Enamorada de un boxeador - Parte 1

Un relato un poco diferente, alejado del sexo duro y llevado más hacia el lado romántico.

Hacía mucho frío por esas épocas del año y costaba más que de costumbre despegarse de las cobijas. Era un miércoles por la mañana y la luz entraba por la ventana de la muchacha como si le estuviera indicando que ya era hora de que se levantara para no llegar tarde a la universidad. Estaba medio dormida cuando se dio la vuelta y vió la hora en el reloj de su mesita de noche. Al darse cuenta de que se le estaba haciendo tarde, abrió los ojos y se levantó de la cama de un brinco.

Después de haberse bañado y vestido rápidamente, salió silenciosamente de su habitación asegurándose de que no estuviera su padre en casa. Al llegar a la cocina encontró a su madre que estaba preparando el desayuno mientras tarareaba alguna canción romántica que sonaba en la radio. Entonces aliviada al ver que su papá no estaba, la saludó acercándose a ella dándole un abrazo.

-  Buenos días cariño. — dijo su madre — Oh vaya, estás muy guapa Ariana. — le dijo al voltear a verla mirándola de arriba a abajo.

La muchacha no había puesto demasiada atención a la ropa con la que se había vestido por todos los afanes, pero decidió creerle a su madre en que se veía bien.

  • Gracias mami. Tú también te ves muy bien hoy. — le dijo ella contenta de verla tan animada.

  • Gracias hija, hoy amaneci muy bien. — dijo su madre dedicándole una sonrisa.

Ambas desayunaron juntas en la mesita de la cocina mientras platicaban de algunas cosas. Esta no era una situación muy común a decir verdad, pues la mayoría del tiempo su madre no se encontraba tan bien como aquella mañana.

La joven le ponía mucha atención a las palabras de su madre, quien le comentaba que ya se había acabado gran parte de sus víveres y que tendrían que comer un poco mal los siguientes días hasta que pudieran hacer de nuevo el mercado. La muchacha nunca se quejaba de la situación en la que estuviesen y a menudo trataba de ayudar a su madre en lo que más podía, aunque algunas veces sí se atrevía a reclamarle a su padre por lo inconsciente que era con su mamá y con ella. Esto siempre terminaba mal, con gritos e incluso con golpes por parte de su padre, por esta razón la muchacha trataba de evitarlo al máximo pues no quería preocupar a la pobre de su madre.

Ella estaba enferma, hacía casi 2 años que le habían diagnosticado insuficiencia cardiaca y con el tiempo había ido empeorando. Necesitaba tomar pastillas a diario, guardar reposo y mantenerse fuera de discusiones y problemas, cosa que desafortunadamente era difícil viviendo con su esposo.

A diferencia de ella, que era una mujer muy carismática, amable y alegre a pesar de todo, su esposo, Hector, era un tipo muy patán, con problemas de alcoholismo y adicción al juego. La joven siempre se preguntaba qué fue lo que le vio su madre cuando lo conoció.

Hector en un principio, cuando conoció a su esposa, Jocelyn, era un buen hombre en realidad. No era un tipo ejemplar pero al menos estaba lejos de ser la persona que era actualmente. Resulta que desde que habían tenido a su primer y único hijo, él empezó a cambiar, a tener menos paciencia y además comenzó a beber, cosa que se convertiría en un vicio junto con el casino.

Jocelyn nunca le llegó a contar esto a su hija puesto que no quería que ella le tuviera más odio del que ya le tenía. De todas formas la muchacha ya lo sabía, pues su mismo padre se lo había dicho en un par de ocasiones, de esas en las que él le recordaba la misma condena de siempre: Que era una decepción y la más grande desgracia para él, y que no esperaba nada más de ella que comenzar a prostituirse en las calles o ser la perra de algun bastardo.

El desgraciado le había quitado en innumerables ocasiones las ganas de todo, incluyendo las ganas de vivir. Pero ella sabía que no podía desaparecer de la faz de la tierra. No podía, no por su madre, a quien tenía que cuidar pues era a quien más amaba y por quien se aguantaba lo que fuese. Además, no iba a darle el gusto al idiota de su padre de rendirse asi nada mas, estaba dispuesta a demostrarle que las personas como ella son más de lo que su asquerosa y cerrada mente creía que eran.

Cuando acabó de desayunar, lavo sus trastes agradeciendole una vez más a su madre por el desayuno. Después, corrió apresurada a su habitación para acabar de arreglarse antes de salir. Se arregló un poco el pelo dejándolo suelto y luego se maquilló. Ella siempre usaba un maquillaje muy sencillo, puesto que no necesitaba mucho ya que su belleza recaia en su rostro al natural. Por último se puso un poco de perfume en el cuello, pues le gustaba oler bien siempre.

Guardó sus libros y sus cuadernos en su mochila y ya estaba lista para salir.

Después de despedirse de su madre salió presurosa a tomar el metro que la llevaba hasta la universidad, la cual estaba bastante lejos de su casa. El metro era la manera más rápida y económica de transportarse pero siempre tenía que aguantar las miradas de los hombres clavadas sobre ella, cosa que la hacía sentir muy incómoda y desconfiada a raíz de anteriores experiencias. Hubo muchas ocasiones en las que le habían tocado el trasero y manoseando el cuerpo, y aunque ella ya estaba harta de soportar situaciones como esas, no le quedaba de otra porque, si bien su padre tenía un taxi en el que trabajaba, ella prefería mil veces tener que caminar que pedirle algo a él.

Al llegar a su estación, salió apresuradamente dirigiéndose a su universidad tomando la misma ruta de siempre. Finalmente caminó por los pasillos un poco más aliviada porque había alcanzado a llegar a tiempo a la primera clase del día. Estudiaba Literatura Inglesa y se sentía muy contenta con su decisión.

Su madre la había apoyado muchísimo cuando eligió su carrera y se alegró en la misma medida con ella. Su padre, para sorpresa de nadie, mostró desacuerdo en toda regla, le dijo que no sabía para qué perdía el tiempo estudiando si al final iba a terminar atendiendo los deseos sexuales de algún bastardo en la calle por dinero. Como siempre, un tipo realmente detestable.

Al llegar a su salón, se dio cuenta de que aún no había llegado el profesor, no era muy raro considerando que no era un tipo demasiado puntual.

La joven dirigió la vista hacia el lugar del salón en el que se solía sentar, allí divisó a su amiga, Jenifer, quien la estaba esperando con una sonrisa, a lo cual ella también le sonrió alegremente y se acercó a ella. La joven se sentó a su lado y ambas empezaron a platicar un poco antes de que llegara el profesor.

  • Ari, ya hiciste la tarea de epistemología para mañana? — le preguntó su amiga

  • No, aun no. — le respondió preocupada — La haré en la biblioteca después de clases.

  • Esta bien, pero no vayas a llegar tarde al trabajo, ya sabes como se pone Gloria.

  • Si, cierto — dijo la muchacha con una risita.

Las dos trabajaban en un restaurante llamado La Fuente, ubicado a unas cuantas cuadras de la universidad. Había sido gracias a Jenifer que la joven consiguió su empleo allí, pues su amiga ya llevaba trabajando en ese restaurante desde antes de que se conocieran.

Ella fue la primera persona que conoció al haber entrado a estudiar. Le había parecido una chica muy amable y tranquila, y se hicieron buenas amigas muy pronto. Se solían ayudar mutuamente con las tareas o con algún tema difícil. Le tenía bastante confianza a Jenifer pues era una persona sincera, y ella también le confiaba sus cosas a Ariana.

Así fue como un día, contándole sobre la situación que vivía en su casa, en la que hacía falta dinero y en la que su padre no aportaba en casi nada, Jenifer le ofreció ayudarla a conseguir un empleo como mesera en La Fuente.

Ariana aceptó encantada y se amañaria muy pronto a su trabajo y al establecimiento.

La cafetería debía su nombre a una fuente que tenía en medio del lugar la cual decoraba y le daba un toque más acogedor con el sonido del agua fluyendo. Según le contaban un día las dueñas del negocio, Gloria y su esposa Alicia, aquel establecimiento antes funcionaba como un colegio de religiosas. Era demasiado central para ellas por lo que decidieron vender el edificio y mudarse a otro lugar más apartado. El edificio que constaba de 5 pisos había sido vendido a diferentes personas, entre ellas Gloria y Alicia quienes compraron el primer piso. Alli, que antes era el patio de juegos, había una gran fuente con la forma detallada de una mujer vestida con una larga túnica sosteniendo un libro, que las religiosas aseguraban era la biblia, y mantenía la otra mano levantada hacia la cabeza. A las nuevas dueñas les encantó, por lo que decidieron dejar aquella fuente para decorar y darle un toque más artístico y prometedor a su negocio.

