En un pueblo no se hace nada.
Un chico y su hermana melliza están atrapados en un pueblo perdido en mitad de una sierra. No saben en que emplear su tiempo, pero no tardarán en encontrar una actividad muy placentera entre ambos. (Este es un nuevo relato)
El ambiente era tranquilo y precioso. No había molesto ruido de coches y obras, ni el olor a polución que se pudiera percibir en una ciudad. Tan solo, un precioso bosque de árboles verdes bañados por el radiante Sol y el constante piar de los pajarillos. Eso era todo lo que había en aquella zona montañosa. Paz y serenidad. Pero ese ambiente aburría a Fernando.
Él y su hermana melliza Lorena habían venido, junto a sus padres, de vacaciones a un pueblecito perdido en mitad de una gran sierra y era lo peor que les podría haber pasado a ambos jóvenes. ¡No había nada que hacer allí! El pueblo no consistía más que en un puñado de casas habitadas por ancianos, que debían de superar ya el centenar de años, y que los miraban malhumorados antes de cerrar las puertas de sus hogares. No había ni un solo joven en todo el lugar y la comarca más cercana estaba a unos tres kilómetros.
El muchacho paseó un poco más por aquel tranquilo sendero y, aunque apreciaba la calma que ofrecía el paraje natural, se sentía muy hastiado de este sitio. Volviendo sobre sus pasos, no tardó en divisar el gran caserío de dos pisos en el que se habían decidido quedar. Era una herencia de su madre por parte de una tía que vivía en el pueblo y que falleció el año anterior. La historia de este edificio se remontaba hasta comienzos del siglo XIX con un próspero negocio de aceite de oliva y una trama de disputas familiares con un sospechoso asesinato del fundador de la empresa que no se logró resolver. Viejas historias que a Fernando no le podían interesar menos.
Llegó hasta las puertas marrones del caserío y las abrió con cierta brusquedad, pues estaban algo atascadas. Ya dentro, suspiró al ver la gran estancia vacía. Sus padres no estaban en esos momentos, ya que habían decidido ir a una exposición de alfarería al pueblo vecino y ni él ni Lorena les apetecían acompañarles. Recorrió el pasillo hasta llegar al amplio comedor y de ahí, fue a la izquierda para llegar a la cocina, donde se sirvió un poco de agua del grifo que había en el fregadero (era potable, no nos asustemos). Mientras saciaba la incipiente sed que había despertado en el largo paseo, el chico escuchó algo. Parecía un lamento y eso, le asustó un poco. Dejó el vaso de agua sobre la mesa y volvió al salón. Una vez allí, escuchó ese lamento de nuevo, aunque a él, le sonaba más a un gemido. Se fijó en que venía del piso de arriba, así que decidió subir las escaleras para averiguar de qué demonios se trataba.
Fue subiendo con paso lento, intentando hacer el menor ruido posible. Mientras ascendía, notó su cuerpo temblando un poco. Antes de venir, su madre les había contado que esa casa tenía fama de estar encantada, de que los espíritus de antiguos miembros de su familia deambulaban por las diversas estancias, supuestamente, preparándose para la recogida de la aceituna y su posterior prensa para obtener el aceite. Aunque en su momento no le inspiraron ningún miedo, ahora que caminaba solo por la casa, se decía que mejor podría haberse quedado calladita. Llegó hasta el primer piso, avanzando por el alargado pasillo donde estaban los dormitorios. Entonces, volvió a escuchar ese lamento y vio que procedía del cuarto de Lorena. En ese instante, creyó que su hermana tal vez estaría mal, así que fue hasta la puerta del dormitorio y sin dudarlo, la abrió. Cuando contempló lo que había allí, se quedó boquiabierto.
Acostada sobre la cama, Lorena tenía la falda subida toda para arriba, dejando al descubierto sus piernas. Estas se encontraban abiertas y la chica tenía una de sus manos posada sobre su húmedo coñito, donde había metido dos dedos que no cesaba de mover. Su pelo largo y marrón claro envolvía todo su rostro, crispado con un intenso gesto de placer. Cuando abrió sus ojos y descubrió a su hermano observándola desde la puerta, se contrajo al instante.
—¿¡Qué coño haces aquí?! —preguntó muy nerviosa a su hermano.
Fernando aun no sabía qué hacer. Seguía paralizando tras haber visto tan inesperada como sugerente escena y se veía incapaz de reaccionar. Sin embargo, Lorena iba a responder por él, ya que cogió una de las almohadas y se la lanzó.
—¡Mierda! —gritó mientras se echaba a un lado.
—¡Pedazo de cabrón pervertido! —le insultó furiosa y escandalizada mientras cogía uno de los cojines—. ¡Espiando a tu propia hermana!
Arrojó el cojín y casi estuvo a punto de hacer caer al pobre Fernando mientras lo esquivaba. Tras esto, el chico se acercó a la cama. Su hermana, al verlo tan próximo, cruzó las piernas para ocultar su intimidad.
—Bueno….ya...ya es suficiente —dijo intentando calmar la tensa situación.
La melliza lo miraba llena de mucha ira. Casi parecía a punto de saltar de la cama y abalanzarse sobre él para matarlo. Por ello, sabía que más le valía tratar el asunto con cuidado y delicadeza.
—Menudo capullo —masculló la chica entre dientes—. Espiando a tu propia hermana mientras se tocaba. — Le lanzó en ese mismo instante una mirada cargada de odio—. ¡Eres un maldito degenerado!
—¡Oye, ya es suficiente! —exclamó Fernando enojado—. No te estaba espiando. Te escuché abajo gritando y vine arriba para ver si te habías hecho daño o algo.
—Claro, porque cuando me hago daño me dedico a emitir gemidos —se burló ella—. Vamos, eso no se lo cree ni el tato.
—Pues es la maldita verdad —le aseguró el chico—. Si no te lo crees, eso ya es problema tuyo.
Una tensa calma se estableció dentro de la habitación. Fernando se sentó en el borde de la cama, cerca de Lorena. Ella, al ver lo que su hermano mellizo hacía, se apartó un poco. Aún estaba molesta, o al menos, eso le parecía.
—¿Por qué te estabas masturbando? —preguntó algo incómodo.
Al oír semejante cuestión, el rostro de la melliza volvió a mostrar todo el enojo que ya había sacado antes.
—¿Y a ti qué coño te hace pensar que me estaba tocando? —cuestionó ella con más mala leche de lo que esperaba.
—Lore, venga ya —le evidenció su hermano—. ¡Que se nota que te estabas haciendo un dedo!
La chica se mostró muy molesta con lo que acababa de decir y un gesto de desagrado así lo reflejaba, pero no tuvo más remedio que reconocerlo.
—Bueno si, me estaba haciendo un dedito —admitió tras tomarse un pequeño respiro—. Pero, ¿qué otra cosa querías que hiciese? —Por su voz, se notaba que la muchacha se encontraba muy desganada—. No hay nada que hacer en este dichoso pueblo.
Cuando escuchó esto, Fernando no pudo evitar estar muy de acuerdo con lo que su hermana acababa de decir. Aquel pueblo era uno de los sitios más aburridos donde jamás había estado. No había gente de su edad, ni sitios por donde salir ni nada mínimamente interesante. Por ello, no le extrañaba que la muchacha hubiera decidido recurrir al onanismo como vía de escape.
—Pues nos quedaremos aquí por otra semana, así que vete haciendo a la idea —le informó muy inoportuno el chaval.
Lorena se mostró muy harta al oír esto, abriendo los ojos mucho y poniendo expresión triste.
—Joder, no sé qué coño puede haber en este pueblucho de interesante —se lamentó—. Encima no hay cobertura, así que no puedo saber que están haciendo mis amigas. —Suspiró muy desanimada— ¡Seguro que se lo deben estar pasando mejor que yo!
