En una playa.

Sexo con un desconocido. Es tan irreal que puede pasar a cualquiera.

En una playa.

Paseos por la playa, abrasante e incómoda arena que se mete por las chancas. Piedras. No sabes ni cómo andar. Llevamos andando casi un cuarto de hora.

Por fin llegamos a la famosísima playa nudista. Cubos, palas, sombrilla, bolsas con tollas… ¿habrá merecido la pena?

Mires dónde mires. Cuerpos, cuerpos desnudos por toda la playa. Los hay de todas las edades. Hay familias con niños, parejas, de hombre con mujeres y solo de hombres o solo de mujeres. También gente solitaria. Tal vez a la espera de…

Les veo dando paseos al borde del mar, solitarios o en parejas… Algunos pasean cogidos de la mano.

Miro. Cuerpos. Cuerpos. Cuerpos desnudos. Y culos. Culos planos, sin volumen. Parece que todo el mundo trabaja sentado. Ni ellos ni ellas.

Ellos, barrigas enormes, penes de todas las clases, tamaños, colores, formas diversas… Y como no, algunos escrotos gigantescos. Veo micro penes o pena de penes…Gigantescos pollones… Pero lo que más veo, son cuerpos degradados. Ellas lo mismo, aunque en vez de barrigas cerveceras, con los pechos enormes, caídos. O con mini, mini pechos. Para ver un buen tipo… masculino o femenino… ¡Anda qué no cuesta!

¿Me verán a mi así? El tiempo no perdona a nadie. Nos desnudamos y plantamos “el campamento”. Extendemos las toallas. Colocamos las cosas. Plantamos la sombrilla…¡Qué de trastos!, pienso cuando lo veo todo esparcido.

Nadie quiere venir conmigo al mar. Es igual. Me meto en el agua. No soporto tanto calor.

Noto el calor en mi desnudez. Me gusta sentirlo en mi piel.

El agua está caliente. Es el Mediterráneo.

Me relajo. Me dejo mecer por las olitas. Hacía años que no me bañaba en pelotas. Recuerdo la primera vez que vinimos juntos. De novios. Fue la primera vez que nos vimos desnudos (fuera de la habitación claro). Incontenibles… ¡Qué risas! Menuda pajilla nos hicimos dentro del agua… Estábamos excitados a tope, mirando constantemente para todos los lados… Luego la boda, los niños, el negocio, el no dormir, el cansancio, la apática en la cama, … Casi veinte años ya…

Volvemos a estar los dos desnudos, pero ahora cada uno por un lado… durmiendo y en el mar. Estamos ya demasiado visto el uno para el otro.

Vuelvo la cara. Los niños están jugando en la arena. El mar me está alejando un poco. Como siempre, un poco de resaca lateral. Hago “la tabla”. Cierro los ojos y vuelvo a dejarme mecer por las olas.

Y sin saber ni cómo ni porqué, me encuentro hablando con él. Ni sé cómo ha llegado, ni cuándo se ha puesto a mi lado.

Me habla. Se acerca. Me toca.

Increíble. Esto no está pasando. No puede suceder. Vuelvo a sentir su mano, y sé perfectamente que no son toques ni casuales ni de cortesía. Y lo más increíble, ni hago nada por evitarlo ni digo nada. Solo me dejo.

La proposición es indecente. Directa. Cargada de un tremendo morbo.

Le ha bastado un simple “¿nos lo hacemos?” para que todo mi cuerpo tiemble.

-. Lo siento… (ni tan siquiera he dicho “no”). Es que estoy con la familia… (volví la cara en la dirección en la que estaban, más que nada para asegurarme de que no me veían) Tal vez otro día… Me sorprendo al oírme. No esperaba escucharme esa respuesta. Y, sin embargo, sale de mi boca. Me ha faltado decirle que, si no estuviera con compañía, accedería inmediatamente.

