminar mi corta, pero promisoria carrera y sería un despropósito dejar tirada esa oportunidad. Sentí que el amor y el deseo por mi propia tía me estaban matando. De veras que revisaba mi vida y no sentía atracción alguna por otra mujer que no fuera Isabel. Que lío el que tenía armado. Traté de sobrellevar mi vida así, acostumbrado a vivir algo turbado por ello, normalice un poco las cosas y simplemente evitaba conversar tanto con Isabel. Los fines de semana, buscaba cualquier excusa para no estar allí. Me marchaba al pueblo o salía simplemente.

Así pasaron varias semanas con esa actitud algo reservada y alejada de mi parte y poco a poco fui notando a Isabel otra vez como antes. Como si nada hubiera pasado después del comentario irreverente de aquella vez. Me trataba igual, bromeaba y se sentía a gusto con migo. Eso me tranquilizaba un poco, pero igual no apaciguaba mis penas. Yo seguía sintiéndome cada vez mas atraído por ella y mis fantasías y masturbaciones en su nombre aumentaban. Un domingo por la noche cuando yo acababa de regresar del pueblo y me alistaba para otra semana de rutina, inesperadamente tuve otra conversación definitiva con Isabel y fue más o menos así:

I: "Ya no te quedas los fines de semana. ¿Tienes novia en el pueblo?" – me dijo sonriendo y con ironía.

Yo: "No, tía, solo que pienso que me he alejado mucho de mis padres desde que estoy acá. Tenía casi seis meses que ni hablaba con mi papá largo rato." – le dije perturbado por la pregunta inesperada.

I: "Ah, está bien. Me parece bien. Uno no debe alejarse de la familia. Aunque yo también soy tu familia. Y, si te soy sincera, creo que te has alejado un poco de mí." – me sorprendió el comentario. No se a donde llevaba, pero lejos de negarlo y a sabiendas de que era cierto lo que decía, simplemente ofrecí disculpas.

Yo: Tía lo siento. No había pensado en eso. Perdóname si me he alejado de ti.

I: "Si, antes hablabas con migo más tiempo, veías televisión con migo, me cocinabas delicioso los domingos, me hacías tantos detalles que me mataban, pero ya solo esperas el sábado en la mañana para irte." – La verdad tenía razón, pero percibí un reclamo extraño aunque todo me lo decía con mucha pausa y sin ningún atisbo de molestia.

Yo: "Tía, lo siento. Te has portado muy bien con migo y te estoy muy agradecido, créeme que tendré en cuenta lo que me dices para mejorar en mi trato con tigo. No quiero que pienses mal de mí." – le dije algo afligido, pero lejos de explicarle el verdadero motivo de mi actitud.

I: "No…no…mi amor, no pienso mal de ti, mas bien perdóname por éste reclamo fuera de foco, no creo que tenga derecho, está bien. No tienes porqué hacerlo. Solo que ya me había acostumbrado a tus cosas bonitas. Más bien, perdona éstos afanes de mujer sola." – Luego sonrió y con un brillo juguetón en su hermosa mirada dijo – "Pero así son ustedes los hombres; enamoran a uno y luego desencantan"

Upa… ¿eso que fue? Ese comentario me dio en el tuétano. No supe si era broma o no. Hasta dudé de si había escuchado bien lo que oí. Isabel había dicho algo que me puso el corazón a temblar y no supe ni que decir o que hacer. No sabía como interpretar lo que oí. No quería ser imprudente. Así que solo me calmé con el corazón dando tumbos en mi garganta y aproveché la coyuntura para a hacer alusión a la conversa de la otra vez.

Yo: "Tía, aprovecho para decirte algo que hace días quería decirte, pero no me atrevía."

I: "¡Caramba! ¿De que se trata?" – me dijo expectante acomodándose en el sofá mientras se comía una tostada con mantequilla.

Yo: "Bueno, es sobre lo que te dije la otra vez. Creo que te irrespeté y no era mi intención hacerlo."

I: "¿Me irrespetaste? ¿De que hablas?"

Yo: "De aquella vez que hablamos y yo te dije algo al final que sentí que te disgusto y la verdad lo entiendo y quiero que me disculpes, pues no estoy tranquilo desde aquella vez. ¿Te acuerdas? de cuando atrevidamente te dije que uno se enamora de quien no debe, refiriéndome a lo que sentía por tí"

I: "Ah…ya me acuerdo, ¿todavía con eso? no…no…no tienes que disculparte. Tenías toda la razón al decir eso y además ¿de donde sacas que me molesté? jamás estuve molesta con tigo. Al contrario. Me he sentido muy halagada de que aún pueda hacer sentir cosas en un hombre bueno como tú"

Yo: "Pero soy tu sobrino tía"

I: "Si, pero igual eres un hombre, simplemente un hombre" – pensé que trataba de justificarme para no hacerme sentir mal.

Yo: "De todas maneras te ofrezco mis disculpas por eso"

I: "Ya te dije que no tienes que disculparte. Igual nunca me molesto eso y vuelvo y te repito para una mujer mayor y rellenita como yo es un halago que un muchachito como tú le diga esas cosas"

Yo: "Tú eres…eres…" - me contuve para no decir nada pasado de la raya – "eres…joven y aún atractiva" – dejé escapar algo de mi impulso de de una forma natural.

I: "Gracias mi vida. ¿Ves que a tu tía le gusta que le digas eso? Acuérdate que estoy sola hace ya mas de dos años y uno mujer ya bien entrada en los treintas necesita que le levanten el ego."

Yo: "¿Tía no tienes novio?" – le dije tranquilizado por lo que escuché de ella.

I: "¿Novio? ¡Nooo! no quiero novio por ahora. Estoy bien así como estoy y no quiero complicarme la vida con hombres por ahora. Bastante mal rato pasé con Osvaldo. Además cuando tenga otra vez a un hombre, tiene que ser un hombre como tú" – hizo un silencio, apretó sus labios como aguantando la risa y me miró burlonamente. Me había parafraseado a propósito. Yo ruboricé un poco y solo me reí al unísono.

Yo: "Ay tía tu si te burlas de mi" - le dije en tono de broma como reclamando – "solo porque soy un chico."

I: "Lo digo en serio. Lástima que eres mi sobrino, sino…"

Yo: "sino ¿qué?" - le pregunté sonriente, emocionado y al mismo tiempo turbado.

I: "Sino, ya no durmieras en la alcoba con Manuelito, sino con migo" – rió a carcajadas.

Yo: "Ay…tía, tú si dices cosas" – le dije ocultando la emoción que me embargaba de solo pensar en que eso fuera posible.

I: "O acaso no crees que todavía estoy como para un buen revolcón" – me dijo mientras se ponía de pié y hacía movimientos con su cuerpo voluptuoso y de senos jugosos grandes como si fuera una modelo.

Yo: "Si…claro, si…muy buena" – le dije admirándola con morbo inevitable.

Se fue a acostar y me dejó allí envuelto en una atmósfera alegre en la que mi alma volaba y mi imaginación recreaba con hacer realidad mi sueño de dormir alguna vez con ella y hacerle el amor toda la noche. No sabía que abstraer de todo lo que hablamos. Pareció darme a entender que ella al igual que yo, estaba encantada con migo. Me quedé reflexivo mucho tiempo. Me preguntaba si todo lo que dijo acaso no tenía todo el sentido del mundo. Pues era normal que sola, después de tanto tiempo, ella tuviera deseos de un hombre, pero no podía ser yo porque la detenía el hecho de que era su sobrino. Me daba la sensación de que con mis actos la tenía enamorada. Así que desde esa noche decidí seguir haciendo eso: enamorar a mi propia tía y ¿por qué no?, después de todo ella misma prácticamente me había dado la clave para enamorarla más y más y por otro lado ella parecía justificarlo todo por el hecho de ser yo un hombre, simplemente hombre.

En mi otro mundo seguía igual, aunque mas relajado y con menos sentimiento de culpa. Me masturbaba casi a diario imaginando a mi tía haciendo el amor con migo. Imaginando sus senos grandes contra mi pecho mientras respiraba los vahos desprendidos de sus calzones sucios. Nunca había visto a mi tía en ropa íntima o desnuda por descuido si quiera. La alcoba de ella tenía su propio baño y cuando ella se vestía o se bañaba tenía siempre el cuidado de dejar todo bien cerrado. Lo máximo que ella se permitía era andar en batas largas y no tan claras por la casa, pero siempre con sostenes puestos que no dejaban ni una rayita por la que mi ojo ávido pudiera entrar. Solo podía verle de reojo la costura de sus calzones por encima de su bata ajustada a sus carnosas nalgas cuando caminaba de espaldas.