Fernando lo único que pudo hacer fue poner una mano en su pierna izquierda como señal de complicidad, pero cuando ella le lanzó una mirada llena de furia, la apartó al instante. Tras esto, los dos se quedaron observando la estancia sin saber que decirse.
—Bueno, pues yo me vuelvo para abajo —comentó el chico, rompiendo aquel sereno silencio en el que se encontraban imbuidos hasta no hacía mucho—. Si te quieres venir, voy a ver la tele un rato, por si ponen algo interesante.
—Paso —contestó ella—. Me voy a quedar aquí.
La miró por un momento. Ella se dio la vuelta para ponerse sus braguitas y ante esto, decidió dejar de observarla. Quiso decir algo también, pero prefirió callárselo. Se levantó y mientras se dirigía a la puerta para salir de la habitación, su hermana le llamó:
—Oye, una cosilla.
Al darse la vuelta, un cojín impacto contra su cara.
—La próxima vez que entres a mi cuarto, ¡llama a la puta puerta! —le espetó la chica con su característico mal humor mientras que Fernando se recuperaba del impacto.
El resto de la tarde, Fernando se limitó a ver lo que ponían en la tele. Con suerte, se sintonizaban algunos canales en el TDT y pudo disfrutar de una película de acción de Keanu Reeves que estaba muy chula. No era John Wick, se llamaba Point Break, aunque en España le habían puesto el incomprensible título de Le llaman Bodhi. El tal Bodhi era un surfista rubio interpretado por Patrick Swayze, un actor guaperas por el que su madre bebía los vientos cuando no era más que una adolescente. Pese al más que evidente tonillo gay que el film destilaba, tenía que reconocer que era muy entretenido y con unas escenas de acción muy chulas.
Se encontraba tumbado en uno de los sofás del salón cuando escuchó unos pasos descendiendo por las escaleras, los cuales volvieron a resonar en el salón. El siguió mirando la pantalla del televisor distraído, como si no fuera con él. La serie de pasos continuaron hacia la cocina, donde se detuvo su resonar por un momento. Luego, volvieron a ponerse en marcha, hasta llegar al salón, donde de nuevo, se hizo el silencio. Por el rabillo del ojo, se percató de que su hermana melliza se hallaba a su lado izquierdo de pie.
—¿Que estás viendo? —preguntó Lorena mientras bebía un vaso de agua.
—Una peli de acción de los años noventa —le contestó.
—¿Está bien?
—Pues sí, está muy chula —dijo el chico con cierto entusiasmo—. Sale el prota de Matrix.
—¿Ese soseras? —Por su tono de voz, se notaba que a Lorena no le gustaba demasiado el bueno de Keanu— Puf, yo paso de verla.
Al escuchar su versada opinión cinéfila, Fernando se incorporó hasta quedar sentado sobre el sofá, todo ello, mientras no le quitaba ojo a su hermanita.
—No es ningún soso —le reprochó—. Tú no has visto lo molón y carismático que está en las de John Wick.
—¡Míralo bien! —señaló ella a la pantalla, donde aparecía el susodicho actor hablando—. Si nunca cambia la expresión de su cara. Parece un maldito maniquí. De hecho, podrías sustituirlo por uno de esos y la gente no notaría la diferencia.
Tenía que reconocer que eso último que había dicho era gracioso, pero no podría estar en mayor desacuerdo. Siempre que veían una película, acababan al final discutiendo poco cual actor, actriz o director era mejor y, en más de una ocasión, la cosa se les iba un poquito de las manos tontamente.
—Entonces, ¿no te quedas a verla? —le volvió a preguntar.
Ella negó con la cabeza.
—Me voy arriba. Voy a escuchar música en mi móvil.
—Como quieras.
Empezó a escuchar sus pasos de nuevo, cuando la chica se detuvo otra vez. Él se volvió para mirarla.
—Eso sí, tengo que reconocer que el tío se conserva muy bien —comentó de forma curiosa—. Veinte años y sigue igual.
No supo si tomarse ese comentario a broma o como algo serio. Como fuere, decidió pasar y seguir viendo la película.
Mientras veía cada famosa escena del film, incluyendo el atraco con máscaras de presidentes y la mítica persecución a pie, Fernando no pudo evitar pensar en su hermana Lorena. No entendía como, pero le había venido a la mente sin más. Primero, se acordó de como la había contemplado un rato antes, allí de pie, mirando la tele. Se hallaba de perfil, lo cual le daba una imagen perfecta de su silueta. No sabía por qué, pero eso le estaba calentando y le preocupaba. Claro que cuando rememoró la escena de pillarla abierta de piernas mientras se tocaba, el asunto se resolvió. Y no podría impactarle más.
Quedó muy pensativo ante tan inesperados pensamientos que estaba teniendo. La peli pasó a un segundo plano cuando su mente se llenó de todo tipo de cavilaciones sobre porque estaba comenzando a imaginar a su hermana de un modo un tanto inapropiado. Lo que no tardó en reaccionar fue su polla que enseguida se puso bien dura. No entendía que demonios le estaba pasando, pero el caso era más que evidente: su hermana le ponía cachondo.
Fernando no podía negar ahora que Lorena era una joven atractiva. Pese a ser algo bajita y tener bastante mala leche, resultaba evidente que era muy guapa. Tenía la piel rosada clara, el pelo rubio oscuro y un cuerpo muy bonito. Pese a estar algo delgada, unas sinuosas curvas denotaban una gran voluptuosidad y tenía unas tetas junto a un culo bien puestos. Repasaba todo esto en su mente y eso hizo que se pusiera más caliente de lo que estaba. Nervioso, no podía creer que estuviera pensando de esa manera de su mismísima hermana melliza. Algo de miedo inundó su cuerpo, pero se vio contrarrestado por la cachondez que ya lo poseía.
Tenía una tremenda erección y parecía lejos de bajarle. Suspirando alterado, concluyó que la única alternativa era la que tocaba, se tendría que hacer una paja. Primero se aseguró de que no habría nadie cerca, pero la única persona en el caserío, además de él, era su propia hermana, quien se hallaba en el piso de arriba escuchando música, así que respiró aliviado. Tras esto, se desabrochó el botón y bajó la cremallera. Le costó un poco sacarlo, por lo duro que estaba, pero cuando por fin lo consiguió, su miembro quedó libre. Lo miró por un instante. Lo notaba erecto y rígido, más que de costumbre. No podía creer que esto lo hubiese provocado Lorena.
Llevó una mano hasta su miembro y lo acarició, haciendo que un súbito escalofrío recorriese su cuerpo. Tenía unas ganas tremendas de pajearse, era lo que más deseaba, aunque sabía que quizás este no era el sitio más adecuado. Sin embargo, ya no podía resistirse por más tiempo. Enroscó sus dedos alrededor del grueso tronco y con suavidad, inició un movimiento de sube y baja, comenzando así la paja.
La primera imagen que le vino a su mente mientras se masturbaba era el de Lorena. Quiso desquitarse pensando en otras chicas, pero le costaba. Su hermana fue quien provocó todo esto y parecía como si su cabeza le estuviera empujando para que fantasease con ella. Trataba de resistirse lo más que podía, pensando en alguna de sus novias, compañeras de clase o famosas que le ponían cachondo, pero entonces, una instantánea lo cambió todo. Lorena, abierta de piernas y con una de sus manos sobre su coño, enterrando dos dedos en este mientras su rostro se veía crispado por el placer. Ese inesperado recuerdo, que había presenciado tan solo unas hora atrás, fue lo que terminó de encender su lujuria. Moviendo de forma rítmica su mano, Fernando, para su infortunio, se hizo una paja en honor de su querida hermana melliza.
—Lorena —susurró al tiempo que sentía todo el gozo que se estaba proporcionando.
