En vivo es mejor

Las sorpresas más gratas se encuentran más allá del mundo virtual: la realidad supera todo lo que puedas ver en la pantalla.

En vivo es mejor

Como era costumbre, me encontraba en la sala 4 del cybercafé. Es un lugar muy organizado en el que cada sala tiene distintos grupos de personas; una para niños, otra para dictar cursos, y otras para revisar correos. Hay salas de juego e incluso hay privados, para quienes deseen estar a solas con su… PC.

Pero yo estaba en la sala 4, que es de las que se usan para el correo e investigaciones. Cuando llegué lo primero que hice fue poner a funcionar el messenger por si entraba alguien interesante. Había una chica entre mis contactos con la que tuve sexo virtual y se llama Elena. Ella decía ser una rubia de 24 años; como yo, aficionada al cantante español Joaquín Sabina, estudiante de Filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Ese día, Elena estaba conectada, así que la saludé.

Estuvimos hablando durante 3 o 4 minutos de cosas sin importancia, hasta que en determinado momento la situación se puso caliente y empezamos a decirnos los mil modos y maneras en que lo haríamos si sólo pudiéramos vernos.

La excitación de saber que una mujer te desea es una sensación divina; y además Elena parecía tener una imaginación desbordada y se le ocurrían cosas que a mí nunca me pasaron por la mente. En la sala de investigaciones generalmente no se hace mucho ruido, de manera que no me fue difícil escuchar cuando una chica gimió levemente a dos sillas de la mía. Eso me sacó de concentración, pero decidí no darle mucha importancia y seguí excitándola con frases bien escogidas.

Entonces descubrí un patrón: cuando yo enviaba alguna cosa, la chica a dos sillas se reía, o suspiraba, así que decidí simular que iba al baño para pasar a su lado. Cuando lo hice, descubrí con estupor que la persona con la que ella hablaba usaba mi nick: Xardox.

Me acerqué suavemente a ella, que efectivamente era rubia, y le dije al oído: "hola, Elena". La muchacha me miró con espanto y me dijo:

¿tú eres…?

Xardox, a tus órdenes

Su cara enrojeció pero sus labios palidecieron… se levantó y fue entonces cuando lo noté: Elena está buenísima. Su pecho lo calculo en 36 C, y su estatura es ligeramente menor a la mía, 1,65 aproximadamente. Una carita de ángel y una linda cintura completaron la escena. Me dio la mano y me soltó sin pensarlo mucho:

bueno, ¿y cuándo vamos de la teoría a la praxis?

Voy a cerrar la sesión

Hay tres cuadras bien contadas del cybercafé al hotel. Apenas entramos, nos besamos con un hambre furiosa. La ropa sobraba, así que nos desnudamos sin mediación, sin miramientos y sin vergüenza alguna; se trataba de una pasión en estado puro, que no nos dejaba pensar exactamente qué estaba sucediendo; simplemente mi mano ya estaba acariciando sus pezones rosados y espigados, como botones de rosa sobre su piel delicada y turgente; llena hasta la resistencia de la piel… cuánta suavidad… ella entretanto jugaba con el nacimiento de mi vello púbico y me iba excitando tanto que de pronto la cabeza de mi pene tropezó con uno de sus dedos.

Eso la encendió. Relinchó como una yegua y me tiró a la cama, mientras ella se precipitaba a meterse mi zona más hinchada a la boca. Lamía con largos lenguetazos desde la base hasta la punta, recreándose en la vista privilegiada que tenía. Pero yo también tenía una vista privilegiada desde allá arriba. Si han visto a una mujer meterse su pene en la boca, saben de qué hablo.

Mis manos exigieron que subiera así que la traje en peso hasta la altura deseada y la senté a horcajadas sobre mi cara, de manera que su cuca me quedó en la boca. Ella con las manos en la pared se retorcía como una loca, porque mi lengua la volvía realmente loca con su movimiento serpenteante en su cueva. Tenía un vello rubio y bien cuidado que era muy fino; tanto que no pinchaba sino que, propiamente, acariciaba mi cara. Entonces llegó su primer orgasmo, y con un grito, dejó manar de su vientre un líquido dulce y amargo que bajaba quemante por mis cachetes y bañó mi cuello, la cama, la almohada en la que me apoyaba...

Al verla tan ardiente, sentí que era el momento de darle lo que tanto quería ella recibir. El juguete con el que ella disfrutó pocos minutos antes seguía erecto y cada vez más lubricado. Además su explosión dejó el campo más que húmedo, con lo que no tuve ninguna dificultad para encajarme en sus labios y penetrarla.

Aunque no hallé obstáculo, resistencia alguna, la sensación de penetrar por primera vez es única, irrepetible, es como meter un gol, llena de gozo, así que lo hice lentamente, sintiendo el roce de sus paredes alrededor de mí, sintiendo cómo su vagina me abrazaba como un guante fino a una mano; sentía como su espacio se expandía para darme cabida, y sin poder evitarlo, cuando estaba a medio camino empujé con mucha fuerza, tocando con la punta del pene el mismo fondo de su lubricada matriz.

Me empecé a mover dentro de ella pegando mucho mi cuerpo al suyo, para asegurarme de estimular su clítoris, más bien pequeño, que se escondía entre su capuchón, pero era muy sensible.

La oleada de placer que experimentaba tuve que reprimirla para no acabar el juego antes de tiempo. Baje el ritmo un poco pero sin disminuir un ápice la presión sobre su punto más sensible. Cuando me calmé, volví a galopar su cuerpo, besándole el cuello, dando pequeños mordiscos en su oreja pequeña y apartando sus cabellos para poder lamerla. Ella también lo disfrutaba tanto, que llegamos sorpresivamente al orgasmo de manera simultánea, y en un ronco suspiro de placer, exhausto, me abracé con fuerza a ella. Elena, a su vez, se relajó tras unos instantes en los que se arqueaba aunque yo no pude notarlo. Cuando respirábamos normalmente, ella se volvió a verme con expresión divertida y me dijo: "Oye, Xardox, y tú… de verdad, ¿cómo te llamas?"