Así que decidí entonces a partir de ese momento retomar mi actitud natural y normal hacia ella. En vez de alejarme volví a prepararle sus comidas favoritas, le llevaba galletitas del supermercado y se las colocaba como sorpresa envueltas en papel celofán en su cama, le decía cumplidos cuando se vestía bien bonita, la colocaba sus canciones favoritas cuando estaba estresada, la atendía con cariño cuando se enfermaba, en fin, hacía todo cuanto sabia que le agradaría y la enamoraría. Lo hacía siempre con cuidado, naturalidad y con sumo respeto. Ella siempre me lo agradecía. A veces me abrazaba, me daba un beso en la mejilla y yo me deleitaba con solo sentir su calor y sus senos blandos balancearse y rozar mi brazo, mi pecho o mi espalda dependiendo de la posición desde la que me diera el abrazo. Todo transcurrió así por varias semanas y sentí que estábamos realmente enamorados, pero sin decírnoslo y que solo el respeto y la fortaleza del tabú de ser tía y sobrino nos aguantaban y apaciguaban los impulsos de acariciarnos más allá del límite de un cariño propio que puede existir entre una mujer y un hombre que se respetan. Pero yo estaba seguro de que el deseo reinaba inevitablemente en esa casa. Me sentía feliz al pensar que había conquistado a la mujer de la cual me sentía enamorado, pero al mismo tiempo no hallaba espacio en mi espíritu para romper el celofán absurdo que aguantaba nuestros anhelos. Con ese peso continué mi vida varias semanas.

Un viernes llegué tarde, casi a media noche. Era la primera vez que lo hacía. La verdad unos amigos me convencieron de ir a tomar unas cervezas. Bailé y hasta más por impulso varonil que por otra cosa me besé levemente con Sandra, una adolescente y no tan bonita compañera del instituto por quien sentía cierta simpatía. La verdad yo era consciente de que a ella yo le resultaba atractivo, pero ella a mí, apenas si me agradaba. Más bien me gustaba su compañía, pero no deseaba tener una relación amorosa con ella. No porque estuviera mal, sino porque simplemente no era el tipo de mujer que me gustara. Era un poco vacía y fascinada por lo que a mi poco me atraía: la rumba de los viernes y esas cosas. Sin embargo esa noche me deje llevar y tuvimos un momento de efervescencia que solo por razones de falta de intimidad no terminó en sexo. Aunque bien en el fondo, como hombre, me hubiera gustado.

Al día siguiente, sábado, yo había ido bien temprano como de costumbre a las siete de la mañana al supermercado y cuando regresé con las bolsas de la compra me despedí en la puerta del edificio de mi primo Manuel quien se subía en ese instante al automóvil de su padre, pues pasaría ese día con él. Subí con las pesadas bolsas las escaleras hasta el tercer piso en el que quedaba el apartamento de Isabel y al abrir la puerta la hallé sentada en el sofá escuchando música. Me extrañó que no fuera a trabajar, pues cuando no lo hace por lo general duerme hasta un poco más tarde, aunque tal vez estaba ya despierta por lo de la salida de su hijo. Sin mirarme dijo:

I: "¿Quién es Sandra?"

Yo: "Una amiga, ¿por qué?" – respondí.

I: "Llamó hace cinco minutos" – que temprano para una llamada, pensé sorprendido.

Yo: "¿Ah…si? ¿Alguna razón?"

I: "¿Que si siempre se van a encontrar mas tarde para hacer el trabajo de informática?" – me sentí apenado

Yo: "¡Ah caramba!"

I: "Hmm…yo me sé esos cuentos del viejo truco de los supuestos trabajos de los sábados. Vaya horas para estudiar. No me habías dicho que tenías novia" - me dijo sonriente, como bromeando, pero con tono de celos mal ocultados

Yo: "Ella no es mi novia" - me apresuré a decir.

I: "No te hagas el tonto. Eso no tiene nada de malo. Esta bien que tengas novia" – sonaba falsa

Yo: "No es que me haga el tonto tía, es que de veras no es mi novia. Solo es una amiga del grupo con los que salí ayer. "

I: "Por lo visto está muy interesada en ti"

Yo: "Bueno, a mi me va si lo está"

I: "¿No te gusta?"

Yo: "No tía"

I: "¿Por qué?" – me sentí incómodo con esa pregunta

Yo: "No es mi tipo. Solo piensa en rumba y yo no soy de eso"

I: "Ah…entonces puedo quedarme tranquila" – sonrió en broma, pero algo me decía que aquello lo expresaba en serio. Sin embargo opté por seguir la corriente.

Yo: "Si tía puedes estar tranquila. Yo solo te quiero a ti"

I: "¿Si mi amor? Bueno que bueno" – hubo un silencio raro como de un minuto que luego ella rompió al ver que mi gesto al hablar era serio – "Oye, ya sin molestar No lo dices en serio ¿verdad?"

Yo: "Siempre te he hablado en serio tía."

I: "Pero soy tu tía" – me dijo ya sin reír y con un tono sereno como a sabiendas de que ya estábamos desnudando algo que siempre ocultamos tras las risas y bromas cada vez que lo conversábamos.

Yo: "Eres una mujer, simplemente una mujer" – le dije parafraseándola, pero sin tono de broma.

I: "Eso me halaga, pero creo que ya no está bien que bromeemos con esto. No está bien."

Yo: "Perdóname tía, lo siento. Tienes razón creo que nuevamente me he pasado de la raya con tigo. No sé que me pasa. Discúlpame" – le dije apenado y con esa sensación imprecisa de confusión y anhelo. En realidad no quería seguir como si fuera broma. Le quería gritar en su cara lo muy serio que era para mí mi amor por ella, pero no me atreví.

I: "No…no…no… ¿Sabes?" – Dijo ya un poco avergonzada al ver mi aflicción y continuó – "creo que mas bien soy yo la que debo disculparme, soy la que inicia siempre éstas conversas y bromas pesadas. Esto de estar jugándonos a los enamorados no está bien. Más bien, discúlpame por intrometerme en tu vida. Lo que te comenté de la llamada de Sandra lo hice por…por…molestarte no mas. Lo siento. "

Se alejó avergonzada huyendo hacia la cocina. Se sirvió un vaso de agua que no se bebió y apoyó las manos en el mesón mientras agachaba la cabeza como buscando sosiego. Yo estaba desarmado de emociones contrariadas en el sofá mirándola fijamente y decidí entonces arriesgarme para ponerle punto final a esos tormentos que me asfixiaban día a día.

Yo: "Tía, yo…yo…lo que dije, te lo dije…en serio. Lo siento, pero es la verdad." – hubo un silencio de sepulcro tal que pude escuchar el retumbar de mi corazón.

I: "Miguel, mira…basta ya con esa broma…me estas incomodando" – me dijo temblando y sin voltear a mirarme.

Yo: "No bromeo" – me mantuve firme.

I: "Eres un chicuelo que no sabe siquiera que es eso de enamorarse…y por favor para con eso. No seas tan atrevido." – alzó la voz

Yo: "Lo siento. Si quieres mejor me voy y así te dejo tranquila porque de verdad te quiero tía. Te quiero como a una mujer. Se que está mal, muy mal, sé que esto es absurdo y atrevido de mi parte y no puede ser, pero es así. Lo siento" – le escupí la verdad en la cara y sentí un alivio extraño recorrerme.

I: "No tienes que irte. No es para tanto. Solo compórtate como debe ser" – me dijo turbada y ya con el vaso de agua temblando en su mano.

Yo: "Tía, yo me comporto bien. Solo que…es…duro tenerte y no tenerte al mismo tiempo – empecé a medio sollozar – "lo siento mucho, me enamoré de quien no debí. Lo siento. Perdóname y créeme no tienes porqué soportarme, de veras creo que mejor es que me vaya"

I: "No seas bobo. No es para tanto, no me dejes sola, quédate con migo, termina tus estudios, solo olvidemos esto. Estas confundido, verás como cuando te enamores de veras de una chica entenderás que todo eso que dices que sientes por mi es una ilusión" – me dijo con dulzura y acercándose despacio mientras yo lloriqueando como niño la miraba.