En su mente, analizaba cada centímetro del precioso cuerpo de la fémina. Su largo pelo marrón claro, casi rubio; sus ojitos color avellana; su piel blanca; sus largas piernas; sus pechos turgentes; su carnoso coñito….
—Lorena —volvió a suspirar mientras sentía el frenético movimiento sobre su polla.
Cada vez se hallaba más cerca de su ansiado orgasmo. Podía notar como su miembro sufría pequeño espasmos y como todo su cuerpo se ponía más tenso. No quedaba mucho.
—¡Lorena! —masculló ya incapaz de controlarse.
Ya estaba a punto de correrse, cuando escucho una fuerte voz:
—¡Puto cerdo asqueroso!
Fernando se paralizó al oír aquel grito. Cuando miró hacia su derecha, pudo ver a su hermana en la entrada del comedor, observando con los ojos bien abiertos todo el espectáculo. Enseguida, la libido se esfumó.
—¡Que tío más guarro y pervertido! —bramó horrorizada la chica—. ¡Te estás haciendo una paja mientras piensas en mí!
Al escuchar aquello, Fernando se intentó explicar, pero su hermana salió corriendo de allí. Él se quedó dónde estaba, sin saber qué hacer. Tan solo podía oír los pasos que la chica daba corriendo en dirección a su cuarto en el piso de arriba. Cuando la puerta sonó con un fuerte estruendo al cerrarse, fue cuando el joven reaccionó. Suspiró muy insatisfecho con lo ocurrido. Era incapaz de creer que su hermana le hubiese pillado masturbándose y lo peor era que encima, le había escuchado decir su nombre. Un gran malestar se formó en su interior y decidió que lo mejor sería subir para hablar con ella e intentar arreglarlo. Aunque pensaba que no iba a ser fácil.
Se metió su pene, ya algo flácido, en el pantalón y tras abrochárselo, puso rumbo al piso de arriba. Mientras subía las escaleras, no dejaba de pensar en cómo había acabado fantaseando con su propia hermana. Era algo que jamás concibió. Sin embargo, había sucedido, aunque lo peor no era eso. Lo más terrible era que ella le había descubierto, así que no sabía qué demonios le pensaba explicar para excusarse. Lo veía todo muy negro en esos momentos.
Ya se hallaba frente a la puerta de la habitación de Lorena y se disponía a tocar. Sin embargo, no se movió ni un centímetro. Se quedó allí estático, sin poder dejar de pensar en lo que su hermana le diría o en cómo reaccionaría si le viese. Estaba claro que esta vez, no le lanzaría un cojín.
Tocó un par de veces y esperó a que su hermana le contestase, pero solo escuchó silencio. Exasperado, Fernando volvió a tocar y esta vez sí, recibió respuesta, aunque no muy grata.
—¿¡Qué coño quieres?! —gritó histérica Lorena desde el otro lado—. ¿No tienes suficiente con exhibirte ante mí, que ahora vienes en busca mía?
—Solo quiero hablar —respondió él algo tenso.
—¡Lárgate! —volvió a decirle furiosa la chica—. Ya verás cuando vengan papa y mamá. Se lo pienso contar todo.
Lo último que dijo puso en alerta al muchacho. Sin dudarlo, entro en el cuarto. Nada más hacerlo, su hermana le recibió lanzándole uno de los cojines que el esquivó con rapidez.
—¡Fuera de aquí! —le espetaba ella sin pudor alguno—. No solo tienes bastante con espiarme y exhibirte, ¡que encima ahora me acosas!
Le arrojó otro cojín, pero este, lo cogió al vuelo. Luego, vio que iba a tirarle la almohada, pero esta vez, buscó calmarla.
—Bueno, ya es suficiente, ¿no crees? —decía alborotado mientras sostenía el cojín como si pretendiese utilizarlo como escudo.
La chica dejó la almohada en su sitio y se quedó sentada sobre la cama con las piernas recogidas. Miró a su hermano mellizo con bastante molestia. Se notaba muy enfadada por todo lo sucedido. Fernando decidió acercarse, aunque lo hizo con precaución.
—¿Puedo sentarme? —preguntó cuidadoso.
La única respuesta que recibió por parte de Lorena fue el silencio y un gesto de fastidio. Notando que tenía vía libre, se colocó encima de la cama, a espaldas de la chica. Ella se recostó con la espalda apoyada en el cabecero y con las piernas bien estiradas. Se cruzó de brazos al tiempo que Fernando se volvía.
—¿Vamos a hablar de lo que ha ocurrido?
La muchacha le dirigió una mirada repleta de enojo. Con el pelo alborotado y un intenso brillo marrón verdoso en sus ojos, tenía un aspecto de mujer furiosa que intimidaba a cualquiera.
—¿De qué quieres hablar? —le encaró con bastante cabreo—. ¿De cómo me has estado espiando mientras me tocaba? ¿O de cómo te has pajeado pensando en mí?
A Fernando no le gustó demasiado lo que acababa de decir, pues no tenía ninguna razón. Bueno, en lo segundo tal vez sí.
—Oye, lo primero ha sido un accidente —explicó tranquilo el chico, buscando ser lo más conciliador posible—. Lo segundo, no estaba pensando en ti, si no en una compañera de clase que se llama igual que tú.
Los ojos de Lorena no podían dejar de evidenciar el poco convencimiento de sus palabras. Era evidente que no se creía nada de lo que decía.
—Sí, claro —dijo sarcástica—. Conozco muy bien a todas las guarras de tu clase y sé muy bien que no hay ninguna Lorena.
Lo había pillado. Por más que intentase excusarse, no se saldría con la suya. Y no era ya que tuviese razón, su hermana solía ser muy cabezona y cuando se empecinaba con algo, no se la podía sacar de ahí.
—Reconócelo —habló la chica con autoridad mientras sus penetrantes ojos verdes difuminados en marrón lo juzgaban con dureza.
Ya no había nada que pudiera hacer por más que quisiese.
—Está bien, me he tocado pensando en ti —reconoció él a regañadientes—. Pero, ¿qué quieres que haga? Como tu bien dices, este sitio es una mierda y no hay nada que hacer.
Por supuesto, la confesión de Fernando no gustó ni un pelo a Lorena.
—¡Lo que faltaba! —exclamó ella con mucho fastidio—. Encima de que estoy aislada en este pueblucho de mierda por una semana, voy a tener que compartir la casa con un salido obsesionado conmigo.
—Puedes quejarte cuanto quieras, pero es lo que hay.
Lorena no se pudo mostrar más contrariada ante las palabras de su hermano.
Los dos siguieron allí sin hacer nada, tan solo permanecían en silencio, dejando el tiempo pasar. Con su mirada, Fernando recorrió cada palmo de la habitación, observando cada detalle de lo rustico que era aquel lugar. Y fue mientras miraba, cuando se topó con algo que le dejó boquiabierto.
Justo a su lado, pegado a la cama, estaban en el suelo las braguitas blancas de su hermana Lorena. Quiso volverse a ella, pero pensó que no era buena idea. También deseó pensar que esas bragas se las había quitado esta mañana y que llevaba las que se había colocado tras pillarla en plena faena, pero su calenturienta mente le hizo creer que eran las mismas de las que se había deshecho para masturbarse otra vez. Con solo pensarlo, notó un fuerte calambre en su entrepierna.
—¿Pasa algo? —preguntó la chica en ese mismo instante.
Fernando tembló al escucharla. Trató de volverse, aunque prefirió darle la espalda. En un comienzo, consideró en responderle con un lacónico “no” y salir de la habitación, pero algo dentro de él, le hizo plantearse una tentadora posibilidad: jugar con ella para ver que sucedía.
—Si —dijo bien resuelto el chaval—. Resulta que aquí, al lado de tu camita, he encontrado esto.