Era un lugar bastante concurrido puesto que estaba ubicado en una zona muy comercial y la comida que se servía era muy buena. Siempre había muchos clientes por atender, pero algo que nunca se imaginó la muchacha, es que entre uno de ellos estaria alguien que nunca pensó que volveria a ver.


El joven se sacudió el sudor de la frente y quitó unos cuantos mechones rubios que le caían en la cara, apretó los nudillos nuevamente ignorando el dolor que sentía en ellos, dio un paso al frente y lanzó un golpe. Asesto ágilmente en la mandíbula de su oponente, quien se sacudió hacia atrás y trató de recuperarse lo más pronto posible. Ninguno de ellos sangraba todavía, lo que significaba que la pelea duraría unos minutos más, sin embargo era obvio para casi todos que el rubio llevaba la ventaja. El muchacho se movía con una habilidad casi natural, como si hubiese nacido para ello, para infringir dolor en los demás. Se le daba muy bien la violencia y lo disfrutaba, se había convertido en su pasión y afición más grandes. Incluso ganaba dinero con las peleas, dinero apostado claro está, por aquellos que también sabían apreciar la violencia y el talento innato para pelear.

Por supuesto todo esto era ilegal, pero al muchacho poco le importaba, se había descubierto bueno para algo y podía sacar provecho de ello ¿Por qué no?. Había ganado algunos enemigos y había recibido elogios hasta de mafiosos que incluso le habían ofrecido labores como sicario. Sin embargo él sabía aprovecharse de aquellas situaciones para salir bien librado y no verse muy involucrado con esa clase de personas.

La verdad es que era un tipo bastante rudo, tenía mal carácter, ningún amigo cercano o pareja que se le hubiese conocido, hablaba poco, y algunos de sus compañeros del gimnasio lo definían como misterioso.

Él no se esforzaba demasiado en cambiar cualquier comentario que se hiciera al respecto, le daba exactamente igual, no estaba allí para hacer amigos ni mucho menos le interesaba.

La pelea terminó con la victoria del rubio cómo era de esperarse. Su contrincante salió del ring ofendido y se dirigió al cuarto de baño escupiendo palabrotas. El muchacho se saboreo un poco la boca y sintió el metal de la sangre, escupió en el suelo y bajó del ring con un ágil salto. Vio a un tipo salir de la multitud de hombres que celebraban o se quejaban. Había demasiado ruido en el lugar.

La persona que se acercaba a él con largos pasos era Marco, su entrenador. El hombre le dio la mano y luego le ofreció una botella de agua. Su garganta agradeció notablemente aquel trago apresurado.

  • Bien hecho, Glanton. — dijo el hombre mirándolo con aprobación.

El muchacho soltó la botella y comenzó a quitarse las vendas de las manos para poder mover las manos con mayor libertad.

  • Las apuestas fueron muy buenas, todos los muchachos apostamos por ti, y ya ves, ganaste. — dijo en tono jocoso.

Marco siempre ganaba muy buen dinero gracias a él, pero el muchacho no se quejaba, habían llegado a un acuerdo y la paga era justa y suficiente para él.

  • Qué bueno. — fue lo único que dijo mientras se alejaba hacia los baños del gimnasio para darse una ducha.

Se sentía bastante cansado ese día y solo deseaba poder llegar a su casa a dormir. Se miró al espejo al terminar de bañarse, tenía un golpe en el labio y un pequeño morado en el pómulo derecho. "Sanará rápido" pensó. Terminó de vestirse, recogió algunas de sus cosas y sacó su mochila del casillero. Después se encontró con algunos de sus compañeros que le felicitaron y le ofrecieron ir a celebrar, el muchacho se negó y se dirigió a la oficina de Marco por su dinero, encontrándolo contando unos billetes.

  • Aquí estás Alex, ¿No te quedas a celebrar con nosotros? Vamos a invitar algunas mujeres, por si te quieres quedar. — dijo el hombre sin quitar la mirada de aquello que hacía.

  • Sabes que odio que me llamen por mi nombre. — dijo con tono serio.

  • Tienes razón Glanton, es solo que a veces lo olvido y ese jodido apellido tuyo es muy fastidioso de pronunciar. — dijo el hombre, mirándolo esta vez — ¿Entonces? ¿Te quedas? — preguntó nuevamente.

  • No gracias, tengo cosas que hacer. — respondió Alex desinteresadamente.

  • ¿Alguna chica con la que celebrar?. — preguntó el hombre alzando una ceja.

  • No.

Marco soltó una risita:

  • Siempre tan misterioso, ¿Cuál es el asunto contigo Glanton? ¿Acaso eres gay? Porque si quieres celebrar a solas con tu chico, está perfecto. — dijo esto último a modo de broma.

El joven rodó los ojos evidentemente fastidiado, había escuchado aquello varias veces, la mayoría del tiempo a sus espaldas. Algunos en aquel lugar pensaban que tal vez era gay porque casi nunca se iba de putas con ellos. Lo había hecho un par de veces, pero no lo disfrutaba porque se sentía estúpido pagando por sexo y él tenía sus propias mujeres. Ellas sí que sabían si era gay o no.

  • No Marco, no soy gay, solo quiero largarme a casa. — dijo él con fastidio suficiente para cortar el tema.

  • Vale, vale, está bien. — respondió el hombre, alargandole la mano con unos billetes — Aquí tienes, puedes contarlos si quieres.

  • Así está bien. — respondió guardando el dinero en su billetera.

  • Nos vemos mañana, Glanton. — le dijo el hombre dándole la mano.

Alex le estrechó la mano y salió de allí para dirigirse al estacionamiento, busco su motocicleta y salió del lugar rápidamente. En el trayecto hacia su casa le empezó a sonar y a molestar el estómago, y recordó que en su casa no había nada más que cervezas y unas cuantas sopas en lata que probablemente no le quitarían el hambre.

El muchacho no llevaba una vida muy saludable comiendo solamente enlatados y comida a domicilio, pero a pesar de esto sorprendentemente mantenía un muy buen físico gracias al duro entrenamiento diario. Él decía que tener que cocinar era una pérdida de tiempo y una labor solo de mujeres. Era bastante machista a decir verdad, en gran medida gracias a su padre que también lo era, aunque a Alex le hubiera hervido la sangre escuchar que tenía algo en común con él.

Algunas veces el muchacho solía comer en algún restaurante cercano a su casa, otras veces comía en un lugar más cercano al gimnasio, pero ese día en medio de su trayecto, pasó por un lugar donde se veían bastantes negocios, entre todos ellos, algunos restaurantes. Alex dudo un poco si entrar en alguno de esos lugares pues pensó que tal vez la comida podría ser cara. Pero considerando que recién había recibido una buena cantidad de dinero por su pelea, decidió que debía comer un poco mejor al menos esa noche pues se lo merecía, había estado entrenando duro las últimas semanas.

El joven resolvió que comería en un local llamado La fuente, esto eligiendo al azar. Entró al lugar y se sentó en una mesa un poco cerca de la salida, por si el menú no le convencía, pensó él. Lo primero que divisó fue una gran fuente en medio del lugar, no le puso mucha atención pues estaba más ocupado mirando hacia el fondo, donde estaba la cocina, para ver si ya venían a atenderlo. Odiaba tener que esperar mucho.

Por suerte para él, salió pronto una muchacha a tomar su orden. Era muy guapa y Alex lo noto cuando ella apareció por el umbral de la puerta de la cocina. A medida que se iba acercando podía apreciar mejor su absoluta belleza: Cabello castaño, largo y ondulado, piel blanca, ojos claros color avellana y una figura muy bonita, debía medir alrededor de 1.65 metros. Su rostro era muy fino, tenía una nariz respingona, labios rojizos y muy bonitos, algunas pecas en sus mejillas que la hacían lucir muy tierna y, como llevaba su cabello recogido con una cola y con unos mechones ondulados que se le salian, su cara brillaba aún con más intensidad.

Alex no podía evitar quedarse viéndola pues la había encontrado muy bonita, con su belleza tan natural, tan femenina y sobre todo tan inocente que se veía aquella niña.