Yo: "Esta bien tía perdóname ¿sí?, prometo no volverte a irrespetar"

I: "No me has irrespetado. Has sido todo un hombre y has tenido la valentía y franqueza de decírmelo. Eso en el fondo es normal, solo que soy tu tía y tienes que entenderlo. Una relación entre tu y yo no es posible. ¿Acaso no crees que a mi no me gustaría?, claro que sí. Yo estaría gustosa de enredarme con un joven como tú y ¿a quien no?, pero no es posible Miguel, solo no es posible" – me dijo todo este discurso mientras se acercó acariciándome tímidamente la cabeza y luego dándome un abrazo.

Yo: "Ay tía, ¿porque me pasa esto? – le pregunté tranquilo y ya abrazado a ella con el olor de sus cabellos en mis narices.

I: "Cuando se tiene tu edad uno todo lo confunde" – me dijo como por decir algo.

Yo: "Lo siento" – y la abracé más fuerte. Era la primera vez que estábamos tan estrechamente abrasados. Sus pechos contra mi abdomen y mis manos alrededor de sus caderas. Sentí su respiración cortante y su calor corporal. Le di un beso suave en su frente y ella me abrazó más fuerte como agradecida.

I: "Soy tu tía, lo siento…lo siento" – me lo dijo con voz quebrada mientras sus manos me acariciaban la espalda de arriba abajo. Algo extraño pasó en ese abrazo. Su cuerpo pareció ablandarse y apegarse fuertemente al mío.

Yo: "Pero te quiero tía Chavelita, se que está mal y tal vez estoy confundido, pero para mí en este momento es lo único que cuenta" – se lo decía susurrando y abrazándola mas fuerte y rozando mi mejilla izquierda contra la su mejilla derecha en una caricia insidiosa y rayada en el erotismo sin que ella pusiera resistencia.

I: "Pero soy tu tía" – frotaba ahora su frente fruncida contra mis labios. Yo le besé la frente y la mejilla una y otra vez. Me sentí excitado al igual que ella. La atmósfera había cambiado.

Yo: "Eres una mujer" – y la abracé más fuerte hasta que sus senos gordos se aplastaron contra mi pecho.

I: "pero soy tu tía" – y empezó un leve meneo en su cadera como si estuviéramos bailando una canción lenta y romántica.

Yo: "Pero me gustas mucho" – le dije con susurro con mi aliento en su oído y mis exhalaciones cálidas tibiándole las orejas

I: "Soy…tu…tu…t-t-t-i-a" – su voz sonaba débil y nuestro abrazo no cesaba. Mi cuerpo se unía al de ella con firmeza y suavidad a la vez. Su corazón latía tan fuerte como el mío ys u respiración era entrecortada.

Yo: "M gustas muchísimo tía" – mi erección inminente era notoria debajo de mi sudadera de algodón que usaba para ir a veces a trotar y estaba seguro de que ella debía estar sintiéndola apretada y endurecida contra su abdomen rellenito mientras mi corazón acelerado me aturdía sin saber si era realidad o ficción lo que estaba ocurriendo.

I: "No…no…n-n-n-no…Miguel, soy…soy…t-t-tu…tía" – pero no se desprendía y ya mis labios rozaban tiernamente el lóbulo de su oreja izquierda. Ella se meneaba seductoramente como buscando sentir mi sexo rígido estrecharse contra la blandura de su cuerpo más y más.

Yo: "Ay…tía…como me gustas" – y le besé por detrás de su oreja y parte del cuello. Nuestros cuerpos estaban rozándose con movimientos muy atrevidos sin que ninguno de los dos se atreviera a detenerse.

I: "hmm…no…no…puede…ser…no…ah…hmmm" – mis manos se posaron sobre sus nalgas y mi boca buscó ardiente la suya. Sus ojos estaban cerrados con una expresión confusa entre querer y no querer, pero en la que el querer dominaba. Yo estaba emocionado y ya sin cerebro para pensar en lo que sucedía.

La besé en la boca y no hubo marcha atrás. Ni ella con su fortaleza pudo cambiar el rumbo de los acontecimientos. De pie nos recostamos contra la pared ella con su espalda sobre el muro y yo con libertad para comandar los movimientos. Nos besamos sin freno como dos jovencitos. Su boca entregada y de labios carnosos sabía aún a la fragancia fresca de la crema dental, pero que poco a poco fue dando paso a otro sabor cálido y suave de mujer. Su lengua serpenteaba con suavidad en mi boca y la mía en la de ella. No me atreví, sin embargo a dar el siguiente paso, fue ella quien lo hizo. Sin dejar de besarme un instante me fue bajando por los costados la sudadera que pronto cayó al suelo enredándome mis pies calzados en un viejo par de tenis y dejándome solo en franela y calzoncillos blancos. Sus manos hábilmente rozaron mis muslos desnudos y sentí una electrizante emoción. El beso se volvió atosigante, sofocado y sin control y ella como enloquecida me quitó la franela mientras caímos lentamente arrodillados en el piso. Tenía puesta la bata morada enteriza con la había dormido que le cubría hasta las pantorrillas y que la hacía ver mas gorda de lo que realmente era. El beso seguía y nuestros cuerpos entorpecidos y enredados entre prendas a medio quitar seguían hirviendo a fuego lento sobre el piso enfriado por la mañana.

I: "Ay…Miguelito…no…no…puede…ser" – decía sin poner la mínima resistencia ni dejar de darme piquitos con ansias.

Yo: "ahh…ay…tía……te…quiero"

I: "Y-yo…ta-ta-tam-bien"

Fue la única pausa que hicimos y en la que pude verle por primera vez los ojos marrones bien abiertos pero sin luz de control alguno. El brillo era diferente, como de lujuria, entrega, pasión, no había ningún atisbo de racionalidad en esa mirada perdida de mujer enamorada. Retornamos al beso infatigable e intenso y por primera vez me atreví a pasar mis manos por encima de la tela suave que escondía sus senos tan deseados. Los sentí blandos y más grandes de lo que suponía que eran. Ella gimió como aprobando mis caricias en esa zona exhortándome a que siguiera haciéndolo. Incómodos y enredados en el suelo, se las arregló para que su mano buscara con certeza y sin vacilar el paquete de mi erección por sobre el algodón del calzoncillo y sentí entonces como un respingo sus caricias seguras que se convertían en apretujones deliciosos. No sé porqué, pero en vez de continuar, solo intuí que deseaba mi sexo y quise complacerla. Me puse en pie en gesto atrevido, seguro, provocador con mis manos apoyadas en mis caderas ofreciéndole mi pene que parecía una gran nariz oculta en la tela blanca del calzoncillo. Lo tenía justo frente a su rostro ahora dócil.

I: "¿Te lo beso?"

Yo: "Si…por favor…si" – le alcancé a susurrar ansioso.

Con delicadeza me bajó el calzón hasta mis rodillas y como resorte salió disparado mi pene enhiesto, vivo y palpitante. Ella lo miró con curiosidad por un breve instante, cerró sus ojos y lo metió suavemente a en su boca cálida. Fue una descarga de emoción muy fuerte la que sentí. Su boca juguetona y tierna devoró por no sé cuanto tiempo el glande y buena parte del tallo de mi pene. Ella lo tragaba con soltura, como si ya lo hubiera hecho con migo otras veces y sus dos manos las tenía apoyadas en la parte delantera de mis muslos; yo, un poco doblado apoyaba mis manos contra la pared para buscar el equilibrio que la emoción del momento y la visión tenaz de mi tía haciéndome sexo oral me quitaban. El placer de sentir mi sexo en la boca de la mujer que amaba y deseaba era simplemente indecible. Lo hizo hasta sentirse exhausta y yo me sorprendí de no haberme llegado ante tanta carga erótica que experimentaba en mi cuerpo. Ella se levantó y creo que me iba a decir algo, pero yo no la dejé porque le estampé un beso profundo que ella nada hizo por evitar, mientras su mano acariciaba mis testículos.

I: "Quítate los zapatos…vamos a la cama" – me dijo con voz susurrante y expresión desesperada mientras caminando despacio y en retroceso sin dejar de mirarme se adentraba en su alcoba.