Se inclinó y recogió lo que había en el suelo. Luego, se giró y le mostró a Lorena de que se trataba. La chica enmudeció al ver su ropa interior en manos de su propio hermano.
—Dime, hermanita, ¿te has estado tocando después de que yo te pillara por primera vez?
Ella quedó paralizada como si alguien le hubiera dicho que no se moviese. Parecía un policía de una peli donde el ladrón tenía al rehén y había ordenado que todo el mundo se detuviese para no matarlo. Al muchacho le pareció muy divertido. No obstante, la gracia se iba a terminar enseguida.
A la velocidad del rayo, Lorena le arrebató la prenda y le asestó un fuerte puñetazo en el brazo derecho que le hizo bastante daño. El chico retrocedió asustado y acabó cayendo hacia atrás, dando con su cuerpo en el suelo. Aturdido, miro a su hermana muy impactado mientras notaba como todo le daba vueltas.
—Joder, Lore —balbuceó confuso—. ¡Qué bestia eres!
Se levantó a duras penas y logró llegar a la cama. Notaba el intenso escozor del golpe y con una mano, se acarició el brazo para aliviarse.
—¡Me has hecho mucho daño! —se quejó malhumorado.
—¡Te jodes! —le espetó ella sin ninguna contemplación.
Bastante cabreado, se sentó de nuevo en la cama. Miró a la chica, quien se arrebujó un poco y contrajo sus piernas, lo cual le hizo darse cuenta evidente de porque estaba reaccionando de esa manera.
—No las llevas, ¿verdad?
Notó otra mirada de malestar y pudo escuchar como gruñía un poco, pero el silencio fue la única respuesta que recibió. Estaba avergonzada y, pese a que la idea de que no llevase nada bajo la falda pudiera ponerle cachondo, lo cierto era que ya no se sentía igual. Se trataba de su hermana después de todo y quizás, se estaba sobrepasando. Era su hermana melliza, nació junto a ella y siempre s las pasaban de peleas y burlas entre los dos. Nunca pasaban el tiempo juntos de forma pacífica, tan solo disfrutando de su compañía mutua. Por eso, decidió quitarse los zapatos y recostarse a su lado.
—¿Qué haces? —preguntó extrañada.
—Déjame sitio —contestó él—. Solo quiero estar aquí contigo.
Tumbados bocarriba, se limitaron a observar el techo, como si fuera el único lugar donde posar sus ojos. De vez en cuando, se descubrían el uno al otro viéndose de reojo, pero enseguida se rehuían al percatarse. Fernando suspiró incomodo, como si sintiese la necesidad de disculparse por lo ocurrido. Eso fue lo que hizo.
—Perdona por haberte cogido tus braguitas —dijo con tono apesadumbrado—. Y también, por haberme pajeado pensando en ti.
—No me pidas disculpas por eso —comentó la chica con total serenidad.
Aquello le extrañó a Fernando. Creyó que seguiría cabreada por lo ocurrido allí abajo, pero le sorprendió que su hermana le quitara ahora hierro al asunto.
—¿En serio no te molesta? —preguntó algo cuidadoso.
La chica se giró para mirarlo con sus ojos color avellana. Siempre se había dicho que la mirada de la melliza era una de las más hermosas que había visto jamás. Se podría tirar horas contemplando ese hermoso brillo que emanaba de tan hermosos orbes.
—Como tú mismo has dicho, no hay mucho que hacer en este pueblo —repitió ella de nuevo—. ¿O es que acaso te la vas a cascar pensando en las viejas que hay por aquí?
Los dos no pudieron evitar reír ante tan ocurrente frase. Estuvieron así por un pequeño rato y notaron como toda la tensión se desvanecía. Fernando volvió a mirar a Lorena, contemplando su hermosa figura. Nunca negó que fuese una chica bonita, pero siempre la había visto como su hermana, nunca de otra manera. Sin embargo, tras lo ocurrido esta tarde, todo había cambiado. Observó como la corta falda y la apretada camiseta blanca resaltaban sus sensuales atributos. No pudo evitar excitarse con ello. Se sintió tentado a hacerle una pregunta, aunque quizás, se podría estar pasando. Pero el ansia de querer saberlo, le llevó a hacerla.
—Lorena, ¿te has corrido al final?
Al escuchar aquello, la chica lo miró con extrañeza.
—¿A qué te refieres?
—Digo que si al masturbarte antes, ¿te has venido?
Ella no pudo evitar reír un poco ante tan ocurrente cuestión. Fernando la miró con incertidumbre.
—¿Y eso a que viene? —preguntó— ¿Que te interesa si me he corrido o no? ¿Es que pretendes ayudarme o algo así?
Tragó saliva, pues sabía que se acercaba a un punto muy delicado.
—Bueno, si sientes que no eres capaz de llegar por ti sola… —se quedó por un instante callado, preguntándose si debería seguir. Al final, decidió continuar—… si quieres, te puedo echar una mano.
La chica quedó petrificada ante semejante propuesta por parte de su hermano. Lo miró, incapaz de creer lo que acababa de decirle.
—Debes estar de coña, ¿no?
Fernando no supo que responderle de buenas a primeras. Sabía que la había liado bien liada y ahora, seguro que de nuevo volverían a pelearse.
—A ver, solo digo que si tu sola no logras satisfacerte, yo puedo ayudarte —se intentó explicar sin mucho convencimiento—. Tengo buena mano con estas cosillas.
Lorena se quedó muy sorprendida ante lo que su hermano le comentaba. Pese a no estar entusiasmada con lo que le había dicho, tenía que reconocer que le picaba la curiosidad.
—Pues me sorprende que digas eso —Por su voz, se denotaba cierta burla—. Si es así, ¿cómo es que las dos novias que tuviste te dejaron?
Eso fue un golpe muy bajo para el muchacho, quien no dudó en mostrarse muy disgustado ante tan ocurrentes palabras. Lo cierto era que la relación que tuvo con cada chica fue fantástica, pero al final, rompieron por tonterías y de hecho, la segunda le dejó muy afectado, pues le gustaba un montón. Lo que su hermana acababa de hacer era un golpe muy bajo.
—No tiene ni pizca de gracia —le espetó sin ningún miramiento.
Percibiendo su tristeza, ella se disculpó:
—Lo siento, no quería decirte eso.
—Mira, olvidémonos de todo esto, ¿vale? —le dijo el chaval mientras se incorporaba —. Creo que lo mejor es dejarlo pasar y listo.
Iba ya a marcharse cuando su hermana le cogió del brazo.
—¿Qué haces?
—¿No decías que querías ayudarme con esto? —le preguntó de forma picarona.
Fernando se quedó sin palabras al ver la actitud de su hermana. Con suavidad, le hizo sentarse de nuevo en la cama y luego ella se recostó lo largo de esta, obsequiándole con una perfecta visión de sus bien torneadas piernas. Al contemplar la más que evidente invitación, sintió que le iba a dar algo.
—¿En serio quieres que te toque ahí abajo?
Ella sonrió como respuesta.
—Para qué negarlo, estoy muy cachonda y solita no me consuelo bien —decía con voz contenida—. Así que si tan bueno dices ser, demuéstramelo.
Se veía incapaz de poder asimilar lo que estaba pasando. Sin embargo, no dudó en ponerse manos a la obra. Con suavidad, comenzó a acariciar una de las piernas de la chica, lo cual hizo que se estremeciese. Podía sentir lo tersa y cálida que era su piel y rozó con las yemas de sus dedos sobre esta. Fue de la rodilla, subiendo hasta el muslo y se detuvo allí por un momento.
—¿Por qué no sigues? —preguntó su hermana—. ¿Es que tienes miedo de continuar?
—Solo estaba disfrutando de tu magnífico tacto —respondió Fernando absorto.
