En una playa nudista y sus alrededores

Angélica paseando llega a una playa donde encuentra un compañero de trabajo. Es allí donde descubre una nueva forma de pensar.

Esa calurosa mañana Angélica andaba por el paseo marítimo, alejándose cada vez más de la ciudad. Al llevar unos pantalones cortos y un top de palabra de honor no se había de preocupar de que le quedaran marcas. No le prestaba atención a los comentarios que escuchaba casi de forma continua.

—Buenos días, Angi.

Escuchó que decía una voz des del aparcamiento. Se giró y vio al creído de la oficina, la torre. Era muy alto, ella a su lado se consideraba una enana de 176 cm, tenía una cara bonita, todo y taparla con una barba, una voz recia y una mirada profunda. Delante de él se sentía inferior.

—Hola, Javier, no esperaba verte durante las vacaciones.

—A mí me ha sorprendido que vengas a esta playa nudista. —Ella se puso roja—. Si querías verme la polla, solo lo tenías que decir. —Saco paquete.

—Eres un cerdo —obsevó ella sin dejar de mirarle el paquete.

—Hacemos una tregua y nos olvidamos de las riñas de la oficina.

—No llevo bañador, no puedo ir.

—Buen intento, playa nudista.

—¿Quieres ver mis pechos?

Ante la pregunta, Javier calló y se la quedó mirando.

—No te pienso obligar a enseñarme nada. Es difícil hablar contigo, no te sabes relajar. —Ella lo escuchaba con una gran atención—. Estaré en la cala, si quieres ven y mi pareja te dejará un tanga.

Ella se quedó helada al verlo marchar, veía como se iba, se sentía mal y se puso a correr detrás de él.

—Javi, espérame —cuando escucho esas palabras una sonrisa se le dibujo y se giró.

Vió que corría en su dirección y que ella tropezó con una piedra, cayendo de rodillas.

—Estás preciosa arrodillada a mis pies. Separa los labios.

Angélica abrió la boca y el dedo índice de la mano derecha de Javier empezó a perfilar sus labios, ella notaba como el tanga se le humedecía.

—Eres un cerdo —le dijo mientras se ponía en pie.

—¿Por esto? Tendrías que entrar en la píara.

Ante estas palabras Angélica hizo cara rara.

—Vayamos dónde tienes las cosas.

Siguiéndolo observó como se dirigía a una rubia de gran pecho que estaba bajo el sol. Él se aproximó y se dieron un tremendo morreo. «¡Qué bestia! Me gustaría estar allí. ¿Cómo él o cómo ella? Yo no soy lesbina» pensó Angélica mientras los miraba y su tanga se mojaba.

—Cariño, pásale una toalla y la crema.

Al decir esto Javier se desnudó y ella le vio una polla enorme. Le costó poco descalzarse y bajarse los pantalones. Se alegró de no tener pelo, era como esa diosa tumbada al sol.

—Sacaté el jersey, así evitarás marcas. Por cierto, al tener el tanga húmedo se te marca todo.

—Y a ti al mirarme se te pone dura.

—Angi, cariño, estás buena, pero no eres mi tipo.

Enfadada se quitó el jersey y empezó a masajearse los pechos con la crema. Le sabía mal que Javier no la mirara.

Para llamarle la atención se quitó el tanga, tirándolo cerca de él. Se puso crema en la zona de la vagina y la esparció por los labios.

—Estás dando un espectáculo, zorra.

De las palabras de Javi ella se alegró porqué la miraba y se introdujo un dedo en el coño.

—Gírate, que te pondré crema en la espalda. Las manos debajo de la cabeza.

Ella se giró y notó como Javi la aprisionaba con las piernas.

—Fueras mía y te habría…

—Soy mía. Me da miedo tu forma de pensar.

Javi le tiró la fría crema en la espalda, la repartió con un agradable masaje y se entretuvo a perfilar el ano.

—¿Tardarás mucho en introducir un dedo? —Él sonrió—. Eres un idiota.

Javi al estar arriba le empezó a tocar los pechos.

—Si fueras mía te pondría una cola de zorra en el ano y pasaríamos hasta el hotel. Allí te pondría a cuatro pasas y tú me agradecerías las zorras. Sé que te mueres de ganas de entregarte, te espero en la habitación 621 bis.

Javier se levantó, se vistió y abandonó la cala. Angélica no entendía la situación, por un lado quería ir, por el otro estaba acojonada.

—Soy María, la pareja de Javi.

Al oír esas palabras de la exuberante rubia se puso roja. Se insinuó a su parejo.

—Soy Angélica —dijo con la voz entrecortada.

—Eres la zorra que se muere de ganas de que le partan el culo. —Angélica abrió los ojos—. Si tuviera un plug aquí te lo pondría. Separa las piernas.