Yo: "Sí…tía"

Me quité los zapatos con la rapidez de un estornudo y la seguí totalmente desnudo y erecto. Cuando entré en la alcoba ella estaba ya sentada en la cama desordenada de tal modo que al acercarme mi pene quedó a centímetros de su boca. Lo volvió mamar con las mismas ganas de al principio por un breve momento y luego se reclinó un poco hacia atrás, acomodó una almohada y se acostó transversalmente con la cabeza apoyada en ella.

I: "ven…ven…te quiero sentir encima" – dijo desesperada y como sin control.

Me subí encima de ella que aún mantenía todo su ropaje y la besé nuevamente. El faldón de su bata se le había subido hasta poco mas arriba de sus mulsos y mis manos solo tuvieron que subirla un poco más. Sentí en mis manos la blandura y tibieza única de esas piernas desnudas mientras la besaba. Me hizo un gesto con su rostro para indicarme que me levantara un poco. Ansioso lo hice y ella se despojó de la bata. La vi entonces solo en ropa íntima. Era más hermosa de lo que la había imaginado en todas mis fantasías.

Sus senos carnosos estaban bien apretados, casi desbordados entre los sostenes clásicos color crema. Resultaron tremendamente excitantes ante mis ojos. Me sentí en la gloria misma. Su abdomen blando desparramado un poco por los excesos de grasa lucía hermoso y simplemente sensual. Mi tía, tras el parto de su único hijo, había engordado hasta llegar a ser una mujer rellenita y se había mantenido así a pesar de las tantas dietas que había intentado, pero par mí, así estaba bien; curiosamente me gustaba y me resultaba mas acogedora y excitante así rellenita. De hecho siempre pensé que ella luce mejor así gordita. Lentamente le deslicé su calzón crema de encajes, curiosamente con el mismo que había iniciado mi patético vicio de oler sus prendas sucias. Su vulva estaba bastante tupida de vellos púbicos en triángulo que contrastaban fuertemente con su piel morena clara. Abrió las piernas y el rojizo de los repliegues carnosos vaginales ante mi mirada me descontrolo aún más.

No sabía si acariciarla, lamerla, o penetrarla. Solo la contemplaba desnuda deleitándome ante su increíble excitación.

I: "Por favor…no me hagas…esperar Miguel…por favor" – me dijo casi suplicando desesperadamente.

Entonces me decidí. Puse el glande de mi pene justo en los repliegues carnosos que apenas se lograban entrever entre el mar de pelos y sin estar seguro de si allí estaba el hueco del placer. Recuerdo que tuve que resbalar el glande de mi pene varias veces balanceándolo hacia arriba y abajo hasta sentir que éste se hundía en un calor y una humedad atrayente. La penetré. Hice mía a mi propia tía. La embestí con torpeza de jovenzuelo hasta que con los minutos encontré el acomode preciso para penetrarla con comodidad y dedicación. Le hacía el amor mientras nos mirábamos fijamente a los ojos como diciéndonos cuan placentero, pero a la vez cuan mal estaba todo esto. Pero ya era demasiado tarde. El placer nos consumía y sus gemidos ahogaban cualquier posibilidad de retroceso. El placer era más grande que todos los placeres de todas las masturbaciones de todos los días de todos los meses que llevaba haciendo en nombre de la mujer prohibida que tenía justo bajo mi piel desnuda.

Sin dejar de penetrarla yo encima de ella, le fui desacomodando las copas de sus sostenes para que sus senos salieran a flote. Saqué uno y luego el otro. Lucían tan carnosos y parados aún apretados por la prenda. Las aureolas preciosas eran grandes y redondas y se degradaban de oscuro a claro mientras mas se alejaban del pezón espeso e hinchado por la excitación. Hundí mi rostro en ellos y probé las mieles de esas carnosidades blandas cumpliendo una de mis más recurrentes fantasías. Me los comí uno a uno sin pausa mientras embestía en un mete y saca tremendo que provocaba gemidos cada vez mas delatantes en mi tía. Por fortuna estábamos solos, pues no hubiera sido posible hacer el amor con otra persona en el apartamento porque seguramente habría podido escuchar. Sentí que estaba a punto de acabar. El cosquilleo inaguantable e irreversible lo tenía a flor de piel, no sabia si era posible terminar dentro o no y casi en el último momento logré preguntarle.

Yo: "¿Tía puedo terminar dentro – oooooo? – casi a punto de eyacular

I: "Si – iiiiii" – dijo en un grito jadeante.

De no haber tenido su permiso, igual no hubiera tenido tiempo de reaccionar. Eyaculé toda la carga de emoción de tanto tiempo acumulado en el interior de la persona amada mientras ambos jadeábamos de lujuria sin control y retornábamos lentamente a nuestro estado de sosiego. Estuvimos casi inconcientes algunos segundos. Quietos, yo encima, ella abajo con sus piernas abiertas y mi pene latente y chorreante en su vagina en ebullición y lubricada como seguramente no lo había estado en mucho tiempo. No había nada que hacer. Habíamos hecho el amor. Había yo cumplido mi sueño que nunca pensé posible. Había irrespetado a mi tía que no sé porqué decidió a hacer esto después de demostrar tanta resistencia. Porque ahora que lo recordaba, había sido ella, más que yo, quien hizo mas para que esto pasara. Había sido ella quien buscó a abrazarme y acariciarme, yo solo reaccioné sin querer decir con esto que yo no quería que pasara, porque ¿quien mas que yo para desear todo esto?

Ya recuperados y desnudos ambos boca arriba y mirando el techo blanco no me atreví a decir nada. Esperé a que fuera ella quien lo dijera. Que rompiera el hielo. Cerré los ojos. Sentí unas ganas de dormir plácidamente y me entregué a disfrutar del placer físico que aún quedaba en mi cuerpo, del calor del roce de su sexo que aún sentía en mi pene todavía algo erecto, y del goce psicológico que me embargaba de saber que acababa de hacer el amor con la mujer que mas deseaba en éste mundo aunque fuera prohibida.

I: "Pasó lo que no tenía que pasar" – me sacó del ensueño con una voz tranquila, pero decidida.

Yo: "Tía…lo siento…te dije que si querías yo me iba pe-" – me interrumpió.

I: "Shhh…no te estoy culpando mi amor. Ya paso…ya paso lo peor. Fui yo quien…permitió esto…Soy yo la mujer mayor, la adulta, la tía, la que llevaba el control. No tienes nada de que sentirte culpable Miguel. Tranquilo" – me lo decía mientras se cubría su desnudez con la sábana.

Yo: "Tía…no tienes porque sentirte mal."

I: "¿Te parece? ¿Crees que es normal que una mujer se acueste con su propio sobrino? Mira, tu eres joven y tal vez todo lo vez normal y sin problemas, pero yo, yo soy una mujer adulta y supuestamente consciente. Se supone que debo tener control. Siempre he sido decente. Ahora ya no lo soy después de esto. Ahora sé lo débil que en realidad soy. Me he portado como una…como una…una…perra" – decía como reprochándose

Yo: "No te digas así tía, eres una mujer decente y consciente tía. Lo único que has hecho es amar. Eres una mujer preciosa y única"

I: "Mira, no hablemos mas de esto y simplemente tratemos de olvidar todo lo que paso. Olvidémoslo por favor." – lo decía mientras se levantaba y se colocaba su ropa. Yo me sentí afligido y confundido pese a haber cumplido mi sueño.

Yo: "Tía, no te des duro. No te sientas culpable de nada. En el fondo nada malo pasó. Tu eres una mujer y yo un hombre. Nos deseamos e hicimos el amor" – le dije mientras me levantaba y caminaba al pasillo para buscar mi ropa.

I: "Mira Miguel, esto no puede volver a ocurrir, no está bien. Solo olvidémoslo, es todo lo que te pido. Portémonos bien y no tendremos mas tarde de que lamentarnos." – lo decía molesta consigo y sin atrever a mirarme.

Yo: "tía, pero…"

I: "Una cosa mas. Por favor prométeme que esto horrible que sucedió no se lo contarás ni a tu sombra" – me lo dijo ya con un tono suave y dulce mientras me tomaba de la mano y me daba una sonrisa nerviosa.

Yo: "Tía estate tranquila ¿Cómo se te ocurre que hablaría de esto con alguien? No tía. Este es mi secreto de amor" – le dije mientras me colocaba mi ropa.

I: "Ay…Miguel, ni sabes que es el amor. Está bien, solo por favor, entiéndeme mi posición de mujer. Te agradecería que tan solo lo guardes para ti."