El corazón le retumbaba en el pecho mientras adentraba su mano por debajo de la falda. Todavía no podía creer lo que estaba haciendo. Simplemente le parecía imposible. Continuó ascendiendo hasta que llegó a la ingle de la chica. Entonces, ella suspiró un poco.
—¿Te molesta? —preguntó el con preocupación.
—No, sigue —contestó la melliza.
Animado por el deseo de su hermana, comenzó a subir y no tardó en palpar los pelitos del vello púbico. Notó que no había demasiados, una gran sorpresa.
—Tienes poca mata —le señaló—. ¿Es que te depilas?
—No, la verdad es que siempre he sido poco peluda en esa zona.
Contento con esa explicación, decidió bajar la mano por la entrepierna, tardando poco en toparse con la húmeda rajita, la cual se hallaba semiabierta. Lorena no tardó ni un segundo en emitir pequeños suspiros que señalaban con claridad que se estaba excitando. Viendo que la estaba excitando, Fernando abrió los labios exteriores e introdujo sus dedos dentro de la húmeda cavidad.
—¡Agh!, ¡sigue, sigue! —le animaba repleta de mucho placer.
Fernando exploró con deleite el coño de su hermana. Quedó impresionado de lo que cálido que era y sus falanges recorrían cada pliegue envuelto en fluidos. La chica no dejaba gemir y con cada nuevo roce, aumentaba el sonido de sus grititos.
—¡Oh Dios, esto me encanta! —volvió a decir entre suspiros.
Su hermano estaba realmente maravillado con lo empapada que se encontraba e hizo amago de adentrarse en el interior, aunque tan solo llegó a penetrarla con la punta de sus dedos. Cuando vio como Lorena se retorcía envuelta en la excitación, supo que se hallaba ante algo increíble.
—¿Te gusta, hermanita? —le preguntó mientras se pegaba a su lado.
—Sí, he de reconocer que esto es mucho mejor con otra persona —dijo, antes de que su voz quedase ahogada en otro potente gemido.
Le dio un beso en el cuello, lo cual la hizo estremecer. Podía notar los temblores generados en su cuerpo. Le resultaba increíble lo sensible que llegaba a resultar su hermana. Siguió dándole suaves besos, subiendo poco a poco hasta la cara, donde plantó uno en la mejilla izquierda, peligrosamente cerca de sus labios. El chaval estuvo tentado de besarla, pero se retuvo, ya que consideraba que eso sería una osada invasión que la enfurecería. En cambio, se acercó a su oreja y le preguntó en un susurro:
—¿Te gusta lo que te hago?
Su voz sonaba suave y atrayente, gustándole mucho a la chica.
—¡Si! —respondió ella entre balbuceos—. ¡No te detengas, por favor!
Aquellos gritos le incitaron a seguir tocando el sexo de la chica, a continuar dándole placer. Acariciando la carnosa superficie, llegó hasta la zona superior, de donde sobresalía una endurecida pepita. Era su clítoris. Con dos dedos, comenzó a frotarlo con suavidad, sin llegar a lastimarla. Ese nuevo estimulo, provocó un nuevo arranque de gritos por parte de Lorena.
—¿¡Fernando, que me estás haciendo?! —habló ya descontrolada.
—Tranquila, preciosa —la calmó—. Tú tan solo disfruta.
Siguió palpando en aquella zona, dándole más placer a su hermana, hasta que ella ya no pudo contenerse por más tiempo. El joven, al estar a su lado, fue testigo perfecto de como la chica llegaba al orgasmo. Contempló como cerraba sus ojos, abría su boca para emitir un fuerte gemido, ponía todo su cuerpo en tensión y hasta apretaba sus manos con fuerza, atrapando las sabanas de la cama con ellas. Pudo notar las fuertes contracciones de su coño y los flujos derramándose entre sus dedos. Fernando quedó maravillado ante tan increíble espectáculo.
Cuando todo hubo terminado, decidió dejar a Lorena descansar un poco. Vio como ella quedó derrengada sobre la cama, con su cuerpo inerte tras el fuerte estallido de placer que había tenido. Respiraba con intensidad y tenía sus ojos cerrados. Al tenerla tan cerca, podía notar su cálido aliento. Le resultaba atrayente. Pese a sentirse en un principio reticente, el deseo lo impulsó a besarla.
Lorena abrió sus ojos en el instante en que sintió los labios de Fernando posados sobre los suyos. El chico, al verla haciendo eso, se apartó. Enseguida, un incómodo silencio se estableció entre los dos. No sabía que decirle a su hermana. Se sentía muy avergonzado por lo que acababa de hacer.
—Pe…perdona por lo que he hecho —trató de disculparse.
—No me ha molestado —le dijo la chica con mucha calma—. En verdad, me ha gustado.
Al oír esto, Fernando se quedó sin palabras.
—¿En serio?
—Si —le contestó muy alegre su hermana—. Si quieres, ¡puedes darme otro!
No podía creer lo que veía. Lorena no solo le había dejado que la masturbase sino que además, ahora le estaba permitiendo que le diese un beso. ¡Aquello no podía ser posible! Algo tenía que haber tras esto, pero lo cierto era que, de momento, le daba lo mismo. Así que, sin dudarlo, le dio otro.
Sus bocas se volvieron a unir de forma más intensa que antes. Fernando introdujo su lengua dentro, jugueteando con la de su hermanita y saboreando la cálida saliva que le llegaba. Estuvieron así por un pequeño rato, hasta que decidieron separarse. Se miraron el uno al otro con amplias sonrisas en sus rostros.
—Vaya, besas muy bien —dijo encantada Lorena.
—Tú tampoco lo haces mal —comentó él.
La chica pegó su nariz a la de su hermano y se comenzó a frotar con esta. Se trataba de una clara señal de afecto, una que de pequeños se hacían mucho. Fernando no se podía creer como se estaban desarrollando los acontecimientos. De estar llevándose a muerte con su hermana, ahora los dos se besuqueaban y acariciaban con mucha dulzura, todo ello sin obviar que antes le había dado placer en su coñito. Se hallaba incrédulo ante todo esto y pensaba que no era más que un sueño, pero aun así, tenía que reconocer que estaba resultando genial.
—¿Puedo darte otro besito? —le preguntó de manera tierna.
—¡Claro que puedes! —respondió la melliza muy enérgica.
Y a por ello que fue el muchacho. Mientras no dejaban de morrearse como si fuera una cuestión de vida o muerte, Lorena llevó su mano hasta la entrepierna de su hermano. Por encima del pantalón, acarició su marcado paquete.
—Um, parece que tenemos algo duro por aquí —expresó con picardía.
—Lleva así desde que entré en la habitación —le reveló Fernando.
Escuchar esto, incitó a la melliza a apretar su mano sobre el enhiesto miembro, lo cual hizo que el mellizo entrecerrase los ojos y gruñese por la excitación generada.
—¿Me la enseñas? —le pidió ella con voz melosa.
Aquello fue como una orden automática. El chico, sin dudarlo, se desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta las rodillas, llevándose también los calzoncillos. Su polla, por fin libre, se mostraba larga y recta frente a su hermana, quien no se podía creer lo que veía. Sin dudarlo, llevó su mano hasta esta y comenzó a tocarla. Fernando gimió al sentir aquellas caricias sobre su miembro. Ella fue palpando cada centímetro de este, notando las marcadas venas del tronco hasta llegar a la punta, de la que emanaba abundante líquido preseminal. Luego, descendió un poco más y enroscó su mano alrededor de la base para iniciar una placentera paja.
—¡Joder! —masculló el muchacho entre dientes.
—¿Te gusta? —preguntó ella.
Asintió como respuesta su hermano. Animada por ello, la chica movió su mano de arriba a abajo, dejando al descubierto la amoratada punta, que luego era cubierta al ascender. Con su otra mano, acariciaba mientras tanto los testículos gordos y peludos. El joven respiraba entrecortado, sabiendo que de seguir así, se iba a acabar corriendo. Por ello, la detuvo.
