Enamorado de mi madre, obsesionado con su cuerpo 1

En la vida de todo hombre la madre es su primer amor, pero hasta dónde puede llegar ese amor...

Enamorado de mi madre, obsesionado con su cuerpo I.

No recuerdo bien con que edad empecé a tener esa extraña sensación. Tendría sobre los once o doce años, creo pues mi memoria me juega ya malas pasadas, cuando empecé a sentir la necesidad de ver el cuerpo de mi madre. Me refiero a verla desnuda… o mejor con ropa interior. Siempre me excitaron mucho las mujeres con lencería fina, con ligueros… los encajes y las transparencias me volvían loco.

Pero os hablaré un poco de ella. Su nombre era Cristina, medía un metro setenta y sus curvas eran impresionantes. Por aquellos días tenía treinta y un años. Su pelo castaño y rizado adornaba aquellos ojos verdes, aquellos labios de sonrisa permanente. Sus pechos eran perfectos, ni demasiados grandes ni demasiados pequeños. Sus caderas anchas remataban un culo redondo y prominente que más de una noche disfruté de su roce.

Recuerdo que por aquellos años, cuando yo andaba por los once o doce años, empecé a tener mis primeras pajas, empezaron a atraerme las mujeres. Y como era lógico lo que más me atraían eran las mujeres que yo consideraba mayores, aquellas que tenían más o menos la edad de mi madre.

Profesoras, vecinas, tías y demás fueron inspiración para mi calenturienta, joven y pervertida mente que estaba descubriendo el goce en soledad. Más de una sábana manché; más de una ducha pasé tocando la zambomba… Cualquier momento de soledad empezaba a ser bueno para gozar.

Mi madre y yo vivíamos solos. Mi padre murió cuando yo tenía un año y ella no volvió a casarse. Creo que no volvió a tener más amantes en su cama. Ella tenía que trabajar para mantenernos. Al principio lo pasó mal, no sólo por la pérdida de su querido esposo, si no además encontrarse sola con un hijo y teniendo que llevar todo.

De esta manera, sobre los once años aprendí a desenvolverme sólo, ayudándola en las tareas de la casa, pasando bastantes horas solo cuando ella trabajaba, sobre todo en verano. Pero lo mejor eran las noches. Ella siempre decía que la oscuridad le daba miedo y nunca quiso que durmiéramos separados. De forma que tan sólo teníamos un dormitorio, el de mis padres, con una cama de matrimonio que compartíamos. Y allí, en aquella cama, fue donde empezó mi obsesión por el maravilloso cuerpo de mi madre.

Recuerdo la primera noche que sentí algo por ella, algo sexual. Recuerdo que era una noche de tormenta. Nos acostamos como todas las noches y ella sentía pánico con cada trueno que sonaba. Se colocó de lado, dándome la espalda, acurrucada y me pidió que la abrazara. Me acerqué por detrás, me coloqué de lado mirando hacia ella y un brazo lo pasé por encima de su cuerpo. Rápidamente agarró mi mano y tiró de mí, haciendo que me pegara a ella. El otro brazo quedó torpemente colocado entre nuestros cuerpo y resultaba incómodo la postura, para mí y para ella.

-¡Cariño, pasa el brazo por debajo de mi cabeza! – Me dijo levantando la cabeza.

Tenía a mi madre abrazada. Sentía la calidez de su maravilloso cuerpo. Podía oler el maravilloso perfume en su pelo rizado. Sobre mi brazo descansaba su cuello y podía sentir su respiración en mi piel. La mano que la abrazaba por la cintura era sujetada por las suyas, de forma que descansaba sobre su barriga. Pero lo mejor de todo era sentir su hermoso culo contra mi sexo. Sentí el instinto de moverme y restregar mi pene contra ella, pero no podía hacer eso. Poco a poco la tormenta se fue alejando y sentí como mi madre se tranquilizaba hasta quedarse dormida agarrada a mi mano y abrazada por mí. Me agité levemente para sentir con todo mi cuerpo el suyo y me dormí feliz de poder estar con ella.