En ese momento sonó el timbre. Eran las ocho y media de la mañana y Francia había llegado para cumplir con su oficio de lavar la ropa. Mientras me acercaba para abrir la puerta Isabel agregó:

I: "Ya no hay nada mas que hablar al respecto"

Yo asentí confuso. Me sentí mal. Me fui a la alcoba y experimentaba felicidad y al mismo tiempo un desosiego terrible. Cerraba los ojos y me acordaba del cuerpo desnudo de mi tía, de sus olores silvestres, de sus gemidos en mi oído, de las sensaciones deliciosas de su boca en mí chupando con avidez mi pene, del calor húmedo de su vagina cuando la penetraba, del sabor de sus senos carnosos en mi boca; pero eso se me revolvía en la consciencia con las palabras últimas de arrepentimiento que tenía. No sabía que hacer. Así que solo me quedé encerrado mirando la televisión, pero sin prestar atención a lo que presentaban porque mi espíritu no encontraba calma. Cuando salí de la alcoba Isabel se había marchado y Francia extrañada al verme con aire de dormilón me saludó y notó algo de tristeza en mi rostro. Me hizo preguntas que desvié con mentiras tontas que terminó por creer. Almorcé de mala gana y permanecí encerrado sin saber que hacer. Solo volví a ver a mi tía hasta bien de noche cuando salí de la alcoba a tomar agua. Ella justo en ese momento, llegaba de la calle, Me saludo y siguió a su alcoba sin voltear su mirada si quiera.

En la mañana del domingo me levanté temprano como de costumbre sin saber que hacer o que actitud tomar. Ella, como a las nueve de la mañana, salió de su alcoba vestida con la misma bata del día anterior y con su rostro hinchado de haber dormido.

I: "¿Cómo estas?"

Yo; "Bien ¿y tú?"

I: "Mas tranquila ahora" – me dijo abordando el tema que pensé que deseaba evitar.

Yo: "Me alegra. No tiene razón que no lo estés"

I: "Perdóname si fui tajante ayer después de…bueno…de lo que hicimos…entiéndeme lo confuso que es todo esto"

Yo: "Lo sé tía…lo sé"

I: "Perdóname"

Yo: "No tengo nada que perdonar, has actuado correctamente" – le dije serio

I: "He pensado un poco y la verdad, tienes razón…todo está en la cabeza…todo es un tabú. Tu eres un hombre y yo una mujer, así sea que seamos yo una tía mayor y tú un sobrino adolescente, pero la verdad, aún me suena extraño y no quisiera justificar lo que no se debe"

Yo: "Es así tía, así de sencillo"

Mi tía me confesó que no se sentía bien, pero que ya habíamos pasado un límite que no debimos cruzar y que por tanto era ya tonto arrepentirse. Era inútil pretender olvidarlo todo, mas teniendo en cuenta que vivíamos juntos y que nos deseábamos como locos. Manifestó lo muy delicioso que le resultó volver a tener a un hombre en su cuerpo y que no pudo dormir bien pensando y recreando las miles de sensaciones placenteras que tuvo mientras hicimos el amor y las imágenes de mi cuerpo desnudo al penetrarla. Expresó su amor, admiración y también deseos por mí. Que nunca se lo había imaginado y que de hecho jamás se sintió atraída por jovencitos, pero que no supo como yo había logrado penetras en su vida de esa manera. Justificó ese hecho con el argumento de que yo era un chico que definitivamente me comportaba como todo un hombre maduro y que esa combinación le era muy atractiva. Parecía resignada a aceptar las cosas y a seguir disfrutándolas como una coyuntura pasajera de su vida. Llegaba a conclusiones mientras hablaba como mirándose para dentro con mucha tranquilidad y cordura, pero con aceptación y sin tanto sentimiento de culpa. Se notó que había reflexionado sobre todo este asunto durante la larga noche.

I: "O sea que en ese mismo orden de ideas, entonces si yo fuera tu madre ¿igual ocurriría? No…no…Miguel…a mi no me parece eso bien." – me dijo de repente con gesto de desapruebo

Yo: "Tía…a mi tampoco…no creo que con la madre esté bien…ya eso es…eso…es…otra cosa diferente. Tú no eres mi madre, sino mi tía. Creo que eso de tener sexo con la propia madre ya si es muy aberrante, No te lo sé justificar, pero eso si ya no me parece de este mundo." – le dije con soltura.

I: "¿Te gustó, verdad? – me sorprendió con la pregunta que no agarré de inmediato

Yo: "¿Que cosa?" – le pregunté ingenuamente

I: "Lo de ayer bobito…hacerme el amor" – sonrió por primera vez y dándome a entender que ya no deseaba dar mas vueltas y juzgarse tanto por lo que ocurrió.

Yo: "Mucho tía…no he dejado de pensar en eso" – le dije con un poco de vergüenza.

I: "Yo tampoco Miguel, yo tampoco. Y bueno, entonces esta gordita no está nada mal ¿eh?" – lo decía recorriendo con sus ojos café su propio cuerpo.

Yo: "No, por el contrario…ésta gordita está muy…muy…sabrosa." – Le dije juguetonamente, pero luego puse tono serio – "tía, en serio…a ti... ¿Te gustó de veras?" – rió con picardía al escuchar.

I: "¿Tu que crees? Estoy que te cojo aquí mismo." – Me dijo con voz atrevida, provocativa y muy pasita al oído y me tomó de la mano obligándome a levantarme de la silla y seguirle –"Manuel nos puede oír…no hagas tanto ruido"

Ante mi asombro me condujo al cuarto de servicios desocupado al lado de la cocina en el que había solo una silla vieja, la mesa de planchar y una colchoneta anidada en un rincón. Entendí entonces que ese gesto era una inesperada e increíble invitación para volver a tener sexo a manera de reivindicación. Ni me lo creía de dicha.

Soltó la penca de la colchoneta que se abrió extendida sobre el piso. Cerró la puerta con seguro y encendió la luz amarillenta. Todo lo hizo con determinación como si ya lo hubiera planeado. La habitación olía húmedo. Yo me tendí boca arriba en la colchoneta para dejarle libre sus intenciones. De pie y dándome la espalda se despojó de la bata y su ropa íntima con agilidad y algo de desespero. Estaba decidida a tener sexo definitivamente. Le ví sus nalgas por primera vez. Eran gordas, un poco caídas y bastante claras, la derecha tenía un curioso lunar justo en el centro. Ese par de nalgas eran tan excitantes y tremendamente provocativas que de inmediato me originaron una erección potente. Se giró y me pareció imponente totalmente desnuda allí como una estatua grande viéndola desde abajo.

I: "Anda ¿qué esperas?, desnúdate, o ¿acaso me mas a dejar con las ganas?" – me dijo mientras colocaba sus ropas en la silla.

Reí complaciente, me quité la ropa y quedé tan desnudo como ella. Traté de levantarme, pero ella me detuvo con un ademán que hizo con su mano izquierda. Mi tía es zurda. Se arrodilló e inclinó su tronco para alcanzar mi pene que apuntaba al cielo. Lo mamó otra vez, pero con mas calma y entrega que la vez anterior. Se fue girando sin dejar de hacerme sexo oral y poco a poco sus nalgas las fui teniendo frente a mí. Su vulva cálida se arrastraba por mi pecho y luego la tuve casi en mi rostro. Nunca había visto una vulva y un par de nalgas tan cerca de mi cara. Eran tan imponentes y provocativas, pues si algunos atributos físicos resaltan en ella son precisamente sus nalgas abultadas y sus senos grandes. Su vulva era realmente amplia y entonces supe el porqué de aquellos comentarios obscenos que escuchaba sobre el sexo de mi tía: "Chavelita la mandona" o "Chavelita la panochona" o "Chavelita la conchona" y otros mas. De veras que ahora, teniendo su sexo justo en mi rostro, pude comprobar lo amplio, generoso y abundante que era. Todo olía fuerte. Olía a sexo de mujer. Era la fuente deliciosa de los aromas que se impregnaban en los tantos calzones que había aspirado. Tenía ya la raja abierta, rojiza y humectante y pude distinguir su pequeño clítoris. Su sexo parecía transpirar como un ser vivo independiente. Me la acercó después postrando su cuerpo voluptuoso encima del mío. Ella mamaba mi pene y yo ansioso busqué por vez primera las mieles de su sexo. Lo probé. Restregué la lengua entre los repliegues de su vulva. Probé sus labios mayores y luego sus labios mas delicados, mojados e internos. Fue extraño y delicioso a la vez. En principio desagradable para ser sensato, pero a medida que hurgaba con mi lengua contra la humedad de esas carnes blandas me fue resultando muy agradable el sabor que se formaba en mis papilas. Pronto le estaba comiendo su sexo con tanta naturalidad como si fuera su boca y hasta me atrevía a dar pasadas de lengua, muy puntuales e insistentes por su ano. Ella daba respingos y su piel se le descomponía como un erizo cuando lograba puntear su clítoris o cierta región de su ano sensible. Disciplinada lamía mi pene, lo penetraba y lo sacaba de su boca, lo lamía arriba y abajo, lo mordisqueaba tiernamente, luego lo metía y sacaba con cierta violencia sacudiendo su cabeza y yo solamente gozaba y gozaba. Yo estaba en la gloria mientras hacía fiesta con mi boca en sus carnes vivas. Pensaba en lo indescifrable que me resultaba mi tía. En un momento decía sí y luego decía no. Creo que estaba confundida y eso explicaba su actitud cambiante. Pero ahora ella quería tenerme, así que yo debía olvidarme de todo y disfrutar de su cuerpo. Su sexo lo sentí rico y parecía humedecerse cada vez más y más bañando de lubricaciones toda mi boca que se llenaba de espesura. Tenía que luchar a sacar de vez en cuando algunos vellos que lograban desprenderse y enredarse en mi boca. Gimió como si hubiera tenido un orgasmo.