Al acabar sus clases, Ariana se dirigió a la biblioteca para hacer la tarea de la que hablaba con su amiga con la ayuda de un libro. La joven se sentia como en su casa caminando por la biblioteca, era su lugar preferido y pasaba mucho tiempo alli. Le encantaban los libros y solia pedir varios a la semana, ya sea para realizar sus tareas o por simple gusto. Su amor por la lectura se la debia quizas a su madre, que si bien no era una gran lectora, tenia algunos libros que su hija leeria cuando era tan solo una niña.

La bibliotecaria ya la conocia, tanto que casi que sabia los momentos exactos en los que la joven llegaba para distraerse leyendo un libro o para hacer alguna tarea. En ocasiones la solia ver llorar leyendo un libro, otras veces la veia reir, otras, la veia observando al vacio y se le resbalaba alguna lagrima. Ella deseaba que todo estuviera bien para la muchacha, porque siendo tan joven y tan bonita, no merecia sufrir por lo que sea que estuviese sufriendo, se decia la señora. Aquella jovencita de ojos tristes le agradaba a la bibliotecaria e incluso le recordaba a si misma cuando era joven, cuando uno es definido como triste con tanta facilidad.

Ariana se había distraído tanto leyendo y buscando información que no se había fijado en la hora que era, y para cuando había acabado la tarea, recién caía en cuenta de que se le hacía tarde para el trabajo. Tuvo que guardar inmediatamente sus cuadernos en su bolso y devolver a su estante el libro que había estado usando.

Salió una vez más, presurosa caminando hasta La Fuente. Al llegar se encontró con Jenifer y su jefe Gloria, quienes estaban en la cocina. Las saludó amablemente mientras se dirigía a ponerse el delantal y a recogerse el pelo para comenzar a trabajar.

Su turno comenzaba a las 5 y terminaba a las 10 de la noche. A eso de las 9, Ariana se encontraba lavando algunos platos cuando escuchó la campana de la puerta del establecimiento avisando que había llegado un nuevo cliente. Asomó un poco la cabeza y miró que su amiga estaba ocupada atendiendo otra mesa, entonces, sacudiéndose el agua de las manos y seguidamente secándoselas, se dispuso a atenderlo.

A medida que se iba acercando a él, la muchacha se percató de que no le quitaba la mirada de encima de una manera descarada, lo cual la incomodó un poco teniendo en cuenta que ademas era un tipo bastante peculiar. Pero se dio cuenta de que eso no habia sido lo peor sino hasta que lo tuvo de frente y pudo reconocer quien era.

Él no la había reconocido devuelta, pero ella se quedó pasmada y tardó unos segundos antes de hablar, sentía que la voz se le quebraba mientras le decía el menú. "¿Será que me reconoció?" se preguntaba mientras trataba de apartar la mirada viendo hacia cualquier otra parte. A juzgar por la mirada de él, parecía que no la había reconocido, pues la observaba con atención pero no de la manera en que te observa alguien que sabe algo más de tí.

Una vez ella había tomado su orden, se dio la vuelta y se alejó de su mesa tratando de no verse muy nerviosa al caminar de regreso hacia la cocina. Sabía que él la seguía mirando y eso la mortificaba aún más, sentía sus ojos encima.

Vaya que el mundo es un lugar pequeño, ¿¡cómo era posible que él estuviera ahí sentado y mirándola tan fijamente además!?.

Cuándo entró a la cocina le entregó la orden a la cocinera y esperó un momento hasta que estuviera lista. Estaba tan distraída sumergida en sus pensamientos que se había despistado cuando la cocinera la estaba llamando para que llevara la orden. La tomó y se dirigió al muchacho lo más relajada posible, aunque por dentro quería que se la tragara la tierra.

Sirvió su comida sin decir nada y arrancó un recibo de su libreta dejándolo sobre la mesa. Por último se alejó de él con un simple “con mucho gusto” tratando de sonar lo más tranquila posible, pero como si hubiera escapado de un peligro.

En la cocina, su amiga se acercó a ella viéndola de reojo, se había dado cuenta de que el sujeto tenía la mirada fija en Ariana y no se esforzaba en disimularlo. Le preguntó si estaba bien, a lo cual ella le respondió que sí. Obviamente la muchacha no estaba nada bien y se notaba.

  • ¿Quién es él? — preguntó Jenifer

  • ¿Qué? — respondió primero sorprendida por la pregunta — ¿Quién?

  • El tipo que acabas de atender, el de la mesa 10 — le dijo señalando con el codo al muchacho que, esta vez estaba mirando hacia otro lugar.

  • Ehh, no lo sé, no lo conozco — intentó sonar lo más natural posible, pero ni ella se lo creía.

  • Ari, es obvio que lo conoces. Te has puesto muy nerviosa y todo, no creas que no me di cuenta eh? — dijo su amiga viendola como se hacia la desinteresada — Además, desde que llegó no ha dejado de mirarte — Le dijo un poco preocupada viendo la apariencia del muchacho, aunque sabía que era desde luego muy guapo.

  • En serio que no lo conozco, es solo que es un poco… intimidante — le dijo intentando convencerla para que dejara de interrogarla

  • Pues sí, tienes razón. Aunque eso es lo que lo hace aún más jodidamente guapo — dijo soltando una risita — y no me digas que no, que yo sé que estás nerviosa porque te gustó y no porque sea intimidante jajaja — dijo esto ultimo haciendo comillas con los dedos y cambiando el todo de voz

  • Ay Jenny, noo — dijo ella sonrojandose

Jenifer se estaba divirtiendo mucho al ver a su amiga envuelta en esa situación. Era obvio para ella que esos dos se conocían y siguió le insistiendo a Ariana para que le contara sobre él

La muchacha con la esperanza de que si le contaba a Jenifer quien era el sujeto, esta dejaría de interrogarla, así que le contó de dónde lo conocía. Ella quedó muy sorprendida, pero supo entender porque su amiga se sentía tan nerviosa por la presencia de aquel muchacho.

Resulta que Alex era su vecino y quien la cuidaba por las tardes cuando ella tenía 9 años.

Por aquella época, sus padres no permanecían en casa la mayoría del tiempo debido a sus trabajos. Pero de alguna u otra forma, era gracias a esto que en ese tiempo se habían permitido vivir en una casa más o menos grande en un barrio un poco acomodado.

A decir verdad su situación económica era buena, hasta que había decaído por la ineptitud de su padre y desafortunadamente cuando su madre enfermó y no pudo seguir trabajando.

En aquel entonces ella no tenía muchos amigos, por no decir ninguno, puesto que su padre había decidido inscribirla en un colegio solo de varones, y claro, ella no tenía nada que hacer ahí. Aquello le destruyó el autoestima y no había ni un solo niño que la considerara rara y fuera cruel con ella por ser delicada.

Ella no entendía porqué le ocurría esto, ni porqué era así, lo único que sabía era que su situación en esa escuela nunca mejoraría porque simplemente no encajaba con los varones. Poco a poco se empezaba a deprimir más y más, hasta el punto en que no hablaba con nadie más que con su madre. Su querida madre.

Jocelyn al ver la situación tan solitaria de su hija, en la que prácticamente ella era su única amiga, se le ocurrió que podía contratar al chico de la casa de enfrente para que la cuidase por las tardes y así de paso pudiera tener un amigo con quien pudiera hablar y jugar. Era lo suficientemente responsable para incluso irla a recoger a la escuela y ayudarla con sus deberes.

Una noche en la que no podía dormir y solo oía gritos en la sala de la casa, Ariana se levantó de su cama y se dirigió a las escaleras donde se paró a escuchar de qué se trataba. Era una discusión entre sus padres. El asunto era que su madre estaba hablando con su esposo sobre la idea que tenía de contratar a alguien que cuidase de su pequeña, a lo que él se negó rotundamente argumentando que Jocelyn la tenía muy consentida y que a eso se debía su comportamiento tan afeminado, y que si a eso le sumaban una niñera, iba a terminar “empeorando”.

  • Ese niño solo se la pasa metido entre tus faldas y eso que ni permaneces aquí. De verdad que lo estas volviendo un marica, Jocelyn! Tú y tus hermanas. Él solo se la pasa entre mujeres.

  • No me parece justo lo que estás diciendo Hector, solo estoy preocupada de que pase tanto tiempo solo! Además, es tan solo un niño y no tiene ningún amigo, es demasiado callado.