Angélica tenía la respiración entre cortada y le hizo caso mientras esa mujer buscaba en la bolsa. Se giró con un vibrador en las manos.

—zorra, separa los labios y lamelo.

Angélica no sabía porque obedecía, quería complacer. Abrió la boca, empezó a notar como María le acariciaba el clítoris provocándole el primer orgasmo de la jornada.

—Serás una buena perra. Ponte el vibrador, tápate con una toalla y ve a la habitación. Ponte desnuda y de rodillas antes de llamar a la puerta. El Amo quiere que os deje solos durante cuarenta minutos.

Angélica no creía dónde se metía, lo que le impactaba es que podía huir y no lo hacía. Antes de abandonar la cala notó como todo el cuerpo le vibraba. Estaba fuerte y le costaba andar.

Llegó al hotel y se dirigió al ascensor. Las puertas se cerraron y ella respiró. El ascensor se paró en el primer piso y subieron unos jóvenes a los que no les producía vergüenza tocarle el culo por debajo de la toalla. Ella no podía levantar cabeza y solo deseaba llegar a la sexta planta. Salió del ascensor y cuando se cerraban las puertas un joven le estiró la toalla. Con la cabeza gacha fue a buscar la puerta.

Una vez la encontró, se arrodilló y llamó. Se alegró de que el pasillo estuviera desértico. El vibrador la estaba matando, llevaba muchos orgasmos y notaba como la humedad recorría la parte interna de los muslos. Oyó como una puerta se abrió detrás suyo y empezó a templar, no giró la cabeza. Le empezaron a masajear el culo y notó como le introducían un plug, por suerte era pequeño.

—Ahora gatearás hasta la pared y volverás.

Al escuchar a Javier se tranquilizó. Empezó a moverse con dificultad. El plug le molestaba, el consolador le producía orgasmos y hacía años que no gateaba. Dio la vuelta y sonrió al ver a Javier mirándola con una sonrisa, y tapado por una toalla que no disimulaba su erección.  Llegó a se lado y le besó los pies.

—Para dentro, perrita. Sube a la cama mirando los pies.

«Me estaba controlando y me gustaba, me excitaba. Siempre me había llamado la atención que me dominaran. Subí a la cama y me coloqué como me dijo» pensó y actuó Angélica.

—A partir de ahora solo hablarás si te doy permiso. —Angélica afirmó con la cabeza—. Un gua para sí, dos para no.

—Bup —dijo Angélica y Javier le rascó la cabeza.

—Quiero que digas que te me entregas. Utilizarás amarillo para lo que te da miedo y rojo para lo prohibido. A partir de ahora soy tú Amo —recalcó esa palabra— y tú mi perrita. Puedes coger ropa de María del armario o puedes entregarte y te pondré un collar.

Angélica se quedó congelada, tenía una decisión muy difícil. Se armó de valor.

—Soy suya, Amo.

Javier sonrió y le puso una cuerda atada en el cuello. Se sacó la toalla y le bajó la cabeza hasta que se la tragó entera. Angélica tenía miedo de no vomitarle encima.

—Ahora sí que eres mi tipo. Una perrita obediente.

La follada de boca le producía arcadas a Angélica, unas lágrimas se le escaparon. Javier le apartó la cabeza y la empujó encima de la cama mientras sonreía.

—Perrita, si quieres puedes irte. No te obliga nadie a quedarte. ¿Marchas?

—Bup bup —respondió Angélica y pensó «y una mierda».

Javier rascó debajo de la barbilla y luego se sentó en la cama.

—Me gustan las perras obedientes —dijo Javier—. Ahora te pondrás de pie dándome la espalda.

Una vez Angélica se colocó, le quitó la cola sin ninguna consideración y ella gritó. Por ese grito le dieron una sonora zurra.

—Bup, bup, bup —dijo con lágrimas en los ojos y Javier rió.

La dejó de pie y fue al armario para tomar una bolsa.

—Las perras han de ir con collar. —Tomo un trozo de cuerda y se lo anudo en el cuello—. ¿Te fías de mí?

—Bup.

Al escuchar la respuesta le tapó los ojos. Le pasó los dedos por los húmedos labios vaginales y le sacó el vibrador.

—Las perritas van a cuatro patas.

—Bup.

Angélica se quedó en esa postura, oyó como Javier subía una cremallera y notó como ataba algo a la cuerda.

—Vamos de paseo, pero antes… —Le pusó una pinza con una campanita en cada pezón.

Angélica se percató que cada movimiento provocaba ruido. Escuchó como se abría la puerta. La estaba paseando por el pasillo. Pararon delante del ascensor y subieron. Por las sensaciones que notaba Angélica sabía que iban hacia arriba. Cuando salió del ascensor notó el suelo caliente, y ruido de personas hablando que callaron al moverse ella.