Se levantó por fin con una expresión de ansiedad y de placer en sus ojos café. Tomó mi pene con su mano y lo dirigió restregando el glande contra los repliegues hinchados de su vagina. Cuando se sintió segura de haberlo apuntado bien se dejó caer sentada frente de frente a mí ensartándose y dándome una sensación deliciosa de calor y suavidad. Empezó un sube y baja cadencioso y lento que me desesperó. Su azabache y espeso vello púbico se mezclaba con el mío cuando bajaba, sus senos grandes y ahora más definidos que como los había visto ayer, se balanceaban desparramados a lado y lado. Se veía muy bonita a pesar de su expresión de mujer acabada de levantarse. De repente entre los jadeos ahogados sentimos un ruido. Por lo visto Manuel se había despertado, pero ella no se alarmó, pareció tenerlo todo planeado. Me invitó a hacer absoluto silencio con el gesto universal de colocar verticalmente el dedo índice cruzado transversalmente por sobre los labios. Se quedó quieta y penetrada totalmente, con su cuerpo echado un poco hacía atrás hasta alcanzar apoyarse con sus manos en mis tobillos mientras yo ahogaba mis jadeos contemplándole los hermosos senos desnudos, la desnudez de sus kilos de más y su triangulo de pelos que parecían tragarse todo mi pene. Sentimos la voz de Manuel llamando a la puerta del cuarto de ella, luego lo escuchamos caminando todos los espacios, menos hacia el que nos hallábamos; no se lo ocurriría nunca y de ser así, el pistillo asegurado de la puerta lo hubiera hecho descartar la posibilidad de pensar que allí pudiera haber alguien. Lo sentimos luego llegar a la cocina y nos divertía jugar a los ladrones escondidos mientras hacíamos el amor. Nos reíamos ahogadamente de la travesura. Luego lo oímos alejarse resignado, seguramente para su alcoba. Habría concluido con certeza que de momento ni su madre, ni su primo estaban en casa.

Cuando estuvimos seguros de que Manuel se había devuelto hacía su habitación ella continuó meneándose encima de mí. Gozaba tanto. Por momentos subía y bajaba con suma sensualidad, por momentos se aceleraba y haciendo movimientos cortos con una increíble agilidad moviendo sus caderas hacia delante y hacía atrás mientras sus senos grandes bamboleaban como péndulos pesados. Se cansó luego de un rato de ser ella en comandar los movimientos. Bañada en sudor, con su pelo envuelto en un moño impreciso y sin decir nada se bajó de mi cuerpo, se extendió boca abajo justo a mi lado en el espacio breve que quedaba de la colchoneta desgastada. Tuve su espalda y su trasero todo para mí. Lo contemplé excitado al mismo tiempo que sentía mi pene palpitar de tanta excitación con la ansiedad de volverse a meterlo en esa cueva tan placentera. Me encimé acostado sobre su humanidad y mientras le besaba el cuello y la espalda sudada, juguetonamente resbalé varias veces mi pene mojado de sus jugos por el canal de sus nalgas, tocando ligeramente su ano, hice algo de presión para hundirlo allí asumiendo tener permiso, pero me lo impidió

I: "No Miguel, ahora no…otro día lo hacemos por allí…hoy no…ahora está muy seco. Hay que lubricarlo primero y me arde así. Otro día te lo enseñaré". – me habló como una maestra lo hace con su pupilo mas preciado.

Me regocijó el saber que mi tía no era negada al sexo anal, simplemente era cuestión de esperar otra ocasión en la que las condiciones se dieran. Abrió entonces más las piernas y la penetré nuevamente por la vagina desde atrás con mi pelvis aplastada contra sus nalgas grandes que parecían dos montañas. Allí continué agitadamente en un movimiento rítmico que pareció ocasionarle un orgasmo profundo que sin embargo pudo experimentar sin hacer ruidos delatadores. Terminé casi al mismo tiempo con ella y no retiré el miembro hasta no sentir el último espasmo y la última gota derramarse en lo más profundo de su sexo.

I: "Definitivamente lo haces rico. No recuerdo haber gozado tanto antes" – me dijo con expresión de complacencia y casi sin aliento.

Yo: "Tú también lo hacer muy rico tía" – le respondí sacando lentamente de su cueva mi pene medio en erección y aún mojado de mi propio semen.

I: "Gracias" – me dijo exhalando y con un ademán demostrando estar exhausta.

Luego de varios minutos de quedarnos quietos y en silencio recuperándonos del exceso de placer. Se levantó, se vistió con sigilo y abrió la puerta despacio y algo temerosa. Salió a la cocina, hecho un vistazo y se regresó. Se quedó bajo el umbral de la puerta medio abierta y con su mano me indico que ya podía salir. Me terminé de vestir y salí sudado de la alcoba sofocante no sin antes recoger la colchoneta que estaba mojada de nuestros sudores. Me dijo despacio, casi al oído que saliera a la calle y que simulara venir de afuera para no levantar sospechas. Ella se dirigió a la alcoba de Manuel, pero al parecer lo encontró dormido nuevamente.

Mientras preparábamos el desayuno y con voz pasita, conversamos largamente sobre lo que había sucedido. Esta vez, como dos personas reflexivas. Convenimos en que no estaba correcto lo que hacíamos, pero que era una manera de desinhibirnos los placeres acumulados. Nos prometimos mantener eso en secreto y respetar el hecho de que no era posible pretender ser pareja como tal, más allá del afecto y del sexo eventual.

I: "Algún día te enamorarás de alguna chica de tu edad y así lo entenderé. No te preocupes en ocultarlo. No pretendo ahora que seas mi marido. Ojala que eso ocurra pronto"

Yo: "te quiero tía"

I: "Yo a ti también, pero lo nuestro es un imposible. Solo seamos lo que somos mientras vivas aquí. Si consigo alguna vez un marido te lo haré saber y está de mas decirte que será el fin" – me dijo con determinación.

Yo: "Está bien tía, lo entenderé"

I: "Es que uno mujer necesita…tu sabes" – se justificaba

Yo: "Lo sé tía. Yo estaré dispuesto a complacerte mientras se pueda. Lo entiendo"

I: "Eres un pícaro…quien te ve con esa carita de mosquita muerta, nadie imaginaría lo atrevido y provocador que logras ser en la cama" – me dijo riendo.

Yo: "Tía, ¿te puedo preguntar algo?"

I: "Si, claro"

Yo: "Has dejado que me moje dentro de ti ayer y ahora, ¿como sabes que no te…que no te…?"

I: "¿Que no me vas a preñar?" – Me interrumpió adelantándose a responder - "Ah…por el período. Se me fue apenas el miércoles, por eso sé que no tengo óvulos fértiles. Podremos coger sin riesgos como hasta el otro miércoles, después ya debemos tener cuidado" – sentí una felicidad con esa respuesta, como si fuera una consolidación absoluta al otorgarme la potestad de hacerla mi mujer cada vez que se antojara.