  • Eso es lo que trato de decir mujer! ¿¡cómo esperas que deje de ser tan maricon si encima piensas contratar una niñera!? — dijo alzando la voz

  • Tengo miedo de que le pase algo a nuestro hijo estando aquí solo! ¿¡Que no lo entiendes!? Es peligroso que se quede solo! — dijo ella alzando la voz tambien

  • Jocelyn, él está muy bien solo, e incluso eso debería hacerlo endurecer para volverse un hombre, haber si deja de ser un marica de una puta vez. — dijo él ya gritando — Además, yo no pienso pagar por niñeras!

  • Estás hablando de tu hijo por Dios! — dijo ella estallando en llanto — Lo siento mucho por ti pero me da igual, pienso contratar a alguien, y con mi dinero, Hector! no pienso pedirte nada!

  • Muy bien, pues hazlo mujer, que a mi tambien me da igual!

Esa noche una pequeña Ariana lloró hasta quedarse dormida. No entendía la crueldad y el desprecio en las palabras de su padre, se sentía tan demasiado fuera de lugar que no pudo hacer nada más que llorar.

Algunos días después de aquello, su madre le contó que había conseguido a alguien para que se quedara con ella en las tardes, la recogiera de la escuela y la ayudara con sus deberes. Ella pensó entonces que sería alguna amiga de su madre, tal vez con mal humor o incluso con más hijos, pero se llevó una enorme sorpresa al enterarse de quién sería la persona que la cuidaría: Alex, el vecino de la casa de enfrente.

Algunas veces lo solía ver llegar de la escuela pero nunca había tratado con él. A la pequeña le causaba algo de miedo al ser él un chico mayor y con una apariencia muy ruda, además de que incluso en ese tiempo ya era bastante alto.

Estaba aterrada al saber que él sería quien se haría cargo de ella. Todos los chicos de su edad que conocía, los mayores y por supuesto su mismo padre le causaban un gran temor y desagrado por ser una completa inadaptada en el género masculino. Sin embargo, el muchacho resultó ser bastante amable a decir verdad. Era amigable con ella, le ayudaba a estudiar e incluso intentaba enseñarle aquellos juegos en los que era muy mala. Nunca logró mejorar realmente, pero agradecia el hecho de que el muchacho se tomará la molestia de enseñarle. “Es un buen chico” se dijo a sí misma en medio de su desconocimiento.

Guardaba buenos recuerdos de Alex, pues además de ser un buen amigo en ese tiempo, fue el primer chico que despertó sus gustos y de quién se había enamorado.

Claro está, ella nunca se lo llegó a decir y ahora que recordaba todo esto se sentía un poco avergonzada y a la vez asustada de que él estuviese allí, en su trabajo, y que con tan solo su presencia habia traido de vuelta todos esos recuerdos de una vida que trato de enterrar años atras.

De una u otra forma ella había logrado sepultar todo su pasado por completo y así también todo el dolor y la depresión de no saber quién era en ese entonces.

Cuando Ariana se mudo de casa pensó que jamás volvería a verlo y mucho menos como lo veria ahora: Indudablemente se había puesto más guapo, estaba mucho más grande, debía medir por lo menos un metro con ochenta y cinco, si es que no rozaba el uno noventa. Tenía los brazos grandes y fuertes, al igual que su pecho.

Eso junto con la mirada sería todo el tiempo, y los tatuajes que le circulaban alrededor de los brazos y el cuello dando a entender que le llegaban a áreas no visibles del cuerpo, lo hacían lucir peligroso, peligrosamente atractivo se dijo ella a sí misma. Tenía la presencia del tipo de hombre que sabe cómo causar problemas con solo acercarse.

Debía rozar ahora más o menos los 25 años, o estaría próximo si las cuentas no le fallaban, había pasado mucho tiempo.

Después de haberle contado a su amiga ligeramente de donde conocía a Alex y las razones por las que se hallaba nerviosa, ella le hizo caer en cuenta de muchas cosas.

  • Ay Jenny, desde que no deja de mirarme es porque seguro me reconoció — le dijo la joven preocupada

Jenifer recordó algo que le había dicho su amiga un día: Que ella había cambiado muchísimo y que había dejado muy atrás aquel pequeño niño retraído que alguna vez fue.

  • Ariana, recuerdo que una vez me dijiste que habías cambiado muchísimo y que aquel niño que alguna vez fuiste habia quedado en el olvido. Pues bien, no creo que él te haya reconocido. Más bien creo que te mira porque le gustaste — dijo ella con una sonrisa picarona — es decir, mírate, eres hermosa y es normal que te vean tanto Ari, tú lo sabes. Los hombres se enamoran a primera vista de ti, que no lo quieras reconocer es otra cosa.

  • No lo sé Je.. — su amiga la interrumpió

  • ¿Además, qué más da si te reconoce? ¿Acaso se va a terminar el mundo? — dijo Jenifer seriamente — Vamos Ari, mejor ve a hablar con él que se nota que esta babeando por ti — dijo ella nuevamente jocosa.

  • Ay Jeny, eres de lo peor — dijo divertida por el último comentario.

Pero Jenifer tenía razón, y es que ella misma era consciente del gran cambio que había tenido. Se podría decir que ahora era una persona totalmente distinta tanto fisica como psicologicamente y era muy improbable que él la pudiera reconocer. Además, después de las palabras de su amiga, la muchacha llegó a la conclusión de que realmente no importaba que la haya reconocido o no. Daba completamente igual.

Se estaba amargando demasiado por alguien al que seguramente ella había significado menos que nada.

La pobre se sentio verdaderamente estúpida por haberse angustiado tanto y, tratando de alejar el pensamiento, se dispuso a continuar con su trabajo sin darle mayor importancia a la presencia del muchacho.


Cuando la muchacha llegó para atenderlo, algo en sus ojos reaccionó de repente, como si se le hubiese encendido algo en ellos. Alex la notó nerviosa y enarcó las cejas en signo de molestia, a lo que la joven empezó a hablar:

  • Eh… ¿Le tomo la orden? - dijo con una voz dulce y algo nerviosa

  • Si, claro - dijo sin quitarle la mirada.

Ella se sonrojó y tragó saliva antes de ofrecerle el menú, lo observaba de una manera que lo desconcertó. Alex la notó tan incómoda que no le gustó para nada aquella sensación que proyectaba en él. Quiso preguntarle porque actuaba de esa forma, pero luego pensó que a lo mejor podía ser que era su primer día y estaba nerviosa o que simplemente así era ella, tímida.

Y es que por otra parte, él era consciente de que su aspecto no era precisamente el más amigable para la gente y a veces podían mirarlo con recelo por estar lleno de tatuajes y básicamente por ser un grandulón de casi 1.90.

Seguidamente la joven se perdió en la cocina un momento y al cabo de unos minutos apareció nuevamente con su comida. Había ordenado una sopa especial de la casa, arroz con pollo y una cerveza para acompañar. Realmente estaba hambriento y agradeció mucho que la joven le haya llevado su sopa rápido.

Cuando la muchacha regresó nuevamente instantes despues, esta vez con el arroz que había pedido, se percató de algo en ella.

Mientras ella servía el plato en la mesa, Alex logró percibir en su brazo izquierdo, con el que estaba sujetando el plato, una curiosa cicatriz con forma de una S. No era muy grande pero estaba en una zona bastante visible, un poco más arriba de su codo pero más abajo de la manga de su camiseta.

Esa imagen de pronto golpeó la cabeza de Alex, como cuando miras algo que ya habías visto hace mucho tiempo pero no sabes en donde. Sabía que había visto aquella blancuzca cicatriz, estaba muy seguro, pero no era capaz de recordar en dónde, o más bien en quien la había visto, ni cuándo.

Esto le dio una sensación de inquietud pues quería ser capaz de recordar pero no lo conseguía. Miraba detalladamente a la chica desde lejos para ver si la recordaba de algo, pero fue imposible, era una completa extraña. ¿O tal vez no lo era? Por un momento pensó en preguntarle cómo se había hecho esa cicatriz, pero resolvió que esa hubiera sido una situación de lo más extraña para ambos.

Al final, cuando acabó de comer, satisfecho pero a la vez confundido con todo el asunto, dejó el dinero de la cuenta en la mesa más un poco de propina y salió del lugar con una mala sensación.

Al día siguiente el muchacho se despertó más tarde que de costumbre, con mala cara y muy pocas ganas de hacer cualquier cosa. Había dormido muy poco en la noche, se sentía inquieto y aquella sensación le molestaba mucho.