Desde aquel día empezó mi obseso deseo por el cuerpo de mi madre. Me gustaba admirarla cuando andaba por la casa, con aquellos vestidos livianos que usaba para estar por allí. Cuando se vestía para ir al trabajo por las mañanas, me gustaba entre abrir los ojos y observarla en secreto, verla en bragas y sujetador, ver como poco a poco se iba poniendo sus ropas.

Recuerdo, tendría ya los catorce años, un día que íbamos a una boda de no sé prima de la hija de no se quién… Total que como siempre corriendo para llegar. Yo ya estaba vestido, pero mi madre aún no había acabado en la habitación.

-¡Pablo, hijo ven! – Me llamó desde la habitación. - ¡Ayúdame con este maldito traje!

Entré en la habitación y allí estaba ella, preciosa como siempre, con aquel traje ceñido a su cuerpo y medio abrochado por la espalda.

-¡Por favor, no puedo subir esta maldita cremallera! – Intentaba manipularla con las manos en la espalda pero todo lo que hacía era resoplar y maldecir.

-Espera mamá. – Le dije y me coloqué tras ella para ver que pasaba.

Aquella visión me hipnotizó por completo. Tenía un peinado con un moño que recogía todo su pelo sobre su cabeza, de forma que su estilizado cuello quedaba a la vista. El vestido se abría a ambos lados de su espalda y podía ver su hermosa figura. Su espalda de delicada piel cruzada por la tela de su sujetador. Bajé la vista y su espalda se estrechaba hasta llegar a su delicada cintura para abrirse de nuevo en aquellas deseadas caderas ceñidas por el vestido. Y el comienzo de su culo, con aquellas bragas negras de encaje, podía ver a través de la fina tela el comienzo de la raja de su culo.

No sé cuanto tiempo pasé contemplando aquella mujer tan hermosa, pero mi instinto me pedía que me acercara a ella y le besara su cuello y acariciara su cuerpo, aquel deseo me invadía poco a poco y alargué mis manos para acariciar su cintura por debajo de la tela.

-¡Vamos Pablo, qué no tenemos todo el día! – Su voz me sacó de mi ensueño y me puso nervioso como si me hubiera descubierto mis pensamientos. - ¿La puedes subir?

-¡Me cuesta trabajo! – Le dije intentando manipular la cremallera y deseando que no subiera nunca. - ¡No puedo, está atascada con la tela!

-¡Siempre igual, siempre los últimos! – Protestaba y maldecía sin parar. - ¡A ver que le pasa a este puñetero vestido!

Si muchas veces me había masturbado con la imagen de mi madre, imaginando como sería vestida de forma provocativa, con lencería de la que mi imaginación lujuriosa estaba enamorada, aquel día toqué el cielo y no olvidé nunca la imagen que mi madre, de forma natural, me ofreció.

Se quitó el vestido por completo y lo cogió del suelo para manipular la cremallera. Mis ojos se abrieron de par en para. Mi imaginación no tendría que trabajar nunca más. Mi madre, mi joven y hermosa madre, aquella mujer de treinta y cuatro años estaba de pie, frente a mí. Su sujetador era de encaje al igual que sus bragas y podía ver perfectamente sus oscuros pezones de aureolas pequeñas. Eran perfectas con la forma que aquella prenda les daba. Llevaba un portaligas que sujetaban unas medias que llegaban un poco más alto de medio muslo, aquellos muslos perfectos que ella tenía. Estaba de lado y podía ver la curva perfecta de su culo cubierto por la tela negra y traslúcida… podía ver el triángulo que formaba sobre su sexo. Me excité.

Consiguió quitar el enganche de la cremallera y volvió a colocarse el vestido, se volvió y me pidió que le subiera la cremallera.

-¡Súbela, pero ten cuidado que no se vuelva a atascar!