Consagramos esa extraña relación muy en silencio y con una absoluta prudencia. Fui el chico más feliz del mundo por varios meses. Sentía que mi tía era mía y yo de ella. Hacíamos el amor a nuestro antojo, pero siempre procurando tener toda la prudencia del caso. A veces osadamente lo hacíamos entre semana cuando en la madrugada con sigilo me metía en su alcoba antes de que la alarma sonara a las cinco y cuarenta y cinco, hora de despertar para Manuel, mi primo. En los períodos fértiles ensayamos píldoras anticonceptivas, pero eso le producía a ella quebrantos de salud así que me vi obligado a incluir en la canasta familiar de los sábados una paquita de condones, cosa que poco nos agradaba.

El día que cumplí los dieciocho años vivimos el único momento de real riesgo, mas por imprudencia de ella que por otra cosa. Era un jueves, recuerdo, y ella se había levantado incluso antes que yo. Me esperó en la cocina casi desnuda, solo en una diminuta tanga nueva color rojo que compró para sorprenderme. Me excito muchísimo verla allí. La tomé desde atrás recostando mi cuerpo contra el de ella y amasando con mis manos sus senos tibios. Me agaché para quitarle la prenda con mi boca y pronto la tuve toda desnuda. Como perrito faldero me comí su sexo desde abajo. Me sorprendí de lo excitaba que ya estaba, porque sus lubricaciones corrían por sus muslos cuando yo lamía y lamía. Ella se permitió unos gemidos algo fuertes y me pidió ansiosa que la penetrara. Se apoyó inclinada en el mesón de la cocina curvando su cuerpo y respingando su trasero para ofrecerme su sexo. La tomé desde atrás y solo me bastó con bajarme un poco mi pijama. Mi pene entró de un solo golpe y pronto ese calor delicioso de su sexo me invadió en un goce delicioso. Isabel se batía siendo ella la de los movimientos. Yo permanecí de pie, quieto con mis manos sobre sus caderas. Ella se meneaba hacía delante y hacía atrás para resbalar mi pene insistentemente dentro en su vagina. Estábamos en el máximo punto de placer cuando milagrosamente a pesar de nuestros jadeos alcanzamos a oír el sonido de la puerta de la alcoba de Manuel al cerrarse. Nos extrañamos de que se levantara tan temprano sin necesidad de esperar a que su alarma sonara insistentemente como suele ocurrir. Me desensarté rápidamente de Isabel con mi pene mojado y en ebullición y como pude me zambullí en la alcoba de servicios sin hacer ruidos delatadores. Cerré la puerta muy despacio. Por fortuna logré encerrarme asustado y en silencio antes de que Manuel me viera. Isabel logró apenas colocarse su tanga. Al hallar Manuel a su madre casi desnuda en la cocina se sorprendió a pesar de su inocencia. Yo atento y temblando de susto escuché la conversa.

M: "Mamá buenos di - ¡mamá! - ¿Por qué estas sin ropa?...te puede ver Miguelito así" – expresó el niño sorprendido y con ingenuidad.

I: "Cariño…es que…es que…se me estaba botando la leche que puse a hervir y tuve que salir corriendo del baño para bajar la olla" – dijo mi tía con voz muy agitada y en un tono falso.

M: "Ah…y ¿Dónde está Miguelito? – preguntó extrañado el niño.

I: "Salió a…a…trotar…tu sabes…que a veces lo hace" – contestó Isabel ya un poco mas controlada - "anda Manuel, ve a bañarte, creo que ya es un poco tarde" – le dijo con insistencia.

M: "Tengo frío todavía y es muy temprano mamá." – respondió mi primo con voz ronca.

I: "Ándate cariño, entra al baño para que te vayas aclimatando al agua fría. Así ya no tendrás que temblar de frío como lo haces todos los días." – insistió angustiada mi tía en voz alta para que yo pudiera oír.

Finalmente Manuel se fue al baño y hasta cuando no escuché correr el agua de la regadera del baño, no me atreví a salir. Al abrir la puerta me encontré que Isabel ya me había traído mi ropa de salir a trotar al igual que mi par de tenis para que me los pusiera y simulara venir de afuera como si realmente estuviera trotando. Ya se había puesto su bata. Estaba agitada todavía y algo asustada, pero se mofaba de toda la situación. Se alzó el faldón y me enseñó como estaba de mojada su prenda.

I: "Estoy que me quemo de ganas por dentro."

Yo: "Igualmente." – le dije resignado mientras me vestía con mala gana, pero con ganas de terminar lo que habíamos empezado sintiendo como recuperaba erección.

Le insinué continuar todo al intentar tomarla, con un gesto atrevido, por sus caderas levantándole el faldón de su bata y asiéndola hacía mi cuerpo, pero ella escurridiza y temerosa me dijo que mejor tuviéramos prudencia. Me dio un beso y me susurró un feliz cumpleaños al oído. Me recordó que a partir de ese día ya era mayor de edad y que ya debías sentirme como todo un hombre hecho y derecho. Ese día no fue posible tener sexo. Debimos esperar hasta la madrugada del día siguiente para desquitárnoslas con desenfreno en su alcoba.

Mi abuela decía: "A lo que uno le huye siempre termina alcanzándolo", y así fue el caso. Pasaron muchos meses y nosotros seguimos con esa relación incestuosa. La aprendimos a sobrellevar y manejar como lo más natural del mundo siempre con mucha prudencia y cordura. Siempre con cuidado, pero cuando faltaban escasos tres meses para terminar mis estudios pasó algo inesperado. Mi tía se había tomado unos tragos con unas amigas. Eso era raro en ella, pues siempre fue una mujer más bien de tendencia abstemia. Llegó un poco tarde y algo tomada ese sábado por la tarde después de trabajar. Manuel estaba con su padre y Francia se acababa de marchar tras haber lavado y planchado.

Mi tía llegó con unos deseos de sexo inaguantables. Igual yo también deseaba hacerlo a pesar de tener algo de sueño. De hecho habíamos tenido abstención sexual por unas semanas dado que ella padeció una cistitis que la mantuvo inflamada en sus partes y la obligó a someterse a un tratamiento que le sugería abstenerse de tener relaciones íntimas, pero para esos días ya había mejorado.

A lo que entró en el apartamento y se dio cuenta que estábamos solos me besó en la boca como señal de querer sexo. Ni siquiera fuimos a la alcoba, cerramos las cortinas de la sala e hicimos el amor desaforadamente entre el sofá y la alfombra de la. Lo sentí delicioso sobre todo después de casi tres semanas de abstinencia. Le terminé dentro muy rico, el primer orgasmo y luego en la segunda faena la terminé exhausto en el ano, cosa que a ella le gustaba. Luego de la euforia nos bañamos, nos vestimos y salimos a comer. Todo transcurrió sin novedad hasta que dos semanas más tarde ella me hizo un comentario tenebroso:

I: "Miguel, no me ha llegado el período"

Yo: "¿No? – pregunté asustado

I: "No"

Yo: "Tía, pero si me dijiste aquella vez que no había problema. Que ya te iba a llegar la regla al día siguiente y que por tanto podíamos hacerlo sin condón."

I: "Si, lo sé, soy muy regular, es extraño. Tal vez se me atrasó esta vez. No hay que alarmarse. Esperemos"

Pero luego de una semana de espera, al ver que no menstruaba, mi tía se hizo un examen y dio un temible positivo. Estaba preñada. Fue la locura. El azar nos jugó una mala pasada, porque extrañamente en esa ocasión a ella se le retrasó el período menstrual y nos confiamos de eso. Sobrevinieron los lamentos, las tensiones, las culpas, las angustias y por último la terrible decisión de abortar. Tomó unas píldoras potentes que le hicieron botar la aun incipiente criatura. Eso me turbó mucho y marcó mi vida y la de ella también. Yo nunca la dejé de apoyar y de consolar, pero no nos sentimos bien con lo que hicimos. No hallamos otra opción para esa angustia, pues concluimos que hubiera resultado mucho más aberrante el que ella diera a luz un hijo de su propio sobrino. Vivir con eso hubiera sido terrible. Ya con el solo hecho de ser amantes nos bastaba para sentirnos atados a cierta culpa como para ahora cargar con otro lastre tan pesado en nuestras conciencias. No volvimos a hacer el amor hasta el día de mi graduación cuatro meses después. Y lo hicimos con pasión, pero con todo el cuidado del mundo.