Se dispuso a bañarse para ir a sus entrenamientos del día, llegaría un poco tarde pero le daba casi igual, siempre llegaba temprano y nadie diría nada por un solo día. No se volvería una costumbre, se dijo a sí mismo.

Después de haberse bañado y vestido, Alex tomó la maleta que llevaba siempre al gimnasio y se dirigió a la puerta de su pequeño apartamento para salir. Se detuvo un momento y observó todo alrededor del lugar, no supo ni siquiera por qué lo hizo, pero aquello lo hizo preguntarse cuánto tiempo llevaba viviendo de esa manera: Solo y en tan precarias condiciones.

No quería sonar desagradecido, pues era algo que nunca había sido, siempre supo agradecer las oportunidades y las cosas buenas. Incluso supo cómo agradecer el amor de las personas en algún momento de su vida, ahora ya no tenía el amor de nadie para agradecer.

Entonces la imagen de su madre apareció en su cabeza.

Ella que era tan alegre, bondadosa y tan positiva frente a la vida, tan diferente a él pero que tanto lo amaba. ¿Qué diría si lo viera? Con las pintas que cargaba, el cuerpo lleno de tatuajes, la vida desordenada e irracional que llevaba. El muchacho de repente se sintió decepcionado de sí mismo, seguro que su madre no se sentiría muy orgullosa tampoco.

Y qué decir del bastardo de su padre, aprovecharía para echarle en cara su irresponsabilidad y su rebeldía "Te lo dije, que no ibas a lograr demasiado en esta vida". Le escupiría a su padre si lo viera pero gracias a Dios el maldito viejo no sabía en donde se encontraba, ni cómo.

Vivía solo desde que tenía 18 años. Se había ido de su casa un año después de la muerte de su madre. No tenía nada por lo que permanecer en ese lugar, con su padre y su hermano menor. Su padre había tomado peor carácter luego de la muerte de su esposa, las peleas y los desacuerdos se habían vuelto demasiado frecuentes y estaban tomando matices más oscuros, muchas veces Alex se vio detenido por su hermano de no romperle la cara a su propio padre.

Se rió de lo irónica que era la situación, era el hijo de un hombre con una posición económica y social bastante buena, demasiado buena a decir verdad. Su padre tenía dinero, esa era una verdad innegable, tanto como lo era el hecho de que Alex despreciaba profundamente a aquel hombre y su estúpida fortuna. No le interesaba en absoluto, estaba seguro de que esas facilidades y comodidades habían convertido a su padre en el ser tan despreciable que era. Él no quería saber nada de aquello, su peor pesadilla era llegar a ser algún día como ese hombre. Alex tan solo quería vivir a su modo, aunque eso conllevara toda esa vida desordenada que llevaba.

El muchacho se dio cuenta de que estaba perdiendo tiempo pensando en el despreciable de su padre, en cambio pasó a pensar en su madre. Quería recordarla por más doloroso que le pareciera el acto. Así fue como se le vinieron varios recuerdos de ella mientras conducía por la ciudad en su moto camino al gimnasio.

Entre todos los buenos recuerdos que tenía de cuando su madre vivía y lo consentía cocinandole o abrazándolo (lo cual él no sabía valorar como se debía en ese tiempo), se le vino a la mente un recuerdo de una conversación que tuvo con ella, sobre el interés que tenía ella en que consiguiera un empleo de medio tiempo para ganar un poco de dinero y no tener que pedirle a su padre, ya que eso le había traído discusiones con él varias veces

Su madre le había dicho días antes que tal vez era una buena idea que se ofreciera a sacar a los perros de sus vecinos a pasear, o hacer trabajos manuales que no fueran demasiado pesados, y algunos días después, ella llegó a su habitación con un poco de emoción y le preguntó:

  • ¿Qué tal te llevas con los niños, Alex? — dijo ella con una sonrisa.

Él se sorprendió un poco por la pregunta, le parecia tan inesperada que dejó aquello que estaba haciendo, pauso aquella música ruidosa que estaba escuchando y la miró con atención.

  • Pues, no lo sé, supongo que no muy bien, jamas he lidiado con niños. ¿a qué viene la pregunta?  — dijo él un poco desorientado

  • ¿Conoces a nuestros vecinos? Los que viven en la casa de al frente

  • Eh... si, los he visto, creo — respondió él, aun sin entender

  • Son los que viven en la casa azul. — dijo ella — Bueno, eso no tiene mucha importancia, la cosa es que tienen un hijo pequeño, se llama Mathias, es una monada — le dijo su madre con una sonrisa.

  • Sigo sin entender, mamá — dijo él

  • Es que no me dejas hablar — le reprendió ella — Estuve hablando con Jocelyn, la vecina, y me dijo que ella puede darte una buena cantidad de dinero a la semana si cuidas al pequeño en las tardes ¿Qué te parece? — dijo ella entusiasmada.

A Alex no le gustaban demasiado los niños, pero había visto al pequeño unas cuantas veces y se veía bastante tranquilo, además necesitaba el dinero y no estaba para poner demasiados peros. Así que aceptó.

Cuidaba del pequeño Mathias de lunes a sábado, y sus padres (o más bien su madre) le pagaban bien. El niño en ese entonces tenia 9 o 10 años y como era bastante tranquilo y callado, él tenía oportunidad de hacer otras cosas mientras se quedaba a cuidarle.

Recordó una ocasión, en la que él estaba en el jardín con el niño enseñándole a jugar fútbol, porque a pesar de ser el deporte más popular, ni eso podía el pobre enclenque, que era como lo llamaba a veces en broma ya que era bastante delicado.

De alguna manera, el niño se tropezó con la cerca de la casa vecina, que estaba hecha de metal, y se hizo una herida en el brazo izquierdo. El pequeño no paraba de llorar, Alex no sabía qué hacer y como pudo le limpio la sangre y le puso una gasa en el brazo. Los padres del pequeño no se preocuparon demasiado, en especial su padre, quién no parecía importarle en absoluto el niño.

Luego de un tiempo, la herida le cicatrizo tomando curiosamente la forma de una S, y todo continuó como si no hubiese pasado nada. Él siguió cuidando del pequeño un buen tiempo casi hasta que sus vecinos se mudaron.

Todos estos recuerdos le cayeron encima como un balde de agua, de una agua muy fría además, de tal manera que le hicieron frenar de golpe en medio de la calle.

¿Acaso era posible? Quizá estuviese alucinando, aquello había pasado hace muchos años ya. Pero la cicatriz, su curiosa forma y la manera tan extraña en la que se había comportado aquella chica la noche anterior.

¿Era posible que esa chica, fuese el pequeño y enclenque Mathias? Esperaba que no, él inclusive la había encontrado guapa, muy bella en realidad.

Retiró el pensamiento de su mente como un golpe. Tenía que salir de aquella duda pero ¿Cómo? No podía simplemente llegar y preguntarle algo como eso, sería demasiado grosero incluso, ¿por que que tal si no era ella, o él? Todo esto era tan confuso.

De todas formas, si aquello era una simple confusión, no sería la primera chica que lo considerará un patán maleducado. Poco le importaba. ¿Pero y si era cierto? ¿Si ella, (¿Él?) era aquel pequeño que cuido en su adolescencia? No sabía lo que haría cuando lo confirmara o no. Ya vería qué hacer entonces, quizá no era algo para armar tanto escándalo, simplemente necesitaba salir de la duda. ¿Por qué? Ni él lo sabía.

El muchacho llegó al gimnasio y trato de entrenar lo más enfocado posible pero simplemente no podía, su mente solo se hallaba pensando en la chica del restaurante del día anterior. Esto le costó algunos errores al estar luchando contra un rival, errores muy tontos que él nunca hacía. Se sentía torpe y hasta su entrenador Marco lo había notado. Momentos más tarde el hombre le preguntó al rubio a qué se debía su mal rendimiento, aunque sabía que lo más seguro era que no se lo diría. Aparte de que Alex no hablaba demasiado y mucho menos contaba detalles de su vida, era un tipo muy orgulloso que odiaba las derrotas.

  • ¿Qué te pasa hoy Glanton?

  • No me pasa nada — dijo el rubio en tono cortante

  • ¿Estás seguro? — insistió el hombre una última vez

  • Sí, es solo que estoy cansado. Me iré más temprano hoy.

  • Está bien muchacho, si así quieres…

Marco llevaba en aquel gimnasio bastante tiempo ya, no cobraba demasiado caro las mensualidades y era un entrenador bastante bueno.