—¿Qué pasa? —Lorena se quedó un poco sorprendida ante esto—. ¿Es que te estoy haciendo daño?
—No, para nada —le contestó su hermano—. Lo haces muy bien. Tanto, que no quiero correrme.
—¿Por?
—Porque lo que más deseo es follarte.
Aquellas palabras dejaron un poco vacilante a la muchacha. El deseo de tener sexo era enorme, pero hacerlo con su propio hermano resultaba un paso demasiado arriesgado. Lo miró con sus ojos confusos, sin saber qué camino tomar.
—¿De verdad quieres hacerlo conmigo? —Su pregunta no podía reflejar mejor sus enormes dudas.
—Joder, hace mucho que no follo y tengo tantas ganas… —le explicó Fernando con voz gutural—. Sé que esto es una locura, pero es que ya no me puedo contener.
—Yo tampoco, pero es que somos hermanos —objetó ella.
—¿Y qué? —inquirió el muchacho—. Tan solo es sexo, nada más.
Lorena seguía indecisa, pero el deseo podía más que ella. Sin dudarlo por más tiempo, le dio un fuerte beso al chico y este, lo vio como una señal para lo que tanto querían hacer.
Comenzaron a desnudarse. Ambos se deshicieron de sus camisetas a la vez y el muchacho le quitó el sujetador al tiempo que ella se despojaba de la falda. Tras esto, la muchacha le ayudó a deshacerse de sus pantalones, que todavía llevaba puestos. Por fin desnudos, quedaron embobados mirándose el uno al otro.
Todos sus amigos siempre le habían dicho que su hermana estaba muy buena. Nunca les hizo caso. No porque no tuviesen razón, lo cierto era que Lorena tenía una belleza muy atrayente, pero él jamás la vio de forma sexual o erótica. Ahora, sin embargo, no podía evitar rememorar cada palabra de alguno de sus colegas al verla. Su piel clara, sus redondas tetas coronadas por rosados pezones, su vientre plano, su pubis coronado por una escasa mata de pelos, sus curvas caderas, unidas a unas estilizadas piernas. Junto a su largo pelo rubio oscuro suelto y esa mirada cándida de ojos avellana, convertía a su querida melliza en la mujer más hermosa de todo el mundo. Más que cualquiera de sus novias, amores secretos o fantasías juveniles.
Llevó sus manos hasta ese par de magnificas redondeces que la chica tenía y las acarició con delicadeza.
—¡Ag, Fer! —exclamó llena de excitación.
—Dios, son maravillosas —decía él mientras notaba lo tersas y erguidas que estaban.
Jugueteó con los pezones, pellizcando cada uno entre dos dedos y buscó la boca de su hermana, besándola con gula y desesperación. Con sus manos, fueron explorando cada centímetro de sus cuerpos, como si fuera la primera vez que los descubriesen. Estaban maravillados y, cuando Fernando llegó a su trasero, no dudó en aferrarlo con ganas.
—Te estás poniendo las botas, ¿eh? —dijo su hermana divertida.
—¡Ya lo creo!
Colocó a Lorena sobre la cama y él se puso encima. Llegó el momento que los dos esperaban con tanta ansia. Se miraron con mucho deseo y, sin más preámbulos, Fernando guio su polla hasta la entrada de la vagina. Cuando se disponía a penetrarla, su hermana lo detuvo.
—¡Espera!
—¿Qué pasa? —preguntó confuso.
Al mirarla a los ojos, notó algo de miedo.
—Verás, tengo una cosilla que decirte —le comentó desconfiada.
—¿De qué se trata? —El muchacho se empezó a preocupar—. Oye, sabes que me lo puedes contar. No voy a enfadarme.
Aunque se notaba reticente, Lorena cedió.
—Mira, es que soy virgen —dijo casi de corrillo.
Al oír esto, Fernando quedó paralizado. No podía creer lo que su hermana acababa de confesarle.
—¿Estarás de coña?
—Para nada.
—Lore, ¡que tienes 18 tacos y aún sigues inmaculada!
La chica se enojó al ver la reacción de su hermano. Un gesto de desagrado se dibujó en su rostro. Fernando se dio cuenta de ello y rectificó.
—Vale, lo siento —se disculpó—. Pero es que no me lo creo. ¡Si tuviste un novio y todo!
—Lo sé, pero era un bruto y me negaba a hacerlo con él —le confesó ella—. Por eso me dejó y les contó a todos que era una estrecha.
Fernando recordó que su hermanita quedó muy jodida tras romper con ese chico. Ahora sabía que no era porque lo quisiera, sino por los insultos que le dijo. Sin pensarlo, le dio un suave beso para animarla. Al mirarse, ella continuó hablando:
—Yo solo quiero que mi primera vez sea algo suave. Solo pido eso.
—Tranquila, yo me ocupo —le aseguró su mellizo—. Haré que esta sea una experiencia agradable y bonita para ti.
Lorena le sonrió con dulzura. Le estaba sorprendiendo lo cariñoso que era con su hermanita. Con otras chicas jamás se comportó de ese modo, tan cuidadoso y tierno, pero con Lorena todo resultaba diferente. ¿Qué tenía ella que no tuviesen las demás? Ni se planteó en responder la pregunta, pues ya llevó de nuevo la polla a la entrada de su coño, dispuesto para follársela.
—¿Estás preparada? —preguntó.
—Si —contestó la muchacha.
Poco a poco, el duro miembro comenzó a adentrarse en el interior de la vagina. Fernando enseguida notó lo estrecho que estaba, aunque la humedad del fluido vaginal ayudaba a la penetración. Lorena gimió un poco, inquieta ante la sorpresiva invasión. Su hermano le acarició el pelo y la besó en los labios para calmarla. Siguió adentrándose más hasta que dio con una barrera que le impedía el paso. Supo de qué se trataba y por ello, los dos debían prepararse.
—Ya he llegado al himen —le informó—. Ahora te va a doler un poquito, pero te prometo que tendré el máximo cuidado posible.
Ella le asintió para dejarle claro que le había entendido. Tras esto Fernando se preparó. Era un momento muy delicado para su hermana y debía ser precavido. Ya había desvirgado a una de sus novias y fue demasiado brusco, haciéndole daño a pesar de que no era su intención y no quería repetirlo.
Con cuidado, empujó levemente y notó como el himen cedía un poco. Lorena gruñó ante esto, así que volvió a besarla para ir calmándola. Cuando notó su respiración más tranquila, volvió a moverse y clavó su pene más adentro, haciendo que la barrera cediese, adentrándose más. La chica se estremeció y emitió un fuerte sollozo. Esto le preocupó, por lo que se salió de ella.
—¿Estás bien? —preguntó al instante.
—Me…me duele un poco —se quejó su hermana.
Buscó en un cajón de la mesita de noche que se hallaba al lado de la cama y sacó unos pequeños pañuelos de papel que le había señalado la chica. Con ellos, le limpió su sexo de sangre. Este se derramaba en pequeños regueros del interior de la vulva y, aunque los limpiaba, más salían. Le hicieron falta cinco pañuelos para dejar el coñito de Lorena limpio.
Tras esto, se recostó a su lado y estuvo esperando a que volviera a calmarse. Masajeaba su pelo y le daba pequeños besos hasta, que por fin, estuvo tranquila.
—¿Quieres que lo intentemos de nuevo? —le propuso.
Aunque lo miraba algo temerosa, Lorena aceptó de buen grado. Su hermano se puso encima, pero notando su desconfianza, volvió a preguntar.
—¿Estás segura? —Se percibía la preocupación en su voz— Si no te sientes cómoda, lo dejamos y listo.
—No, estoy bien —le dejó claro Lorena—. Ahora, ven aquí y fóllate a tu hermana.