I: "Bueno, ya es hora de dejar esto Miguel"

Yo: "Si, tía. Lo sé. Te quiero y te voy extrañar"

I: "También, pero es lo mejor. Te puedes quedar un mes mientras consigues trabajo, sino simplemente desde el pueblo puedes buscar y si necesitas venir, esta será siempre tu casa"

Yo: "Gracias tía, gracias por todo y perdona las desgracias que te ocasioné."

I: "No me las ocasionaste. Fue una experiencia que no debió suceder, pero que sucedió. Simplemente tratemos de vivir con eso sin martirizarnos tanto. Nos hemos querido mucho"

Me fui al pueblo dos días después de la graduación no sin antes hacerle nuevamente el amor a Isabel de madrugada con toda la carga de emoción del mundo al saber que tal vez era la última vez. Llevé, no obstante, muchas hojas de vida a varias compañías. Nada sucedió, pero como a los tres meses de esperas y de entrevistas fallidas me fui a trabajar a otra ciudad más pequeña gracias a la recomendación muy buena que hizo un profesor que me tenía aprecio. La ciudad estaba como a cinco horas en autobús de allí. Empecé así muy emocionado mi primer empleo en una pequeña compañía nueva que se había instalado y me fue muy bien. Inicié otra etapa en mi vida que por fortuna me alejó bastante de mi tía. Sin embargo mantenía comunicación con ella a través de correos electrónicos semanales. Solo nos mandábamos saludos como para saber que ambos estábamos bien. Nos daba miedo decir cosas más allá que pudieran revolver el avispero.

Pero las ausencias duraron solo seis meses, porque durante una capacitación de dos días que tuve que hacer en la compañía justo en la ciudad en la que vive mi tía, no me aguanté la tentación y la llamé para invitarla a cenar. Pensé que no iba a aceptar, pero no solo se alegró y emocionó al escucharme, sino que se presentó bien arreglada y hermosa al hotel en el que me hospedaba con dos compañeros más. Estos hasta hicieron comentarios algo obscenos de mal gusto cuando la vieron llegar con un vestido azul algo corto y bastante escotado en el que lucía sus senos grandes, pues nunca supieron que se trataba de una tía mía hasta después que les comenté y se sintieron tan avergonzados que me pidieron disculpas sin sospechar nunca ni por asomo la relación amorosa que existía entre ella y yo. Me senté entonces con ella aparte, en otra mesa mientras comíamos y nos vomitamos otra vez el deseo de estar juntos. No tuvimos que discutirlo mucho. Simplemente como si ya lo hubiéramos acordado, nos fuimos en taxi a un motel a las afuera de la ciudad que ella misma escogió y nos fulminamos en una alcoba grande que tenía una cama ancha de colchón de agua y en sus paredes varios espejos. Ahora la encontré más delgada. Caímos otra vez en los deseos impropios. Ya yo no era un niño, ya tenía veinte cumplidos y era independiente. Ella me trataba ya como un hombre y no tanto como su sobrino consentido. Después de hacer varias veces el amor y con el cansancio encima, nos quedamos desnudos y en silencio como un a hora. Yo le sobaba los senos y ella gimoteaba y me besaba. Solo al ver que eran casi las diez de la noche la hizo reaccionar al acordarse de su hijo que seguramente estaría esperándola en ya preocupado en el apartamentote de Marta la vecina. Llamó para tranquilizarse y disculparse y entonces con esas ganas de querer dormir juntos nos despedimos y sin necesidad de hablar sabíamos que hacernos el amor sería cuestión de que alguno de los dos así lo decidiera. De hecho han pasado años así y no lo hemos podido dejar, puesto que alguno de los dos siempre termina buscando al otro para culminar en una cama.

Han transcurrido siete largos años desde que todo esto sucedió y a pesar de cientos de promesas y puntos finales, no lo hemos podido superar. Ahora tengo una novia en la ciudad en la que vivo. Me siento muy contento con ella y la relación es normal y bastante sólida. Estoy con ella hace mas de un año y medio y no me quejo hasta ahora de mi pareja, pero sigo con ese punto oscuro en mi vida. Sigo pensando en mi tía Isabel, sigo deseándola aunque el tiempo y la distancia han podido apaciguar eso un poco, pero eso no quiere decir que ya lo hayamos superado. Tal vez cuando ella esté mas vieja y menos atractiva lo logre hacer, pero de momento es muy difícil. Ella tiene ahora cuarenta y un años cumplidos y ya pinta algunas canas en sus cabellos largos, pero sigue siendo bella y exuberante para mi gusto. Tiene un compañero hace un año y convive con él, pero los correos que nos enviamos siguen siendo muy dicientes.

La última vez que hicimos el amor fue hace tres meses. Yo pasé por su apartamento a visitarla tras venir de regresar del pueblo donde viven mis padres. Al llegar la hallé sola como a las cinco y media de la tarde. Ella acababa de llegar del trabajo y mi primo Manuel, ya mayorcito había salido por el barrio. Su ahora marido no llegaba hasta las siete, así que no perdimos tiempo y allí en la cocina sin desnudarnos mucho, como para estar preparados y no ser sorprendidos, lo hicimos despacio. Se arrodilló resuelta y ansiosa, me sacó mi miembro y lo metió en su boca de un solo tajo como si fuera el último pene del mundo. Lo mamo suavemente y cuando estuvo bien tieso se levantó urgida. Se sentó en el mesón con las piernas abiertas y sin quitarse la falda. El calzón cayó al suelo y yo orienté mi pene hacia su vulva hirviente. No alcanzaba a meterlo porque estaba muy alto, así que tomé un libro gordo de una enciclopedia que estaba abierto en la mesa de comedor, lo cerré y descalzo me subí en el. Quedé a la altura perfecta. Su vulva ahora estaba afeitada, a gusto de su actual marido, como me explicó y la verdad me resultó atractiva así. Se sacó sus pechos tras desbrochar los tres primeros botones de su camisa y desacomodar sus sostenes de gran talla. Me ofreció ese par de pechos tan jugosos que nunca he dejado de extrañar para que se los mamara mientras mi pene arremetía dentro en su vagina deliciosamente. Estaba tan excitada que en menos de lo normal experimentó un orgasmo intenso que ahogo en un gemido profundo obligándome a quedarme quieto. Me abrazó fuertemente con brazos por el cuello y con sus piernas alrededor de mis caderas como tenazas. Luego de unos minutos pude terminar y continuar embistiéndola a pesar de su sensibilidad en su irritada vagina, pero aguantó un poco para que yo tuviera el orgasmo. Esta vez no le consulté. Simplemente saqué mi miembro al sentir el placer de la eyaculación inevitable y vomité todo el semen del mundo fuera ensuciándole un poco su falda, sus muslos y parte de su vulva. Tomamos aire sonriéndonos allí abrazados y besándonos con ternura por haber tenido placer después de tanto tiempo y luego ella se fue al baño a limpiarse. Nos despedimos con un beso desesperado en la puerta del apartamento. Me marché no si antes encontrarme con mi primo abajo en la puerta del edificio. Estaba ya bastante crecido y le ofrecí pasarse unos días en mi casa.

No he vuelto a ver a mi tía desde esa vez, pero le he escrito manifestando lo mucho que la quiero y que la deseo. Ella igual me corresponde y me expresa lo mucho que me desea y que solo espera una oportunidad para hacer el amor. Ahora somos amantes infieles a nuestras parejas. No es algo de lo que me sienta orgulloso y de veras desearía que no fuera así, pero una cosa es decirlo y otra muy distinta llevarlo a la realidad. De nuestras compañías actuales no nos hablamos mucho por simple tacto y respeto. Ella evita al máximo tocar el tema de mi novia a quien apenas si conoce y con la que ha cruzado algunas palabras, e igual yo no le hago muchas preguntas sobre su compañero con quien apenas he hablado por teléfono y he visto en alguna que otra reunión familiar. Nos conformamos con saber que estamos bien en ese sentido. Ambos, muy en el fondo, sabemos que volver a hacer el amor será cuestión de esperar a que las circunstancias se den.

Bueno, espero les haya agradado y disculpen de todas maneras por lo extensa de ésta historia. Un saludo cordial a todos y espero sus comentarios. Gracias.