En una noche cualquiera
una noche entre vinos musica y amor (para las chicas de la guarida)
En una noche cualquiera, donde la luna pálida y brillante ilumina el estrellado y negro arco celestial; dos amantes desbordan su cariño a través de sus cuerpos y sus palabras, juntos, escondidos bajo el amparo de Nicte, se miran fijamente y sin pausa. Y empezando con vino y música muy suaves, entre los sonidos de varios tangos, baladas, y sonidos de jazz, los dos bailan lenta y sutilmente. Tan pegados, tan reunidos que sus sombras forman una sola silueta a través de las tenues luces de las velas ubicadas sobre la mesa.
Hipnotizado y seducido, el hombre abraza a su amada por la cintura y huele el primoroso perfume que se desprende de su cabello, un olor dulce y provocativo; como a flores y miel, al olor de la manzanilla fresca traída por el tibio y dulce viento de la primavera. Es casi imposible para él dejar de verla fijamente, siente que se hunde poco a poco entre sus pupilas, su alma como barco se hunde en aquellos ojos azules tan bellos y candorosos .y quiere hundirse. Ella lo sabe, y pone una mirada sensual y a la vez inocente, quiere jugar con su deseo por un momento, tan solo un pequeño instante. Después de todo, están solos y solamente, para ellos no existe el mundo ni la gente; solo ellos y nada más.
El amante decide entonces, besarla tiernamente. Deslizando sus labios por las rosadas mejilla de su enamorada, le susurra lo que desde siempre le ha proferido. Pero esta vez, su susurro la hace temblar y por casi inercia, lo abraza fuertemente. Sigue descendiendo centímetro a centímetro, llegando a su cuello, el cual besa con avidez y serenidad. Abrazados y besándose, siguen danzando bajo el compas de El día que me quieras de Gardel; Ellos, inmersos entre oscuridad, vino y tango, juntas sus frentes y a pesar de la media luz, se sonríen y sellan el baile con un beso sereno y apasionado.
La música para de repente y las pequeñas llamas de velas, ya casi derretidas, titilan débilmente amenazando con extinguirse y dar paso a la densa oscuridad. Finalmente, un frio viento apaga totalmente la única fuente de luz de la estancia y solo el sonido de la seda rozar la piel aterciopelada de aquella mujer rompe el silencio del cuarto. Pronto, los sonidos de los besos, las caricias, los mimos y suspiros sonaran en la febril sinfonía de la pasión, aquellas sinfonía por la que muchos han tocado, otros han oído y otros, tal vez habrían muerto sin haberla escuchado.
A lo lejos las campanas de la catedral, avisan la llegada del ángelus y mientras muchos duermen, otros lloran y muy pocos beben alegremente, dos amantes abrazados y desnudos manifiestan su amor en una noche cualquiera.
En una noche cualquiera