Sonríe. Directamente me mira a los ojos. Me coge la mano y la lleva a su sexo. Esta duro. Durísimo. A pesar de estar en el agua, le siento caliente. Me fuerza a meneársela un poco. Hace que le recorra, que le palpe.

-. Nadie puede vernos, dice socarrón mientras me rodea la cintura y con la ora mano me soba las nalgas.

-. Te he visto desde que has llegado. No te alteres… No pueden verte. Tu sí… mírales… están bajo la sombrilla…

Los niños juegan. Mi pareja durmiendo. ¡Cómo no!

No deja de mirarme sonriendo. No he soltado su pene ni un solo instante. Mi mano está pegada a ese maravilloso tronco. Siento sus venas hinchadas. Su cabezota…

Me susurra en el oído, lame mi oreja.

-. Seguro que te apetece… Se te ve en la cara… Vamos… no te cortes… Venga… Es fácil… ¿ves el chiringuito marrón?… El de la bandera… Te vas a la ducha… para quitarte la sal, ya sabes… Disimulas… y cuando lo creas, zas, pasas detrás. Fácil ¿no?

Un pequeño beso en los labios mientras restriega obsceno su pene contra mí. Sus dedos se clavan en mis nalgas. Y por primera vez toca mi sexo haciendo que un espasmo me convulsione.

-. Te espero. Como tardes más de cinco minutos ahí te quedas.

Una orden más que una invitación. Una tentadora amenaza más que una propuesta. Autoritario. Déspota. Pero atractivo, tremendamente atractivo.

Miro. Siguen allí. Ajenos a todo. Los niños jugando, y mi pareja durmiendo.

Casi veinte años de matrimonio… de fidelidad conyugal… de aburrimiento en la cama… Casi veinte años dan para hablar con conocimiento de causa.

Le veo caminar alejarse. Buen culito. Espaldas.

El morbo se va a apoderando de mí. Los tremendos nervios. La indecisión. El corazón que late más y más rápido. Unas cosquillitas en un sexo que creía dormido pero que revive. Lo mismo que aquel día, cuando nos hicimos aquella fabulosa “pajilla submarina”…

Es irreal. Esto es un sueño. Me repito una y otra vez que esto no puede estar sucediendo. Pero lo es. Es muy pero que muy real. Es tan irreal, que precisamente por eso, puede pasar a cualquiera. Y todo mi cuerpo está “en estado de ebullición”. Voy a tener sexo con un desconocido.  Voy a mandar a la… veinte años de fidelidad… Qué bobada. Voy a mandar a la mierda veinte años de aburrimiento.

Ahora o nunca. Guardo una prudencial distancia. Salgo del agua. Miro de reojo. Nada. Ni se han percatado de mi salida de agua. Creo que no han mirado hacia mí ni una sola vez. Podía haberme ahogado y ni se hubieran enterado.

Trato de caminar con tranquilidad, controlando los pasos. Echaría a correr en cualquier instante. Me comen los nervios. La excitación me devora. Acudo a la cita.

Hay solo una persona delante en la ducha. Mejor. Más disimulo y aprovecho para mirar. Sigue todo igual…

Me mojo un poco. Tal vez me “enfríe” y recobre la sensatez. Pero es todo lo contrario. Ya he llegado demasiado lejos.

Me agarra la muñeca. Un tirón. Un empujón.

Estoy dentro de un cobertizo, una especie de almacén. Hay cajas de bebidas, de comidas, latas… Huele raro. Algo mal. A calor, a humedad, a cerrado.

Se está fresco. Menos mal. Estamos en penumbra, pero hay la suficiente luz para vernos. No puedo evitarlo. Su pene está en posición.

No hay besos, no hay juegos preliminares, directamente me soba. No me acaricia, me soba y palpa mi cuerpo. Le recorre entero, de arriba abajo, cada pliegue, cada rincón. Todo es suyo. Aunque yo no se lo haya dado.