Incitado por sus palabras, eso fue lo que hizo. Volvió a meter la polla dentro de ella y notó lo fácil que entraba ahora. Aunque estrecha, sentía el interior lubricado. Pese a esto, fue lento y seguro, pues todavía podía lastimar a la chica. Siguió adentrándose hasta que sus pubis chocaron. Por fin, todo su miembro estaba dentro. Y en ese entonces, comenzó a follársela.
Sus caderas se movían de adelante hacia atrás, sacando medio pene para luego volver a meterlo entero. Los empujones eran suaves pero continuos. La intención de Fernando consistía en no ser demasiado duro e ir manteniendo un ritmo constante para que los dos disfrutasen. Y vaya si lo hacían. El coñito de Lorena estaba mojado y su estrechez ofrecía un roce perfecto. Sentía como las paredes oprimían su miembro haciendo que el placer fuese mayor.
—¿Te gusta, cariño?
—Sí, ¡no pares!
La placida tarde en aquel paraje montañoso se vio perturbado por los incesantes gemidos de ambos mellizos. Encendidos por una pasión que no cesaba en aumentar, los dos amantes se abrazaron con fuerza, acoplando sus sexos en una unión con la que no deseaban separarse jamás. Fundieron también sus bocas en otro ardiente enlace, quedando bien atados por sus húmedas lenguas. Fernando bombeaba su polla sin cesar, ya sin ser tan delicado como antes. Lorena, por su parte, ya no sentía ningún dolor. Más bien, un increíble gozo como nunca antes había experimentado.
—¡Madre mía, Lore! —decía entre estertores el joven—. ¡Qué coño más apretado tienes! ¡Me encanta!
—¡No pares, Fer! —le pedía ella desesperada— ¡Esto es maravilloso! ¡Gracias por ser mi primer hombre!
Como única respuesta, su hermano le dio un dulce e intenso beso. Luego, lamiendo su cuello, bajó hasta sus pechos y los comenzó a devorar como un loco. Chupó y mordisqueó sus pezones, añadiendo mayor estímulo a su cuerpo. Todas aquellas sensaciones la estaban llevando por el inexorable camino del orgasmo y cuando sintió el último envite, la chica se corrió. Lo mismo que hizo su hermano al notar las fuertes contracciones del coño envolviendo su polla.
Los dos emitieron un fuerte grito al unísono. Se apretaron el uno contra el otro, sintiendo sus cuerpos y respiraciones al compás de tan placentera danza. Fernando captó cada corrida saliendo con fuerza y Lorena disfrutó de esa caliente riada inundando su interior. El increíble gusto era imposible de describir. Solo podían dejarse llevar por sus sentidos y las emociones. Quedaron desplomados sobre la cama, una vez el precioso momento del orgasmo se desvaneció.
Un suave viento entró por la ventana y refrescó los desnudos cuerpos de la pareja. Más calmado, Fernando se retiró a un lado, saliéndose de su hermana. Ella, al notarse vacía, se pegó más al chico, como si necesitase tenerlo cerca. Quedaron así por unos minutos, disfrutando del sereno ambiente que se había creado. Él acariciaba de nuevo el largo pelo de la muchacha. Se había convertido en su nuevo vicio. Las finas hebras se perdían entre sus dedos, lo cual le divertía un montón. Lorena tan solo permanecía con los ojos cerrados.
—Ey, ¿es que te estás durmiendo? —cuestionó el joven al verla tan adormilada.
—Tal como estoy, si —le respondió.
Una amplia sonrisa se formó en el rostro de ambos. Se estuvieron mirando por otro rato, como si hubieran acabado hechizados o poseídos por la presencia del otro.
—Oye, perdona todos los enfados que he tenido —dijo, de repente, Lorena.
—No importa —la tranquilizó su hermano.
—Sí que importa —comentó ella más afligida—. Siempre nos peleamos y no de ahora, si no de siempre. Me siento tan mal.
—Oye, es normal, los hermanos son así —le explicó Fernando—. Claro que después de lo que hemos hecho, no tengo ni puta idea de que va a pasar.
Eso último inquietó a los mellizos. ¿Qué demonios iba a suceder entre los dos a partir de ahora? Habían tenido sexo, algo impensable entre hermanos. No tenían ni idea de que paso tomar ni a qué dirección ir. Estaban completamente perdidos. Y Lorena tenía algo muy complicado de primeras.
—Sí que tenemos problemas —le confirmó a su hermano—. Por ejemplo, toda tu corrida está dentro de mí.
No soportaba a veces la manera tan brusca de hablar de su hermana. Pese a eso, no le importunó demasiado lo que ella acababa de decir. En cierto modo, le vino bien que se lo recordase, pues sabía cómo atajar ese problema
—Creo que mamá tiene píldoras en el cuarto —le contó—. Luego te tomas uno y listo.
Eso pareció dejarlos conformes, pero Lorena todavía se debatía por otras cosas. No era para menos.
—¿Y qué pasa con nosotros?
Fernando entendía a qué se refería, así que no se andó con rodeos.
—Mira, no le demos más vueltas, solo ha sido un polvo y listo.
—Sí, mi primer polvo —resaltó la chica—. Y me ha encantado tanto que ya no veo necesidad de buscar a otro hombre, teniéndote a ti.
A Fernando le iba a estallar la cabeza tras oír esto. No se podía creer lo que su hermana acababa de decirle. La ansiedad le estaba royendo por dentro como un ratón a un trozo de madera. Poco a poco, pero rompiéndolo con paciencia y tesón. No sabía cómo debía atajar esta situación, pero para su suerte, un inesperado ruido le iba a salvar el pellejo: el sonido de un coche aparcando.
—¿Que ha sido eso? —preguntó extrañado.
Lorena fue quien se levantó, asomándose por la ventana. El chico fijó sus ojos en el redondito culito de su hermana, contoneándose con cada movimiento, pero cuando vio como esta tembló de espanto, se puso más nervioso que antes.
—¡Papá y mamá ya han venido! —le informó al darse la vuelta.
A la velocidad del rayo, los dos mellizos empezaron a vestirse. Para cuando su padre abrió la puerta y dijo la clásica frase de “Chicos, ya estamos en casa”, Fernando se estaba abrochando la bragueta y Lorena se ponía las bragas bajo su falda. Una vez terminaron, bajaron la escalera en tropel, topando con sus padres en el pasillo en dirección al comedor.
—¿Dónde andabais? —preguntó el hombre atónito.
—¿Y qué hace la tele del comedor encendida? —añadió la madre.
Ambos jóvenes se quedaron con la palabra en la lengua. Se miraron el uno al otro, percibiendo la tensión creciente entre los dos. Ya iba a hablar su padre de nuevo cuando Fernando contestó.
—Estaba arriba, en el cuarto de Lorena.
La chica miró temblorosa a su hermano, sin saber qué demonios pretendía decirles. El chico permaneció en silencio un momento, pero no tardó en hablar de nuevo.
—Había subido para ayudarla con una aplicación del móvil que lo había dejado bloqueado.
Tras oír la explicación, la chica se volvió a su madre.
—Sí, es verdad. ¡Este móvil me está matando! —expresó no con demasiada credibilidad—. A ver si aprovechamos esa promoción de Movistar y me pilláis uno nuevo.
Para sorpresa de los dos, sus padres se tragaron la trola de Fernando. Ambos jóvenes respiraron aliviados al verlos alejarse en dirección al salón.