Empecé a subir y la tela intentó de nuevo enredarse. Metí una mano por dentro del vestido, con la palma extendida y con un dedo como guía del filo que tanto estaba estorbando. Mi mano tocó la delicada tela de aquellas bragas que guardaban mi añorado tesoro y empecé a deslizar la cremallera hacia arriba a la vez que movía la mano que hacía de guía.

Pude tocarla desde el culo hasta llegar a su espalda. No es que sea mucho aquello, incluso mi madre no le dio la más mínima importancia a que su hijo pasara su mano por todo su cuerpo desnudo, pero a mis catorce años aquello me produjo una excitación tremenda y unos recuerdos para no sé cuantas pajas.

Y la verdad que aquella boda no la olvidaré mientras viva, pero no por la celebración, no, si no por el antes que os he narrado y por el final del día que paso a contaros.

Volvimos de la fiesta con mis tíos que vivían cerca de nosotros y con los que nos habíamos ido. Mi madre había bebido un poco más de la cuenta, no estaba borracha, para nada, sólo estuvo alegre durante toda la fiesta y ahora que la euforia desaparecía, quedaba un sentimiento de arrepentimiento por lo que había hecho. Nos bajamos del coche y abrazados subimos al piso.

-¡Perdona hijo querido! – Repetía sin parar. - ¡No tenía que haber bebido! – Se lamentaba. - ¡Qué ejemplo te estoy dando!

-No te preocupes mamá. – Le repetía una y otra vez.

Entramos en el piso. Directamente la llevé a la habitación.

-Espera que te ayude con esa cremallera o tendrás que dormir toda la noche vestida. – Le dije.

Me coloqué detrás de ella deseoso de disfrutar de nuevo de la visión de su maravilloso cuerpo. Bajé la cremallera sin ningún problema y apareció de nuevo su hermoso cuerpo desnudo ante mi vista.

Con catorce años ya había crecido de forma que era algo más de dos centímetros más alto que mi madre. Miré al frente y nos vi reflejados en el espejo. Ella estaba de pie delante de mí, su cabeza la había dejado caer hacia delante por el cansancio.

-Apóyate sobre mí. – Le dije e hice que su cabeza cayera sobre unos de mis hombros, de forma que su cuerpo se pegó al mío.

Deslicé mis manos desde sus manos hacia arriba, recorriendo y sintiendo la suave piel de sus largos brazos hasta llegar a las tirantas de aquel ajustado vestido que estaba preparado para caer. Las deslicé por sus hombros hasta que cayeron por el camino que antes mis manos habían recorrido.

No dejaba de mirar el reflejo del desnudo cuerpo de mi madre. Ahora podía ver perfectamente sus pechos de oscuros pezones bajo la delicada tela que los contenía. Su vestido había quedado trabado en su cintura y asomaba la tira negra de su liguero.

Con una mano por cada lado pellizqué la tela que me impedía ver el resto del hermoso cuerpo de ella y tiré para que cediera y cayera al suelo. Aquel vestido que guardaba el deseado y hermoso cuerpo de mi madre quedó hecho un gurruño en sus pies. Tenía sus piernas juntas cubiertas por aquellas medias negras, sujetas por aquel liguero que se aferraba a su cintura cómo yo deseaba aferrarme. Aquel triángulo que formaban las bragas en su sexo, ahora se ofrecía a mi vista sin ningún tipo de obstáculo. La miré… Nos miré… Deseaba abrazarla, sentir su cuerpo junto al mío. Mi instinto me pedía que besara, que mordiera aquel cuello… Mis manos deseaban recorrer todo su cuerpo, sentir la redondez de sus pechos, de sus caderas… Sentir el tacto de su sexo en mi mano. ¡Sería lo mejor del mundo! ¡Sentir su coño! Mis manos empezaron a moverse para agarrar su cadera y pegarla contra mí, para que mi pene estuviera todo lo pegado que pudiera de su culo.

-¡Vamos cariño! – Su voz me devolvió a la realidad. – Acaba de desnudarme y deja que me acueste… Me duele la cabeza.