En su larga experiencia con tipos rudos y violencia, había conocido a pocos como Alex. Aquel muchacho había llegado allí hace casi tres años, y él supo inmediatamente que sería uno de los mejores, pero también uno de los más difíciles, por su carácter. Y es que tenía un carácter del demonio.

Era rebelde, pocas veces perdía una discusión y mucho menos una pelea, nunca abandonaba una ni en las peores circunstancias. Era un tipo leal, como pocos. Era orgulloso y tenía su honor también. Marco no se lo había dicho nunca, pero admiraba esa parte del joven, quién para tener tan poca edad, vivía siendo leal a sí mismo y a sus convicciones.

Aquel rebelde hablaba más que poco, lo necesario, pero él hombre sabía que le tenía confianza y que incluso quizá podría considerarlo un amigo. Marco se había hallado preocupado en ocasiones por el muchacho, cuando las cosas en una pelea se ponían mal o cuando le desobedecía y hacia su voluntad. Le tenía una especie de cariño paternal.

Y es que con la edad, había aprendido a entender a los muchachos como él. Marco sabía que Alex cargaba con el peso de una gran pérdida y una vida sin amor. Quién sabe, quizá algún día él mismo se acercaría y le contaría su historia, por ahora, se limitaba a entrenarlo en aquello que él muchacho era bueno sin lugar a dudas.

El joven terminó su entreno más temprano como había dicho y fue directo a tomarse una ducha. Mientras tanto empezó a meditar si debía ir de nuevo a aquel restaurante con el fin de salir de dudas. Pensó que tal vez si no lo hacía, esa duda no lo dejaría en paz y le carcomeria la mente. Él no estaba dispuesto a verse afectado de ninguna forma en sus entrenos otra vez.

Cerró la llave del agua de golpe y salió de inmediato a vestirse. Terminó de recoger sus cosas y tomó su moto para volver al lugar de la noche anterior, arrancó y se dispuso a pensar como carajos le preguntas a una chica si había sido un chico en el pasado.


Al día siguiente ella se encontraba en el trabajo tranquilamente ayudando en la cocina a lavar los últimos cubiertos de la noche para comenzar a cerrar el establecimiento. Estaba sumergida en sus pensamientos recordando cosas y planificando el resto de la semana, tenía que ir a comprar las medicinas de su madre a más tardar al día siguiente, de ninguna manera queria que se pusiera mal de salud otra vez.

Pedirle dinero al bueno para nada de su padre no era una opción, lo más seguro era que ya hubiese apostado todo su dinero con sus amigos, o se lo hubiera gastado en Alcohol. No podía creer que fuera tan inconsciente, pero no había mucho que esperar de aquel infame. Lo peor era que no había nada que ella pudiera hacer o decir al respecto sin ganarse una paliza de su parte.

Él era un hombre muy violento, pero gracias a Dios solo lo era con ella, se decía la muchacha, por la inmensa rabia que le tenía por simplemente ser quien ella era. Él nunca se había atrevido a golpear a su madre, por muy borracho o enojado que estuviera, pero ella sin embargo, era otra historia, era con quien se desquitaba aquel bastardo.

Todos estos pensamientos se esfumaron de repente cuando llegó su amiga por detrás dándole un gran susto.

  • Ariana — exclamó ella por detrás suyo para que volteara — El tipo de ayer volvió, está sentado en la misma mesa.

  • ¿¡Qué!? — dijo casi gritando por la situación tan inesperada — No puede ser verdad.

Sentía que se le caía algo pesado en todo el cuerpo, casi se sentía inmóvil, estancada en su sitio.

Alex estaba allí de nuevo. ¿Que clase de broma pesada era esa? pensó Ariana. Él la estaba mirando con los ojos curiosos. Ella volteo inmediatamente para evitar su mirada. Esperaba que estuviera allí solo por la comida.

  • Sí, y me preguntó por ti — dijo soltando una pequeña risita — preguntó por tu nombre para una cuestión de una propina o algo así.

  • ¿¡QUÉ!? — exclamó esta vez ya gritando — ¿¡Y qué le dijiste!? — le preguntó angustiada.

  • Le dije que era mejor que hablara contigo. — dijo un poco divertida viendo las reacciones de su amiga

  • ¿¡Pero te has vuelto loca!? ¿¡Por qué hiciste eso!? Sabes que no quiero verlo!

En ese momento Ariana quería arrancarle la cabeza a su amiga. Quería salir corriendo del lugar y evadir cualquier cosa que tuviera que ver con Alex

  • Ay vamos Ariana, me di cuenta de que el muchacho está interesado en tí

  • Pues claro, porque parece que me ha reconocido!

  • Noo — exclamó su amiga — creo que es porque le gustaste! Además, no dijiste ayer que te daba igual que te reconociera o no? - dijo mirándola fijamente

  • Pues si pero… — entonces Jenifer la interrumpió

  • Ari por favor, tú siempre tratas de evitar a los chicos y prácticamente a cualquier persona. Es hora de que socialices un poco por Dios!

  • Pero…

  • Que él solo quiere conocerte y, ¡Encima está guapísimo! No me puedo creer que no lo quieras ver siquiera.

Alicia, que había estado detrás de las muchachas todo el tiempo dijo de pronto:

  • Es mejor que vayas de una vez, Ariana. Estamos a punto de cerrar y un poco de dinero extra no está de más.

  • Este… ehmm, creo que mejor lo dejo así, total ya estamos por cerrar y… — Alicia la interrumpió a media oración

  • Anda, deja de sacar excusas muchacha, que también necesito que le lleves lo que pidió y le pases la cuenta — dijo la mujer seriamente mientras terminaba de guardar algunos platos.

Ya no tenía escapatoria, Jenifer había desaparecido para irse a cambiar y la había dejado en ese aprieto. Estaba furiosa, y cuando la volviera a ver se lo haría saber. Pero ahora tenía que preocuparse por el muchacho al cual se estaba acercando. Él estaba desconcentrado mirando su teléfono. “Gracias a Dios esta vez no tiene la mirada clavada en mí”, pensó. Sin embargo sentía que se le caía el alma al suelo cuando el joven alzó la vista. Se sentía avergonzada y torpe, y estaba segura de que todo el mundo podía notarlo.

Una vez estuvo frente a él, no dijo nada. Solo se limitó a poner sobre la mesa la comida para llevar que había ordenado. Él tenía la mirada clavada en la joven mientras ella anotaba el valor de la cuenta para darle su recibo y poder irse lo más rápido posible.

  • Aquí tiene la cuenta — le dijo ella tratando de sonar desinteresada.

El muchacho, que al parecer mientras la miraba estaba distraído pensando, o quién sabe qué, reaccionó cuando ella habló.

  • Ehh, si, claro — dijo mientras sacaba su billetera para sacar algo de dinero.

Contó algunos billetes y guardó su billetera de nuevo en el bolsillo trasero de su pantalón. Antes de entregarle el dinero la miro nuevamente y le dijo:

  • Disculpa, esto es un poco raro pero… ¿Te conozco de algún lugar? — dijo con un pequeño tono de nervios que supo ocultar fácilmente.

Su voz era muy grave y ronca, incluso sonaba demandante, algo que no inspiraba mucha confianza como para mentirle y salirse con las de uno. Pero igual lo hizo, trató de sonar segura y tranquila:

  • No, no lo creo

  • Segura? Es que, tengo la sensación de que te he visto antes — dijo él mirándola a los ojos

Cuando Ariana escucho eso sentia que el mundo se le venia encima.

  • Mmm — fingió pensar un poco — Si, estoy segura.

Alex la miró como si no estuviera satisfecho con su respuesta mientras me entregaba el dinero.

  • Si me disculpa, estamos a punto de cerrar y necesito llevar el dinero de su pedido — dijo ella en un tono que sonó más relajado y desinteresado mientras se disponía a marcharse hacia la caja.

El muchacho no pensaba quedarse con aquella incógnita y no creía ni un poco en el fingido desinterés de la joven. Se levantó de la silla mientras la veía alejarse y no lo pensó dos veces antes de hacer lo que iba a hacer:

  • Mathias - dijo él en voz alta, al mismo tiempo que cruzaba sus brazos a la altura de su pecho.

Vió como la joven se quedó quieta al escucharlo, como si de repente la hubieran anclado al piso y se estuviera ahogando. Él esperó, ella no se movía.

¿Como había sido tan tonta al pensar que no la reconocería? se dijo a sí misma.

¿Cómo se atrevía él a aparecerse por allí de esa manera, y a decir algo como eso?