A la hora de la cena, la familia se mostraba relajada. Los padres hablaban tranquilos y los hijos comían sin problemas los platos preparados por su madre, aunque había más de lo que el ojo común podía percibir. Lorena y Fernando se miraban muy nerviosos. Pese a aparentar normalidad, en el fondo de sus mentes, sabían que esto estaba lejos de ser así. Puede que sus progenitores no se diesen cuenta (y esperaban que nunca lo hiciesen), pero ellos dos comprendían muy bien lo que habían hecho y que esto, les había dejado más afectados de lo que esperaban. Fernando temblaba de terror solo con recordar las palabras finales de Lorena antes de que sus padres viniesen. Retumbaban en su cabeza en un constante eco que lo intentaba llevar al borde de la locura. Desesperado, decidió entablar conversación en la mesa para poder desviar su atención de estos desagradables asuntos.
—Papá, ¿cómo os ha ido hoy en la exposición?
El padre, sorprendido ante tan inesperada pregunta, no dudó en responderle.
—Pues ha estado muy bonita —afirmó muy entusiasmado—. Tu madre y yo lo hemos pasado muy bien. Ojalá hubieseis venido.
Notando la mirada de Lorena sobre él, Fernando no dudó en mantener su atención al frente e ignorarla.
—Sí, ¡habían muchos jarrones y vasijas preciosos! –exclamó la madre con impresión—. A ver si nos podéis acompañar mañana.
—¿Adónde vais? —fue Lorena quien preguntó esta vez.
—Vamos a visitar el museo arqueológico que se encuentra cerca de la comarca —les informó el padre—. ¿Por qué no os venís? Estaremos todo el día y seguro que os encanta.
En otras circunstancias, no habrían dudado en decir que sí. No por el museo, eso les importaba una mierda, sino por ir a un pueblo más grande. Allí habría más gente, más locales, más ambiente. Lo pasarían en grande y puede que hasta se enrollaran con alguien. Pero ya no era la mejor opción. Ambos hermanos se miraron de forma automática. Fue algo instintivo, como si hubiera nacido de ellos y se les hubiera transmitido del uno al otro. Una sonrisa iluminó sus rostros, entre el deseo latente y la incredulidad pura. Luego, volvieron sus vistas hacia la mesa.
—Sabes papá, creo que deberíais de ir mañana solos —le comentó Fernando.
—¿Y eso? —preguntó el hombre muy extrañado.
—Es que esta tarde hemos salido a pasear por los bosques de la zona juntos y nos ha gustado mucho.
Lorena, muy sorprendida ante lo que su hermano decía, no dudó en intervenir.
—Sí, ha sido muy bonito recorrer todas esas arboledas, ver los riachuelos y los animales que había por allí —relataba la chica con “mucha” emoción—. Además, me lo he pasado muy bien con mi hermano.
Esto último lo dijo mientras no dejaba de mirar a Fernando. Un leve escalofrío recorrió su espalda ante esto.
—Vaya, no tenía ni idea de esto —comentó el padre con sorpresa—. Pero me alegro mucho de que paséis tanto tiempo juntos.
—Sí, eso me parece precioso —añadió la madre.
—Claro, por eso habíamos pensado que podríais iros vosotros tranquilos mañana y pasar todo el día juntos, mientras que nosotros nos quedamos aquí —les propuso su hijo bien resuelto—. Así podréis disfrutar de vuestro matrimonio, que no soléis hacerlo.
La pareja quedó impresionada con la actitud de sus hijos y no pudieron evitar mostrarse muy contentos con ello.
—Bueno, si os empeñáis, por mí no hay problema —dijo el padre muy entusiasmado.
El hombre miró a su esposa, quien no dudó en asentir como clara indicación de que le gustaba.
—No hay más que decir —sentenció Lorena—. Excepto que lo paséis muy bien mañana.
Dicho esto, la familia cenó tranquila y alegre. Los dos hermanos mellizos portaban amplias sonrisas en sus rostros. Sus padres creyeron que era la alegría por estar allí en el pueblo, disfrutando de la naturaleza y la tranquilidad que brindaba ese sitio. En realidad, no tenían ni idea. Y más valía que no la tuviesen. De enterarse, les podría dar algo.
A la mañana siguiente, los padres se marcharon en el coche, rumbo al museo que tanto deseaban visitar y pasar el día felices y juntos. No dejaban de pensar en sus queridos hijos, esa pareja de mellizos a la que habían criado y educado de forma fantástica y que les habían hecho ese fantástico regalo de poder pasar juntos ese día entero. Por culpa del trabajo de cada uno, apenas se veían, y eso estaba dañando su matrimonio. Por ello, no podían más que dar las gracias a sus hijos por esta gran oportunidad.
La madre volvió la vista al gran caserío del que se alejaban. Desde donde estaba, todavía podía ver la ventana de la habitación de su hija Lorena. Una sonrisa iluminó su rostro. Se preguntó que estarían haciendo sus hijos y si lo estarían pasando bien.
Una cosa era clara: bien lo estaban pasando. Demasiado, en verdad.
En la habitación de Lorena, estaba ella allí, completamente desnuda y abierta de piernas. No paraba de gemir, retorcerse, cerrar sus ojos. Con sus manos, se acariciaba los senos, apretando sus pezones con los dedos para ponerlos bien duros. Pasaba su lengua por los resecos labios para dejarlos bien húmedos. Siguió así hasta que todo su cuerpo se puso muy tenso. Arqueó su espalda, cerrando sus ojos con fuerza y emitiendo un grito tan fuerte, que incluso sus padres podrían llegar a oírlo si aún estuvieran preparándose abajo para coger el coche. Se revolvió un par de veces y terminó desmadejada, con todo el pelo revuelto sobre su cama y exhalando todo el aire que podía. Cuando todo terminó, entonces Fernando sacó su cabeza de entre las piernas de la chica.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
Lorena tardó un poquito en responder, pues seguía aturdida. Al ir serenándose poco a poco, vio cómo su hermano se incorporaba hasta colocarse frente a ella. Sin dudarlo, lo besó.
—¿Que me has preguntado?
—¿Que como te encuentras bien? —repitió de nuevo—. Chiquilla, ¡te vas a quedar sorda!
—Perdona, es que ha sido increíble lo que me has hecho y estoy todavía ida.
No pudo evitar sonreír ante las ocurrencias de su hermana. La besó con dulzura y la abrazó con ganas, como si no quisiera separarse de ella.
—Me lo has comido de maravilla —comentó la chica muy satisfecha—. No puedo creer que te dejaran dos novias, sabiendo lo que sabes.
—Ellas se lo pierden —espetó él de forma burlona.
Ambos rieron como chiquillos y no tardaron en devorarse a besos, rodando sobre la cama. En una de esas vueltas, Lorena sintió el duro miembro de su hermano. Sin dudarlo, llevó su mano hasta este y se enroscó a su alrededor. Con suavidad, comenzó a moverse, iniciando una deliciosa paja que no tardó en animar al muchacho.
—Bueno, ya que yo te he dado mucho placer con mi boca, veo conveniente que tú me lo devuelvas de la misma manera.
Su hermana melliza lo miró algo indecisa. Sabía que no tenía experiencia en el sexo oral y se notaba que no quería decepcionarle.
—Tranquila, yo te enseñaré todo lo que tienes que hacer —le dijo de forma suave.
Animada por sus palabras, fue descendiendo, besando cada centímetro de su cuerpo, hasta llegar a la erecta polla. Cuando la tuvo delante, la muchacha enmudeció. Vigorosa y empalmada como estaba, aquella dura barra de carne iba a acabar dentro de su boca. Pero antes de ponerse con ella, miró a su hermano.
—Sabes, al final va a ser cierto que en un pueblo si se hacen cosas.
Tras decir esto, los dos se echaron a reír de nuevo, aunque no por mucho tiempo. La chica no tardó en engullir el enhiesto pene, iniciando así la placentera mamada y llevando a su hermano al borde del éxtasis.
Nota: Esta secuela va a estar relacionada con la secuela "Un dia de playa". ¿En que? Eso de momento es una sorpresa.
Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Lord Tyrannus