La agarré por la cintura y la separé para llevarla hasta la cama. Se tumbó en la cama y la tapé. Estaba muy excitado con la imagen de mi madre y la idea de haber tocado su cuerpo. Decidí darme una ducha para relajarme físicamente y sexualmente.

Caía el agua sobre mi cuerpo, era tarde y se escuchaba en toda la casa el sonido del agua caer. Me coloqué de forma que el chorro de agua caía sobre mi nuca y recorría todo mi cuerpo en su bajada. Cerré los ojos y comencé a recordar la imagen de mi madre con aquella ropa interior tan excitante, entre mis brazos y frente al espejo.

Mi pene empezó a crecer y la agarré con una mano. En mi mente empecé a acariciar el cuerpo de mi madre, de mi Cristina… mi deseada Cristina. Podía sentir la delicada piel, la redondez de sus caderas… su hermosa barriga, mis manos recorrían cada centímetro de su cuerpo, subiendo. Mi pene se frotaba contra sus redondas y apretadas nalgas. Una mano empezó a subir hasta sentir la redondez de uno de sus pechos, mientras la otra bajaba para buscar su sexo. Sentí la abultada tela que cubría la raja de su sexo, sus piernas se abrieron más para dejarme tocarla.

Me apoyé con la mano libre en la fría pared de la ducha para no caerme por el placer que estaba sintiendo con aquella masturbación, mi mano se aferraba desesperada a mi pene en busca del placer supremo del orgasmo que me iba a producir la imagen de mi madre.

Podía sentir el placer de restregar mi pene contra aquel culo redondo. Me movía y lo pasaba por toda la raja de su hermoso culo. Ya no podía más, me iba a correr sobre la espalda de mi madre.

Abrí los ojos en el momento en que mi semen recorría toda la longitud de mi pene y un gran chorro se disparó contra los inertes y fríos azulejos del baño. Lancé un pequeño gemido de placer y otro chorro se preparaba.

-¡Vamos hijo, acaba y acuéstate! – Sonó la voz de mi madre seguida por el caer del agua de la cisterna. - ¡Es tarde y tengo frío! ¡No tardes!

Aquella fue la sensación más angustiosa que sentido nunca. Seguía corriéndome, intentando parar aquella corrida, aquel orgasmo celestial que había sentido teniendo una fantasía con mi madre. Pero no podía, salían apagados chorros de semen que caían a mis pies mientras mi madre salía del baño.

Salí del baño algo avergonzado por lo ocurrido. Las puertas de la ducha no eran transparentes, pero la figura del que se duchaba se podía ver, más de una vez contemplé la figura del cuerpo de mi madre mientras se duchaba alegando tener que coger algo del interior del baño. ¡Tiene que haberme visto, seguro!

En la habitación estaba encendida la luz de la mesita de noche de mi lado. Ella estaba acostada de lado y tapada por completo. Me metí en la cama intentando no molestarla, más que nada para que no se despertara e hiciera algún comentario sobre lo que había visto en la ducha.

-¡Dios cariño! – Sonó su voz, estaba despierta. - ¿Puedes ayudarme a quitarme este maldito liguero y estas medias? ¡No me dejes beber nunca más! ¿Me lo prometes?

-Tranquila mamá, ya no te dejaré… Has estado muy divertida durante la fiesta, pero cuando pasa lo bueno

Comencé a destaparla un poco para encontrar el cierre del liguero. Ella se destapó por completo, estaba de espaldas a mí y podía ver por completo su culo. Busqué el cierre y lo quité. Se tumbó boca arriba y quité de su cintura la prenda. Agarré el filo de una de las medias y empecé a bajar por su pierna para quitársela. Ahora podía ver perfectamente sus bragas, podía ver la raja de su sexo a través de la tela de encaje que la cubría. No tenía ningún pelo que cubriera su excitante entrada. No dejaba de bajar las medias, primero una y después la otra, acariciando sus hermosas piernas. Pero mis ojos no dejaban de mirar todo su cuerpo.