Se acelera mi respiración. Jadeo. Jadeo.

Miro otra vez su pene. Erguido. Listo para la acción. Apuntándome. Vuelve a coger mi mano indecisa y hace que le acaricie. Está caliente. Y, sobre todo, duro. Sigo con sus huevos. Obedezco.

El morbo, la palabra adulterio, infidelidad, la lujuria desatada, la tentación de lo prohibido, del pecado, sustituyen al calentamiento. Directos al grano. A eso hemos venido. Solo es sexo por sexo. Hagámoslo, pienso. No hay marcha atrás.

-. Colócate, ven…

Suena entre paternal y autoritario. Me gusta la seguridad que trasmite su voz. Me dejo manejar. Hace con mi cuerpo lo que quiere.

Me coloca. Siento su cabeza en mi entrada. Me penetra en cuanto ha enfilado su pene. Lo esperaba así. Brusco, fiero. Fuerte. Me gustaría chillar, pero sé que no puedo. Solo cierro con todas mis fuerzas los ojos, abriendo la boca de par en par, como si fuera a gritar. Pero no lo hago. Ahogo el grito. Chillo en silencio.

Mi orificio no está dilatado. Fuerza mi entrada con tremendas embestidas. Hay dolor. Pero me gusta. Me encanta cómo me somete su pene, cómo se apodera de mí. El placer me come, me devora y gana al dolor.

Me penetra. No, no me penetra. Me folla, me folla, ¡¡me folla!!… Cierro los ojos y me abandono completamente.

Todo mi cuerpo tiembla, mi sexo arde, sus manos aprietan mis nalgas, me las azotan de vez en cuando. A veces con fuerza.

Gimoteo, jadeo… jadeo… jadeo… ¡Esto es una locura!

Y de repente, un ruidito.

En un solo instante, pienso, toda mi vida se ha ido al garete. Mi matrimonio, mi familia, mi trabajo… Sí, todo a la mierda… A ver si no, qué dirían si me ven allí, en aquella posición y gozando mientras un chulo playero me folla.

Abro los ojos. Miro con pánico. Y me encuentro… ¡¡¡¡ Me encuentro a un cocinero!!!!

Alucinante. Surrealista. Flipante. Allí le tengo, delante de mí. Allí está plantado no un cocinero, sino “el cocinero”. Con su chaqueta de cocina o casaca impecablemente blanca, abotonada a ambos lados, con su gorro negro, con su mandil también negro…

Y digo lo “el cocinero” porque no es gordo… ¡Es gordísimo! Diría que es gigante… enorme… Casi ni tiene cuello …

-. No te asustes, no pasa nada… Me deja estar aquí. “Tranqui”, solo mira… Además, es mudo… bueno es “gordomudo” dijo en un estúpido chiste.

Estaba en estado de shock. Ni un solo músculo de mi cuerpo se movió. Ni la más mínima reacción. Estatua total. Solo pensé en dónde estaba, qué estaba haciendo… Y por supuesto en el placer tan descomunal que estaba sintiendo… Y que ahora, además, había un mirón…  Pero no tuve ni tiempo para pensar más, una tremenda embestida me sacudió y me hizo volver a la realidad… El ritmo se aceleró. También la fuerza de los empujones. Parece que, a él, lo de tener público le ponía más caliente.

Menuda escena más salvaje. Menuda “cabalgada” me estaba dando… Era formidable sentir cómo su pene “me traspasaba”, me perforaba con fuerza mientras azotaba una y otra vez mis nalgas… Hacía siglos que no gozaba tanto del sexo…

Esto era la locura. Su polla me ensartaba. Todo mi cuerpo temblaba, creo que hasta me levantaba con sus empujones.