Javier se sentó en una silla he hizó que ella se arrodillara entre sus piernas.

—zorra, te observan. Me he sacado la polla, te pondrás de rodillas y te la meteré en la boca.

Angélica se puso de rodillas y Javier le cogió la cabeza con las manos.

«¿Dónde están mis principios?, ¿tanto lo deseo?» pensaba Angélica mientras se la chupaba.

Javier no borraba la sonrisa de la cara, tenía, la borde de la oficina, chupándosela. Angélica disfrutaba y todo y ser un sitio público se entraba protegida. Javier con la mano izquierda iba haciendo el gesto de que la gente no se acercara. Se vació directa mente en la hola de Angélica, la levantó y la besó. Le empezó a acariciar los pezones y ella jadeó. Una vez se separaron:

—Me encanta el elixir que gastas, zorra. —Ella sonrió—. Te haré una pregunta y la contestarás con palabras. ¿Dónde prefieres que juegue con tu cuerpo, perra?

—Mientras juegue me da igual, dónde usted quiera. —Javier se puso a reír.

—Debe de hacer mucho tiempo que esperabas esto.

—Bup.

—Iremos hacia el ascensor y luego a la habitación.

Una vez subieron al ascensor dos chicos entraron y empezaron a reír.

—Hoy me ha gustado ir a la terraza, las dos veces hemos visto a la misma tía desnuda. Cuando le saqué la toalla...

—Ahora va atada y ese culo. —Le dio un cachete.

Angélica soporto la humillación, sabía que su cuerpo no le pertenecía.

—Tenéis suerte de que es una perra bien educada. —Soltó la correa—. Pero yo muerdo enano.

Lo cogió por el jersey y lo levantó, hizo que solo los dedos del pie le tocaran al suelo.

—¿Tú que miras? ¿Quieres que te suceda lo mismo? Ponte de rodillas y le das besitos en las nalgas. ¿Harás lo mismo? —preguntó al otro y afirmó con la cabeza.

Los dos chicos le dieron besos en el culo hasta que el ascensor paró en la sexta planta y bajo Javier y Angélica. Una vez se cerraron las puertas.

—Gracias Amo. —Javier le dio una zurra que la hizo tambalear.

—No tienes permiso para hablar, y lo he hecho por la toalla.

Angélica se quedó helada, mientras esperaba que abriese la puerta.

Cuando escuchó que Javier abrió la puerta los remordimientos la empezaron a invadir. «¿Por qué me dejo que me controle? ¿Cómo he podido chupársela en público?» Angélica era invadida por esos pensamientos. Los brazos le empezaron a temblar, le costaba mantener la postura al lado de las piernas de Javier. Él la miró, se agachó, poniéndole las dos manos en el abdomen y levantándola. La trasladó hasta la cama donde la dejó boca abajo.

—Mi perrita se girará. —Ella tomó esas palabras como una orden y lo realizó—. Quiero que me digas que te sucede, sin ladridos —terminó diciendo Javier.

—Yo no soy así. —Javier observó como unas lágrimas le salían del antifaz y se lo quitó.

—Lo sé —contestó Javier—, y me encanta lo que haces por mí. Hoy es un día de sorpresas: no esperaba verte desnuda en el pasillo, creía que no me la chuparías en público. Por cierto, nos han fotografiado, tu cara con el antifaz no se veía.

—¿Creías que no subiría?, ¿pensabas que no me controlarías?

—He tenido la esperanza y te esperaba cuando María me ha enviado un mensaje: Tiene un vibrador puesto, está a máxima potencia. —Javier empezó a acariciarla por debajo del ombligo.

—Sois unos cerdos. —Javier bajo la mano unos centímetros y ella jadeo.

—Creo que cuando has venido a esta habitación ya lo sabías. Ahora tienes un dilema: marchar con un vestido de María o dejar que mis dedos se introduzcan y vuelvas a ser mi perrita. Recuerda, no te obligaré a nada.

Angélica se quedó congelada, no sabía qué decir, qué hacer. Recordaba que la situación en el ascensor había sido divertida; que oyó como realizaban fotos, y le daba igual; que se sintió orgullosa cuando le quitaron la toalla; que se excitó cuando María le puso el consolador.

—Tú decides —dijo Javier mientras empezaba a perfilarle el agujero del coño con el dedo índice—. ¿No marchas? —Le introdujo dos dedos—. ¿Cuánto hace que no te tocas el punto G?

Angélica empezó a jadear, notó como el orgasmo le llegó al momento.

—Gracias Amo, ya puede parar.

—¿Por uno? Acabas de decidir ser mía.

Javier sin sacar los dedos empezó a subccionarle un pezón. Angélica no paraba de jadear, no se enteró que la puerta se abrió y que entró María, quedándose mirando la situación.