-¡Ya está! – Le dije, me acosté y tiré de la ropa para taparnos.

-¡Abrázame cariño! – Me pidió. Coloqué un brazo bajo su cabeza y con el otro la abracé, pegando mi cuerpo al suyo. - ¿Crees que aún soy bonita? – Me preguntó.

-¡Creo que eres la mujer más bonita del mundo! – Le dije y no entendía a qué venía esa pregunta… seguro que me había visto en el baño.

-¡Dame un beso! – Giró su cabeza sobre mi brazo y yo intenté levantar la mía para llegar a su cara. En la oscuridad sentí el roce de sus labios en los míos y mi pene se excitó empujando contra sus nalgas. – ¡Me gusta tenerte junto a mí por las noches!

Se giró y agarró mi mano para acurrucarla contra su pecho. Me moví para pegarme más a ella y sentir de nuevo su cuerpo. Nos quedamos dormidos.

Aún estaba oscuro cuando abrí los ojos. Levanté un poco la cabeza y pude ver en el reloj de la mesita que aún eran las cinco y media de la mañana. Tenía a mi madre entre mis brazos, podía sentir el calor de su cuerpo, el perfume de su pelo mezclado con el alcohol que exhalaba su boca. Estaba dormida pues sus manos estaban sobre la mía, pero no la agarraba. Me moví un poco para ver cómo reaccionaba, nada, estaba definitivamente dormida.

Deslicé mi mano por su barriga y sentí su suave piel. Bajé hasta sentir el filo de aquellas bragas que me habían permitido vislumbrar su hermoso sexo. Volví a subir hasta llegar a sus manos y las acaricié, recorriendo su brazo hasta el hombro. Estaba profundamente dormida y no se movía. Bajé por su cuello hasta llegar a sus pechos.

Mi corazón latía rápido, por dentro sentía el calor que me producía aquellas lascivas caricias que le daba a mi madre. Ahora sentía la redondez de sus pechos. Pasé un dedo por la parte de piel que no cubría su sujetador, sintiendo su piel, de un pecho a otro. Busqué la separación de sus pechos y mi pene crecía pegado a su culo.

Recorrí la copa de aquella prenda buscando, sin saber bien que encontraría. Estaba en el cielo al notar el bulto que formaba su pezón en aquella delicada tela. Hice círculos sobre él y noté cómo poco a poco fue creciendo. Cada vez lo podía notar más.

Suavemente deslicé el dedo hasta el otro pecho y comencé una nueva búsqueda. Recorría cada centímetro de su redondo pecho hasta encontrar mi recompensa. Allí estaba el otro pezón, erecto, esperando que mi dedo jugara con él.

Entonces ella se movió. Me paralicé y me hice el dormido dejando mi mano, con la palma abierta, sobre su pecho. Durante unos segundos mantuve la respiración, intentando escuchar cualquier sonido que pudiera indicarme si ella estaba dormida o despierta. Todo parecía indicar que seguía dormida, pero ahora estaba boca arriba.

Con cuidado empecé a bajar mi mano por su cuerpo. Sus manos estaban a ambos lados y su piel era un valle de placer que se ofrecía a mis dedos, para que la explorara. Pasé mis manos por su cintura hasta llegar a sus caderas. De una pasé a la otra y rocé levemente la tela que guardaba mi ansiado tesoro, su sexo. Volví y me entretuve jugando, pasando un dedo por el filo de sus bragas.

Me detuve un momento y su respiración era profunda. Sin duda estaba dormida… era la ocasión. No puedo explicar las miles de sensaciones que sentí cuando mi dedo recorría sus bragas. Todos mis sentidos estaban en aquel dedo, en lo que iba sintiendo a medida que bajaba por su cuerpo y me aproximaba más a su sexo.