Se había quedado completamente quieta, como una figura de piedra. Estaba segura de que él la estaba mirando y aquella reacción la había delatado inmediatamente.

Pero ¿Qué caso tenía negarlo? Tampoco era de esas chicas que corrían y hacían lo imposible para que la gente no supiera de su condición. Se sintió muy tonta y avergonzada de sí misma porque era eso precisamente lo que había estado tratando de hacer con él, queriéndolo evitar a toda costa. Reflexionó. No tenía porque ocultarse de nadie y mucho menos se iba a dejar amedrentar por aquel idiota.

Se dio la vuelta, caminó hacia él y lo vio de brazos cruzados. En esa posición y con aquella expresión se veía más intimidante aún, pero poco me importó. Se acercó a él y lo miró fijamente.

  • ¿Qué has dicho?

Alex se sintió incómodo de repente, como si hubiera hecho algo que no debía. Que más daba, había ido allí para salir de la duda y ahí tenía su verdad.

  • ¿Eres tú? ¿No es así? — le dijo él mirándola de vuelta.

En ese momento Ariana tenía una evidente expresión molesta.

  • Sí, pero no es así como me llamo. — le dijo con una seguridad tan grande que incluso él pensó que aquello era una verdad absoluta.

  • Ariana, ¿verdad?

  • Si.

Él pensó por un segundo que quizá ella aun no lo había reconocido de vuelta, pero como si le hubiese leído los pensamientos la muchacha le dijo:

  • Ha pasado mucho tiempo, Alex.

Él pestañeo un poco al escuchar su nombre en sus labios

-Si, ya lo creo.

Alex de repente se sentía un poco desorientado, ¿Que se suponía que haría en caso de que su idea fuera real? No había pensado en ello. En el fondo creía que estaba equivocado. Pero sin embargo, le causaba una curiosidad tremenda saber más de ella.

Se metió las manos en los bolsillos, y le dijo:

  • ¿Me aceptas una cerveza?. — dijo como si fuera lo más natural del mundo.

  • No bebo. — respondió ella seria, pero sorprendida por el extraño ofrecimiento.

  • ¿Un café?

Se lo planteó unos segundos. Se sentía mareada y desorientada, la situación le parecía completamente irreal y absurda. No sabía qué responder.

Pensó en decirle que no, pero al mismo tiempo penso: ¿Que mal me haría un café? Solo sería una pequeña charla y luego se iría a su casa y olvidaría el bochornoso momento. Además, Alex parecía seguir igual de callado que antes y no creía que hablara demasiado. Ella tampoco lo hacía, pensó.

Se debatio mentalmente un poco antes de responder:

  • Está bien, salgo en 10 minutos. — le dijo.

Alex la miró y asintió.

  • Estaré afuera.

El muchacho salió a esperarla afuera, se quedó parado al lado de su motocicleta y se dio cuenta de lo absurdo de la situación.

¿Un café? ¿En serio?

Se sintió de pronto con frío y ansiedad. ¿Qué era lo que le causaba tanta curiosidad de aquella chica? ¿Era el hecho de que le recordaba otra época de su vida?

No recordaba al pequeño Mathias con demasiado sentimiento. Era cierto que había sido un niño muy majo y le había agarrado algo de aprecio en el poco tiempo que había pasado cuidándolo, pero no le parecía suficiente.

Era algo más, un sentimiento más complicado que aquello. Porque esa muchacha no era nada de lo que había sido el pequeño enclenque, eso era más que evidente. Evitó el recuerdo de lo bonita que la había encontrado la primera vez que la vio.

No le gustaba sentirse así. Y no quería confundir aquello tampoco.

Era como encontrarse con un viejo conocido, ¿no?. Un café, un par de copas para saber que había sido de su vida y ya está.

Tampoco era gran cosa ¿verdad? Después de todo era solo eso, un viejo ¿amigo? ¿amiga?, vaya lío.

Lo pensó un momento y llegó a la conclusión de que llamarle Mathias y decirle "amigo" podía resultar grosero. No sabía cómo actuar a decir verdad, jamás había conocido alguien así y tenía la cabeza llena de preguntas extrañas sobre ella. Y algunas otras que quiso ignorar, eran sobre sí mismo.

Mientras tanto, Ariana se terminó de cambiar poniéndose un suéter y una chaqueta, pues estaba haciendo mucho frío afuera. Ya habían terminado de cerrar y solo quedaban ella, Jenifer y Alicia, quien estaba terminando de revisar el dinero en la caja. Jenifer se acercó a su amiga y le preguntó:

-¿Qué pasó con aquel tipo? — le preguntó con curiosidad

  • Me invitó a un café — dijo mientras se daba cuenta de lo ridículo que sonaba.

  • ¿En serio? — dijo ella sorprendida — ¿Y aceptaste?

  • Si, me está esperando afuera — dijo con un poco de vergüenza

  • ¿Lo ves? No es tan malo como creías — dijo ella sonriéndole

  • No lo sé Jenny, espero que tengas razón — dijo la muchacha con un tono preocupado

Cogió su pequeño bolso y salió del lugar con su amiga. Ambas sintieron el frío en la cara nada más salir. Se despidió de ella y empezó a caminar hacia el parqueadero donde se encontraba Alex.

Jenifer al alejarse volteo a ver a su amiga y despues al muchacho que estaba parado al lado de su moto. Le parecía un tipo muy guapo con todo ese aspecto de chico malo que cargaba. Y sabía que a su amiga también le gustaba igual que a ella o incluso más, por más que lo negara.

Mientras Ariana se acercaba a Alex tenía miles de interrogantes en su mente:

¿Qué había sido eso? ¿Un café? ¿En serio? Había aceptado por simple cortesía, es todo.

¿Por qué su amiga la había metido en esto? ¿Acaso no debia estar enojada con ella?

¿Qué se suponía que le diría? ¿Hola? Le parecía tan absurdo todo.

¿Lo volvería a ver después de esto? Esperaba no tener que hacerlo.

Parecía una situación salida de una mala película de comedia. Ella sentía muchas cosas menos ganas de reírse. Estaba nerviosa, incluso asustada.

Lo miro fumando un cigarrillo al lado de una motocicleta, intuyó que debía ser de él. Seguidamente el muchacho lanzó el cigarrillo al suelo y lo pisó con la punta de su bota al ver a la chica acercarse. Vaya tipo, pensó ella.

El joven la miró con curiosidad por un momento. Ahora llevaba el cabello suelto, y bajo la luz de la luna, este y su rostro se veían totalmente angelicales.

Miró su reloj de mano, sacudió sus propios pensamientos para evitarse la mala sensación posterior.

Él tampoco sabía que decir, era malísimo socializando, y por lo que podía recordar ella tampoco era muy buena en eso.

Carraspeó un poco aclarando su garganta y cuando tenía a la joven lo suficientemente cerca dijo:

-¿Dónde vives? — siendo lo único que se le ocurrió

-Un poco lejos de aquí — le dijo mirándolo un poco confundida por la pregunta

-¿En el mismo vecindario?

-No, nos mudamos de allí hace mucho.

  • Ya veo - dijo él

Ambos podían sentir lo incómodo del momento. Ninguno sabía cómo interactuar con el otro.

  • ¿Y tú?

  • Emm, vivo en un piso cerca al centro.

  • ¿Es tu moto? — dijo señalando el enorme cacharro.

  • Sí. Te puedo llevar a casa, si quieres.

Ella se sorprendió por la oferta. ¿Llevarla? Por Dios, no. No se imaginaba subida en aquel aparato y mucho menos con él.

Le aterraban las motocicletas y montarse en una con Alex le generaba una sensación de vértigo indescriptible.

  • Ehh, no, no creo que sea una buena idea, el metro me queda bastante cerca. Gracias de todos modos. — dijo ella

  • Está bien. — se quedó callado un momento — Y bien, ¿Sabes dónde sirven buen café por aquí? — dijo él frotándose la barbilla.

Ella alzó la mirada, el tipo parecía ir en serio con lo del café. Entonces pensó en el pequeño café vecino que abría hasta las doce.

Lo miró y le regaló una pequeña sonrisa. Él se la devolvió.

  • Podemos ir a un café que está cerca — le dijo haciendo un pequeño gesto con la mano para que lo siguiera

Caminaron sin decirse nada, pero ya no se sentía tan incómodo como antes.

Una vez llegaron al establecimiento se sentaron en una mesa y un joven apareció para atenderlos.