Y visto y no visto. El mandil negro se aparta, y aparece “aquello” asomando en medio de unos pantalones oscuros con rayitas blancas. No sé si era una mini polla, o es que tanta carne rodeando un pene… Había una cosa rojiza morada que me apuntaba y unas bolitas colgando… Y por supuesto, una manaza que le aprieta y le menea…

Una especie de gruñido interrumpe mis jadeos. Y oigo un “solo será un minuto”. Ni contesto. Es todo tan rápido, está siendo todo tan rápido… O a mí me lo parece vamos….

Ni si, ni no. Ni preguntó ni esperó. Los pantalones caen hasta las rodillas. Unas enormes piernas avanzan hacia mí. Acercó su polla y sin más, su pene entra en mi boca…

¿Un minuto? ¿Un minuto? No es que me encante chupar pollas, pero es que… ¡¡¡¡No aguantó ni diez segundos!!!! No tuve tiempo ni de ser consciente de que estaba chupando la polla a un desconocido. Fue meterla, sentir una manaza en mi nuca sujetando mi cabeza y empezar a brotar chorros y chorros llenando mi boca.

Tuve que tragar bastante para no ahogarme. El resto lo escupí, bueno más bien dejé que saliera de la boca y me resbalara por el mentón.

Supongo que mi aspecto sería deplorable. Pero me daba igual. Me sentía completamente en el paraíso, llegando ya al borde del orgasmo. Sí. Estaba llegando a esos instantes maravillosos, en los que todo tu cuerpo tiembla, se convulsiona, se prepara para esa breve, pero descomunal dosis de placer, en esos segundos en los que venderías tu alma al diablo…

Y creo que a él le debe estar pasando igual. Su respiración se acelera. El pene le bota dentro de mí. Se detiene. Contiene el aire. Un empujón con todas sus ganas. Me la ha clavado totalmente. Siento hasta sus testículos pegados a mi cuerpo. Y… ¡ahora!... Su cuerpo tiembla, se convulsiona. Y un prolongado gemido… Un espasmo, otro empujón y sale el primer chorro…

Me encanta. No puedo contenerme Ni quiero. Quiero hacerlo con él. Y lo consigo. Jadeamos al tiempo poseídos por un breve, pero brutal orgasmo.

Está dentro de mí. Noto como el pene se “desinfla” … Respiro con dificultad. Él más que jadear, “boquea” tratando de recuperar la calma. A mi me ha gustado. Me ha encantado. A él también.

Se retira de mí. Tan brusco como ha entrado. Me deja allí.

Ni un adiós. Solo una sonrisa de “triunfador”. Acaba de follarme. De vaciar sus huevos dentro de mí. Suficiente para estar contento.

El gordo chef sigue mirándome, babeante. La tiene morcillona y se la sigue tocando. Su semen aun resbala en mi cara. Le debe excitar. A pasitos como un pingüino se acerca a mí. Me da igual, ya no me importa. Abro la boca. Pero no es lo que quiere… Se masturba delante de mí y arroja todo su semen a mi cara. Me ha “duchado”. Sonríe de oreja a oreja.

Bueno cada uno con sus gustos… no soy yo precisamente quien para juzgar a nadie… y menos después de lo que acabo de hacer.

Me da una tarjeta de su restaurante. Sonrió con cara de circunstancias. Es ridículo. ¿Dónde la guardo, si estoy en pelotas? Pienso. Pero la cojo.

Salgo como puedo. Con la tarjeta en la mano. Y seguramente algún chorrito de semen en la cara o en el pelo.

Miro hacia los lados. Miro hacia allí. Sigue todo igual, ni se han movido, no ha pasado ni un segundo, o eso me parece a mí.

Rodeo un poco y voy caminando rápido, casi corriendo al agua. Chapuzón.

Me limpio, bebo y hago gárgaras. El sabor pringoso y espeso del semen se mezcla en la boca con el intenso sabor de la sal.

Por los bajos de mi cuerpo aún sale su semen.

csdsumiso@hotmail.com

Por cierto... ¿ él o ella quien fue infiel?

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