Llegué a la unión se su piernas y podía sentir el comienzo de sus abultados labios bajo la tela. Recorrí el filo de sus bragas, dibujando mentalmente el triángulo que formaba con sus piernas.

De nuevo se movió. Me quedé quieto. Sus piernas se abrieron un poco. ¿Estaría sintiendo algún placer en su sueño y necesitaba que la tocara más aún? Tragué saliva, mi excitación y mi lívido estaban como nunca antes. Mi pene estaba más erecto y más duro de lo que nunca había sentido, tenía que rozarlo contra algo. Levanté mi pierna y la coloqué con suavidad sobre las suyas, pegué mi pene a su costado y sentí sus caderas, empujé un poco y sentí el alivió del roce del cuerpo de mi madre.

De nuevo empecé el ataque al tesoro de mi madre con mi dedo. Empecé a bajar por la tela para sentir de nuevo el bulto de los labios de su sexo. Empecé a sentir el comienzo y seguí bajando. Sentía que me iba a correr con aquellas sensaciones nuevas para mí. Estaba tocando el sexo de una mujer… Estaba tocando el sexo de mi madre.

Mi dedo bajó más y ahora notaba claramente los abultados labios de ella. Empecé a recorrer suavemente todo lo que podía aquella raja, de arriba abajo, de abajo arriba y empecé a sentir que algo abultaba más por la parte alta. Era un bulto que antes no estaba allí, al principio no estaba aquel bulto. Paré mi dedo sobre él e hice círculos acariciándolo con suavidad. Aún aumentó más y notaba perfectamente que empezaba a sobre salir por encima de los labios y empujaba la tela como queriendo salir de allí. Bajé un poco más por entre sus piernas y noté que aquella tela parecía mojada. ¿Se habría orinado mi madre? No me preocupé, hasta su orina me parecía excitante aquella noche.

Abrió un poco más sus piernas y movió su cabeza sobre mi brazo para mirar en mi dirección. La miré, estaba preciosa con la tenue luz que entraba por la ventana. Su boca estaba a poca distancia de la mía y recordé el accidental beso que antes de dormir nos habíamos dado, recordé la suavidad de su piel en contacto con la mía. Deseaba besarla

Se volvió a mover y me cogió por sorpresa. Pude sacar mi mano de entre sus piernas y recostarme boca arriba mientras ella se giraba hacia mí, abrazándome y colocando una pierna sobre mí.

Ahora yo era prisionero de su abrazo. Ya no podía tocar su sexo, pero tenía a mi madre sobre mí. Su cabeza reposaba sobre mi hombro y podía oler el perfume de su pelo. Su mano descansaba sobre mi pecho. Su muslo por debajo de mi pene, pero rozándolo un poco, su sexo ahora descansaba sobre mi costado.

Quedamos un poco destapados y como pude tiré de las mantas para colocarlas de forma que no tuviéramos frío. La tapé por completo y ella se estremeció entre mis brazos como dando las gracias y su mano se movió para arrascarse el muslo, después la dejó justo sobre mi pene erecto.

Estaba a punto de estallar, quería correrme, nunca antes había tenido a mi madre desnuda y tan cerca de mí. Quería acariciarla, necesitaba acariciarla. Con un brazo la rodeé por la espalda para darle calor y pegar más a mí. La mano libre la llevé a su muslo para acariciarlo. Empecé por su rodilla y fui subiendo todo lo que pude hasta llegar a duras penas a tocar su cadera. La mano que tenía en su espalda la bajé para acariciarla y bajar en busca de su culo, pero no llegué más allá del filo de sus bellas bragas.

Entonces volvió a moverse y su mano se deslizó un poco sobre mi pene. Fue leve y suave, pero para mí mente calenturienta fue como si me masturbara… ¡Quería correrme! Se giró de nuevo y me liberó de su abrazo. Me levanté sin molestarla y corrí sigilosamente hasta el cuarto de baño. No pude más. Saqué mi pene y con dos o tres sacudidas de mi mano empezó a soltar semen que cayeron en el retrete.