Alex pidió una cerveza y Ariana un café. La muchacha se negaba a beber cualquier bebida alcohólica después de ver lo que era su padre por culpa del alcohol.

Alex habló primero:

  • ¿Cómo es qué...? — se detuvo de repente y decidió cambiar de pregunta — ¿Cuántos años tienes ahora?

La muchacha no supo que iba a preguntar anteriormente.

  • Tengo 18 — le respondió

El muchacho alzó las cejas.

  • Ha pasado mucho tiempo, la última vez que te vi tenías 8? 9 años?

  • 9, tenía 9 - dijo ella

  • ¿Qué hay de tus padres? ¿Aún vives con ellos?

  • Si, todavía — respondió Ariana — ¿Y tú? ¿Vives aún con tu familia? — le preguntó a él

Él hizo un gesto de molestia que trato de disimular.

  • No, vivo solo desde hace algunos años.

Él la miró con interés

  • ¿Haces algo más aparte del trabajo? ¿Estudias aún?

-Si, estoy en la universidad. — respondió ella —¿Y tú?

  • Tengo un empleo… O algo así.

Alex le explicó someramente lo que él hacía. Ella sin entender muy bien su trabajo, al menos comprendió porque el muchacho tenía algunos moretones en el rostro. Ella había pensado que se debían a que era un tipo problemático que se la pasa peleando con cualquier extraño, lo cual era algo muy acertado en realidad, solo que él lo hacía ganando dinero por ello al menos. A ella no le parecía una vida muy sana

Alex no podía soportar más el ambiente fingido que se sentía. La miró, y ella supo lo que él iba a preguntarle antes de que abriera la boca siquiera.

  • ¿Como paso? Es decir, eras tan solo un pequeño cuando te conocí y, ahora… — se quedó a media oración.

Ella movió los ojos como si hubiese respondido esa pregunta miles de veces antes. Decidió tomarle un poco el pelo.

  • La gente cambia — dijo ella mostrando desinterés

  • Si, supongo que sí, pero… — ella lo interrumpió

  • ¿Solo que la mayoría no cambia de género, verdad? — dijo con un deje de diversión.

  • Si, exacto.

  • No es la gran cosa. — dijo nuevamente mostrando desinteres

A él si le parecía la gran cosa, pero quiso creerle a la muchacha. Se veía tan tranquila y confiada al respecto, irónicamente lo contrario de como estaba antes.

  • Pues, si no te conociera de antes, jamás hubiera pensado que eras… ya sabes. Quiero decir, no lo pareces. — dijo dándole un sorbo a su bebida.

A la muchacha le enfadó bastante lo que acababa de decir Alex. ¿Que acaso las personas trans sólo pueden lucir de una cierta forma?

  • ¿Ese comentario esta demas, sabes? — dijo ella en tono molesto — No sé si es una especie de cumplido o algo, porque estás insinuando que las personas trans sólo pueden verse de una manera.

  • Lo siento, es que, soy un poco ignorante en el tema — fue lo único que pudo decir para zafarse de lo que había dicho.

  • Pues, hay mucha información en internet si buscas la palabra “transgenero”.

Él tuvo una sensación difícil de explicar, se sentía de alguna manera consumido, por ella. Por todo aquello que ella significaba. La veía como palabras escritas en un lenguaje desconocido. No las entendía, pero cómo quería comprenderlas.

  • Supongo que sí. — dijo él.

Alex trató de cambiar de conversación porque sabía que tal vez podía hacerla enojar de nuevo. Entonces le preguntó sobre su vida y así ambos empezaron a enterarse un poco del otro, la noche cambio para bien.

Él se enteró de que Ariana estudiaba y trabajaba al mismo tiempo, que no le gustaba hablar de su familia y que estaba en una carrera de Literatura Inglesa. La muchacha le contó que su madre no estaba demasiado bien de salud, y su mirada se apagó.

En general, su vida parecía bastante… normal. No era para nada los carnavales y fiestas de colores que él se imaginaba cuando escuchaba la palabra transgenero, y eso en el mejor de los casos. Se preguntó cuán equivocado estaría sobre la vida en realidad.

Ella se enteró de que a Alex tampoco le gustaba hablar de su familia y pudo escuchar un poco más de lo que se dedicaba aquel desordenado muchacho.

Le preguntó a él como la había reconocido, y él le contó acerca de la cicatriz que tenía en el brazo, que recordó al día siguiente ese momento, y luego de eso solo tuvo que atar algunos cabos.

Alex hablaba poco, justo como ella recordaba. No era un gesto grosero o algo así, de hecho el muchacho le prestaba mucha atención cuando ella comentaba algo.

Él sin embargo, se sorprendió de verla tan cómoda en su propia piel. Recordaba a un pequeño de 9 años inseguro de hablar inclusive. El joven vio sus primeros momentos con ella hace años y sintió la ironía de la vida.

El tiempo pasó bastante rápido para ambos, el joven se tomó otra cerveza y ella no aceptó otro café. Salieron de allí pasadas las once.

  • ¿Estás segura que no quieres que te lleve? Está un poco tarde. — dijo él metiéndose las manos en los bolsillos.

Ella se sintió agradecida por el ofrecimiento, y aunque le asustaba un poco la idea de irse sola a tales horas, aunque no fuese la primera vez, no dejaba de tener esa sensación de miedo en las noches como aquellas.

Declinó nuevamente.

  • De verdad que no es necesario, muchas gracias.

  • Te acompaño hasta el metro, entonces.

  • Esta bien, gracias. — dijo ella dándole una sonrisa

Caminaron juntos un poco más hasta el subterráneo. Hablaron poco, pero ninguno de los dos se sentía incómodo.

Cuando llegaron a la estación ella sujetó su pequeño bolso y buscó su teléfono. Él la miró fijamente sin que ella se diera cuenta.

  • Gracias por el café. — dijo ella

Él le respondió con una sonrisa y un simple “No hay de que”.

  • Cuidate Alex.

  • Tú también — respondió él

Ella hizo un gesto de despedirse con la mano, él le devolvió un movimiento con la cabeza.

La vio alejarse hasta que subió al metro. Ella miró por el cristal de la puerta, él seguía allí parado con la misma posición cuando el metro había arrancado y lo vio desaparecer con el movimiento.

Aquello era lo más inesperado y extraño que le había sucedido a ambos en mucho tiempo.

Ella pensó en él y en el aspecto que tenía ahora. Quizá era un poco más brusco debido a lo que se dedicaba, era evidente que estaba metido en asuntos serios, le dió muy mala sensación aquello de las peleas, y otras cosas que había comentado el muchacho.

Y sin embargo, había sido amable con ella.

Deseaba poder volver a verlo, pensó ella inconscientemente. Se había sentido cómoda con él. Como quien recuerda un buen amigo.

Claro que ella siempre lo había visto como algo más que un buen amigo cuando era pequeña.

Se sintió ligera y estúpida al recordar aquel tiempo, Alex había sido el hombre que despertó su interés por los chicos. Fue el primer muchacho que la hizo pensar que (en ese entonces) era homosexual.

Había tenido un enamoramiento platónico con él cuando la cuidaba. Se había enamorado como hacía la gente triste, apenas con un gesto amable. Le resultaba vergonzoso recordar esas cosas, era cómico y salido de la nada que acabara de tomar un café con aquel muchacho.

Seguramente no volvería a verlo, y eso estaba bien, pensó ella. Prefería dejar atrás los recuerdos pasados.

Alex por su parte seguía confundido por la chica de cabellos castaños, no la veía como el pequeño Mathias que había conocido antes, simplemente no podía. Es como si ella hubiese estado ahí todo el tiempo, escondida entre una voz llorosa y una cara redonda de niño.

Pero tampoco terminaba de encajarle completamente. Es decir, era....era un chico ¿no? Pensó que eso la ofendería sin duda, apartó el pensamiento.

Por otro lado, su actitud, su manera de hablar, le recordaba muchísimo a su madre, a la delicadez con la que lo trataba en el pasado, a el cuidado que ponía en cada palabra, a la pureza de su alma. Ariana era como ella.

Quería evadir ese sentimiento pero no sabía como, no podía simplemente golpearlo lejos y ya está. Era algo más, una inquietud, la sensación de haber encontrado algo que no sabía cómo conservar.

El sentimiento de querer entender lo que le resultaba evidentemente desconocido, y lo atraído que se veía a descifrar aquello y a descifrarse a sí mismo era abrumador.